La batalla de Waterloo


Fragmento de la miniserie «Napoleón» (2002) en donde se escenifica la batalla de Waterloo, que enfrentó, en junio de 1815, a los ejércitos franceses contra los británicos y prusianos. La derrota de Bonaparte puso fin al Imperio de los Cien Días, al tiempo que Francia volvía a estar bajo el gobierno de Luis XVIII. El emperador fue confinado en la isla de Santa Elena, donde moriría en 1821.

El Imperio de los Cien Días


Fragmento de la miniserie «Napoleón» (2002) que muestra el retorno de Bonaparte a Francia tras su estancia en la isla de Elba. Después de ser destronado el emperador en 1814 y haberse restaurado la monarquía en la persona de Luis XVIII de Borbón, hermano del ejecutado Luis XVI, Napoleón vuelve a hacerse con el poder en 1815. En la escena se observa uno de los muchos encuentros que se produjeron entre los fieles a Bonaparte y las tropas enviadas por el rey. Habitualmente esas situaciones se solucionaron con el paso de las soldados monárquicos al bando del emperador. Tras su llegada a París, de donde había huido Luis XVIII, Napoleón instauró el régimen que se conoce como el Imperio de los Cien Días.

 

El Imperio Napoleónico


En 1789 estalló en Francia una revolución que terminó, en primer lugar, con la Monarquía y, en segundo término, con la vida de los propios reyes. Después de esos acontecimientos, la I República Francesa terminó por convertirse en el Imperio Napoleónico, que se mantuvo hasta 1815. En esta clase se aborda precisamente esa última etapa, mientras que en los restantes vídeos se explican las causas de la Revolución Francesala Monarquía Constitucionalla Convenciónel Directorio y el Consulado.

 

Los inicios de la Revolución Francesa


En 1789 estalló en Francia una revolución que terminó, en primer lugar, con la Monarquía y, en segundo término, con la vida de los propios reyes. Después de esos acontecimientos, la I República Francesa terminó por convertirse en el Imperio Napoleónico, que se mantuvo hasta 1815. En esta clase se aborda el comienzo del proceso revolucionario y la Monarquía Constitucional. En los restantes vídeos se explican las causas de la Revolución Francesa, la etapa de la Convención, el Directorio, el Consulado y el Imperio Napoleónico.

 

El atentado contra Napoleón


Fragmento de la miniserie «Napoleón» (2002) en donde se recoge la discusión entre Bonaparte y su ministro de Policía, José Fouché. El motivo de la misma tiene que ver con el atentado terrorista sufrido por el primero el día de Navidad del 1800. El cese momentáneo del ministro marcará el inicio de la mala relación de ambos. A pesar de que Fouché volverá a contar con la confianza de Napoleón, jamás le perdonará ese desprecio, y terminará por traicionarle en 1815.

 

La Europa de la Restauración y los congresos


Con la derrota napoleónica de 1815 se firmó el Primer Tratado de París.

En ese momento se buscaba, no una paz que oprimiese a los vencidos con múltiples cláusulas y sanciones, sino otra que mostrase la buena voluntad de los vencedores. Además, ante la necesidad de reestructurar el mapa territorial e ideológico europeo, se anunció la convocatoria de un congreso.

El Congreso de Viena

Bajo la dirección del ministro austríaco Metternich, se reunieron en Viena los representantes, diplomáticos, ministros e, incluso, monarcas de los estados vencedores.

En un principio se estableció que, a pesar de la presencia de varios reinos, las decisiones solo podían ser tomadas por los países de la Cuádruple Alianza (Austria, Inglaterra, Prusia y Rusia).

Sin embargo, con una hábil jugada política, Talleyrand consiguió incluir a España, Francia, Portugal y Suecia. Además, con el fin de evitar las sesiones plenarias, se crearon diez comités independientes, cuyas decisiones tenían que ser aprobadas por la asamblea general.

La reorganización territorial de Europa

El centro de las discusiones entre las grandes potencias fue el problema territorial, centrado en las cuestión polaca y sajona. Los rusos defendían que el primer territorio se incorporase a sus dominios, mientras que el segundo se incorporaría a Prusia; sin embargo, Austria e Inglaterra mostraron su disconformidad.

