Fragmento de la miniserie “Napoleón” (2002) en el que se narran los sucesos relacionados con la invasión de España. Más en concreto, la escena se centra en las primeras derrotas de los ejércitos franceses, la huída de José Bonaparte de Madrid y la decisión, por parte de Napoleón, de viajar él mismo a la península Ibérica para poner orden. Además, la serie también nos muestra dos de las costumbres del emperador: comía mientras trabajaba, y era capaz de dar órdenes al mismo tiempo que dictaba un código y supervisaba una insignia. La parte final de la escena muestra una conversación entre Bonaparte y su ministro de exteriores, Talleyrand. En ella se aprecia que la importancia dada por el emperador a las derrotas en España tenía mucho que ver con el frágil equilibrio en sus relaciones con Austria, Prusia y Rusia.
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#15M ¿A la revolución por el agotamiento?
Dentro de diez días el movimiento 15M cumplirá tres meses de vida. A lo largo de ese corto periodo de tiempo hemos sido testigos de abundantes acontecimientos poco comunes hasta esa fecha: actividades subversivas en las redes sociales, acampadas en las plazas públicas, duras intervenciones policiales, acoso a los políticos, asambleas callejeras…
Este frenético ritmo, unido a la atención desmesurada que en sus primeros días les prestaron algunos medios de comunicación, ha llevado al 15M a adoptar diversas formas con el paso del tiempo. Sin embargo, la mayoría de ellas, lejos de estar orientadas a alcanzar los objetivos primigenios de la protesta, parecen buscar ese protagonismo mediático previo a las elecciones del 22 de mayo.
22M ¿Y ahora qué?
Durante la primera semana el movimiento vivió sus días de oro. Fueron jornadas de las grandes propuestas –el consenso de mínimos-, esas que sintonizaban bien con la mayoría de la población. La juventud tomaba la calle y mandaba un mensaje al resto de la sociedad: no estamos narcotizados, estamos hartos de un paro juvenil que supera el 40%, tenemos una formación académica sólida, sabemos organizarnos… en definitiva, no somos unos “ninis”.
Tenían las propuestas, la simpatía de la población, la atención de la opinión pública… Sin embargo, no supieron dar el siguiente paso. Después de las elecciones del 22 de mayo se optó por seguir en la Puerta del Sol, por mantener una situación que dejaba, poco a poco, de oler a novedad.
Así fue como, en pro de la popularidad mediática y la actividad callejera, se perdió una oportunidad de oro. El control del movimiento pasó, en esos días pos-electorales, de los jóvenes formados y responsables, a los profesionales de la revolución, los ocupas y los radicales de izquierdas. Con el cambio de protagonistas se transformaron también las ideas; o, más bien, se hizo patente la primacía de la acción sobre el pensamiento.
Todo eso fue percibido bien pronto por el conjunto de la sociedad, donde el 15M empezó a desangrarse en apoyos. De un 70% de población favorable en la semana del 22 de mayo, se pasó a menos de un 30% a principios de junio. Dos meses después, a comienzos de agosto, la impopularidad del movimiento ha alcanzado su culmen. La sociedad parece estar harta de unos sucesos que, además de resultarles incomprensibles, les dificultan su día a día en la ciudad de Madrid.
Por último, los medios de comunicación, buenos conocedores del capricho de sus usuarios, saben de sobra que el boom en torno a una noticia no suele durar más de una semana. Así fue como se apagaron los focos en Sol; eso fue lo que obligó al 15M a reinventarse.
Objetivos: mantener la atención pública y salir a la calle
La historia del 15M guarda cierta analogía con el personaje de Norma Desmond en Sunset Boulevard de Billy Wilder. El movimiento, centro de la opinión pública durante una semana –del 15 al 22 de mayo-, se resiste a salir de escena.
Una vez probado el licor de la popularidad, el 15M no parece muy dispuesto a asumir un papel secundario. Los objetivos primarios, ese consenso de mínimos que tan bien acogió buena parte de la sociedad, ha pasado a ser una simple excusa para mantenerse en el candelero.
Es cierto que se necesita cierta publicidad para cambiar las cosas. Ahora bien, una vez conseguido ese objetivo -pues lo consiguieron- no han sabido articularlo. El 15M ha preferido seguir tomando la calle –y la opinión pública- en lugar de poner unos cimientos sólidos para llevar a cabo su programa.
Acontecimientos como el acoso a la Asamblea de Cataluña, la manifestación del 19J o los intentos de volver a tomar Sol a comienzos de agosto, han devuelto al 15M la atención de los medios. Sin embargo, cada vez está más claro que nos encontramos ante una indignación sin ideas –o si las tienen las han dejado de lado-, ante un protestar por protestar. En definitiva, tomar la calle por tomar la calle.
Sobre el pacifismo en el 15M
Dos de las banderas del 15M han sido desde sus comienzos su carácter pacífico y tolerante. Sin embargo, a estas alturas, con la cantidad de videos que existen a disposición de los internautas, cabe poner en duda esa afirmación.
Si entendemos por violencia algo físico, el 15M, salvo algún hecho aislado, ha sido un movimiento claramente pacífico. Ahora bien, la violencia en sí misma es algo más amplio. Los insultos y la intimidación también son violencia, y eso se ha producido.
Acorralar a unos parlamentarios, aunque no se use la fuerza física contra ellos, es violencia; ir a la casa de un político a gritar e insultar, es violencia; los “piropos” que reciben los cuerpos de seguridad, son violencia; una masa vociferante cercando edificios públicos, es violencia; el lenguaje que utilizan las páginas oficiales del movimiento y sus ecos en las redes sociales, es violento…
Por tanto, en el 15M se puede hablar de una violencia basada en la intimidación, el insulto y en acciones de presión callejera.
#15M. Breve historia de una protesta novedosa
El 15 de mayo de 2011 miles de personas se manifestaron en las calles de varias ciudades de España reclamando una democracia real. Ese mismo día ese movimiento tomó forma de acampada en la madrileña Puerta del Sol, que pronto se convirtió en el centro de la opinión pública nacional.
Con independencia de la valoración que cada uno quiera hacer sobre el movimiento 15M, no cabe duda de que se trata de una protesta novedosa. Tanto su forma de organización como sus medios de acción son innovadores. Si bien tratan de dar continuidad a las revueltas acaecidas en el norte de África durante los meses de enero y febrero de este mismo año.
La Ley Sinde como punto de encuentro
Las deficiencias del sistema político español y las consecuencias de la crisis económica son, sin lugar a dudas, las causas profundas del 15M. Sin embargo, la causa inmediata de este fenómeno es la protesta contra la Ley Sinde.
El contenido de esta legislación, que afectaba fundamentalmente a la libertad en la red y a la propiedad intelectual, generó un gran descontento entre los usuarios de internet.
Estos, aprovechando las posibilidades que les ofrecían las nuevas tecnologías, supieron trasladar la protesta del ámbito virtual a la calle.
Por esa razón, y aunque no tenga demasiado que ver con las reivindicaciones del 15M, se puede considerar la protesta contra la Ley Sinde como el punto de encuentro de los indignados de internet. Estos, una vez hubieron unido sus fuerzas, salieron al mundo “real”, donde se encontraron con los indignados de la calle.
La convocatoria del 15M y la acampada de Sol
Las plataformas surgidas en internet, entre las que cabe destacar #juventudsinfuturo y #nolesvotes, secundaron la convocatoria de #democraciarealya (DRY) para el domingo 15 de mayo. Se trataba de presionar a la clase política una semana antes de las elecciones municipales y autonómicas.
Lo que poca gente imaginaba, incluidos los promotores de la manifestación, era que aquel acto reivindicativo iba a terminar por convertirse en una acampada.
Durante veintiocho días, incluida la jornada de reflexión y la electoral, los “indignados” ocuparon la madrileña Puerta del Sol, acaparando la atención de la opinión pública.
La ciudad de Madrid fue testigo del inicio del “yes, we camp”, al que pronto se unieron numerosas ciudades de España y de buena parte de Europa. Sin embargo, con el transcurso de los días, empezó a ser evidente que era hora de levantar las acampadas y dar una nueva forma a la protesta.
El final de las acampadas y la manifestación del 19J
El martes 7 de junio la asamblea de Sol decidió que había llegado el momento de abandonar la plaza para impulsar con fuerza las reuniones por barrios. Se trataba, al fin y al cabo, de transformar la estructura de la Indignación, no de acabar con ella.
Prueba de ello era la convocatoria de una gran manifestación en Madrid, y en otros puntos de España, para el 19 de junio. Después de perder algo de su carácter pacífico como consecuencia de los sucesos de Barcelona unos días antes, los “indignados” se lanzaron a la calle tratando de recuperar, con una actitud ejemplar, el prestigio perdido.
Los sucesos de Barcelona y los últimos días de las acampadas habían hecho perder apoyo al movimiento 15M. Sin embargo, no cabe duda de que la manifestación del 19J supuso un balón de oxígeno para los Indignados. La convocatoria, con independencia de las cifras aportadas por organizadores y medios de comunicación afines o contrarios, fue un éxito de imagen.
El futuro del 15M dependerá de cómo se administren las consecuencias del 19J. Lo que está en juego, al fin y al cabo, es recuperar o abandonar definitivamente el apoyo de buena parte de la sociedad.
Profetas de paz, profetas de guerra
Esa fue, en esencia, la postura del laborismo de Rabin y Peres, la que primó en las conferencias de Madrid de 1991 y la Casa Blanca en 1993 (donde, a partir de los principios de Oslo, se creó la Autoridad Palestina). ese fue, sobre todo, el espíritu que Ehud Barak llevó a Camp David y la propuesta que los representantes de ambos bandos estaban a punto de consolidar en las negociaciones de Taba, Egipto, en el año 2001. (En ellas se había pactado la devolución del 96 por ciento de los territorios ocupados.) ¿Por qué fracasaron? En lo sustancial, por obra y gracia de Yasir Arafat. Fue Arafat quien inexplicablemente frustró esa solución política que habría llevado al establecimiento inmediato del Estado palestino. Fue él quien -en otro giro cruel de la dialéctica histórica- provocaría la caída estrepitosa del laborismo y prepararía el ascenso de su enemigo histórico, el torvo general Sharon. Esa decisión de Arafat evitó que lo rebasara su ala radical pero implicó necesariamente la apuesta definitiva por el terrorismo martirológico de su propio pueblo. Ésa es la otra parte de la verdad.
Varios Autores, En defensa de Israel, p. 119 y 120.
#JMJ. Un movimiento social del siglo XXI alternativo
Al día siguiente de escribir mi artículo sobre la financiación de la JMJ, los editores de “Ruta 42” me invitaron a escribir una crónica del evento. Lo cierto es que no me compremetí en un primer momento: respondí con una incógnita. Sin embargo, a mi regreso de Madrid eran tantas las cosas que tenía que decir que no pude resistirme a la tentación de plasmar sobre el papel mis impresiones sobre este encuentro.
Una vez más he insertado esta entrada dentro de las dedicadas a los movimientos sociales del siglo XXI. La razón de está decisión es sencilla: creo que las JMJ, si bien con un carácter distinto a los demás, puede incluirse dentro de este grupo. Precisamente esa diferencia es la que me lleva a darle la denominación de “alternativo”, en la que no pretendo en ningún momento dar a entender una oposición de este con respecto a los demás.
Aunque todo lo que vivimos durante esos días no se puede recoger en apenas dos folios, espero que el artículo sea de vuestro agrado.
JMJ Madrid 2011: una experiencia inolvidable
Sorprende que un octogenario como Joseph Ratzinger haya conseguido reunir en Cuatro Vientos a la mayor multitud en la historia de este país. Aún durante el pontificado de Karol Wojtyla podía argumentarse que se trataba de un hombre con un carisma especial, un gran comunicador. No es mi intención restar virtudes a Benedicto XVI, pero su perfil está muy alejado del típico fenómeno de masas.
Quizás deberíamos empezar a pensar que no son Karol ni Joseph los que mueven a millones de peregrinos, sino que hay algo detrás. De hecho, ni uno ni otro hablan de sí mismos en las JMJ. El protagonista de sus discursos es un tercer hombre: Jesucristo.
Sólo en ese contexto se entiende el acontecimiento que, durante esta última semana, ha tenido lugar en el madrileño parque de El Retiro. Doscientos confesionarios llenos y colas de miles de personas, muchas de ellas ajenas a la JMJ que, en ese ambiente especial, decidieron abrir su corazón al perdón de Dios. Los católicos no somos distintos a los demás ciudadanos; no somos perfectos, pero tenemos la suerte de poder reconocer nuestras culpas, repararlas en la medida de lo posible y empezar de nuevo el camino con más alegría si cabe. El perdón, al fin y al cabo, tiene una fuerza difícil de medir.
