Origen y estructura organizativa de la Segunda Internacional


La Segunda Internacional se fundó en París en 1889 con ocasión de los actos conmemorativos del primer centenario de la toma de la Bastilla. Se configuró como una organización que incluía exclusivamente a partidos obreros socialistas y no a diferentes organizaciones obreras, como ocurrió en la Primera Internacional.

Además, se presentaba más homogénea ideológicamente, ya que pronto quedó establecido su carácter socialista de inspiración marxista.

También, a diferencia de la primera, no tuvo una tendencia tan centralizada, no había ningún Comité Central, y cada organización mantenía su autonomía. No se actuaba por órdenes, sino por consejos, que tan sólo obligaban moralmente. Lo que se pretendía era la coordinación del movimiento socialista internacional tanto a nivel teórico como pragmático.

La incidencia de la Segunda Internacional fue también muy superior a la de la primera, ya que agrupaba a millones de trabajadores y sus debates tenían una amplia resonancia en la política y la opinión pública. En su foro se discutían los grandes problemas de la política internacional y se daban las directrices a seguir por el socialismo mundial.

Fue la Segunda Internacional la que instauró algunos de los grandes símbolos del movimiento obrero, como el himno de La Internacional o la fiesta reivindicativa del “Primero de Mayo”.

El nacimiento del movimiento obrero


Todo lo referente al factor trabajo en época tardofeudal –precios y salarios principalmente- estaba establecido. Por tanto, resultaba sumamente difícil llegar a controlarlo. Sin embargo, esa rigidez del sistema económico del Antiguo Régimen chocaba de frente con el liberalismo económico, según el cual todos los factores de producción –trabajo, propiedad y capital- debían estar liberalizados.

Desde finales del siglo XVIII, los liberales tendieron a transformar las relaciones laborales para adecuarlas a su ideología. Se procedió a reubicar al Estado en su nuevo papel: defensor de la libertad de mercado. Por otro lado, como el mercado se regía por criterios armónicos, todo lo que fijase era justo, porque también era libre.

Llevando esta última idea al campo de las relaciones laborales, no cabe duda de que resulta sumamente injusta. Así, con el objetivo de luchar contra estas injusticias, nacieron las asociaciones obreras.

Estas, aunque de hecho siguieron existiendo, fueron prohibidas en un primer momento. Los parlamentos liberales consideraban que las asociaciones obreras la libertad del empresario, y que, por tanto, atacaban directamente al mercado de igual modo que en su momento habían hecho los gremios.

Más adelante, a finales del siglo XIX, llegaron a ser legalizadas, y consiguieron que los Estados comenzasen a intervenir en contra esas injusticias.

La protesta obrera toma forma política: el Cartismo

Hasta 1830 la tendencia preponderante del obrerismo inglés reducía sus proyectos a mejoras exclusivamente laborales. Sin embargo, hacia esa fecha la miseria de las clases obreras inclinó a los líderes hacia posturas más precisas de reforma política.

En 1831, durante la campaña sobre la reforma electoral, Lovett reclamó el sufragio universal, argumentando que la clase obrera producía la mayoría de la riqueza del país y sólo gozaba de una ínfima parte.

En 1838 fue redactado un documento histórico, la “Carta”, en el que se pedía, entre otras cosas, el sufragio universal y la supresión del certificado de propiedad para ser miembro del parlamento. Dentro de este movimiento cartista podemos distinguir dos tendencias:

  • Los moderados (Lovett y Owen) ponían el acento en las cuestiones económicas, postulando la organización de cooperativas de producción y la supresión de los intermediarios.
  • Los violentos (O´Connor y O´Brien) eran la tendencia más popular, y se inclinaban por los mítines y huelgas de carácter violento.

Finalmente, el Congreso cartista celebrado en 1839 optó por la segunda postura. Esto trajo consigo el comienzo de las actuaciones represivas por parte del gobierno inglés. Esto fue seguido del enfrentamiento entre violentos y moderados, que acabó por desbaratar toda opción de triunfo.

La I Internacional

Dos procesos contribuyeron de manera decisiva a la aparición de una organización internacional del movimiento: la conciencia obrera de que, en todas las naciones, los problemas de la clase trabajadora eran similares; y la experiencia de que la acción esporádica de las masas debía ser sustituida por una actividad organizada.

