Especifica la evolución de las fuerzas políticas de oposición al sistema: republicanos y nacionalistas


SEXAGÉSIMO TERCERO ESTÁNDAR DEL TEMARIO QUE, DE ACUERDO CON LO ESTIPULADO POR LA CONSEJERÍA DE EDUCACIÓN DE CASTILLA Y LEÓN, PODRÁ SER OBJETO DE EXAMEN EN LA EBAU, ANTIGUA SELECTIVIDAD.

Las turbulencias políticas que marcaron el Sexenio Democrático, unidas a la solidez del sistema de la Restauración en sus primeros compases, condenaron al ostracismo a las fuerzas de oposición. De esta manera, hasta comienzos del siglo XX los partidos republicanos y nacionalistas se mantuvieron al margen de la vida política del país, excluidos de los órganos de decisión. Ahora bien, el progresivo desgaste del modelo ideado por Cánovas permitió que, con el paso de los años, su fuerza y apoyos se incrementaran notablemente.

A comienzos del siglo XX, los grupos republicanos constituían la fuerza de oposición mas importante a la monarquía liberal y a los partidos dinásticos. De entre sus partidarios destacaban los intelectuales y amplios sectores de las clases medias, quienes identificaban el ideal de república con la democratización real del país. Además, su progresiva apertura a las reformas sociales relacionadas con la forma de vida de los obreros, les permitió ganar partidarios entre la clase trabajadora.

Esa orientación hacia postulados de corte democrático y social obtuvo sus primeros frutos en las elecciones de 1903. En esos comicios las fuerzas republicanas, que concurrían en una candidatura conjunta (Unión Republicana), obtuvieron unos buenos resultados. Sin embargo, la falta de entendimiento entre los grupos que conformaban esa coalición, condujo escisión del ala más radical. De esta manera, en 1908, Alejandro Lerroux fundó el Partido Republicano Radical.

De entre los nacionalismos del primer tercio del siglo XX, el catalán fue el que contó con mayor fuerza e implantación en el territorio. El escenario político en ese territorio estuvo dominado por la Lliga Regionalista, un partido de corte burgués fundado en 1901. De hecho, en su programa no se prestaban atención a las reformas sociales y, quizá por ese motivo, no contaba con el apoyo de la clase obrera, más proclive al republicanismo. Los miembros de la Lliga consideraban que se debía compatibilizar la regeneración política y la modernización económica con su reivindicación de autonomía. Eso les permitió colaborar en numerosas ocasiones con los gobiernos del turno, ya fueran conservadores o liberales.

Después del fallecimiento de su fundador en 1903, en el seno del Partido Nacionalista Vasco (PNV) se inició un enfrentamiento entre el sector independentista, defensor de las ideas tradicionalistas de Sabino Arana, y el ala más moderada, de corte liberal y posibilista; es decir, los partidarios de buscar un arreglo con el gobierno de España para dotar de autonomía a las provincias vascas. El triunfo de esta segunda postura permitió que el nacionalismo se extendiera, desde su base en Vizcaya, al conjunto del País Vasco. Además, su aproximación a la burguesía industrial le dotó de una fuente de financiación que terminó por consolidar el partido hasta convertirlo en la fuerza política más importante del territorio.

ESTRUCTURA DEL VÍDEO:

  • 0:17. La fortaleza inicial del sistema de la Restauración.
  • 0:53. Los republicanos a comienzos del siglo XX.
  • 1:58. Los grupos nacionalistas.

BIBLIOGRAFÍA:

  1. Historia de España 2 – Editorial Anaya.
  2. Historia de España – Editorial Vicens Vives.
  3. Historia de España Contemporánea; José Luis Comellas – Rialp.

DIAPOSITIVAS DEL VÍDEO:

Gavrilo Princip, los orígenes de un nacionalista


Puedes leer la continuación de este texto en el siguiente enlace: La planificación y ejecución de los atentados de Sarajevo.

1894. En el enclave de Oblijaj, al noroeste de Bosnia, nacía Gavrilo, el cuarto hijo de Petar Princip y su esposa Marija. Partiendo de orígenes humildes, el cabeza de familia había logrado alcanzar cierto prestigio entre sus vecinos gracias a su empleo en el servicio postal austríaco. Compatibilizaba ese trabajo con la tarea que habían desempeñado sus antepasados: la agricultura. Aún así, los Princip no escapaban a la dureza de las condiciones de vida de la época y, mucho menos, a la pobreza, común denominador en la pequeña aldea. En pocos años, Gavrilo vio enterrar a seis de sus nueve hermanos, lo que sin duda dejó una profunda huella en su carácter. El joven bosnio se volvió taciturno, rasgo que unido a su carácter enfermizo y la debilidad de su anatomía, le hacían parecer insignificante e inofensivo. Sin embargo, eso cambiaba cuando la política, y más en concreto el destino de Bosnia, se convertían en el centro de una conversación. El personaje tímido se transformaba, dando paso a una inusitada verborrea que pronto le hizo granjearse fama de radical.

