La consolidación del nacionalsocialismo IV: la destrucción y construcción cultural


A lo largo de la etapa nacionalsocialista, la cultura alemana experimentó una profunda transformación dentro de la que podemos distinguir dos procesos:

1. Labor de destrucción: la nueva cultura se opuso radicalmente al arte “degenerado” y a todo lo no alemán, representado básicamente por la cultura de Weimar. Además, se privó de la ciudadanía a los sujetos indeseables, cuyas obras y publicaciones , “expulsadas” de las bibliotecas y librerías, pasaron a formar parte de las listas negras. Así lo indicaban las fuentes oficiales:

(Lionel Richard, Nazismo y Literatura) “En Alemania los libros de la época de decadencia no tienen hoy ningún valor, no se los puede vender ni prestar. En consecuencia hay que destruirlos. Los que no pueden resignarse a destruirlos con sus propias manos que los remitan a la policía o a la Oficina Central para el Desarrollo de las Letras Alemanas”.

…así lo narraba uno de los principales afectados:

(Stefan Zweig, El mundo de ayer) “De todos los miles e incluso millones de libros míos que ocupaban un lugar seguro en las librerías y en numerosos hogares, hoy, en Alemania, no es posible encontrar ni uno solo; quien conserva todavía alguno, lo guarda celosamente escondido y en las bibliotecas públicas los tienen encerrados en el llamado armario de los venenos, sólo a disposición de los pocos que, con un permiso especial de las autoridades, los quieren utilizar científicamente (en la mayoría de los casos para insultar a sus autores)”.

…y así los ciudadanos, que veían como a su alrededor iban despareciendo, día tras día, aspectos de su vida cotidiana:

(Sebastian Haffner, Historia de un alemán) “El mundo en el que había vivido iba desvaneciéndose, desaparecía, iba haciéndose invisible día a día de forma evidente y en medio de un silencio absoluto. Casi a diario podía notarse cómo desaparecía y se hundía un fragmento más de ese mundo (…) Las personas cuyos nombres habían estado en boca de todos, cuyos libros habíamos leído y cuyos discursos habíamos comentado se esfumaron (…) a partir de entonces los libros desaparecieron de las librerías y de las bibliotecas (…) Numerosos periódicos y revistas desaparecieron de los quioscos, pero mucho más inquietante fue lo que ocurrió con los que permanecieron”.

Además, dentro de todo este fenómeno de detrucción cultural, hemos de situar los actos públicos de denigración de la cultura “degenerada”, entre los que destacaron las quemas masivas de libros:

(Lionel Richard, Nazismo y Literatura) “En presencia de una multitud enorme, los estudiantes quemaron solemnemente los 20.000 volúmenes que habían secuestrado. En la plaza, entre la Ópera Nacional y la Universidad, hacia la extremidad de la gran avenida Unter den Linden, se acumularon leños de abeto. A las 22 desfiló una delegación de estudiantes precedida por música de las secciones de asalto. Poco más tarde desembocaba en la plaza un gran cortejo formado por estudiantes vestidos con trajes de gala de su agrupación, llevando antorchas. Los bomberos rociaron los leños con petróleo y prendieron fuego. Los camiones transportaron los libros y los estudiantes formaron una cadena para arrojarlos a las llamas”.

2. Labor de construcción: consistente en expandir la ideología del régimen y fomentar su aceptación por parte del pueblo. De esta forma se hizo un gran esfuerzo por desarrollar una cultura única basada en el espíritu de sacrificio, el heroísmo, el mito germánico, el neoclasicismo y la figura del Führer. Los artistas, los medios de comunicación, los entretenimientos… todos tuvieron que elegir entre adaptarse al nacionalsocialismo o desaparecer. Como indica Sebastian Haffner en uno de los anteriores fragmentos de Historia de un alemán, “…numerosos periódicos y revistas desaparecieron de los quioscos, pero mucho más inquietante fue lo que ocurrió con los que permanecieron”.

Bibliografía:

[1] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[2] Historia de un alemán; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2006.

[3] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[4] El mundo de ayer. Memorias de un europeo; Stefan Zweig – Barcelona – El Acantilado – 2002.

[5] Hitler: una biografía; Joachim Fest – Barcelona – Planeta – 2005.

[6] Nazismo y Literatura; Lionel Richard Grundberger – Barcelona – Granica – 1972.

La consolidación del nacionalsocialismo I: la propaganda


La propaganda se convirtió a lo largo de esos años en el principal instrumento de difusión de la ideológica nacionalsocialista. Desde el NSDAP se platearon, en lo que a propaganda se refiere, tres objetivos:

  • Legitimar constantemente el sistema.
  • Conseguir la sumisión de la Comunidad Nacional a las decisiones de sus dirigentes.
  • Lograr la adhesión entusiasta del pueblo. Su proceso evolutivo nos lo describe brevemente Sebastian Haffner:

(Sebastian Haffner, Historia de un alemán) “Uniformes pardos en las calles, desfiles, gritos de Heil (…) se celebraban desfiles a diario, se conmemoraban masivas horas solemnes, había continuas expresiones públicas de agradecimiento por la liberación nacional, música militar de la mañana a la noche, homenajes a los héroes, bendición de las banderas… La gente comenzó a participar, primero sólo por miedo. Sin embargo, tras haber tomado parte una primera vez, ya no quisieron hacerlo por miedo, así que terminaron incorporando el convencimiento político necesario. Éste es el mecanismo emocional básico del triunfo de la revolución nacionalsocialista”.

