Una crónica de las elecciones serbias

Artículo publicado por Historia en Presente el 19 de mayo de 2008.


Con el fin de complementar la información aportada en “Serbia después de Milosevic (2000-2008)” -artículo recientemente publicado en este blog-, me dispongo a escribir sobre los últimos sucesos políticos: las elecciones del pasado 11 de mayo. Sin embargo, vistos los resultados, querría también centrarme en la figura de uno de los grandes derrotados, el líder del PDS Vojislav Kostunica.

Serbia ante la segunda transición

El análisis de los resultados electorales serbios a lo largo de la última década nos permite hablar, en cierto modo, de dos transiciones. El primer cambio político se produjo en Serbia el 6 de octubre de 2000, día en que una revolución popular ponía fin al régimen de Solobodan Milosevic. El segundo ha tenido lugar el pasado 11 de mayo, fecha de las elecciones legislativas. Por primera vez los demócratas del PD (Partido Demócrata) han logrado imponerse a los nacionalistas del PRS (Partido Radical Serbio).

El triunfo del actual presidente, Boris Tadic, permite al país mirar hacia delante; y, más en concreto, a Europa. La victoria de su adversario, Tomislav Nikolic, hubiera supuesto lo contrario: rechazar la mano tendida por la Unión Europea en el reciente Acuerdo de Asociación y Estabilización (AAE), y volver, una vez más, a la deriva nacionalista que tanto mal ha traído a Serbia y a sus vecinos.

Los demócratas -Partido Demócrata (PD), Grupo 17 (G17), Partido Democrático de Sandzak (PDS), Liga Socialdemócrata de Voivodina (LSV), Movimiento Serbio de Renovación (MSR)- han alcanzado en los comicios la cifra de 102 escaños sobre un parlamento de 250 diputados [6]. Por su parte, los radicales se sitúan como segunda fuerza política con 77 representantes. En definitiva, una vez más, los de Tadic están obligados a pactar si quieren afianzarse en el gobierno. La alianza con el Partido Demócrata Serbio (PDS) del antiguo primer ministro Vojislav Kostunica parece poco probable. Este, a pesar de sus decepcionantes resultados, mantiene 30 de los 47 escaños obtenidos en las elecciones de 2007.

Sin embargo, hemos de recordar que la principal razón de que los serbios hayan vuelto a acudir a las urnas un año después es, precisamente, la falta de entendimiento entre Tadic y Kostunica.

Así las cosas, lo más probable es que el PD escoja a grupos más moderados y europeístas como compañeros de viaje. Destaca entre estos el Partido Socialista Serbio (SPS), fundado en su día por Slobodan Milosevic. Estos han sabido modernizarse y librarse del fantasma de su antiguo líder, proceso avalado por su reciente incorporación al grupo de partidos socialdemócratas europeos.

Los serbios han elegido el camino de la reforma en lugar de la vuelta al pasado. Los intentos frustrados que personificaron figuras como Vojislav Kostunica o Zoran Djindjic –primer ministro del PD asesinado en 2003- dejan paso a la decidida actuación de los hombres de Tadic. La consigna es solucionar los problemas del presente mirando al futuro, no al pasado. Dejar de lado “los demonios del nacionalismo exclusivista y agresivo, vendedor de frustraciones, atizador de injustificados e injustificables complejos de superioridad emparejados con victimismos que pretenden legitimar toda clase de reivindicaciones así como los métodos para satisfacerlas” [8].

El objetivo principal es caminar hacia la Unión Europea con la ayuda de Europa, sin “vender”, de antemano (aunque puede que ya esté perdida), la soberanía sobre Kosovo.