La vida que se iniciaba en el verano de 1894 hubiera transcurrido sin grandes sobresaltos de no ser por una serie de circunstancias que empujaron a Gavrilo al gran torrente de la historia. El hijo de Petar y Marija podía haber gastado sus días en una remota región de Bosnia, entre discusiones políticas y encendidas proclamas nacionalistas. Sin más público que los campesinos que frecuentaban las tabernas de la comarca. Pero decidió pasar a la acción, una acción que, materializada en el asesinato de los archiduques de Austria, hizo temblar los cimientos de la antigua Europa. Ningún gran estadista había oído jamás hablar de la pequeña Oblijaj, y mucho menos de las humildes familias campesinas que la habitaban. Apenas veinte años después, las principales potencias iban a la guerra utilizando como pretexto un acto perpetrado por Gavrilo Princip. La historia, tantas veces caprichosa e impredecible, puso sus ojos en un joven bosnio salido de un lugar que el mundo jamás había oído nombrar y que, seguramente tras él, nunca vuelva a aparecer como centro de la tragedia humana.

A comienzos del siglo XX, Bosnia importaba poco en las cancillerías de los estados más poderosos. Gran Bretaña, Francia y Alemania tenían puestos sus ojos en la gran expansión colonial que llevó a los imperios europeos a dominar tres quintas partes del globo. Tan sólo Austria y Rusia parecían tener cierto interés en la situación geopolítica de los Balcanes, pero pocos podían predecir que allí se encendería la mecha que los llevaría a la mayor guerra jamás vivida hasta entonces. Ahora bien, el orgullo de todos esos países se había incrementado tanto en las últimas décadas, que cualquier acontecimientos que hiriera la vanidad nacional podía provocar una catástrofe. Por esa y otras razones, quizás sea excesivo culpar a Gavrilo Princip del estallido de la Gran Guerra. Sin embargo, desde Homero el ser humano necesita poner rostro al origen de las catástrofes. De esta manera, de igual modo que Paris, al raptar a Helena, llevó a su patria a un duro conflicto con los aqueos, ese joven nacido en Oblijaj, con su idea romántica de liberar Bosnia del yugo austríaco, condujo a los hombres de su tiempo a una carnicería que terminó por reducir el mundo decimonónico a unas cenizas similares a las de la antigua Troya.

Al poco de cumplir los trece años, mientras esas grandes potencias se disputaban el dominio del mundo, Gavrilo abría los horizontes del suyo. Petar y Marija, aprovechando la buena marcha del negocio de exportación de madera iniciado en Sarajevo por Jovo, el segundo de sus hijos, le enviaron a la capital una vez finalizados sus estudios básicos. La idea inicial era preparar al joven para el ingreso en la academia militar, un destino que, teniendo en cuenta los humildes orígenes familiares, suponía un notable ascenso en la escala social. Por supuesto, todo ello hubiera sido imposible sin la ayuda de Jovo, que en pocos años se había convertido en el sostén de los Princip. Ese incremento de peso en la economía familiar también llevaba aparejado un aumento de su poder de decisión. De esta manera, al percatarse de que Gavrilo no reunía las condiciones físicas necesarias para ingresar en el ejército, decidió matricularlo en la Escuela de Comercio. Fue sin duda un acierto, ya que su hermano no sólo tenía una anatomía inadecuada para ese tipo de vida, sino que su nacionalismo bosnio favorecía en poco su ingreso en el ejército imperial austríaco.

Apenas llevaba un curso en la Escuela de Comercio cuando tuvo lugar el acontecimiento que marcó de manera decisiva su destino: el Imperio Austrohúngaro, que hasta entonces sólo ejercía el control militar sobre Bosnia, se anexionaba el territorio. Las manifestaciones, unidas en ocasiones a disturbios graves, se sucedieron durante el otoño de 1908 en las ciudades importantes del país. Incluso tuvieron eco fuera de sus fronteras, especialmente en la vecina Serbia que desde tiempo atrás reclamaba la formación de una gran nación eslava que agrupara a los pueblos de los Balcanes. Gavrilo participó intensamente en la protesta, e incluso, en una de las cargas de la caballería austríaca, estuvo a punto de resultar herido de gravedad. Por suerte para él, el sable del jinete rasgó únicamente sus ropas, quedando su filo a escasos milímetros de su piel.

Aquellas manifestaciones le permitieron entrar en contacto con otros jóvenes nacionalistas, muchos de ellos miembros de la Joven Bosnia. Esta organización de carácter nacionalista, compuesta fundamentalmente por estudiantes, constituyó el germen de la célula terrorista que en 1914 asesinó al archiduque Francisco Fernando y a su esposa, Sofía Chotek. Por aquel entonces el ideólogo del grupo era Vladimir Gaćinović, un joven ensayista cuatro años mayor que Princip. Con sus escritos y encendidos discursos, este serbo-bosnio hizo calar entre sus compañeros la doctrina del tiranicidio. A partir de ese momento, el asesinato de toda autoridad austríaca, en tanto que representante de la tiranía, no solo quedó justificado, sino que se convirtió en el medio fundamental de la Joven Bosnia para alcanzar el gran objetivo: la libertad de la patria y su unión con los pueblos eslavos del sur para formar Yugoslavia.

Precisamente mientras tenían lugar los disturbios de 1908, un simpatizante de la Joven Bosnia planeaba asesinar al emperador Francisco José aprovechando su visita a la ciudad de Mostar. Su nombre era Bogdan Žerajić, y, como es sabido, nunca llevó a término su plan. Pero eso no fue impedimento para que, plenamente convencido de la eficacia del tiranicidio, se viera envuelto en un nuevo atentado dos años después. En esa ocasión, el objetivo de este estudiante de Leyes era Marijan Varešanin, gobernador austríaco en Bosnia, a quien pretendía disparar durante la apertura de la Dieta que debía tener lugar el 10 de junio en Sarajevo. En el momento decisivo, Žerajić descargó con rabia cinco balas de su revolver sobre el gobernador. El sexto proyectil lo reservó para sí, quitándose la vida de un tiro en la cabeza. La víctima del atentado, sin embargo, salió indemne gracias a la poca pericia del terrorista en el manejo del arma.