De esta manera, desde el partido se controlaba la propaganda, el cine, el teatro, la música, la radio, la prensa, el arte… a través de cuatro figuras o instituciones:

  • El ministerio de propaganda.
  • La entidad propagandística del partido.
  • Los responsables del partido en cada demarcación.
  • La Cámara de Cultura del Reich.

Entre las principales características de este fenómeno hay que destacar:

  • La omnipresencia del Fúhrer.
  • La omnipresencia de la propia propaganda y del propio régimen en la vida de los alemanes:

(Sebastian Haffner, Historia de un alemán) “Las banderas con la cruz gamada estaban por todas partes, al igual que los uniformes pardos, de los que no era posible escapar: en el autobús, en el café, en la calle, en el Tiergarten, se extendían por doquier como un ejército de ocupación. El ruido constante de tambores, la música marcial día y noche… era extraño, Teddy seguía aguzando el oído y preguntaba qué era lo que estaba ocurriendo (…) Además estaban los carteles rojos que anunciaban ejecuciones y aparecían casi todas las mañanas pegados en las columnas junto a los del cine y los restaurantes de verano…”

(D. Guerin, La peste parda) “¡Ah! ¡Los atractivos escaparates! Camisas y pantalones, gorras, insignias, morrales y macutos y, sobre todo, botas, cinturones, correajes y pistoleras. Todo lo que necesita un hombre para disfrazarse de guerrero se ofrece al cliente, le induce a la tentación”.

  • La elaboración del calendario nacionalsocialista.
  • La importancia de la radio, que nos muestra Daniel Guerin en su obra La peste parda:

“Si entráis a tomar un jarro a una cervecería la radio os hará asistir a una representación de guiñol: La República de Weimar. Esos ronquidos que provocan las risas son, al parecer, los diputados socialistas que se han dormido en sus escaños… Y si reclamáis otra emisión os servirán la última arenga de Hitler grabada en disco y retransmitida”.

  • El control de la prensa y de los periodistas:

(W. Hofer, Der Nationalsozialismus Dokumente) “Sólo podrá ser periodista quien sea súbdito alemán, no haya perdido los derechos de ciudadanía y la capacidad para desempeñar funciones públicas, proceda de familia aria y no esté casado con persona de origen no ario, haya cumplido los veintiún años, no esté incapacitado, sea competente en su especialidad, posea las aptitudes necesarias para influir espiritualmente en el público…”

Así, por medio de una propaganda omnipresente y exaltadora del nacionalismo , se fue creando en Alemania un ambiente del que era imposible mantenerse al margen. Las calles, el hogar, el lugar de trabajo, los lugares de esparcimiento… los alemanes veían invadidos todos los aspectos de su vida por los “altavoces” del régimen. El contagio de ese entusiasmo, o el hastío del mismo eran las únicas soluciones posibles: entrar a formar parte de la Comunidad Nacional o convertirse en enemigo de ella. Fuera lo que fuese, el NSDAP lograba sus objetivos: crear un amplio consenso en torno al partido, y encontrar los enemigos que facilitasen su cohesión.

Bibliografía:

[1] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[2] Historia de un alemán; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2006.

[3] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[4] El mundo de ayer. Memorias de un europeo; Stefan Zweig – Barcelona – El Acantilado – 2002.

[5] Hitler: una biografía; Joachim Fest – Barcelona – Planeta – 2005.

[6] Historia social del Tercer Reich; Richard Grundberger – Madrid – Ariel – 1999.

[7] La Peste Parda. Viaje por la Alemania Nazi; Daniel Guerin – Madrid – Fundamentos – 1977.

La toma del poder I: la revolución legal


Con el nombramiento de Adolf Hitler como canciller alemán dio comienzo el proceso revolucionario nacionalsocialista. Un fenómeno lento, aunque eficaz, realizado en todo momento desde la más estricta legalidad: los nazis utilizaron para destruir la República las mismas armas que esta ponía a su disposición.

(G. Benn, Double vie) “Por lo que a mí respecta, y también a otros muchos, debimos de pensar que el nuevo gobierno se había hecho cargo del ejecutivo legalmente; no había nada que objetar. Quien había nombrado a este nuevo gobierno era el presidente del Reich, elegido por el pueblo; además no era totalitario, al menos en su composición… El Reichstag subsistía, la prensa seguía apareciendo, los sindicatos obreros funcionaban todavía…”

Tal como indica en el fragmento anterior Gottfried Benn, nada cambió en Alemania durante los primeros días del gobierno de Adolf Hitler. Todo continuaba como hasta entonces: el líder nacionalsocialista no era más que el cuarto canciller del experimento presidencialista de Paul von Hindenburg. Los alemanes no tenían nada que temer, el sistema se mantenía en pie.