Serbia deja atrás ocho años –la primera transición- algo frustrantes; un periodo de tiempo en el que no supieron o no quisieron cambiar. Algunos analistas políticos afirman que esa etapa era necesaria, que los serbios no estaban preparados para el cambio en el año 2000. Eso puede ser verdad, pero no es menos cierto que Europa –pendiente actualmente de solucionar el entuerto kosovar- no le tendió la mano entonces con tanta firmeza como lo hace ahora. Se abre una etapa esperanzadora para el país, y los recientes resultados electorales son una buena prueba de que ese gran pueblo está dispuestos a afrontarla con decisión.

El viaje de Kostunica al cementerio de las estatuas

La revolución del años 2000 contra el régimen de Slobodan Milosevic se inventó una figura emblemática: Vojislav Kostunica. Este personaje surgía como un monumento al movimiento opositor; el color dorado del mismo lo ponía el beneplácito occidental. Durante los primeros meses fue el hombre del momento; más tarde se convirtió en la bisagra para gobernar; hoy, al igual que tantos otros, descansa en el cementerio de las estatuas.

La Historia está llena de ídolos derrumbados, Kostunica ha sido el último. Tan sólo nos queda dilucidar si la culpa fue suya o de quienes propiciaron su aparición.

Militó en las filas del Partido Demócrata (PD) hasta el 1992, año en que abandonó ese grupo para fundar el PDS. Desde ese momento llevó a cabo una encarnizada, aunque poco eficaz, oposición al régimen de Milosevic. Sin embargo, al igual que la mayor parte de los serbios, se dejó arrastras por las ideas nacionalistas de Slobo. Cuando llegó al poder –“héroe por accidente”- pudo ofrecerle a su pueblo la libertad, pero no consiguió librarlos del veneno que el mismo llevaba dentro.

Serbia no sólo necesitaba –y necesita- un sistema democrático firme y una economía moderna; el rechazo del nacionalismo radical que había marcado la década anterior era condición sine qua non para el desarrollo del país. Eso Kostunica no lo podía lograr; había llegado al límite de su reformismo. Si me permiten la comparación, les diría que jugó un papel similar al de Carlos Arias Navarro al finalizar el franquismo; llevó a cabo la reforma más radical que podía pergeñar, pero esta era insuficiente.

Kostunica fue estatua de bronce durante el tiempo que supo mantener el consenso entre los grupos políticos serbios. Encandiló a los demócratas con sus indudables convicciones democráticas; y tranquilizó a los nacionalistas con su patriotismo y promesas de no entregar a ninguno de los criminales de guerra serbios. Los problemas surgieron cuando ambos bandos salieron del letargo posrevolucionario.

Los demócratas querían ir más rápido con las reformas, y los nacionalistas deseaban volver a un supuesto glorioso pasado. El bronce de la estatua empezó a perder su brillo, y las sucesivas elecciones ponían al descubierto la realidad: el partido de Kostunica era la tercera fuerza política. Había empezado el periodo de la bisagra. El PDS tenía menos votos que demócratas y radicales, pero hacerle la corte era necesario para gobernar. En esta tarea ganaron sus antiguos compañeros del PD.

La cuestión de Kosovo acabó por consumar la ruptura en la alianza entre Vojislav Kostunica y Boris Tadic. El primero se negó a formar parte de un gobierno que mantenía relaciones cordiales con países europeos que reconocían la independencia de esa región. La deriva nacionalista del líder del PDS puso fin a un ejecutivo que apenas llevaba un año al frente de los destinos serbios. Los resultados del 11 de mayo, así como el final de su estatus de bisagra, han condenado a Kostunica a permanecer en el cementerio de las estatuas.

Es poco probable que volvamos a verlo en primera línea, aunque nunca se sabe, también Napoleón tuvo su Imperio de los Cien Días.

Bibliografía

[1] La Europa balcánica. Yugoslavia, desde la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días; Ricardo M. Martín de la Guardia y Guillermo A. Pérez Sánchez – Madrid – Síntesis – 1997.

[2] La trampa balcánica; Francisco Veiga – Barcelona – Grijalbo – 2002.