El fracaso de Bogdan Žerajić, lejos de desanimar a los miembros de la Joven Bosnia, reforzó su convencimiento en que ese era el camino a seguir. La organización tenía ahora su primer mártir, cuya tumba se convirtió en centro de peregrinación para sus compañeros. De hecho, Gavrilo realizaría numerosas visitas al lugar. Allí juró dedicar su vida a la liberación de Bosnia y honrar su memoria realizando un atentado similar contra las autoridades imperiales.

Pero su situación en Sarajevo se complicaba por momentos. Con motivo de las protestas de 1912, cometió la imprudencia de recorrer el instituto amenazando, con un puño de metal, a todos los que no habían participado. Gavrilo, quien en su afán por ganar adeptos para la causa de Bosnia había pasado por todas las aulas, fue expulsado inmediatamente. No sólo su vida académica se vio afectada. Pronto se percató de que la policía austríaca, considerándolo un agitador y un terrorista en potencia, vigilaba sus movimientos. De esta manera, en mayo decidió trasladarse a Belgrado, capital de Serbia, con el fin de terminar allí sus estudios.

Los inicios de Gavrilo Princip como agitador coincidieron en el tiempo con la aparición en Serbia de Unificación o Muerte, una sociedad secreta más conocida como Mano Negra. El líder indiscutible era el coronel Dragutin Dimitrijević, cuyo nombre clave era Apis. Bajo sus órdenes actuaban una serie de altos oficiales del ejército que, al margen del gobierno, dirigían operaciones que tenían por fin la unificación de los Balcanes en una gran nación eslava. Uno de aquellos hombres era el comandante Vojislav Tankosić, con quien Gavrilo Princip se entrevistó a los pocos meses de abandonar Sarajevo. El motivo de ese encuentro fue el empeño del bosnio por alistarse en el ejército y participar así, en la guerra que Serbia y Bulgaria acababan de iniciar contra el Imperio Otomano. Su primera tentativa tuvo lugar en Belgrado, donde el comité militar de la ciudad le rechazó a causa de su baja estatura. Gavrilo no se rindió. Quería participar de manera activa en la construcción de la gran nación balcánica, y entendía que en ese momento el mejor modo de hacerlo era combatir junto a los serbios. Por tanto, solicitó una entrevista con Tankosić, cuyo ejército estaba estacionado en Prokuplje, en la frontera que por aquel entonces Serbia compartía con los otomanos. Gavrilo viajó en vano, pues su debilidad física y su escasa estatura llevaron al miembro de la Mano Negra a rechazarlo de inmediato.

Los caminos de Tankosić y Princip volverían a cruzarse dos años después, generando tal seísmo en la vida de la vieja Europa que, aún hoy, sus consecuencias son perceptibles. Ahora bien, tras su entrevista de 1912, mientras el primero de ellos iniciaba una campaña triunfal que terminaría por sepultar el poder otomano en los Balcanes, el joven bosnio, profundamente abatido, emprendía el viaje de regreso a Belgrado.

Gavrilo tardó varios días en recuperarse de aquella decepción. Se sentía humillado y no paraba de maldecir su suerte, esa que le había deparado un cuerpo endeble que, aún en tiempos de necesidad, era rechazado por el ejército serbio. Pero como en otras ocasiones, la fase depresiva tocó a su fin cuando apareció ante él una nueva meta, una nueva forma de servir a su gran objetivo nacionalista. Cuando Živojin Rafajlović, uno de los pocos amigos que tenía en Belgrado, le recomendó para ingresar en un campo de entrenamiento militar, Princip volvió a sentir el ardor de la sangre en sus venas. Su espíritu romántico despertó, lanzándose de manera frenética y obsesiva a su nueva tarea. Durante varias semanas participó en unas maniobras dirigidas a formar militarmente a jóvenes bosnios para una futura insurrección contra el poder austríaco. Allí Gavrilo practicó tanto lanzamiento de bombas como puntería con armas de fuego, destrezas que, de cara al atentado contra los archiduques, fueron de gran utilidad.

Cuando las jornadas de entrenamiento en Vranje tocaron a su fin, Princip volvió a Belgrado. Allí, sin demasiados sobresaltos, transcurrió el siguiente año. Un periodo de tiempo en el que, sin éxito, se presentó en varias ocasiones al examen de acceso a los estudios de bachillerato. Pero esa relativa paz se vio alterada en marzo de 1914. La momentánea coincidencia de intereses de la Mano Negra y la Joven Bosnia, unida a las obligaciones de representación del heredero a la corona imperial austríaca, el archiduque Francisco Fernando, brindaron a Gavrilo la oportunidad que estaba esperando. Desde ese momento, se entregó de lleno a los preparativos de una acción terrorista que marcaría su destino y el de toda una generación.

