DECIMOCTAVO ESTÁNDAR DEL TEMARIO QUE, DE ACUERDO CON LO ESTIPULADO POR LA CONSEJERÍA DE EDUCACIÓN DE CASTILLA Y LEÓN, PODRÁ SER OBJETO DE EXAMEN EN LA EBAU, ANTIGUA SELECTIVIDAD.
Antes de abordar las causas y consecuencias de los acontecimientos y procesos más relevantes del año 1492, es preciso establecer cuáles fueron. Por sus repercusiones políticas, culturales y demográficas, así como por su repercusión histórica, cabe mencionar tres: la expulsión de los judíos, la finalización de la conquista del Reino nazarí de Granada y el descubrimiento de América por parte de Cristóbal Colón.
Los dos primeros acontecimientos están estrechamente relacionados, pues formaban parte de la política de uniformidad religiosa emprendida por Isabel y Fernando. Esto respondía a la idea de que la fe cristiana era el fundamento espiritual y político de la unidad de los reinos. Al mismo tiempo, que se consideraba la homogeneidad religiosa condición sine qua non para la prosperidad y la paz interior.
Sin embargo, otra causa no menos importante de ambos procesos históricos tiene que ver con la conveniencia de obtener nuevas posesiones, ya sea en tierras, rentas o súbditos. Esto se logró, como es evidente, a costa del reino granadino y de los numerosos bienes incautados o comprados a bajo precio a los judíos expulsados. Por último, otro factor a tener en cuenta en el caso de estos últimos es la animadversión hacia ellos de buena parte de la población castellana y aragonesa.
Comentadas las tres causas principales de esos sucesos, se procederá a resumir las consecuencias más significativas. En primer término, se cumplió, al menos nominalmente, el principio de uniformidad religiosa citado en los párrafos anteriores. Ahora bien, al abundar en el caso de los musulmanes numerosas conversiones falsas, se generó el caldo de cultivo para una serie de revueltas que jalonaron la siguiente centuria. Conflictos que no tocaron a su fin hasta su expulsión a comienzos del siglo XVII. En definitiva, las restantes consecuencias se circunscriben al caso de los moriscos, nombre que recibían los musulmanes bautizados.
En lo que se refiere al descubrimiento de América, se ha de señalar como causa fundamental el empeño personal de Cristóbal Colón por llevar a término la empresa de alcanzar las Indias, y más en concreto Catay, atravesando el llamado mar Océana (ruta occidental). A esto hemos de añadir las ventajas comerciales que suponía abrir esa nueva vía para el comercio, así como el deseo de la reina Isabel de emprender una gran tarea evangelizadora. Por último, cabe señalar, como un factor fundamental del éxito de la expedición, el avance que experimentó la navegación durante todo el siglo XV, tanto en materia de técnicas como en cartas de navegación e instrumentos (astrolabio, brújula, carabela…).
Las consecuencias del descubrimiento fueron abundantes y de gran importancia para la Monarquía Hispánica. En un primer momento, América proporcionó a los reinos peninsulares nuevos territorios y súbditos, así como productos desconocidos en Europa hasta la fecha. A esto hemos de añadir la importante cantidad de metales preciosos que, procedentes del Nuevo Mundo, comenzaron a llegar a Europa desde mediados del siglo XVI. Además, alimentos autóctonos de esas tierras, como es el caso de la patata o el maíz, contribuyeron a enriquecer la dieta de los europeos. Esto fue un factor decisivo para la superación de las crisis de subsistencia y el incremento del grado de bienestar a partir del XVII.
Con el fin de sintetizar el temario de 2º de Bachillerato, he elaborado una serie de vídeos breves sobre la historia de España desde Atapuerca hasta la Transición. Por tanto, el objetivo no es abordar los contenidos en su totalidad, sino establecer una serie de pautas que permitan ampliar la información en el aula, ya sea con explicaciones del profesor o trabajo individual y grupal de los alumnos.