[3] La situación política de Serbia después de las elecciones generales; Mira Milosevich – GEES – 1 de febrero de 2007.

[4] Serbia: Elecciones para la continuidad; Mira Milosevich – GEES – 23 de enero de 2007.

[5] Gobierno de Serbia: entre aceite y agua; Mira Milosevich – GEES – 22 de mayo de 2007.

[6] Las elecciones legislativas en Serbia; Mira Milosevich – GEES – 13 de mayo de 2008.

[7] Los conflictos de los Balcanes a finales del siglo XX; Enrique Fojón -GEES – 18 de septiembre de 2002.

[8] Adiós, Milosevich, no vuelvas; Manuel Coma – GEES – 15 de marzo de 2006.

De Kosovo a Kosova: una visión demográfica

Artículo publicado por Historia en Presente el 14 de mayo de 2008


Tras haber analizado la realidad kosovar desde una perspectiva económica, histórica y políticoinstitucional, nos disponemos a dar una visión de la cuestión desde el punto de vista de la población. A lo largo de este artículo nos detendremos en aspectos como el crecimiento demográfico, la composición étnica de los habitantes de la región, su credo, o la posibilidad de denominar a los kosovares pueblo con derecho a constituir una nación. Con el estudio de la población finalizo esta serie de artículos relativos a la independencia de Kosovo. Espero haber aportado una síntesis clara y completa sobre la cuestión, aunque no descarto completar todo esto con futuros textos.

De Kosovo-Polje a la Yugoslavia de Joseph Broz

A lo largo de la última década, Belgrado ha repetido hasta la saciedad que su Historia comienza en Kosovo. La derrota ante los ejércitos otomanos en la batalla de Kosovo-Polje (28 de junio de 1389) marcó el final del reino medieval serbio; espejo en el que se miró la nación contemporánea al lograr su independencia casi cinco siglos después. Sin embargo, fuera del ámbito mitológico o simbólico, es interesante comprobar hasta qué punto Serbia puede reclamar la región kosovar como un territorio tradicionalmente suyo. Lógicamente, este estudio no se puede basar en argumentos políticos o estatales, puesto que hasta 1912 Kosovo estuvo bajo la administración del Imperio Otomano. El ámbito demográfico parece el mejor indicador.

La composición étnica de la población kosovar a lo largo de la Historia puede darnos una respuesta medianamente satisfactoria a la pregunta de si esta región ha de considerarse territorio de serbios.

Un siglo después de la conquista otomana, la realidad de la región había variado poco en lo relativo al origen étnico de la población. Según fuentes turcas, la inmensa mayoría –más de un 90% de entre los, aproximadamente, 75.000 habitantes de Kosovo- eran serbios [10]. Las minorías más representativas en esa época eran de origen albanés, judío, croata, búlgaro y griego. Por tanto, no sólo es cierto que la región fuese territorio de serbios en época medieval, sino que también lo era a las puertas de la Modernidad.

Sin embargo, en el siglo XIX la realidad cambió notablemente. En 1871, un estudio encargado por el Imperio Austro-húngaro a Peter Kukulj muestra como, sobre una población de medio millón de personas, la composición étnica se distribuía de la siguiente manera: 64% serbios, 32% albaneses, y 4% otros grupos (croatas, turcos, gitanos, griegos y judíos). Este proceso de transformación racial se fue intensificando hasta principios del XX. En pleno cambio de siglo -1899-, las estadísticas austro-húngaras arrojaban estos datos: 47,88% albaneses, 43,7% serbios, 8,42% otros grupos [10].

Una reflexión breve sobre los datos expuestos anteriormente nos lleva a concluir que la segunda mitad del XIX se caracterizó por un proceso de colonización de Kosovo por parte de Albania. Hasta el año 1800 este fue un territorio de serbios; un siglo después lo era de albaneses.