Sin embargo, esa aparente continuidad, ese respeto al orden establecido, escondía tras de sí la destrucción del sistema. Adolf Hitler se proponía llevar a cabo una revolución lenta, una revolución legal, es decir, eliminar la República utilizando los medios que la Constitución ponía a su alcance. Así define Sebastian Haffner este “respeto” de la legalidad:

(Sebastian Haffner, Historia de un alemán) “¿En qué consiste una revolución? Los expertos en Derecho político afirman lo siguiente: una revolución consiste en alterar una Constitución a través de medios no previstos por ella. Si nos atenemos a una definición tan escueta, la revolución nazi de marzo de 1933 no fue tal, pues todo transcurrió dentro de la más estricta legalidad, a través de los medios que sí estaban previstos por la Constitución”.

Bibliografía:

[1] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[2] Historia de un alemán; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2006.

[3] Double vie; Gottfried Benn – París – Minuit – 1954.

[4] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[5] El mundo de ayer. Memorias de un europeo; Stefan Zweig – Barcelona – El Acantilado – 2002.

[6] Hitler: una biografía; Joachim Fest – Barcelona – Planeta – 2005.

[7] Historia social del Tercer Reich; Richard Grundberger – Madrid – Ariel – 1999.

Historia de un alemán (1914-1933)


He publicado una larga serie de artículos en los que repaso los aspectos, a mi juicio, más interesantes de la Historia de Alemania entre 1914 y 1933. Para ello he apoyado en Historia de un alemán (1914-1933), obra del historiador y periodista Sebastian Haffner. He agrupado los textos en los siguientes capítulos:

Historia de un alemán
La Gran Guerra
La Revolución de 1918
La República de Weimar entre 1919 y 1923
El año inhumano (1923)
La época de Stresemann
El fin del sistema de Weimar
La revolución legal
Los mecanismos de represión
El consenso y la propaganda
La Transformación Sociocultural
La situación de los no-nazis

Lo que piensan los historiadores sobre el cine I

Dejando de lado esa prematura iniciativa, el primer autor que planteó la cuestión de las relaciones entre el cine y la historia de manera consistente fue Siegfried Kracauer con sus sugerente y debatido ensayo sobre el cine en la República de Weimar. En él afirmaba que «las películas de una nación reflejan su mentalidad de forma más directa que otros medios artísticos». Por dos razones, la primera «que las películas nunca son el resultado de una obra individual» y la segunda, que «se dirigen e interesan a la multitud anónima» por lo que puede suponerse que «los filmes populares satisfacen deseos reales de las masas». En su obra, Kracauer intentaban demostrar que las películas de los años veinte anunciaban el nazismo y ponían al descubierto el alma alemana: «Más que credos explícitos, lo que las películas reflejan son tendencias psicológicas, los estratos profundos de la mentalidad colectiva que -más o menos- corren por debajo de la dimensión consciente».

José-Vidal Pelaz López, El pasado como espectáculo: reflexiones sobre las relación entre la Historia y el cine, p. 1-2.

Un particular contra el Estado

zFiles.aspxArtículo sobre Historia de un alemán publicado por Antonio Duplá.

“Así plantea su relato el autor del libro que quiero reseñar: «La historia que va a ser relatada a continuación versa sobre una especie de duelo. Se trata del duelo entre dos contrincantes muy desiguales: un Estado tremendamente poderoso, fuerte y despiadado, y un individuo particular pequeño, anónimo y desconocido. (…) El Estado es el Reich y el particular soy yo» (p. 11s.).

Se trata de un texto singular. Escrito en 1939, no obstante no ve la luz hasta el año 2000, tras ser encontrado entre los papeles de su autor tras su muerte en 1999. Haffner nació en Berlín en 1908, estudió Derecho y, en 1939, a la vista de las condiciones de la vida en Alemania bajo el régimen nazi, emigró a Inglaterra, donde trabajó como periodista hasta 1954. Tras su regreso a Alemania se dedicó a la literatura y al periodismo.

El contenido del libro ofrece ya suficiente interés como crónica de unos tiempos especialmente convulsos y decisivos para la historia de Europa. Hay que pensar que, como contexto del recorrido autobiográfico del autor, vemos desfilar por sus páginas la I Guerra Mundial, la fallida Revolución de 1918 en Alemania, la República de Weimar, su crisis, la irrupción de Adolf Hitler y el ascenso del nazismo hasta hacerse con el poder. Una época sobre la que conviene volver una y otra vez para intentar comprender lo sucedido. La literatura, académica, ensayística y también autobiográfica, sobre la Alemania de Hitler es inabarcable, sobre sus orígenes y su desarrollo y, en particular, sobre los aspectos más extremos del régimen nazi, como la política contra los judíos y su expresión última, los campos de concentración. La pregunta se plantea una y otra vez: ¿Cómo es posible que la barbarie, el Mal en una de sus expresiones históricas más acabadas, pudiera surgir en una de las naciones más desarrolladas y cultas de Europa, esto es, del mundo? La respuesta no es fácil, como es evidente, y afecta al núcleo mismo del concepto de modernidad y de cultura. Nos golpea en el cerebro y en el estómago y descubre la superficialidad y la trampa del discurso autosatisfecho de la civilización occidental. Nos remite a la dualidad intrínseca no ya del discurso ilustrado, sino de la propia tradición política e ideológica de Occidente hasta Roma y Grecia, donde la espléndida democracia de Pericles necesitaba una política exterior imperialista y el trabajo de los esclavos.