Este vídeo pertenece a la sexta unidad didáctica y resume la situación social y económica de la Monarquía Hispánica durante el siglo XVI. Esta información se complementa con una serie de clases sobre el Imperio de Carlos I, el reinado de Felipe II y el modelo político de los Austrias.
A comienzos del siglo XX, el Imperio Ruso era, aparentemente, grande y poderoso. Se extendía sobre un territorio de casi 22 millones de kilómetros cuadrados y tenía una población aproximada de 170 millones de habitantes.
El inmenso Imperio de los zares se extendía desde el centro de Europa hasta el océano Pacífico. La parte asiática de Siberia era prácticamente un desierto despoblado, mientras que en la parte europea se concentraba la mayoría de la población y de las actividades económicas.
El Imperio agrupaba a una serie de pueblos muy diversos, que englobaban 91 nacionalidades y un número de etnias todavía mayor. Predominaban los eslavos, que estaban divididos en rusos (44%), ucranianos (17%), polacos (6%) y bielorrusos (4%). Entre las minorías más importantes destacaban los turcos (10%), judíos (4%), finlandeses (2%) y alemanes (1%)
En Transcaucásica los habitantes eran georgianos y armenios, mientras que en Asia central había población de origen turco. En las regiones polares y las estepas vivían pueblos de raza amarilla, descendientes de las poblaciones de mongoles.
Esta fuerza, no obstante, era más aparente que real, pues su estructura social y económica reflejaba un gran desequilibrio entre:
Una Rusia arcaica y rural, numéricamente importante.
Una Rusia, muy localizada y minoritaria, que se industrializaba rápidamente.
La exclusión de los judíos de la Comunidad Nacional fue uno de los fundamentos de la ideología nazi. Estos eran portadores de ideas peligrosas -marxismo, democracia, internacionalismo…-, y por lo tanto eran parásitos muy dañinos para la comunidad. Se procedió a la sistemática persecución de este grupo, que estuvo siempre supeditada a la marcha de la política interior y exterior del Reich. En 1939, desde su exilio británico, Stefan Zweig nos describe la situación de los judíos en los territorios nazis, y la evolución del proceso de persecución:
(Stefan Zweig, El mundo de ayer) “Semana tras semana, mes tras mes, llegaban cada vez más refugiados, que parecían cada vez más pobres y más angustiados que los que les habían precedido. Los primeros, los que habían salido de Alemania con más premura, aún habían podido salvar la ropa, las maletas y los enseres de la casa y muchos incluso algún dinero. Pero cuanto más tiempo habían confiado en Alemania, cuanto más les había costado desprenderse de su amada patria, más severamente habían sido castigados. Primero les quitaron la profesión, les prohibieron la entrada en los teatros, cines y museos, y a los investigadores, el acceso a las bibliotecas: seguían allí por fidelidad o pereza, por cobardía u orgullo. Preferían ser humillados en su patria a humillarse como pordioseros en el extranjero. Luego se les privó del personal de servicio y se les quitó las radios y los teléfonos de las viviendas; después, las viviendas mismas; a continuación se les obligó a llevar pegada la estrella de David, para que todo el mundo los reconociera, los evitara y escarneciera en la calle como a leprosos, expulsados y proscritos”.
Podemos distinguir dos grandes fases dentro de la persecución racial: primero discriminación y exclusión, y después desaparición y exterminio. Sin embargo, procederemos al estudio cronológico de la misma sin detenernos a clasificar en que fase hemos de encuadrar cada hecho:
1933. Boicot a su negocios, jubilación forzosa de funcionariado semita, limitación del porcentaje escolar y universitario correspondiente a este grupo. Así anunciaba el boicot a los negocioa judíos el diario oficial del partido…
(Völkischer Beobachter, 30 de marzo de 1933) “El 1 de abril, al toque de las diez, empieza el boicot a todos los negocios, médicos y abogados judíos. Los judíos han declarado la guerra a 65 millones de personas, ahora van a ser golpeados donde más les duele”.