Ante la falta de acuerdo las relaciones entre los vencedores se deterioraron notablemente, e incluso llegó a estar cerca el estallido de una nueva guerra. No obstante, el pacto de apoyo mutuo entre Francia, Austria e Inglaterra, al que más tarde se unieron Baviera, Hannover y los Países Bajos, logró que Prusia y Rusia dieran marcha atrás y aceptaran una solución intermedia.

Así, el 9 junio 1815 se firmaban los 121 artículos del acta final, cuyas principales conclusiones eran las siguientes:
  • Reparto de Polonia entre Prusia, Rusia y Austria.
  • Reorganización de los Estados alemanes; se decidió no restaurar el Imperio, sino formar una nueva Confederación Germánica, compuesta por 34 príncipes y 4 ciudades libres, dirigida por una Dieta presidida por Austria. Además Sajonia fue restablecida, aunque tuvo que ceder buena parte de sus territorios a Prusia. Suecia perdió sus territorios alemanes, es decir, Pomerania, que pasó también a Prusia.
  • Reorganización de los Estados italianos; el reino lombardo-veneciano se incorporó a Austria, mientras que los Habsburgo lograban colocar a miembros de su familia en Toscana, Parma y Módena. Al reino de Cerdeña, formado antes de la guerra por la propia isla, Piamonte, Saboya y Niza, se sumó Liguria. Por su parte, Nápoles era recuperada por los Borbones, que también situaban a otro miembro de la familia en Lucca.
  • Norte de Europa; Suecia, perdió Finlandia a favor de Rusia y Pomerania, que fue anexionada por Prusia. Sin embargo, se hizo con Noruega en detrimento de Dinamarca, que recibió algunos territorios alemanes a modo de compensación.
  • Reconocimiento internacional de la neutralidad de Suiza, cuyas fronteras quedaron delimitadas.

La Cuádruple Alianza y las revoluciones de 1820

Tras las guerras napoleónica, los monarcas y emperadores vencedores se plantearon la posibilidad de formar un organismo de carácter supranacional que permitiera organizar el orden internacional mediante un sistema de conferencias. Con este objetivo nació la Cuádruple Alianza, que fijó el sistema de conferencias y el de las grandes potencias, que se mantuvo hasta la Gran Guerra.

La divergencia de criterios dentro de la Alianza favoreció la propagación de las revoluciones de 1820. Estas se desarrollaron principalmente en los países mediterráneos, aunque también surgieron tentativas en Francia, Austria, Rusia e Iberoamérica.

Como ya se indicó más arriba, la reacción de la Alianza fue lenta, y estuvo cargada de complicaciones. No obstante, para las intervenciones en Italia y en los Balcanes no fue difícil llegar a un consenso.

Los problemas surgieron con el caso ibérico, ya que Inglaterra, a causa de la independencia de las colonias españolas, se mostraba favorable a la nueva situación del antiguo Imperio hispánico, que le beneficiaba desde el punto de vista comercial. Finalmente, los franceses actuaron en España con dos condiciones: no intervenir en Portugal y no ayudar a España a recuperar sus colonias.

A partir de 1823 la Alianza perdió fuerza, ya que cada potencia velaba más por sus intereses que por los de la coalición. Así, dos años después, se celebró la última conferencia de este organismo.

La revolución francesa de 1830

La monarquía francesa de Carlos X había significado, con respeto a la de su antecesor –Luis XVIII-, una regresión.

De esta forma, pronto se produjo el choque entre la asamblea y el primer ministro, el reaccionario Polignac. En esta situación, el monarca, en un acto propio del absolutismo, suspendió la libertad de prensa, disolvió la cámara, y reformó la ley electoral.

A estos hechos siguieron las protestas de los periodistas, estudiantes, obreros, y algunos diputados, que protagonizaron tres jornadas de barricadas en julio de 1830. Esta revuelta fue tomando, poco a poco, un carácter revolucionario y republicano, que lleno de intranquilidad a los monárquicos.

Así, con el fin de salvar la institución monárquica, en agosto, mediante una hábil maniobra de Thiers, Luis Felipe de Orleans fue proclamado rey. Su entronización del de Orleans supuso la aceptación de los postulados del liberalismo y de la soberanía nacional.

