Hace más de dos semana que escribí mis dos primeras reflexiones sobre el movimiento del 15M. En ese corto periodo de tiempo han pasado muchas cosas, si bien algunas de ellas venían anunciadas ya en “#15M. El ocaso de la Indignación”. Por esa razón, he creído conveniente escribir este tercer artículo. En él, una vez más, busco denunciar los excesos de Sol, pero también el valor –presente y futuro- de este movimiento.
Pienso que el 15M tiene elementos muy interesantes, y no sólo para el análisis, sino para la praxis política y ciudadana.
Tal como indiqué en “#15M. Los movimientos sociales del siglo XXI”, es un error de bulto pretender ignorar lo que ha sucedido y sigue sucediendo. Ahora bien, la acampada de Sol ha perdido algunos de sus elementos primigenios y, sobre todo, ha perdido buena parte de la popularidad que tenía en los días previos a las elecciones del 22 de mayo.
En los comentarios a los artículos anteriores me han dado la enhorabuena abundantes lectores. Se lo agradezco profundamente. No obstante, y como es lógico en cualquier escrito de opinión, he sido criticado por los enemigos acérrimos del 15M y por los defensores a ultranza del movimiento. No espero nada distinto en este caso, y tampoco voy a cambiar de política en lo que se refiere a libertad de expresión: todo comentario no ofensivo será publicado, entre otras cosas porque es lícito discrepar y bueno debatir.
De la esperanza a la constitución de un movimiento radical
Hace apenas un mes que comenzó a tomar forma el movimiento 15M. Un corto periodo de tiempo en el que, sin embargo, todo ha transcurrido muy deprisa. A ese ritmo desenfrenado que tan difícil nos lo pone a los que tratamos de seguir día a día los acontecimientos y reflexionar sobre la cuestión, hemos de añadir el enorme dinamismo de la protesta que, en constante metamorfosis, invade nuevos ámbitos de la vida política, informativa y social.
En los primeros días, el 15M aparecía ante la mayor parte de los españoles como un movimiento renovador, como una ráfaga de aire fresco que venía a poner solución a algunas deficiencias de nuestro sistema político.
Los promotores de esta plataforma supieron tocar algunas cuestiones claves en las que existía –y existe- un consenso generalizado. Con esta postura, que algunos denominamos moderada, se ganaron el apoyo de la mayoría. La idea romántica de una juventud responsable y trabajadora que, con el apoyo de sus mayores, toma la calle y exige un cambio a unos dirigentes supuestamente corrompidos y apoltronados en sus sillones, atraía a la ciudadanía.
Un mes después las cosas han cambiado. Ahora es la mayoría del pueblo español la que no soporta por más tiempo al 15M; un movimiento que, tomando una deriva radical, se aleja cada día más de ese consenso mayoritario. La protesta, aunque afirma seguir siendo la voz del pueblo, hace tiempo que ha dejado de representarlo. Actualmente es tan sólo un grupo más, con ideas muy respetables, pero ya no nos representa a todos.
Algunos verán esta metamorfosis del 15M como algo positivo, pues ha logrado dar cierta concreción y cohesión a un movimiento excesivamente abierto en los primeros días. No obstante, buena parte de la población piensa que se ha perdido una oportunidad irrepetible de reformar el sistema.
Los siete pecados capitales del 15M
Desde el 15 de mayo hasta el 15 de junio el movimiento de protesta ha seguido en su metamorfosis una única dirección: la que va de la moderación y el consenso a la radicalidad y la ilegalidad como modo de acción. Esta transformación se ha producido día a día, de tal modo que, en la actualidad, cabe distinguir siete causas que explican por qué el 15M ha perdido el apoyo de la mayor parte de la ciudadanía.
El primer pecado de los Indignados fue convertir en foros de debate político unas comisiones que tenía, en principio, la función de organizar la logística de la acampada.
Se pasó así de una protesta que exigía a los dirigentes la reforma del sistema, a una serie de mini-asambleas legislativas que se autoconstituían como voz del pueblo negando, por tanto, el carácter representativo de la clase política.
A partir de ahí, fruto de las discusiones propias de todo debat, se fueron añadiendo a las propuestas iniciales otras que abandonaban senda de la moderación y del consenso. La Puerta del Sol, donde los radicales iban ganando voz día a día, se fue alejando de las exigencias del conjunto de la sociedad para convertirse en altavoz de una serie de grupos antisistema.