El sistema de alianzas y la Gran Guerra


En el verano de 1914 estallaba el que, hasta la Segunda Guerra Mundial, fue el conflicto más importante y destructivo de la historia de la humanidad. Más de treinta naciones de todo el mundo, así como sus imperio coloniales, se enfrentaron en una guerra que se cobró más de diez millones de muertos. Su final, en 1918, dio lugar a un nuevo panorama mundial, marcado por la decadencia de las potencias europeas, el ascenso norteamericano y el comienzo de una era de incertidumbre, crisis y miedo. En esta clase se resume el sistema de alianzas, quedando las restantes para cuestiones como la introducción a la Guerra, la Paz Armada, las tensiones internacionales, el estallido del conflicto, los contendientes y los principales frentes de la Gran Guerra. También hay apartados dedicados a su evolución (1914, 1915, 1916, 1917 y 1918) y consecuencias. Este repaso finaliza con un vídeo sobre los tratados de paz y otro sobre la fundación de la Sociedad de Naciones.

Las tensiones internacionales previas a la Primera Guerra Mundial


En el verano de 1914 estallaba el que, hasta la Segunda Guerra Mundial, fue el conflicto más importante y destructivo de la historia de la humanidad. Más de treinta naciones de todo el mundo, así como sus imperio coloniales, se enfrentaron en una guerra que se cobró más de diez millones de muertos. Su final, en 1918, dio lugar a un nuevo panorama mundial, marcado por la decadencia de las potencias europeas, el ascenso norteamericano y el comienzo de una era de incertidumbre, crisis y miedo. En esta clase se abordan las tensiones prebélicas, quedando las restantes para cuestiones como la introducción a la Guerra, la Paz Armada, el sistema de alianzas, el estallido del conflicto, los contendientes y los principales frentes de la Gran Guerra. También hay apartados dedicados a su evolución (1914, 1915, 1916, 1917 y 1918) y consecuencias. Este repaso finaliza con un vídeo sobre los tratados de paz y otro sobre la fundación de la Sociedad de Naciones.

Causas de la Guerra


Causa inmediata.

La crisis diplomática del verano de 1914, provocada por el asesinato del Archiduque Francisco Fernando en Sarajevo a manos de un nacionalista serbio el 28 de junio de ese mismo año, fue la causa inmediata del comienzo de la Gran Guerra. Así narra Stefan Zweig las repercusiones del atentado en Viena:

(Stefan Zweig, El mundo de ayer) “Unas semanas más y el nombre y la figura de Francisco Fernando habrían desaparecido para siempre de la Historia. Pero luego, aproximadamente al cabo de una semana, de repente empezó a aparecer en los periódicos una serie de escaramuzas, en un crescendo demasiado simultáneo para ser del todo casual. Se acusaba al gobierno serbio de anuencia con el atentado y se insinuaba con medias palabras que Austria no podía dejar impune el asesinato de su príncipe heredero, al parecer tan querido. Era imposible sustraerse a la impresión de que se estaba preparando algún tipo de acción a través de los periódicos, pero nadie pensaba en la guerra”.

A estos hechos, tras un breve periodo de calma –señalado ya por el intelectual austríaco-, siguió un enrarecimiento del ambiente y un ultimátum presentado por los austrohúngaros al gobierno de Belgrado. La negativa de los serbios a someterse a unas condiciones que creían inaceptables dejó las manos libres a Austria para bombardear la capital serbia el 28 de julio. Fue entonces cuando se vieron claramente las consecuencias del complejo sistema de alianzas que entrelazaba a los distintos países europeos: a la guerra en la que estaban inmersas Austria y Serbia se sumaron en los días posteriores Rusia, Alemania, Francia e Inglaterra. Ese ajetreo diplomático es el que en El mundo de ayer nos continúa describiendo Stefan Zweig:

“Pero las malas noticias se iban acumulando y cada vez eran más amenazadoras. Primero el ultimátum de Austria a Serbia, después la respuesta evasiva, los telegramas entre monarcas y, al final, las movilizaciones ya apenas disimuladas”.

Como ya hemos indicado más arriba, el mecanismo de las alianzas entró en funcionamiento después de que Austria declarase la guerra a Serbia: Rusia se movilizó para ayudar a los serbios; mientras que el 1 de agosto Alemania declaró la guerra a los rusos con el fin de respaldar a Austria-Hungría. Francia, que estaba comprometida con Rusia, extendió la guerra al frente occidental el 3 de agosto. Al día siguiente, los ejércitos alemanes invadieron Bélgica, acto que llevó a los británicos a declarar la guerra a Alemania.

De esta manera, las grandes potencias, que llevaban décadas sin protagonizar grandes enfrentamientos entre sí, se prepararon para una guerra a la que, según aseguraban unos y otros, habían sido empujados…

(Canciller Bethmann Hollweg, discurso ante el Reichstag en 1914) “Durante cuarenta y cuatro años, desde la época en que luchamos por ganar el Imperio alemán y acceder a nuestra posición en el mundo, hemos vivido en paz y protegido la paz de Europa. En la búsqueda de la paz hemos sido firmes y poderosos, lo que ha despertado la envidia de otros. Con paciencia nos hemos enfrentado al hecho de que, bajo el pretexto de que Alemania deseaba la guerra, se haya despertado la enemistad contra nosotros tanto en el Este como en el Oeste, y se hayan forjado nuestras cadenas. El viento entonces esparcido ha terminado ahora por desencadenar el torbellino (…) ha llegado el momento en que debemos hacerlo, contra nuestro deseo, y a pesar de nuestros sinceros esfuerzos. Rusia ha prendido fuego al edificio. Estamos en guerra con Rusia y Francia, una guerra a la que se nos ha forzado”.