En consecuencia, se reformó la Carta Otorgada para darle un sentido liberal, se suprimió la censura de la prensa, y se amplió la base electoral.

Durante dos años Francia mantuvo una orientación revolucionaria, de apoyo a otros procesos similares en otros países, y de medidas radicales en el interior. Sin embargo, a partir de 1832, el reinado de Luis Felipe tomó un rumbo más conservador, distanciándose así el régimen de la revolución.

Auge y caída del Imperio Napoleónico (1804-1815)


En esta etapa de la historia francesa culminó un proceso que había arrancado con el estallido de la Revolución de 1789: la configuración de la sociedad según el orden burgués. Pero, además, durante el mandato napoleónico se fue configurando un nueva nobleza, la aristocracia imperial.

El sistema de gobierno durante la época imperial apenas cambió con respecto a la del consulado vitalicio, simplemente se continuó el proceso de centralización progresiva que había arrancado tras el 18 Brumario.

Napoleón no solo estableció el modelo hereditario para la sucesión al frente del Imperio, sino que el emperador también acumuló cada vez más poderes: estableció un poder ejecutivo con autoridad ilimitada; vació de contenido el legislativo, que quedó como una simple; y se aseguró el control sobre el poder judicial.

La expansión del Imperio francés

Entre 1805 y 1812, el Imperio Napoleónico estuvo en constante expansión. En las batallas de Ulm y Austerlitz las tropas francesas consiguieron derrotar a los ejércitos coaligados de Rusia y Austria, consiguiendo la retirada de los primeros y la rendición de los segundos.

Con los austríacos, se firmó la paz de Presburgo, en virtud de la cual Austria cedió Venecia al reino de Italia, Istria y Dalmacia a Francia, Tirol y Trentino a Baviera, Suabia a Württemberg. Además, el monarca austríaco perdía también el título imperial germánico.

Tras Presburgo, Napoleón reestructuró el mapa europeo, situando a su hermano José como rey de Nápoles, a su hermana Elisa como soberana de Luca y Piombio, Holanda a su hermano Luis y nombró a Murat gran duque de Berg. Además, Baviera y Württemberg pasaban a ser reinos soberanos, Hess-Darmstadt y Baden se convertían en grandes ducados, y Hannover quedaba bajo la tutela prusiana.

Por último, Napoléon creó la Confederación del Rhin. Esta no sólo se situaba bajo el protectorado francés, sino que se establecía su total independencia con respecto a los Habsburgo.

La reacción de Rusia, Prusia e Inglaterra ante estos hechos no se hizo esperar: en 1806 formaban una nueva coalición antinapoleónica. Sin embargo, Prusia fue derrotada en Auerstadt y Jena. Además, tras su entrada en Berlín, Napoleón decretó el bloqueo a los productos británicos.

Esta fue, después de Trafalgar, el arma usada por el emperador para derrotar a los ingleses: dejarles sin recursos y hundir su economía. No obstante, ante el fracaso casi total de este primer decreto, promulgaría dos más: el de Fontainebleau y el de Milán. Aún así, ante la oposición de España, Portugal, los Estados Pontificios y Rusia, este bloqueo no fue efectivo. Esta será la principal causa de que Bonaparte emprenda nuevas campañas militares.

Las campañas militares de 1807 y 1809

En 1807 Napoléon inicia una campaña militar contra Rusia. El zar Alejandro I fue derrotado en Eylau y Friedland, viéndose obligado a firmar la paz en Tilsit. En virtud de este acuerdo, Rusia aceptaba el orden europeo napoleónico -dos grandes imperios, el francés y el ruso, que mantendrían el equilibrio continental-, se unía al bloqueo, cedía sus territorios más occidentales, y recibía autorización para expandirse por sus zonas de influencia.

Ese mismo año, Bonaparte ideó un plan para la invasión de Portugal. Los ejércitos napoleónicos, con la colaboración española, invadieron el país luso. Sin embargo, tras hacerse con Portugal, los franceses trataron de dominar también España. Así, en 1808, arrancó la guerra de la Independencia, en la que las tropas francesas serían derrotadas en la batalla de Bailén.