…y así lo vivió Sebastian Haffner:
(Sebastian Haffner, Historia de un alemán) “El primer acto intimidatorio fue el boicot impuesto a los judíos el primero de abril de 1933 (…) En los días siguientes se tomaron medidas complementarias: todos los negocios arios debían despedir a los empleados judíos. A continuación: todos los negocios judíos debían hacer lo propio. Sus dueños estaban obligados a seguir pagando los sueldos y salarios de sus empleados arios mientras los negocios permaneciesen cerrados a causa del boicot. Dichos propietarios tenían que retirarse totalmente y solicitar la presencia de gerentes arios… Al mismo tiempo comenzó la campaña informativa contra los judíos”.
1935. Exclusión de la oficialidad y del servicio militar, y disposiciones de Nuremberg (negación de la ciudadanía y prohibición de los matrimonios mixtos).
1938. Expulsión de las actividades económicas –incluía la confiscación de estos bienes-, arrestos masivos durante la noche del 9 al 10 de noviembre –Noche de los cristales rotos-, e internamiento en campos de concentración.
Este amplia represión escondía un triple objetivo:
Avivar el clima psicológico de lucha.
Excluir a los judíos de la esfera económica.
Nutrir las arcas del Estado.
En definitiva, el problema de la pureza racial, y especialmente la cuestión del antisemitismo, fue uno de los pilares básicos de la ideología nacionalsocialista. Sin embargo, pronto fueron conscientes los líderes nazis de que este objetivo tenía que ser llevado a cabo de manera progresiva, por medio de pequeñas medidas que pudieran ser digeridas por la sociedad sin levantar grandes protestas. Así arrancó un proceso que, a base de agresiones bien calculadas, acabó llevando a los judíos a los campos de exterminio.
Bibliografía:
[1] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.
[2] Historia de un alemán; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2006.
[3] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.
[4] El mundo de ayer. Memorias de un europeo; Stefan Zweig – Barcelona – El Acantilado – 2002.
[5] Hitler: una biografía; Joachim Fest – Barcelona – Planeta – 2005.
[6] Historia social del Tercer Reich; Richard Grundberger – Madrid – Ariel – 1999.
Clase pensada para alumnos de 2º de ESO dentro de una experiencia de flipped learning. En este clase se explica la sociedad, cultura y religión musulmana de época medieval. Esta información se complementa con dos vídeo anteriores, uno dedicado al origen e historia del Islam y otro a la organización política y económica.
El “mundo clásico” es el mundo de los antiguos griegos y romanos, unas cuarenta generaciones anterior a la nuestra, pero capaz aún de suponer un reto al compartir con nosotros una misma humanidad. La palabra “clásico” es de origen antiguo: deriva de la palabra latina classicus, que se aplicaba a lo reclutas de la “primera clase”, la infantería pesada del ejército romano. Lo “clásico”, pues, es “lo de primera clase”, aunque no lleve ya una armadura pesada. Los griegos y los romanos tomaron prestadas muchas cosas de otras culturas, iranios, levantinos, egipcios o judíos, entre otros. Su historia enlaza a veces con esas otras historias paralelas, pero es su arte y su literatura, su pensamiento, su filosofía y su vida política lo que con razón se considera “de primera clase” en su mundo y en el nuestro.
Robin Lane Fox, El mundo clásico. La epopeya de Grecia y Roma, p. 13-14.
A finales del siglo VII la monarquía visigoda había entrado en crisis. Las grandes familias nobiliarias se disputaban el trono, y los últimos años del reino transcurrieron en medio de conspiraciones y muertes violentas de reyes y miembros de la familia real.
Unos años antes, había surgido en Arabia un nuevo movimiento religioso encabezado por Mahoma: el Islam. La nueva religión se fundamentaba en la existencia de una comunidad de creyentes en un único dios, Alá, que convirtió el vínculo religioso en un vínculo político.
