La crisis de los Sudetes fue un conflicto político internacional que tuvo lugar en 1938, antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. El término “Sudetes” se refiere a una región montañosa en el oeste de Checoslovaquia habitada principalmente por personas de habla alemana.
El conflicto se originó cuando el gobierno alemán, liderado por Adolf Hitler, comenzó a exigir la anexión de los Sudetes a Alemania, alegando que la población alemana de la región estaba siendo oprimida por el gobierno checoslovaco. El gobierno checoslovaco rechazó estas demandas, lo que llevó a una escalada del conflicto.
En septiembre de 1938, los líderes de Gran Bretaña, Francia, Alemania e Italia se reunieron en Munich para discutir la crisis. En el acuerdo de Munich, se permitió a Alemania la anexión de los Sudetes a cambio de la promesa de Hitler de que no buscaría más territorios en Europa. Sin embargo, poco después de la firma del acuerdo, Hitler invadió el resto de Checoslovaquia en marzo de 1939.
La crisis de los Sudetes fue un precursor importante de la Segunda Guerra Mundial y señaló la debilidad de la política de apaciguamiento de Gran Bretaña y Francia hacia Alemania.
En la Conferencia de Múnich de 1938, los líderes de Gran Bretaña, Francia, Italia y Alemania se reunieron para discutir la creciente tensión en Europa, especialmente en relación con la disputa sobre los Sudetes, una región de Checoslovaquia que tenía una importante población de habla alemana.
Durante la conferencia, los líderes llegaron a un acuerdo que permitió a Alemania anexarse los Sudetes a cambio de la promesa de Adolf Hitler de que no haría más reclamaciones territoriales en Europa. Este acuerdo fue ampliamente criticado por muchos líderes y expertos, quienes argumentaron que las concesiones a Alemania solo alentaron la agresión y prepararon el camino para la Segunda Guerra Mundial.
El Pacto Germano-Soviético, también conocido como el Pacto Ribbentrop-Molotov, fue un acuerdo firmado entre la Alemania nazi y la Unión Soviética el 23 de agosto de 1939. El pacto fue firmado por el ministro de Asuntos Exteriores de Alemania, Joachim von Ribbentrop, y su homólogo soviético, Vyacheslav Molotov.
El pacto tenía dos componentes principales: un pacto de no agresión y un protocolo secreto. El pacto de no agresión establecía que ambas partes se comprometían a no atacarse mutuamente y a mantener la neutralidad en caso de que una de las partes fuera atacada por un tercero. El protocolo secreto, que fue mantenido en secreto hasta después de la invasión alemana de la Unión Soviética en 1941, establecía cómo se dividirían los territorios de Europa del Este si la Alemania nazi y la Unión Soviética se repartieran el continente.
El pacto fue sorprendente porque la Alemania nazi y la Unión Soviética eran consideradas tradicionalmente enemigas. El pacto permitió a Hitler concentrarse en la conquista de Europa occidental sin tener que preocuparse por la amenaza de un ataque soviético en el este. Para la Unión Soviética, el pacto proporcionó tiempo para fortalecer su ejército y prepararse para una posible invasión alemana.
El pacto tuvo consecuencias significativas en la historia de la Segunda Guerra Mundial. La invasión alemana de la Unión Soviética en 1941 puso fin al pacto y llevó a la Unión Soviética a unirse a los Aliados en la lucha contra la Alemania nazi. El pacto también aumentó la desconfianza y las tensiones entre la Unión Soviética y las potencias occidentales, lo que contribuyó a la Guerra Fría después de la Segunda Guerra Mundial.
Es difícil determinar una cifra exacta del número de prisioneros alemanes que murieron en Rusia durante la Segunda Guerra Mundial, ya que las cifras varían según las fuentes. Sin embargo, se estima que alrededor de 3 millones de soldados alemanes fueron hechos prisioneros por el Ejército Rojo durante la guerra.
De estos prisioneros, se estima que entre 1,1 y 1,3 millones murieron en cautiverio soviético debido a las duras condiciones de vida, la falta de alimentos, la falta de atención médica y los malos tratos. Muchos también murieron como resultado de enfermedades y enfermedades infecciosas.
La Alemania nazi invadió la Unión Soviética por varias razones:
Territorios y recursos naturales: Hitler y los líderes nazis buscaban expandir el territorio alemán para poder obtener nuevos recursos naturales, especialmente petróleo y materias primas, y para establecer un “espacio vital” para el pueblo alemán. La Unión Soviética tenía vastos territorios y recursos naturales que Hitler quería controlar.
Ideología: La ideología nazi sostenía que la raza aria era superior y que debía prevalecer en todo el mundo. Hitler veía a los eslavos y a los judíos como razas inferiores y consideraba que la Unión Soviética, con su población predominantemente eslava, representaba una amenaza para la “supremacía racial” alemana. Hitler también había expresado públicamente su deseo de destruir el “bolchevismo judío” y el “peligro rojo” representado por la Unión Soviética.
