#JMJ. Un movimiento social del siglo XXI alternativo

Al día siguiente de escribir mi artículo sobre la financiación de la JMJ, los editores de «Ruta 42» me invitaron a escribir una crónica del evento. Lo cierto es que no me compremetí en un primer momento: respondí con una incógnita. Sin embargo, a mi regreso de Madrid eran tantas las cosas que tenía que decir que no pude resistirme a la tentación de plasmar sobre el papel mis impresiones sobre este encuentro.

Una vez más he insertado esta entrada dentro de las dedicadas a los movimientos sociales del siglo XXI. La razón de está decisión es sencilla: creo que las JMJ, si bien con un carácter distinto a los demás, puede incluirse dentro de este grupo. Precisamente esa diferencia es la que me lleva a darle la denominación de «alternativo», en la que no pretendo en ningún momento dar a entender una oposición de este con respecto a los demás.

Aunque todo lo que vivimos durante esos días no se puede recoger en apenas dos folios, espero que el artículo sea de vuestro agrado.

JMJ Madrid 2011: una experiencia inolvidable

Sorprende que un octogenario como Joseph Ratzinger haya conseguido reunir en Cuatro Vientos a la mayor multitud en la historia de este país. Aún durante el pontificado de Karol Wojtyla podía argumentarse que se trataba de un hombre con un carisma especial, un gran comunicador. No es mi intención restar virtudes a Benedicto XVI, pero su perfil está muy alejado del típico fenómeno de masas.

Quizás deberíamos empezar a pensar que no son Karol ni Joseph los que mueven a millones de peregrinos, sino que hay algo detrás. De hecho, ni uno ni otro hablan de sí mismos en las JMJ. El protagonista de sus discursos es un tercer hombre: Jesucristo.

Sólo en ese contexto se entiende el acontecimiento que, durante esta última semana, ha tenido lugar en el madrileño parque de El Retiro. Doscientos confesionarios llenos y colas de miles de personas, muchas de ellas ajenas a la JMJ que, en ese ambiente especial, decidieron abrir su corazón al perdón de Dios. Los católicos no somos distintos a los demás ciudadanos; no somos perfectos, pero tenemos la suerte de poder reconocer nuestras culpas, repararlas en la medida de lo posible y empezar de nuevo el camino con más alegría si cabe. El perdón, al fin y al cabo, tiene una fuerza difícil de medir.

Desde mi llegada a la capital en la tarde del viernes fui testigo del cariño con el que los ciudadanos de Madrid han recibido a los peregrinos. La oposición de los primeros días de agosto -provocada por informaciones contradictorias y, en buena medida, malintencionadas- dio paso a una complicidad entre madrileños y jóvenes, fruto de la alegría y el buen humor que suele acompañar a las JMJ. Siempre hay tristes excepciones, pero lo habitual eran los saludos, aplausos, abrazos, ofrecimientos, conversaciones agradables… ¡Gracias, Madrid!

El sábado por la mañana los madrileños volvieron a mostrar su hospitalidad cuando caminábamos desde el metro de Aluche a Cuatro Vientos. Mientras miles de banderas de los cinco continentes avanzaban hermanadas hacia el aeródromo, muchas personas del barrio salían a los balcones a aplaudir y nos tiraban agua para aliviar el intenso calor del mediodía.

Lo agradecían los coreanos y los brasileños, los italianos y los nigerianos, los franceses y, por supuesto, los chinos.

A ellos en concreto quiero dedicar unas palabras, pues pocas cosas me emocionaron tanto como ver a representantes de un país que, durante décadas, ha perseguido a la Iglesia. Cualquier católico que esté medianamente informado sobre lo que han sufrido –y sufren- los cristianos de China, no puede evitar que la emoción le embargue al levantar la mirada y ver una bandera roja de ese país rodeada por cientos de orientales sonriendo.