En esos ríos de tinta sobre un tema tan fundamental, ¿qué es lo que hace atractivo y recomendable el libro de Haffner? En concreto, el tipo de obra que es, pues no estamos ante un trabajo de historia contemporánea, ni tampoco ante una crónica periodística. Se trata de la mirada de una persona que está viviendo esa realidad cambiante y tan decisiva, desde el crío que oye las noticias de la Gran Guerra, sin entender demasiado, y se entusiasma ante el ambiente y los mensajes belicistas, hasta el adolescente que se divierte y discute con sus amigos en los felices años 20, hasta el adulto, joven todavía, 25 años en 1933, que asiste al triunfo de los nazis y experimenta el clima cada vez más asfixiante de la sociedad alemana a partir de ese momento. Estamos ante un relato escrito con humor, dentro de lo que cabe, por alguien que no pertenece a ningún grupo de población perseguido ni ostenta ninguna cualificación política. Como el mismo autor dice, se trataba de un producto medio de la burguesía alemana culta (p. 105), que contempla con estupor el hundimiento de un mundo y el nacimiento de otro, bastante más estremecedor incluso para él, un ario en los términos oficiales de la época. Aunque conocemos el resultado final del duelo citado (el exilio del autor) y, de hecho, en las primeras páginas ya se anuncia que la situación era bastante desesperanzadora, dada la desigual fuerza de los contrincantes, todo ello no disminuye un ápice el interés del libro.

Siempre que se escribe desde el País Vasco sobre algún tema relacionado con el fascismo, parece que planea la consabida comparación entre aquella época y la nuestra. No pretendo hacer analogías fáciles, pues pienso que se abusa en demasía de la calificación de fascismo y fascistas, tanto por aquellos que pretenden homologar el actual régimen parlamentario al fascismo, como por quienes generalizan y tildan de fascistas a cuantos se oponen de forma radical al fetichismo constitucional reinante. Sin embargo, sí creo que el libro de Haffner ofrece posibilidades de reflexión sobre algunos aspectos que nos pueden remitir a la situación vasca y eso proporciona un valor añadido a su lectura. Por ejemplo, cuando habla de su época infantil y de las noticias de la Gran Guerra, de cómo confiesa que de niño, como muchos otros a su alrededor, fue un entusiasta de la guerra (p. 23 ss.), de cómo fue víctima de la propaganda del odio y de la fascinación que ejercía el juego de la guerra. En última instancia, dice, de cómo el efecto narcótico de la guerra dejó marcas peligrosas en todos ellos. ¿No puede suceder algo similar en determinados sectores de la juventud abertzale, sumergidos en un ambiente cerrado y monocolor, narcotizados también por la droga de la guerra contra España y seducidos por el halo romántico y heroico de nuestros gudaris? Tremenda responsabilidad política y moral la de aquellos adultos cercanos, sobre todo sus dirigentes políticos que, con más experiencia vital, no les abren los ojos y les advierten de los peligros y terribles consecuencias que esa droga acarrea. Resulta impresionante leer las sensaciones del Haffner de once años cuando tuvo que leer las condiciones de la capitulación alemana de 1918 y cómo entonces su «mundo de fantasía se rompe totalmente en pedazos» (p. 34). ¿No puede haber algo de eso, de ese vértigo ante el impacto brutal de la realidad, no por contraria a sus planteamientos menos real, en el empecinamiento de ETA en su continuidad y en la disponibilidad de decenas de jóvenes para matar y morir?

El libro ofrece muchos más temas para analizar y comentar sobre la situación de los años 30, desde la contradicción entre la conciencia de los hechos terribles que estaban sucediendo y la continuidad de la vida cotidiana, en aparente fluidez y rutina para quienes no sufrían directamente las arbitrariedades del régimen, hasta el ambiente enrarecido en el Ministerio de Justicia, lugar de trabajo del protagonista, donde el ascenso de los nazis se acompañaba del magma viscoso del miedo y el retraimiento de quienes no simpatizaran con ellos. Por no hablar de las crecientes dificultades para discutir entre los amigos con posturas políticas enfrentadas, hasta llegar a un punto insuperable, dada la entidad de los problemas y la distancia ética de las posiciones en litigio.

En resumen, una obra interesante por el tema, por la época, por el tono y el estilo y por las reflexiones que puede suscitar”.

La vida cotidiana en el infierno

Sebastian_HaffnerArtículo de Luís Fernando Moreno publicado por El País el 29 de noviembre de 2001.