Preocupaciones estratégicas: La Alemania nazi había firmado un pacto de no agresión con la Unión Soviética en 1939, pero Hitler siempre había visto a la Unión Soviética como un futuro enemigo. Después de la conquista de Francia en 1940, Hitler sintió que tenía la oportunidad de llevar a cabo su plan de invadir la Unión Soviética antes de que esta se recuperara de las purgas de Stalin y de la Guerra de Invierno con Finlandia. Hitler también esperaba que la conquista de la Unión Soviética le proporcionaría una posición más fuerte en las negociaciones con Gran Bretaña y los Estados Unidos.
La Operación Barbarroja fue nombrada así en honor al emperador Federico I Barbarroja, quien dirigió las fuerzas alemanas en las Cruzadas en el siglo XII. Barbarroja era conocido por su gran habilidad militar y por su éxito en conquistar y controlar vastas extensiones de territorio. El nombre de la operación fue elegido personalmente por Adolf Hitler, quien era un gran admirador de Barbarroja y esperaba que la invasión de la Unión Soviética fuera igualmente exitosa. Además, el nombre también hacía referencia a la supuesta “amenaza asiática” que, según los nazis, representaba la Unión Soviética y a la supuesta “lucha por la supervivencia” del pueblo alemán en el frente oriental.
La Operación Barbarroja fue el nombre en clave utilizado por la Alemania nazi para la invasión de la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial. La operación comenzó el 22 de junio de 1941, cuando Alemania lanzó una invasión masiva en un frente de más de 3000 km, desde el Mar Báltico hasta el Mar Negro.
El objetivo de la Operación Barbarroja era la conquista de vastas extensiones de territorio soviético y la eliminación del poder militar soviético. Además, la operación también buscaba exterminar a la población judía y a otros grupos considerados “indeseables” por los nazis.
A pesar de los avances iniciales de la Wehrmacht y de los notables éxitos tácticos, la Operación Barbarroja fracasó en última instancia por varias razones:
Extensión del territorio: La enorme extensión del territorio soviético hizo que las líneas de suministro fueran muy largas y difíciles de proteger. Los alemanes no pudieron lograr la conquista total del territorio soviético y se encontraron en una situación en la que tenían que luchar en múltiples frentes.
Invierno ruso: La invasión comenzó en el verano, pero la Wehrmacht no pudo derrotar a la Unión Soviética antes de la llegada del invierno ruso. Las condiciones climáticas extremas y la falta de preparación de los alemanes para el frío y la nieve resultaron desastrosas para la Wehrmacht.
La resistencia soviética: El Ejército Rojo demostró ser un enemigo formidable y, a pesar de las grandes pérdidas, logró resistir los ataques alemanes y lanzar contraataques exitosos. Además, la población soviética resistió ferozmente a la ocupación nazi, lo que dificultó la tarea de los invasores.
Recursos insuficientes: La Wehrmacht también se encontró con una grave escasez de recursos, especialmente de combustible y municiones. Los esfuerzos de la industria alemana para mantener la producción a gran escala se vieron obstaculizados por la falta de materias primas, la destrucción de la infraestructura y la interrupción de las líneas de suministro.
Desde comienzos del siglo XVIII, la agricultura británica experimentó un considerable progreso que, a su vez, fue fundamental para el crecimiento demográfico. La influencia de los grandes terratenientes en el Parlamento permitió transformar, de forma progresiva a través de medidas legislativas, la estructura de la propiedad. Esto vino acompañado de cambios relevantes en las formas y técnicas de explotación, con el consiguiente aumento de la producción.
En el ámbito de la propiedad, cabe destacar la sustitución del openfield o sistema de campos abiertos, dominado por los métodos tradicionales y las prácticas comunitarias, por las enclosures o campos cerrados. Estas permitían ignorar las restricciones tradicionales de tipo comunitario, iniciándose un proceso de crecimiento en las explotaciones que corría paralelo a su modernización. En lo que se refiere a las técnicas cabe destacar, en primer lugar, la aplicación en Gran Bretaña de los sistemas procedentes de los Países Bajos. Nos estamos refiriendo, fundamentalmente, a los drenajes y a la llamada agricultura convertible, que combinaba complejas rotaciones de alimentos, forrajes y pastos. Esto permitía a las fincas sustentar un mayor número de cabezas de ganado, lo que aportaba una mayor cantidad de fertilizante y, por consiguiente, reducía o eliminaba el barbecho. También merece una mención especial el sistema Norfolk, que surgió a finales del siglo XVII y está íntimamente relacionado con lo que se acaba de comentar. Este se basaba en la aplicación de una rotación cuatrienal, eliminando el barbecho y permitiendo la incorporación, además de los cereales, de plantas forrajeras y leguminosas que ayudaban a fijar el nitrógeno y recuperar la fertilidad en la tierra. De esta forma, los forrajes permitían estabular el ganado y aumentar su peso, al tiempo que aumentaba la producción de cereales.