El virtud de lo establecido en El Corán, libro que contiene la revelación de Alá a Mahoma, los musulmanes están obligados a:
– La Profesión de fe (“Alá es Dios y Mahoma su profeta”).
– La oración o Salat; con palabras y gestos establecidos que, previa purificación con agua o arena, se repetían cinco veces al día. Además, la oración del viernes tenía lugar en la mezquita bajo la dirección del imán.
– El ayuno o Sawm durante el mes de Ramadán, desde la salida hasta la puesta de sol.
– La limosna o Zakat .
– El Peregrinaje a La Meca.
– La Yihad o guerra santa; era sólo una obligación temporal del creyente cuando es necesario defender la comunidad musulmana. En principio se refiere a una reforma o lucha interior, siendo la lucha contra los enemigos del Islam algo secundario.
Los musulmanes iniciaron una rápida expansión que les llevó, a principios del siglo VIII, a las puertas del reino visigodo.
2. Evolución política: la conquista, los emiratos y el Califato de Córdoba.
Aprovechando las disputas internas entre los visigodos, en el año 711 un ejército musulmán compuesto por bereberes y árabes mandado por Tarik desembarcó en la península y derrotó al rey visigodo Rodrigo en la batalla de Guadalete.
Esta victoria supuso el derrumbe del reino visigodo, por lo que, dirigidos por Muza, los musulmanes tomaron Toledo y en menos de un lustro casi toda la totalidad de la Península. En muchos casos la conquista se realizó de forma pacífica mediante acuerdos o pactos con la nobleza visigoda.
El impulso del Islam llegó más allá de los Pirineos, hasta que los francos, a cuyo frente iba Carlos Martel, los derrotó en Poitiers en el año 732.
La invasión y ocupación de la Hispania visigoda supuso la gradual islamización del territorio y de la población. Tras la conquista, la Península se incorporó a la comunidad política musulmana con el nombre de Al-Ándalus. Los musulmanes fijaron su capital en Córdoba, que pasó a ser el centro político musulmán en la Península y el lugar de residencia del walí. Poco después, se convirtió en un emirato dependiente (714-756) del Imperio islámico que gobernaban los omeyas desde Damasco.
Pese a la rápida conquista pronto surgieron enfrentamientos entre los conquistadores árabes y bereberes. Del mismo modo, la población hispanovisigoda también mostró cierta resistencia al proceso de islamización y arabización. La principal manifestación de esa oposición fue la Batalla de Covadonga, que probablemente tuvo lugar entre el 718 y el 721.
A mediados del siglo VIII, la familia Omeya que gobernaba el Imperio islámico fue aniquilada por la dinastía abasí que la reemplazó en el poder. No obstante, un miembro de los Omeya, Abd al-Rahmán, consiguió escapar y tomar el control de Al-Ándalus.
En el año 756 proclamó el emirato independiente, que suponía la secesión de la provincia del Imperio islámico. Aún así, seguía reconociendo la primacía religiosa del califato abasí.
Este nuevo periodo supuso el apogeo de Al-Ándalus: desde mediados del siglo VIII y durante el siglo IX se produjeron importantes avances económicos y se impulsó de forma decisiva la islamización.
Sin embargo, la etapa no estuvo exenta de rebeliones (Banu-Qasi y Omar ben Hafsún), al tiempo que la presión de los nacientes reinos hispánicos se incrementó. Al respecto, hay que señalar que buena parte de estas rebeliones se debieron a la resistencia local a la islamización, si bien algunas gozaron del apoyo abasí.
Abd al-Rahmán III accedió al emirato en medio de nuevas revueltas internas y del hostigamiento exterior de los cristianos y de otros reinos musulmanes. De este modo, con el fin de reforzar su autoridad, se decidió a proclamar el Califato de Córdoba en el año 929, lo que suponía la ruptura religiosa con Bagdag.
