#15M ¿A la revolución por el agotamiento?


Dentro de diez días el movimiento 15M cumplirá tres meses de vida. A lo largo de ese corto periodo de tiempo hemos sido testigos de abundantes acontecimientos poco comunes hasta esa fecha: actividades subversivas en las redes sociales, acampadas en las plazas públicas, duras intervenciones policiales, acoso a los políticos, asambleas callejeras…

Este frenético ritmo, unido a la atención desmesurada que en sus primeros días les prestaron algunos medios de comunicación, ha llevado al 15M a adoptar diversas formas con el paso del tiempo. Sin embargo, la mayoría de ellas, lejos de estar orientadas a alcanzar los objetivos primigenios de la protesta, parecen buscar ese protagonismo mediático previo a las elecciones del 22 de mayo.

22M ¿Y ahora qué?

Durante la primera semana el movimiento vivió sus días de oro. Fueron jornadas de las grandes propuestas –el consenso de mínimos-, esas que sintonizaban bien con la mayoría de la población. La juventud tomaba la calle y mandaba un mensaje al resto de la sociedad: no estamos narcotizados, estamos hartos de un paro juvenil que supera el 40%, tenemos una formación académica sólida, sabemos organizarnos… en definitiva, no somos unos “ninis”.

Tenían las propuestas, la simpatía de la población, la atención de la opinión pública… Sin embargo, no supieron dar el siguiente paso. Después de las elecciones del 22 de mayo se optó por seguir en la Puerta del Sol, por mantener una situación que dejaba, poco a poco, de oler a novedad.

Así fue como, en pro de la popularidad mediática y la actividad callejera, se perdió una oportunidad de oro. El control del movimiento pasó, en esos días pos-electorales, de los jóvenes formados y responsables, a los profesionales de la revolución, los ocupas y los radicales de izquierdas. Con el cambio de protagonistas se transformaron también las ideas; o, más bien, se hizo patente la primacía de la acción sobre el pensamiento.

Todo eso fue percibido bien pronto por el conjunto de la sociedad, donde el 15M empezó a desangrarse en apoyos. De un 70% de población favorable en la semana del 22 de mayo, se pasó a menos de un 30% a principios de junio. Dos meses después, a comienzos de agosto, la impopularidad del movimiento ha alcanzado su culmen. La sociedad parece estar harta de unos sucesos que, además de resultarles incomprensibles, les dificultan su día a día en la ciudad de Madrid.

Por último, los medios de comunicación, buenos conocedores del capricho de sus usuarios, saben de sobra que el boom en torno a una noticia no suele durar más de una semana. Así fue como se apagaron los focos en Sol; eso fue lo que obligó al 15M a reinventarse.

Objetivos: mantener la atención pública y salir a la calle

La historia del 15M guarda cierta analogía con el personaje de Norma Desmond en Sunset Boulevard de Billy Wilder. El movimiento, centro de la opinión pública durante una semana –del 15 al 22 de mayo-, se resiste a salir de escena.

Una vez probado el licor de la popularidad, el 15M no parece muy dispuesto a asumir un papel secundario. Los objetivos primarios, ese consenso de mínimos que tan bien acogió buena parte de la sociedad, ha pasado a ser una simple excusa para mantenerse en el candelero.

Es cierto que se necesita cierta publicidad para cambiar las cosas. Ahora bien, una vez conseguido ese objetivo -pues lo consiguieron- no han sabido articularlo. El 15M ha preferido seguir tomando la calle –y la opinión pública- en lugar de poner unos cimientos sólidos para llevar a cabo su programa.

Acontecimientos como el acoso a la Asamblea de Cataluña, la manifestación del 19J o los intentos de volver a tomar Sol a comienzos de agosto, han devuelto al 15M la atención de los medios. Sin embargo, cada vez está más claro que nos encontramos ante una indignación sin ideas –o si las tienen las han dejado de lado-, ante un protestar por protestar. En definitiva, tomar la calle por tomar la calle.

Sobre el pacifismo en el 15M

Dos de las banderas del 15M han sido desde sus comienzos su carácter pacífico y tolerante. Sin embargo, a estas alturas, con la cantidad de videos que existen a disposición de los internautas, cabe poner en duda esa afirmación.

Si entendemos por violencia algo físico, el 15M, salvo algún hecho aislado, ha sido un movimiento claramente pacífico. Ahora bien, la violencia en sí misma es algo más amplio. Los insultos y la intimidación también son violencia, y eso se ha producido.