…y así también lo creían los ciudadanos de las distintas naciones contendientes:

(Stefan Zweig, El mundo de ayer) “…un gran respeto hacia los “superiores”, los ministros, los diplomáticos y hacia su juicio y honradez, animaba todavía al hombre de la calle. Si había guerra, por la fuerza tenía que ser contra la voluntad de sus gobernantes; ellos no podían tener la culpa, nadie del país la tenía. Por lo tanto, los criminales, los instigadores de la guerra tenían que ser de otro país; era legítima defensa alzarse en armas…”

Los dirigentes de los países beligerantes comenzaron a lanzarse mutuamente acusaciones: cada uno culpó al contrario del estallido del conflicto. Desde los gobiernos se afirmó que la entrada en la guerra era simplemente una medida defensiva, que habían sido sus enemigos los que les habían forzado a luchar, que ellos no deseaban el conflicto. Cada cual utilizó los medios propagandísticos de los que disponía para defender su postura y atacar a sus rivales. Y esa constante propaganda acabó por calar en esa crédula población descrita por Stefan Zweig, que respaldó unánimemente las decisiones de sus dirigentes.

Causas profundas.

No obstante, el mundo occidental vivía ya un estado de guerra virtual antes de los sucesos de 1914. Es más, teniendo en cuenta la situación internacional de principios del siglo XX, que se desencadenase un conflicto de grandes dimensiones era algo bastante probable. Por lo tanto, podemos afirmar que el atentado de Sarajevo fue tan solo el desencadenante, la excusa, de una guerra cuyas causas fueron mucho más profundas y complejas. Veamos como describe ese ambiente prebélico Stefan Zweig:

(Stefan Zweig, El mundo de ayer) “De repente todos los Estados se sintieron fuertes, olvidando que los demás se sentían de igual manera; todos querían más y todos querían algo de los demás. Y lo peor fue que nos engañó precisamente la sensación que más valorábamos todos: nuestro optimismo común, porque todo el mundo creía que en el último momento el otro se asustaría y se echaría a atrás; y, así, los diplomáticos empezaron el juego del bluf recíproco. Hasta cuatro y cinco veces en Agadir, en la guerra de los Balcanes, en Albania, todo quedó en un juego; pero en cada nueva ocasión las alianzas se volvían cada vez más estrechas y adquirían un carácter marcadamente belicista. En Alemania se introdujo un impuesto de guerra en pleno período de paz y en Francia se prolongó el servicio militar; a la larga, el exceso de energía tenía que descargar…”

Causa jurídica.

Según lo firmado en Versalles al término de la Gran Guerra, la política hegemónica y expansionista alemana había sido la causante del conflicto, que formaba parte de los planes alemanes para alcanzar dichos objetivos. Por lo tanto, era sobre Alemania donde había de recaer el peso de la guerra, y, en consecuencia, la mayor parte del pago de las reparaciones a los vencedores.

Dejando de lado si fue o no fue esa política del II Reich la causante del enfrentamiento, vamos a tratar de analizarla para conocer mejor en que consistía y en que se basan aquellos que afirman que ahí se ha de buscar una de las causas del conflicto. Por medio de esta política, diseñada por Fisher, el gobierno alemán buscaba alcanzar los siguientes objetivos mediante la guerra:

– Los objetivos internos: fomentar un sentimiento nacional que ahogase el creciente peso social del socialismo; estimular una situación económica estancada, en gran medida, causada por el aislamiento al que las potencias de la Entente Cordial –Inglaterra, Francia y Rusia- tenían sometida a Alemania; destruir el cerco territorial en el que se encontraba Alemania: situada entre las fuerzas de la Entente Cordial.

– Los objetivos externos: creación de una potencia hegemónica pangermánica en Centroeuropa; someter a Bélgica a la condición de Estado vasallo; lograr la sumisión de Francia, que pasaría a ser un Estado dependiente de Alemania; creación de una serie de estados tapones entre Alemania y Rusia; creación de un imperio alemán en África, cuya base inicial habría de ser el Congo belga; movilización económica en favor del desarrollo alemán de los distintos territorios ocupados.

Causa territorial.

Otra de las causas de la Gran Guerra hay que buscarla en la existencia de numerosos contenciosos territoriales mal solucionados o sin solucionar a la altura de 1914. A continuación señalaremos los tres más importantes:

– Cuestión de Alsacia y Lorena; tanto Francia como Alemania reclamaban la soberanía sobre estos territorios, en poder de la segunda tras la guerra de 1870. De esta forma, mientras los alemanes buscaban germanizar a la población autóctona, los franceses trataban de mantener vivo el sentimiento nacional galo entre esa gente. Esta doble presión influyó notablemente sobre los oriundos de esas regiones, cuya situación describe Stefan Zweig de la siguiente manera:

(Stefan Zweig, El mundo de ayer) Pero esa situación ambigua era difícil sobre todo para los alsacianos y más aún para aquellos que, como René Schickele, tenían el corazón en Francia y escribían en alemán. En realidad, era porque la guerra había estallado a causa de su país, y su guadaña les partía el corazón. Hubo intentos de atraerlos a la derecha y a la izquierda, de obligarlos a manifestarse a favor de Alemania o de Francia, pero ellos abominaban una disyuntiva que les resultaba imposible.

– Cuestión polaca; tres potencias se repartían el territorio de Polonia, y las tres con posiciones divergentes en torno al problema polaco: los alemanes buscaban germanizar la Polonia prusiana; los austríacos trataban con benevolencia a la población de Galitzia, lo que propició en nacimiento del nacionalismo polaco que tanto perjudicaba a la posición de los zares; los rusos intentaban expandirse por el territorio polaco, chocando así con los alemanes en su afán de conquista y con el nacionalismo fomentado por los austríacos.

