Las claves del marxismo


El pensamiento de Marx y Engels comprende tres aspectos fundamentales que hay que poner en relación para evitar empobrecerlos notablemente:

El análisis del pasado: el materialismo histórico.

Para Marx, el motor que hace evolucionar la historia es la lucha de clases. Toda la historia ha sido una lucha permanente entre las clases opresoras y las oprimidas. De este modo, la historia de la Humanidad ha sido la sucesión de diferentes modos de producción, que se caracterizan por la naturaleza de las relaciones de producción existentes.

A lo largo de la historia se han sucedido tres grandes modos de producción: esclavismo, feudalismo y capitalismo.

El paso de un sistema a otro tiene lugar cuando las contradicciones y los antagonismos de clase en el seno de un modo de producción acaban destruyéndolo. Entonces se configura una nueva clase dominante que controla los medios de producción y el aparato del Estado.

El capitalismo no es para Marx el punto de llegada de la evolución humana, sino una fase más que es preciso superar para llegar a un nuevo modo de producción, el socialismo. En él no existirán desigualdades sociales ni económicas.

La crítica del presente: el análisis económico del capitalismo.

La necesidad de analizar el presente, es decir, el modo de producción capitalista, movió a Marx a realizar una crítica de la economía política. Esta labora la llevó a cabo fundamentalmente en su obra magna: El capital.

Según Marx, el elemento clave de la explotación capitalista es la plusvalía, que consiste en la apropiación por parte del capitalista de una parte de las ganancias que producen los obreros.

Así, durante la jornada laboral, el obrero trabaja primero para producir las mercancías que equivalen a su salario. Pero después continúa trabajando, y este trabajo no pagado, constituye la plusvalía, única fuente de beneficio de los capitalistas.

El proyecto de futuro: la sociedad comunista.

Para poner fin a la explotación del hombre por el hombre, Marx proclamó la necesidad de que el proletariado, mediante la revolución, conquistase el poder político y económico. Una vez tomado el poder, debía crearse un nuevo Estado obrero al servicio de los trabajadores. Esto, a su vez, daría lugar a un nuevo modo de producción, el socialismo, en el que no existiría propiedad privada.

La primera misión de la revolución sería la socialización de la propiedad privada, que pasaría al Estado.

Ahora bien, el socialismo era para Marx tan sólo una etapa intermedia, ya que la desaparición de las diferencias sociales supondría la disolución de las clases sociales. Por tanto, sin clases, el Estado, como expresión de la dominación de una clase sobre otra, sería innecesario. Poco a poco este se iría autodisolviendo para dar paso a la sociedad comunista, es decir, igualitaria, sin clases y sin Estado.

La lucha contra la máquina: el ludismo


En los primeros tiempos de la industrialización, las leyes antiasociativas de fines del siglo XVIII y principios del XIX (las Combination Acts inglesas o la ley Le Chapelier francesa) llevaron a los trabajadores a un tipo de revuelta espontánea y desorganizada.

Su acción se dirigía con frecuencia contra los instrumentos de producción, a los que se consideraba responsables del paro y de los bajos salarios. Aunque también sufrían sus protestas los empresarios y el Estado.

Estas primeras formas de resistencia obrera recibieron el nombre de ludismo y su principal manifestación consistió en la destrucción o incendio de máquina y establecimientos fabriles.

El maquinismo supuso muy pronto el deterioro de las condiciones de trabajo de los obreros y, al principio, dejó a muchos sin trabajo. De las 800.000 personas que en el año 1800 trabajaban en los telares manuales de Inglaterra, en 1834 sólo quedaban 200.000. Por ello, en las primeras décadas del siglo se produjeron muchos levantamientos de obreros y campesinos que protestaban contra la el sistema fabril.

La lucha contra la máquina llegó a ser una manera de defender el puesto de trabajo y también de intimidar a los empresarios en el momento de conflicto laboral.

Gran Bretaña conoció cuatro grandes oleadas ludistas entre 1811 y 1816 y posteriormente el movimiento se extendió por toda Europa.

