#15M. DemocraciaRealYa vs Movimientos Sociales del Siglo XXI


En mis reflexiones sobre el 15M siempre he tratado de distinguir dos aspectos que, a mi entender son clave. Por un lado, estaría el movimiento de protesta que desde mediados de mayo promueve la instauración en España de una democracia real. Se trata de una plataforma pionera y, como tal, de futuro poco claro. Nunca hemos vivido nada similar a los que se ha desarrollado en la Puerta del Sol y en otras plazas de las principales ciudades del país a lo largo de los últimos días. Eso, como es lógico, arroja un alto grado de incertidumbre sobre este fenómeno.

Por otro lado, si bien en estrecha conexión con el 15M, estarían los Movimientos Sociales del Siglo XXI (#XXI), cuyo origen y modos de acción he descrito ya en anteriores artículos. Estos últimos, con su peculiar modus operandi basado en la utilización de las redes sociales como canalizadoras del descontento y plataformas de organización, han venido para quedarse.

El 15M no es más que un #XXI. Sin embargo, su papel pionero es sumamente importante, ya que puede condicionar la recepción y desarrollo de otros posteriores. De esta manera, el gran peligro que amenaza a los movimientos cívicos de las próximas décadas no es el fracaso o el triunfo, la pervivencia, al fin y al cabo, de la Indignación. El riesgo es que los excesos del 15M desprestigien para siempre unas formas de organización ciudadanas extremadamente útiles.

Tratando de navegar en un mar revuelto

El elemento que define el 15M es, sin lugar a dudas, el contexto de crisis en el que se produce su alumbramiento. Es cierto que sin esa circunstancia es bastante probable que la protesta no hubiera tenido lugar. Sin embargo, el hecho de navegar en un mar revuelto ha condicionado su desarrollo de manera notable.

El primer rasgo de esta crisis a la que nos venimos refiriendo no es económico, sino político. No existe sistema perfecto, pero parece evidente que la democracia de 1978 exige una serie de reformas.

Un sistema con más de treinta años de vida que, además, ha degenerado en algunos aspectos básicos, pide a gritos una puesta al día.

El problema es que la reforma no llega, entre otras cosas por la incapacidad de la clase política para llegar a acuerdos a largo plazo. La amplitud de miras brilla por su ausencia en las sedes de los principales partidos. De ahí que la ciudadanía tienda a pensar que estamos gobernados por unas personas que sólo piensan en su propio beneficio o, en el mejor de los casos, que padecen una miopía que les impide salir del cortoplacismo.

La segunda caracterísica , ahora sí, es económica. La situación de crisis política y social –me atrevería a decir que también de valores- se ha visto acrecentada desde verano de 2007 por la debacle del sistema financiero y la consiguiente recesión. Incluso antes de esa fecha, la mayor parte de los españoles no dudaba en mostrar su descontento con el sistema. Sin embargo, tuvimos que sentirlo en nuestros bolsillos, en la falta de trabajo, en la ausencia misteriosa de crédito bancaro, para levantarnos a protestar.

Cuando hace tres semanas publiqué “#15M. Los movimientos sociales del siglo XXI”, mostré mi convencimiento de que el deseo actual de cambio político tiene raíces mucho más profundas que la crisis financiera. No obstante, también afirmaba que la situación económica ha servido de catalizador para la protesta contra las carencias y la degeneración del sistema de 1978.

En definitiva, estamos ante un  movimiento que, en su origen, pedía cambios políticos –democracia real-, pero movido las penurias económicas.

El tercer y último rasgo que define la crisis actual es la Indignación; que no hemos de confundir con el malestar. Se trata de un estadio más avanzado del descontento ciudadano. Un estadio capaz de sacar a los ciudadanos de su comodidad, de sus críticas al político de turno en las tertulias de los bares, para llevarlos a la calle y a las plazas.

La Indignación tiene sus raíces en la confluencia de los elementos anteriores –crisis política y económica-, y puede llevar, incluso, a la constitución de movimientos antisistema que gocen de cierto apoyo popular. El malestar se conformaría con criticar a los dirigentes desde casa; y, en caso de llevar a las personas a una protesta pública, siempre sería contra determinados aspectos del sistema, no contra los fundamentos de este. La Indignación tiene, como queda patente por lo que hemos vivido en las últimas semanas, otros objetivos.

Estos son, al fin y al cabo, los tres factores que han condicionado enormemente el desarrollo del primer #XXI de la historia de nuestro país. Al respecto, es de suma importancia que nos percatemos de  que ha aparecido en un contexto de crisis, por tanto, no cabe esperar las mismas reacciones de los movimientos futuros que nazcan en otras circunstancias.

Los #XXI posteriores a la indignación

El 15M no es tan sólo un proyecto piloto dentro de estos Movimientos Sociales. Es, además, un intento de dar solución a unas circunstancias muy concretas de un tiempo determinado.

Por tanto, cabe esperar que en los próximos años se desarrollen otros tipos de #XXI, con rasgos y formas distintas a las exhibidas por Democracia Real Ya.

Los objetivos de estos nuevos movimientos sociales no serán muy distintos a los de los antiguos. Es probable que surjan nuevos grupos de presión ciudadana de los más diversos orígenes; no obstante, lo más probable es que las reivindicaciones clásicas de las últimas décadas utilicen el traje más apropiado para el mundo que viene: el traje de los #XXI.

Es decir, permitirán, como hasta ahora, que personas con intereses comunes se agrupen para defenderlos. La diferencia con los actuales será, fundamentalmente, el papel de internet como canalizador y plataforma de las reivindicaciones. De esta manera, ciudadanos que jamás se hubieran encontrado sin la utilización de las redes sociales podrán, a través de ellas, dar forma a un movimiento común.

Sin embargo, ese no será el único cambio. La verdadera revolución, esa que parece no haber comprendido aún muchos de nuestros dirigentes –y me atrevería a decir que la mayoría de los que defienden la #spanishrevolution-, es que la tarea de gobierno ha dejado de ser unidireccional para transformarse en algo bidireccional. Gracias a las posibilidades que ofrece internet, los ciudadanos no serán, como hasta ahora, objetos pasivos de la tarea de los gobernantes.

Para dar respuesta a la agilidad de las exigencias de la ciudadanía, los partidos políticos deberán abandonar sus estructuras cerradas, opacas y jerárquicas.

El 15M es un movimiento con objetivos globales, surgido en un contexto de crisis y basado en la Indignación. No parece que esos vayan a ser los rasgos básicos de la mayor parte de los Movimientos Sociales del Siglo XXI. Salvo excepciones, sus protestas y exigencias no aspirarán a crear un nuevo sistema, ni siquiera a reformarlo. Se contentarán con influir en la construcción de la sociedad en aquel aspecto en el que entienden que pueden aportar algo.