Desde mi llegada a la capital en la tarde del viernes fui testigo del cariño con el que los ciudadanos de Madrid han recibido a los peregrinos. La oposición de los primeros días de agosto -provocada por informaciones contradictorias y, en buena medida, malintencionadas- dio paso a una complicidad entre madrileños y jóvenes, fruto de la alegría y el buen humor que suele acompañar a las JMJ. Siempre hay tristes excepciones, pero lo habitual eran los saludos, aplausos, abrazos, ofrecimientos, conversaciones agradables… ¡Gracias, Madrid!
El sábado por la mañana los madrileños volvieron a mostrar su hospitalidad cuando caminábamos desde el metro de Aluche a Cuatro Vientos. Mientras miles de banderas de los cinco continentes avanzaban hermanadas hacia el aeródromo, muchas personas del barrio salían a los balcones a aplaudir y nos tiraban agua para aliviar el intenso calor del mediodía.
Lo agradecían los coreanos y los brasileños, los italianos y los nigerianos, los franceses y, por supuesto, los chinos.
A ellos en concreto quiero dedicar unas palabras, pues pocas cosas me emocionaron tanto como ver a representantes de un país que, durante décadas, ha perseguido a la Iglesia. Cualquier católico que esté medianamente informado sobre lo que han sufrido –y sufren- los cristianos de China, no puede evitar que la emoción le embargue al levantar la mirada y ver una bandera roja de ese país rodeada por cientos de orientales sonriendo.
Poco antes de entrar en el aeródromo nos detuvimos en una oficina de la organización para comprar nuestra acreditación y la mochila del peregrino con todo su contenido. En total, 55 euros y el orgullo de poder decir con conocimiento de causa: “esta mochila la he pagado yo”. Por fin, ya dentro de Cuatro Vientos, fuimos testigos de un espectáculo poco común: serbios y croatas –enemigos hace apenas una década- bailaban juntos al son de canciones tradicionales, palestinos y judíos se tumbaban juntos a descansar mientras compartían suelo y agua, miles de personas llenaban las capillas y no eran pocos los que continúan allí la avalancha de confesiones de El Retiro.
En definitiva, cánticos, lecturas, oraciones, conversaciones… amenizaron nuestra espera. Esta mereció la pena, pues el Benedicto XVI dedicaba esas horas a visitar un centro para personas deficientes. Tras un emocionante discurso de uno de esos muchachos, el Papa pronunciaba unas palabras que se me han quedado grabadas: “Una sociedad que no acepta a los que sufren, no es una sociedad humana; nuestra sociedad necesita de vuestro ejemplo”.
A las 20.00 llegó Benedicto XVI a Cuatro Vientos. Por aquel entonces ya no cabía un alfiler en el aeródromo, lo que provocó que más de 150.000 personas tuvieran que seguir los actos desde fuera del recinto.
Esto no les desanimó, sino que, plantando sus tiendas en una amplia vaguada, se prepararon para acompañarnos a todos a pesar de tan gran contradicción. De entre estas cabe destacar la gran tormenta que nos calló encima durante más de veinte minutos. Respondimos con cantos, aplausos y alegría, demostrando una vez más que esta no depende de las circunstancias, sino que sale de dentro.
Tampoco se libró Benedicto XVI de los efectos de la tormenta. Ante la atónita mirada de Rouco, el viento se llevaba el solideo papal. Sin embargo, este permanecía impasible, mirando el ejemplo de cientos de miles de jóvenes que no se movían de allí. El cardenal arzobispo de Madrid le sugirió volver a la nunciatura, pero la respuesta del Papa fue firme: “Nos quedamos”. Y allí estuvo hasta que paró la tormenta, mirando esa multitud a la que poco después, haciendo uso de cierta dósis de humor, felicitaba por “haber vencido a la tormenta”.
Gracias a una brisa cálida que sopló durante más de una hora, pudimos secar todas nuestras pertenencias y meternos en el saco como si nada hubiera pasado. Sin embargo, no todos aprovecharon la noche para dormir. Muchas personas pasaron horas rezando en las capillas habilitadas para tal fin, y no pocos sacrificaron sus horas de sueño entre tertulias, cánticos y juegos de cartas. Eso si, ningún incidente.
En España solemos relacionar la presencia de grandes grupos de jóvenes con la palabra disturbios. Por eso quizás ha sorprendido que más de millón y medio de jóvenes no generáramos ningún tipo de incidente durante las veinticuatro horas que permanecimos en Cuatro Vientos. La buena educación y la obediencia a los organizadores y fuerzas de seguridad fueron quizás el secreto de ese triunfo.
Los datos del SAMUR están ahí: un millón y medio de jóvenes en el país del botellón y ningún paciente atendido por cuestiones relacionadas con el exceso de alcohol.
A la mañana siguiente, con más ojeras de lo habitual, asistimos a la Misa celebrada por el Papa. Desde el sector D5, en pleno centro de la explanada se podía contemplar a la multitud extenderse por los cuatro puntos cardinales. Sin embargo, lo verdaderamente grande no era el número de asistentes. Si fueron un millón o dos, millón y medio o quinientos mil, carece de importancia. Lo trascendental de esa multitud era su piedad, el silencio que mantuvo durante toda la celebración. Estando allí percibías que los que te rodeaban -ya fueran alemanes, canadienses o libaneses- no estaban simplemente asistiendo a una celebración, sino que estaban rezando intensamente.
A las 12.00 terminó la celebración, y con ella mi participación en la JMJ. Llegaba el momento de partir y dejar atrás una experiencia inolvidable. Todos nos llevábamos de Cuatro Vientos nuestros propósitos de mejora, nuestras sanas inquietudes y un sinfín de imágenes en la retina. Nos íbamos, al fin y al cabo, con la esperanza de estar en la JMJ de Río de Janeiro 2013, aunque mucho tendremos que ahorrar para semejante viaje.
El consenso constitucional IV
En nombre de esta comisión, Reventós solicita entrevista a S. M. el Rey y al presidente del Gobierno para formular la reivindicación del Estatuto de autonomía y, de forma muy insistente, el restablecimiento de la Generalitat. En este nuevo contexto democrático, y ante el dinamismo de los parlamentarios catalanes, en la Moncloa se plantea la cuestión: ¿Qué hacer en Cataluña? ¿Y con quién hacerlo? La primera pregunta tiene una respuesta clara: antes o después habrá de ser restablecida la Generalitat, pero el tema del Estatuto corresponde decidirlo a las Cortes Generales. En cuanto a la segunda, parece claro que el Gobierno hubiera deseado negociar con Carlos Sentís o con Jordi Pujol, pero resultaba evidente, y destaca, la ventaja electoral del PSC-PSOE, e ineludible, por tanto, la adjudicación de un liderazgo a Reventós. En este momento, y ante la alternativa Reventós o Tarradellas, es cuando en la Presidencia del Gobierno comienzan a considerarse con seriedad las posibilidades de retorno del exiliado presidente.
La decisión de iniciar las negociaciones con Tarradellas es tomada, en un gesto más de profunda intuición política, por el presidente Suárez, de acuerdo con el ministro Martín Villa, y por supuesto, con pleno conocimiento y aquiescencia del Rey. En ella ha jugado un papel muy importante Carlos Sentís, número uno de la lista de UCD por Barcelona y amigo personal, de antiguo, de Tarradellas, que vuelca toda su influencia en que el presidente sea invitado a viajar a Madrid.
Salvador Sánchez-Terán, La Transición. Síntesis y claves, p. 194-195.
De Sol a sol. Los siete pecados capitales de la Indignación
Hace más de dos semana que escribí mis dos primeras reflexiones sobre el movimiento del 15M. En ese corto periodo de tiempo han pasado muchas cosas, si bien algunas de ellas venían anunciadas ya en “#15M. El ocaso de la Indignación”. Por esa razón, he creído conveniente escribir este tercer artículo. En él, una vez más, busco denunciar los excesos de Sol, pero también el valor –presente y futuro- de este movimiento.
Pienso que el 15M tiene elementos muy interesantes, y no sólo para el análisis, sino para la praxis política y ciudadana.
Tal como indiqué en “#15M. Los movimientos sociales del siglo XXI”, es un error de bulto pretender ignorar lo que ha sucedido y sigue sucediendo. Ahora bien, la acampada de Sol ha perdido algunos de sus elementos primigenios y, sobre todo, ha perdido buena parte de la popularidad que tenía en los días previos a las elecciones del 22 de mayo.
En los comentarios a los artículos anteriores me han dado la enhorabuena abundantes lectores. Se lo agradezco profundamente. No obstante, y como es lógico en cualquier escrito de opinión, he sido criticado por los enemigos acérrimos del 15M y por los defensores a ultranza del movimiento. No espero nada distinto en este caso, y tampoco voy a cambiar de política en lo que se refiere a libertad de expresión: todo comentario no ofensivo será publicado, entre otras cosas porque es lícito discrepar y bueno debatir.
De la esperanza a la constitución de un movimiento radical
Hace apenas un mes que comenzó a tomar forma el movimiento 15M. Un corto periodo de tiempo en el que, sin embargo, todo ha transcurrido muy deprisa. A ese ritmo desenfrenado que tan difícil nos lo pone a los que tratamos de seguir día a día los acontecimientos y reflexionar sobre la cuestión, hemos de añadir el enorme dinamismo de la protesta que, en constante metamorfosis, invade nuevos ámbitos de la vida política, informativa y social.
En los primeros días, el 15M aparecía ante la mayor parte de los españoles como un movimiento renovador, como una ráfaga de aire fresco que venía a poner solución a algunas deficiencias de nuestro sistema político.
Los promotores de esta plataforma supieron tocar algunas cuestiones claves en las que existía –y existe- un consenso generalizado. Con esta postura, que algunos denominamos moderada, se ganaron el apoyo de la mayoría. La idea romántica de una juventud responsable y trabajadora que, con el apoyo de sus mayores, toma la calle y exige un cambio a unos dirigentes supuestamente corrompidos y apoltronados en sus sillones, atraía a la ciudadanía.
Un mes después las cosas han cambiado. Ahora es la mayoría del pueblo español la que no soporta por más tiempo al 15M; un movimiento que, tomando una deriva radical, se aleja cada día más de ese consenso mayoritario. La protesta, aunque afirma seguir siendo la voz del pueblo, hace tiempo que ha dejado de representarlo. Actualmente es tan sólo un grupo más, con ideas muy respetables, pero ya no nos representa a todos.
Algunos verán esta metamorfosis del 15M como algo positivo, pues ha logrado dar cierta concreción y cohesión a un movimiento excesivamente abierto en los primeros días. No obstante, buena parte de la población piensa que se ha perdido una oportunidad irrepetible de reformar el sistema.
Los siete pecados capitales del 15M
Desde el 15 de mayo hasta el 15 de junio el movimiento de protesta ha seguido en su metamorfosis una única dirección: la que va de la moderación y el consenso a la radicalidad y la ilegalidad como modo de acción. Esta transformación se ha producido día a día, de tal modo que, en la actualidad, cabe distinguir siete causas que explican por qué el 15M ha perdido el apoyo de la mayor parte de la ciudadanía.
El primer pecado de los Indignados fue convertir en foros de debate político unas comisiones que tenía, en principio, la función de organizar la logística de la acampada.
Se pasó así de una protesta que exigía a los dirigentes la reforma del sistema, a una serie de mini-asambleas legislativas que se autoconstituían como voz del pueblo negando, por tanto, el carácter representativo de la clase política.
A partir de ahí, fruto de las discusiones propias de todo debat, se fueron añadiendo a las propuestas iniciales otras que abandonaban senda de la moderación y del consenso. La Puerta del Sol, donde los radicales iban ganando voz día a día, se fue alejando de las exigencias del conjunto de la sociedad para convertirse en altavoz de una serie de grupos antisistema.
Antes incluso de las elecciones del 22 de mayo había tomado forma ya la ciudad de las asambleas; un espacio supuestamente abierto donde, emulando al ágora griega, cada uno podía expresar libremente su opinión. La teoría suena muy bien, pero ¿era así realmente? Lo cierto es que no. Los radicales pusieron en práctica la vieja táctica que tan bien les funciona, por ejemplo, en las asambleas universitarias. En las reuniones se hablaba y se dejaba hablar, incluso se votaba sobre algunas cuestiones. Sin embargo, buena parte de las decisiones importantes se tomaban cuando los moderados se habían ido ya para casa.
Ese es, sin duda, el segundo pecado capital del 15M: la táctica asamblearia de los radicales y la desidia por parte de los moderados.