El movimiento ludista tuvo, sin embargo, una vida relativamente corta. Pronto los dirigentes obreros comprendieron que sus enemigos eran los empresarios, no las máquinas.

La ideología marxista


Como consecuencia de la revolución industrial y de los cambios políticos acaecidos en los inicios de la sociedad contemporánea, se inició un proceso de transformación que puso fin a los estamentos. Aparecieron en su lugar las clases, grupos sociales organizados en función de la riqueza y el mérito. De entre ellos cabe destacar la burguesía y la clase trabajadora o proletariado, que sería el protagonista del movimientos obrero. Dedicaremos los siguientes minutos a resumir los postulados ideológicos de Karl Marx, centrándonos especialmente en su visión de la historia y la sociedad. En otros vídeos abordamos cuestiones como la sociedad de clasesla ciudad industrialel origen del movimiento obreroel ludismoel origen del sindicalismoel cartismo, el socialismo utópico, anarquismointernacionales obreras.

 

El socialismo utópico


Como consecuencia de la revolución industrial y de los cambios políticos acaecidos en los inicios de la sociedad contemporánea, se inició un proceso de transformación que puso fin a los estamentos. Aparecieron en su lugar las clases, grupos sociales organizados en función de la riqueza y el mérito. De entre ellos cabe destacar la burguesía y la clase trabajadora o proletariado, que sería el protagonista del movimientos obrero. En los siguientes minutos abordaremos los planteamientos básicos del socialismo utópico, así como el pensamiento de sus principales representantes. En otros vídeos abordamos cuestiones como la sociedad de clasesla ciudad industrialel origen del movimiento obreroel ludismoel origen del sindicalismo, el cartismo, marxismo, anarquismo e internacionales obreras.

 

El surgimiento de la prensa de masas


El nacimiento de la prensa de masas requería en su momento de la existencia de un mercado potencial, ya que sin el hubiera sido imposible su desarrollo.

Teniendo en cuenta ese aspecto vital, podemos destacar tres factores fundamentales para el desarrollo del citado mercado potencias: el crecimiento demográfico, la extensión de la instrucción, y el desarrollo de los núcleos y de las clases urbanas.

No obstante, no hemos de perder de vista que, si para el desarrollo de todo este proceso, se requirió la confluencia de muchos factores, esto implica al mismo tiempo una enorme diversidad regional. Así, hay que afirmar que, en función de las distintas naciones, el desarrollo de la prensa varió enormemente.

A su difusión contribuyó también el acercamiento de la prensa al lector, mediante la introducción de información que pudiera interesar más a la población.

Es decir, suprimiendo la mayor parte de los contenidos abstractos, que fueron sustituidos por los populares.

La instrucción: clave en el desarrollo del periodismo

La generalización de la educación fue, sin lugar a dudas, uno de los puntos fundamentales del programa ilustrado. A su vez, tal como hemos afirmado, fue un elemento clave en el desarrollo de la prensa de masas.

La educación superior se caracterizó por su creciente carácter estatalista, que fue rompiendo la primacía privado-religiosa en este campo, así como por su finalidad: formar minorías selectas.

Además, se potenció la investigación científica por medio de dos vías: la subvención de proyectos más ambiciosos y la conexión entre profesionales de los más diversas naciones.

En lo que se refiere a la primaria, encontramos también una tendencia al monopolio estatal, que no se hizo efectivo hasta finales de siglo. Este tipo de educación, surgida en los países escandinavos, buscaba principalmente luchar contra el analfabetismo, e inculcar a los estudiantes valores moralizantes y nacionales.

La información como empresa

El desarrollo de la prensa a lo largo del siglo XIX llevó un ritmo paralelo a la revolución liberal y la revolución industrial, con las que estuvo íntimamente relacionado. Así fue como, partiendo de las bases de siglos anteriores -almanaques, calendarios, listas de precios, semanarios diversos…- aparecieron los primeras publicaciones informativas con cierta periodicidad.

Ante la demanda de información de la nueva sociedad urbana, fueron surgiendo numerosos diarios.