De Sol a sol. Los siete pecados capitales de la Indignación


Hace más de dos semana que escribí mis dos primeras reflexiones sobre el movimiento del 15M. En ese corto periodo de tiempo han pasado muchas cosas, si bien algunas de ellas venían anunciadas ya en “#15M. El ocaso de la Indignación”. Por esa razón, he creído conveniente escribir este tercer artículo. En él, una vez más, busco denunciar los excesos de Sol, pero también el valor –presente y futuro- de este movimiento.

Pienso que el 15M tiene elementos muy interesantes, y no sólo para el análisis, sino para la praxis política y ciudadana.

Tal como indiqué en “#15M. Los movimientos sociales del siglo XXI”, es un error de bulto pretender ignorar lo que ha sucedido y sigue sucediendo. Ahora bien, la acampada de Sol ha perdido algunos de sus elementos primigenios y, sobre todo, ha perdido buena parte de la popularidad que tenía en los días previos a las elecciones del 22 de mayo.

En los comentarios a los artículos anteriores me han dado la enhorabuena abundantes lectores. Se lo agradezco profundamente. No obstante, y como es lógico en cualquier escrito de opinión, he sido criticado por los enemigos acérrimos del 15M y por los defensores a ultranza del movimiento. No espero nada distinto en este caso, y tampoco voy a cambiar de política en lo que se refiere a libertad de expresión: todo comentario no ofensivo será publicado, entre otras cosas porque es lícito discrepar y bueno debatir.

De la esperanza a la constitución de un movimiento radical

Hace apenas un mes que comenzó a tomar forma el movimiento 15M. Un corto periodo de tiempo en el que, sin embargo, todo ha transcurrido muy deprisa. A ese ritmo desenfrenado que tan difícil nos lo pone a los que tratamos de seguir día a día los acontecimientos y reflexionar sobre la cuestión, hemos de añadir el enorme dinamismo de la protesta que, en constante metamorfosis, invade nuevos ámbitos de la vida política, informativa y social.

En los primeros días, el 15M aparecía ante la mayor parte de los españoles como un movimiento renovador, como una ráfaga de aire fresco que venía a poner solución a algunas deficiencias de nuestro sistema político.

Los promotores de esta plataforma supieron tocar algunas cuestiones claves en las que existía –y existe- un consenso generalizado. Con esta postura, que algunos denominamos moderada, se ganaron el apoyo de la mayoría. La idea romántica de una juventud responsable y trabajadora que, con el apoyo de sus mayores, toma la calle y exige un cambio a unos dirigentes supuestamente corrompidos y apoltronados en sus sillones, atraía a la ciudadanía.

Un mes después las cosas han cambiado. Ahora es la mayoría del pueblo español la que no soporta por más tiempo al 15M; un movimiento que, tomando una deriva radical, se aleja cada día más de ese consenso mayoritario. La protesta, aunque afirma seguir siendo la voz del pueblo, hace tiempo que ha dejado de representarlo. Actualmente es tan sólo un grupo más, con ideas muy respetables, pero ya no nos representa a todos.

Algunos verán esta metamorfosis del 15M como algo positivo, pues ha logrado dar cierta concreción y cohesión a un movimiento excesivamente abierto en los primeros días. No obstante, buena parte de la población piensa que se ha perdido una oportunidad irrepetible de reformar el sistema.

Los siete pecados capitales del 15M

Desde el 15 de mayo hasta el 15 de junio el movimiento de protesta ha seguido en su metamorfosis una única dirección: la que va de la moderación y el consenso a la radicalidad y la ilegalidad como modo de acción. Esta transformación se ha producido día a día, de tal modo que, en la actualidad, cabe distinguir siete causas que explican por qué el 15M ha perdido el apoyo de la mayor parte de la ciudadanía.

El primer pecado de los Indignados fue convertir en foros de debate político unas comisiones que tenía, en principio, la función de organizar la logística de la acampada.

Se pasó así de una protesta que exigía a los dirigentes la reforma del sistema, a una serie de mini-asambleas legislativas que se autoconstituían como voz del pueblo negando, por tanto, el carácter representativo de la clase política.

A partir de ahí, fruto de las discusiones propias de todo debat, se fueron añadiendo a las propuestas iniciales otras que abandonaban senda de la moderación y del consenso. La Puerta del Sol, donde los radicales iban ganando voz día a día, se fue alejando de las exigencias del conjunto de la sociedad para convertirse en altavoz de una serie de grupos antisistema.

Antes incluso de las elecciones del 22 de mayo había tomado forma ya la ciudad de las asambleas; un espacio supuestamente abierto donde, emulando al ágora griega, cada uno podía expresar libremente su opinión. La teoría suena muy bien, pero ¿era así realmente? Lo cierto es que no. Los radicales pusieron en práctica la vieja táctica que tan bien les funciona, por ejemplo, en las asambleas universitarias. En las reuniones se hablaba y se dejaba hablar, incluso se votaba sobre algunas cuestiones. Sin embargo, buena parte de las decisiones importantes se tomaban cuando los moderados se habían ido ya para casa.

Ese es, sin duda, el segundo pecado capital del 15M: la táctica asamblearia de los radicales y la desidia por parte de los moderados.

Cuando todas esas personas que, por responsabilidades familiares o laborales, tenían que marcharse de las largas discusiones del ágora, los “irresponsables” –entiendase por tales los que no tienen hijos ni trabajo- tomaban el control de la situación y decidían. De esta forma, poco a poco, los moderados se sintieron cada vez más alejados del movimiento, por lo que dejaron de acudir al ágora. Esta se convirtió de manera definitiva en un foro dominado por los radicales.

Llegados a este punto, más de uno podría tachar a los moderados de poco comprometidos con la protesta; y, en cierto modo, no le faltaría razón. Sin embargo, para aquellos que trabajan de sol a sol, para los que tienen niños pequeños, familia u otro tipo de responsabilidades, no resulta fácil competir con los revolucionarios profesionales.

Llegamos, al fin, al tercero de los errores del 15M: prolongar las acampadas más días de los necesarios.

El jueves 19 de mayo el efecto-acampada ya había logrado sus objetivos. La opinión pública estaba centrada en la Puerta del Sol, esperando que de allí saliera algo concreto. Pero lo cierto es que no salió nada salvo el deseo de continuar en las tiendas.

El “yes we camp” que esgrimían en sus primeros días los Indignados se convirtió, con el paso del tiempo, en un reclamo para personajes de los más diversos pelajes. Pronto Sol se llenó, ya no de indignados, sino de ocupas, antisistema y profesionales de la protesta. Por tanto, no es que los moderados no estuvieran comprometidos con el 15M.

Lo que sucedió es que llevaron la plataforma a un campo donde los radicales tenían todas las de ganar. Una acampada más corta -de algo menos de una semana, por ejemplo- que hubiera sido capaz de presentar a la ciudadanía y a las Cortes un programa de mínimos, hubiera dado el protagonismo a los moderados.

El cuarto pecado capital del 15M fue no respetar la jornada de reflexión. Dentro de la deriva radical que ha tomado el movimiento, la ruptura con la legalidad juega un papel clave.

