Banqueros y comerciantes: el origen del capitalismo comercial


En 2014 preparé un juego para facilitar a mis alumnos de 3º de ESO la comprensión de la banca y el mercado bursátil. A partir de esa primera experiencia he ido adaptando la actividad a las asignaturas de historia, de tal modo que ha dado lugar a dos modalidades en función de la época en la que está ambientada cada una de ellas.

El curso pasado terminé de dar forma a la versión para 4º de ESO y 1º de Bachillerato, ambientada en el crecimiento económico de los “felices años veinte” y el crack de 1929. Por tanto, este año le tocaba el turno al juego ambientado en la Edad Moderna, donde se busca que los alumnos de 2º de ESO se familiaricen con el mercado financiero, las compañías por acciones y el origen del capitalismo comercial.

Es cierto que buena parte de lo que presento aquí, además de guardar mucha relación con la versión del crack de 1929, no es más que un desarrollo y mejora de lo que ya publiqué hace tiempo bajo el título “Aprendizaje vivencial: las compañías por acciones del siglo XVII”. Ahora bien, me parecía interesante presentarlo en una entrada distinta, pues no son pocas las novedades.

Necesidades básicas: material y espacio

Aunque no resulta complicado confeccionar el propio material o, incluso, ampliar el que utilizo con nuevas opciones de juego, se puede acceder a los pdf que utilizo pinchando sobre algunos de los siguientes elementos:

  • Billetes de cinco y de cincuenta ducados.
  • Fichas de parchís o similar para simular las acciones; conviene tener en torno a cincuenta.
  • Baraja de cartas de “Banqueros y comerciantes” divididas en tres grupos:
    • Taco de rumores o taco 1, con diez cartas de “Mar embravecido” y diez de “Rumores positivos”.
    • Taco basado en el rumor positivo o taco 2, con ocho cartas de “Beneficios”, cuatro de “Flota hundida”, una de “Mar Embravecido” y una de “Rumores positivos”.
    • Taco basado en el rumor negativo o taco 3, con ocho cartas de “Flota hundida”, cuatro de “Beneficios”, una de “Mar Embravecido” y una de “Rumores positivos”.

 

En la imagen superior puede observarse las opciones que se acaban de citar- beneficios, mar embravecido, flota hundida y rumores positivos-, así como el reverso de las mismas, donde están los cambistas de Marinus van Reymerswaele.

En lo relativo al espacio, los alumnos se distribuyen en grupos inversores de en torno a cuatro componentes. Por tanto, debemos situar las mesas del aula juntando cuatro para formar un cuadrado. Es recomendable también dejar espacio entre los equipos, tanto para que el profesor se pueda mover fácilmente como para evitar el “espionaje”.

Fase I o versión básica

Al iniciar su andadura como inversores sin un solo ducado, lo primero que deberán hacer es pedirle un préstamos a la banca. Al principio del juego, ese papel lo desempeña el profesor que, para evitar demasiadas complicaciones, les ofrece a todos los mismo: 200 ducados con un interés del 10%. Es decir, que a su debido momento deberán devolverle 220 ducados.

Se inicia entonces el turno 1 del juego, en el que se les ofrecerá comprar participaciones, a un precio de 50 ducados por acción, en un barco que va de Amberes a los puertos castellanos. En concreto, su intención es traer grandes cantidades de lana de oveja merina para los talleres textiles flamencos. Es un buen momento, por tanto, para recordarles cuestiones que ya han salido en el temario, como la ganadería trashumante, el Honrado Concejo de la Mesta o las principales rutas comerciales del final de la Edad Media.

Una vez se haya producido ese intercambio de billetes por fichas, empieza el turno 2, en el que el profesor sacará una carta del taco de rumores. Aunque el resultado no condiciona de forma definitiva la suerte del barco, si sale “Mar embravecido” deben temerse lo peor. Por el contrario, si la carta es “Rumor positivo”, hay razones para ser optimistas sobre los beneficios que puede reportar ese barco.

En el turno 3 se les da la posibilidad de vender sus acciones al profesor al precio que este marque -70 ducados si el rumor es positivo y 30 si es negativo- o, si lo prefieren, negociar un precio de venta con otro grupo que desee comprar. También pueden decidir comprar más acciones a los precios que se acaban de indicar.

Por último, en el turno 4 se vuelve a sacar otra carta, que será la que marqué la suerte real de la flota enviada. En caso de que el rumor anterior fuera positivo se utilizará el taco 2, con el doble de carta de beneficios que de hundimiento. Mientras que se utilizará el taco 3 si el rumor marcaba “Mar embravecido”.

En definitiva, en tanto que la distribución de cartas varía, los tacos difieren en las probabilidades de obtener ganancias o de perder todo. Ahora bien, las consecuencias de las cartas de ambos tacos son las mismas:

  • Hundimiento; el barco no llega a puerto y, por tanto, los accionistas pierden el valor de las inversiones realizadas.
  • Beneficios; la flota vuelve sana y salva a Amberes, obteniendo los inversores 100 ducados por acción si el rumor era positivo y 60 ducados en caso de haber sacado en el turno 2 “Mar embravecido”.