Antes incluso de las elecciones del 22 de mayo había tomado forma ya la ciudad de las asambleas; un espacio supuestamente abierto donde, emulando al ágora griega, cada uno podía expresar libremente su opinión. La teoría suena muy bien, pero ¿era así realmente? Lo cierto es que no. Los radicales pusieron en práctica la vieja táctica que tan bien les funciona, por ejemplo, en las asambleas universitarias. En las reuniones se hablaba y se dejaba hablar, incluso se votaba sobre algunas cuestiones. Sin embargo, buena parte de las decisiones importantes se tomaban cuando los moderados se habían ido ya para casa.
Ese es, sin duda, el segundo pecado capital del 15M: la táctica asamblearia de los radicales y la desidia por parte de los moderados.
Cuando todas esas personas que, por responsabilidades familiares o laborales, tenían que marcharse de las largas discusiones del ágora, los “irresponsables” –entiendase por tales los que no tienen hijos ni trabajo- tomaban el control de la situación y decidían. De esta forma, poco a poco, los moderados se sintieron cada vez más alejados del movimiento, por lo que dejaron de acudir al ágora. Esta se convirtió de manera definitiva en un foro dominado por los radicales.
Llegados a este punto, más de uno podría tachar a los moderados de poco comprometidos con la protesta; y, en cierto modo, no le faltaría razón. Sin embargo, para aquellos que trabajan de sol a sol, para los que tienen niños pequeños, familia u otro tipo de responsabilidades, no resulta fácil competir con los revolucionarios profesionales.
Llegamos, al fin, al tercero de los errores del 15M: prolongar las acampadas más días de los necesarios.
El jueves 19 de mayo el efecto-acampada ya había logrado sus objetivos. La opinión pública estaba centrada en la Puerta del Sol, esperando que de allí saliera algo concreto. Pero lo cierto es que no salió nada salvo el deseo de continuar en las tiendas.
El “yes we camp” que esgrimían en sus primeros días los Indignados se convirtió, con el paso del tiempo, en un reclamo para personajes de los más diversos pelajes. Pronto Sol se llenó, ya no de indignados, sino de ocupas, antisistema y profesionales de la protesta. Por tanto, no es que los moderados no estuvieran comprometidos con el 15M.
Lo que sucedió es que llevaron la plataforma a un campo donde los radicales tenían todas las de ganar. Una acampada más corta -de algo menos de una semana, por ejemplo- que hubiera sido capaz de presentar a la ciudadanía y a las Cortes un programa de mínimos, hubiera dado el protagonismo a los moderados.
El cuarto pecado capital del 15M fue no respetar la jornada de reflexión. Dentro de la deriva radical que ha tomado el movimiento, la ruptura con la legalidad juega un papel clave.
Pues bien, la primera acción ilegal de gran calado fue desobedecer a la Junta Electoral y permanecer en la plaza durante el sábado 21 de mayo. Quizás en ese momento muchos moderados no se dieran cuenta –yo si lo hice, y mis compañeros de desayuno de ese mismo día son testigos de ello-, pero se había abierto de la veda de la desobediencia como sistema. Se abandonaron los cauces legales de participación ciudadana y se extendió entre los Indignados el gusto por las acciones ilegales. El origen de todo eso fue, sin duda, la decisión de mantenerse en la Puerta del Sol durante la jornada de reflexión.
Las acciones ilegales, consecuencia de ese cuarto pecado, constituyen lo que he querido denominar como el quinto error del 15M. El más representativo de todos ellos es, sin lugar a dudas, el acoso al Congreso de los Diputados.
Imágenes de personas insultando a políticos que, en la mayoría de los casos, no son corruptos, hicieron que muchos españoles se indignaran precisamente contra los Indignados. Es más, lo ciudadanos han acabado por hartarse de ese movimiento que se creía legitimado para saltarse las leyes.
Sin lugar a dudas, lo que más molestó a la opinión pública fue que el 15M no respetara el mayor símbolo de la representación ciudadana: el Parlamento. Puede que los españoles no estemos del todo de acuerdo con algunas cosas de nuestro sistema político, y puede que critiquemos, con razón, a muchos de nuestros representantes. Ahora bien, no respetar la institución legislativa es no respetar al pueblo que la ha elegido. En definitiva, aquellas reuniones y protestas frente al Congreso no sólo atacaban a los políticos, sino al pueblo que pretendía, a mediados de mayo, representar el 15M.