A partir de ese momento puso término a las rebeliones, sometió a los reinos cristianos al pago de tributos y organizó una flota que contuvo a los ejércitos de los estados musulmanes rivales. Además, instituyó marcas fronterizas en el norte de África y procedió a centralizar el poder mediante el nombramiento de walíes.
Abd al-Rahmán III ordenó construir el palacio de Medina-al-Zahra que se convirtió en el centro de cultura y poder del Califato. Inició, por tanto, un importante desarrollo administrativo y burocrático. Esto permitió que, a lo largo de su reinado, Al Andalus alcanzó un significativo desarrollo económico, basado en una próspera agricultura y un floreciente comercio.
Durante la minoría de edad del tercer califa, Hisham II (hijo de Al-Hakem II), a finales del siglo X, destacó la figura de Almanzor, visir y caudillo militar que pasó a convertirse de hecho en el verdadero gobernante de Al-Ándalus. El ejército musulmán dirigido por Almanzor alcanzó continuas victorias, de tal modo que las razzias contra los reinos cristianos fueron constantes y provechosas.
No obstante, tras la muerte de Almanzor se recrudecieron las tensiones entre las distintas etnias y territorios de Al Andalus. De esta manera, a pesar de los esfuerzos de Abdelmelik, hijo de Almanzor, el territorio del califato se disgregó en diversos reinos taifas en el año 1031. La palabra árabe “taifa” significa bandos, de tal modo que sirvió para designar a los pequeños reinos en que se dividió Al-Ándalus hasta en tres ocasiones: 1031 (tras el califato), 1140 (tras los almorávides) y 1212 (tras los almohades).
3. Los reinos taifas y los imperios norteafricanos.
La división del territorio musulmán en taifas supuso su debilidad política y militar frente a los reinos cristianos, a los que debieron pagar tributo para evitar sus ataques. Sin embargo, el avance cristiano no se detuvo y, en el año 1085, Toledo cayó en sus manos.
Esta circunstancia alarmó a los andalusíes que llamaron en su ayuda a los almorávides, una tribu guerrera bereber que había formado un gran imperio en el actual Marruecos. Los almorávides lograron derrotar a los cristianos en Sagrajas (1086) e incorporaron Al-Ándalus a su imperio. No obstante, no consiguieron recuperar Toledo, y fueron derrotados en Valencia por Rodrigo Díaz de Vivar.
A mediados del siglo XII, el imperio de los almorávides sufrió un colapso que hizo resurgir las taifas en Al-Ándalus. Los reinos cristianos aprovecharon la ocasión para ampliar sus territorios a costa del Islam.
De nuevo los andalusíes solicitaron la ayuda del norte de África, donde había surgido un nuevo estado dirigido por los almohades. Estos iniciaron la invasión de la Península en el año 1146, siendo la batalla de Alarcos (1197) la que marque el cenit de su poder.
Sin embargo, los ejércitos cristianos lograron una decisiva victoria en las Navas de Tolosa (1212), que supuso el derrumbe del poder almohade en la Península. De esta manera, la primera mitad del siglo XIII estuvo marcada por las conquistas de Fernando III y Jaime I el Conquistador, que dejaron al reino nazarí de Granada como único representante del Islam en la Península.
4. Organización política y social.
Las instituciones político administrativas.
Una vez realizada la conquista, los musulmanes organizaron el territorio peninsular como una provincia más del Imperio islámico y Al-Ándalus pasó a estar gobernada por un walí, delegado del califa de Damasco.
Con la proclamación del emirato independiente, el emir pasó a ser la máxima autoridad política, aunque mantenía un reconocimiento tácito de la autoridad religiosa del califa. Esta situación se mantuvo hasta el ascenso de Abd al-Rahman III, que se proclamó califa y pasó a ejercer el poder político absoluto y la máxima autoridad espiritual del mundo andalusí.
Por debajo de los emires y califas existía una administración dirigida por el hayib, que actuaba como primer ministro y que tenía amplias atribuciones en materia militar y de hacienda. A sus órdenes estaban los visires, que controlaban las distintas ramas de la administración.