Existe una tercera posibilidad, pues tanto el taco 2 como el taco 3 tienen una carta de “Mar embravecido” y “Rumores positivos”. En ese caso, tendríamos un turno 5 con las siguientes variables:

  • Si sale “Mar embravecido” el precio de la acción no varía con respecto al turno 3, pero se deberá utilizar el taco 3 para la llegada a puerto.
  • Si sale “Rumores positivos” se añaden 20 ducados al precio de la acción y se utiliza el taco 2 para la llegada a puerto.

Además, en ese mismo turno deben hacer frente a sus deudas con la banca, devolviendo los 200 ducados iniciales con el interés del 10%. Ahora bien, pudiera suceder que no contaran con capital suficiente para hacer frente a sus compromisos. En ese caso, entregarán a su prestamista todos los ducados que posean, al tiempo que se comprometerán a devolver, cuatro turnos después, todo lo que dejan a deber más el 50% de la cuantía.

Cinco_Ducados.png

Se inicia entonces el turno 5, en el que nuevamente podrán pedir el préstamo que deseen con un interés del 10%. Estas condiciones se aplican también a los que no han logrado devolver su deuda anterior, si bien ellos ya tienen la penalización que hemos comentado.

A partir del turno 6 se repite el proceso anterior: compra de acciones, selección de carta, rumores, compra-venta de participaciones, llegada del barco y reparto de beneficios.

Fase II o versión extendida

Banqueros y comerciantes tiene, no obstante, dos variantes que permiten ampliar y dinamizar el juego. La primera de ellas añade la posibilidad de introducir un barco que viaje a Calicut y, por tanto, la de abordar cuestiones del temario relacionadas con las exploraciones geográficas de los siglos XV y XVI. Se trata de una ruta comercial más larga y peligrosa; es decir, conlleva un riesgo mayor. Sin embargo, también reportará abundantes ganancias a los inversores en caso de que el barco vuelva a puerto con el cargamento.

El valor de la acción de los barcos que van a Calicut es de 100 ducados y, en caso de llegar a puerto, los inversores reciben 400. En el proceso, debido a que el viaje es más largo, se sacarán tres cartas del taco 1, dejando que los grupos compren o vendan entre una y otra. Cada rumor positivo añadirá 50 ducados al valor, mientras que cada rumor negativo le restará esa misma cantidad.

Para que el barco llegue a puerto es necesario que no salgan dos cartas de “Mar embravecido” pues, en cuanto eso sucede, se produce un hundimiento. En el supuesto de que dos o tres cartas sean de “Rumor positivo”, se utiliza el taco 2 para comprobar si, definitivamente, el barco llega o no.

Cincuenta_Ducados.png

Por último, está versión extendida incluye la que denomino “regla del pánico”, que tiene lugar cuando dos equipos venden todas sus acciones en el turno 3 o su equivalente. En ese momento, con independencia de que el barco llegue o no a puerto, la empresa quiebra y las acciones pierden todo su valor. De esta manera, los dos grupos que han vendido todo reciben la cuantía correspondiente al valor de la acción antes del hundimiento de la compañía, mientras que los restantes perderán todo lo que habían invertido.

Temporalización de la actividad

El juego se desarrolla a lo largo de tres sesiones -si bien puede, sin problema, acortarse a dos o alargarse a cuatro- y es recomendable que tenga lugar de forma simultánea a la explicación de los cambios económicos propios del comienzo de la Edad Moderna: el fortalecimiento de la banca, la generalización de la letra de cambio y otros modos de pago, el nacimiento de las compañías por acciones, la aparición de la Bolsa…

La primera clase se dedica a explicar tanto la actividad como los motivos que nos llevan a realizarla. Es importante dejar claro este segundo aspecto, pues si no pensarán que están únicamente ante un juego. Una vez hecho eso, se organizará el espacio de la clase y se distribuirá al alumnado en equipos de, aproximadamente, cuatro personas. Solo entonces podrán empezar a pedir préstamos y a invertir.

El juego continuará a lo largo del segundo día sin mayor novedad. Únicamente es necesario tener apuntados los resultados de la jornada anterior, de tal modo que los equipos reciban los mismos ducados con los que terminaron. En mi caso cubro esa función con la aplicación Teammates, proyectándola en la pantalla del aula para que en todo momento sepan como va cada uno de los grupos.

La simulación se mantiene durante, más o menos, los primeros veinticinco minutos de la tercera sesión. A partir de ahí se hace recuento y se da comienzo a la reflexión grupal. Al tratarse habitualmente de alumnos de 2º de ESO, siempre cuesta un poco que el debate salga adelante. Por ese motivo recomiendo plantearles preguntas muy concretas para que, de forma oral y con orden, vayan ellos mismos descubriendo lo que han experimentado.

Habrá que hacer hincapié en cuestiones como la importancia de los rumores, el pánico, el riesgo, la prudencia, el crédito, los intereses, la euforia, la oportunidad y, de manera especial, todo lo relativo al comercio de la época y la estructura de las compañías por acciones.

La peste negra


Clase pensada para alumnos de 2º de ESO dentro de una experiencia de flipped learning. En este vídeo se explica el origen y repercusiones de la peste negra, situándola en el contexto de crisis general propio del siglo XIV. Esta información se complementa con otras clases sobre la recuperación económica de ese periodo, el renacer de las ciudades, el fortalecimiento de la monarquía, la crisis del siglo XIV y el arte gótico.