Cuando todas esas personas que, por responsabilidades familiares o laborales, tenían que marcharse de las largas discusiones del ágora, los “irresponsables” –entiendase por tales los que no tienen hijos ni trabajo- tomaban el control de la situación y decidían. De esta forma, poco a poco, los moderados se sintieron cada vez más alejados del movimiento, por lo que dejaron de acudir al ágora. Esta se convirtió de manera definitiva en un foro dominado por los radicales.
Llegados a este punto, más de uno podría tachar a los moderados de poco comprometidos con la protesta; y, en cierto modo, no le faltaría razón. Sin embargo, para aquellos que trabajan de sol a sol, para los que tienen niños pequeños, familia u otro tipo de responsabilidades, no resulta fácil competir con los revolucionarios profesionales.
Llegamos, al fin, al tercero de los errores del 15M: prolongar las acampadas más días de los necesarios.
El jueves 19 de mayo el efecto-acampada ya había logrado sus objetivos. La opinión pública estaba centrada en la Puerta del Sol, esperando que de allí saliera algo concreto. Pero lo cierto es que no salió nada salvo el deseo de continuar en las tiendas.
El “yes we camp” que esgrimían en sus primeros días los Indignados se convirtió, con el paso del tiempo, en un reclamo para personajes de los más diversos pelajes. Pronto Sol se llenó, ya no de indignados, sino de ocupas, antisistema y profesionales de la protesta. Por tanto, no es que los moderados no estuvieran comprometidos con el 15M.
Lo que sucedió es que llevaron la plataforma a un campo donde los radicales tenían todas las de ganar. Una acampada más corta -de algo menos de una semana, por ejemplo- que hubiera sido capaz de presentar a la ciudadanía y a las Cortes un programa de mínimos, hubiera dado el protagonismo a los moderados.
El cuarto pecado capital del 15M fue no respetar la jornada de reflexión. Dentro de la deriva radical que ha tomado el movimiento, la ruptura con la legalidad juega un papel clave.
Pues bien, la primera acción ilegal de gran calado fue desobedecer a la Junta Electoral y permanecer en la plaza durante el sábado 21 de mayo. Quizás en ese momento muchos moderados no se dieran cuenta –yo si lo hice, y mis compañeros de desayuno de ese mismo día son testigos de ello-, pero se había abierto de la veda de la desobediencia como sistema. Se abandonaron los cauces legales de participación ciudadana y se extendió entre los Indignados el gusto por las acciones ilegales. El origen de todo eso fue, sin duda, la decisión de mantenerse en la Puerta del Sol durante la jornada de reflexión.
Las acciones ilegales, consecuencia de ese cuarto pecado, constituyen lo que he querido denominar como el quinto error del 15M. El más representativo de todos ellos es, sin lugar a dudas, el acoso al Congreso de los Diputados.
Imágenes de personas insultando a políticos que, en la mayoría de los casos, no son corruptos, hicieron que muchos españoles se indignaran precisamente contra los Indignados. Es más, lo ciudadanos han acabado por hartarse de ese movimiento que se creía legitimado para saltarse las leyes.
Sin lugar a dudas, lo que más molestó a la opinión pública fue que el 15M no respetara el mayor símbolo de la representación ciudadana: el Parlamento. Puede que los españoles no estemos del todo de acuerdo con algunas cosas de nuestro sistema político, y puede que critiquemos, con razón, a muchos de nuestros representantes. Ahora bien, no respetar la institución legislativa es no respetar al pueblo que la ha elegido. En definitiva, aquellas reuniones y protestas frente al Congreso no sólo atacaban a los políticos, sino al pueblo que pretendía, a mediados de mayo, representar el 15M.
Para encontrar el sexto pecado capital hemos de retroceder un poco en el tiempo; en concreto, hasta la noche electoral.
El día 22 de mayo los resultados de las elecciones autonómicas y municipales arrojaban un grado de participación algo inferior al de anteriores comicios, pero muy alejado del vuelco que esperaban los promotores del 15M. Ese día Sol inició un proceso de desconexión con la realidad, de enfado con una ciudadanía a la que denominaron “narcotizada”. Se encerraron en sí mismos y convirtieron su causa en algo más cercano al orgullo personal que al deseo de mejorar el sistema. Los Indignados juraron odio eterno a los políticos esa noche, a las mujeres y hombres que les habían ganado la partida del 22 de mayo.
Las consecuencias de la jornada electoral son más que evidentes: el movimiento se radicalizó, reforzó su voluntad de seguir en Sol, cogió de manera definitiva gusto por las acciones ilegales, criminalizó a la clase política, despreció a una ciudadanía que no había sabido entenderles… En definitiva, ese día se profundizó en algunos de los otros pecados capitales y se sentaron las bases para otros. Una vez más, en la base de todo estaba el error.
La equivocación de pensar que el 15M debía tener unas repercusiones inmediatas, que los españoles iban a entenderles en el plazo de una semana y, por tanto, cambiar su voto de toda la vida para apoyarles a ellos. En lugar de plantearse unos resultados a largo plazo, se centraron en obtener un buen resultado en unas elecciones donde poco podían conseguir. La decepción era, en un planteamiento cortoplacista, lo más probable; y fue lo que a la postre sucedió. Llegó la tristeza de haber perdido, y con ella un rencor que todavía exhiben cuando insultan a los políticos por las calles de las principales ciudades de España.
El último pecado capital del 15M ha sido la criminalización de la clase política y de los empresarios y banqueros.
En lugar de centrarse en determinadas acciones de fraude y corrupción tomaron el todo por la parte, simplificando la realidad hasta alcanzar cotas de auténtica puerilidad. El mismo error que cometieron los inmovilistas al denominar el 15M como un movimiento de vagos y “perroflautas”, lo cometieron estos al criminalizar a todos los políticos.
La verdadera voz del pueblo
Sin embargo, la simplificación y las descalificaciones no terminaron ahí. Quizás porque se sentían acorralados, puede que incomprendidos o, tal vez, dueños de la verdad suprema, muchos Indignados comenzaron a mostrar altas cotas de intolerancia con los ciudadanos que no pensaban como ellos. Se inició, en cierto modo, una persecución contra los reformistas moderados que se mostraban molestos con la deriva radical de la plataforma.
Se acusaba a los moderados de criticar el 15M desde su sillón, de no estar en las asambleas y de ser infiltrados dentro del movimiento. Sin embargo, son precisamente ellos los que, trabajando de sol a sol, hacen posible que este país siga funcionando. Esos a los que se acusa de estar en su sillón son los que se levantan todos los días cuando las calles están todavía cubiertas de oscuridad; son los que trabajan ocho horas para mantener a su familia.
Aquellos a los que se acusa de estar en un sillón mientras el “pueblo” lucha, son los que, al llegar a casa después de una larga jornada laboral, tienen que cambiar pañales, dar de cenar a los niños y convencerles de que se metan en la cama.
Si eso es ser un infiltrado, un traidor o un comodón, yo lo soy. No dudo que haya personas así dentro del 15M. Ahora bien, lo que abunda en ese movimiento hoy por hoy son personas que no tienen más resposabilidad que lanzarse a la protesta o permanecer en una tienda de campaña. Cada uno es libre de hacer lo que quiera, por supuesto, pero no es de recibo faltar al respeto a gente que no está de acuerdo con unas determinadas ideas; y mucho menos mentir diciendo que están en el sillón mientras otros luchan por sus supuestos derechos.
El gran pecado del 15M, el que encierra en sí mismo, a todos los demás es la falta de respeto hacia parte de ese pueblo al que se pretendía representar. Eso es lo que ha llevado a los Indignados a perder el apoyo de la ciudadanía: han pasado de ser la voz del pueblo a ser la de un grupo muy concreto. Desde mi punto de vista, el único futuro que, hoy por hoy, tiene el 15M es representar a una minoría.
Transformaciones económicas y cambios sociales la España del siglo XIX
Introducción
Durante el siglo XIX España experimentó una serie de transformaciones políticas, económicas y sociales. De entre ellas cabe destacar, por su importancia, las siguientes:
- Introducción de nuevas técnicas y modos de producción agrícola.
- Aparición de una industria moderna, basada en la maquinaria y la fábrica.
- Sustitución de la monarquía absoluta por una de tipo parlamentaria y constitucional.
- Desaparición de la Inquisición y de los derechos señoriales.
- Sustitución de la vieja sociedad feudal por una sociedad de clases.
Ese conjunto de cambios siguieron las pautas de los experimentados por otros países de Europa occidental. Se trataba, pues, de un proceso de modernización que hundía sus raíces en la revolución liberal y la industrialización. Ahora bien, España no alcanzó el mismo grado de desarrollo que los países de su entorno.
La agricultura, y no la industria, continuó siendo la principal actividad económica. La modernización tampoco alcanzó su plenitud en el ámbito político, donde el régimen parlamentario no terminó de afianzarse, tanto como consecuencia de los sucesivos pronunciamientos y golpes de Estado como por la manipulación de los resultados electorales a través de prácticas como el caciquismo, el encasillado o el pucherazo.
En cierto modo puede hablase de un atraso o fracaso del proceso de modernización e industrialización, pues esta no se inició hasta bien entrada la década de 1830.
Ahora bien, partiendo de unos niveles de desarrollo inferiores a los de los países de su entorno -fruto de atraso al que nos hemos referido-, la industria española experimentó un importante avance a finales de siglo. Dentro de este fenómeno cabe destacar la industria siderúrgica vasca, las fábricas textiles catalanas y la explotación minera asturiana y andaluza. Además, gracias a la inversión extranjera, el país pudo contar con una moderna red de ferrocarril y carreteras.
El proceso de modernización experimentado por el país afectó también a la demografía. A pesar de los sucesivos conflictos bélicos, se produjo un aumento constante de la población. Este fenómeno fue especialmente llamativo en las ciudades, que se convirtieron en el destino de las personas que emigraban desde el medio rural.
De esta forma, muchas urbes superaron los límites de sus antiguas murallas, al tiempo que iniciaban los planes urbanísticos de “ensanche”. Ahora bien, junto a la ciudad burguesa, de estructura ortogonal y cómodas avenidas, surgieron los insalubres y marginales barrios obreros en el entorno de las fábricas.
Por último, hemos de mencionar la evolución de la estructura social que, como comentamos anteriormente, abandonó el criterio estamental. El grupo social, la clase, pasó a ser el criterio de diferenciación. De esta manera, como en el resto de los países industrializados, surgió en España el proletariado o clase obrera, formada por los trabajadores de las fábricas.
Poco a poco esto fueron agrupándose y organizándose en sindicatos con el fin de mejorar sus condiciones de vida y defender sus derechos.
Aspectos que condicionaron el desarrollo económico
Geográficos. Desde este punto de vista España presentaba como ventajas una óptima localización para el comercio exterior y una gran riqueza del subsuelo; sin embargo, las dificultades orográficas complicaban el desarrollo del comercio interior y el suelo agrícola era pobre y árido.
Demográficos. A pesar del crecimiento constante de la población, el ritmo fue menor que en Europa. La distribución por regiones fue muy desigual. Además predominaba la población activa agrícola, a pesar de que se produjo un importante crecimiento de la población urbana.
Sociales. La nobleza se aburguesó, ya que la base económica continuó siendo la tierra. Por su parte la burguesía optó también por invertir en latifundios en detrimento de la industria. En el campo se produce un incremento notable de asalariados que polariza la sociedad.
Infraestructuras. La descapitalización y el endeudamiento del Estado será una constante, así como los elevados costes de los transportes y la producción energética.
La propiedad. La mayor parte de la tierra cultivable estaba inmovilizada a comienzos del siglo XIX.
Los procesos de desamortización
A comienzos del siglo XIX, la propiedad de la tierra en España presentaba una estructura heredada de la Edad Media que tenía como rasgo fundamental la gran desigualdad entre los distintos grupos sociales.
Entre los grandes propietarios se encontraban la Corona, la Iglesia (manos muertas), los nobles (mayorazgos) y los municipios o concejos. Durante el Antiguo Régimen los terrenos de los estamentos privilegiados estaban exentos de pagar impuestos y mal explotados. Por lo tanto, no es de extrañar que desde finales del siglo XVIII se viera en la desamortización -incautación por el Estado de bienes de la Iglesia, de la Corona y de los municipios que eran nacionalizados y después se vendían en pública subasta- una vía para aumentar los ingresos de la Hacienda, primero por la venta de los terrenos y después a través de los impuestos.
Además en el siglo XIX hay un grupo social que quiere maximizar esa riqueza y desea apoderarse de esas tierras: la burguesía liberal. De ahí que con el triunfo de los liberales triunfen las desamortizaciones.