Pues bien, la primera acción ilegal de gran calado fue desobedecer a la Junta Electoral y permanecer en la plaza durante el sábado 21 de mayo. Quizás en ese momento muchos moderados no se dieran cuenta –yo si lo hice, y mis compañeros de desayuno de ese mismo día son testigos de ello-, pero se había abierto de la veda de la desobediencia como sistema. Se abandonaron los cauces legales de participación ciudadana y se extendió entre los Indignados el gusto por las acciones ilegales. El origen de todo eso fue, sin duda, la decisión de mantenerse en la Puerta del Sol durante la jornada de reflexión.

Las acciones ilegales, consecuencia de ese cuarto pecado, constituyen lo que he querido denominar como el quinto error del 15M. El más representativo de todos ellos es, sin lugar a dudas, el acoso al Congreso de los Diputados.

Imágenes de personas insultando a políticos que, en la mayoría de los casos, no son corruptos, hicieron que muchos españoles se indignaran precisamente contra los Indignados. Es más, lo ciudadanos han acabado por hartarse de ese movimiento que se creía legitimado para saltarse las leyes.

Sin lugar a dudas, lo que más molestó a la opinión pública fue que el 15M no respetara el mayor símbolo de la representación ciudadana: el Parlamento. Puede que los españoles no estemos del todo de acuerdo con algunas cosas de nuestro sistema político, y puede que critiquemos, con razón, a muchos de nuestros representantes. Ahora bien, no respetar la institución legislativa es no respetar al pueblo que la ha elegido. En definitiva, aquellas reuniones y protestas frente al Congreso no sólo atacaban a los políticos, sino al pueblo que pretendía, a mediados de mayo, representar el 15M.

Para encontrar el sexto pecado capital hemos de retroceder un poco en el tiempo; en concreto, hasta la noche electoral.

El día 22 de mayo los resultados de las elecciones autonómicas y municipales arrojaban un grado de participación algo inferior al de anteriores comicios, pero muy alejado del vuelco que esperaban los promotores del 15M. Ese día Sol inició un proceso de desconexión con la realidad, de enfado con una ciudadanía a la que denominaron “narcotizada”. Se encerraron en sí mismos y convirtieron su causa en algo más cercano al orgullo personal que al deseo de mejorar el sistema. Los Indignados juraron odio eterno a los políticos esa noche, a las mujeres y hombres que les habían ganado la partida del 22 de mayo.

Las consecuencias de la jornada electoral son más que evidentes: el movimiento se radicalizó, reforzó su voluntad de seguir en Sol, cogió de manera definitiva gusto por las acciones ilegales, criminalizó a la clase política, despreció a una ciudadanía que no había sabido entenderles… En definitiva, ese día se profundizó en algunos de los otros pecados capitales y se sentaron las bases para otros. Una vez más, en la base de todo estaba el error.

La equivocación de pensar que el 15M debía tener unas repercusiones inmediatas, que los españoles iban a entenderles en el plazo de una semana y, por tanto, cambiar su voto de toda la vida para apoyarles a ellos. En lugar de plantearse unos resultados a largo plazo, se centraron en obtener un buen resultado en unas elecciones donde poco podían conseguir. La decepción era, en un planteamiento cortoplacista, lo más probable; y fue lo que a la postre sucedió. Llegó la tristeza de haber perdido, y con ella un rencor que todavía exhiben cuando insultan a los políticos por las calles de las principales ciudades de España.

El último pecado capital del 15M ha sido la criminalización de la clase política y de los empresarios y banqueros.

En lugar de centrarse en determinadas acciones de fraude y corrupción tomaron el todo por la parte, simplificando la realidad hasta alcanzar cotas de auténtica puerilidad. El mismo error que cometieron los inmovilistas al denominar el 15M como un movimiento de vagos y “perroflautas”, lo cometieron estos al criminalizar a todos los políticos.

 La verdadera voz del pueblo

Sin embargo, la simplificación y las descalificaciones no terminaron ahí. Quizás porque se sentían acorralados, puede que incomprendidos o, tal vez, dueños de la verdad suprema, muchos Indignados comenzaron a mostrar altas cotas de intolerancia con los ciudadanos que no pensaban como ellos. Se inició, en cierto modo, una persecución contra los reformistas moderados que se mostraban molestos con la deriva radical de la plataforma.

Se acusaba a los moderados de criticar el 15M desde su sillón, de no estar en las asambleas y de ser infiltrados dentro del movimiento. Sin embargo, son precisamente ellos los que, trabajando de sol a sol, hacen posible que este país siga funcionando. Esos a los que se acusa de estar en su sillón son los que se levantan todos los días cuando las calles están todavía cubiertas de oscuridad; son los que trabajan ocho horas para mantener a su familia.

Aquellos a los que se acusa de estar en un sillón mientras el “pueblo” lucha, son los que, al llegar a casa después de una larga jornada laboral, tienen que cambiar pañales, dar de cenar a los niños y convencerles de que se metan en la cama.

Si eso es ser un infiltrado, un traidor o un comodón, yo lo soy. No dudo que haya personas así dentro del 15M. Ahora bien, lo que abunda en ese movimiento hoy por hoy son personas que no tienen más resposabilidad que lanzarse a la protesta o permanecer en una tienda de campaña. Cada uno es libre de hacer lo que quiera, por supuesto, pero no es de recibo faltar al respeto a gente que no está de acuerdo con unas determinadas ideas; y mucho menos mentir diciendo que están en el sillón mientras otros luchan por sus supuestos derechos.

El gran pecado del 15M, el que encierra en sí mismo, a todos los demás es la falta de respeto hacia parte de ese pueblo al que se pretendía representar. Eso es lo que ha llevado a los Indignados a perder el apoyo de la ciudadanía: han pasado de ser la voz del pueblo a ser la de un grupo muy concreto. Desde mi punto de vista, el único futuro que, hoy por hoy, tiene el 15M es representar a una minoría.

Transformaciones económicas y cambios sociales la España del siglo XIX


Introducción

Durante el siglo XIX España experimentó una serie de transformaciones políticas, económicas y sociales. De entre ellas cabe destacar, por su importancia, las siguientes:
  • Introducción de nuevas técnicas y modos de producción agrícola.
  • Aparición de una industria moderna, basada en la maquinaria y la fábrica.
  • Sustitución de la monarquía absoluta por una de tipo parlamentaria y constitucional.
  • Desaparición de la Inquisición y de los derechos señoriales.
  • Sustitución de la vieja sociedad feudal por una sociedad de clases.

Ese conjunto de cambios siguieron las pautas de los experimentados por otros países de Europa occidental. Se trataba, pues, de un proceso de modernización que hundía sus raíces en la revolución liberal y la industrialización. Ahora bien, España no alcanzó el mismo grado de desarrollo que los países de su entorno.

La agricultura, y no la industria, continuó siendo la principal actividad económica. La modernización tampoco alcanzó su plenitud en el ámbito político, donde el régimen parlamentario no terminó de afianzarse, tanto como consecuencia de los sucesivos pronunciamientos y golpes de Estado como por la manipulación de los resultados electorales a través de prácticas como el caciquismo, el encasillado o el pucherazo.