Los cambios demográficos del siglo XIX


Desde los últimos años del siglo XVIII hasta los primeros del XX, Europa experimentó un crecimiento demográfico continuo. Esto facilitó que su población pasará de 110 millones de habitantes en 1700, a 423 en 1900. Se trató, por tanto, del mayoría aumento de población en la historia del Viejo Continente.

Ese cambio fue posible gracias a factores como la mejora de la sanidad, la expansión de una cultura más higiénica, y el crecimiento económico experimentado por varios de los países europeos durante ese periodo.

Esto, en palabras de los expertos en demografía, facilitó el tránsito de un ciclo demográfico antiguo a otro moderno.

El paso al ciclo demográfico moderno

La demografía de tipo antiguo se caracterizaba por un crecimiento de población lento e irregular. Esto se debía a la existencia de una alta natalidad (35-40%), una alta mortalidad (30-40%), y la aparición de grandes crisis provocadas por hambres, guerras y epidemias.

A finales del siglo XVIII se inició un periodo de tránsito entre ese modelo y el conocido como ciclo moderno. La demografía de tránsito se caracterizaba por un crecimiento de población rápido y continuo.

Esto se debía al mantenimiento de una natalidad alta, al descenso de la mortalidad, y a la práctica desaparición de grandes crisis.

Con la consolidación del crecimiento económico y el cambio de mentalidad en la sociedad europea, surgieron notables modificaciones con respecto al modelo demográfico anterior. El descenso de la natalidad, y la reducción al mínimo de la mortalidad, acabaron por configurar una demografía de crecimiento lento y tendente al envejecimiento de la población.

Teorías explicativas del tránsito demográfico

Distinguimos dos tipos teóricos que tratan de explicar los cambios demográficos del siglo XIX: los centrados en el factor mortalidad, y aquellos que hacen hincapié en el aumento de la mortalidad.

El primero de estos modelos defiende que el crecimiento demográfico fue, principalmente, consecuencia del descenso de la mortalidad. Esta disminución surgió a causa de las mejoras sanitarias e higiénicas, los avances en la medicina, y la mejora del nivel de vida.

El tipo centrado en la natalidad defiende que, tras una crisis demográfica, como venía siendo habitual durante el medievo y la modernidad, se produjo un aumento de la natalidad; a esto se unió el descenso de la mortalidad. La consecuencia de ambos fenómenos fue un crecimiento demográfico sin precedentes.

Las grandes migraciones y el auge de las ciudades

La enorme movilidad de la población europea durante este periodo se debió principalmente al empuje demográfico, a la mejora del sistema de transportes, y a los cambios económicos que se estaban produciendo, tanto los referentes a los distintos sectores, como los de tipo regional.

De esta forma, se fueron desarrollando las grandes migraciones, tanto regionales como interregionales. Estas, si bien comenzaron a mediados del XVIII, no alcanzaron su cenit hasta el periodo que va desde 1850 a 1930.

Por su parte, el crecimiento de la población urbana estuvo muy ligado al desarrollo del mercado, la especialización económica y la concentración empresarial. Mientras que en el Antiguo Régimen predominaba el poblamiento de tipo rural, desde el siglo XVIII se advierte una inversión de las tendencias a favor del asentamiento urbano.

Así, en el tránsito del XIX al XX, nos encontramos ante un mundo occidental mayoritariamente urbano, en el que existen 135 ciudades con más de 100.000 habitantes.

El desarrollo económico como impulsor de la demografía

El enorme crecimiento demográfico experimentado por los países desarrollados durante este periodo, con el consiguiente incremento de productores y consumidores, trajo consigo importantes consecuencias positivas para la economía y el desarrollo industrial.

Sin embargo, no está de más una matización de esta afirmación, ya que la demografía no deja de ser un factor complejo y, en numerosas ocasiones, contradictorio.

En último término, si bien la revolución demográfica fue un factor fundamental para que se produzca la industrialización, también es verdad que podría haber sido causa de su estrangulación.

Este incremento de población, para que se dé la revolución industrial, ha de llegar en el momento adecuado en cada región, y ha de contar con posibilidades de emigración y de apertura al mercado internacional

Los años de la catástrofe


La crisis tuvo como primera consecuencia el aumento del índice de paro, que en pocos años se disparó en todos los países occidentales. La pobreza, las colas para conseguir empleo, los barrios marginales… todo eso se fue generalizando según avanzaba la crisis; cada vez era mayor el número de desempleados y, por tanto, también se incrementaban estas manifestaciones. Aquellos que perdían su empleo se encontraban casi irremediablemente condenados a la pobreza, ya que en la mayoría los estados no existían sistemas de protección, y en los pocos donde si había éste se encontraba desbordado.