Para encontrar el sexto pecado capital hemos de retroceder un poco en el tiempo; en concreto, hasta la noche electoral.
El día 22 de mayo los resultados de las elecciones autonómicas y municipales arrojaban un grado de participación algo inferior al de anteriores comicios, pero muy alejado del vuelco que esperaban los promotores del 15M. Ese día Sol inició un proceso de desconexión con la realidad, de enfado con una ciudadanía a la que denominaron “narcotizada”. Se encerraron en sí mismos y convirtieron su causa en algo más cercano al orgullo personal que al deseo de mejorar el sistema. Los Indignados juraron odio eterno a los políticos esa noche, a las mujeres y hombres que les habían ganado la partida del 22 de mayo.
Las consecuencias de la jornada electoral son más que evidentes: el movimiento se radicalizó, reforzó su voluntad de seguir en Sol, cogió de manera definitiva gusto por las acciones ilegales, criminalizó a la clase política, despreció a una ciudadanía que no había sabido entenderles… En definitiva, ese día se profundizó en algunos de los otros pecados capitales y se sentaron las bases para otros. Una vez más, en la base de todo estaba el error.
La equivocación de pensar que el 15M debía tener unas repercusiones inmediatas, que los españoles iban a entenderles en el plazo de una semana y, por tanto, cambiar su voto de toda la vida para apoyarles a ellos. En lugar de plantearse unos resultados a largo plazo, se centraron en obtener un buen resultado en unas elecciones donde poco podían conseguir. La decepción era, en un planteamiento cortoplacista, lo más probable; y fue lo que a la postre sucedió. Llegó la tristeza de haber perdido, y con ella un rencor que todavía exhiben cuando insultan a los políticos por las calles de las principales ciudades de España.
El último pecado capital del 15M ha sido la criminalización de la clase política y de los empresarios y banqueros.
En lugar de centrarse en determinadas acciones de fraude y corrupción tomaron el todo por la parte, simplificando la realidad hasta alcanzar cotas de auténtica puerilidad. El mismo error que cometieron los inmovilistas al denominar el 15M como un movimiento de vagos y “perroflautas”, lo cometieron estos al criminalizar a todos los políticos.
La verdadera voz del pueblo
Sin embargo, la simplificación y las descalificaciones no terminaron ahí. Quizás porque se sentían acorralados, puede que incomprendidos o, tal vez, dueños de la verdad suprema, muchos Indignados comenzaron a mostrar altas cotas de intolerancia con los ciudadanos que no pensaban como ellos. Se inició, en cierto modo, una persecución contra los reformistas moderados que se mostraban molestos con la deriva radical de la plataforma.
Se acusaba a los moderados de criticar el 15M desde su sillón, de no estar en las asambleas y de ser infiltrados dentro del movimiento. Sin embargo, son precisamente ellos los que, trabajando de sol a sol, hacen posible que este país siga funcionando. Esos a los que se acusa de estar en su sillón son los que se levantan todos los días cuando las calles están todavía cubiertas de oscuridad; son los que trabajan ocho horas para mantener a su familia.
Aquellos a los que se acusa de estar en un sillón mientras el “pueblo” lucha, son los que, al llegar a casa después de una larga jornada laboral, tienen que cambiar pañales, dar de cenar a los niños y convencerles de que se metan en la cama.
Si eso es ser un infiltrado, un traidor o un comodón, yo lo soy. No dudo que haya personas así dentro del 15M. Ahora bien, lo que abunda en ese movimiento hoy por hoy son personas que no tienen más resposabilidad que lanzarse a la protesta o permanecer en una tienda de campaña. Cada uno es libre de hacer lo que quiera, por supuesto, pero no es de recibo faltar al respeto a gente que no está de acuerdo con unas determinadas ideas; y mucho menos mentir diciendo que están en el sillón mientras otros luchan por sus supuestos derechos.
El gran pecado del 15M, el que encierra en sí mismo, a todos los demás es la falta de respeto hacia parte de ese pueblo al que se pretendía representar. Eso es lo que ha llevado a los Indignados a perder el apoyo de la ciudadanía: han pasado de ser la voz del pueblo a ser la de un grupo muy concreto. Desde mi punto de vista, el único futuro que, hoy por hoy, tiene el 15M es representar a una minoría.
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