Estos, fieles al liberalismo imperante, se centraron especialmente en el campo económico y en el político. También fueron apareciendo en esos primeros momentos las primeras leyes gubernamentales para reglamentar el funcionamiento de las publicaciones.

Por último, en lo referente a estos nuevos diarios, podemos destacar la existencia de dos grupos: la prensa ideológica, y prensa de negocio o industrial.

Breve historia de la prensa en el siglo XIX

Distinguimos dos grandes etapas en el proceso de surgimiento y desarrollo de la prensa del XIX.

La primera de ellas está estrechamente ligada al ciclo revolucionario liberal, en el que la prensa solía estar dirigida solo a la minoría que participa en la vida política del país.

La segunda etapa se inció en pleno proceso de democratización. Es en ese momento cuando se puede hablar, al fin, de prensa de masas. Además, ese gran crecimiento de las tiradas de los nuevos medios periodísticos de debió principalmente a los siguientes cambios operados en la tecnología, las comunicaciones y la sociedad:

  • Gran desarrollo del sensacionalismo como medio para atraer lectores.
  • Búsqueda de la primicia, de la última noticia (en relación con esto hemos de situar la aparición de la figura del corresponsal).
  • Avances técnicos en los medios de comunicación y de transmisión de información; lo que permitió que la información viajara más rápido.
  • Desarrollo de las agencias de prensa.
  • Triunfo del sistema democrático, que introducía a grandes masas de población en la vida pública de las naciones.

De esta manera, se fueron sentando las bases de algunos de los medios periodísticos de mayor influencia: The Times, Daily Mail, The New York Journal

Los inicios de la revolución industrial británica


Entre el último tercio del siglo XVIII y el primero del XIX, el crecimiento económico inglés se basó en la producción de bienes de consumo -curtidos, alimentos, bebidas, lino, seda, lana…- mediante técnicas tradicionales. No obstante, ninguno de estos sectores jugó un papel tan destacado como el del textil algodonero, que durante esta etapa actuó como dinamizador de la economía.

Entre las causas que favorecieron el desarrollo del sector textil algodonero cabe destacar la situación del mercado interior británico y las conexiones coloniales. No hemos de olvidar al respecto que, durante todo el siglo XIX, el Imperio Británico fue el más extenso del mundo.

Además, la industria del algodón supo aprovechar las ventajas que, en materia de cantidad y coste, tenía con respecto a la lana. Esto les permitió, a su vez, invertir más capital en innovación. Por tanto, los cambios organizativos y el desarrollo tecnológico, fueron factores fundamentales para el incremento de la productividad.

Sin embargo, junto al papel dinamizador de la industria textil algodonera, hemos de destacar otros elementos que facilitaron el desarrollo industrial británico. Entre ellos cabe destacar la utilización del carbón como fuente de energía, la invención y aplicación de la máquina de vapor, el auge de la siderurgia y la mejora en los transportes.

El carbón como fuente de energía

En esta época de grandes cambios, las fuentes de energía también se vieron afectadas. Junto a las tradicionales, que continuaron utilizándose, surgieron otras fruto del desarrollo y las necesidades de la industria. Así, de entre las nuevas fuentes de energía, cabe destacar el carbón.

En su origen, el carbón se vio notablemente favorecido por la escasez de madera en las islas británicas, lo que propició que se convirtiera en un elemento fundamental para el uso doméstico. Posteriormente, con el crecimiento demográfico y urbano, se hizo aún más necesario en este sentido.

Al margen de esto, hay que destacar a la industria de extracción del carbón como pionera en la organización de tipo capitalista, en la que también encontramos un gran interés por la innovación tecnológica.

Sin embargo, el gran impulso del carbón como fuente de energía vino dado por las mejoras siderúrgicas y el desarrollo de la máquina de vapor. La primera plasmación de este invento la encontramos a principios del siglo XVIII de la mano de T. Newman, siendo aplicada a la minería con cierto éxito.