Ante la gravedad de la situación peninsular, y el desembarco inglés en Portugal y Galicia, Napoleón acudió con la Grande Armée y derrotó a sus enemigos. Solo la amenaza austríaca en 1809 impidió que el emperador derrotara totalmente a los españoles.

En 1809 los austriacos volvieron a enfrentarse a Napoleón con el mismo resultado: una derrota en la batalla de Wagram. De esta manera, se firmó un nuevo tratado en Schönbrunn, por el que Austria perdió aún más territorios: Salzburgo, Galitzia, Carintia, Carniola, Croacia, Trieste y Fiume.

Además, con el fin de legitimar al emperador francés y entroncarlo con la prestigiosa familia imperial austríaca, se concertó el matrimonio de Napoleón con María Luisa de Habsburgo.

La caída de Napoleón I

En 1812, a causa del debilitamiento de la alianza con Rusia, Napoleón invadió el Imperio de Alejandro I. No obstante, a pesar de su victoria en Borodino (septiembre) y su entrada en Moscú, la falta de víveres y el frío le obligaron a retirarse.

Fue precisamente esa retirada, en la que murieron casi 600.000 soldados franceses, la que consumó el desastre de la campaña rusa de Napoleón.

Mientras tanto, la guerra en España se alargaba, y el gasto humano y económico de los franceses en la misma, también. La guerrilla hispana y el apoyo británico a los invadidos permitieron que poco a poco la resistencia a los ejércitos bonapartistas se fortaleciera. Finalmente, los franceses fueron expulsados casi totalmente de la Península tras ser derrotados en las batallas de Arapiles, Vitoria y San Marcial.

Los enemigos de Napoléon se coaligaron en 1813, avanzando por Alemania hasta ser derrotadas en Lützen y Bautzen. A pesar de la victoria de las armas francesas, Austria entró en la guerra del lado de la coalición. Una vez reorganizados sus ejércitos, ésta consiguió vencer a Bonaparte en Leipzig.

Finalmente, las tropas coaligadas entraron en París, donde Napoleón fue depuesto y desterrado a la isla de Elba. Además, se firmó la Paz de París, que restablecía las fronteras de 1792, y se procedió a la restauración borbónica en la persona de Luis XVIII.

El Imperio de los Cien Días

En el año 1815, aprovechando un crisis en el nuevo gobierno monárquico francés, Napoleón regresó a París y se hizo con el poder. Para luchar contra el llamado gobierno de los Cien Días, las potencias europeas volvieron a coaligarse, derrotando a Napoleón en Waterloo.

Tras estos hechos, Bonaparte fue desterrado a la isla de Santa Elena, donde murió en 1821. Además, como consecuencia de estos sucesos, se firmó la segunda paz de París, de la que Francia salió muy perjudicada: perdió su poder militar, numerosos territorios fronterizos, y tuvo que pagar una fuerte indemnización a las otras potencias.

La reacción absolutista

Esta entrada forma parte de un conjunto de artículos sobre la España de Fernando VII. Para leer los restantes textos dedicados a esta cuestión, haz clic aquí.


Distinguimos tres etapas en la pugna entre liberalismo y absolutismo durante el reinado de Fernando VII: el Sexenio Absolutista (1814-1820), el Trienio Liberal (1820-1823), y la Década Ominosa (1823-1833). La situación política del continente fue muy parecida a la española durante esos años. Una vez derrotado Napoleón, se procedió a restaurar el absolutismo en todo el continente. Sin embargo, los brotes revolucionarios que se sucedieron después trataron de acabar con el Antiguo Régimen para implantar un sistema liberal.

Situación en 1813-1814

Al finalizar los trabajos constituyentes de Cádiz, las Cortes se disolvieron y se procedió a convocar unas nuevas de carácter ordinario. Esto vino acompañado por la victoria sobre el invasor francés, la firma de la paz de Valencia, y el regreso a España del rey Fernando VII.

Fue entonces cuando se produjo un gran rebrote absolutista, que logró convencer al monarca de que lo mejor era suprimir la obra de los liberales. Prueba de esta influencia es el “manifiesto de los persas”, un auténtico programa político expuesto al rey al poco de su retorno a España.

