La Revolución de Octubre


Ante tal situación, los bolcheviques propugnaron la insurrección armada como única vía posible para derrocar al gobierno provisional y consolidar el poder de los soviets.

Por primera vez consiguieron que el soviet de Petrogrado, presidido por Trotski, y el de Moscú apoyasen sus planes. La insurrección quedó definitivamente fijada para el 25 de octubre (7 de noviembre en el calendario occidental) con el fin de hacerla coincidir con la apertura del Segundo Congreso de los Soviets de toda Rusia.

El levantamiento comenzó la noche del día 24 en Petrogrado bajo la dirección del comité militar revolucionario, que en pocas hora controló toda la ciudad y ocupó el Palacio de Invierno. Todos los miembros del gobierno, con excepción de Kerenski, que consiguió huir, fueron detenidos.

En la tarde del día 25, el Congreso de los Soviets destituyó al gobierno provisional y aprobó la formación del Consejo de Comisarios del Pueblo. Este, presidido por Lenin y formado en su mayoría por bolcheviques, se convirtió en el órgano representativo del primer gobierno obrero y campesino.

El Congreso adoptó con rapidez las primeras medidas revolucionarias:

  • Se promulgó un decreto en el que se proponía a todos los pueblos y gobierno beligerantes que establecieran negociaciones inmediatas para alcanzar una paz justa y democrática.
  • Una delegación rusa inició en Brest-Litovsk negociaciones con Alemania, cuyo resultado fue un tratado de paz que comportó unas pérdidas territoriales enormes para Rusia.
  • Ucrania, Polonia, Finlandia, Letonia, Lituania, Estonia, Besarabia, Armenia y algunos enclaves del Cáucaso.
  • Se firmó un decreto sobre la tierra confiscando las propiedades de la Corona, la nobleza y la Iglesia, que se entregaban a los soviets para ser repartidas entre los campesinos.
  • Se estableció un decreto sobre las nacionalidades en el que se reconocía a los diferentes pueblos del Imperio, así como su derecho a la autodeterminación.
  • Finalmente, se estableció el control obrero sobre las empresas de más de cinco trabajadores y se nacionalizó la banca.

Las consecuencias de la Gran Guerra: segunda parte


Consecuencias políticas.

El mapa europeo quedó profundamente modificado. El imperio austro-húngaro se desintegró, apareciendo Austria, Hungría y Checoslovaquia, al tiempo que reforzaba a la nueva potencia balcánica: Yugoslavia.

La Revolución Rusa y la posterior guerra civil propiciaron la aparición de Estados como Finlandia, Estonia, Letonia y Lituania. A su vez, Polonia recuperó su independencia a costa de los ocupantes alemanes, austríacos y rusos.

Los cuatro imperios anteriores a la guerra –alemán, ruso, austro-húngaro y otomano- desaparecieron.

La I Guerra Mundial aceleró el declive del liderazgo europeo a favor de los EE.UU., que se consolidó como potencia mundial. Sin embargo, el acontecimiento político más trascendental de esos años fue el triunfo de la Revolución Bolchevique, que mostró el camino hacia un modelo político, económico y social distinto al predominante.

Consecuencias ideológicas.

La sociedad europea sufrió una profunda crisis de conciencia. Los millones de muertos y heridos, junto con las millones de familias destrozadas, llevaron a muchos a cuestionar el valor del sistema político y económico responsable.

Una gran parte de los intelectuales consideraba a Europa como la cuna de la civilización y esto justificaba la extensión de su civilización y el imperialismo. Después de la guerra ya no se podía defender esa superioridad moral de los europeos.

A su vez, el conflicto europeo despertó el sentimiento nacionalista en las colonias.

El surgimiento de nuevos Estados


El final del conflicto bélico, y la inmediata firma de los distintos tratados de paz entre las potencias vencedoras y vencidas, configuró un nuevo mapa de Europa. A partir de los grandes imperios plurinacionales de finales del XIX –en su mayoría derrotados en la Gran Guerra- surgieron una serie de nuevas y, por lo general, pequeñas naciones. También se reestructuraron las fronteras entre los países que existían antes del estallido del conflicto. Toda esta transformación del mapa Europeo se efectuó por medio del llamado Sistema de Versalles, que anuló la paz de Brest Litovsk. Sin embargo, como en lo referente al aspecto territorial Versalles ratificó las pérdidas rusas contenidas en el tratado germano-soviético, podemos distinguir dos grandes elementos en la transformación territorial de Europa: la paz de Brest-Litovsk y el sistema de Versalles.

La paz de Brest-Litovsk; sancionó la aparición de cinco nuevos Estados a partir de la desmembración del antiguo Imperio ruso: Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania y Polonia. Además, los soviéticos se comprometieron en virtud de este tratado a ceder Besarabia a Rumania.