No obstante, el culmen de esta mejora técnica llegó con J. Watt en 1755. Este desarrolló una máquina más potente y eficaz, que posteriormente fue aplicada también al transporte. La aparición de la máquina de vapor favoreció notablemente el desarrollo del proceso industrializador mediante el impulso del sistema fabril y de las nuevas formas de organización financiera.

El desarrollo de la siderurgia

A principios del siglo XVIII, la producción de hierro, aún siendo de cierta calidad, no satisfacía ni fomentaba la demanda: era demasiado caro y escaso. Sin embargo, con el paso de los años, la industria siderúrgica fue tomando un papel más relevante, hasta el punto de que, en el segundo tercio del XIX, tomó el relevo de la industria textil algodonera como motor económico.

Esta evolución de la industria siderúrgica fue posible gracias a la conjunción de dos factores:

  • La renovación tecnológica, que, de la mano de hombres como A. Darby y H. Cort, permitió reducir los costes y mejorar la calidad del producto.
  • El incremento de la demanda, que estuvo, sin duda, muy ligado al proceso revolucionario –industrial, agrícola y demográfico-, siendo precisamente este el impulsor de la sustitución de la madera por el hierro, tanto en el campo doméstico como en el de la producción.
A todo esto se unieron dos fenómenos que favorecieron este crecimiento de la demanda: las guerras de principios del XIX, y el desarrollo del ferrocarril.

La crisis ideológica


Uno de los principales elementos de la crisis de entreguerras fue la irrupción de las fuerzas antisistema. Estas, como réplicas al modelo burgués, liberal y capitalista, al que consideraban inferior, socavaron las estructuras del liberalismo democrático. Sin embargo, no hemos de caer en el error de pensar que, en los países donde triunfó un modelo antisistema, fue únicamente ese grupo el que desgastó al liberalismo: la caída del sistema se debía a la actuación de todos los elementos antisistema.

La alternativa comunista. En contraposición al sistema democrático-liberal, el comunismo proponía el siguiente modelo:

– Frente al parlamento: democracia socialista de los soviets.

– Frente al capitalismo: planificación, socialización y centralización de los medios de producción.

– Frente a la burguesía: predominio del proletariado.

– Frente al idealismo artístico: realismo socialista predominante en el arte.

La alternativa fascista o nacionalsocialista. En contraposición al sistema democrático-liberal, el fascismo proponía el siguiente modelo:

– Frente al parlamento: imperio del ejecutivo.

– Frente al capitalismo: intervensionismo y corporativismo.

– Frente a la burguesía: comunidad nacional orgánica.

– Frente al idealismo artístico: vitalismo y exaltación del instinto.

Teorías sobre la quiebra de las democracias.

En un principió, muchos investigadores afirmaban que la clave de la quiebra de las democracias había que buscarla en el fascismo. E. Hobsbawm, principal defensor de esta postura, afirmaba que, al haber sido sustituidas por la derecha todas las democracias derrocadas en el periodo de entreguerras, el peligro vendría pues de ese lado. Además, señalaba que la operatividad soviética durante esos años era prácticamente inexistente porque:

– La Unión Soviética se encontraba aislada y centrada en sus importantes problemas internos.

– Las oleadas revolucionarias bolcheviques habían experimentado un notable retroceso desde 1921.

– Los movimientos marxistas socialdemócratas colaboraban con el sistema.

– Los movimientos específicos comunistas eran débiles y, en algunos países, se encontraban escindidos o prohibidos.

Más adelante fueron surgiendo una serie de teorías que culpaban al comunismo de la crisis del sistema liberal democrático. Estos veían el fascismo como una respuesta al comunismo surgida a partir del miedo a la expansión del bolchevismo.

Además, también fueron apareciendo teorías más moderadas, cuyo principal representante fue Linz. Éste afirma que la propia crisis de legitimidad experimentada por la democracia favoreció el desarrollo de los grupos antisistema. De esta manera, la subida al poder de uno de estos elementos no es la causa de la crisis, sino su manifestación.

Una vez expuestas las principales teorías en torno a la cuestión, procederemos a revisarlas, matizarlas y extraer nuestras conclusiones. En primer término, abordando la cuestión de la debilidad comunista, hemos de señalar que:

– No sólo afectó a Rusia, así que esta no es el único –si el principal- transmisor.