Ésta situación, la pobreza y la impotencia, tuvo también su reflejo en el arte y en el entretenimiento. Los problemas del momento se llevaron al cine, desde donde muchos cineastas trataban de aportar sus soluciones. Éste fue por ejemplo el caso de King Vidor que en Our daily bread proponía un regreso al medio rural para vivir de la agricultura. Sin embargo, tal como se narra en El camino del tabaco (E. Caldwell) y en Las uvas de la ira (J. Steinbeck), la situación de la mayoría agricultores era más bien ruinosa. También surgieron canciones hablando de la crisis, como Brother, Can You Spare a Dime? de Rudy Vallee (1932). De esta manera, no es de extrañar que aumentara notablemente el número de vagabundos, personas que recorrían el país en busca de comida y trabajo. Éste es el caso de los hobos que protagonizan El emperador del norte.

Ocaso del capitalismo liberal.

Entre los factores económicos que hicieron posible el derrumbamiento de la actividad económica hay que señalar:

– La espectacular contracción de la producción industrial.

– La violenta caída de los precios en el sector primario.

– La crisis de los fundamentos del liberalismo: proteccionismo y abandono del patrón oro.

Pero además de ese derrumbamiento de la actividad económica, hay que señalar también el desmantelamiento del sistema mundial de comercio multilateral en base a tres medidas:

– Incremento de la protección aduanera; resulta ineficaz porque la llevaron a cabo todas las naciones.

– Establecimiento de restricciones cuantitativas a las mercancías.

– Firma de tratados bilaterales o regionales.

Así, en un principio se pensó que la solución radicaba en la no-intervención estatal. Sin embargo, tras el fracaso de esta política, se acabó por tomar el modelo Keynesiano, donde el Estado intervenía cada vez más en la economía, jugando en algunos países un papel protagónico. Encontramos, aún así, dos modelos dentro de éste intervensionismo estatal:

– Autárquico; seguido por Alemania, Italia y Japón.

– Temporal; seguido por EE.UU. (New Deal) y Gran Bretaña.

Gracias a estas políticas se detuvo el declive mundial, del que, sin embargo, las potencias no acabaron de recuperarse hasta 1939: el rearme y la guerra trajeron, paradójicamente, la solución a la crisis.

Comprensión de la catástrofe.

El fenómeno que se vivió durante aquellos años era, sin lugar a dudas, excepcional para la época: se trataba de una crisis universal y de una duración inusitada. Además, en lo referente a la naturaleza de las fuerzas represivas, encontramos dos elementos que convergen a lo largo de esos años:

– Fuerzas reales (producción y consumo): existen desajustes entre la oferta y la demanda, es decir, superproducción o subconsumo.

– Fuerzas monetarias: existe un problema con el dinero en circulación, ya que los distintos países, encabezados por los EE.UU., llevaron a cabo una política deflacionaria. De está manera, la restricción en un periodo en el que se hacía necesario el gasto, tuvo consecuencias fatales

En lo que se refiere a los orígenes de la crisis, al foco transmisor, hay que señalar que el crack de la bolsa de Nueva York (24 de octubre de 1929) no fue ni el origen ni la primera manifestación de la misma. El panorama de la depresión fue sin duda bastante más complejo, ya que, antes de 1929, se apreciaba ya un cierto estancamiento en la economía de algunos países. Podemos interpretar esto como un síntoma del cambio en la coyuntura económica anterior al crack neoyorquino.

No obstante, fuese cual fuese el centro difusor de la crisis, lo cierto es que los EE.UU. actuaron como difusor -por vía comerciales y financieras- y amplificador de la misma. La crisis que afectó a Norteamérica -primera potencia industrial, primera potencia exportadora, y segunda potencia importadora- tuvo rápidas consecuencias en los demás países, ya que los americanos dejaron de ofrecer préstamos y de importar productos. Además de esto, las naciones europeas se vieron también afectadas por la repatriación de los capitales de los EE.UU.

Bibliografía:

[1] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[2] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[3] El periodo de entreguerras en Europa; Martin Kitchen – Madrid – Alianza Editorial – 1992.

[4] Sociedad y cultura en la República de Weimar: el fracaso de una ilusión; José Ramón Díez Espinosa – Valladolid – Universidad – 1996.

[5] Las uvas de la ira; John Steinbeck – Madrid – Cátedra – 1995.

La crisis social y económica


El orden vigente hasta 1914, basado en una economía capitalista, una estructura jurídico-constitucional de tipo liberal, una hegemonía social de la burguesía, y un marcado eurocentrismo, se quebró tras el fin de la Gran Guerra. En los años posteriores al conflicto éste sistema sufrió un constante proceso de erosión, surgiendo así importantes alternativas de tipo económico, político, social y mental:

– En el ámbito político fueron apareciendo ideologías antisistema tales como el comunismo, el autoritarismo y el fascismo.

– En materia económica, aparte de los desajustes surgidos tras el final de la guerra, también se desarrollaron alternativas al capitalismo, tales como el socialismo y la autarquía.

– En lo social la burguesía perdió el protagonismo exclusivo, pasando a compartir éste con la nueva clase emergente: el proletariado.

– Durante éstos años Europa perdió la supremacía sobre el mundo: el poder financiero de Londres y la potencia industrial alemana fueron sustituidos por el nuevo gigante americano, que pasó a convertirse en la primera potencia mundial.

El declive de Europa.