El sistema de Versalles; el complejo entramado político y territorial que funcionó en Europa desde finales de la Gran Guerra hasta el advenimiento de Adolf Hitler, estuvo marcado por las discrepancias surgidas entre las potencias vencedoras durante su proceso de formación. De esta manera, mientras David Lloyd George buscó defender los intereses británicos, y Woodrow Wilson hacer realidad sus catorce puntos, Georges Clemenceau basó toda su actuación en alcanzar la seguridad de Francia, para lo que vio necesario hundir a Alemania. Además, otras potencias de menor rango, como Italia o Japón, vieron con creciente descontento como los esfuerzos de la guerra resultaban poco productivos tras la firma del tratado: esperaban sacar más partido de la victoria del que realmente les permitió la paz. No obstante, los vencedores lograron superar sus discrepancias y alcanzar los siguientes acuerdos:

– Alemania; además de cargar sobre hombros alemanes la responsabilidad de la guerra, Versalles sometió a Alemania a una dura amputación territorial. La nación germana perdió numerosos territorios europeos, poblados además por una mayoría étnica alemana, y todas sus colonias. A todo esto habría que añadir las pérdidas económicas y demográficas de éstas pérdidas, y las humillantes cláusulas del diktat: desmilitarización, reparaciones económicas, reconocimiento de la propia culpabilidad del conflicto…

– Austria-Hungría; éste imperio, como paradigma de plurinacionalidad y plurietnicidad, estaba condenado tras su derrota a un complejo proceso de disolución territorial. A partir de la antigua Austria-Hungría surgieron tres naciones: Austria, Hungría y Checoslovaquia. Pero, además, el antiguo imperio tuvo que ceder buena parte de sus territorios a los países vecinos.

– Bulgaria; en la paz de Neully los búlgaros fueron tratados con especial dureza por las potencias vencedoras. A las pérdidas territoriales se unieron fuertes sanciones económicas que, para una nación como Bulgaria, constituyeron un muro en su proceso de desarrollo.

– Turquía; el caso turco (Paz de Sevres) fue muy similar al de las tres potencias anteriores. Sin embargo, en lo que respecta a sus pérdidas territoriales, hay que señalar que, tras la victoria lograda en la guerra contra Grecia (1920-1922), Turquía recuperó buena parte de sus antiguos territorios (Paz de Lausana, 1923).

Bibliografía:

[1] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[2] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

Turquía si, pero más tarde

 Artículo publicado por El Planisferio el 25 de mayo de 2008.


El 1 de mayo de 2004 se producía la mayor ampliación en la historia de la Unión Europea. Este organismo supranacional acogía en su seno a diez estados más: Letonia, Estonia, Lituania, Polonia, República Checa, Eslovaquia, Hungría, Eslovenia, Malta y Chipre. Casi tres años después, con la integración de Rumania y Bulgaria, surgía la Europa de los veintisiete. Además, las negociaciones para adhesión de Croacia y Macedonia comenzaron a dar sus primeros frutos a mediados de 2007.

Este cúmulo de acontecimientos, así como la tajante oposición del presidente francés, han hecho resurgir el debate acerca de la conveniencia o inconveniencia de la entrada de Turquía en la Unión. En principio la respuesta es afirmativa, pero parece que Europa no acaba de hacerla efectiva. Esto levanta suspicacias entre los políticos y la población turca, que temen una marcha atrás en el proceso de integración.

Es evidente que el acceso de Turquía a la Unión Europea genera divisiones entre los países miembros.

Estas no son injustificadas, ya que los motivos para apoyar o rechazar la adhesión turca son abundantes. No obstante, todos –los a favor y los en contra- entienden que factores como el tamaño, la localización geográfica, el nivel de desarrollo económico y el carácter de sociedad predominantemente islámica, dificultan la entrada de este país en las instituciones europeas. El problema podría plantearse cuando la actitud esquizofrénica de la Unión acabe desencantando a los propios turcos. Esto nos dejaría una Turquía de espaldas a Europa y, seguramente, a las puertas del fundamentalismo islámico.

La Unión Europea debería respaldar mucho más incondicionalmente la decisión que ya ha tomado: aceptar a Turquía como candidata al ingreso. Muchos europeístas de Turquía, de diversas tendencias del espectro político, se sienten decepcionadas por la poco entusiasta acogida que Europa les ha dispensado. Los turcos son miembros de todas las organizaciones europeas salvo la UE, y pertenece a la OTAN desde su fundación. Además, es miembro del Consejo de Europa desde los primeros años de la posguerra. No hay duda de que existen obstáculos importantes que superar antes de que el ingreso de Turquía pueda hacerse realidad; seguramente pase más de un lustro antes de que los representantes de ese estado se siente con los demás como miembro de pleno derecho.

Sin embargo, si la Unión le diera la espalda a Turquía en ese momento, el resultado podría ser una disminución del ritmo de crecimiento del país, así como una mayor polarización política y una sociedad resentida que tendería a mirar hacia el este antes que hacia el oeste.

Quienes hablan actualmente de poner obstáculos a la entrada de Turquía deberían reflexionar. Si su postura triunfa, tendremos a las puertas de Europa un estado lleno de problemas, dividido y, posiblemente, antagonista. Una Turquía democrática, liberal y próspera como estado miembro de la Unión es una perspectiva mucho más atractiva que una Turquía en quiebra y en actitud introspectiva. Turquía necesita unos años para completar su transformación, y Europa un tiempo para construir una estructura donde quepan los turcos. Sin embargo, eso no nos ha de llevar a decir no a la integración de ese país. La respuesta ha de ser afirmativa, pero sin hacerla realidad hasta que no llegue el momento oportuno para ambos negociadores.

Bibliografía:

[1] El turco. Diez siglos a las puertas de Europa; Francisco Veiga – Barcelona – Debate – 2007.

[2] Europa en la era global; Anthony Giddens – Barcelona – Paidós. Estado y sociedad – 2007.

[3] Turquía, entre Occidente y el Islam: una historia contemporánea; Glòria Rubiol – Barcelona – Viena -2004.

[4] Turquía: el largo camino hacia Europa; Delia Contreras – Madrid – Instituto de Estudios Europeos – 2004.