Las primeras actuaciones desamortizadoras se remontan a finales del siglo XVIII, y más en concreto a la política llevada a cabo por Manuel Godoy entre 1798 y 1808. Estas afectaron fundamentalmente a la Iglesia y tenían como principal objetivo recaudar dinero para hacer frente al endeudamiento de la Hacienda. Sin embargo, durante el reinado de Fernando VII se detuvo la desamortización de bienes eclesiásticos y se inició un segundo proceso centrado en los bienes de particulares.
Las desamortizaciones de la primera mitad del siglo XIX estuvieron acompañadas de una serie de medidas encaminadas a suprimir los privilegios del Antiguo Régimen: vinculaciones, régimen señorial, diezmos….
La primera fue la que afectó a los bienes de la Iglesia y la llevó a cabo el liberal progresista Mendizábal en 1836. No en vano, las desamortizaciones eclesiásticas sirvieron para debilitar a la Iglesia, que apoyaba la causa carlista. La segunda y más importante fue la que afectó fundamentalmente a las tierras comunes de los Ayuntamientos. Esta tuvo como protagonista al ministro progresista Pascual Madoz, y tuvo lugar en 1855.
Ambas podrían haber creado una nueva clase de pequeños propietarios agrícolas, pero no fue así. Las tierras nacionalizadas fueron vendidas en pública subasta, pagándose con deuda pública la de Mendizábal, y con dinero la de Madoz.
Esas tierras desamortizadas pasaron en su mayor parte a la antigua nobleza, que se vio compensada por la pérdida de sus prebendas jurisdiccionales al ser indemnizada con títulos de la deuda. También se vio favorecida la alta burguesía, que había apoyado a los liberales en la guerra carlista, y en menor medida, los medianos propietarios. Muchas de las tierras desamortizadas quedaron en manos de los hasta entonces insignificantes gobernantes locales que pasaron a convertirse en auténticos caciques.
Desde el punto de vista agrario, no se contribuyó a la racionalización del tamaño de la propiedad, es más se contribuyó a reforzar el latifundio y el minifundio en zonas donde anteriormente existían. No se modernizó la agricultura, ni se invirtió en nueva tecnología. La agricultura siguió siendo tradicional y explotada por jornaleros sin tierra.
Una de las principales consecuencias sociales de las desamortizaciones fue que los campesinos sin tierra vieron empeorada su situación. Quedaron a merced de la explotación de los terratenientes y sin posibilidad de emigrar a las ciudades por no producirse un desarrollo industrial paralelo. Todo ello generó el caldo de cultivo revolucionario donde harían su agosto las ideologías anarquistas.
En resumen, el proceso de desamortización de la tierra fue un proceso largo, que duró aproximadamente cien años, (casi hasta finales del siglo XIX), y supuso la abolición de las instituciones jurídicas que sostenían el Antiguo Régimen, un gran trasvase de la propiedad y la consolidación de una estructura agraria (agricultura tradicional) vigente hasta el siglo XX.
Industrialización y modernización de las infraestructuras.
Para una buena parte de los países europeos, el siglo XIX resultó una época de profundos cambios económicos concentrados en la industrialización. Por el contrario, a finales del siglo XIX, la economía española seguía teniendo rasgos de atraso económico evidente:
- Una agricultura arcaica y con bajos rendimientos se mantenía en el centro de la vida económica.
- El mercado interior era incapaz de absorber la propia producción industrial.
- La falta de una red de transportes y comunicaciones eficaz que hubiera facilitado y abaratado los intercambios.
La consecuencia de todo ello fue que, mientras los granos de Castilla se pudrían en los graneros, Cataluña o Valencia debían importarlos del extranjero. Mientras Asturias no encontraba compradores para su hulla, los campesinos castellanos debían quemar la paja en sus hogares, tan necesaria como era para el abonado del campo. Es decir, se fomentaba el estancamiento energético por un lado y el inmovilismo agrario por otro y, al mismo tiempo, se establecía una balanza comercial desfavorable con el extranjero.
En realidad todo remitía a un mismo problema: la inadaptación del sistema político y social a las nuevas realidades económicas, planeadas tras las pérdidas de las colonias americanas.
No obstante, a lo largo de la centuria hubo importantes intentos de avance económico que comportaron el nacimiento de significativos focos industriales. Dos fueron las zonas pioneras: Cataluña y País Vasco. Y dos también las industrias más importantes: la textil y la siderurgia. Junto a ellas la minería conoció un auge digno de reseñar.
La revolución industrial española fue más tardía y menos potente que la del resto de Europa occidental. Las causas hay que buscarlas en la inestabilidad política, las destrucciones de la guerra de la Independencia y de las guerras carlistas, y en la inexistencia de una burguesía moderna y abundante que prefirió invertir en la compra de tierras (desamortizaciones) antes que en la industria.
España, desde los fenicios, ha sido tierra de exportación de su riqueza minera (cobre, estaño, oro, hierro, mercurio…). Durante el siglo XIX, y sobre todo a partir de 1868 (Ley de Minas, desamortización del subsuelo), van a ser los capitales extranjeros (principalmente británicos) los que van a venir a explotar la minería y montar las primeras fundiciones para ese mineral. Los capitales extranjeros se sintieron especialmente atraídos por las zonas mineras de Huelva, Cartagena y Vizcaya.
Los capitales acumulados por la exportación de mineral de hierro vasco y la baratura del carbón británico serán el origen de la gran siderurgia vasca (Altos Hornos de Vizcaya, 1902).
El inicio de la explotación del carbón asturiano va a crear una industria siderúrgica moderna, que en el caso de Vizcaya, va a ayudar a la instalación en sus costas de los más potentes astilleros del país (Euskalduna).
Por otra parte en Cataluña van a aparecer una serie de empresarios textiles que van a modernizar el proceso productivo textil y van a crear modernas empresas en este sector. Todos estos procesos productivos estaban favorecidos por una política de proteccionismo económico.
La industria se centrará en estos dos focos principalmente. En determinados núcleos urbanos surgirán pequeñas industrias de carácter local y ligadas a los bienes de consumo y a la reparación de maquinaria. Serán pequeños oasis industriales en una sociedad agraria.
Desde mediados del siglo XIX la atormentada geografía hispana mejoró un poco su sistema de comunicaciones.
Se mejoraron algo las “carreteras” (nada que ver con las actuales) y se construyeron más de 40.000 km. Pero mucho más importante fue el nacimiento del ferrocarril que posibilitó la creación de un mercado nacional mucho más especializado e intercomunicado. Se pueden distinguir dos periodos: antes y después de la Ley de Ferrocarriles de 1855.
Antes de 1855 se diseñó una red radial con un ancho diferente al europeo. Se constituyeron numerosas compañías ferroviarias que respondían a un movimiento especulador. Se construyeron muy pocos kilómetros y la mayoría respondían a los intereses de las oligarquías rurales. Los primeros trayectos fueron Barcelona-Mataró en 1848, Madrid-Aranjuez en 1851 y Gijón-Langreo 1855.
La Ley General de Ferrocarriles de 1855 permitió a compañías extranjeras la construcción y explotación de los ferrocarriles originó una oleada constructora. Todas las grandes líneas fueron financiadas por capitales extranjeros (belgas y franceses principalmente) que tuvieron grandes ventajas económicas. Bilbao-Tudela por Miranda en 1857, Madrid-Irún, en 1874, Madrid-Zaragoza-Alicante-Barcelona, etc.
Crecimiento demográfico y cambio social
A lo largo del siglo XIX, la población española creció considerablemente, pasó de diez a veinte millones de habitantes, aunque lo hizo a un ritmo más lento que los países más industrializados de Europa occidental, ya que se mantuvieron arcaísmos demográficos (hambrunas hasta 1882, epidemias, elevada mortandad infantil).
Este crecimiento fue desigual por regiones, fue mayor en el norte que en el sur, y en las zonas periféricas que en el interior, a excepción de Madrid.
El aumento de población en las ciudades hizo necesario romper sus antiguas murallas. Se proyectaron ensanches urbanos como los realizados por Arturo Soria en Madrid o Ildefonso Cerdá en Barcelona. No obstante, la mayor parte de la población siguió siendo agraria.
La sociedad también se transformó y los estamentos propios del Antiguo Régimen dieron paso a la moderna división de clases propia de una sociedad capitalista.
La nobleza, que había perdido sus antiguos derechos señoriales pero que había acrecentado su poder económico gracias a la desamortización, se integró en los grupos dirigentes de la sociedad burguesa.
La Iglesia perdió gran parte de su poder económico al disolverse algunas órdenes religiosas y perder sus bienes con las desamortizaciones. Perdió también influencia social entre la nueva clase proletaria y entre sectores intelectuales.
Las clases burguesas adquirían el papel de nuevas clases dirigentes con la nueva estructura social que se fue configurando a lo largo del siglo XIX. Si a principios de siglo adoptó posturas políticas que tendía a acabar con los antiguos privilegios de la Iglesia y la nobleza, desde mediados de siglo se produjo un desplazamiento hacia posiciones cada vez más conservadoras.
La alta burguesía enriquecida en parte por la desamortización perdió toda iniciativa empresarial y tendió hacia modos de vida rentista buscando el ennoblecimiento y la equiparación social con la antigua aristocracia.
Las llamadas clases medias fueron un sector poco numeroso constituido por pequeños comerciantes, empresarios industriales, abogados, médicos, etc., que ocuparon la cúspide social de las ciudades.
La pequeña burguesía, tenderos, artesanos, funcionariado, etc., constituyeron grupos en los que se apoyaban las alternativas políticas liberal-progresistas. Imitaban las foras de vida de la alta burguesía, aunque de forma más modesta.
La mayor parte de la población (clases populares) estaba constituida, en primer lugar, por el campesinado, y, en las zonas industrializadas, por los obreros industriales.
Los campesinos, en gran parte jornaleros, continuaron ocupando el estrato más bajo de la escala social. Sus condiciones de vida eran miserables, lo que provocó numerosas revueltas en el campo (creación de la Guardia Civil en 1844 para mantener el orden de las zonas rurales).
El número de obreros industriales creció enormemente a partir de 1840, sobre todo en Cataluña. Antiguos campesinos y artesanos emigraron a las ciudades (éxodo rural) en busca de mejores condiciones de vida y salarios más altos. Sin embargo, las condiciones de trabajo en las fábricas y de vida en sus míseras viviendas son tan terribles que poco a poco van tomando conciencia de su injusta situación y se van agrupando en asociaciones que defiendan sus derechos: sindicatos (los primeros sindicatos ilegales surgen en Cataluña y participarán a partir de 1842) y en mutuas obreras. Los gobiernos moderados los perseguirán.
Había también un sector de la población marginado: mendigos que iban de una ciudad a otra (cerca de 100000 pobres).
En este contexto surge el movimiento obrero español. Durante el siglo XIX y gracias a la libertad de asociación surgirán en Gran Bretaña y Francia sindicatos (Trade Unions británicas) y diferentes movimientos socialistas (cartismo, socialismos utópicos, socialismos marxistas y anarquistas). Todos ellos pedían una transformación del sistema capitalista y una mejora en la situación de la clase obrera.
Entre esos movimientos, los que más trascendencia han tenido son el marxismo y el anarquismo, que se desarrollaron en la segunda mitad del siglo XIX.
El marxismo (Karl Marx) era un socialismo revolucionario. Su ideología partía de que la clase burguesa estaba explotando a la clase obrera (proletariado) mediante la apropiación de la plusvalía del trabajo. Los obreros deberían tomar conciencia de dicha explotación, organizarse en partidos y sindicatos de clase y, cuando el sistema capitalista entrara en crisis, conquistar el poder y establecer una dictadura del proletariado como paso previo a un Estado que controlara los medios de producción y regulara las condiciones laborales.
El anarquismo partía de la base de que el Estado era el sostén de la clase burguesa y de que había que destruirlo para alcanzar la libertad. Deberían desaparecer el Estado, la Iglesia, la “familia burguesa” y la propiedad privada. El individuo libre y responsable se organizaría en comunas autogestionarias. Dentro del anarquismo surgieron dos corrientes distintas: una pacifista que se basaba en los sindicatos asamblearios y en la expansión de sus ideas, y otra partidaria del terrorismo. La península estuvo al margen de estos movimientos.
En 1864 todas las corrientes socialistas crearon la Asociación Internacional de Trabajadores o I Internacional que reunida en Londres en 1864, donde se enfrentaron los presupuestos marxistas y anarquistas. En la fundación de la Internacional participaron algunos españoles a título individual. Cuando en España se produce la revolución de 1868 comienzan a llegar periódicos y propagandistas de la Internacional.
Paul Lafargue, yerno de Marx, extendió los planteamientos marxistas que calaron en Madrid, País Vasco y Asturias. La figura más importante del marxismo español fue Pablo Iglesias que fundará el P.S.O.E. en 1879 y la U.G.T. en 1888. Pedían la intervención del Estado y la nacionalización de los sectores económicos más importantes.