Acorralar a unos parlamentarios, aunque no se use la fuerza física contra ellos, es violencia; ir a la casa de un político a gritar e insultar, es violencia; los “piropos” que reciben los cuerpos de seguridad, son violencia; una masa vociferante cercando edificios públicos, es violencia; el lenguaje que utilizan las páginas oficiales del movimiento y sus ecos en las redes sociales, es violento…

Por tanto, en el 15M se puede hablar de una violencia basada en la intimidación, el insulto y en acciones de presión callejera.

Reflexiones sobre el #15M y los movimientos sociales del siglo XXI


Como consecuencia de las protestas de la primavera de 2011, he escrito esta serie de artículos que, desde una perspectiva analítica, tratan de arrojar algo de luz sobre la importancia de estos nuevos movimientos.

#15M. Los movimientos sociales del siglo XXI
#15M. El ocaso de la Indignación
De Sol a sol. Los siete pecados capitales de la Indignación
#15M. La hora de la moderación
Sobre el #15M y las redes sociales
#15M. La historia de la acampada de Sol
#15M. De Twitter a la calle
#15M ¿Cómo funcionan los movimientos sociales del siglo XXI
#15M. DemocraciaRealYa vs Movimientos Sociales del Siglo XXI
#15M. Breve historia de una protesta novedosa
#15M. Entre el consenso de mínimos y el maximalismo
#15M ¿A la revolución por el agotamiento?#15M 
#15M. La financiación de la JMJ
#JMJ. Un movimiento social del siglo XXI alternativo

#15M. Entre el consenso de mínimos y el maximalismo


A lo largo de la segunda mitad del mes de mayo, el panorama político y social español se vio sacudido por la aparición del movimiento 15M. Una convocatoria a favor de una “democracia real” logró reunir en varias ciudades del país a miles de personas. Tras la manifestación del 15 de mayo, la protesta tomó forma de acampada en la madrileña Puerta del Sol, que pronto fue imitada en otros lugares de la geografía española.

Desde entonces, y hasta finales de mayo, el 15M acaparó la atención mediática, ganándose con sus reivindicaciones la simpatía de buena parte de la sociedad.

Sin embargo, los últimos días de la acampada de Sol estuvieron marcados por una clara pérdida de vigor y de apoyo social. En parte, este cambio es lógico, pues todo movimiento social suele empezar con mucha fuerza para luego estabilizarse. Aún así, en el desarrollo de los acontecimientos pueden descubrirse fácilmente otros motivos por los que los indignados fueron perdiendo fuerza.

La indignación del pueblo

Los días de gloria del 15M fueron, claramente, los inmediatamente posteriores al primer desalojo de la plaza; es decir, del 16 al 22 de mayo. La protesta logró conectar casi a la perfección con la sociedad en aquellos momentos, de tal modo que no era baladí decir aquello de “nosotros somos el pueblo”.

El programa de los indignados caló en una ciudadanía harta de sus políticos y de la crisis económica.

Por un momento dio la impresión de que el 15M iba a conseguir poner en jaque al sistema, que iba a lograr que sus propuestas se tuvieran en cuenta. Sin embargo, no fue más que un espejismo.

Los organizadores de la protesta, o por lo menos aquellos que no se habían dejado llevar por el triunfalismo, sabían que el camino a recorrer era largo. Eran conscientes de que aquello sólo era el primer paso, y también de que, tanto la voluntad popular como la opinión pública son volubles. Se había dado el primer paso, nada más.

El viraje hacia las posturas radicales

En medio de ese triunfo inicial, algunos de los integrantes de la protesta intentaron convertir un movimiento de regeneración democrática en un grupo con una ideología concreta. Ese fue, sin lugar a dudas, el mayor error del 15M, o al menos de parte de él.

La indignación, al tomar partido por una serie de medidas ideológicas, expulsaba de su seno a todos los que, conformes con la regeneración democrática, no lo estaban tanto con esas nuevas reivindicaciones.

De esta manera, a finales de mayo el 15M se desangraba en simpatías por dos heridas. De un lado, la pérdida de popularidad lógica de quien deja de ser novedad; y por otro –lo realmente grave- debido a esa deriva ideológica antes descrita. El grito “nosotros somos el pueblo” ya no se adecuaba plenamente a la realidad de la Indignación.

La indignación de un grupo o la Indignación de una mayoría

El mes de junio nos ha dejado innumerables dudas acerca del 15M. Parece evidente que el movimiento ha venido para quedarse, lo que está por ver es la forma que tomará ¿Volverá a recuperar su neutralidad y popularidad de los primeros días o, por el contrario, continuará convirtiéndose en un fenómeno de grupo?