Las razones de este cambio son diversas. En primer lugar, habría que mencionar la política otomana favorable a esa corriente migratoria, que tenía como fin de asentar la superioridad demográfica de los musulmanes en los díscolos territorios balcánicos. En segundo término, señalar también la diferencia, en cuanto a natalidad, entre la población albanesa y la serbia; a lo largo del XIX fue mucho más alta la del primer grupo que la del segundo. Por último, hemos de referirnos a los aspectos económicos. Una pobre y superpoblada Albania, en aquellos años integrada dentro del territorio otomano, veía como a pocos kilómetros de su frontera las condiciones de vida eran mucho mejores. Esto se veía alentado por la presencia, desde siglos atrás, de una importante comunidad albanesa en Kosovo, la cual no dudó en recibir con los brazos abiertos a sus hermanos.

La primera mitad del XX no hizo más que confirmar la tendencia del siglo anterior (en 1921 el 65,8% de la población era albanesa, mientras que el 26% de origen serbio). Sin embargo, en este periodo apareció un fenómeno nuevo, un elemento recurrente a lo largo de los cien años siguientes: el odio entre las distintas etnias. En las décadas anteriores, las relaciones entre los pueblos balcánicos no habían sido del todo buenas, pero nunca se había llegado al nivel de las luchas de exterminio que se vivieron tanto en la Primera Guerra Mundial como durante la Segunda.

Mientras las grandes potencias se desangraban en enfrentamientos globales, los Balcanes vivieron una serie de conflictos “civiles” [4]. Estos afectaron también a Kosovo, donde tanto albaneses como serbios practicaron la política de limpieza étnica. Había nacido el problema que todavía hoy tratamos de resolver: una pequeña región formada por dos pueblos que se odian a muerte, que tienen miedo el uno del otro.

De la Federación Yugoslava a la “Gran Serbia” de Milosevic

La Yugoslavia titoista, constituida al término de la Segunda Guerra Mundial, logró detener los enfrentamiento étnicos en todo el territorio federal, Kosovo incluido. No obstante, los albaneses nunca se mostraron muy entusiasmados con el nuevo estado comunista. Tal como muestran las estadísticas del año 1957, estos sólo constituían el 2,4% del total de los afiliados a la Liga de los Comunistas de Yugoslavia (LCY); dato que hemos de contrastar con su porcentaje sobre la población total de la Federación: un 4,5% [4]. Quedaba, por tanto, muy lejos de la masiva presencia, en las filas de partido único, de serbios (54,5%), croatas (19%), eslovenos (7,7%) o macedonios (6,4%).

Pero, lo más importante de todo es que la inmensa mayoría de esos albaneses vivían en Kosovo, donde constituían más del 70% de la población.

Tras el análisis de estos datos, es más fácil entender porque, desde finales de los sesenta hasta la disolución de la Federación, la región ha sido uno de los más conflictivas de toda Yugoslavia. A esto hemos de añadir la desconfianza de las autoridades federales con respecto a la población albano-kosovar debido a las pretensiones expansionistas de Albania –respaldadas por Moscú-, la negativa a concederle a la provincia el estatus de república dentro de la Federación [5], y la crisis económica que ya tratamos en el artículo anterior.

Al comienzo de los años ochenta, Kosovo superó el millón y medio de habitantes. Durante las décadas anteriores, no sólo fue el territorio yugoslavo con mayor índice de natalidad, sino que se había convertido en la provincia europea que más crecía demográficamente. Rondaba el 24% en lo relativo a este último aspecto, mientras que la media federal se situaba, entre 1948 y 1981, en el 10,7%. Sin embargo, seguía siendo la región menos entusiasta en cuanto a afiliación al partido.

En 1985, sobre el total de su población, sólo el 5,6% pertenecían al LCY, cifra que superaban los restantes territorios yugoslavos: Eslovenia 6,5%, Macedonia 7,2%, Croacia 7,4%, Bosnia-Herzegovina 8,9%, Serbia 9,5%, Voivodina 10,7% y Montenegro 12,4% [4]. Además, el predominio albanés sobre el resto de las etnias seguía incrementándose: albaneses 77,42%, serbios 13,2%, Montenegrinos 1,7%, otros grupos 8,68% [7].