En tiempos del califato la administración central se completaba con la kitaba, una especie de cancillería que se ocupaba de: la correspondencia, los asuntos fronterizos, la ejecución de los decretos y las reclamaciones.
En materia de justicia era el cadí la máxima figura: juzgaba en función de las leyes islámicas y en nombre del califa.
La administración territorial de Al-Ándalus estaba compuesta básicamente por dos demarcaciones. Por un lado estaban las coras o provincias, a cuyo frente estaba un walí que solía residir en la ciudad principal del territorio. Por otro, existían las marcas situadas en las zonas fronterizas. Con respecto a los reinos cristianos estaban la superior (Zaragoza), la media (Toledo) y la inferior (Mérida).
La sociedad en Al-Ándalus.
La sociedad de la España musulmana era heterogénea en cuanto a su composición étnica, cultural y religiosa. La estructura familiar y social eran, por lo general, de carácter patriarcal. Además, como consecuencia del gran desarrollo de la artesanía y el comercio, la mayor parte de la población se concentraba en las ciudades. Los núcleos urbanos era, por tanto, el centro de las actividades económicas, así como de la vida social y administrativa.
En la sociedad musulmana, los árabes ocupaban la mayor parte de los cargos de poder. Constituían una minoría dirigente que se concentraba en el valle del Guadalquivir. Era, a su vez, propietaria de los grandes latifundios del sur peninsular.
La mayor parte del ejército invasor estaba compuesto por bereberes, que fueron reclutados como mercenarios en el norte de África. En un principio se concentraron en la Meseta, donde se dedicaron a la ganadería itinerante.
Por su parte, la población judía era predominantemente urbana, y su dedicación profesional solía estar relacionada con el comercio, la artesanía, la usura y la orfebrería. En contraposición a este grupo aparecerían los esclavos, predominantemente rurales. Si bien, también servían en el ejército y, con el tiempo, en la administración.
Por último, los hispanogodos, grupo mayoritario en la Península, se dividieron en dos grupos dentro del territorio musulmán. Por un lado, aquellos que se convirtieron a la religión islámica, llamados muladíes, y por otro los mozárabes, que se mantuvieron fieles a la fe cristiana.
Las estructuras económicas.
La estructura económica de Al-Ándalus estaba basada, como todas las de su época, en la agricultura. La triada mediterránea (cereal, vid y olivo) siguió siendo el fundamento de la agricultura peninsular, pero los musulmanes mejoraron la producción introduciendo y perfeccionando sistemas de regadío (caso de la noria).
Además, introdujeron nuevos cultivos procedentes de Oriente (cítricos, algodón, etc.) y hubo un gran desarrollo de la ganadería, especialmente ovina.
Sin embargo, fue el desarrollo del comercio y de la artesanía las notas que hicieron singular la economía andalusí. La actividad artesanal, centrada en los tejidos de lana, algodón y seda, recibió un impulso decisivo gracias al comercio desarrollado en las ciudades. También el comercio exterior conoció una etapa de prosperidad, especialmente con Oriente, y los andalusíes contaron con una importante marina mercante.
Además, mientras en el Occidente cristiano apenas circulaban monedas, el dinar de oro y el dirham de plata se convirtieron en monedas de uso más allá del propio territorio de Al-Ándalus.
El legado cultural musulmán.
El arte ha sido uno de los legados más importantes del mundo islámico a la civilización, de tal modo que las mezquitas, los palacios, las alcazabas, etc. forman parte del patrimonio cultural actual. En concreto, en la Península Ibérica se encuentran grandes monumentos:
– La mezquita de Córdoba.
– El palacio de la Aljafería de Zaragoza.
– Las ruinas del palacio de Medina Azahara.
– El alcázar de Sevilla.
– La alcazaba de Málaga.
– El palacio de la Alhambra de Granada.
– La Torre del Oro y la Giralda de Sevilla.