La deriva ideológica tomada desde finales de mayo parece apuntar hacia un movimiento social con una ideología muy concreta y, por tanto, de un grupo.

No obstante, tras la manifestación del 19J, parece poco prudente descartar que la protesta pueda recuperar su carácter moderado. Para que esto último suceda la búsqueda de un consenso de mínimos debe imperar sobre los maximalismos ideológicos.

De Sol a sol. Los siete pecados capitales de la Indignación


Hace más de dos semana que escribí mis dos primeras reflexiones sobre el movimiento del 15M. En ese corto periodo de tiempo han pasado muchas cosas, si bien algunas de ellas venían anunciadas ya en “#15M. El ocaso de la Indignación”. Por esa razón, he creído conveniente escribir este tercer artículo. En él, una vez más, busco denunciar los excesos de Sol, pero también el valor –presente y futuro- de este movimiento.

Pienso que el 15M tiene elementos muy interesantes, y no sólo para el análisis, sino para la praxis política y ciudadana.

Tal como indiqué en “#15M. Los movimientos sociales del siglo XXI”, es un error de bulto pretender ignorar lo que ha sucedido y sigue sucediendo. Ahora bien, la acampada de Sol ha perdido algunos de sus elementos primigenios y, sobre todo, ha perdido buena parte de la popularidad que tenía en los días previos a las elecciones del 22 de mayo.

En los comentarios a los artículos anteriores me han dado la enhorabuena abundantes lectores. Se lo agradezco profundamente. No obstante, y como es lógico en cualquier escrito de opinión, he sido criticado por los enemigos acérrimos del 15M y por los defensores a ultranza del movimiento. No espero nada distinto en este caso, y tampoco voy a cambiar de política en lo que se refiere a libertad de expresión: todo comentario no ofensivo será publicado, entre otras cosas porque es lícito discrepar y bueno debatir.

De la esperanza a la constitución de un movimiento radical

Hace apenas un mes que comenzó a tomar forma el movimiento 15M. Un corto periodo de tiempo en el que, sin embargo, todo ha transcurrido muy deprisa. A ese ritmo desenfrenado que tan difícil nos lo pone a los que tratamos de seguir día a día los acontecimientos y reflexionar sobre la cuestión, hemos de añadir el enorme dinamismo de la protesta que, en constante metamorfosis, invade nuevos ámbitos de la vida política, informativa y social.

En los primeros días, el 15M aparecía ante la mayor parte de los españoles como un movimiento renovador, como una ráfaga de aire fresco que venía a poner solución a algunas deficiencias de nuestro sistema político.

Los promotores de esta plataforma supieron tocar algunas cuestiones claves en las que existía –y existe- un consenso generalizado. Con esta postura, que algunos denominamos moderada, se ganaron el apoyo de la mayoría. La idea romántica de una juventud responsable y trabajadora que, con el apoyo de sus mayores, toma la calle y exige un cambio a unos dirigentes supuestamente corrompidos y apoltronados en sus sillones, atraía a la ciudadanía.

Un mes después las cosas han cambiado. Ahora es la mayoría del pueblo español la que no soporta por más tiempo al 15M; un movimiento que, tomando una deriva radical, se aleja cada día más de ese consenso mayoritario. La protesta, aunque afirma seguir siendo la voz del pueblo, hace tiempo que ha dejado de representarlo. Actualmente es tan sólo un grupo más, con ideas muy respetables, pero ya no nos representa a todos.

Algunos verán esta metamorfosis del 15M como algo positivo, pues ha logrado dar cierta concreción y cohesión a un movimiento excesivamente abierto en los primeros días. No obstante, buena parte de la población piensa que se ha perdido una oportunidad irrepetible de reformar el sistema.

Los siete pecados capitales del 15M

Desde el 15 de mayo hasta el 15 de junio el movimiento de protesta ha seguido en su metamorfosis una única dirección: la que va de la moderación y el consenso a la radicalidad y la ilegalidad como modo de acción. Esta transformación se ha producido día a día, de tal modo que, en la actualidad, cabe distinguir siete causas que explican por qué el 15M ha perdido el apoyo de la mayor parte de la ciudadanía.

El primer pecado de los Indignados fue convertir en foros de debate político unas comisiones que tenía, en principio, la función de organizar la logística de la acampada.

Se pasó así de una protesta que exigía a los dirigentes la reforma del sistema, a una serie de mini-asambleas legislativas que se autoconstituían como voz del pueblo negando, por tanto, el carácter representativo de la clase política.