– El mero hecho de la existencia de una alternativa es, sin lugar a dudas, un factor de desestabilización para otros países, y especialmente los fronterizos.

– La Internacional comunista está presente en muchos países.

– Genera miedo en la sociedad capitalista, donde existe una gran confusión entre comunismo y socialismo.

En segundo lugar procederemos a limitar el papel jugado por el fascismo, a demostrar que se trató únicamente de un factor más:

– En las naciones donde existía una democracia estable apenas tuvo seguidores.

– Sólo llegaron al poder en Italia y Alemania; en otros países compartieron el poder.

– En ciertos regímenes autoritarios se receló del fascismo, que llegó incluso a ser perseguido.

– No es la única alternativa existente en la derecha, ya que existía también un conservadurismo tradicional y otro de corte corporativista. Si bien es verdad que estas tres variantes tenían muchos elementos comunes –eran contrarios a la revolución social posterior a 1914 y a las instituciones liberales; favorecían al ejército, a la policía y a los aparatos represivos; eran de carácter nacionalista- no es menos cierto que también existían diferencias –mientras que el fascismo buscaba destruir el sistema vigente, movilizar a las masas, llevar a cabo una revolución que mire al futuro…; los conservadurismos luchaban por una vuelta al pasado-.

Por tanto, siguiendo las directrices marcas por E. Nolte en La época del fascismo, podemos concluir afirmando que existían dos grandes grupos de ideología antisistema: el autoritarismo y el totalitarismo, dentro del cual encontraríamos al fascismo y al comunismo.

Por último, nos dejaremos guiar por Pomian en lo referente a la explicación de por qué cae la democracia. Según éste autor, a finales del siglo XIX existía ya una lucha por la legitimidad entre las instituciones democráticas y las tradicionales. Esta se intensificó a partir de 1914, finalizando la Gran Guerra con dos resultados: la consolidación de la democracia y la aparición de la alternativa comunista. De esta manera, a lo largo de los años veinte, se abrieron numerosas posibilidades: bien la erosión del sistema democrático, bien la del tradicional, o bien la de ambos. Esto condujo, según el caso, a tres soluciones: la democracia parlamentaria, las dictaduras autoritarias, y los regímenes totalitarios.

Los totalitarismos.

Los totalitarismos, tanto de izquierdas como de derechas, son fácilmente reconocibles por las siguientes características fundamentales:

– Una ideología específica y oficial que los inunda todo.

– Un sistema político basado en la supresión de todos los partidos menos el oficial –es decir, sistema de partido único-, el sometimiento del legislativo al ejecutivo, el culto a la personalidad del líder, y la movilización de las masas, especialmente las juveniles.

– Subordinación del individuo a la sociedad y al Estado, siendo éste último el encargado de adoctrinarle en la ideología oficial y reprimirle si fuera necesario.

– Un sistema económico controlado totalmente por el Estado, que se encarga de coordinar todos los elementos de la economía y expresar sus objetivos básicos mediante los planes de desarrollo.

Bibliografía:

[1] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[2] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[3] El periodo de entreguerras en Europa; Martin Kitchen – Madrid – Alianza Editorial – 1992.

[4] Sociedad y cultura en la República de Weimar: el fracaso de una ilusión; José Ramón Díez Espinosa – Valladolid – Universidad – 1996.

[5] Los orígenes del totalitarismo; Hannah Arendt – Madrid – Alianza -2006.

[6] La época del fascismo; Ernst Nolte – Madrid – Península – 1967.

Los años de la catástrofe


La crisis tuvo como primera consecuencia el aumento del índice de paro, que en pocos años se disparó en todos los países occidentales. La pobreza, las colas para conseguir empleo, los barrios marginales… todo eso se fue generalizando según avanzaba la crisis; cada vez era mayor el número de desempleados y, por tanto, también se incrementaban estas manifestaciones. Aquellos que perdían su empleo se encontraban casi irremediablemente condenados a la pobreza, ya que en la mayoría los estados no existían sistemas de protección, y en los pocos donde si había éste se encontraba desbordado.