Por fin, tras numerosos contactos entre británicos y franceses, se convocó la primera reunión en Londres (28 de septiembre de 1864), a la que asistieron representantes de las trade unions inglesas, franceses de diversas tendencias, y numerosos políticos y líderes obreros de otras nacionalidades.

El grupo era excesivamente heterogéneo, pero, a pesar de eso, se logró formar un comité que elaborara los estatutos. Sin duda, el papel de Marx en la redacción de este documento fue fundamental, pudiendo resumirse su aportación en tres puntos:

  • Defensa de que la Internacional no debía abolir las asociaciones nacionales, sino potenciar su actividad a escala mundial.
  • Creencia en que la emancipación de la clase obrera sería única y exclusivamente labor de los trabajadores.
  • Afirmación de que sin lucha por el poder político no habría emancipación.

El debilitamiento y disolución de la Primera Internacional se debió más a las disensiones internas que a la persecución externa. Los choques entre socialistas marxistas y anarquistas fueron creciendo en violencia, hasta que en el Congreso celebrado en La Haya (1872) estos últimos fueron expulsados de la A.I.T.

La II Internacional

En los últimos años del siglo XIX, ante el importante desarrollo del movimiento obrero, muchos sectores del mismo comenzaron a pensar en reinstaurar una organización supranacional que relacionase a los nacientes partidos obreros y sindicales de carácter nacional.

De esta manera, en el verano de 1889 los principales líderes y representantes del movimiento obrero reinstauraban, con una reunión en París, la Internacional. En estas reuniones se acordó la estructura de la nueva organización –de carácter flexible- y, con el fin de mantener la cohesión, la convocatoria de sucesivos congresos. Además, otras de las cuestiones que ocuparon estos congresos fueron:

  • El debate en torno a las versiones ortodoxas y revisionistas del pensamiento de Marx.
  • La toma de posición ante los problemas de la época: colonialismo y conflictos bélicos a escala mundial.
  • La posibilidad de participar en gobiernos de coalición con partidos de la izquierda burguesa.
La disolución de la Segunda Internacional vino marcada por dos hechos: la Gran Guerra y la Revolución Soviética. El primer suceso supuso la victoria del nacionalismo sobre la solidaridad obrera, mientras que del segundo surgió la Tercera Internacional o Internacional Comunista.

Breve historia de la III República Francesa


La caída del II Imperio Francés, como consecuencia de la derrota en la guerra contra Prusia, así como de la creciente oposición a Napoleón III, fue seguida de un breve periodo de caos e incertidumbre.

En esos días previos al establecimiento de la III República, podemos distinguir dos grupos políticos predominantes: moderados y radicales.

El primero de estos grupos, bajo la dirección de Thiers, estaba formado por antiguos monárquicos. Estos, conscientes de que la situación no era propicia para una restauración, se mostraban partidarios de una república conservadora. Además, defendían la necesidad de llegar a una paz rápida con Prusia que permitiera sobrevivir al nuevo régimen.

Los radicales, bajo el liderazgo de Gambetta, podrían ser considerados como los herederos finiseculares de los jacobinos. En lo que respecta a la guerra con Prusia, eran partidarios de la resistencia, pues pensaban que eso fortalecería a la República tal como había sucedido en 1791.

En febrero de 1871 se convocaron elecciones a la Asamblea Nacional Constituyente. Los comicios se saldaron con el triunfo de Thiers, si bien los radicales pudieron imponer algunas de sus ideas. Tras estos hechos, el nuevo gobierno, como ya había anunciado, se apresuró a pedir la paz a Prusia, que fue firmada en el Tratado de Frankfurt.

Sin embargo, antes de lograr su doble objetivo de alcanzar la paz exterior e interior, Thiers tuvo que enfrentarse a dos grandes problemas: las duras condiciones de paz impuestas por los alemanes, y la tendencia hacia la revolución de los parisinos.

Durante dos meses la capital del país estuvo gobernada por la Commune, que finalmente fue duramente reprimida por el gobierno.

Proyectos para restaurar la monarquía

Una vez estabilizado el régimen, se sucedieron una serie de tentativas con el fin de llevar a cabo la restauración en la figura de un rey. No obstante, todos estos proyectos fracasaron.

La división interna dentro de la familia monárquica, donde existían partidarios de los Borbones, de los Orleans y de los Bonaparte, así como las intrigas internas dentro del gobierno, cuya manifestación más importante fue la sustitución de Thiers por Mac Mahon, hicieron imposible que se llevase a cabo la restauración.