Con el final de la Gran Guerra, las grandes potencias mundiales tenían que enfrentarse a los trastornos y problemas provocados por más de cuatro años de enfrentamientos. Al coste demográfico, entre 50 y 60 millones de afectados, hay que añadir que justamente dentro de ese grupo se encontraban los grupos más productivos de la fuerza de trabajo; es decir, los varones jóvenes que marcharon al frente. Sin embargo, no sólo los militares se vieron afectados por la guerra, también murieron civiles, de entre los cuales muchos fallecieron a causa de la epidemia de gripe de 1918-19. En fin, las naciones beligerantes sufrieron las consecuencias de un importante descenso demográfico, dentro del cual habría que tener en cuenta también a los no nacidos durante ese periodo.

Además, la guerra trajo consigo otros problemas, como son la disminución de las reservas de capital, el desgaste del material y de la maquinaria, la insuficiente renovación de los equipos y el freno a la inversión. Todo esto contribuyó a lastrar el despegue del sistema productivo y económico de las potencias beligerantes, las cuales, además, tenían que hacer frente a las deudas contraídas durante los años de enfrentamiento. Estuvieron, pues, los primeros años veinte marcados por un continuo proceso inflacionista y por la contracción del producto.

En lo que se refiere al aspecto social, estos años estuvieron marcados por una enorme inestabilidad, que sin lugar a dudas favoreció el aumento de la incertidumbre. Distinguimos dos etapas dentro de ésta crisis social:

– Crisis del final de la guerra; caracterizada por la ruptura del consenso prebélico –“catástrofe de la euforia”- y por la generalización de los desórdenes, bien en forma de huelgas, motines militares o revoluciones bolcheviques.

– Fin de la guerra; las tensiones contenidas durante el periodo bélico explotaron al término de éste. De ésta forma, en algunos países se fueron produciendo revoluciones, y en otros, a causa de su capacidad de acomodación, reformas se produjo una profunda reestructuración de la correlación de fuerzas.

El coste de la guerra.

Como último factor de ésta gran crisis de posguerra, hay que señalar los efectos negativos de las decisiones de algunos gobiernos. Las desacertadas medidas de los dirigentes mundiales, o la ausencia de las mismas, se plasmaron en los siguientes campos:

– Político; errores sustentados en dos pilares, las directrices de los acuerdos de paz y el aislamiento de los EE.UU., que impidió el desarrollo de un programa general de ayuda a los países afectados.

– Económico; desde un principio los estadistas trataron de dejar a un lado la economía de guerra para volver al sistema vigente en 1914. Sin embargo, eso resultó más difícil de lo esperado: tras el auge inicial, provocado por la demanda reprimida durante el tiempo de guerra, surgió una grave recesión -a partir de 1920- caracterizada por el descenso de precios, de la producción y de la demanda. De ésta manera, se produjo un rápido aumento del desempleo. En ésta situación, los gobiernos tomaron dos posturas distintas para solventar la crisis: política de deflación o “apretarse el cinturón” para volver a gozar de la prosperidad de los años anteriores a la Gran Guerra; o mantener el déficit presupuestario por razones políticas y sociales; no castigar más a los ciudadanos.

El problema fue la falta de concordancia entre ambos sistemas, por eso no funcionó. Los primeros redujeron las exportaciones y establecieron préstamos a alto interés; mientras que los otros eligieron exportar y pedir préstamos. La deflación dio buenos resultados, al tiempo que el déficit presupuestario constituyó una trampa mortal para los gobiernos que lo abrazaron. Nada pudieron hacer ante el proteccionismo y la política de créditos caros de las otras potencias.

Esto agravó los problemas de los países centroeuropeos, que se sumieron de pronto en el caos de la inmediata posguerra. La mayor manifestación de esto fue la hiperinflación de Austria y Alemania. Éstos, además de ser países beligerantes derrotados, ser sometidos a amputaciones territoriales y al pago de fuertes indemnizaciones, fueron también víctimas de la locura económica de aquellos años.

Por tanto la política social, el no querer que la población continuara sufriendo, acabó por hundir más a estos países y a sus propios ciudadanos. El ambicioso proyecto social alemán cayó víctima de un déficit presupuestario excesivo, cuyas consecuencias fueron: el aumento progresivo del precio de la vida y la inflación e hiperinflación. En el año 1923 -“el año inhumano”- Alemania sufrió de una manera brutal las consecuencias de esa crisis. Su retraso en el pago de las reparaciones, la firmeza en no pagar a Francia, y la resistencia pasiva de los obreros del Ruhr, abrieron las puertas del infierno para la nación germana:

(Stefan Zweig, El mundo de ayer) “Viví días en que pagué cincuenta mil marcos por el periódico de la mañana, y cien mil por el de la tarde. El que tenía que cambiar dinero extranjero, distribuía la conversión por horas, pues a las cuatro recibía multiplicada la suma que se pagaba a las tres, y a las cinco, varias veces más que sesenta minutos antes. Recuerdo que entonces remití un manuscrito a mi editor, fruto de un año de trabajo, y casi creí asegurarme pidiendo el pago por adelantado del porcentaje correspondiente a diez mil ejemplares. Pero cuando recibí el cheque, éste cubría apenas el importe que una semana antes había gastado en el franqueo del paquete de cuartillas. Los billetes de tranvía costaban millones de marcos; el papel moneda, del banco del Reich, se transportaba en camiones a los demás bancos, y quince días después se encontraban billetes de cien mil marcos flotando en un desagüe (…) por doquier se hacía evidente que a todo el mundo le resultaba insoportable aquella sobreexcitación, aquel enervante tormento diario en el potro de la inflación, como también era evidente que toda la nación, cansada de la guerra, en realidad anhelaba orden y sosiego, un poco de seguridad y de vida burguesa, y que en secreto odiaba a la República, no porque reprimiera esta libertad desordenada, sino, al contrario, porque aflojaba demasiado las riendas. Quien vivió aquellos meses y años apocalípticos, hastiado y enfurecido, notaba que a la fuerza tenía que producirse una reacción, una reacción terrible (…) los oficiales degradados se organizaban en sociedades secretas; los pequeños burgueses que se sentían estafados en sus ahorros se asociaron en silencio y se pusieron a disposición de cualquier consigna que prometiera orden. Nada fue tan funesto para la República Alemana como su tentativa idealista de conceder libertad al pueblo e incluso a sus propios enemigos (…) Nada envenenó tanto al pueblo alemán, nada encendió tanto su odio y lo maduró tanto para el advenimiento de Hitler como la inflación”.

El ascenso de los EE.UU.

La situación de los EE.UU. contrastaba enormemente con la postración que se vivía en Europa. Esto fue debido entre otros factores a que la guerra no se desarrolló en suelo estadounidense. Sin embargo, los americanos aprovecharon tres ventajas más que les ofrecía el conflicto para crecer económicamente: sustituyeron a las importaciones europeas en los mercados, abastecieron a Europa durante la guerra y a las colonias desatendidas por sus metrópolis.

EE.UU. era, tras un proceso de crecimiento espectacular, la mayor potencia económica del mundo, la mayor potencia comercial -primera exportadora y segunda importadora-, y el mayor acreedor. Además, los americanos también aprovecharon ésta situación para, con su excedente comercial, liquidar los títulos estadounidenses en poder de extranjeros. No cabía duda, todo esto confirmaba que había despertado un gigante al otro lado del Atlántico.

Bibliografía:

[1] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[2] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[3] El periodo de entreguerras en Europa; Martin Kitchen – Madrid – Alianza Editorial – 1992.

[4] Sociedad y cultura en la República de Weimar: el fracaso de una ilusión; José Ramón Díez Espinosa – Valladolid – Universidad – 1996.

[5] El mundo de ayer. Memorias de un europeo; Stefan Zweig – Barcelona – El Acantilado – 2002.

La crisis cultural


La Guerra acabó por minar la confianza que el hombre contemporáneo había depositado en la razón. De esta forma, durante el periodo posbélico un enorme pesimismo invadió la cultura europea: se había perdido la fe ciega en el progreso ilimitado y en el hombre occidental. Además, a esta crisis intelectual se sumó una profunda transformación moral, tras la cual los valores de preguerra quedaron completamente trastocados. Como bien señala Walter Gropius, un mundo había llegado a su fin:

“Esto es algo más que una guerra perdida. Un mundo ha llegado a su fin. Debemos buscar una solución radical a nuestros problemas”.

Al mismo tiempo, con el regreso de los soldados a casa, se fue forjando el mito de la generación perdida. Esos jóvenes que en el verano de 1914 se habían lanzado a las calles en favor de la guerra, esos mismos que se habían alistado llevados por un hondo sentimiento romántico, volvían ahora del frente tras cuatro años de duros enfrentamientos. Todos habían perdido buena parte de su juventud en la trinchera, pero a algunos la guerra les habían quitado algo más. A los heridos, a los lisiado, a los ciegos… les había sido arrebatado su futuro, su vida. Es justamente uno de esos “desfiles de lisiados” el que narra E. M. Remarque en El regreso.

Creación literaria.

En lo referente a la cuestión literaria, hemos de destacar en primer lugar el importante cambio de rumbo que se produjo en la orientación de éstas obras. La crisis de los fundamentos ideológicos se tradujo en el ámbito cultural en un apogeo del pesimismo, cuyas principales manifestaciones fueron:

– O. Spengler en La decadencia de Occidente describía la estructura cíclica de las civilizaciones con el objetivo de señalar que la occidental se acercaba a su fin.

– H. Hesse en Demian criticó duramente los ideales de la guerra y planteaba la construcción de una nueva civilización con valores distintos.

– Marcel Proust elaboraba un entramado de obras en las que planteaba recuperar el tiempo perdido por el arte en los largos años de conflicto.

– L. Pirandello en sus obras teatrales planteaba el problema de la incertidumbre; afirmaba que el hombre no era ni quien creía ser ni el que los demás creían.