Ésta situación, la pobreza y la impotencia, tuvo también su reflejo en el arte y en el entretenimiento. Los problemas del momento se llevaron al cine, desde donde muchos cineastas trataban de aportar sus soluciones. Éste fue por ejemplo el caso de King Vidor que en Our daily bread proponía un regreso al medio rural para vivir de la agricultura. Sin embargo, tal como se narra en El camino del tabaco (E. Caldwell) y en Las uvas de la ira (J. Steinbeck), la situación de la mayoría agricultores era más bien ruinosa. También surgieron canciones hablando de la crisis, como Brother, Can You Spare a Dime? de Rudy Vallee (1932). De esta manera, no es de extrañar que aumentara notablemente el número de vagabundos, personas que recorrían el país en busca de comida y trabajo. Éste es el caso de los hobos que protagonizan El emperador del norte.

Ocaso del capitalismo liberal.

Entre los factores económicos que hicieron posible el derrumbamiento de la actividad económica hay que señalar:

– La espectacular contracción de la producción industrial.

– La violenta caída de los precios en el sector primario.

– La crisis de los fundamentos del liberalismo: proteccionismo y abandono del patrón oro.

Pero además de ese derrumbamiento de la actividad económica, hay que señalar también el desmantelamiento del sistema mundial de comercio multilateral en base a tres medidas:

– Incremento de la protección aduanera; resulta ineficaz porque la llevaron a cabo todas las naciones.

– Establecimiento de restricciones cuantitativas a las mercancías.

– Firma de tratados bilaterales o regionales.

Así, en un principio se pensó que la solución radicaba en la no-intervención estatal. Sin embargo, tras el fracaso de esta política, se acabó por tomar el modelo Keynesiano, donde el Estado intervenía cada vez más en la economía, jugando en algunos países un papel protagónico. Encontramos, aún así, dos modelos dentro de éste intervensionismo estatal:

– Autárquico; seguido por Alemania, Italia y Japón.

– Temporal; seguido por EE.UU. (New Deal) y Gran Bretaña.

Gracias a estas políticas se detuvo el declive mundial, del que, sin embargo, las potencias no acabaron de recuperarse hasta 1939: el rearme y la guerra trajeron, paradójicamente, la solución a la crisis.

Comprensión de la catástrofe.

El fenómeno que se vivió durante aquellos años era, sin lugar a dudas, excepcional para la época: se trataba de una crisis universal y de una duración inusitada. Además, en lo referente a la naturaleza de las fuerzas represivas, encontramos dos elementos que convergen a lo largo de esos años:

– Fuerzas reales (producción y consumo): existen desajustes entre la oferta y la demanda, es decir, superproducción o subconsumo.

– Fuerzas monetarias: existe un problema con el dinero en circulación, ya que los distintos países, encabezados por los EE.UU., llevaron a cabo una política deflacionaria. De está manera, la restricción en un periodo en el que se hacía necesario el gasto, tuvo consecuencias fatales

En lo que se refiere a los orígenes de la crisis, al foco transmisor, hay que señalar que el crack de la bolsa de Nueva York (24 de octubre de 1929) no fue ni el origen ni la primera manifestación de la misma. El panorama de la depresión fue sin duda bastante más complejo, ya que, antes de 1929, se apreciaba ya un cierto estancamiento en la economía de algunos países. Podemos interpretar esto como un síntoma del cambio en la coyuntura económica anterior al crack neoyorquino.

No obstante, fuese cual fuese el centro difusor de la crisis, lo cierto es que los EE.UU. actuaron como difusor -por vía comerciales y financieras- y amplificador de la misma. La crisis que afectó a Norteamérica -primera potencia industrial, primera potencia exportadora, y segunda potencia importadora- tuvo rápidas consecuencias en los demás países, ya que los americanos dejaron de ofrecer préstamos y de importar productos. Además de esto, las naciones europeas se vieron también afectadas por la repatriación de los capitales de los EE.UU.