La consecuencia de este hecho fue la inmediata prolongación de los poderes de Mac Mahon por siete años más. La finalidad de este afianzamiento del militar monárquico en el poder, no era otra que mantener abiertas las puertas a una posible restauración posterior.

El fortalecimiento del ideal republicano

Mientras los monárquicos no hallaban una salida a la crisis en torno a la restauración, la República fue poco a poco afianzándose y sentando sus bases. Cada vez parecía más evidente que la única salida a la crisis política del país era aceptar el régimen republicano.

Así, lentamente, se fueron aprobando las leyes fundamentales que acabarían formando parte de la Constitución de la III República francesa: liberalismo parlamentario, respeto a la opinión, defensa de la propiedad, interés por lo económico, existencia de dos cámaras…

Finalmente, la victoria de los republicanos de Gambetta en las elecciones de 1877, realizadas por sufragio universal, acabaron por consolidar el régimen republicano.

No obstante, aunque la jefatura del gobierno estaba en manos radicales, la presidencia siguió en manos de Mac Mahon hasta 1879.

La consolidación de la III República

A partir del año 1879, se consolidó definitivamente el régimen republicano y democrático en Francia. Pronto se dejaron notar las consecuencias de este hechos:

  • El poder ejecutivo quedó en manos del primer ministro, convirtiéndose el cargo de presidente de la República en algo casi honorífico.
  • Secularización de la vida pública francesa, que se manifestó principalmente en la expulsión de algunas congregaciones religiosas, y en la instauración de una enseñanza estatal laica y obligatoria.

Durante la presidencia de Gambetta se mantuvo cierta continuidad con respecto a la herencia de Mac Mahon. Esto redujo enormemente la tensión política y permitió la permanencia de los radicales en el poder durante un largo periodo de tiempo. Sin embargo, la mala coyuntura económica y el estancamiento de la industria francesa propiciaron su caída a mediados de la década de 1880.

Francia ante la crisis finisecular

La crisis paso factura a los radicales en las elecciones de 1885. De los comicios surgió un parlamento fragmentado y sin apenas capacidad de maniobra. Sin embargo, este hecho, y la falta de sutileza política de los conservadores, favoreció la posterior victoria política los radicales. Estos volvieron a ocupar el poder entre 1889 y 1898.

Esa esa década, la III República vivió algunos de los momentos más importantes de su corta historia, como la reconciliación con las monarquías europeas, la gran expansión colonial y la promulgación de una amplia legislación social.

Para terminar, hemos de citar otros cambios profundos de los últimos años del siglo XIX francés: la reconciliación del gobierno con los católicos, y el surgimiento del partido y sindicato socialista.

Historia de Japón: la revolución Meiji


Desde el siglo XVI, Japón había estado gobernado por el más poderoso de los linajes aristocráticos, los Tokugawa, que habían sustituido a la familia imperial en casi todas sus funciones.

Japón vivía una larga época feudal, en la que los Tokugawa habían ido delegando poder en sus vasallos, los daimios. El país vivía de espaldas a las influencias occidentales y a cualquier innovación económica y social.

La restauración de Mutsu Hito

Hacia 1850 la situación comenzó a cambiar, ya que algunos de los señores feudales empezaron a pensar en una posible restauración de los emperadores en sus antiguos poderes. Además, el peligro de la penetración occidental se hacía evidente con el avance ruso sobre Siberia y la guerra del opio entre ingleses y chinos.

Como consecuencia, poco a poco, los japoneses se vieron obligados a tomar la humillante medida de abrir sus puertos al comercio de las grandes potencias.

Ante las dificultades del gobierno Tokugawa, y la crisis en la que estaba sumido el país por la penetración del comercio exterior, algunos señores feudales decidieron restaurar, definitivamente, el poder imperial.

Así, tras derrotar al ejército de los Tokugawa, proclamaron la restauración en la persona de Mutsu Hito (1868). Con este emperador se inició una etapa de desarrollo crucial para la historia nipona, basada en el restablecimiento de la autoridad imperial y la occidentalización del país.

De esta forma, se puso fin a la época feudal de la nación nipona, y se procedió a su desarrollo industrial.