– Cuestión balcánica; en esta zona se enfrentaron por el control del territorio dos naciones: Austria y Serbia, contando esta última con el apoyo ruso. La monarquía de los Habsburgo, buscando una salida al mar, se anexionó Bosnia en 1908. Sin embargo, esto chocaba con las aspiraciones del naciente nacionalismo panserbio. Surgió, de esta manera, la enemistad que, a la postre, acabó desencadenando el conflicto.

Causa económica.

La economía jugó sin duda un papel fundamental en el inicio y desarrollo del conflicto. Fue, entre otras, la rivalidad económica entre las grandes potencias lo que las llevó a enfrentarse; pero además, fue también su propio potencial económico el que les permitió mantener el frente durante un periodo de tiempo tan largo.

En lo que al estallido de la guerra se refiere, la economía jugó, como ya hemos indicado, un papel fundamental en base a la rivalidad entre las potencias. No obstante, con el fin de no extendernos en exceso con el estudio de varias naciones nos limitaremos a analizar el caso más representativo e importante: el de Alemania y Gran Bretaña. El crecimiento experimentado por los germanos a lo largo de las décadas anteriores a la Gran Guerra, y el peligro que esto constituía para los intereses comerciales británicos fue una de las razones que llevaron al enfrentamiento entre ambas potencias.

Manifestaciones del crecimiento económico alemán posterior a 1890:

– Grandes avances en la fundición del acero y la construcción de innovaciones en maquinaria industrial y agrícola.

– Importante desarrollo industrial y comercial. En muchos casos esto se basaba en la técnica del dumping y en la invasión de mercados:

(E. Williams, Made in Germany) “…los juguetes, las muñecas, los libros de estampas que leen nuestros niños y hasta el papel en que se escribe la prensa más patriótica, todo viene de Alemania. Desde el piano del salón hasta la olla de la cocina son made in Germany”.

– Importante peso demográfico alemán; lo que suponía contar con una abundante mano de obra.

Manifestaciones de la competencia anglo-germánica por el control del comercio mundial:

– Proteccionismo imperante durante los primeros años del siglo XX, y más especialmente a partir de 1910.

– Alemania se encontraba aislada a causa del proteccionismo ejercido por los grandes imperios, lo que se agravaba por la ausencia de un imperio colonial alemán con el que poder comerciar. De esta forma, a los germanos, para salir de ese aislamiento que paralizaba su economía, no les quedaba más salida que la guerra.

Causa Psicológica.

La década anterior a la Gran Guerra estuvo marcada por una serie de crisis internacionales que, si bien no desembocaron en un gran conflicto, favorecieron la consolidación de dos bloques enfrentados.

Podemos distinguir las siguientes crisis en política internacional entre 1905 y 1913:

– 1905-1906. Primera crisis marroquí.

– 1908-1909. Los Habsburgo anexionan Bosnia a su imperio.

– 1911. Segunda crisis marroquí.

– 1913. Segunda Guerra de los Balcanes.

Así, paulatinamente, se fue forjando una opinión pública que no sólo veía el enfrentamiento como algo inevitable, sino que lo deseaba como si de un bien se tratase: unos jefes de Estado que favorecieron el rearme y planificaron conscientemente las distintas políticas de alianzas en caso de que estallase el conflicto; unas autoridades militares que estudiaban con ahínco los planes de movilización a poner en práctica, las innovaciones armamentísticas y la forma de abastecer a las tropas del frente; unas masas populares plenamente empapadas de la propaganda nacionalista que les llegaba desde los medios… todo parece indicar que se vivía en un ambiente prebélico.

Además, a muchas de las naciones involucradas a posteriori en el conflicto les favorecía, en principio –luego resultó ser nefasta para todos-, el estallido de una guerra. De esta manera, nos encontramos con el caso de Alemania, aislada política y económicamente, cuya única salida era la ruptura violenta de su complicada situación internacional; el de Rusia, que tras su derrota con Japón necesitaba relanzar el sentimiento patriótico para acallar las voces revolucionarias; y el del Imperio Austro-húngaro, sumido en una importante crisis territorial que amenazaba con la descomposición de ese vasto domino plurinacional.

Por lo tanto, como factor de cohesión social, a casi todas las potencias les beneficiaba el surgimiento de un conflicto. Sin embargo, en lo relativo al momento –verano de 1914- y la duración del mismo, no todos resultaban igual de favorecidos. Así, el momento era idóneo para dos naciones como Alemania y Austria-Hungría siempre que el conflicto no se prolongase en exceso; mientras que para Rusia, Inglaterra y Francia la Gran Guerra estalló demasiado pronto, estando estos en pleno proceso de rearme.

Bibliografía:

[1] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[2] Los siete pecados capitales del Imperio Alemán en la Primera Guerra Mundial; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2006.

[3] La Primera Guerra Mundial; Hew Strachan – Barcelona – Crítica – 2004.

[4] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[5] Made in Germany; Ernest Edwim Williams – Harvester – 1973.

Un particular contra el Estado

zFiles.aspxArtículo sobre Historia de un alemán publicado por Antonio Duplá.

“Así plantea su relato el autor del libro que quiero reseñar: «La historia que va a ser relatada a continuación versa sobre una especie de duelo. Se trata del duelo entre dos contrincantes muy desiguales: un Estado tremendamente poderoso, fuerte y despiadado, y un individuo particular pequeño, anónimo y desconocido. (…) El Estado es el Reich y el particular soy yo» (p. 11s.).