Vuelta al absolutismo

Por el decreto de Valencia (mayo de 1814) se declaró nula la obra legislativa de Cádiz. El capitán general de la zona procedió, por orden del rey, a disolver las Cortes Ordinarias. Además, en este acto fueron detenidos varios de sus miembros. Estos hechos marcaron el retorno de España al Antiguo Régimen; Fernando VII volvió a Madrid como un rey absolutista.

Ante la persecución de la que eran objeto por parte del nuevo régimen, muchos liberales se decidieron a emigrar. Otros fueron detenidos, y los que eran miembros del ejército fueron relevados de sus cargos para evitar levantamientos militares en favor del liberalismo. Los privilegios estamentales abolidos durante el conflicto volvieron a ser válidos. Como consecuencia de esto, la crisis de la Hacienda, que se pensaba resolver con la aportación fiscal de los privilegiados, continuó acrecentándose.

Contexto internacional

En los primeros años del siglo XIX, España perdió la mayor parte de sus posesiones coloniales. Dentro de este proceso distinguimos tres etapas:

  • Primer periodo (1800-1815); la debilidad de la metrópoli, ocupada por los franceses, se hace patente.
  • Segundo periodo (1815-1818); se consolidaron los primeros movimientos secesionistas. Además, estos fueron apoyados por las potencias europeas con intereses comerciales en Hispanoamérica.
  • Tercer periodo (1818-1824); el proceso emancipador llegó a su fin con la batalla de Ayacucho. A partir de ese momento España pierde de manera inevitable su presencia en la inmensa mayoría de las colonias americanas.
Por el decreto de Valencia (mayo de 1814) se declaró nula la obra legislativa de Cádiz.

El capitán general de la zona procedió, por orden del rey, a disolver las Cortes Ordinarias. Además, en este acto fueron detenidos varios de sus miembros. Estos hechos marcaron el retorno de España al Antiguo Régimen; Fernando VII volvió a Madrid como un rey absolutista.

Ante la persecución de la que eran objeto por parte del nuevo régimen, muchos liberales se decidieron a emigrar. Otros fueron detenidos, y los que eran miembros del ejército fueron relevados de sus cargos para evitar levantamientos militares en favor del liberalismo. Los privilegios estamentales abolidos durante el conflicto volvieron a ser válidos. Como consecuencia de esto, la crisis de la Hacienda, que se pensaba resolver con la aportación fiscal de los privilegiados, continuó acrecentándose.

Bibliografía:

[1] Historia Contemporánea de España II; Javier Paredes (Coord.) – Madrid – Ariel – 2005.

[2] Historia Contemporánea de España II; José Luis Comellas – Madrid – Rialp – 1986.

[3] Historia de España; José Luis Martín, Carlos Martínez Shaw, Javier Tusell – Madrid – Taurus – 1998.

[4] Las Cortes de Cádiz; Federico Suárez Verdeguer – Madrid – Rialp – 1982.

Austria-Hungría: de la Monarquía Dual a la desintegración (1867-1918)

 Artículo publicado por la web Club Lorem Ipsum el 16 de diciembre de 2007.


El siglo que va desde la derrota napoleónica en 1815 al comienzo de la Gran Guerra en 1914 estuvo marcado por el auge del nacionalismo en el continente europeo. En este contexto la monarquía de los Habsburgo sufrió no pocas dificultades para mantener unido su imperio plurinacional. Además, el XIX no fue únicamente la época de las naciones; lo fue también de la ideología liberal. Es bien sabido que, de igual forma, los austro-húngaros presentaban en este aspecto numerosas carencias.

Por lo tanto, unas estructuras arcaicas tuvieron que hacer frente durante casi cien años a las embestidas de las dos grandes corriente ideológicas del momento.

En esta batalla podemos distiguir claramente los elementos disgregadores de los que tendían a fortalecer el viejo sistema. Entre los primeros encontramos a las fuerzas liberales y democráticas del momento, y a los distintos pueblos que formaban parte del Imperio (germanos, eslavos del norte, eslavos del sur, magiares, rumanos e italianos). Dentro del segundo grupo estaban la propia Corona, el ejército, la burocracia, la alta nobleza, los grandes empresarios y los ciudadanos de las distintas etnias que se mantenían fieles al poder central.