La nueva estructura organizativa

Los mayores esfuerzos del nuevo gobierno se centraron en remplazar los feudos por los departamentos (Ken). Los daimos, al ceder su feudo, renunciaban a una autoridad y a sus deudas, de las que se hizo cargo el gobierno.

Su puesto fue ocupado por los prefectos de la administración representantes del poder central. Asimismo desaparecieron los privilegios personales y las restricciones profesionales; fue, en definitiva, un proceso de desmontaje de monopolios estamentales. Además, un nuevo sistema fiscal suprimió las discriminaciones de la antigua recaudación estatal nipona.

Gracias a instructores franceses y alemanes se organizó un nuevo y unificado ejército nacional. De esta manera, desde 1873, se estableció el servicio militar obligatorio y se procedió al rearme de Japón.

El nacimiento de un gigante industrial

La industrialización de un país tradicionalmente en agrario se convirtió en el principal objetivo de los hombre del Meiji. Con este objetivo, el gobierno dirigió sus esfuerzos en cuatros direcciones:

  • Industrias estratégicas: se establecieron en Tokio y Osaka.
  • Transportes y comunicaciones: Primacía de los marítimos debido a que el abrupto relieve de la isla encarecía enormemente la construcción del ferrocarril. También hay que destacar el importante desarrollo del telégrafo.
  • Industria pesada: centrada en la minería y la construcción.
  • Textil: destacaron la lana, la seda, y, posteriormente, el algodón.
Además, el despegue industrial de Japón se basó en un importante crecimiento demográfico, en la tendencia a la innovación de sus empresarios, y a una rápida acumulación de capital.

Las reformas políticas

Durante las dos primeras décadas del Meiji, el sistema político nipón no funcionó de una manera fija: no poseía una estructura definida. Sin embargo, poco a poco se fueron formando los partidos políticos. Entre ellos cabe destacar el Partido de la Libertad, dirigido por Itagaki y con una importante participación de los samuráis, y el Partido Constitucional de la Reforma y el Progreso, liderado por Okuma y con el respaldo de los intelectuales, estudiantes y hombres de negocios.

En el año 1889 se promulgó la Constitución, que fue redactada por uno de los hombres fuertes del Japón Meiji: Itô. En virtud de esta ley fundamental, se estableció la existencia de un parlamento con dos cámaras, el sufragio censitario muy restringido y los derechos de los ciudadanos (expresión, reunión y religión).

Sin embargo, el emperador retenía enormes poderes: controlaba el ejército, proponía enmiendas para la Constitución, supervisaba la labor de los ministros, podía suspender las facultades del parlamento…

Por tanto, a pesar de la revolución que supuso el Meiji, Japón continuó siendo gobernado por una oligarquía: un grupo dominante que recurrió a la alternancia entre dos partidos.

Anna Kéthly

Este texto forma parte de un conjunto de breves biografías que he elaborado sobre la Revolución Húngara de 1956. Para ver la lista completa, pincha aquí.


Anna_Kethly(1889-1976) Militante socialdemócrata y desde los años veinte parlamentaria en representación de su partido, en la época del estalinismo-rákosismo había sido condenada bajo pruebas falsas y apartada de la actividad política. Una vez reconstruido su partido, y como presidente del mismo, se incorporó en octubre de 1956 al Gobierno de Nagy en calidad de Ministro de Estado. Después del otoño de 1956 se exilió y en 1957 comenzó a trabajar en Estrasburgo como presidente del Consejo Revolucionario Húngaro.

Zoltan Tildy

Este texto forma parte de un conjunto de breves biografías que he elaborado sobre la Revolución Húngara de 1956. Para ver la lista completa, pincha aquí.


Zoltan_Tildy(1889-1961) Se convirtió en Presidente del Gobierno tras el triunfo del Partido de los Pequeños Propietarios en las elecciones del 4 de noviembre de 1945. Pocos meses después -1 de febrero de 1946- abandonó ese puesto para ocupar el cargo de Presidente de la República. En la primera mitad de los años cincuenta se le obligó a retirarse de la vida pública y sufrió arresto domiciliario. Durante la insurrección de octubre y noviembre de 1956, en el segundo Gobierno de Imre Nagy, fue nombrado Ministro de Estado en representación del Partido de los Pequeños Propietarios. En 1958, en el mismo proceso judicial urdido contra Nagy, Tildy fue condenado a seis años de prisión. Liberado en 1959, murió dos años después.