Giuseppe Fannelli extendió los planteamientos anarquistas por Cataluña, Levante y entre los jornaleros agrarios del centro y del sur; no quieren un Estado que controle todo, ya que entienden que es una atadura para la libertad total, esa corriente no es un partido político ya que están en contra de ellos, pero sí un sindicato. Surgirán multitud de pequeños sindicatos y revistas sin conexión entre ellas. Tras la Semana Trágica formarán el sindicato de la C.N.T. en 1910.
La mayor parte de la población, por su falta de formación y por la dispersión geográfica, no participó en la lucha política. La existencia del voto censitario (sólo podían votar los que tuvieran un determinado nivel de renta) les alejó de la participación política durante el reinado de Isabel II. Durante el Sexenio Revolucionario comienza la participación en política.
La falta de instrucción y de preparación hicieron que la mayor parte de la población estuviese más cercana al “mesianismo anarquista” que a la formación de partidos y sindicatos. Las duras condiciones de vida, la perdida de las tierras comunales y las hambrunas hicieron que las clases más pobres fuesen partidarias y promoviesen levantamientos y algaradas.
La participación de las masas en el movimiento cantonal fue el germen de la posterior movilización popular a finales del siglo XIX.
La dictadura franquista (1939-1975)
1. Introducción.
La historia política de España durante el periodo 1939-1975 presenta una característica constante: la dictadura personal del general Francisco Franco. Si analizamos el poder que se le otorgaba, comprobaremos que este poseía el alto mando supremo del Ejército y los dos poderes políticos básicos: legislativo y ejecutivo. De esta forma, Franco podía hacer las leyes, aprobarlas, promulgarlas y, al mismo tiempo, controlar su aplicación.
A lo largo del periodo 1939-1975, Franco gobernó el país de acuerdo con sus peculiares ideas políticas:
– En primer lugar, tenía una obsesión propia de su formación militar: el mantenimiento del orden público.
– A esto habría que añadir un nacionalismo español exacerbado , del cual derivaba una concepción absolutamente unitaria y centralista del Estado español.
– Creía, además, en un catolicismo tradicional muy arraigado, en el cual debía basarse todo el sistema de valores de la sociedad española.
– Finalmente, hemos de destacar su militancia anticomunista, que serviría, a su vez, de motivación para el alzamiento de 1936.
En un periodo que duró casi cuarenta años, el país experimentó importantes cambios en todos los aspectos: político, cultural, social y económico. Analizando estos cambios, podemos dividir la época franquista en varias etapas:
– Etapa “azul” o fascista (1939-1943).
– Etapa de transición: del inmovilismo a las grandes transformaciones (1944-1957).
– Etapa de gran desarrollo económico y social (1958-1970).
– Etapa de crisis política del régimen (1971-1975).
2. La evolución interna del régimen.
Etapa “azul” o fascista (1939-1943).
La fuerza política dominante durante el primer periodo fue la Falange, que tenía muchas similitudes con los otros partidos fascistas europeos. El 19 de abril de 1937, Franco había decretado la unificación en un solo partido de falangistas y requetés, formando FET y de las JONS. La nueva fuerza política tenía que convertirse en algo parecido al partido único típico de los regímenes fascistas.
El nuevo partido proporcionó la ideología básica del régimen franquista y una parte importante de su personal político en el periodo 1939-1943. Con todo, hay que advertir que la nueva Falange perdió su autonomía política. Así, al finalizar la Guerra Civil, Franco controlaba FET de las JONS, prueba de ello es que situase al frente a su cuñado, Ramón Serrano Suñer.
Las ideas de Falange se convirtieron en la base de la ideología política que el régimen franquista difundió por toda España en el periodo 1939-1943. Dos documentos resumen la ideología franquista en esta etapa: los 27 Puntos de Falange, elaborado en 1934 como programa del partido, y el Fuero del Trabajo, de 1938.
Además, se hacía uso frecuente de las manifestaciones y los signos externos típicos de todos los regímenes fascistas: concentraciones de masas, uniformes, gestos, eslóganes… A partir de 1943, toda esa liturgia fascista se fue evaporando a medida que los aliados empezaron a perfilarse como vencedores de la II Guerra Mundial.
El nuevo Estado español creado por Franco era rígidamente unitario y centralizado. Desparecieron los Estatutos de Autonomía aprobados por la República, y cualquier decisión política tenía que salir del Consejo de Ministros, presidido por el propio Franco.
Al terminar la guerra se extendió por todo el país el sistema de represión instaurado durante la contienda en la zona ocupada por los sublevados. Los tribunales militares continuaron juzgando y condenando a los acusados de toda clase de delitos políticos. La legislación que se aplicaba en esos caso era la Ley de Responsabilidades Políticas de 1939.
Los tribunales militares dictaban sentencias que acarreaban a los condenados penas de cárcel o condenas a muerte. El número de ejecuciones realizadas en todo el territorio español en la posguerra no ha sido evaluado con exactitud, pero los historiadores las sitúan entre las 30.000 y las 50.000.
En lo que se refiere a las penas de cárcel, se considera que en abril de 1939 ya eran 100.000 las personas encarceladas. Esta cifra ascendía a 270.000 a finales de ese año.
En el periodo 1939-1943, la política social del régimen franquista fue dirigida por los falangistas, que aspiraban a aplicar sus teorías nacionalsindicalistas.
Al terminar la Guerra Civil, el Gobierno tuvo que emprender inmediatamente la reconstrucción económica del país. La situación era muy difícil, ya que los niveles de producción de 1939 eran muy inferiores a los de 1935.
El Gobierno de Franco programó una política económica autárquica basada en un rígido control de la actividad económica por parte del Estado y en la reducción radical de los intercambios económicos.
En el periodo 1939-1946, los resultados de esta política económica fueron absolutamente negativos. Pronto se pudo comprobar que la idea en que se basaba el sistema era solamente un eslogan propagandístico muy alejado de la triste realidad. Ni la producción industrial ni la agraria lograron alcanzar los niveles de producción de 1935 hasta los años 50.
Los falangistas se limitaron a regular, a su manera, las relaciones entre los empresarios y los trabajadores. En primer lugar, se suprimieron los sindicatos obreros y el Gobierno creó unos sindicatos verticales de los que formaban parte tanto empresarios como trabajadores. Todos estos nuevos sindicatos constituían la Central Nacional Sindicalista (CNS), controlada rígidamente por el Gobierno a través del ministros Delegado de Sindicatos.
En esta etapa, el Gobierno fijaba, por decreto, el valor de los salarios en cada rama de la producción. Además, los trabajadores no podían declararse en huelga, que era siempre ilegal. Por su parte, los empresarios tenían muchas dificultades para despedir a sus empleados.
A partir de 1941 el ministro de Trabajo, José Antonio Girón de Velasco, un falangista de la etapa anterior a 1936, empezó a desarrollar un sistema de seguridad social. Así se creó el Seguro Obligatorio de Enfermedad (1943) y, en años posteriores, los seguros de invalidez, accidentes laborales, paro y vejez. Esta primera etapa de creación de la Seguridad Social se alargó hasta 1957.
Del inmovilismo a las primeras transformaciones (1944-1957).
A partir de 1943 el régimen franquista se apresuró a arrinconar todos los signos políticos fascistas que lo habían caracterizado desde 1939. Esta “desfascistización” hubiera podido desembocar en un sistema político similar al que se estaba imponiendo en la Europa Occidental. Sin embargo, eso no fue posible porque Franco seguía manteniendo su firme oposición a la democracia liberal.
En 1945, el régimen sufrió una serie de retoques –operación de maquillaje-, destinados a demostrar que se respetaban los derechos políticos propios de los sistemas democráticos. El resultado final fue la creación de una especie de híbrido político que recibió el nombre de “democracia orgánica”.
Por otra, para que quedara bien claro cuál era el tipo de democracia que tenían los españoles, se publicó en 1958 un documento, la Ley de Principios del Movimiento. En ella se definían claramente las bases políticas del sistema franquista.
Desde 1943 algunos grupos monárquicos españoles empezaron a actuar. Se trataba de partidarios de don Juan de Borbón que había heredado de su padre, el rey Alfonso XIII, los derechos a la Corona de España. Tras varios desencuentros, donde destaca el Manifiesto de Lausana hecho público por don Juan, en marzo de 1948, se pactó que el príncipe Juan Carlos se trasladara a España para continuar sus estudios.
Un año antes, en julio de 1947, el Gobierno había sometido a referéndum la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado, que fue aprobada.
Entre 1943 y 1951 se produjeron pocas modificaciones en el panorama de miseria que había caracterizado la etapa anterior. Las estadísticas reflejan un estancamiento de la renta nacional, que no logró alcanzar los niveles de 1935.
En los años siguientes la situación económica del país experimentaría un leve mejora. Esta fue consecuencia, en gran medida, de la fundación del INI y la llegada de la ayuda norteamericana logró acabar con la situación de miseria que vivía el país.
La gran transformación del país (1958-1970).
Las dificultades que, a partir de 1956, se fueron acumulando en el campo de la economía provocaron otra modificación en la política económica del régimen franquista.
De esta manera, a partir de 1957, un grupo de nuevos ministros, los llamados tecnócratas, tomaron en sus manos el control de la política económica de España. A lo largo de la década de 1960 los políticos tecnócratas serán los encargados de dirigir la economía del país.
Franco había formado en 1957 un nuevo Gobierno en el cual dos personalidades destacadas de este grupo ocuparon dos carteras básicas en el área económica. Estas fueron la de Comercio, desempeñada por Alberto Ullastres, y la de Hacienda, a cuyo frente se situó a Mariano Navarro Rubio.
Los nuevos ministros elaboraron un Plan de estabilización Económica, que consideraban imprescindible para asentar sobre una base sólida el proceso de crecimiento económico que se quería iniciar.
El Plan de Estabilización fue aprobado por el Gobierno el 21 de julio de 1959. Mediante este decreto se impusieron una serie de medidas básicas para orientar la economía del país, entre las que destacaban:
– Reducción del excesivo gasto estatal; esto implicó restricciones en la concesión de créditos y congelación de los salarios.
– Desaparición progresiva de los controles del Gobierno sobre las actividades económicas.
– Apertura de la economía española a los mercados exteriores aumentando las facilidades para la realización de exportaciones.
La finalidad última de esta operación de política económica era poner en contacto la economía española con la internacional.
Como consecuencia de estas medidas, a lo largo de los años 60, la economía española entró en una etapa de fuerte crecimiento. Este fue más notable en algunas regiones del país, las denominadas regiones industriales: el País Vasco, Cataluña y Valencia. A su vez, algunas ciudades como Madrid, Burgos, Valladolid, Zaragoza, Vigo, La Coruña, Huelva y Sevilla se convirtieron en importantes núcleos de desarrollo.
En el periodo 1957-1970 la población española pasó de 29.784.019 habitantes a 34.032.801.vEn diez años el aumento de población había sido superior al que se había registrado en los veinte transcurridos entre 1940 y 1960, evaluado en sólo dos millones. Semejante modificación del ritmo de crecimiento demográfico fue debido, básicamente, a la disminución de los índices de mortalidad.
La segunda característica demográfica de este periodo fue la gran movilidad de la población.vLas migraciones de los años 60 resultaron verdaderamente espectaculares. Se trataba, en primer lugar, de la emigración de los trabajadores que se trasladaron a los distintos países de Europa Occidental. Entre 1963 y 1973 salieron de España casi un millón de personas que iban a trabajar a Francia, Alemania y Suiza.
Pero el fenómeno más impresionante al respecto fue el de las migraciones internas.vEstas pusieron en movimiento una gran cantidad de españoles que abandonaban su región de origen para ir a establecerse en zonas industrializadas.
El crecimiento de los años 60 provocó una profunda transformación de la sociedad española, que pasó de ser predominantemente rural a convertirse en urbana en apenas dos décadas. La urbanización de buena parte de la población fue una consecuencia de la modificación de la actividad económica.
Una sociedad urbanizada suele ser, normalmente, una sociedad más alfabetizada que una sociedad rural. Efectivamente, a lo largo de los años 60 el nivel educativo de la población española se fue aproximando al de los otros países de la Europa Occidental.
La crisis del régimen franquista (1971-1975).
A lo largo de esta etapa se sucedieron tres Gobiernos que tuvieron que afrontar los problemas propios de un sistema que cada vez encontraba más dificultades para mantener la vida política del país dentro del marco del régimen.
En la formación del primero de ellos, consecuencia de la implicación de varios ministros en el “caso Matesa”, destaca la figura del almirante Carrero Blanco, nombrado vicepresidente. La importancia de este nombramiento residía no sólo en el cargo, sino en los poderes que adquiría como consecuencia del deterioro de la salud del general Franco.