Poco antes de entrar en el aeródromo nos detuvimos en una oficina de la organización para comprar nuestra acreditación y la mochila del peregrino con todo su contenido. En total, 55 euros y el orgullo de poder decir con conocimiento de causa: “esta mochila la he pagado yo”. Por fin, ya dentro de Cuatro Vientos, fuimos testigos de un espectáculo poco común: serbios y croatas –enemigos hace apenas una década- bailaban juntos al son de canciones tradicionales, palestinos y judíos se tumbaban juntos a descansar mientras compartían suelo y agua, miles de personas llenaban las capillas y no eran pocos los que continúan allí la avalancha de confesiones de El Retiro.

En definitiva, cánticos, lecturas, oraciones, conversaciones… amenizaron nuestra espera. Esta mereció la pena, pues el Benedicto XVI dedicaba esas horas a visitar un centro para personas deficientes. Tras un emocionante discurso de uno de esos muchachos, el Papa pronunciaba unas palabras que se me han quedado grabadas: “Una sociedad que no acepta a los que sufren, no es una sociedad humana; nuestra sociedad necesita de vuestro ejemplo”.

A las 20.00 llegó Benedicto XVI a Cuatro Vientos. Por aquel entonces ya no cabía un alfiler en el aeródromo, lo que provocó que más de 150.000 personas tuvieran que seguir los actos desde fuera del recinto.

Esto no les desanimó, sino que, plantando sus tiendas en una amplia vaguada, se prepararon para acompañarnos a todos a pesar de tan gran contradicción. De entre estas cabe destacar la gran tormenta que nos calló encima durante más de veinte minutos. Respondimos con cantos, aplausos y alegría, demostrando una vez más que esta no depende de las circunstancias, sino que sale de dentro.

Tampoco se libró Benedicto XVI de los efectos de la tormenta. Ante la atónita mirada de Rouco, el viento se llevaba el solideo papal. Sin embargo, este permanecía impasible, mirando el ejemplo de cientos de miles de jóvenes que no se movían de allí. El cardenal arzobispo de Madrid le sugirió volver a la nunciatura, pero la respuesta del Papa fue firme: “Nos quedamos”. Y allí estuvo hasta que paró la tormenta, mirando esa multitud a la que poco después, haciendo uso de cierta dósis de humor, felicitaba por “haber vencido a la tormenta”.

Gracias a una brisa cálida que sopló durante más de una hora, pudimos secar todas nuestras pertenencias y meternos en el saco como si nada hubiera pasado. Sin embargo, no todos aprovecharon la noche para dormir. Muchas personas pasaron horas rezando en las capillas habilitadas para tal fin, y no pocos sacrificaron sus horas de sueño entre tertulias, cánticos y juegos de cartas. Eso si, ningún incidente.

En España solemos relacionar la presencia de grandes grupos de jóvenes con la palabra disturbios. Por eso quizás ha sorprendido que más de millón y medio de jóvenes no generáramos ningún tipo de incidente durante las veinticuatro horas que permanecimos en Cuatro Vientos. La buena educación y la obediencia a los organizadores y fuerzas de seguridad fueron quizás el secreto de ese triunfo.

Los datos del SAMUR están ahí: un millón y medio de jóvenes en el país del botellón y ningún paciente atendido por cuestiones relacionadas con el exceso de alcohol.

A la mañana siguiente, con más ojeras de lo habitual, asistimos a la Misa celebrada por el Papa. Desde el sector D5, en pleno centro de la explanada se podía contemplar a la multitud extenderse por los cuatro puntos cardinales. Sin embargo, lo verdaderamente grande no era el número de asistentes. Si fueron un millón o dos, millón y medio o quinientos mil, carece de importancia. Lo trascendental de esa multitud era su piedad, el silencio que mantuvo durante toda la celebración. Estando allí percibías que los que te rodeaban -ya fueran alemanes, canadienses o libaneses- no estaban simplemente asistiendo a una celebración, sino que estaban rezando intensamente.

A las 12.00 terminó la celebración, y con ella mi participación en la JMJ. Llegaba el momento de partir y dejar atrás una experiencia inolvidable. Todos nos llevábamos de Cuatro Vientos nuestros propósitos de mejora, nuestras sanas inquietudes y un sinfín de imágenes en la retina. Nos íbamos, al fin y al cabo, con la esperanza de estar en la JMJ de Río de Janeiro 2013, aunque mucho tendremos que ahorrar para semejante viaje.