“Claro que durante los días previos habían sucedido cosas inquietantes. El periódico traía algo inexistente hasta entonces: titulares. Mi padre lo leía durante más tiempo que de costumbre; al hacerlo mostraba un semblante preocupado e insultaba a los austríacos cuando terminaba de leer. En una ocasión el titular decía: ¡Guerra!”.
En la primera parte de su libro Sebastian Haffner nos muestra como vivió él –un niño alemán- el comienzo, desarrollo y final de la Gran Guerra. Sin embargo, además de los pequeños detalles cotidianos que el autor nos va mostrando a lo largo de la narración, podemos disfrutar también de su propia interpretación de los hechos; elaborada, por supuesto, en su fase adulta. De esta manera, nos expone su opinión poseedora de un doble valor: son los comentarios de un intelectual y, al mismo tiempo, los de un hombre que vivió aquellos acontecimientos.
Haffner resalta en lo referente a la Primera Guerra Mundial el sacrificio del pueblo alemán, al que no le rindió el hambre, sino la certeza de su derrota; la pasión de su generación por la guerra, que, en su opinión, la convirtió en caldo de cultivo para el nacionalsocialismo; y el papel desempeñado por la propaganda a lo largo del conflicto.
Del comienzo de la Gran Guerra Haffner nos deja dos testimonios interesantes en su obra: un final inesperado para las vacaciones de verano, y la movilización del ejército alemán. Ambos aspectos los encontramos también en El mundo de ayer. Memorias de un europeo de Stefan Zweig. Fueron, sin duda, experiencias vividas por un buen número de alemanes y austriacos en esos días. Así lo relata Sebastian Haffner:
“Cuando me despertaron al día siguiente, el equipaje se iba haciendo a marchas forzadas. Al principio no entendí absolutamente nada de lo ocurrido; la palabra “movilización” no me decía nada, a pesar de que habían intentado explicármela unos días antes. Pero había poco tiempo para cualquier explicación, pues ya a mediodía debíamos liar los bártulos…
El viaje en tren no duró siete horas, como siempre, sino doce. Hubo paradas continuas, nos cruzamos con trenes llenos de soldados (…) No tuvimos un compartimento para nosotros solos, como solía ser habitual cuando viajábamos, sino que íbamos en los pasillos de pie o sentados sobre nuestras maletas, apretujados entre mucha gente que cotorreaba y hablaba sin parar (…) La casa no estaba en modo alguno preparada para nuestro regreso, los muebles estaban cubiertos con sábanas, las camas sin hacer”.
El mapa de la guerra.
“Un niño de siete años como yo (…) supo enseguida no sólo el qué, cómo y dónde de la guerra, sino incluso el porqué: supe que la culpa de todo la tenían el ansia revanchista de Francia, el afán de protagonismo de Inglaterra y la brutalidad de Rusia (…) Pedí que me enseñaran el mapa de Europa, con solo un vistazo supe que “nosotros” probablemente acabaríamos con Francia e Inglaterra, pero experimenté un sordo sobresalto al ver el tamaño de Rusia, si bien acepté el consuelo de que los rusos compensaban su aterrador número con una estupidez y depravación increíbles…”
Como todos los alemanes, el protagonista de esta obra se ve afectado por la propaganda de guerra. Descubrimos así, por medio de sus palabras, los prejuicios más habituales de los ciudadanos del II Reich: el revanchismo francés, el afán de protagonismo inglés, y la estupidez de los rusos.
Este testimonio constituye un claro ejemplo de cómo la propaganda influía en el pensamiento de las personas. Y nos permite conocer en qué dirección se movía esa labor propagandística: la defensa de la superioridad del pueblo alemán y su inocencia ante el estallido de un conflicto impuesto desde fuera.
Además, también se muestra en ésta obra la complicada situación geoestratégica en la que se encontró la nación alemana a lo largo del conflicto: entre dos frentes. No obstante, por encima de todo hay que destacar la invasión, por parte de la Guerra, de la vida cotidiana de los individuos y las familias. Los alemanes -bien por medio de una prensa cada vez más desarrollada, o por las carencias propias del contexto bélico en que se encontraban- vivieron el conflicto con una cercanía no experimentada hasta entonces en ninguna guerra anterior.
La euforia de la catástrofe.
“No tenía ni idea de que fuera posible mantenerse al margen de aquella locura festiva generalizada. Ni de lejos se me pasó por la cabeza la idea de que pudiera haber algo malo o peligroso en una cosa que causaba una felicidad tan obvia y regalaba aquellos estados de alegre embriaguez tan poco frecuentes”.
El estallido de la Gran Guerra estuvo acompañado de numerosas manifestaciones populares en favor del conflicto y de la causa de la nación. Este fenómeno –“la euforia de la catástrofe”- se dio en todos los países beligerantes con similares características: exaltación del nacionalismo romántico, odio inconsistente hacia las naciones enemigas, y apoyo generalizado de la población, las clases dirigentes y los intelectuales.