De las limpiezas étnicas al Plan Ahtisaari

El final de los noventa estuvo marcado por los duros enfrentamientos entre los albanokosovares y el ejército de Serbia. La marginación a la que se veía sometida la población serbia de Kosovo por parte de las autoridades de la región autónoma, así como la actividad terrorista de los independentistas albaneses, convencieron al presidente Milosevic de que debía actuar con contundencia. Se desató entonces una limpieza étnica que obligó a cientos de miles de albanokosovares a abandonar sus hogares. La respuesta internacional, que conocemos todos –vía OTAN-, no se hizo esperar.

Las consecuencias demográficas de estos desastres que marcaron el fin de siglo fueron abundantes, pero no variaron demasiado el mapa étnico de la región.

Tras la emigración masiva de los serbios, fruto de su inestable situación en Kosovo, y el exterminio de miles de albaneses, la distribución entre ambos grupos se mantuvo similar a la de las décadas anteriores. El gran cambio llegó en los primeros años del siglo XXI. Los serbios, convencidos de que el futuro de la región no les pertenecía, comenzaron a abandonarla de forma masiva. De esta forma, de los casi dos millones de personas que viven en Kosovo algo más del 90% son albaneses, mientras que sólo un 6% es serbio.

Hemos llegado en nuestro repaso de la población kosovar al momento actual. No obstante, este quedaría incompleto si no hiciéramos referencia a los aspectos religiosos. La evolución demográfica que hemos ido describiendo en los epígrafes anteriores poco se diferencia de la distribución de credos en el territorio de Kosovo. Por lo general, en los Balcanes etnia y religión se identifican. En consecuencia, las cifras aportadas más arriba nos informarán de la situación religiosa de cada momento, en tanto que los albaneses son mayoritariamente musulmanes sunníes -con minorías poco importantes de sufíes, católicos y ortodoxos- y los serbios cristianos ortodoxos.

¿Existe un pueblo kosovar?

Hannah Arendt, al analizar la cuestión del antisemitismo en Los orígenes del totalitarismo, afirma que la idea de estado-nación surgida en el siglo XIX fue enterrada por el nacionalsocialismo alemán.

Con el advenimiento y caída del III Reich los postulados que defendía el derecho de cada pueblo a formar su propio estado entraron en crisis. Es verdad que los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial estuvieron marcados por la aparición de nuevas naciones –entre ellas el Estado de Israel, del que celebramos su sesenta aniversario-, pero esto puede ser considerado más una consecuencia de la debilidad de las antiguas potencias coloniales que del auge de los postulados nacionalistas. Estos no han desaparecido de la órbita de las relaciones internacionales, pero es cierto que se han suavizado notablemente. La comunidad internacional no está tan dispuesta como antaño a admitir que todo pueblo o nación tiene derecho a constituir su propio estado.

La crisis del estado-nación, en tanto que algunos argumentos en favor de la independencia de Kosovo se basan en aspectos étnicos, afecta de manera tangencial a la cuestión. La Europa del siglo XXI, por mucho que en los antiguos países del Este se haya vivido recientemente un auge de las ideas nacionalistas, no puede guiarse por la voluntad de las etnias. No obstante, poco importa eso en lo relativo a la problemática que tratamos porque, aunque algunos políticos y periodistas lo sostengan con todas sus fuerzas, no existe un pueblo o una etnia kosovar. Por consiguiente, no se puede formar una nación tal como tradicionalmente la entendemos, basada en un pueblo, si este no existe.