En la cultura islámica florecieron la literatura, la filosofía, la música, el derecho o la medicina, donde destaca la figura de Maimónides. A su vez, se desarrolló de la poesía popular y áulica.
De la obra de Averroes nos interesan dos libros: Discurso decisivo y su comentario a la República de Platón.
Discurso decisivo es un dictamen sobre las relaciones entre la filosofía y la fe en el que se propone establecer, no sólo la armonía entre razón y revelación, sino también la necesidad de incluir la filosofía en los estudios coránicos.
La Exposición de la República de Platón es una lectura pragmática del texto clásico, tratando de extraer de ella consecuencias para la práctica política, y haciendo referencias constantes a circunstancias de su tiempo.
Fue muy importante el desarrollo científico y técnico, los musulmanes difundieron los principios matemáticos de la trigonometría y el álgebra, además del uso del cero. Igualmente fueron importantes los logros en astronomía y la difusión de artículos procedentes de Oriente, como la pólvora o el papel.
5. Conclusiones.
Para finalizar hemos de destacar tres rasgos que, con mayor o menor profundidad en función del periodo, se dieron durante los siglos de dominio musulmán en la Península Ibérica:
– La diversidad social y religiosa existente en Al-Ándalus.
– El hecho de que, precisamente esa diversidad, en los periodos de paz y tolerancia, hizo posible que Al-Ándalus jugase el papel de puente cultural entre dos mundos: el musulmán y el cristiano
– La existencia de periodos de gran esplendor cultural y de etapas de fanatismo y oscurantismo.
Inglaterra no conocía ni las masas judías ni la pobreza judía, puesto que había admitido a los judíos siglos después de su expulsión en la Edad Media; los judíos portugueses que se instalaron en Inglaterra en el siglo XVIII eran ricos y cultos. Sólo al final del siglo XIX, cuando los pogromos en Rusia dieron paso a las modernas emigraciones, penetró en Londres la pobreza judía y, junto con esta, la diferencia entre las masas judías y sus hermanos acomodados. En la época de Disraeli, la cuestión judía, en su forma continental, resultaba completamente desconocida, porque en Inglaterra sólo vivían judíos gratos al estado. En otras palabras, los “judíos de excepción” no eran conscientes de ser excepciones como sus hermanos continentales. Cuando Disraeli despreciaba la “perniciosa doctrina de los tiempos modernos, la igualdad natural de los hombres”, seguía conscientemente los pasos de Burke, que había “preferido los derechos de un inglés a los derechos del hombre”, pero ignoraba la situación presente entonces en la que los derechos de todos habían sido reemplazados por los derechos de unos pocos.
Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo, p. 146-147.
Bejamin Disraeli, cuyo principal interés en la vida fue su carrera como lord Beaconsfield, se distinguía por dos cosas: en primer lugar, por la dádiva de los dioses que los modernos llaman banalmente suerte y que en otros períodos reverenciaban como una diosa llamada Fortuna, y, en segundo lugar, más íntima y maravillosamente relacionada con la Fortuna de lo que pudiera explicarse, por su grande y despreocupada inocencia de mente y de imaginación que hace imposible clasificarlo como advenedizo, aunque nunca pensó seriamente en nada que no fuera su carrera. Su inocencia le hacía advertir lo estúpido que hubiera sido sentirse un déclassé y también que era mucho más interesante para él y para los demás, además de mucho más útil para su carrera, acentuar su condición de judío “vistiéndose de un modo diferente, peinando sus cabellos con extravagancia y adoptando formas excéntricas de expresión y lenguaje”. Se preocupó más apasionadamente y más descaradamente que cualquier otro intelectual judío de ser admitido en círculos cada vez más elevados de la sociedad; fue el único entre ellos que descubrió el secreto de preservar la suerte, ese milagro natural del estado de paria, y que supo desde el principio que no había que humillarse para “remontarse desde lo alto hasta lo más alto”.
Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo, p. 144-145.