Bibliografía:

[1] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[2] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[3] El periodo de entreguerras en Europa; Martin Kitchen – Madrid – Alianza Editorial – 1992.

[4] Sociedad y cultura en la República de Weimar: el fracaso de una ilusión; José Ramón Díez Espinosa – Valladolid – Universidad – 1996.

[5] Las uvas de la ira; John Steinbeck – Madrid – Cátedra – 1995.

Enfoques ideológicos sobre el imperialismo

Artículo publicado por Historia en Presente el 9 de enero de 2009.


Continúo con el repaso sobre el concepto de “imperialismo”. Este es ya el tercer artículo que dedico a la cuestión , y posee un esquema similar a los anteriores: ideas sueltas expuestas con más o menos acierto. Pido disculpas porque el contenido es quizás algo caótico; estos artículos cambiarían mucho si se les sometiera a un repaso intenso antes de publicarse. Lo siento mucho, pero la falta de tiempo me impide hacer algo mejor. Por el momento, ahí quedan esas ideas sueltas que, quizás, en algún momento aproveche para escribir algo más completo y coherente sobre un fenómeno que cada vez me parece más crucial para entender la época contemporánea.

Las características de la guerra Anglo-Bóer (1899-1902) determinan la primera inflexión crítica hacia una nueva percepción del imperialismo: Imperialism – A Study (1902) de John Hobson.

«Este teórico, desplazado al escenario de la contienda, observa los efectos de la política imperialista sobre el terreno y esboza sus primeras reflexiones. En su búsqueda de los fundamentos que expliquen el imperialismo, adopta una perspectiva que asocia elementos ideológicos –nacionalismo expansionista y patriotero, teorías de la superioridad civilizatoria, mesianismo religioso y humanitario- con otros de índole económica» [7].

Ese conjunto de ideas cristaliza en la denominada “teoría económica del imperialismo”, regida por la idea de que el desarrollo del capitalismo alcanzará, más tarde o más temprano, una especie de barrera natural insuperable. Para Hobson la empresa del imperialismo, con sus connotaciones de prestigio nacional y militar a ultranza, es económicamente ruinosa y políticamente peligrosa.

La adquisición de territorios está cargada de simbolismo, en tanto que expresa el deseo de pasar de ser “sólo” una potencia europea a constituirse en gran “potencia mundial”.

«No se busca tanto el rendimiento de las colonias –ventajas económicas en una concurrencia mundial por mercados y recursos, como la obtención de posiciones estratégicas. La potencia imperialista proyecta sobre sí misma una adaptación espuria del darwinismo (survival of the fittest dentro de la struggle for life). Adquiere resonancias filosóficas en la obra de Rudyard Kipling, autor de la visión que considera que el imperialismo es la pesada, heroica y gloriosa “carga del hombre blanco”.

También se deja notar esa filosofía en la visión de Friedrich Nietzsche, que considera a algunos individuos –y pueblos- como “naturalmente” esclavos o señores. Esta teoría alcanza su elaboración más sistemática y radical en la obra de H. S. Chamberlain» [7]. Los escritos, discursos y panfletos de la época se impregnan de este espíritu que todo el mundo considera inocuo y legítimo (Jacob Burckhardt, Max Weber, Friedrich Naumann, Jules Ferry…). Este clima general presente en buena parte del pensamiento político europeo suscita fuertes tendencias hacia el irracionalismo, el biologismo y el autoritarismo.

Concluida la Primera Guerra Mundial, surge la obra del austríaco Joseph A. Schumpeter, que emprende una sociología del imperialismo desvinculando por primera vez a este del capitalismo. «En el imperialismo encontramos impulsos que no se corresponden con el espíritu de cálculo racional propio del capitalismo; subyacen en él componentes tan atávicos como el deseo de dominio, el afán de victoria, el instinto bélico…

Sostiene que las fuerzas motoras del imperialismo corren a la par con los valores e intereses de la sociedad que lo sustenta» [7]. Define así el imperialismo: “propensión, sin objetivo, por parte de un Estado, a la expansión violenta ilimitada”.