En cierto modo puede hablase de un atraso o fracaso del proceso de modernización e industrialización, pues esta no se inició hasta bien entrada la década de 1830.

Ahora bien, partiendo de unos niveles de desarrollo inferiores a los de los países de su entorno -fruto de atraso al que nos hemos referido-, la industria española experimentó un importante avance a finales de siglo. Dentro de este fenómeno cabe destacar la industria siderúrgica vasca, las fábricas textiles catalanas y la explotación minera asturiana y andaluza. Además, gracias a la inversión extranjera, el país pudo contar con una moderna red de ferrocarril y carreteras.

El proceso de modernización experimentado por el país afectó también a la demografía. A pesar de los sucesivos conflictos bélicos, se produjo un aumento constante de la población. Este fenómeno fue especialmente llamativo en las ciudades, que se convirtieron en el destino de las personas que emigraban desde el medio rural.

De esta forma, muchas urbes superaron los límites de sus antiguas murallas, al tiempo que iniciaban los planes urbanísticos de «ensanche». Ahora bien, junto a la ciudad burguesa, de estructura ortogonal y cómodas avenidas, surgieron los insalubres y marginales barrios obreros en el entorno de las fábricas.

Por último, hemos de mencionar la evolución de la estructura social que, como comentamos anteriormente, abandonó el criterio estamental. El grupo social, la clase, pasó a ser el criterio de diferenciación. De esta manera, como en el resto de los países industrializados, surgió en España el proletariado o clase obrera, formada por los trabajadores de las fábricas.

Poco a poco esto fueron agrupándose y organizándose en sindicatos con el fin de mejorar sus condiciones de vida y  defender sus derechos.

Aspectos que condicionaron el desarrollo económico

Geográficos. Desde este punto de vista España presentaba como ventajas una óptima localización para el comercio exterior y una gran riqueza del subsuelo; sin embargo, las dificultades orográficas complicaban el desarrollo del comercio interior y el suelo agrícola era pobre y árido.

Demográficos. A pesar del crecimiento constante de la población, el ritmo fue menor que en Europa. La distribución por regiones fue muy desigual. Además predominaba la población activa agrícola, a pesar de que se produjo un importante crecimiento de la población urbana.

Sociales. La nobleza se aburguesó, ya que la base económica continuó siendo la tierra. Por su parte la burguesía optó también por invertir en latifundios en detrimento de la industria. En el campo se produce un incremento notable de asalariados que polariza la sociedad.

Infraestructuras. La descapitalización y el endeudamiento del Estado será una constante, así como los elevados costes de los transportes y la producción energética.

La propiedad. La mayor parte de la tierra cultivable estaba inmovilizada a comienzos del siglo XIX.

Los procesos de desamortización

A comienzos del siglo XIX, la propiedad de la tierra en España presentaba una estructura heredada de la Edad Media que tenía como rasgo fundamental la gran desigualdad entre los distintos grupos sociales.

Entre los grandes propietarios se encontraban la Corona, la Iglesia (manos muertas), los nobles (mayorazgos) y los municipios o concejos. Durante el Antiguo Régimen los terrenos de los estamentos privilegiados estaban exentos de pagar impuestos y mal explotados. Por lo tanto, no es de extrañar que desde finales del siglo XVIII se viera en la desamortización -incautación por el Estado de bienes de la Iglesia, de la Corona y de los municipios que eran nacionalizados y después se vendían en pública subasta- una vía para aumentar los ingresos de la Hacienda, primero por la venta de los terrenos y después a través de los impuestos.

Además en el siglo XIX hay un grupo social que quiere maximizar esa riqueza y desea apoderarse de esas tierras: la burguesía liberal. De ahí que con el triunfo de los liberales triunfen las desamortizaciones.

Las primeras actuaciones desamortizadoras se remontan a finales del siglo XVIII, y más en concreto a la política llevada a cabo por Manuel Godoy entre 1798 y 1808. Estas afectaron fundamentalmente a la Iglesia y tenían como principal objetivo recaudar dinero para hacer frente al endeudamiento de la Hacienda. Sin embargo, durante el reinado de Fernando VII se detuvo la desamortización de bienes eclesiásticos y se inició un segundo proceso centrado en los bienes de particulares.

Las desamortizaciones de la primera mitad del siglo XIX estuvieron acompañadas de una serie de medidas encaminadas a suprimir los privilegios del Antiguo Régimen: vinculaciones, régimen señorial, diezmos….

La primera fue la que afectó a los bienes de la Iglesia y la llevó a cabo el liberal progresista Mendizábal en 1836. No en vano, las desamortizaciones eclesiásticas sirvieron para debilitar a la Iglesia, que apoyaba la causa carlista. La segunda y más importante fue la que afectó fundamentalmente a las tierras comunes de los Ayuntamientos. Esta tuvo como protagonista al ministro progresista Pascual Madoz, y tuvo lugar en 1855.

Ambas podrían haber creado una nueva clase de pequeños propietarios agrícolas, pero no fue así. Las tierras nacionalizadas fueron vendidas en pública subasta, pagándose con deuda pública la de Mendizábal, y con dinero la de Madoz.

Esas tierras desamortizadas pasaron en su mayor parte a la antigua nobleza, que se vio compensada por la pérdida de sus prebendas jurisdiccionales al ser indemnizada con títulos de la deuda. También se vio favorecida la alta burguesía, que había apoyado a los liberales en la guerra carlista, y en menor medida, los medianos propietarios. Muchas de las tierras desamortizadas quedaron en manos de los hasta entonces insignificantes gobernantes locales que pasaron a convertirse en auténticos caciques.

Desde el punto de vista agrario, no se contribuyó a la racionalización del tamaño de la propiedad, es más se contribuyó a reforzar el latifundio y el minifundio en zonas donde anteriormente existían. No se modernizó la agricultura, ni se invirtió en nueva tecnología. La agricultura siguió siendo tradicional y explotada por jornaleros sin tierra.

Una de las principales consecuencias sociales de las desamortizaciones fue que los campesinos sin tierra vieron empeorada su situación. Quedaron a merced de la explotación de los terratenientes y sin posibilidad de emigrar a las ciudades por no producirse un desarrollo industrial paralelo. Todo ello generó  el caldo de cultivo revolucionario donde harían su agosto las ideologías anarquistas.

En resumen, el proceso de desamortización de la tierra fue un proceso largo, que duró aproximadamente cien años, (casi hasta finales del siglo XIX), y supuso la abolición de las instituciones jurídicas que sostenían el Antiguo Régimen, un gran trasvase de la propiedad y la consolidación de una estructura agraria (agricultura tradicional) vigente hasta el siglo XX.

Industrialización y modernización de las infraestructuras.