A partir de ahí, fruto de las discusiones propias de todo debat, se fueron añadiendo a las propuestas iniciales otras que abandonaban senda de la moderación y del consenso. La Puerta del Sol, donde los radicales iban ganando voz día a día, se fue alejando de las exigencias del conjunto de la sociedad para convertirse en altavoz de una serie de grupos antisistema.

Antes incluso de las elecciones del 22 de mayo había tomado forma ya la ciudad de las asambleas; un espacio supuestamente abierto donde, emulando al ágora griega, cada uno podía expresar libremente su opinión. La teoría suena muy bien, pero ¿era así realmente? Lo cierto es que no. Los radicales pusieron en práctica la vieja táctica que tan bien les funciona, por ejemplo, en las asambleas universitarias. En las reuniones se hablaba y se dejaba hablar, incluso se votaba sobre algunas cuestiones. Sin embargo, buena parte de las decisiones importantes se tomaban cuando los moderados se habían ido ya para casa.

Ese es, sin duda, el segundo pecado capital del 15M: la táctica asamblearia de los radicales y la desidia por parte de los moderados.

Cuando todas esas personas que, por responsabilidades familiares o laborales, tenían que marcharse de las largas discusiones del ágora, los “irresponsables” –entiendase por tales los que no tienen hijos ni trabajo- tomaban el control de la situación y decidían. De esta forma, poco a poco, los moderados se sintieron cada vez más alejados del movimiento, por lo que dejaron de acudir al ágora. Esta se convirtió de manera definitiva en un foro dominado por los radicales.

Llegados a este punto, más de uno podría tachar a los moderados de poco comprometidos con la protesta; y, en cierto modo, no le faltaría razón. Sin embargo, para aquellos que trabajan de sol a sol, para los que tienen niños pequeños, familia u otro tipo de responsabilidades, no resulta fácil competir con los revolucionarios profesionales.

Llegamos, al fin, al tercero de los errores del 15M: prolongar las acampadas más días de los necesarios.

El jueves 19 de mayo el efecto-acampada ya había logrado sus objetivos. La opinión pública estaba centrada en la Puerta del Sol, esperando que de allí saliera algo concreto. Pero lo cierto es que no salió nada salvo el deseo de continuar en las tiendas.

El “yes we camp” que esgrimían en sus primeros días los Indignados se convirtió, con el paso del tiempo, en un reclamo para personajes de los más diversos pelajes. Pronto Sol se llenó, ya no de indignados, sino de ocupas, antisistema y profesionales de la protesta. Por tanto, no es que los moderados no estuvieran comprometidos con el 15M.

Lo que sucedió es que llevaron la plataforma a un campo donde los radicales tenían todas las de ganar. Una acampada más corta -de algo menos de una semana, por ejemplo- que hubiera sido capaz de presentar a la ciudadanía y a las Cortes un programa de mínimos, hubiera dado el protagonismo a los moderados.

El cuarto pecado capital del 15M fue no respetar la jornada de reflexión. Dentro de la deriva radical que ha tomado el movimiento, la ruptura con la legalidad juega un papel clave.

Pues bien, la primera acción ilegal de gran calado fue desobedecer a la Junta Electoral y permanecer en la plaza durante el sábado 21 de mayo. Quizás en ese momento muchos moderados no se dieran cuenta –yo si lo hice, y mis compañeros de desayuno de ese mismo día son testigos de ello-, pero se había abierto de la veda de la desobediencia como sistema. Se abandonaron los cauces legales de participación ciudadana y se extendió entre los Indignados el gusto por las acciones ilegales. El origen de todo eso fue, sin duda, la decisión de mantenerse en la Puerta del Sol durante la jornada de reflexión.

Las acciones ilegales, consecuencia de ese cuarto pecado, constituyen lo que he querido denominar como el quinto error del 15M. El más representativo de todos ellos es, sin lugar a dudas, el acoso al Congreso de los Diputados.

Imágenes de personas insultando a políticos que, en la mayoría de los casos, no son corruptos, hicieron que muchos españoles se indignaran precisamente contra los Indignados. Es más, lo ciudadanos han acabado por hartarse de ese movimiento que se creía legitimado para saltarse las leyes.

Sin lugar a dudas, lo que más molestó a la opinión pública fue que el 15M no respetara el mayor símbolo de la representación ciudadana: el Parlamento. Puede que los españoles no estemos del todo de acuerdo con algunas cosas de nuestro sistema político, y puede que critiquemos, con razón, a muchos de nuestros representantes. Ahora bien, no respetar la institución legislativa es no respetar al pueblo que la ha elegido. En definitiva, aquellas reuniones y protestas frente al Congreso no sólo atacaban a los políticos, sino al pueblo que pretendía, a mediados de mayo, representar el 15M.