Como consecuencia de la victoria sobre la revolución en 1848, se estableció en el Imperio una política centralista y absolutista; al tiempo que se procedió a la modernización de las estructuras económicas. No obstante, con la derrota en las guerras contra Italia (1859) y Prusia (1866) se hizo inevitable el cambio dentro de la estructura estatal. Nació así la Monarquía Dual.

Se redactó entonces una constitución que prometía la igualdad de derechos, y que obligaba, en el periodo de diez años, a convocar una votación en los territorios húngaros del Imperio con el fin de ratificar o rechazar la unión con Austria (Ausgleich). Además, el triunfo de Prusia puso fin a la influencia de los Habsburgo en territorio alemán. Esto obligó a los austríacos a reorientar su política expansionista hacia los Balcanes, que ya en esas fechas era uno de los puntos más conflictivos del mapa continental. Allí el Imperio chocó tanto con los intereses italianos en el Adriático, como con las ideas yugoslavistas de los propios serbios.

La situación de los Balcanes dentro del panorama internacional fue, hasta los primeros años del siglo XX, una cuestión de segundo orden.

Su cambio de status –la transformación de este en un problema de vital importancia para la paz- fue consecuencia de la intervención de las potencias extra-balcánicas en las luchas de los nacionalismos autóctonos ¿Qué potencias y qué nacionalismos? En el primer grupo destacaron Austria, Rusia, e Italia; y en el segundo Serbia –el sueño de la Gran Serbia- y Bulgaria.

Sin embargo, una guerra de proporciones similares a la de 1914-1918 no se produjo en un primer momento gracias a la vigencia del equilibrio bismarckiano. Fue con la ruptura de este –aproximadamente a partir de 1907- cuando comenzaron los problemas. La Monarquía Dual, aprovechando la debilidad exhibida por Rusia en su conflicto de 1905 con Japón, procedió a la anexión de Bornia-Herzegovina en 1908.

Esto produjo un enorme malestar en la Corte de Pedro I, que en aquellos mismos meses estaba embarcado en el proyecto de construcción de la Gran Serbia. A continuación los acontecimientos siguieron un desarrollo muy similar a los de 1914: se desató la cadena de alianzas, que involucró en el naciente conflicto a Alemania y Francia. Finalmente, la mediación británica y el sentido común de los gobernantes lograron frenar la escalada belicista.

El escollo se salvó en 1908, pero de la crisis se habían extraído enseñanzas muy útiles para el verano de 1914. Además, los bloques que más tarde se enfrentaron en la Gran Guerra quedaron perfectamente perfilados tras estos sucesos.

En 1912 tuvo lugar la guerra entre el Imperio Otomano y la Liga Balcánica. La causa: sacar el mayor provecho a la debilidad del primero en sus posesiones europeas. Los turcos resultaron derrotados, firmándose la Paz de Londres que, sin embargo, no puso fin a la guerra. Una vez vencido el “hombre enfermo” –nombre dado a los otomanos durante el siglo XIX- los miembros de la Liga se enfrentaron para repartirse el botín. Todo acabó con el triunfo de Serbia, que logró hacerse con la hegemonía tras la Paz de Bucarest.

Esto reavivó el recelo austro-húngaro hacia sus vecinos eslavos. Tan sólo hacía falta una afrenta como el atentado sobre el Archiduque Francisco Fernando, asesinado junto con su mujer el 28 de junio de 1914 por el estudiante Gabrilo Princep, para empujar a Europa a una catastrófica guerra civil. En esa ocasión volvió a desencadenarse el juego de las alianzas sin que nadie pudiera detenerlo.

La Gran Guerra duró cuatro años y provocó millones de muertos, entre ellos la Monarquía Dual de Austria-Hungría.

Bibliografía:

[1] Historia Universal Contemporánea I y II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[2] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[3] El mundo de ayer. Memorias de un europeo; Stefan Zweig – Barcelona – El Acantilado – 2002.

La tenacidad de Simón Bolívar en la obra de John Lynch

Artículo publicado por la web Club Lorem Ipsum el 5 de marzo de 2007.