Para una buena parte de los países europeos, el siglo XIX resultó una época de profundos cambios económicos concentrados en la industrialización. Por el contrario, a finales del siglo XIX, la economía española seguía teniendo rasgos de atraso económico evidente:

  • Una agricultura arcaica y con bajos rendimientos se mantenía en el centro de la vida económica.
  • El mercado interior era incapaz de absorber la propia producción industrial.
  • La falta de una red de transportes y comunicaciones eficaz que hubiera facilitado y abaratado los intercambios.

La consecuencia de todo ello fue que, mientras los granos de Castilla se pudrían en los graneros, Cataluña o Valencia debían importarlos del extranjero. Mientras Asturias no encontraba compradores para su hulla, los campesinos castellanos debían quemar la paja en sus hogares, tan necesaria como era para el abonado del campo. Es decir, se fomentaba el estancamiento energético por un lado y el inmovilismo agrario por otro y, al mismo tiempo, se establecía una balanza comercial desfavorable con el extranjero.

En realidad todo remitía a un mismo problema: la inadaptación del sistema político y social a las nuevas realidades económicas, planeadas tras las pérdidas de las colonias americanas.

No obstante, a lo largo de la centuria hubo importantes intentos de avance económico que comportaron el nacimiento de significativos focos industriales. Dos fueron las zonas pioneras: Cataluña y País Vasco. Y dos también las industrias más importantes: la textil y la siderurgia. Junto a ellas la minería conoció un auge digno de reseñar.

La revolución industrial española fue más tardía y menos potente que la del resto de Europa occidental. Las causas hay que buscarlas en la inestabilidad política, las destrucciones de la guerra de la Independencia y de las guerras carlistas, y en la inexistencia de una burguesía moderna y abundante que prefirió invertir en la compra de tierras (desamortizaciones) antes que en la industria.

España, desde los fenicios, ha sido tierra de exportación de su riqueza minera (cobre, estaño, oro, hierro, mercurio…). Durante el siglo XIX, y sobre todo a partir de 1868 (Ley de Minas, desamortización del subsuelo), van a ser los capitales extranjeros (principalmente británicos) los que van a venir a explotar la minería y montar las primeras fundiciones para ese mineral. Los capitales extranjeros se sintieron especialmente atraídos por las zonas mineras de Huelva, Cartagena y Vizcaya.

Los capitales acumulados por la exportación de mineral de hierro vasco y la baratura del carbón británico serán el origen de la gran siderurgia vasca (Altos Hornos de Vizcaya, 1902).

El inicio de la explotación del carbón asturiano va a crear una industria siderúrgica moderna, que en el caso de Vizcaya, va a ayudar a la instalación en sus costas de los más potentes astilleros del país (Euskalduna).

Por otra parte en Cataluña van a aparecer una serie de empresarios textiles que van a modernizar el proceso productivo textil y van a crear modernas empresas en este sector. Todos estos procesos productivos estaban favorecidos por una política de proteccionismo económico.

La industria se centrará en estos dos focos principalmente. En determinados núcleos urbanos surgirán pequeñas industrias de carácter local y ligadas a los bienes de consumo y a la reparación de maquinaria. Serán pequeños oasis industriales en una sociedad agraria.

Desde mediados del siglo XIX la atormentada geografía hispana mejoró un poco su sistema de comunicaciones.

Se mejoraron algo las “carreteras” (nada que ver con las actuales) y se construyeron más de 40.000 km. Pero mucho más importante fue el nacimiento del ferrocarril que posibilitó la creación de un mercado nacional mucho más especializado e intercomunicado. Se pueden distinguir dos periodos: antes y después de la Ley de Ferrocarriles de 1855.

Antes de 1855 se diseñó una red radial con un ancho diferente al europeo. Se constituyeron numerosas compañías ferroviarias que respondían a un movimiento especulador. Se construyeron muy pocos kilómetros y la mayoría respondían a los intereses de las oligarquías rurales. Los primeros trayectos fueron Barcelona-Mataró en 1848, Madrid-Aranjuez en 1851 y Gijón-Langreo 1855.

La Ley General de Ferrocarriles de 1855 permitió a compañías extranjeras la construcción y explotación de los ferrocarriles originó una oleada constructora. Todas las grandes líneas fueron financiadas por capitales extranjeros (belgas y franceses principalmente) que tuvieron grandes ventajas económicas. Bilbao-Tudela por Miranda en 1857, Madrid-Irún, en 1874, Madrid-Zaragoza-Alicante-Barcelona, etc.

Crecimiento demográfico y cambio social

A lo largo del siglo XIX, la población española creció considerablemente, pasó de diez a veinte millones de habitantes, aunque lo hizo a un ritmo más lento que los países más industrializados de Europa occidental, ya que se mantuvieron arcaísmos demográficos (hambrunas hasta 1882, epidemias, elevada mortandad infantil).

Este crecimiento fue desigual por regiones, fue mayor en el norte que en el sur, y en las zonas periféricas que en el interior, a excepción de Madrid.

El aumento de población en las ciudades hizo necesario romper sus antiguas murallas. Se proyectaron ensanches urbanos como los realizados por Arturo Soria en Madrid o Ildefonso Cerdá en Barcelona. No obstante, la mayor parte de la población siguió siendo agraria.

La sociedad también se transformó y los estamentos propios del Antiguo Régimen dieron paso a la moderna división de clases propia de una sociedad capitalista.

La nobleza, que había perdido sus antiguos derechos señoriales pero que había acrecentado su poder económico gracias a la desamortización, se integró en los grupos dirigentes de la sociedad burguesa.

La Iglesia perdió gran parte de su poder económico al disolverse algunas órdenes religiosas y perder sus bienes con las desamortizaciones. Perdió también influencia social entre la nueva clase proletaria y entre sectores intelectuales.

Las clases burguesas adquirían el papel de nuevas clases dirigentes con la nueva estructura social que se fue configurando a lo largo del siglo XIX. Si a principios de siglo adoptó posturas políticas que tendía a acabar con los antiguos privilegios de la Iglesia y la nobleza, desde mediados de siglo se produjo un desplazamiento hacia posiciones cada vez más conservadoras.

La alta burguesía enriquecida en parte por la desamortización perdió toda iniciativa empresarial y tendió hacia modos de vida rentista buscando el ennoblecimiento y la equiparación social con la antigua aristocracia.

Las llamadas clases medias fueron un sector poco numeroso constituido por pequeños comerciantes, empresarios industriales, abogados, médicos, etc., que ocuparon la cúspide social de las ciudades.

La pequeña burguesía, tenderos, artesanos, funcionariado, etc., constituyeron grupos en los que se apoyaban las alternativas políticas liberal-progresistas. Imitaban las foras de vida de la alta burguesía, aunque de forma más modesta.

La mayor parte de la población (clases populares) estaba constituida, en primer lugar, por el campesinado, y, en las zonas industrializadas, por los obreros industriales.

Los campesinos, en gran parte jornaleros, continuaron ocupando el estrato más bajo de la escala social. Sus condiciones de vida eran miserables, lo que provocó numerosas revueltas en el campo (creación de la Guardia Civil en 1844 para mantener el orden de las zonas rurales).