– T. S. Eliot en Tierra baldía abordaba la cuestión de la esterilidad del mundo presente: “Abril es el mes más cruel, criando / lilas de la tierra muerta, mezclando / memoria y deseo, removiendo / turbias raíces con lluvia de primavera. / El invierno nos mantenía calientes, cubriendo / tierra con nieve olvidadiza, nutriendo / un poco de vida con tubérculos secos. / El verano nos sorprendió, llegando por encima de Starnbergersee / con un chaparrón; nos detuvimos en la columnata, / y seguimos a la luz del sol, hasta el Hofgarten, / y tomamos café y hablamos un buen rato. / “Bin gar keine Russin, stamm´ aus Litauen, echt deutsch. / Y cuando éramos niños, estando con el archiduque, / mi primo, me sacó en un trineo, / y tuve miedo. El dijo, Marie, / Marie, agárrate fuerte. Y allá que bajamos. / En las montañas, una se siente libre. / Yo leo, buena parte de la noche, y en invierno me voy al sur

– James Joyce en Ulysses trataba la sordidez del mundo presente. A éste irlandés, cuya obra estaba destinada a revolucionar la literatura y el pensamiento de su tiempo, nos lo describe Stefan Zweig en El mundo de ayer:

“…en un rincón del café Odeon se sentaba, a menudo solo, un joven que llevaba una barbita de color castaño y unas gafas ostentosamente gruesas ante unos penetrantes ojos oscuros; me dijeron que era un escritor inglés de gran talento (…) El resentimiento contra Dublín, contra Inglaterra y contra ciertas personas había adoptado en él la forma de una energía dinámica que sólo se liberaba en la obra literaria. Pero él parecía amar esa dureza suya; nunca lo vi reír ni de buen humor. Daba siempre la impresión de una fuerza oscura concentrada en ella misma y, cuando lo veía por la calle, con los delgados labios estrechamente apretados y caminando siempre con pasos apresurados, como si se dirigiera a algún lugar determinado, me daba cuenta de la actitud defensiva y del aislamiento interior de su carácter mucho más que en nuestras conversaciones. Por eso después no me sorprendió en absoluto que fuera precisamente él quien escribiese la obra más solitaria, la menos ligada a todo y que se abatió sobre nuestra época como un meteoro”.

– F. Kafka describe la impotencia del ser humano en obras como El proceso y El castillo.

– T. Mann en La montaña mágica analiza una Europa enferma.

– A. Malraux en La tentación de Occidente critica los hábitos occidentales contraponiéndolos a los orientales.

– P. La Rochelle; Fuego fatuo.

Sin embargo, el balance de todo éste fenómeno, la obra que resumió toda su complejidad, fue El Anticristo de J. Roth. En él encontramos la esencia y la síntesis del pesimismo literario imperante en aquel periodo.

Fundamentos científicos e ideológicos.

En el ámbito científico y humanístico se apreciaron también los efectos de la crisis, plasmados fundamentalmente en el triunfo de la irracionalidad y de la filosofía vitalista. A continuación analizaremos éstos fenómenos de una forma más sistemática:

El pensamiento de éste periodo estuvo profundamente marcado por el auge de la irracionalidad, la intuición y la experiencia, poniéndose fin así al imperio de la razón. Esto afectó profundamente al campo de la especulación científica, donde:

– Se produjo una degradación del análisis.

– El principio de causalidad fue sustituido por la casualidad.

– Predominó el escepticismo especulativo.

– El principio de la incertidumbre de W. Heisenberg sumió en una profunda crisis a la teoría de Max Plank.

– La física tradicional entró en crisis con la aparición de la teoría de la relatividad de A. Einstein.

– Exaltación de disciplinas como la biología, la medicina y la genética; es decir, todo aquello que, por su relación con la naturaleza, era considerado superior a la razón.

En el campo económico, tras una larga guerra en la que se había consolidado el papel predominante del Estado en la vida económica de los países, se vio claramente que no era posible un retorno al liberalismo clásico. De ésta manera, fueron surgiendo nuevas teorías que tenían como fin último reorganizar la vida económica de posguerra en base a unos nuevos principios; o, más bien, acomodar los ya existentes a la nueva situación. Entre éstos teóricos destacó Keynes, acérrimo defensor del intervencionismo estatal, que en su opinión debía basarse en dos principios:

– La regulación de la economía a través de la gestión de la demanda.

– La solución de las crisis cíclicas a las que estaba condenado el liberalismo clásico.

En el ámbito de las ciencias humanas se produjo una exaltación de las fuerzas irracionales y una profunda crítica de la razón. Esto tuvo una enorme importancia para el Derecho, ya que el parlamento pasó a ser considerado como el aspecto racional de la organización política, y la autoridad y la fuerza la irracional. Por tanto, según este modelo de pensamiento, tomar el gobierno de una manera antidemocrática no sólo estaba perfectamente legitimado, sino que éste se consideraba un poder superior al emanado del parlamento.

También se desarrolló enormemente la música atonal –con ausencia de relaciones armónicas (tonalidad)-, donde destacaron figuras como Berg, Schönberg y Webern.

A modo de conclusión, podemos añadir que no sólo se trató de un declive de los propios valores, bases e ideas del mundo contemporáneo, sino que también influyó la pujanza de las alternativas culturales y científicas.

Alternativas a la crisis.