Bibliografía:

[1] Historia Universal Contemporánea; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[2] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[3] Postguerra. Una historia de Europa desde 1945; Tony Jutd– Madrid – Taurus – 2006.

[4] Historia del mundo actual; VVAA – Valladolid – Universidad – 2000.

[5] Los orígenes del totalitarismo; Hannah Arendt – Madrid – Alianza -2006.

[6] Historia de las relaciones internacionales; Charler Zorgbibe I – Madrid – Alianza Universidad – 1994.

[7] Teoría breve de las relaciones internacionales; Paloma García Picazo – Madrid – Tecnos – 2004.

El contexto histórico del término «imperialismo»

Artículo publicado por Historia en Presente el 3 de enero de 2009.


Un breve estudio del contexto histórico de la aparición del término “imperialismo” puede ayudarnos a la hora de comprender este fenómeno.

«Durante el siglo XIX, las nuevas dimensiones adquiridas por el tradicional concepto de imperio se vieron notablemente ampliadas. Su primera asociación terminológica se dio en Francia con los partidarios del bonapartismo; un régimen imperial que se reanudó con el Segundo Imperio de Napoleón III. A su vez, estas connotaciones se extendieron a los defensores del viejo imperio alemán» [7].

Sin embargo, la versión más precisa se produjo en Gran Bretaña, hacia 1850, donde el término “imperialismo” era utilizado para designar al régimen de Luis Napoleón, fundado en la gloria nacional y el prestigio militar. Pasados veinte años empezó a aplicarse para señalar los lazos de los británicos con el imperio del que eran titulares. «Este debate se centró en torno a los postulados de Gladstone que, desde el liberalismo, se oponía a la política colonial de Disraeli, a la que crítica con el descalificativo de imperialista. El significado del término evolucionó entre los propios liberales británicos, donde hay que destacar a Salisbury y Chamberlain» [7].

Fue adquiriendo así connotaciones más complejas, entendiendo que el imperio era un marco de difusión de valores superiores ligados a un humanismo genérico que lo convertía en un fenómeno admirable.

También los marxistas fueron desarrollando una teoría sobre el imperialismo. «De esta forma, en sus primeros planteamientos, se entendía este fenómeno como una consecuencia directa del funcionamiento y la evolución del capitalismo. Por tanto, sus estudios se dirigieron a analizar el capitalismo como proceso que, en su desarrollo, engendraba sus propias contradicciones» [7].

Una parte de los enfoques marxistas se centró en estudiar las causas del imperialismo, mientras que otra se fijó más en sus consecuencias, si bien ambas se entendían como complementarias.

Como queda dicho, los contemporáneos de este fenómeno fueron plenamente conscientes de que se encontraban ante algo distinto al clásico colonialismo. Ese movimiento, desarrollado desde el siglo XVI de manera discontinua, comenzó en América y en los establecimientos, costeros en su mayoría, de África y Asia.

No obstante, la situación general del siglo XIX presentaba un panorama claramente distinto: «un mundo sometido a un proceso de aceleración insólita hasta entonces.

Una clave de este fenómeno fue el ingente crecimiento demográfico que se produjo en la población europea entre 1850 y 1900, con una tasa del 50%. Esto vino acompañado de una sensación de optimismo y omnipotencia generalizados en las poblaciones nacionales, que consideraban estas empresas como una especie de expresión de la innata superioridad propia» [7].

Bibliografía:

[1] Historia Universal Contemporánea; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[2] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[3] Postguerra. Una historia de Europa desde 1945; Tony Jutd– Madrid – Taurus – 2006.

[4] Historia del mundo actual; VVAA – Valladolid – Universidad – 2000.

[5] Los orígenes del totalitarismo; Hannah Arendt – Madrid – Alianza -2006.

[6] Historia de las relaciones internacionales; Charler Zorgbibe I – Madrid – Alianza Universidad – 1994.

[7] Teoría breve de las relaciones internacionales; Paloma García Picazo – Madrid – Tecnos – 2004.