Para encontrar el sexto pecado capital hemos de retroceder un poco en el tiempo; en concreto, hasta la noche electoral.

El día 22 de mayo los resultados de las elecciones autonómicas y municipales arrojaban un grado de participación algo inferior al de anteriores comicios, pero muy alejado del vuelco que esperaban los promotores del 15M. Ese día Sol inició un proceso de desconexión con la realidad, de enfado con una ciudadanía a la que denominaron “narcotizada”. Se encerraron en sí mismos y convirtieron su causa en algo más cercano al orgullo personal que al deseo de mejorar el sistema. Los Indignados juraron odio eterno a los políticos esa noche, a las mujeres y hombres que les habían ganado la partida del 22 de mayo.

Las consecuencias de la jornada electoral son más que evidentes: el movimiento se radicalizó, reforzó su voluntad de seguir en Sol, cogió de manera definitiva gusto por las acciones ilegales, criminalizó a la clase política, despreció a una ciudadanía que no había sabido entenderles… En definitiva, ese día se profundizó en algunos de los otros pecados capitales y se sentaron las bases para otros. Una vez más, en la base de todo estaba el error.

La equivocación de pensar que el 15M debía tener unas repercusiones inmediatas, que los españoles iban a entenderles en el plazo de una semana y, por tanto, cambiar su voto de toda la vida para apoyarles a ellos. En lugar de plantearse unos resultados a largo plazo, se centraron en obtener un buen resultado en unas elecciones donde poco podían conseguir. La decepción era, en un planteamiento cortoplacista, lo más probable; y fue lo que a la postre sucedió. Llegó la tristeza de haber perdido, y con ella un rencor que todavía exhiben cuando insultan a los políticos por las calles de las principales ciudades de España.

El último pecado capital del 15M ha sido la criminalización de la clase política y de los empresarios y banqueros.

En lugar de centrarse en determinadas acciones de fraude y corrupción tomaron el todo por la parte, simplificando la realidad hasta alcanzar cotas de auténtica puerilidad. El mismo error que cometieron los inmovilistas al denominar el 15M como un movimiento de vagos y “perroflautas”, lo cometieron estos al criminalizar a todos los políticos.

 La verdadera voz del pueblo

Sin embargo, la simplificación y las descalificaciones no terminaron ahí. Quizás porque se sentían acorralados, puede que incomprendidos o, tal vez, dueños de la verdad suprema, muchos Indignados comenzaron a mostrar altas cotas de intolerancia con los ciudadanos que no pensaban como ellos. Se inició, en cierto modo, una persecución contra los reformistas moderados que se mostraban molestos con la deriva radical de la plataforma.

Se acusaba a los moderados de criticar el 15M desde su sillón, de no estar en las asambleas y de ser infiltrados dentro del movimiento. Sin embargo, son precisamente ellos los que, trabajando de sol a sol, hacen posible que este país siga funcionando. Esos a los que se acusa de estar en su sillón son los que se levantan todos los días cuando las calles están todavía cubiertas de oscuridad; son los que trabajan ocho horas para mantener a su familia.

Aquellos a los que se acusa de estar en un sillón mientras el “pueblo” lucha, son los que, al llegar a casa después de una larga jornada laboral, tienen que cambiar pañales, dar de cenar a los niños y convencerles de que se metan en la cama.

Si eso es ser un infiltrado, un traidor o un comodón, yo lo soy. No dudo que haya personas así dentro del 15M. Ahora bien, lo que abunda en ese movimiento hoy por hoy son personas que no tienen más resposabilidad que lanzarse a la protesta o permanecer en una tienda de campaña. Cada uno es libre de hacer lo que quiera, por supuesto, pero no es de recibo faltar al respeto a gente que no está de acuerdo con unas determinadas ideas; y mucho menos mentir diciendo que están en el sillón mientras otros luchan por sus supuestos derechos.

El gran pecado del 15M, el que encierra en sí mismo, a todos los demás es la falta de respeto hacia parte de ese pueblo al que se pretendía representar. Eso es lo que ha llevado a los Indignados a perder el apoyo de la ciudadanía: han pasado de ser la voz del pueblo a ser la de un grupo muy concreto. Desde mi punto de vista, el único futuro que, hoy por hoy, tiene el 15M es representar a una minoría.