En Kosovo hay serbios, albaneses, turcos, bosnios e italianos, pero no hay kosovares étnicamente hablando. La independencia de esta antigua provincia yugoslava se basa en la necesidad de resolver un conflicto, no en cuestiones raciales. Porque si usásemos la etnia como criterio de actuación, entonces deberíamos integrar Kosovo en Albania, con la excepción de Leposavic, Zubin Potok y Strpce que, por su mayoría serbia, deberían rendir pleitesía a Belgrado. No nos engañemos, esto es, en palabras de Mila Milosevich, “un caso de autodeterminación humanitaria”.

Bibliografía

[1] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[2] Postguerra. Una historia de Europa desde 1945; Tony Judt – Madrid – Taurus -2006.

[3] Los orígenes del totalitarismo; Hannah Arendt – Madrid – Alianza -2006.

[4] La Europa balcánica. Yugoslavia, desde la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días; Ricardo M. Martín de la Guardia y Guillermo A. Pérez Sánchez – Madrid – Síntesis – 1997.

[5] La trampa balcánica; Francisco Veiga – Barcelona – Grijalbo – 2002.

[6] Los conflictos yugoslavos. Una introducción; Carlos Taibo y José Carlos Lechado – Madrid – Fundamentos – 1993.

[7] Guerra en Kosovo; Carlos Taibo – Madrid – Catarata – 2002.

[8] Kosovo. Una independencia sin dinero; Ramón Lobo – El País – 31 de mayo de 2007.

[9] Kosovo independiente; Florentino Portelo – ABC -12 de junio de 2007.

[10] Dos varas de medir en el orden internacional; Pablo Pinés – El escaño 351 (Club Lorem Ipsum) – 30 de marzo de 2008.

[11] La dimensión internacional de la independencia de Kosovo: un caso de autodeterminación humanitaria; Mila Milosevich – GEES – 13 de julio de 2007.

Serbia después de Milósevic (2000-2008)

Artículo publicado por Historia en Presente el 10 de mayo de 2008.


Hago un ligero parón en la serie de artículos que estoy escribiendo sobre la cuestión del Kosovo para centrarme en Serbia, estado del que se ha independizado recientemente. El motivo: las elecciones legislativas celebradas en el país balcánico el domingo 11 de mayo. Mi objetivo al escribir esto es aportar a los lectores una visión resumida de la situación política serbia desde la caída del régimen de Milosevic en octubre del 2000 hasta la víspera de los citados comicios. No descarto publicar más tarde un análisis de los resultados y de sus consecuencias de cara a la posible integración de Serbia en la Unión Europea. No obstante, en el próximo artículo volveré sobre la cuestión kosovar.

De la esperanza sin Slobo, a la decepción tras Slobo

El seis de octubre de 2000 una revolución democrática acababa con el régimen nacionalista de Slobodan Milosevic. Los serbios se levantaron contra el hombre que había conducido al país a cuatro guerras balcánicas (1991-1995) y a un enfrentamiento con la OTAN a causa de los sucesos de Kosovo (1997-1999). Se abría en Serbia un periodo de esperanza, de vuelta al seno de la comunidad internacional. La desaparición del gobernante parecía redimir, cual victima propiciatoria, a todos los miembros de la nación [6].

Una vez más los serbios cayeron en la trampa del mesianismo, de las soluciones fáciles. Primero habían seguido a Slobo en su búsqueda del paraíso nacionalista durante una década de guerras. Cuando este se demostró falso buscaron el Edén perdido entregando al supuesto culpable de esos conflictos. No obstante, las miles de personas que celebraban, aquella tarde de octubre, la apoteosis purificadora en las calles de Belgrado ignoraban la dura realidad que le esperaba al país.

Occidente no pareció conmoverse con las muestras de buena voluntad serbia. El retorno al orden internacional no fue inmediato, y la ayuda económica tardó en llegar. Belgrado, condenado al ostracismo, se acostumbró a ver como la Unión Europea hacía guiños, en incluso admitía en su seno, a los antiguos enemigos (Eslovenia, Croacia y Macedonia).