Se trata de un texto singular. Escrito en 1939, no obstante no ve la luz hasta el año 2000, tras ser encontrado entre los papeles de su autor tras su muerte en 1999. Haffner nació en Berlín en 1908, estudió Derecho y, en 1939, a la vista de las condiciones de la vida en Alemania bajo el régimen nazi, emigró a Inglaterra, donde trabajó como periodista hasta 1954. Tras su regreso a Alemania se dedicó a la literatura y al periodismo.

El contenido del libro ofrece ya suficiente interés como crónica de unos tiempos especialmente convulsos y decisivos para la historia de Europa. Hay que pensar que, como contexto del recorrido autobiográfico del autor, vemos desfilar por sus páginas la I Guerra Mundial, la fallida Revolución de 1918 en Alemania, la República de Weimar, su crisis, la irrupción de Adolf Hitler y el ascenso del nazismo hasta hacerse con el poder. Una época sobre la que conviene volver una y otra vez para intentar comprender lo sucedido. La literatura, académica, ensayística y también autobiográfica, sobre la Alemania de Hitler es inabarcable, sobre sus orígenes y su desarrollo y, en particular, sobre los aspectos más extremos del régimen nazi, como la política contra los judíos y su expresión última, los campos de concentración. La pregunta se plantea una y otra vez: ¿Cómo es posible que la barbarie, el Mal en una de sus expresiones históricas más acabadas, pudiera surgir en una de las naciones más desarrolladas y cultas de Europa, esto es, del mundo? La respuesta no es fácil, como es evidente, y afecta al núcleo mismo del concepto de modernidad y de cultura. Nos golpea en el cerebro y en el estómago y descubre la superficialidad y la trampa del discurso autosatisfecho de la civilización occidental. Nos remite a la dualidad intrínseca no ya del discurso ilustrado, sino de la propia tradición política e ideológica de Occidente hasta Roma y Grecia, donde la espléndida democracia de Pericles necesitaba una política exterior imperialista y el trabajo de los esclavos.

En esos ríos de tinta sobre un tema tan fundamental, ¿qué es lo que hace atractivo y recomendable el libro de Haffner? En concreto, el tipo de obra que es, pues no estamos ante un trabajo de historia contemporánea, ni tampoco ante una crónica periodística. Se trata de la mirada de una persona que está viviendo esa realidad cambiante y tan decisiva, desde el crío que oye las noticias de la Gran Guerra, sin entender demasiado, y se entusiasma ante el ambiente y los mensajes belicistas, hasta el adolescente que se divierte y discute con sus amigos en los felices años 20, hasta el adulto, joven todavía, 25 años en 1933, que asiste al triunfo de los nazis y experimenta el clima cada vez más asfixiante de la sociedad alemana a partir de ese momento. Estamos ante un relato escrito con humor, dentro de lo que cabe, por alguien que no pertenece a ningún grupo de población perseguido ni ostenta ninguna cualificación política. Como el mismo autor dice, se trataba de un producto medio de la burguesía alemana culta (p. 105), que contempla con estupor el hundimiento de un mundo y el nacimiento de otro, bastante más estremecedor incluso para él, un ario en los términos oficiales de la época. Aunque conocemos el resultado final del duelo citado (el exilio del autor) y, de hecho, en las primeras páginas ya se anuncia que la situación era bastante desesperanzadora, dada la desigual fuerza de los contrincantes, todo ello no disminuye un ápice el interés del libro.

Siempre que se escribe desde el País Vasco sobre algún tema relacionado con el fascismo, parece que planea la consabida comparación entre aquella época y la nuestra. No pretendo hacer analogías fáciles, pues pienso que se abusa en demasía de la calificación de fascismo y fascistas, tanto por aquellos que pretenden homologar el actual régimen parlamentario al fascismo, como por quienes generalizan y tildan de fascistas a cuantos se oponen de forma radical al fetichismo constitucional reinante. Sin embargo, sí creo que el libro de Haffner ofrece posibilidades de reflexión sobre algunos aspectos que nos pueden remitir a la situación vasca y eso proporciona un valor añadido a su lectura. Por ejemplo, cuando habla de su época infantil y de las noticias de la Gran Guerra, de cómo confiesa que de niño, como muchos otros a su alrededor, fue un entusiasta de la guerra (p. 23 ss.), de cómo fue víctima de la propaganda del odio y de la fascinación que ejercía el juego de la guerra. En última instancia, dice, de cómo el efecto narcótico de la guerra dejó marcas peligrosas en todos ellos. ¿No puede suceder algo similar en determinados sectores de la juventud abertzale, sumergidos en un ambiente cerrado y monocolor, narcotizados también por la droga de la guerra contra España y seducidos por el halo romántico y heroico de nuestros gudaris? Tremenda responsabilidad política y moral la de aquellos adultos cercanos, sobre todo sus dirigentes políticos que, con más experiencia vital, no les abren los ojos y les advierten de los peligros y terribles consecuencias que esa droga acarrea. Resulta impresionante leer las sensaciones del Haffner de once años cuando tuvo que leer las condiciones de la capitulación alemana de 1918 y cómo entonces su «mundo de fantasía se rompe totalmente en pedazos» (p. 34). ¿No puede haber algo de eso, de ese vértigo ante el impacto brutal de la realidad, no por contraria a sus planteamientos menos real, en el empecinamiento de ETA en su continuidad y en la disponibilidad de decenas de jóvenes para matar y morir?