En su obra, Sebastian Haffner nos describe su experiencia de aquellos días de euforia y nacionalismo generalizado. Pero además, como hombre que ve los hechos con la perspectiva de los años, analiza los sucesos de ese verano de 1914. En su opinión, cabría destacar tres aspectos de aquella “euforia de la catástrofe”:
– El triunfo de la propaganda nacionalista y de las teorías que justificaban la guerra.
– Insiste en que las manifestaciones masivas de nacionalismo fueron una demostración más de la dificultad de los alemanes para alcanzar la felicidad individual.
– Describe, en último lugar, el sacrificio y las privaciones materiales que tuvieron que soportar los alemanes para lograr la ansiada “victoria total”. Y que, a la postre, acabaron por marcar el fin de la euforia y la derrota germana.
El juego de la guerra
“Para un niño que viviese en Berlín una guerra era, evidentemente, algo en extremo irreal: tan irreal como un juego. No había ataques aéreos ni bombas. Había heridos, pero solo a distancia (…) Lo importante era la fascinación que ejercía el juego de la guerra: un juego en el que, según las reglas secretas, el número de prisioneros, los territorios invadidos, las fortalezas conquistadas y los barcos hundidos desempeñaban aproximadamente el mismo papel que los goles en el fútbol (…) Mis amigos y yo jugamos a lo largo de toda la guerra, durante cuatro años, impune y libremente, y fue este juego (…) lo que dejó marcas peligrosas en todos nosotros”.
La Guerra, como hemos indicado anteriormente, invadió todos los ámbitos de la vida de los ciudadanos pertenecientes a las distintas potencias beligerantes. De esta forma, en lo que a la vida de un niño se refiere, es lógico pensar que el conflicto irrumpiese en sus juegos y diversiones. Eso es justamente lo que nos viene a mostrar Historia de un alemán. En unas pocas páginas el autor nos describe el “juego de la guerra”, inofensivo en apariencia, pero con nefastas consecuencias: esa excitante diversión, acabó, en opinión de Haffner, formando la “generación de los nazis”.
La catástrofe de la euforia
“Por aquel entonces tampoco me pasó inadvertido el hecho de que, con el trascurso del tiempo, muchos, muchísimos, casi todos se habían formado una opinión respecto de la guerra distinta a la mía, si bien mi postura había sido inicialmente la más generalizada (…) oía a las mujeres quejarse y pronunciar palabras malsonantes dando muestras de una gran disconformidad”.
Dos factores, la duración y dureza del conflicto tanto en el frente como en la retaguardia, hicieron posible que de la “euforia de la catástrofe” se pasase a la “catástrofe de la euforia”. Poco a poco se fue generalizando el malestar hacia el conflicto. Surgieron así importantes movimientos contrarios al mismo que exigían a los gobernantes la paz. En éste contexto iban propagándose, además, las ideas revolucionarias, por lo que podemos afirmar que durante los últimos meses de guerra se vivió un ambiente prerrevolucionario. Pues bien, en el caso alemán, ante la más que previsible derrota militar, todo esto se acentuó notablemente.
Sebastian Haffner nos narra en sus memorias cómo vivió él ese cambio de ánimos en la retaguardia. No obstante, lo realmente interesante de este testimonio es comprobar como ese niño no fue consciente de los hechos hasta los últimos momentos. La aparición de la “catástrofe de la euforia” y la difusión de las ideas revolucionarias le cogieron por sorpresa, como surgidas de la noche a la mañana. También la derrota alemana llegó casi sin avisar. De esta manera, terminó para los niños alemanes el “juego de la guerra” que, en el caso concreto de Haffner, nos deja un interesante testimonio acerca de los partes bélicos de la época.
Bibliografía:
[1] Historia de un alemán; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2005.
[2] El pacto con el diablo; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2007.
[3] Los siete pecados capitales del Imperio Alemán en la Primera Guerra Mundial; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2006.
[4] Anotaciones sobre Hitler; Sebastian Haffner – Galaxia Gutenberg – Barcelona – 2002.
[5] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.
[6] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.
[7] La Primera Guerra Mundial; Hew Strachan – Barcelona – Crítica – 2004.
[8] El periodo de entreguerras en Europa; Martin Kitchen – Madrid – Alianza Editorial – 1992.
[9] Sociedad y cultura en la República de Weimar: el fracaso de una ilusión; José Ramón Díez Espinosa – Valladolid – Universidad – 1996.
[10] El desempleo de masas en la Gran Depresión. Palabras, imágenes y sonidos; José Ramón Díez Espinosa – Valladolid – Universidad – 2006.
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