Aunque la caída de Slobodan Milosevic había limpiado algo la imagen de Serbia en el mundo, a ojos de la mayoría seguía llevando el cartelón de culpable, de criminal de guerra. Todos fueron nacionalistas en los conflictos de desintegración yugoslava, todos llevaron a cabo limpiezas étnicas, todos mataron y torturaron, pero sólo los serbios perdieron [3]. Belgrado no tenía aspiraciones y métodos muy distintos a los de Zagreb, Sarajevo o Pristina, el problema fue que no supo vender su causa a los occidentales; le falló la propaganda que tan bien utilizaron sus enemigos [4].

No obstante, sería un error echar sobre los hombros de la desidia europea todo el fracaso de la reinserción serbia. La oportunidad no sólo la perdió Bruselas. Belgrado se empeñó en jugar un doble juego que gustó muy poco en el seno de la Unión: rompió con el pasado, pero no del todo; derrocó al antiguo gobernante, pero no lo entregó a la justicia internacional hasta varios meses después; decía buscar a los genocidas de Srebrenica -Radovan Karadzic y Ratko Mladic- pero nunca había resultados; se sometió a la resolución sobre Kosovo, aunque poniendo unas condiciones inaceptables para los albanokosovares de Ibrahim Rugova. Serbia perdió el tren de la “vuelta a Europa” [1]. No estaba totalmente decidida a tomarlo, y nadie estaba dispuesto a ayudarle a subir.

Ocho años de errática política interna

La situación política del país después de octubre de 2000 parece carecer de dinamismo. Los serbios están paralizados ante un futuro incierto y un pasado que, tal vez erróneamente, perciben como glorioso. Seis años tardaron en modificar la Constitución impuesta por Milosevic, muestra clara de que las reformas democráticas exigidas por Europa han sido lentas e insuficientes [6]. Además, mientras el país se estanca económicamente, la corrupción crece a pasos agigantados. Siendo esta la situación es lógico que durante todos estos años Vojislav Kostunica, bandera de la revolución contra Slobo, haya acabado centrando su discurso el ataque a la incomprensión internacional.

Serbia también parece estar estancada en lo relativo al comportamiento del electorado. Poco han variado los resultados de los pasados comicios de 2007 con respecto a los de 2003; y tampoco se prevén grandes cambio de cara al 11 de mayo. El gobierno del país dependerá una vez más de los pactos. La diferencia con respecto a otras ocasiones es que las rencillas personales y las discrepancias en torno a Kosovo pueden romper las tradicionales alianzas y abrir nuevos caminos en la formación del ejecutivo.

Tanto en 2003 como en 2007 el Partido Radical Serbio (PRS), liderado por el nacionalista Tomislav Nikolic, alcanzó la victoria electoral. Sin embargo, la alianza de otros grupos, especialmente el Partido Demócrata (PD) de Borislav Tadic y el Partido Demócrata Serbio (PDS) de Vojislav Kostunica, impidieron que formara gobierno. En esta ocasión, no está claro que se vaya a producir la alianza entre demócratas contra los herederos de Milosevic –los nacionalistas del PRS-, así que la emoción, más que en las urnas, estará en la “diplomacia” posterior.

En los días anteriores a las elecciones los sondeos arrojaban un resultado de empate entre Nikolic y el actual presidente Tadic. Ante esta situación parece que Kostunica volverá a ser el árbitro en la disputa por el poder.

Sin embargo, no hay que descartar que algún otro grupo político, del perfil del Partido Liberal Demócrata (PLD) o el Partido Socialista Serbio (PSS), de la campanada. Además, los últimos acontecimientos relacionados con la independencia de Kosovo -mediados de febrero- y el Acuerdo de Asociación y Estabilización (AAE) firmado con la Unión Europea -finales de abril-, pueden tener también importantes repercusiones en las preferencias de los votantes.