El libro ofrece muchos más temas para analizar y comentar sobre la situación de los años 30, desde la contradicción entre la conciencia de los hechos terribles que estaban sucediendo y la continuidad de la vida cotidiana, en aparente fluidez y rutina para quienes no sufrían directamente las arbitrariedades del régimen, hasta el ambiente enrarecido en el Ministerio de Justicia, lugar de trabajo del protagonista, donde el ascenso de los nazis se acompañaba del magma viscoso del miedo y el retraimiento de quienes no simpatizaran con ellos. Por no hablar de las crecientes dificultades para discutir entre los amigos con posturas políticas enfrentadas, hasta llegar a un punto insuperable, dada la entidad de los problemas y la distancia ética de las posiciones en litigio.

En resumen, una obra interesante por el tema, por la época, por el tono y el estilo y por las reflexiones que puede suscitar”.

Un techo y cuatro paredes donde cobijarse


Una vez agotado el ámbito de la alimentación, el libro aborda otro de los aspectos fundamentales para las personas de la época: ¿dónde dormir? La vivienda, y más en concreto las dificultades económicas de los desempleados para costearse una, es la cuestión que trata Díez Espinosa en el último epígrafe de este tercer capítulo. Así nos narra el autor las dificultades de algunos personajes de El día del juicio en torno a esta cuestión: “Además, los Trent no eran los únicos inquilinos que habían dejado de pagarle la renta. También los O´Connell, del tercer piso, estaban en dificultades y llevaban ya tres meses sin pagar un centavo a Lonigan. El señor O´Connell había sido siempre un hombre serio y puntual en los pagos, pero las cosas iban mal en sus negocios y había perdido casi todos sus bienes (…) Por ingrata que fuera la decisión, Martin Lonigan debía comunicar a los Trent y a los O´Connell que abandonaran inmediatamente el inmueble”.

Las páginas dedicadas al “¿dónde dormir?” están divididas en tres apartados: Entre el desahucio y el hacinamiento; La arquitectura del desempleo: colonias, campamentos y hoovervilles; y Las rutas de los sin techo. En el segundo de ellos encontramos un cuadro de George Orwell con algunas anotaciones relativas a viviendas del norte de Inglaterra. En concreto son los hogares que se describen son los siguientes: casa en Greenough´s Row (Wigan), casa en la calle Peel (Barnsley), casa en Thomas Street (Sheffield), y casa en Mapplewell (pequeño pueblo minero). En el epígrafe dedicado a los sin techo encontramos una fotografía con el siguiente pie de foto: “Una cuerda garantiza la estabilidad y el descanso nocturno de los desempleados”. En ella podemos ver a cinco hombres dormidos cuyas respectivas cabezas descansan, dependiendo del caso, en el hombro de un compañero o en una cuerda.

En el ámbito literario, hemos de destacar las referencias a El día del juicio, de James T. Farrell; El camino a Wigan Pier y Sin blanca en París y Londres, de George Orwell; Adios a Berlín, de Christopher Isherwood; ¿Y ahora qué?, de Hans Fallada; La peste parda. Viaje por la Alemania nazi, de Daniel Guérin; La muchacha de seda artificial, de Irmgard Keun; Las uvas de la ira, de John Steinbeck; Los buenos camaradas, de John Boynton Priestley; y Waiting for Nothing, de Tom Kromer. Tras esta enumeración de obras y autores, coincidirán conmigo en calificar de sorprendente el control que el autor tiene sobre el mundo de la novela de entreguerras. Sin embargo, la riqueza documental de estas páginas no termina ahí: abundan las referencias a estudios teóricos y a obras cinematográficas. Dentro del primer grupo nos encontramos con The Tenant Movemente in New Cork City 1904-1984, trabajo de R. Lawson publicado en Rutgers University Press; The Tenements of Chicago 1908-1935, de Edith Abbot y Sophonisba Preston Breckinridge para la University of Chicago Press; La Gran Depresión, de Jen Heffer; La crise des societés impériales. Allemagne, France, Grande-Bretagne 1900-1940 de Christophe Charle; Von drei Millionen drei; y La democracia en Alemania. Historia y perspectivas. En lo que se refiere al cine, cabe destacar Our Daily Bread de King Vidor, y Kuhle Wampe de Slatan Dudow.

Bibliografía:

[1] El desempleo de masas en la Gran Depresión. Palabras, imágenes y sonidos; José Ramón Díez Espinosa – Valladolid – Universidad – 2006.

György Marosán

Este texto forma parte de un conjunto de breves biografías que he elaborado sobre la Revolución Húngara de 1956. Para ver la lista completa, pincha aquí.


Gyorgy_Marosan(1908-1992) Como vicesecretario general del Partido Socialdemócrata húngaro y comunista “converso”, Marosán desempeñó un importante papel en la unificación de su organización con el Partido Comunista en junio de 1948. Por sus méritos políticos llegó a ser vicesecretario general del partido unificado. Sin embargo, en 1950 cayó en desgracia y fue detenido bajo acusaciones falsas. Rehabilitado en 1956, desde un primer momento se comprometió con el Partido Socialista Obrero Húngaro de Kádár y formó parte de su Comité Central. Kádár le recompensó su apoyo al nombrarlo Ministro de Estado en su Gobierno “patriótico y revolucionario” de noviembre de 1956. Desde su Ministerio, Marosán fue uno de los principales responsables de la represión que siguió a la derrota de la insurrección. En 1962 fue destituido de todos sus cargos en el partido kádárista y tres años más tarde abandonó la organización comunista.