El 2 de enero de 1999 fallecía en Berlín, su ciudad natal, el gran publicista Sebastian Haffner, a la edad de 91 años. Su verdadero nombre era Raimund Pretzel y provenía de una familia acomodada. Su padre, un funcionario prusiano que poseía una excelente biblioteca con más de 10.000 volúmenes, le transmitió su pasión por los libros, pero también lo ayudó a adquirir la sensatez necesaria para observar el mundo con sentido común. El muchacho estudió jurisprudencia y, a sus 25 años, era ya pasante en el Tribunal Imperial de Justicia; con cierta probabilidad, su carrera hubiera sido la de un alto y brillante funcionario de Estado de no haber llegado Hitler al poder en Alemania, el 30 de enero de 1933.

Aunque aquel joven rubio y bien parecido no era de origen judío, sino “ario”, y no tenía nada que temer en ese sentido de los nazis, que incluso le hubiesen permitido medrar en la Administración, en 1938 eligió el camino del exilio trasladándose a Inglaterra. Allí trabajó para The Observer como periodista y, tras estallar la Segunda Guerra Mundial, publicó Germany: Jekyll.

Y ya como Sebastian Haffner regresa a su patria en 1954, donde trabaja para Die Welt y, después, durante muchos años, para el semanario Stern. Aparte de sus polémicos artículos de análisis histórico-político -la pacata izquierda germana siempre consideró a Haffner un columnista “de derechas”, dados sus inveterados ataques al comunismo de la RDA-, publicó títulos tan señeros como Churchill, Die November Revolution, Anmerkungen zu Hitler o el único de sus libros aparecido en España, hoy descatalogado: El pacto del diablo (Bruguera), sobre las relaciones germano-soviéticas.

Entre el legado de Haffner, los albaceas hallaron un texto inédito que llevaba por título Historia de un alemán. El original databa de 1939. Apenas publicado en Alemania, el pasado año 2000, el inédito de Haffner se convirtió en un gran éxito de ventas, y es que su contenido resultó ser apasionante. Mezcla de reflexión ensayística y autobiografía, Haffner intentaba explicarse, por una parte, las razones que habían posibilitado el ascenso de Hitler al poder, y con este fin repasaba con admirable claridad y concisión la historia de Alemania desde 1914 hasta aquel momento. Por otra parte, el autor se centraba en su propia vivencia durante los meses que siguieron a aquel acontecimiento fatídico y que tan graves consecuencias traería consigo.

Fue el instinto, la “nariz”, lo que previno en contra de los nazis a aquel chico culto, despabilado, individualista y celoso de su libertad, que era Raimund Pretzel a sus 25 años, en 1933. En modo alguno podía adherirse a un régimen que se inmiscuía sustancialmente en la vida privada de las personas, que se proponía dirigir sus movimientos, controlar las amistades, los gustos y, principalmente, el pensamiento de todos. Aquel joven, que incluso en cierta ocasión se había declarado “más bien de derechas”, sentía que había algo que “olía mal” en los nuevos señores: su retórica, su cinismo, la brutalidad de sus acciones. Pero ese olfato para discernir entre lo carente de valor y aquello que sí lo poseía, desgraciadamente -se lamenta el autor-, era ajeno a la mayoría de los alemanes.

Después de referirse brevemente a las tres décadas que transcurrieron entre el fin de la Primera Guerra Mundial y el advenimiento de Hitler: la inflación, la era Stresemann y, finalmente, los años postreros de la República de Weimar, en tonos que recuerdan lejanamente a El mundo de ayer, de Zweig, Haffner describe magistralmente el infierno en que, en cuestión de días, se convirtió la vida diaria en el Reich. De repente, “la masa lo invadió todo: lo bárbaro se convirtió en cotidiano; lo chato y obtuso, la falta de nouance, de valour se tornó general”. Desde entonces sólo cupo lo “pesado y artificial, lo colectivo aplastó el pensamiento individual; la libertad fue abolida y comenzó el dominio de la oscuridad y el terror”. “El infierno” se convirtió en norma para los ciudadanos que se negaron a colaborar activa o pasivamente con aquella ideología bombástica y fundamentalista. El ambiente se estrechó cada vez más en torno a los espíritus libres y fueron nulas las posibilidades de resistir individualmente a esa especie de Goliat portaesvásticas en que se convirtió la nación entera.

Detrás de las aclamaciones de júbilo al paso de escuadras de jóvenes uniformados, tras el obligatorio saludo a la romana -cualquiera que se abstuviera de alzar el brazo en público recibía una paliza-, oculto bajo la fanfarria militar, se escondía o bien la necedad de un pueblo sin conciencia, machacado por la ideología, o bien el miedo. De súbito, el denominado “pueblo de los poetas y los pensadores” dejó de serlo, pues tanto poetas y pensadores acabaron en los campos de concentración o huyendo al extranjero. “La cultura descendió de golpe hasta niveles ínfimos”, sofocada por el hervidero de consignas, por los discursos de los ideólogos; de pronto, dejó de producirse “algo que mereciera la pena”.