El número de obreros industriales creció enormemente a partir de 1840, sobre todo en Cataluña. Antiguos campesinos y artesanos emigraron a las ciudades (éxodo rural) en busca de mejores condiciones de vida y salarios más altos. Sin embargo, las condiciones de trabajo en las fábricas y de vida en sus míseras viviendas son tan terribles que poco a poco van tomando conciencia de su injusta situación y se van agrupando en asociaciones que defiendan sus derechos: sindicatos (los primeros sindicatos ilegales surgen en Cataluña y participarán a partir de 1842) y en mutuas obreras. Los gobiernos moderados los perseguirán.

Había también un sector de la población marginado: mendigos que iban de una ciudad a otra (cerca de 100000 pobres).

En este contexto surge el movimiento obrero español. Durante el siglo XIX y gracias a la libertad de asociación surgirán en Gran Bretaña y Francia sindicatos (Trade Unions británicas) y diferentes movimientos socialistas (cartismo, socialismos utópicos, socialismos marxistas y anarquistas). Todos ellos pedían una transformación del sistema capitalista y una mejora en la situación de la clase obrera.

Entre esos movimientos, los que más trascendencia han tenido son el marxismo y el anarquismo, que se desarrollaron en la segunda mitad del siglo XIX.

El marxismo (Karl Marx) era un socialismo revolucionario. Su ideología partía de que la clase burguesa estaba explotando a la clase obrera (proletariado) mediante la apropiación de la plusvalía del trabajo. Los obreros deberían tomar conciencia de dicha explotación, organizarse en partidos y sindicatos de clase y, cuando el sistema capitalista entrara en crisis, conquistar el poder y establecer una dictadura del proletariado como paso previo a un Estado que controlara los medios de producción y regulara las condiciones laborales.

El anarquismo partía de la base de que el Estado era el sostén de la clase burguesa y de que había que destruirlo para alcanzar la libertad. Deberían desaparecer el Estado, la Iglesia, la “familia burguesa” y la propiedad privada. El individuo libre y responsable se organizaría en comunas autogestionarias. Dentro del anarquismo surgieron dos corrientes distintas: una pacifista que se basaba en los sindicatos asamblearios y en la expansión de sus ideas, y otra partidaria del terrorismo. La península estuvo al margen de estos movimientos.

En 1864 todas las corrientes socialistas crearon la Asociación Internacional de Trabajadores o I Internacional que reunida en Londres en 1864, donde se enfrentaron los presupuestos marxistas y anarquistas. En la fundación de la Internacional participaron algunos españoles a título individual. Cuando en España se produce la revolución de 1868 comienzan a llegar periódicos y propagandistas de la Internacional.

Paul Lafargue, yerno de Marx, extendió los planteamientos marxistas que calaron en Madrid, País Vasco y Asturias. La figura más importante del marxismo español fue Pablo Iglesias que fundará el P.S.O.E. en 1879 y la U.G.T. en 1888. Pedían la intervención del Estado y la nacionalización de los sectores económicos más importantes.

Giuseppe Fannelli extendió los planteamientos anarquistas por Cataluña, Levante y entre los jornaleros agrarios del centro y del sur; no quieren un Estado que controle todo, ya que entienden que es una atadura para la libertad total, esa corriente no es un partido político ya que están en contra de ellos, pero sí un sindicato. Surgirán multitud de pequeños sindicatos y revistas sin conexión entre ellas. Tras la Semana Trágica formarán el sindicato de la C.N.T. en 1910.

La mayor parte de la población, por su falta de formación y por la dispersión geográfica, no participó en la lucha política. La existencia del voto censitario (sólo podían votar los que tuvieran un determinado nivel de renta) les alejó de la participación política durante el reinado de Isabel II. Durante el Sexenio Revolucionario comienza la participación en política.

La falta de instrucción y de preparación hicieron que la mayor parte de la población estuviese más cercana al «mesianismo anarquista» que a la formación de partidos y sindicatos. Las duras condiciones de vida, la perdida de las tierras comunales y las hambrunas hicieron que las clases más pobres fuesen partidarias y promoviesen levantamientos y algaradas.

La participación de las masas en el movimiento cantonal fue el germen de la posterior movilización popular a finales del siglo XIX.

Expansión ultramarina y creación del imperio colonial (siglos XVI y XVII).

1. Introducción.

En el siglo XVI se produjo la mayor ampliación territorial jamás experimentada por la Monarquía Hispánica. En un primer momento se abrió la vía occidental por el Atlántico, y más tarde se circunnavegara el globo.

Este proceso hubiera resultado imposible sin los avances técnico y sin las expediciones del XIV y XV (Canarias, Madeira y Cabo Verde). Podemos distinguir dos etapas en la carrera por descubrir el mundo: hasta 1540 primó la expansión, y desde entonces se buscó consolidar los vínculos comerciales y culturales.

En virtud del Tratado de Tordesillas (1494) Castilla y Portugal se repartieron el mundo. Se basaba en la decisión del Papa Alejandro VI de encomendar a Castilla los territorios situados a las 170 leguas al oeste de las Azores. Portugal, por su parte, obtenía el resto del territorio descubirto. Este acuerdo no es aceptado por las demás potencias. Sin embargo, en ese momento, era inevitable. Castilla y Portugal eran las únicas naciones que cumplían los requisitos indispensables para esa expansión:

– Tradición marinera.

– Tensión demográfica.

– Técnicas marinas más desarrolladas, donde destaca el uso de la carabela.

– Técnicas científicas, como el desarrollo de la astronomía y la cartografía.

2. Descubrimiento y conquista.

– Páginas 90 y 91: Historia de España, Santillana, 2º de Bachillerato.

3. La polémica de los “títulos justos”.

El reparto entre Castilla y Portugal de las áreas de expansión atlántica fue el resultado más inmediato del descubrimiento de América. Ambos Estados habían aceptado las cláusulas del tratado de 1479 y las bulas de Alejandro VI de 1493.

En el Tratado de Tordesillas de 1494, los potugueses consiguieros desplazar hacia el oeste la línea de demarcación fijada por el Papa. De esta forma, la punta oriental de América del Sur entraba dentro del espacio que se reconocía a Portugal. Ello permitió la instalación portuguesa en Brasil.

4. La colonización americana.

– Página 92 y 93 (Desde «La explotación de los recursos»): Historia de España, Santillana, 2º de Bachillerato.

5. Gobierno y administración.

– Página 92 («Gobierno y administración de América»): Historia de España, Santillana, 2º de Bachillerato.

La Península Ibérica en la Edad Media: los reinos cristianos (siglos VIII a XIII)

1. Introducción.

A finales del siglo VII la monarquía visigoda había entrado en crisis. Las grandes familias nobiliarias se disputaban el trono, y los últimos años del reino transcurrieron en medio de conspiraciones y muertes violentas de reyes y miembros de la familia real.