La crisis mental y cultural posterior a la Gran Guerra llevó a muchos artistas a buscar nuevas salidas: formas de afrontar y superar los problemas surgidos de ella. El fracaso de la razón, plasmado en la catástrofe bélica de 1914, llevó a muchos a renegar de ella, formándose así movimientos culturales que exaltaban la irracionalidad, el vitalismo y el absurdo. Sin embargo, otros prefirieron la huída, física o imaginaria, de la Europa de su tiempo. De ésta manera, podemos distinguir cuatro reacciones ante la crisis, dos del primer tipo y dos del segundo:

– El movimiento dadaísta, fundado en Zurich durante la Gran Guerra, trataba de denunciar el mal funcionamiento de la cultura, la moral, la sociedad… a través del arte. Para ello, argumentando que sólo la nada tenía significado, se basaron en lo absurdo, en lo carente de sentido. Entre sus miembros destacaron: H. Arp, Georg Grosz, T. Tzara…

– El surrealismo, derivación tardía del dadaísmo (1920-1923), estuvo también enormemente influido por las teorías de Sigmund Freud. De ésta manera, podemos considerar que éste movimiento artístico se formó a partir de dos herencias: el valor de lo absurdo y el afán de protesta dadaísta, y el automatismo psíquico -subconsciente e irracionalidad- de Jung y Sigmund Freud. Sobre éste último nos habla Stefan Zweig en sus memorias:

(Stefan Zweig, El mundo de ayer) “Había conocido a Sigmund Freud –ese espíritu grande y fuerte que como ningún otro de nuestra época había profundizado, ampliándolo, en el conocimiento del alma humana-, en una época en que todavía era amado y combatido como hombre huraño, obstinado y meticuloso (…) se había aventurado en las zonas terrenales y subterráneas del instinto, hasta entonces nunca pisadas y siempre evitadas con temor, es decir, precisamente la esfera que la época había solemnemente declarado tabú. Sin darse cuenta de ello, el mundo del optimismo liberal se percató de que aquel espíritu no comprometido con su psicoanálisis le socavaba implacablemente las tesis de la paulatina represión de los instintos por parte de la razón y el progreso, y de que ponía en peligro su método de ignorar las cosas molestas con la técnica despiadada de sacarlas a la luz”.

Entre los miembros de este movimiento, en su inmensa mayoría profundamente comprometidos con diversos grupos políticos, hay que destacar a los poetas G. Stein, A. Breton, P. Eluard y L. Aragon; a los pintores Y. Tanguy, R. Magritte, Joan Miró, P. Delvaux y Salvador Dalí; y al cineasta Luis Buñuel. Así nos describe El mundo de ayer la actividad de éstos nuevos fenómenos artísticos y culturales:

(Stefan Zweig, El mundo de ayer) “La nueva pintura dio por liquidada toda la obra de Rembrandt, Holbein y Velázquez e inició los experimentos cubistas y surrealistas más extravagantes. En todo se proscribió el elemento inteligible: la melodía en la música, el parecido en el retrato, la comprensibilidad en la lengua (…) se tiraba a la basura toda la literatura que no fuera activista, es decir, que no contuviera teoría política. La música buscaba con tesón nuevas tonalidades y dividía los compases; la arquitectura volvía las casas del revés como un calcetín, de dentro a afuera; en el baile el vals desapareció en favor de figuras cubanas y negroides; la moda no cesaba de inventar nuevos absurdos y acentuaba el desnudo con insistencia (…) Pero en medio de este caótico carnaval, ningún espectáculo me pareció tan tragicómico como el de muchos intelectuales de la generación anterior que, presas del pánico a quedar atrasados y ser considerados “inactuales”, con desesperada rapidez se maquillaron con fogosidad artificial e intentaron, también ellos, seguir con paso renqueante y torpe los extravíos más notorios”.

– La expatriación física fue otra de las salidas que se le presentó a la intelectualidad de la época: abandonar la patria para huir de la desilusión que había supuesto la guerra. Dentro de éste grupo encontramos a personajes como H. Hemingway, James Joyce, D. Herbert Lawrence y Lawrence de Arabia.

– Se produjo también una huída de Europa por medio de la imaginación, cuyos objetivos fueron civilizaciones lejanas o perdidas: H. Hesse se refugió en la India con su obra Siddartha; D. Herbert Lawrence, retornó al pasado azteca con La serpiente emplumada; Lawrence de Arabia se adentró con Los siete pilares de la sabiduría en el mundo árabe; H. Hemingway prefirió orientar su imaginación hacia el continente africano; Malinowski, fiel a su disciplina, retorno a épocas pasadas sirviéndose de teoría antropológicas; J. R. R. Tolkien se refugió en la Tierra Media, cuya defensa convirtió en una alegoría de la lucha entre la naturaleza y la industrialización que la destruye; Marcel Proust, como ya indicamos más arriba, continuó con su búsqueda del tiempo perdido; Otros prefirieron el regreso a la religión antigua. Éste fue el caso de J. Maritain y su neotomismo.

Bibliografía:

[1] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[2] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[3] El periodo de entreguerras en Europa; Martin Kitchen – Madrid – Alianza Editorial – 1992.

[4] Sociedad y cultura en la República de Weimar: el fracaso de una ilusión; José Ramón Díez Espinosa – Valladolid – Universidad – 1996.

[5] El mundo de ayer. Memorias de un europeo; Stefan Zweig – Barcelona – El Acantilado – 2002.

[6] El regreso; Erich Maria Remarque – 1931.