Moralmente, la nación entera se desquició, y no sólo cuantos fueron señalados como víctimas; también quienes se unieron a los nazis, bien por cortedad, mero oportunismo o, simplemente, para salvar la vida, cayeron en una espiral de terror y chantaje emocional, y cuando quisieron salir de ella ya no lo lograron: Hitler y sus centuriones, pero también la gran mayoría de sus conciudadanos, los succionaron hacia un atroz vórtice de dominio. Así, por pura inconsciencia, muchas personas se vieron convertidas en cómplices del gran crimen contra la humanidad perpetrado por Alemania. Y es que, constata Haffner, para los ciudadanos “normales” fue más cómodo dejarse trastornar por aquel régimen extremadamente nacionalista, populista y racista que oponer resistencia; no en vano, se imponía en toda la nación aquel carácter general que era el denominador común de una gran parte de los alemanes de la época: falta de coraje civil, “instinto de rebaño” (en palabras de Nietzsche) y, sobre todo, una marcada incapacidad sustancial de disfrutar de una vida de sosiego y felicidad individuales; nada temía más el burgués medio que “el vacío y el aburrimiento”; así, el horror vacui junto a la estupidez y los difusos deseos de “salvación” lo enjaezaron de tal forma que se convirtió en presa fácil de las ideologías de todo cuño.

Entreverada con tales ideas y reflexiones acaso un tanto generales pero que dan en el clavo, Haffner narra, además, en su impresionante documento -magníficamente traducido al castellano- una tibia historia de amor: la del narrador y una muchacha judía, acaso el trasunto literario de la mujer que lo seguiría a Inglaterra y que más tarde sería su primera esposa: Erika Hirsch. Asimismo, relata el avatar de su mejor amigo, también de origen semita, jurista como él, y ya sin la más mínima posibilidad de vivir con normalidad en Alemania, donde bajo los auspicios de la nueva barbarie legal se ordenaba al pueblo que diese rienda suelta a su ancestral antisemitismo.

Con el nacionalsocialismo, entraron en vigor nuevas leyes que excluían a los funcionarios judíos de la Administración y ordenaban a los “arios” boicotear todo negocio regentado por judíos e incluso a los profesionales autónomos como médicos o abogados pertenecientes a aquella “raza maldita”. Miles de familias judías se vieron, pues, de la noche a la mañana sin posibilidades de subsistencia, y escasos fueron los “arios” que se atrevieron a desobedecer las órdenes recibidas.

La República entre 1919 y 1923


«Curiosamente, la República se mantuvo. “Curiosamente” es la palabra correcta y justa en vista de que, a más tardar, a partir de la primavera de 1919, la defensa de la República estuvo exclusivamente en manos de sus enemigos, pues, por aquel entonces, todas las organizaciones revolucionarias militantes habían sido abatidas, sus dirigentes estaban muertos, sus miembros diezmados, y sólo los Freicorps llevaban armas; los Freicorps que, en realidad, eran ya unos buenos nazis, sólo que sin el nombre. ¿Por qué no derrocaron a sus débiles dirigentes e instauraron ya entonces un Tercer Reich? Apenas les habría resultado difícil”.

La socialdemocracia -elemento predominante de la revolución de noviembre- llevó a cabo, una vez logrados sus objetivos, una amplia tarea anticomunista con el fin de evitar que en Alemania se repitieran los sucesos del octubre ruso. De esta forma, además de tratar de llevar la iniciativa revolucionaria mediante el control de los consejos de obreros, intentaron ganarse el apoyo de los poderes del antiguo régimen imperial: el ejército y la burguesía. Finalmente la República respaldada por los socialdemócratas se mantuvo, pero a costa de importantes concesiones a las fuerzas de la reacción. Desde ese momento, y especialmente a partir de 1923, estas controlaron los resortes del nuevo régimen.

El putsch de Kapp.

«Un sábado por la mañana, mientras la Brigada Ehrhardt desfilaba bajo la Puerta de Brandenburgo, el Gobierno se fugó (…) Kapp, el líder del golpe, proclamó la República Nacional bajo la bandera negra, blanca y roja, los obreros iniciaron la huelga, el ejército se mantuvo “leal al Gobierno”, la nueva Administración no logró ponerse en marcha y, cinco días más tarde, Kapp volvió a dimitir. El Gobierno regresó y exigió a los obreros que reanudaran su labor, pero entonces éstos demandaron su salario (…) la reacción del Gobierno fue volver a dirigir sus leales tropas contra los obreros…»

El putsch de Kapp constituyó el golpe más importante que, desde las filas de la reacción, recibió la República. Haciendo uso de la Brigada Ehrhardt, Kapp marchó sobre Berlín, llegando a esta ciudad poco después de que el gobierno huyese. Sin embargo, las numerosas dificultades con la que el viejo militar se encontró y, especialmente, la movilización obrera, propiciaron el fracaso de la breve experiencia militar.