Unos años antes, había surgido en Arabia un nuevo movimiento religioso encabezado por Mahoma: el Islam. La nueva religión se fundamentaba en la existencia de una comunidad de creyentes en un único dios, Alá, que convirtió el vínculo religioso en un vínculo político. Los musulmanes iniciaron una rápida expansión que les llevó, a principios del siglo VIII, a las puertas del reino visigodo.

Aprovechando las disputas internas entre los visigodos, en el año 711 un ejército musulmán compuesto por bereberes y árabes mandado por Tarik desembarcó en la península y derrotó al rey visigodo Rodrigo en la batalla de Guadalete. Esta victoria supuso el derrumbe del reino visigodo, por lo que, dirigidos por Muza, los musulmanes tomaron Toledo y en menos de un lustro casi toda la totalidad de la Península. En muchos casos la conquista se realizó de forma pacífica mediante acuerdos o pactos con la nobleza visigoda.

El impulso del Islam llegó más allá de los Pirineos, hasta que los francos, a cuyo frente iba Carlos Martel, los derrotó en Poitiers en el año 732.

La conquista musulmana de la Península significó la desaparición del reino visigodo, pero la ocupación musulmana no alcanzó todo el territorio peninsular. En las montañas cántabras, como ya había sucedido con los romanos y los visigodos, se formaron núcleos de resistencia. Por otro lado, merced al impulso de los carolingios, los Pirineos pasaron pronto a convertirse en otro importante núcleo de resistencia.

Así, con el paso del tiempo y una vez fortalecidos, los reinos cristianos establecidos en esas montañas iniciaron lo que denominamos Reconquista. Proceso histórico referido a la lucha entre cristianos y musulmanes por el dominio de la península Ibérica y que abarca desde la batalla de Covadonga (721) hasta la conquista de Granada (1492). Es también un concepto con matices ideológicos al interpretarse como una cruzada cristiana cuyo fin era recuperar el antiguo reino visigodo.

2. Origen y evolución de los primeros núcleos cristianos de resistencia. El nacimiento de León y Castilla.

Tras la derrota, algunos nobles visigodos buscaron refugio en las montañas del norte. En coalición con los astures, un noble llamado Pelayo derrotó a los musulmanes en la batalla de Covadonga (721).

La victoria le valió para ser coronado rey de Asturias, cuya primera capital, Cangas de Onís, pronto fue trasladada a Oviedo. Con el paso del tiempo, reyes como Alfonso I o Alfonso III ocuparon los territorios de la cordillera cantábrica y de Galicia. Además, durante el reinado de Alfonso II se produjo la ruptura con la iglesia mozárabe de Toledo y se conquistó momentáneamente Lisboa.

Mientras, la cuenca del Duero pasó a convertirse en una especie de tierra de nadie en que eran frecuentes las razzias de los dos bandos. Durante los reinados de Alfonso III, Ordoño I y Ramiro II (850-911) se produjeron los siguientes fenómenos:

– Avance constante hacia el sur: cercanía de Toledo.

– Repoblaciones: Ciudad Rodrigo, Astorga, León, Oporto, Burgos…

– Mozárabes que huían de territorio musulmán.

– Se recoge la herencia del reino visigodo.

Durante el reinado de Alfonso II, el anuncio del hallazgo de la tumba del apóstol Santiago en Galicia ayudó a fortalecer el reino astur, cada vez más vinculado a Europa a través del camino jacobeo.

En vista de este desarrollo y de los avances en la Reconquista, los reyes trasladaron la capital a la Meseta, a León. De esta forma el reino pasó a denominarse asturleonés y más tarde reino de León.

Durante los siglos IX y X, los leoneses fueron ganando terreno, al tiempo que en la parte oriental de los reinos se estableció un poderoso condado: Castilla. Este baluarte defensivo situado en un lugar clave en la geoestrategia de las razzias musulmanas, alcanzó su independencia con el Conde Fernán González.

Por su parte, los vascones de la ciudad y comarca de Pamplona, que nunca habían sido dominados de forma efectiva por los musulmanes, constituyeron un nuevo núcleo cristiano que cristalizaría en el siglo X en el reino de Navarra. Se trataba de un lugar estratégico entre Roncesvalles y el Ebro de donde los Arista, con ayuda de los Banu-Qasi, expuldaron a los francos. Posteriormente la alianza entre estas dos familias se rompió, pasando Pamplona a apoyarse en el reino astur-leonés.

Muy ligados, en principio, a la corona pamplonesa estuvieron las comarcas pirenaicas de Sobrarbe, Ribagorza y Aragón, que en el 1035 terminaría por constituir el reino de Aragón. No obstante los núcleos pirenaicos tuvieron que hacer frente a una serie de problemas comunes:

– La lucha por mantener la independencia frente a los carolingios.

– La fortaleza musulmana y sólida estructura en torno al Ebro.

– Su escasa densidad demográfica.

A finales del siglo VIII los francos intervinieron en la Península y las comarcas del Pirineo catalán quedaron bajo su control: el Imperio Carolingio convirtió a esa zona en Marca Hispánica. Los francos organizaron el territorio en condados, uno de ellos, el de Barcelona, pasó a ser independiente a finales del siglo IX, vinculando de manera progresiva a los restantes condados.

3. Expansión y formas de ocupación del territorio.

En torno al año 1000, Sancho III logró hacer de Navarra el centro político de la España cristiana al hacerse con el poder en Castilla y Aragón. No obstante, esa unidad tocó a su fin cuando dividió su herencia entre sus dos hijos.

Uno de ellos, Fernando I, fue proclamado rey de Castilla, y pronto logró hacerse también con el reino de León. Sin embargo, al igual que su padre, dividió la herencia entre sus hijos. Estos continuos repartos debilitaron a los reinos cristianos hasta que, Alfonso VI, hijo de Fernando I, volvió a unificar la herencia.

Alfonso VI inició una ofensiva contra los musulmanes, que le valió la conquista de Toledo en 1085. Su ofensiva fue detenida un año después por los almorávides en la batalla de Sagrajas, pero los cristianos, bajo el mando de Rodrigo Díaz de Vivar, lograron conquistar Valencia temporalmente.

De nuevo el reino volvió a dividirse a la muerte de Alfonso VI en dos ramas: León y Castilla. Además, el condado de Portugal pasaba a ser independiente y se convertía en reino de la mano de Alfonso Henríquez, nieto de Alfoso VI, que en 1147 tomaba Lisboa.

En el este peninsular, Aragón (convertido en reino en 1035) vivió un momento de apogeo con Alfonso el Batallados, que consiguió tomar Zaragoza en 1118, pasando a convertirse en capital del reino aragonés. Por otro lado, Borrell II obtuvo en el siglo X la independencia definitiva de Cataluña respecto a los francos. Los condes de Barcelona forzaron las defensas musulmanas del Llobregat y conquistaron la denominada Cataluña Nueva.

Estos dos núcleos vivieron un momento decisivo en 1137, cuando el conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV, se casó con Petronila, heredera del trono aragonés. Desde entonces ambos territorios, conservando cada uno sus instituciones, pasaron a convertirse en la Corona de Aragón.

