Artículo publicado en la sección Colaboraciones de La Segunda en mayo de 2007.
La crisis presidencial turca de 2007 parece haber terminado en tablas tras el primer asalto. Esos días a caballo entre abril y mayo finalizaron sin un claro triunfador en la lucha por el poder. El Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), liderado por el actual primer ministro – Recep Tayyip Erdogan-, no logró que Abdullah Gül alcanzase la presidencia de la nación. No obstante, tampoco la oposición kemalista del Partido Republicano del Pueblo (CHP) y el Ejército han conseguido desbancar a los islamistas del poder.
Hasta el próximo 22 de julio, fecha que la Junta Electoral ha establecido para la celebración de comicios anticipados, todo seguirá igual en Turquía: Ahmet Necdet Sezer continuará siendo presidente, y Erdogan primer ministro
¿Qué sucederá tras las elecciones? Esa es la gran pregunta que nadie acierta a contestar a día de hoy. Parece claro que, salvo sorpresas, los islamistas moderados de AKP reeditarán su mayoría en la Cámara. Sin embargo, no está del todo claro si ese nuevo triunfo desbloqueará la oposición a la designación de un presidente de ese partido. Es más, en caso de que se produjera un nuevo bloqueo, no habría que descartar la intervención de un Ejército ansioso por volver a ser el protagonista de la vida política turca. Y esto, bien lo sabemos, volvería a cerrar a Turquía las puertas de la Unión Europea durante muchos años. De momento lo más sensato es esperar a los sucesos del día electoral; sólo entonces podremos analizar de una manera más certera esta cuestión.
Nadie es capaz de predecir un futuro tan incierto como el de la alta política turca. No obstante, podemos analizar, basándonos en aspectos históricos, sociológicos e ideológicos, su situación actual. La Turquía de Mustafa Kemal inició tras la Gran Guerra su proceso de occidentalización. Este se manifestó en un sinfín de reformas que tenían como objetivo su modernización y conversión en una nación competitiva.
A la muerte de Kemal sus seguidores trataron de continuar su obra política, y para ello se basaron en dos pilares: el partido kemalista –actual CHP- y el Ejército. Los primeros defenderían a través de las urnas el Estado laicista y democrático impuesto por su fundador; y los segundos intervendrían militarmente cuando, tras la derrota electoral del kemalismo, sus rivales amenazaran con desmontar el sistema.
Sin embargo, este “modus operandi” ha ido degenerando poco a poco hasta convertirse en una simple excusa para que determinadas élites nacionales se mantengan en el poder.
El Partido Republicano Popular, que de unos años a esta parte se viene denominando socialdemócrata, es la cuna de los herederos de Atatürk e Ismet Ínönü. Deniz Baykal y los suyos son personajes que, acostumbrados a que sus antecesores controlaran los resortes del poder, no entienden porque ellos no han de hacerlo. Muestran en sus planteamientos una alarmante carencia de cultura democrática: no admiten la alternancia y el ascenso de figura ajenas a sus élites.
Por su parte, el Ejército ha terminado por convertirse en defensor de los intereses kemalistas, que no democráticos. Es más, sus abundantes injerencias en la actividad política –algunas, a mi juicio, justificadas- a lo largo del último siglo, les han dejado buen sabor de boca. Los altos cargos militares turcos se sienten a gusto dirigiendo a la acción gubernamental, bien por coacción o por acción directa.
Hemos descrito brevemente a uno de los dos oponentes en la lucha por el poder en Turquía; a continuación vamos a conocer a sus rivales. Lo primero que hay que determinar a la hora de hablar del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) es si realmente es un grupo islamista. En su origen la mayor parte de estos personajes –Erdogan y Gül incluidos- fueron seguidores de Necmettin Erbakan. Este si que fue un verdadero líder islamista; un hombre que aspiraba a que la política turca volviera a sus antiguas tradiciones religiosas.
No obstante, los actuales gobernantes de Turquía se alejaron bien pronto de los planteamientos de su antiguo líder y fundaron un nuevo partido que muchos denominan como islamismo moderado. Se trata de un grupo que defiende la continuidad del actual régimen turco –el kemalista- pero suavizando determinados aspectos laicistas que, a su juicio, rozan la paranoia antirreligiosa (ciertamente, Turquía no es hoy un Estado laico, sino laicista). Son partidarios de la modernización del país y de su integración en la Unión Europea.
Es más, con el ejecutivo Erdogan se han dado los pasos más importantes en el proceso integrador.
Dicho esto, cabe plantearse si realmente AKP es peligroso para la democracia. Mi opinión es que no ¿De dónde viene, pues, la oposición tan radical mostrada en los pasados días –¡y lo que nos queda!- por kemalistas y militares? Lo cierto es que la presidencia de la República es uno de los últimos bastiones que le queda a esta élite todopoderosa desde los tiempos de Mustafa Kemal Atatürk. Es lógico, pues, que se resistan a entregarlo. Aunque en su día les costó, han dejado en numerosas ocasiones que otros ocuparan el gobierno del país. Incluso han permitido que cayera en manos de islamistas radicales como el anteriormente citado Necmettin Erbakan.
Sin embargo, en este proceso de normalización política que dura ya más de ochenta años, todavía no han abandonado nunca la presidencia. Esa es la tecla que han tocado Erdogan y Gül, y parece que el kemalismo todavía no estaba maduro para aceptarlo. En fin, se trata de un paso más hacia el pluralismo; un requisito que algún día –puede que dentro de pocas semanas- Turquía tendrá que cumplir para ser una nación totalmente democrática.
Bibliografía:
[1] El turco. Diez siglos a las puertas de Europa; Francisco Veiga – Barcelona – Debate – 2007.
[2] Turquía, entre Occidente y el Islam: una historia contemporánea; Glòria Rubiol – Barcelona – Viena -2004.