En su obra, Sebastian Haffner nos narra cómo percibió él los acontecimientos que rodearon al putsch –en general con incertidumbre y desconfianza-, y cómo estos dejaron sus secuelas en la joven República. De estas consecuencias señala dos:

– El surgimiento de una relativa enemistad entre la República y la clase obrera, reprimida tras el fracaso de Kapp.

– La aparición –o reaparición en el primer caso- del nacionalismo radical alemán y de la simbología antisemita.

Las agrupaciones juveniles.

«Fue entonces cuando se adscribieron a agrupaciones “de verdad”, como la Asociación Nacional de Jóvenes Alemanes o la Agrupación Bismarck (las Juventudes Hitlerianas no existían aún), y pronto exhibieron en el colegio puños americanos, porras e incluso “rompecabezas”, se vanagloriaban de haber participado en peligrosas salidas nocturnas (…) siempre lo mismo: un par de rayas que de forma sorprendente y satisfactoria componían un ornamento simétrico parecido a un cuadrado. Enseguida estuve tentado de imitarlo. “¿Qué es eso?”, le pregunté por lo bajo. “Símbolos antisemitas”, me susurró él en estilo telegráfico (…) Éste fue mi primer encuentro con la cruz gamada».

A raíz del putsch de Kapp fueron surgiendo asociaciones juveniles de carácter nacionalista. Poco a poco aglutinaron a su alrededor un buen número de jóvenes, que eran adoctrinados en la ideología de la respectiva agrupación. Como se aprecia en este fragmento extraído de Historia de un alemán, la violencia y la simbología -especialmente antisemita- eran dos características fundamentales de estas asociaciones. En relación con esto hay que añadir la importancia que sus miembros daban a la forma física, y el carácter militarista de estos grupos.

La época Rathenau.

«Un día, los periódicos de mediodía trajeron simple y llanamente el siguiente titular: “Asesinado el ministro de Asuntos Exteriores Rathenau”. Tuvimos la sensación de que el suelo se esfumaba bajo nuestros pies y ésta se intensificó al leer de qué forma tan extremadamente sencilla, carente de esfuerzo y casi obvia se había producido el hecho (…) Era obvio que el futuro no les pertenecía a los Rathenau, que se esforzaban por convertirse en personalidades excepcionales, sino a los Techov y Fischer, que simplemente aprendían a conducir y a disparar».

El primer atisbo de estabilidad del que pudieron gozar los alemanes tras la Gran Guerra fue la época de Rathenau. Sin embargo, como muy bien indica Sebastian Haffner en su libro, aquellos no eran años para gente como este ministro de Exteriores. Era la época de los que, por la fuerza, imponían sus criterios al conjunto de la población. Así, la figura que mantenía en pie a la República, se esfumó: asesinado por ser judío y dar estabilidad al régimen político alemán; esto -sobra decirlo- no favorecía nada a los grupos antisistema.

Además, como conclusión a este capítulo, el autor nos revela una idea que poco a poco comenzó a estar presente en las conciencias de los alemanes: “nada de lo que hace la izquierda funciona”. Se barruntaba, pues, la pérdida de credibilidad de la socialdemocracia que, al fin y al cabo, era el baluarte del sistema de Weimar.

Bibliografía:

[1] Historia de un alemán; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2005.

[2] El pacto con el diablo; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2007.

[3] Los siete pecados capitales del Imperio Alemán en la Primera Guerra Mundial; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2006.

[4] Anotaciones sobre Hitler; Sebastian Haffner – Galaxia Gutenberg – Barcelona – 2002.

[5] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[6] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[7] La Primera Guerra Mundial; Hew Strachan – Barcelona – Crítica – 2004.

[8] El periodo de entreguerras en Europa; Martin Kitchen – Madrid – Alianza Editorial – 1992.

[9] Sociedad y cultura en la República de Weimar: el fracaso de una ilusión; José Ramón Díez Espinosa – Valladolid – Universidad – 1996.

[10] El desempleo de masas en la Gran Depresión. Palabras, imágenes y sonidos; José Ramón Díez Espinosa – Valladolid – Universidad – 2006.

La revolución de 1918


«Y entonces, a partir de octubre, empezó a avecinarse la revolución. Ésta fue preparándose poco a poco, como la guerra, con palabras y conceptos nuevos que de repente zumbaban en el aire y, lo mismo que la guerra, al final la revolución llegó casi por sorpresa».

Nos sumergimos en la Revolución Alemana de 1918, cuestión sobre la que reflexiona Haffner en otra de sus monografías. En lo referente a los hechos de noviembre y a los sucesos acaecidos con posterioridad, el autor pone énfasis en los siguientes aspectos:

– Defiende que el nuevo orden político alemán nació, por diversas razones, herido de muerte.

– Afirma que la mala organización, la desconfianza y el miedo de los revolucionarios truncaron el proceso arrancado el 9 de noviembre.

– Asegura que, dentro de algunos grupos contrarrevolucionarios, generalmente defensores del autoritarismo, estaba el germen del nacionalsocialismo.