En el año 1212 las tropas cristianas de Castilla, Aragón y Navarra derrotaron a los almohades en las Navas de Tolosa (Jaén), en una batalla decisiva. En los años que siguieron a la victoria, Fernando III consiguió la unión definitiva de Castilla y León (1230) e inició la incorporación del valle del Guadalquivir, mientras su hijo Alfonso conquistaba Murcia.

Las conquistas de Fernando III incluyeron Jaén, Córdoba y Sevilla como ciudades más importantes, además de un vasto territorio que casi duplicaba los reinos heredados. Posteriormente, los castellanos lograron el control definitivo del estrecho de Gibraltar tras la batalla del Salado (1340).

A su vez, los portugueses terminaron su reconquista al tomar el Algarve. Navarra, aislada entre Castilla y Aragón, no consiguió ampliar su territorio en esta fase de la Reconquista. Mientras, la Corona de Aragón, de la mano de Jaime I conquistó Valencia en 1238 y las Baleares entre 1229 y 1235, si bien Menoría fue incorporada en 1287.

A finales del siglo XIII, sólo el reino nazarí de Granada continuaba bajo el control musulmán.

4. Modelos de repoblación y organización social.

La inseguridad que vivió Europa en los comienzos de la Edad Media dio lugar a un conjunto de relaciones personales que cristalizaron en lo que conocemos como feudalismo. El feudalismo es una forma de organización de la sociedad impuesta por los más poderosos para regular las relaciones con sus vasallos.

El feudalismo originó un tipo de sociedad, la sociedad estamental, caracterizada por su jerarquización y la acumulación o carencia de privilegios. La sociedad medieval quedó dividida en tres estamentos: “los que luchan” o nobleza, “los que rezan” o clero, y “los que trabajan” o tercer estado. Los dos primeros estamentos monopolizaban el poder y disponían de privilegios. No pagaban impuestos, y cobraban contribución del tercer estado.

Las formas de ocupación: la repoblación.

Tras la reconquista de un territorio era necesario repoblarlo para asegurar de manera definitiva y eficaz el dominio cristiano. A pesar de su paralelismo, los procesos de reconquista y repoblación fueron diferentes: Mientras el primero tenía un carácter eminentemente militar, el segundo era una empresa de dominación del territorio.

Existieron diversas modalidades de repoblación:

– Oficial; dirigida directamente por los monarcas (caso del norte del Duero y del Llobregat).

– Señorial; podía ser monacal, eclesiástica o laica y dio lugar a la formación de los grandes dominios señoriales (Se llevó a cabo a lo largo de toda la Reconquista).

– Privada; protagonizada por hombres libres atraídos, pese a los peligros, por las ventajas jurídicas y económicas de los territorios de frontera. Su ocupación y cultivo, de manera espontánea, por pequeños campesinos fue denominada “presura” y en Cataluña “aprisco”. Esta fórmula de ocupación fue muy común en el siglo IX en las estribaciones de la cordillera cantábrica y pirenaica.

Concejil; Dirigida por los concejos al amparo de sus fueros y de un extenso alfoz. Fuero o carta puebla: forma de vertebrar jurídicamente el territorio y regular las relaciones jurídicas de su Concejo. Alfoz: territorio jurisdiccionalmente dependiente del concejo o municipio del que forma parte y al que normalmente circunda. Fue muy frecuente en los siglos XI y XII, con ejemplos significativos como Salamanca, Sepúlveda y Soria.

De órdenes militares; a su auxilio acudieron los monarcas para repoblar amplios territorios del sur peninsular, especialmente de las cuencas del Tajo y Guadiana, así como la Extremadura aragonesa. En los siglos XII y XIII, las órdenes de Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa recibieron enormes latifundios.

– Repartimiento; fue muy utilizado por los monarcas en el siglo XIII en las zonas con importante población musulmana, como Levante, Murcia y el valle del Guadalquivir. Los reyes distribuían las tierras conquistadas según la condición social y los méritos de los conquistadores.

La sociedad estamental y el régimen señorial.

Al igual que en el resto de Europa, las sociedades hispanocristianas estaban divididas en estamentos, fuertemente jerarquizados y asentados en el principio de desigualdad entre sus miembros. Se dividían en privilegiados –nobleza y clero- y no privilegiados, siendo denominados estos últimos “pecheros” por pagar pechos o tributos.

Era una sociedad agraria, donde la mayoría de la población vivía en pequeños núcleos rurales. Además, había una gran diversidad étnica y religiosa, ya que existían importantes minorías judías y musulmanas, en este último caso eran denominados mudéjares.

Derivada de las relaciones de dependencia personal surgió el régimen señorial, por el que los habitantes de un determinado territorio quedaban ligados a su propietario, a su señor. Existieron diversos tipos de señoríos como los de realengo (pertenecientes al monarca), los eclesiásticos y los señoriales. En el caso de los dos últimos podían ser:

 – Solariegos; los señores cobraban una serie de rentas por el uso de la tierra a sus habitantes.

– Jurisdiccionales; las prerrogativas de los señores eran mucho mayores, pudiendo incluir el cobro de impuestos, la administración de justicia o servicios militares. Estos derechos suponían, en ocasiones, que la nobleza suplantase o interfiriese en las relaciones entre el monarca y sus súbditos.

5. Cultura.

Durante la la Edad Media, a la vez que la guerra y el enfrentamiento, tuvo lugar la coexistencia y la fusión entre las tres culturas y religiones presentes en la península: la cristiana, la musulmana y la judía.

Hasta el siglo X, la España islámica fue culturalmente muy superior a los reinos cristianos. Sólo los monasterios, como el de Ripoll o Sahagún, preservaron y trasmitieron la cultura mediante la copia y conservación de libros.

En el siglo IX tuvo lugar un hecho clave: el descubrimento de los restos del apóstol Santiago. Nació así la Ruta Jacobea de peregrinación. El Camino de Santiago se convirtió en una ruta clave en la difusión cultural. Llegaron modelos literarios, como los cantares de gesta, y estilos artísticos, como el románico y el gótico. La influencia cultural también tuvo lugar en sentido contrario y las aportaciones culturales de los reinos cristianos hispanos y la influencia de la cultura hispanomusulmana llegaron al resto de Europa.

 A partir del siglo XI se inicia un fuerte desarrollo cultural paralelo a la formación de las lenguas romances: castellano (Cantar del Mio Cid, 1207), gallego, portugués, catalán-valenciano. En el s. XIII aparecieron las Universidades (Salamanca, 1218).

El puente cultural entre mundo islámico y cristiandad fue la prestigiosa Escuela de Traductores de Toledo que alcanzó su apogeo con Alfonso X el Sabio (s. XIII). Allí colaboraron cristianos, musulmanes y judíos que traducían del árabe al latín y, luego, directamente al castellano. La Escuela fue muy importante en la difusión en la península y Europea de las obras científicas, filosóficas y literarias de griegos, romanos y orientales.

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