En esta situación, Carrero Blanco era el hombre encargado de mantener en pie el espíritu y las formas del sistema franquista.
No obstante, el empeoramiento de la salud de Franco parece que fue el elemento determinante de la operación política que se realizó en junio de 1973. Por primera vez, Franco abandonó la jefatura del Gobierno, entregándosela al almirante Carrero Blanco. Este empezó su actuación excluyendo de su Gobierno a las personalidades del ejecutivo anterior que se habían manifestado partidarias de la transformación del sistema.
Sin embargo, los proyectos de Franco y de Carrero fueron truncados por un atentado, reivindicado por ETA, que costó la vida al almirante el día 20 de diciembre de 1973.
Después de la muerte de Carrero, la única preocupación de Franco, incapaz ya de elaborar nuevas estrategias políticas, parecía ser el mantenimiento del orden público. Así se explica que nombrara jefe de Gobierno a Carlos Arias Navarro, que había sido ministro de la Gobernación en el Gobierno presidido por Carrero Blanco.
El Gobierno de Arias Navarro se encontró con problemas cada vez más graves, a lo que se añadía que la salud de Franco empeoraba. Finalmente, en la madrugada el 20 de noviembre de 1975, el general Francisco Franco moría en Madrid.
3. La política exterior.
La política internacional del periodo 1939-1943.
Al comienzo de la II Guerra Mundial, como consecuencia del apoyo germano-italiano recibido durante la Guerra Civil, el Gobierno español empezó a recibir presiones de ambos países, que le pedían alguna clase de apoyo.
En un primer momento, el ministro español de Asuntos Exteriores, Juan Beigbeder, pudo mantener la neutralidad. Pero pronto la presión de Alemania le obligó a para a la no beligerancia. A partir de ese momento se fueron imponiendo, en el Gobierno español, los partidarios de adoptar una actitud más favorable hacia el Gobierno alemán.
En octubre de 1940 Serrano Suñer sustituyó a Beigbeder al frente de Exteriores, iniciándose así una etapa de colaboración con Alemania que se alargó hasta 1943. Al parecer Hitler contaba con la intervención española en la guerra para realizar un proyecto militar: el cierre del estrecho de Gibraltar a los barcos británicos. Sin embargo, la entrevista entre Hitler y Franco, celebrada en Hendaya en octubre de 1940, no dio los resultados que el Führer esperaba.
Cuando en 1941 se produjo el ataque alemán a la URSS, Franco vio la oportunidad de ofrecer su apoyo a Alemania. Se creó un cuerpo de voluntarios españoles, la División Azul, para ir a luchar al frente ruso al lado de los alemanes.
Sin embargo, en otoño de 1942 la situación militar de Alemania empezó a deteriorarse. A partir de ese momento el Gobierno español inició, tímidamente, su distanciamiento de los alemanes. En septiembre de 1943 Serrano Suñer fue sustituido por el conde de Jordana al frente de Exteriores. A su vez, se retornó a la situación diplomática de neutralidad, mientras los combatientes de la División Azul volvían a España.
El bloqueo internacional del régimen franquista (1945-1948).
La victoria de los aliados sobre Alemania, Italia y Japón desencadenó una fuerte oposición internacional contra los gobiernos que habían ofrecido algún tipo de apoyo a los vencidos.
Esta oposición internacional se abatió, entre 1946 y 1948, sobre el régimen político español. La ofensiva empezó en enero de 1946, con una nota oficial de los gobiernos de los EE.UU., Gran Bretaña y Francia, en la que se rechazaba la legitimidad del régimen español. A su vez, en el documento se manifestaba la esperanza de que la oposición interior al régimen lograra cambiar el sistema político de España.
Esta declaración se vio confirmada solemnemente en la ONU cuando, el 13 de diciembre de 1946, la Asamblea General condenó el régimen español. También se recomendaba a los países miembros retirar su embajada de Madrid.
La presión internacional adoptó pronto un nuevo aspecto: el bloqueo económico. Sólo algunas excepciones, como la Argentina gobernada por el general Perón, dieron un pequeño respiro a la economía española al proporcionarle el trigo que necesitaba urgentemente.
Franco reaccionó con dureza ante esta ofensiva internacional. La propaganda franquista, que adoptó tonos de un nacionalismo exaltado, supo presentar esta presión como un atentado intolerable a la dignidad y a la soberanía del pueblo español. Una gran manifestación, convocada en Madrid en diciembre de 1946, representó el punto culminante de esta campaña propagandística.
La Guerra Fría y el viraje de la política internacional (1948-1955).
A partir de 1948, la situación internacional dio un vuelco espectacular: empezó la Guerra Fría, con los EE.UU. y la URSS como protagonistas. Por este motivo, a partir de ese año, la política exterior norteamericana se basó en un anticomunismo radical, siendo su objetivo conseguir aliados seguros.
El régimen español fue integrándose en el bando de los países liderados por los EE.UU. y, poco a poco, se fueron sucediendo una serie de hechos significativos:
– En octubre de 1950 la ONU levantaba su veto contra el régimen político español.
– En el año 1951 España empezaba a integrarse en algunos organismos dependientes de la ONU, empezando por la FAO.
– En 1953 se firmaban los acuerdos entre el gobierno español y el de EE.UU.
– Finalmente, en el año 1955 España ingresaba en la ONU como miembro de pleno derecho.
4. La oposición al Régimen.
Conflictos y reivindicaciones.
A lo largo de los años 60 se fue extendiendo entre los estudiantes universitarios un fuerte movimiento de oposición política al régimen franquista. A principios de la década, los dirigentes del SEU, que era el sindicato oficial de los universitarios, aceptaron que algunos de sus cargos fueran elegidos por los estudiantes. Pronto se pudo comprobar que resultaban elegidos los estudiantes más críticos con el régimen franquista.
El paso siguiente de este movimiento de contestación en la Universidad fue el rechazo del SEU y el inicio de los incidentes dentro de los recintos universitarios a partir del año 1962. En 1965 ya se concretó, en las Universidades de Madrid y de Barcelona, el intento de crear un Sindicato Democrático de Estudiantes. Este hecho marcaría el inicio de un periodo de agitación endémica en la Universidad.
Fuera del ámbito universitario cabe destacar los movimientos contestatarios protagonizados por los trabajadores. La tímida apertura del Gobierno que, desde 1954, había autorizado la elección de representantes sindicales por parte de los trabajadores, tuvo como consecuencia la rápida transformación de panorama sindical.
En 1958 el Gobierno promulgó la Ley de Convenios Colectivos, por la cual se aceptaba claramente que la negociación sobre salarios y condiciones de trabajo la realizarían: Los representantes de los trabajadores, aún encuadrados dentro del sindicato oficial, junto con los empresarios. Pero a partir de ese momento, cada una de las negociaciones, una para cada sector, empezó a ir acompañada de una oleada de conflictos.
En septiembre de 1962 se aprobó la Ley de Conflictos Colectivos. En ella se aceptaba, por primera vez, que pudieran existir en España huelgas que no fueran ilegales, aunque se tomaron las precauciones para restringirlas al máximo.
Durante la huelga de 1962 se produjeron una serie de hechos que iban a modificar a fondo el panorama sindical del país. Para organizarla se habían creado en algunas poblaciones unas comisiones de obreros encargadas de dirigir el proceso. Una vez finalizada la huelga, alguna de estas comisiones no se disolvieron, llegando a formar con el tiempo Comisiones Obreras (1964).
A lo largo de la década siguiente la agitación iniciada en los años 60 no sólo no se redujo, sino que fue en aumento. En la Universidad los conflictos se convirtieron en algo endémico. Se trataban siempre de problemas de raíz política que degeneraban en una agitación permanente. El Gobierno ya no sabía cómo atajarla; la medida más frecuente consistía en mantener cerradas las aulas universitarias durante largos periodos de tiempo.
Por su parte, el movimiento de reivindicación de los trabajadores, dirigido normalmente por CCOO, iba también en aumento. Las huelgas, que raramente podían ser consideradas legales, acarrearon en 1968 la pérdida de 4,5 millones de jornadas de trabajo, para ascender, en 1974, a 44 millones.
Los grupos políticos de la oposición.
A partir de 1960 algunas personalidades de ideología liberal y democratacristiana que residían en España, empezaron a manifestar su oposición al régimen franquista. Además, se declaraban partidarios de la implantación de un régimen de democracia liberal parlamentaria en España. Algunas de estas personalidades –Gil Robles, Álvarez de Miranda, Joaquín Satrústegui– se reunieron en Munich (junio de 1962) con miembros de la oposición que estaban exiliados. El Gobierno llamó a esta reunión “El Contubernio de Munich”.
Dentro de la ideología socialista existían grupos y tendencias muy variados:
– Dionisio Ridruejo, un falangista de los primeros tiempos, fundó en esa época un grupo, Acción Democrática, de tendencia socialdemócrata.
– La dirección del PSOE seguía establecida en el exilio, pero en el interior del país se organizaban grupos de militantes que, con el paso del tiempo, adquirieron más importancia.
– En Cataluña existía un grupo de ideología socialista, el MSC (Moviment Socialista de Catalunya) que había sido creado en el Sur de Francia en el año 1945.
En los años 60 los comunistas se agrupaban en el PCE (Partido Comunista Español). Este partido, dirigido desde el exilio por personalidades nuevas, como su secretario general Santiago Carrillo, realizó en este periodo una constante labor de penetración en la sociedad. Ya en la década de 1950 habían modificado su mensaje: abandonaron la Guerra Civil y la revancha para embarcarse en un proyecto de reconciliación nacional.
No obstante, a partir de 1973, surgieron a la izquierda del PCE grupos radicalizados que preconizaban la lucha armada y practicaban el terrorismo (fenómeno similar al alemán o al italiano). Entre estos destacaban FRAP (Frente Revolucionario Antifascista Patriótico) y los GRAPO (Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre).
Los comunistas catalanes de esa época se agruparon, a su vez, en el PSUC (Partit Socialista Unificat de Catalunya), totalmente controlado por el PCE.
En el País Vasco subsistía el PNV como máximo representante de la ideología nacionalista. Su dirección estaba en el exilio, donde mantenía el Gobierno vasco.
A partir de 1959 algunos grupos de jóvenes nacionalistas comenzaron a distanciarse del PNV por considerarlo demasiado moderado. De estos grupos iba a surgir ETA (Euzkadi Ta Askatasuna: Euskadi Patria y Libertad) en 1962. Los miembros de ETA se inclinaron por una ideología socialista y, a partir de 1968, iniciaron la “lucha armada” contra el Estado español.
5. Conclusiones.
En la década de 1960, se produjo en España una profunda transformación económica y social. El país que, en 1939, era predominantemente rural y agrario, se convirtió en urbano e industrial durante ese periodo.
El principal motor del cambio fue el proceso de industrialización, que produjo un aumento de la producción industrial y del número de trabajadores del sector secundario. Estos trabajadores procedían en buena parte del mundo rural y acudían a las ciudades más industrializadas con el fin de mejorar su nivel de vida.
En paralelo a esta transformación económica, empezaron a surgir reivindicaciones sociales y posturas críticas en los sectores obreros y en el mundo universitario.
Al mismo tiempo, el propio régimen franquista, incapaz de adaptarse a los cambios que se estaban produciendo, encontraba cada vez más dificultades para ser aceptado.
En el periodo comprendido entre 1969 y 1975, el franquismo vivió una larga agonía, provocada por la evolución económica, social y cultural del país, así como por los deseos de apertura política que mostraba la población. Al mismo tiempo, la salud del dictador se deterioraba a marchas forzadas: era evidente que, sin la presencia de su arquitecto y cabeza omnipresente, era imposible mantener el régimen.
Así, la muerte del general Franco puso fin a una dictadura que a lo largo de la última década había mostrado claros síntomas de agotamiento: se abría la puerta a un periodo de transición a la democracia.
La Guerra Civil (1936-1939)
1. Introducción.
En 1936, incluso antes de que tuvieran lugar las elecciones que dieron el triunfo al Frente Popular, grupos de militares se habían reunido para planificar un golpe de Estado en caso de que las izquierdas alcanzaran el gobierno.
El general Mola, relegado por el Gobierno de la República al Gobierno Militar de Pamplona, actuó como organizador. Este contaba con muchos oficiales de la UME (Unión Militar Española, especie de asociación clandestina de oficiales antirrepublicanos) distribuidos por todo el territorio.
El prestigioso general Sanjurjo, entonces exiliado en Lisboa, tomaría el mando superior. Los planes debían estar muy avanzados el 10 de julio cuando el periodista de ABC, Luis Bolín, alquiló un avión (Dragon Rapide) con el que se dirigiría a Canarias para trasladar a Franco a Marruecos.