En esos años también se introdujeron nuevas herramientas en la agricultura británica, como el arado Rotherham y la trilladora mecánica, así como nuevos cultivos, siendo el maíz y la patata los más importantes. El resultado fue un gran aumento en la productividad que permitió a los agricultores orientar la producción, no sólo hacia el consumo doméstico, sino hacia el mercado nacional e internacional. La consecuencia de todo este proceso que acabamos de describir fue triple:
En primer lugar, la producción aumentó, lo que permitió abastecer de alimentos a la población, incluso con excedentes para la exportación de cereal, y al mismo tiempo suministrar crecientes cantidades de lana a una manufactura textil en plena expansión.
Otra consecuencia fue la intensificación del trabajo en las explotaciones modernizadas, con nuevas rotaciones y sistemas de mejora de la tierra como los drenajes y el abonado.
Y, por último, la creciente orientación del mundo agrario-rural hacia el mercado.
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El proceso de industrialización experimentado por Gran Bretaña desde el segundo tercio del siglo XVIII llevó a una serie de transformaciones en la estructura económica que afectaron tanto al ámbito de las innovaciones tecnológicas como a las fuentes de energía y a la forma de producir. También se vieron afectados la demografía y la importancia relativa de los distintos sectores económicos. De manera progresiva, la agricultura y la ganadería fueron perdiendo peso dentro de la producción total, dejando paso al predominio de la industria textil, la metalurgia y las actividades financieras.
Conflicto bélico colonial que, entre 1899 y 1902, enfrentó a los británicos con los colonos de origen holandés de los territorios de Transvaal y del Estado Libre de Orange. Terminó con la firma del tratado de Vereeniging, por el cual los bóers renunciaban a su independencia a cambio de un gobierno autónomo y fondos económicos para reconstruir el país.
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Los bóers eran los colonos holandeses que se habían establecido en el sur del continente africano, más en concreto en la colonia de El Cabo, en la segunda mitad del XVII. Entre 1899 y 1902, los bóers de los territorios de Transvaal y de Orange mantuvieron un conflicto bélico contra las tropas británicas, pues no aceptaban el dominio del Reino Unido sobre sus territorios.
Con el objetivo de poner fin a las tensiones internacionales que estaba provocando la conquista de África, el gobierno alemán se erigió como potencia neutral y convocó una conferencia internacional en Berlín. Esta tuvo lugar entre el 15 de noviembre de 1884 y el 26 de febrero de 1885, y contó con la presencia de doce países de la Europa, más el Imperio Otomano y los Estados Unidos. Entre sus conclusiones destacan la libertad de comercio determinadas zonas, la neutralidad de algunos territorios, la trata de esclavos y la regulación de la navegación fluvial. Se acordó también que el único criterio para considerar un territorio posesión de una potencia era la ocupación efectiva. Como era de esperar, esto desató una carrera por la conquista de los territorios africanos que para nada favorecía a la normalización de la situación. De hecho, podemos considerar que el canciller Bismarck no consiguió el objetivo de terminar con las rivalidades y desconfianza en la esfera internacional. A pesar de la Conferencia de Berlín, Europa caminaba con paso firme hacia la Guerra Mundial.
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Exceptuando los territorios mediterráneos y algunos enclaves portugueses en el sur del continente, a comienzos del siglo XIX África un territorio prácticamente desconocido para los europeos. Los primeros que se adentraron en ella fueron los miembros de las expediciones protagonizadas por David Livingstone, Henry Stanley y Pierre Savorgnan de Brazza entre otros. De esta manera, la expansión colonial europea se intensificó dando lugar a la ocupación del interior del continente, siendo las vías de penetración los grandes ríos: los británicos utilizaron el Níger, los franceses el Senegal y los belgas el río Congo. La expansión por el continente africano reavivó las rivalidades entre las potencias imperialistas, sobre todo entre Gran Bretaña y Francia. De entre ellas hay que destacar dos:
En primer lugar, la lucha por el control del canal de Suez, que conecta el mar Mediterráneo con el mar rojo y, por tanto, con el Océano Índico. Este, al situarse Egipto en la órbita de Francia, quedó bajo la influencia de ese país. Sin embargo, aprovechando la guerra franco-prusiana y la caída de Napoleón III, los británicos se hicieron con el control de Egipto y, por tanto, del canal de Suez.
El segundo conflicto tiene que ver con las aspiraciones francesas y británicas por crear ejes territoriales continuos en África. El Imperio Británico pretendía unir todos sus territorios de norte a sur; es decir, de El Cairo a Ciudad del Cabo. Por su parte, los franceses pretendían hacer lo propio de oriente a occidente. Y, bueno, no hace falta ser muy listo para darse cuenta de que realizar los dos proyectos a la vez es imposible, pues son incompatibles. Por tanto, en algún momento británicos y franceses se iban a encontrar en algún lugar de África, y eso sucedió en el año 1898 en Fachoda. En ese lugar, la expedición británica de Lord Kitchener se encontró con la francesa de Baptiste Marchand, provocando un conflicto diplomático que a punto estuvo de llegar a las manos. Finalmente, a pesar de la oposición de Marchand y de buena parte de la opinión pública francesa, Fachoda quedó bajo el control británico.