Entre Kosovo y la Unión Europea

La demagogia nacionalista ha vuelto al panorama político serbio con motivo de la declaración de independencia por parte de Kosovo. No se sabe hasta que punto es bueno para Serbia seguir mirando al pasado, conservar una región deprimida donde dominan las mafias del narcotráfico; todos parecen tener claro que lo mejor para el desarrollo del país es abandonar el lastre kosovar.

Sin embargo, los nacionalismos suelen dejar de lado la razón para lanzarse de lleno a los brazos del sentimiento; y este, en lo referente a los serbios, es muy fuerte cuando se trata de Kosovo, la tierra que vio nacer a la patria.

Por esa razón, los políticos del país, aunque saben que la secesión es inevitable e incluso beneficiosa, intuyen que con un “no a la independencia” pueden ganar votos. Esta ha sido a lo largo la campaña la postura de Nikolic y Kostunica; Tadic, garante del europeísmo, no ha querido pronunciarse. Todos saben que si gana venderá Kosovo a cambio del plato de lentejas de la Unión Europea. No obstante ¿acaso sus rivales tienen algo mejor que ofrecer?

El Partido Democrático (PD) del actual presidente no habla de aceptar la situación kosovar, por miedo a perder votos, pero es un hecho que cederá ante las exigencias internacionales. Sin duda alguna se repetirá una escena similar a la de la entrega de Slobodan Milosevic al Tribunal de La Haya. También en esa ocasión fue Tadic, en contra de la voluntad de Kostunica, el que cedió ante la comunidad internacional.

Desde mi punto de vista, es la decisión más inteligente. A día de hoy, Serbia puede aceptar las cosas por las buenas o por las malas; recibir una recompensa que le permita desarrollarse e integrarse de lleno en Europa, o encerrarse en sí misma, en la intoxicación nacionalista inventada por Slobo [9]; puede subirse de nuevo al tren, o quedarse al margen.

Europa parece haber apostado de nuevo por Serbia. El ostracismo al que nos referíamos anteriormente ha desaparecido, si bien por motivos interesados: la solución del conflicto kosovar. Las autoridades europeas se ha implicado hasta tal punto que, aunque no sea oficial, pone la victoria de Tadic como condición sine qua non para la futura integración de Serbia en la Unión.

La firma, en plena campaña electoral, del Acuerdo de Asociación y Estabilización (AAE) entre el ministro de asuntos exteriores serbio, Vuc Jeremic, y los representantes de la UE, es la mejor muestra de ello. En las próximas semanas veremos los derroteros que va tomando la cuestión balcánica. Serbia puede dirigirse rumbo a Europa o convertir a “Milosevic en un nuevo Cid; un hombre que gana batallas después de muerto. Su mito puede seguir manteniendo a sus paisanos lejos del premio europeo” [9].

Bibliografía

[1] Postguerra. Una historia de Europa desde 1945; Tony Judt – Madrid – Taurus -2006.

[2] La Europa balcánica. Yugoslavia, desde la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días; Ricardo M. Martín de la Guardia y Guillermo A. Pérez Sánchez – Madrid – Síntesis – 1997.

[3] La trampa balcánica; Francisco Veiga – Barcelona – Grijalbo – 2002.

[4] La situación política de Serbia después de las elecciones generales; Mira Milosevich – GEES – 1 de febrero de 2007.

[5] Serbia: Elecciones para la continuidad; Mira Milosevich – GEES – 23 de enero de 2007.

[6] ¿Un nuevo Trianon?; Mira Milosevich – GEES – 16 de octubre de 2006.

[7] Gobierno de Serbia: entre aceite y agua; Mira Milosevich – GEES – 22 de mayo de 2007.

[8] Los conflictos de los Balcanes a finales del siglo XX; Enrique Fojón -GEES – 18 de septiembre de 2002.

[9] Adiós, Milosevich, no vuelvas; Manuel Coma – GEES – 15 de marzo de 2006.