El 12 de julio se produjo un doble asesinato político que aumentó la tensión en el país. Pistoleros falangistas asesinaron al teniente Castillo, que había dado muestras de un acendrado republicanismo. Sus compañeros, los Guardias de Asalto, contestaron asesinando al diputado monárquico Calvo Sotelo.
2. La sublevación militar y el estallido de la Guerra Civil.
Los sucesos del 18 de julio de 1936 se situaban en la línea de los pronunciamientos militares de tradición decimonónica. Si bien, con el tiempo, recibió el nombre de Alzamiento Nacional. Los militares tenían intención de declarar el estado de guerra en las principales con las fuerzas de las distintas guarniciones y, ocupada Madrid, obligarían a un cambio de gobierno. Hablaban de restablecer el orden y evitar una presunta revolución comunista que se estaba gestando en la República del Frente Popular.
Los militares sabían que podían contar para ello con el apoyo del sector conservador de la sociedad: terratenientes, grandes latifundistas, el mundo de la Banca, industriales, la Iglesia, los carlistas-tradicionalistas, Falange… Es decir, aquellos que querían poner fin a la experiencia republicana reformista.
El pronunciamiento se inició el 17 de julio en los cuarteles de Melilla y al día siguiente había triunfado en el resto del Protectorado. El Gobierno de Casares Quiroga fue informado de forma inmediata de todo lo sucedido, sin embargo, en un primer momento, no se atrevió a tomar ninguna medida.
El día 18 llegó el general Franco desde Canarias y tomó el mando del ejército de África, el más preparado y mejor armado de la República. Al conocer esta noticia, se sublevaron otros jefes militares: Mola en Pamplona, Queipo de Llano en Sevilla, Goded en Mallorca, Cabanellas en Zaragoza…
El pronunciamiento triunfaba, en líneas generales, en Castilla la Vieja-León, Navarra, la parte occidental de Aragón, Galicia, Baleares, Canarias y algunas ciudades andaluzas. A su vez, fracasaba en Cataluña, el Levante, la franja cantábrica, Castilla la Nueva, Extremadura y gran parte de Andalucía. Sin embargo, el mayor fracaso fue no controlar la capital, Madrid, y los principales centros industriales: Barcelona y el País Vasco.
En Madrid fracasó porque, una vez sustituido el indeciso Casares Quiroga por José Giral, se repartieron armas entre los sindicatos obreros que acudieron en ayuda de las guarniciones leales. El momento simbólico del fracaso de la sublevación fue la rendición del cuartel de la Montaña, donde se había refugiado el general Fanjul.
En Barcelona la sublevación tuvo lugar el 19 de julio. Su fracaso fue debido a que el Gobierno de la Generalitat pudo contar con las fuerzas de orden público apoyadas por los obreros armados de la CNT-FAI. Así, cuando el general Goded acudió desde Mallorca a la ciudad condal para tomar el mando, la balanza había caído ya del lado de Companys.
En un primer momento, los militares habían fracasado en el intento de derribar al Gobierno de la República. Esta mantenía los principales centros industriales de la periferia, las zonas de agricultura de exportación (Levante), la mayoría de la flota y de la aviación, así como de las reservas del Banco de España.
No parecía que los militares sublevados pudieran resistir demasiado si no lograban trasladar rápidamente su fuerza de choque, el ejército de África, a la Península. Lo consiguieron entre los últimos días del mes de julio y los primeros de agosto gracias a que los aviones alemanes e italianos establecieron un puente aéreo entre Tetuán y Sevilla. Los dos Estados autoritarios más importantes de la Europa del momento, la Alemania nazi y la Italia fascista se mostraron dispuestos a facilitar armamento, soldados, técnicos…
Así, a pesar del fracaso inicial del pronunciamiento, los sublevados lograron mantener una guerra de larga duración.
Las grandes potencias europeas seguían con atención los acontecimientos de España: Los Estados fascistas (Alemania, Italia y Portugal principalmente) manifestaron desde un principio su decidida protección y ayuda a los militares sublevados. La URSS, aislada por la mayoría de los países europeos, se inclinaba, no sin vacilar, a dar su apoyo al Gobierno de la República, dentro del cual aumentaba rápidamente la influencia del PCE.
Los países democráticos se plantearon dudas más serias:
– Francia, con un gobierno socialista, parecía más predispuesta a ayudar a la República.
– Gran Bretaña, donde gobernaban los conservadores, no mostraba la misma predisposición. Por una parte, no deseaba que la guerra de España les llevara a un enfrentamiento con los regímenes fascistas. Tampoco deseaba que la República Española, por la intervención de la URSS, se convirtiera en un Estado revolucionario de izquierdas. Finalmente, tenía importantes intereses comerciales en zonas ocupadas desde el primer momento por los sublevados (minería de Río Tinto, por ejemplo)
El 9 de septiembre de 1936, Gran Bretaña y Francia patrocinaron el establecimiento en Londres de un Comité de No-intervención, que se comprometía a evitar la ayuda militar a los contendientes. En realidad, fue una farsa, porque Alemania e Italia continuaron ayudando a los sublevados y la URSS empezó a facilitar armamento a la República.
Dentro de estas excepciones, también hemos de citar la organización de las Brigadas Internacionales, adscritas al bando republicano.
Los acontecimientos políticos de Europa. El Gobierno de la República mantuvo hasta el último momento la esperanza de que estallara la guerra en Europa entre los regímenes fascistas y las democracias, de tal modo que afectara a España. Esta esperanza estaba justificada por la política de expansión territorial que estaba llevando a cabo Hitler.
Sin embargo, las potencias democráticas cedieron en repetidas ocasiones ante el expansionismo alemán con el fin de evitar una guerra (Renania, Austria y Checoslovaquia). Así, a principios de 1939, cuando la derrota de la República era ya clara y manifiesta, Gran Bretaña y Francia la abandonaron definitivamente, reconociendo el Gobierno del general Franco.
La II Guerra Mundial no estalló hasta septiembre de ese año, cuando Hitler atacó Polonia; para los republicanos españoles llegó con cinco meses de retraso.
3. La evolución de las dos zonas.
Durante las primeras semanas de la guerra se produjo un vacío de poder generalizado, especialmente en la zona republicana. La dispersión fue muy grande en la zona que se mantuvo fiel a la República: obreros y campesinos armados, establecieron comités a todos los niveles (pueblos, fábricas, transportes…).
Estos comités obedecían a los sindicatos y partidos correspondientes. Así, aunque la República no llegó al colapso, el desorden generalizado adquirió el aspecto de inicio de una revolución.
Hasta el 4 de septiembre de 1936 no se logró formar un gobierno de concentración con representantes de los partidos más importantes. Este fue presidido por Largo Caballero, secretario de la UGT, y estaba formado por socialistas, republicanos, anarquistas, comunistas y nacionalistas.
Este Gobierno procuró reconstruir el Estado, es decir, intentó recuperar el control de las organizaciones de gobierno: Orden público, justicia, ejército, hacienda… Sin embargo, ante el avance de los sublevados hacia Madrid, el Gobierno se trasladó finalmente a Valencia.
Entre los republicanos no hubo unidad de acción:
– Unos creían en la necesidad de crear, en primer lugar un Estado fuerte que pudiera ganar la guerra. Era el caso de republicanos, socialistas moderados y comunistas.
– Otros pensaban que había llegado el momento de llevar a cabo una revolución que llevaría al pueblo a la victoria. Era el caso de anarquistas y socialistas radicales, que defendían la ocupación de las tierras y las fábricas, la eliminación de la propiedad privada, la nacionalización de la banca…
A partir de mayo de 1937, un nuevo gobierno presidido por el también socialista Juan Negrín, cada vez con mayor influencia comunista, procuró frenar las colectivizaciones. Al mismo tiempo reorganizó la estructura y disciplina del Ejército y mantuvo la idea de resistencia al ultranza en un momento en el que el pesimismo era generalizado.
En la zona dominada por los sublevados, conocida como zona nacional, hubo desde el primer momento un orden mantenido por la disciplina militar y la proclamación del estado de guerra. Aunque muy pronto se organizó una Junta de Defensa Nacional (24 de julio) presidida por el general Cabanellas, los generales actuaron como virreyes en su territorio: Mola en Navarra, Queipo de Llano en Sevilla, Franco en Marruecos…
Ante la necesidad imperiosa de unificar el mando a causa de la muerte del general Sanjurjo, varios generales y altos jefes se reunieron en Salamanca y eligieron al general Franco. Este joven y prestigioso general pasó a denominarse Generalísimo de todos los Ejércitos y Jefe de Gobierno del Estado español (Decreto de 1 de octubre de 1936).
Durante los años 1937 y 1938, Franco fue cimentando su poder según la ideología de los Estados fascistas. Fundó un partido político único: FET y de las JONS (Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista). Este partido único era una conjunción forzada de las ideologías e intereses falangistas y carlistas-tradicionalistas.
De esta manera, Franco se convirtió en su líder o caudillo. Además, Franco consiguió el apoyo de la Iglesia, que desde los primeros días del conflicto sufrió una dura persecución en la zona republicana.
La República disponía, al principio, de la mayoría de la población, de las zonas industriales y de la agricultura de exportación. Sin embargo, la principal zona cerealista (Castilla la Vieja-León) estaba en manos de los nacionales. De esta manera, pronto surgieron problemas con el suministro de las ciudades, saturadas de refugiados, y del ejército.
Además, se sufrió la escasez de materias primas como algodón, petróleo o carbón, ya que las empresas suministradoras de otros países desconfiaban de la solvencia económica republicana. A esto se unía la retirada de capitales extranjeros por temor a las colectivizaciones.
Las colectivizaciones, es decir, la apropiación de las tierras de cultivo y de las fábricas por campesinos y obreros organizados en comités, se realizó de manera desigual y bastante desorganizada.
Así, la industria fue colectivizada en gran parte de Cataluña, pero no en el País Vasco. Del mismo modo, los anarquistas que formaron un Consejo de Defensa colectivizaron los campos del Aragón republicano, pero la propiedad se respetó en Levante. Desde el extranjero daba la sensación de que se estaba realizando una revolución, lo que desacreditaba a la República ante las potencias extranjeras.
La producción agrícola e industrial descendió muchísimo. Así, la industria siderúrgica vasca solo alcanzó, en el primer semestre de 1937, entre el 5% y el 10% de la producción de 1929. Esto se debió, en parte, al aislamiento que esta zona sufría con respecto al resto del territorio republicano. En estas circunstancias, la República recurrió al oro y divisas depositadas en el Banco de España para adquirir armamento del extranjero, especialmente de la URSS.
Al principio de la guerra, la zona nacional estaba formada, en su mayor parte, por tierras de cultivo y ganadería, además de algunas zonas mineras. Por tanto, tuvo menos problemas de abastecimiento que la zona republicana. Era una economía, sin embargo, desequilibrada, que sólo se potenció cuando los nacionales conquistaron Bilbao y la franja cantábrica (otoño de 1937).
Durante la guerra, el general Franco pudo contar con créditos a largo plazo de Alemania y de Italia de empresas petroleras como la TEXACO de EE.UU.
La guerra produjo un serio deterioro de la vida en la retaguardia, sobre todo en las grandes ciudades de la zona republicana. Allí se vivió la gran escasez de alimentos, que provocaron el hambre y la aparición del mercado negro (“estraperlo”). A esto hemos de añadir el bombardeo de las ciudades, que contribuía a desmoralizar aún más a la población civil.
Los militares sublevados utilizaron, desde el primer momento, una represión de extrema dureza para aterrorizar al enemigo. Así fueron fusilados sin previo juicio líderes políticos y sindicales, maestros, autoridades republicanas, intelectuales, campesinos y obreros.
La respuesta en la zona republicana fue brutal y sin que el Gobierno, en los primeros momentos, pudiera llegar a controlarla, lo que le generó un enorme descrédito entre las democracias occidentales. Personas conocidas por sus ideas de derechas, propietarios de tierras y fábricas, eclesiásticos… fueron denunciadas, perseguidas y asesinadas. La Iglesia sufrió una persecución particularmente dura, con unas cifras de ejecutados superiores a las 15.000 personas.
Para completar este panorama de los primeros meses, en los que más de 150.000 personas fueron víctimas de la represión en ambas zonas, hay que añadir los odios existentes en las distintas localidades.
La cuestión de los refugiados fue un grave problema, sobre todo en la zona republicana. Las variaciones de los frentes de guerra desplazaron a mucha gente, sufriéndolo especialmente los ancianos, mujeres y niños.