Recientemente cayó en mis manos una biografía del “Libertador” publicada en 2006 por el hispanista John Lynch. Francamente, me pareció un trabajo más que recomendable. En él se nos presenta la figura de Simón Bolívar en toda su complejidad: con sus méritos y errores. Aunque tal vez predominen los primeros, no se si por las capacidades del biografiado o por el apasionamiento del escritor.

Sea como fuere, la vida del independentista americano y la trayectoria profesional del historiador anglosajón, avalan la calidad y el interés de la obra.

Mi objetivo es tratar un aspecto que admiro de la persona del “Libertador”: su tenacidad. Esta se nos presenta en tres ámbitos distintos, el militar, el legislativo y el ejecutivo. Bolívar era tenaz y fiel a sus principios como general, como teórico de la política y como gobernante. Sin embargo, esta no escondía un empecinamiento en unas opiniones preconcebidas: la tenacidad de Bolívar –sin ceder en lo básico- estaba abierta al cambio, a reconocer los propios errores.

Las ideas políticas de este personaje se adaptaban a las circunstancias de la época y el lugar donde trataba de aplicarlas. Su bien trabajada base teórica –fundamentada en los escritos de pensadores como Montesquieu, Rousseau, Voltaire o Locke- se amoldaba a la complejidad iberoamericana. En definitiva, Bolívar no imponía a venezolanos, colombianos, ecuatorianos, peruanos y bolivianos un proyecto político ajeno a su realidad; y si lo llegaba a hacer –caso de la Constitución que diseñó para Bolivia y trató de aplicar a toda la Gran Colombia- pronto era consciente de ello y ponía los medios para rectificar.

Simón Bolívar era, como el mismo se definió en uno de sus abundantes discursos, el “hombre de las dificultades”; Francisco de Paula Santander gobernaba, José de Sucre conquistaba, pero el “Libertador” siempre estaba detrás poniendo -a costa de un gran esfuerzo- el orden necesario.

Sin duda la Historia de esos países se hubiera iniciado de otra forma si no hubieran contado con la presencia de este gigante: un hombre capaz de vencer en el campo de batalla, de levantarse una y otra vez cuando era derrotado, y al mismo tiempo organizar legislativa y políticamente los territorios que conquistaba.

Tres veces inició Bolívar la conquista de Venezuela para la independencia en apenas ocho años. Todas, con mayor o menor brillantez por su parte, fracasaron. Sin embargo, en 1818, desembarcó en Tierra Firme para liberar, de manera definitiva, a los venezolanos del dominio español. Dos repúblicas venezolanas, con sus respectivas constituciones, se hundieron.

Este gran legislador supo levantarse, y con él a todo un país, para formar otra nueva estructura política. Su fuerza le llevó a seguir adelante, a no conformase con liberar y estructurar su país. Bolívar hizó lo propio –con más o menos escollos- en las actuales Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia.

La tarea de este gran personaje viene relatada en la obra de John Lynch como una constante lucha.

Los contendientes: el incansable Bolívar y los casi insalvables escollos que se le presentaban. No obstante, el “hombre de las dificultades” era capaz de irlas superando. Incluso parece que al final, después de tanto tiempo, podrá vencer. Hoy sabemos que no fue así. Bolívar solo logró un triunfo parcial: la Gran Colombia se desmembró, y sus resto cayeron en las garras de un sinfín de caudillos. Sin embargo, su aventura mereció la fama que hoy se le tributa.

A mi juicio, el gran mérito del incansable Bolívar fue iniciar las sucesivas guerras sabiendo qué medidas políticas y legislativas quería aplicar en los territorios liberados del maltrecho yugo español. La Carta de Jamaica (1815) o el Discurso de Angostura (1819) constituyen dos buenos ejemplos de ese convencimiento de que a toda lucha armada ha de precederle un plan de posguerra.

Bibliografía:

[1] Simón Bolívar; John Lynch – Barcelona – Crítica – 2006.

[2] Historia Universal Contemporánea I; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[3] La emancipación de Hispanoamérica; Jaime Delgado Martín

[4] Las revoluciones hispanoamericanas 1808-1826; John Lynch – Barcelona – Ariel- 2008.

[5] Obras completas I, II y III; Simón Bolívar – La Habana – Lex – 1950.