– Hace especial hincapié en la paradoja de que justamente estos grupos antisistema defendieran la revolución del ataque de otros grupos contrarios a la misma.

– Finalmente, explica, de forma detallada, cómo se vivió en Berlín el final de la guerra.

Estas serán pues las cuestiones que aborden los tres próximos artículos de Historia de un alemán.

El «fracaso» revolucionario.

“El estallido bélico (…) estuvo asociado para la mayoría a unos días inolvidables de máxima exaltación (…) mientras que la Revolución de 1918 (…) en realidad dejó recuerdos sombríos a casi todos los alemanes. Este contraste tuvo un efecto funesto sobre toda la historia alemana que estaba aún por llegar. Tan sólo la circunstancia de que la guerra hubiese estallado cuando hacía un tiempo de verano magnífico y la revolución surgiera bajo la niebla húmeda y fría de noviembre fue un duro hándicap para esta última”.

La conclusión a la que se llega tras leer los capítulos de Historia de un alemán referentes a la revolución de 1918 es que esta fracasó. Por diversas razones la República alemana nació herida de muerte, se convirtió en un cadáver. Con altibajos, fue a la deriva a lo largo de quince años, tras los que el nacionalsocialismo se encargó de decir “basta”.

La revolución que engendró la República estuvo marcada por dos aspectos de mal recuerdo para la población alemana: la derrota en la Gran Guerra y el gris noviembre de 1918. Estos factores y la falta de un amplio consenso que avalase la construcción del edificio republicano, pesaron sin duda durante todo el periodo del parlamentarismo alemán.

El caos y la contrarrevolución.

“Aquel domingo fue también la primera vez que oí un tiroteo (…) Estábamos en uno de los cuartos interiores, abrimos las ventanas y escuchamos lejana pero claramente el fuego entrecortado de unas ametralladoras (…) A partir de entonces comenzó un espectáculo en que los auténticos revolucionarios dieron unos cuantos golpes chapuceros y mal organizados, y los saboteadores decidieron poner la contrarrevolución encima de la mesa en forma de los llamados Freicorps”.

Otro aspecto a destacar acerca de la experiencia revolucionaria alemana de 1918 es que esta no alcanzó su plenitud. El caos de las primeras semanas y la ineficacia de los propios revolucionarios para defender y desarrollar su proyecto, favoreció el surgimiento de un movimiento contrarrevolucionario. Pero curiosamente fueron las fuerzas de la reacción las que permitieron la supervivencia de la revolución, eso sí, con un disfraz más moderado.

En ésta tarea de defensa de la revolución jugaron un papel fundamental las Freicorps. Sebastian Haffner no duda en definirlas como el antecedente de las brigadas de asalto nacionalsocialistas. Además, plantea una pregunta acerca de este grupo: ¿por qué no tomaron el poder en ese momento? No nos da respuesta, aunque tal vez cabe plantearse que no tenían en aquellos momentos un proyecto alternativo a la República. Esta se veía como un sistema pasajero –un mal menor- mientras se buscaba una solución mejor a la cuestión alemana.

El final del gran juego de la guerra.

«Entretanto estaba pendiente el final de la guerra. Tanto yo como cualquiera teníamos claro que la revolución equivalía al término de la guerra, y era evidente que se trataba de un desenlace sin victoria final (…) cuando me presenté en la comisaría de mi distrito a la hora habitual ya no había ningún parte de guerra (…) Pude ver lo que todos leían malhumorados y silenciosos. Lo que estaba expuesto era un periódico de edición temprana con el siguiente titular: “Firmado el alto al fuego”. Debajo figuraban las condiciones, una larga lista».

La derrota de los Imperios Centrales en la Gran Guerra puso fin a la diversión de una generación de niños alemanes: “el juego de la guerra”. En apenas unos días estos jóvenes, y con ellos toda la sociedad germana, volvieron de lleno a la realidad cotidiana. Sin embargo, ésta no era la misma que habían vivido antes de 1914: el conflicto había cambiado el mundo, sus estructuras y la mentalidad de sus gentes. Y esto, en el caso de los vencidos, era aún más evidente. Al peso moral de la derrota se unían las duras condiciones de Versalles.

Bibliografía:

[1] Historia de un alemán; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2005.

[2] El pacto con el diablo; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2007.

[3] Los siete pecados capitales del Imperio Alemán en la Primera Guerra Mundial; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2006.

[4] Anotaciones sobre Hitler; Sebastian Haffner – Galaxia Gutenberg – Barcelona – 2002.

[5] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[6] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[7] La Primera Guerra Mundial; Hew Strachan – Barcelona – Crítica – 2004.

[8] El periodo de entreguerras en Europa; Martin Kitchen – Madrid – Alianza Editorial – 1992.

[9] Sociedad y cultura en la República de Weimar: el fracaso de una ilusión; José Ramón Díez Espinosa – Valladolid – Universidad – 1996.

[10] El desempleo de masas en la Gran Depresión. Palabras, imágenes y sonidos; José Ramón Díez Espinosa – Valladolid – Universidad – 2006.