El primer gran movimiento de refugiados lo provocó la batalla de Madrid y la decisión del Gobierno republicano de trasladar mucha gente hacia Valencia y Cataluña.
El segundo gran desplazamiento de población tuvo lugar en el País Vasco y en la franje cantábrica cuando se produjo la ofensiva nacional durante el verano-otoño de 1937.
El último gran desplazamiento se produjo al final de la guerra, durante la campaña de Cataluña, cuando miles de soldados, hombres, ancianos, mujeres y niños buscaron refugio en Francia. Se calcula que fueron más de 300.000 los exiliados en un primer momento, si bien la cifra se reduciría a la mitad en los años siguientes por el retorno de muchos.
Después del fracaso del pronunciamiento del 18 de julio, los nacionales declararon la movilización general en la zona que dominaban. En los primeros momentos de la guerra, el ejército de África (cerca de 50.000 hombres entre legionarios, regulares y marroquíes) fue su principal fuerza de choque. En la Península pudieron contar con las tropas de las zonas sublevadas, con las milicias falangistas y los requetés (carlistas).
La ayuda extranjera resultó fundamental para sobrevivir primero y ganar la guerra después. Mussolini envió unos 120.000 soldados, teóricamente voluntarios (CTV, Comando di Truppe Volontarie), con mandos organizados y armamento moderno. La ayuda alemana fue más selectiva, y see agrupó alrededor de la llamada Legión Cóndor, formada por unos 8.000 hombres bien pertrechados.
Los nacionales disponían también de unos 100.000 mercenarios marroquíes que acudieron atraídos por el botín de guerra y el salario. La colaboración portuguesa fue más reducida, aunque durante mucho tiempo Lisboa fue el puerto por el que llegaron suministros para los nacionales.
En la zona republicana se tardó en organizar un ejército disciplinado y suficientemente armado. En los primeros momentos, el ejército que se mantuvo fiel a la República casi desapareció, siendo sustituido por las milicias populares. Estas fueron organizadas por los partidos políticos (el V Regimiento del PCE) o sindicatos (la columna Durruti de la CNT-FAI).
Los mandos del ejército que se mantuvieron fieles a la República no gozaron de la confianza popular, aunque algunos dieron muestras sobradas de su valía (general Vicente Rojo).
Dos elementos permitieron a la República organizarse:
– La ayuda militar de la URSS, que envió toda clase de material bélico, así como un grupo de 2.000 técnicos y consejeros militares.
– Las Brigadas Internacionales, que estaban formadas por voluntarios (unos 60.000) de todo el mundo, que acudieron a defender la democracia española frente al fascismo.
Así, durante la primavera de 1937, la guerra enfrentaba a dos ejércitos bien organizados, de unos 500.000 hombres cada uno.
Los militares sublevados declararon desde el primer momento su inclinación hacia el centralismo, contraria a los nacionalismos periféricos. El nacionalismo gallego apenas tuvo oportunidad de manifestarse y de conseguir aprobar su Estatuto porque Galicia fue ocupada rápidamente por los militares sublevados.
Para atraerse la fidelidad del País Vasco, la República reconoció el Estatuto de Estella (1 de octubre de 1936). El PNV formó así su primer gobierno bajo la presidencia del leherdakari José Antonio Aguirre, y tuvo un ministro en el Gobierno de Largo Caballero. Su aislamiento le permitió ejercer una máxima autonomía, más allá del Estatuto:
– Concentró todos los poderes y funciones del Estado.
– Creó un ejército regular (gudaris).
– Mantuvo incluso relaciones internacionales.
La conquista de Bilbao por las tropas de Franco acabó con el Gobierno de Aguirre, que se refugió en Cataluña, para exiliarse al término de la guerra.
En Cataluña los acontecimientos se complicaron también para le República. La Generalitat presidida por Lluís Companys había salido muy debilitada después del 18 de julio: el poder estaba en manos de las milicias de partidos políticos y sindicatos. A este respecto, la superioridad de la CNT era clara.
Por su parte, la Generalitat actuaba con gran independencia del Gobierno central, que no disimulaba su malestar. Organizó su propia economía de guerra, se veía forzada a colectivizar las fábricas y tomaba sus propias decisiones en cuestiones de orden público.
El enfrentamiento entre partidarios de llevar a cabo en primer lugar la revolución (anarquistas y POUM) y partidarios de crear primero un ejército disciplinado estalló en mayo de 1937. Esta pugna se decidió en una lucha callejera en la ciudad de Barcelona, conocida como Fets de maig.
El Gobierno central aprovechó la ocasión para intervenir con fuerzas del orden público enviadas desde Valencia y restablecer así su autoridad en Cataluña. Más aún, el 30 de octubre de 1937, el Gobierno de Negrín se trasladó a Barcelona, anulando completamente al Gobierno de la Generalitat.
Por su parte el general Franco, en cuanto sus tropas pusieron pie en Cataluña, derogó, por decreto del 5 de abril, el Estatuto de Cataluña.
4. Evolución de la guerra.
En líneas generales, la guerra se desarrolló según unos rasgos muy definidos:
– El general Franco y los militares sublevados dispusieron siempre de un ejército más disciplinado, con mejores mandos y abundancia de armamento. Además, a partir del año 1938, se superioridad en artillería y aviación era manifiesta.
– La República, como ya hemos dicho, tardó en organizar un ejército disciplinado y muchas veces padeció escasez de armamento.
– La ofensiva estuvo casi siempre en manos de los nacionales, que desde su posición central pudieron escoger los frentes a los que trasladar y concentrar sus tropas.
Los movimientos iniciales.
Las operaciones militares del principio de la guerra dieron lugar a lo que se llamó “guerra de columnas”. Eran columnas de pocos efectivos (2.000 ó 3.000 hombres), la mayoría de infantería, ligeramente armados que, con camiones y autocares, se desplazaban por amplias zonas. Carecían estas de frente fijo; más bien buscaban ocupar ciudades importantes o puntos estratégicos.
Así, las columnas republicanas salieron de Barcelona hacia Aragón para liberar las ciudades de Zaragoza y Huesca, donde había triunfado el pronunciamiento. Estas, compuestas por milicianos de partidos y sindicatos, no llegaron a conseguir sus objetivos, pero lograron estabilizar el frente cerca de esas dos ciudades.
Los militares sublevados movieron sus columnas desde dos puntos: Sevilla y Pamplona, ambas con el objetivo de ocupar Madrid para asegurarse una rápida victoria. Las columnas más importantes fueron las que dirigió el general Franco desde Sevilla siguiendo la ruta de Extremadura y el valle del Tajo. Sólo la resistencia de la ciudad de Badajoz fue dura, mientras que en los demás puntos apenas halló una desorganizada oposición.
Un error de cálculo hizo fracasar la marcha de estas sobre Madrid. En lugar de avanzar directamente sobre la capital, Franco prefirió desviarse para liberar el Alcázar de Toledo. Esta actuación le dio prestigio, pero le hizo perder un tiempo precioso, pues permitió a los republicanos organizar la defensa de la capital.
Entre noviembre de 1936 y marzo de 1937 se desarrollaron tres grandes combates por la ocupación y defensa de Madrid. El Gobierno republicano, antes de trasladarse a Valencia, nombró una Junta de Defensa dirigida por el general Miaja que supo preparar la defensa y levantar la moral popular.
El ataque frontal de Franco fue detenido en la Casa de Campo y en la Ciudad Universitaria, donde se desarrollaron violentos combates. Los republicanos pudieron contar en aquella ocasión con el apoyo de las primeras Brigadas Internacionales y los tanques y la aviación que empezaba a proporcionar la URSS.
El general Franco intentó, entonces, dos ofensivas por el sur y por el norte de la ciudad, con el fin de cortar a los republicanos las comunicaciones con Valencia. La primera, en el valle del Jarama (febrero de 1937), fue durísima. La segunda, hacia Guadalajara (marzo de 1937), realizada por las tropas italiana, acabó en un estrepitoso fracaso. A partir de ese momento el frente se estabilizó alrededor de Madrid, que no cambiaría de bando hasta el final de la guerra.
Al no lograr tomar la capital, Franco decidió dirigir sus fuerzas contra la franja republicana del Cantábrico, que permanecía aislada. El 19 de junio cayó Bilbao, a pesar de la dura defensa del “cinturón de hierro” (sistema de trincheras construidas con cemento armado), en agosto fue ocupada Santander y en octubre Gijón y el resto de Asturias.
La ocupación de la franja cantábrica fue determinante para la victoria final de los nacionales, ya que le proporcionó una importante industria siderometalúgica y una rica zona minera.
El año 1938 se inició con un ataque y conquista del ejército republicano sobre la ciudad de Teruel. Sin embargo, se trató de un éxito efímero, porque Franco, que ahora disponía de las tropas que habían quedado libres del frente cantábrico, la recuperó a finales de febrero. Poco después, a partir de marzo, desencadenó una fuerte ofensiva a lo largo de todo el frente de Aragón.
En su avance hacia Cataluña y el Mediterráneo, en el mes de abril Franco había ocupado Lérida, y por el Maestrazgo y el Bajo Ebro había alcanzado el puerto de Vinaroz. Había dividido la zona republicana en dos partes, quedando Cataluña aislada del resto. En aquellos momentos, ya hacía tiempo que el Gobierno de Negrín se había trasladado a Barcelona.
Desmoralizado por las derrotas militares, el presidente Azaña veía la guerra perdida y quería pactar la paz. Por su parte, Negrín era partidario de mantener una firme resistencia en espera de los que pudiera ocurrir en Europa. De todos modos, Franco se sentía cada vez más seguro de su victoria final y no deseaba ningunas conversaciones de paz.
Fue entonces cuando el ejército republicano de Cataluña, bajo el mando del general Vicente Rojo, llevó a cabo una ofensiva inesperada y bien preparada. El 25 de julio de 1938, varias compañías de los 250.000 hombres del ejército republicano, atravesaron el río Ebro por la zona de Gandesa, estableciendo una cabeza de puente.
A partir del 14 de agosto, Franco, que había concentrado fuerzas y disponía de una superioridad absoluta en artillería y aviación, inició el contraataque. En pocos kilómetros de terreno se utilizaron grandes cantidades de armamento y murieron muchos soldados: la batalla duró cuatro meses.
Entre el 16 y el 18 de noviembre, las últimas tropas republicanas volvieron a cruzar el Ebro. Ambos bandos habían sufrido unas pérdidas similares, que rondaban los 30.000 muertos cada uno.
Poco tardó el general Franco en organizar la ofensiva definitiva contra Cataluña. Su superioridad era tan manifiesta que la conquista fue rápida, siendo el avance incontenible: el 15 de enero de 1939 caía Tarragona, el 26 Barcelona y entre el 9 y el 10 de febrero las tropas nacionales alcanzaban la frontera.
El presidente Azaña se quedó en la embajada de París, donde dimitió al poco tiempo. Mientras, el Gobierno de Negrín volvió a la zona que todavía se mantenía republicana con el fin de continuar la resistencia. Sin embargo, el ejército estaba muy desmoralizado y dividido hasta el punto de que una parte de la oficialidad se sublevó en Madrid e intentó someterse a la “generosidad del Caudillo”, que no hizo el menor caso.
El 28 de marzo las tropas de Franco entraban en Madrid y el 30 del mismo mes en Alicante, donde se habían concentrado los últimos republicanos que intentaban desesperadamente huir por mar. El 1 de abril el general Franco firmó el último y breve parte de guerra.
5. Conclusiones.
Desde julio de 1936 hasta abril de 1939, España sufrió los destrozos materiales y sociales de una cruenta guerra civil. Iniciada por un golpe de Estado militar, la guerra acabó enfrentando a los partidarios de la España tradicional, católica y de pequeños y grandes propietarios con la España progresista, anticlerical, obrera y campesina.
La consecuencia más inmediata, después de la guerra, fue la pérdida de vidas humanas. Se calculan en torno a las 200.000 las víctimas de las represiones de uno y otro bando, y otras tantas en el frente. A las pérdidas mortales, habría que sumar los 165.000 exiliados republicanos que no volverían a España.
En cuanto a las pérdidas materiales, España retrocedió al nivel de renta de 1914. Se había perdido el 15% de la riqueza nacional y se debían 20.000 millones de dólares. Pérdidas a las que debía añadirse la destrucción de las comunicaciones, del tejido industrial (dos tercios del material ferroviario), de la mitad de la cabaña ganadera, 250.000 viviendas y 225.000 toneladas de marina.
Además, el inicio de la II Guerra Mundial impedirá que España mantenga unas relaciones comerciales normales, sin duda necesarias para su reconstrucción. Tanto el conflicto, como el aislamiento de posguerra llevarán al régimen español a emprender un nacionalismo económico basado en la autarquía.