El desastre de Napoleón en Rusia


Fragmento de la miniserie «Napoleón» (2002) que muestra la retirada de Rusia tras el fracaso de la invasión ideada por Napoleón. Semanas antes, tras haber alcanzado Moscú, un incendio en esa ciudad obligó a los franceses a abandonarla. Además, al haber perdido buena parte de sus provisiones en ese acontecimiento, no tuvieron más remedio que huir hacia la frontera con el Gran Ducado de Varsovia. Por el camino, buena parte de los soldados perecerán como consecuencia del frío, así como de las embestidas protagonizadas por los propios rusos. Bonaparte, que había iniciado la invasión con medio millón de hombres, terminaría regresando a Polonia con apenas unos pocos cientos de miles. Este desastre militar selló el destino del Imperio Francés, que dos años después se derrumbaba ante los ataques de la coalición europea.

 

La Europa de la Restauración y los congresos


Con la derrota napoleónica de 1815 se firmó el Primer Tratado de París.

En ese momento se buscaba, no una paz que oprimiese a los vencidos con múltiples cláusulas y sanciones, sino otra que mostrase la buena voluntad de los vencedores. Además, ante la necesidad de reestructurar el mapa territorial e ideológico europeo, se anunció la convocatoria de un congreso.

El Congreso de Viena

Bajo la dirección del ministro austríaco Metternich, se reunieron en Viena los representantes, diplomáticos, ministros e, incluso, monarcas de los estados vencedores.

En un principio se estableció que, a pesar de la presencia de varios reinos, las decisiones solo podían ser tomadas por los países de la Cuádruple Alianza (Austria, Inglaterra, Prusia y Rusia).

Sin embargo, con una hábil jugada política, Talleyrand consiguió incluir a España, Francia, Portugal y Suecia. Además, con el fin de evitar las sesiones plenarias, se crearon diez comités independientes, cuyas decisiones tenían que ser aprobadas por la asamblea general.

La reorganización territorial de Europa

El centro de las discusiones entre las grandes potencias fue el problema territorial, centrado en las cuestión polaca y sajona. Los rusos defendían que el primer territorio se incorporase a sus dominios, mientras que el segundo se incorporaría a Prusia; sin embargo, Austria e Inglaterra mostraron su disconformidad.

Ante la falta de acuerdo las relaciones entre los vencedores se deterioraron notablemente, e incluso llegó a estar cerca el estallido de una nueva guerra. No obstante, el pacto de apoyo mutuo entre Francia, Austria e Inglaterra, al que más tarde se unieron Baviera, Hannover y los Países Bajos, logró que Prusia y Rusia dieran marcha atrás y aceptaran una solución intermedia.

Así, el 9 junio 1815 se firmaban los 121 artículos del acta final, cuyas principales conclusiones eran las siguientes:
  • Reparto de Polonia entre Prusia, Rusia y Austria.
  • Reorganización de los Estados alemanes; se decidió no restaurar el Imperio, sino formar una nueva Confederación Germánica, compuesta por 34 príncipes y 4 ciudades libres, dirigida por una Dieta presidida por Austria. Además Sajonia fue restablecida, aunque tuvo que ceder buena parte de sus territorios a Prusia. Suecia perdió sus territorios alemanes, es decir, Pomerania, que pasó también a Prusia.
  • Reorganización de los Estados italianos; el reino lombardo-veneciano se incorporó a Austria, mientras que los Habsburgo lograban colocar a miembros de su familia en Toscana, Parma y Módena. Al reino de Cerdeña, formado antes de la guerra por la propia isla, Piamonte, Saboya y Niza, se sumó Liguria. Por su parte, Nápoles era recuperada por los Borbones, que también situaban a otro miembro de la familia en Lucca.
  • Norte de Europa; Suecia, perdió Finlandia a favor de Rusia y Pomerania, que fue anexionada por Prusia. Sin embargo, se hizo con Noruega en detrimento de Dinamarca, que recibió algunos territorios alemanes a modo de compensación.
  • Reconocimiento internacional de la neutralidad de Suiza, cuyas fronteras quedaron delimitadas.

La Cuádruple Alianza y las revoluciones de 1820

Tras las guerras napoleónica, los monarcas y emperadores vencedores se plantearon la posibilidad de formar un organismo de carácter supranacional que permitiera organizar el orden internacional mediante un sistema de conferencias. Con este objetivo nació la Cuádruple Alianza, que fijó el sistema de conferencias y el de las grandes potencias, que se mantuvo hasta la Gran Guerra.

La divergencia de criterios dentro de la Alianza favoreció la propagación de las revoluciones de 1820. Estas se desarrollaron principalmente en los países mediterráneos, aunque también surgieron tentativas en Francia, Austria, Rusia e Iberoamérica.

Como ya se indicó más arriba, la reacción de la Alianza fue lenta, y estuvo cargada de complicaciones. No obstante, para las intervenciones en Italia y en los Balcanes no fue difícil llegar a un consenso.

Los problemas surgieron con el caso ibérico, ya que Inglaterra, a causa de la independencia de las colonias españolas, se mostraba favorable a la nueva situación del antiguo Imperio hispánico, que le beneficiaba desde el punto de vista comercial. Finalmente, los franceses actuaron en España con dos condiciones: no intervenir en Portugal y no ayudar a España a recuperar sus colonias.

A partir de 1823 la Alianza perdió fuerza, ya que cada potencia velaba más por sus intereses que por los de la coalición. Así, dos años después, se celebró la última conferencia de este organismo.

La revolución francesa de 1830

La monarquía francesa de Carlos X había significado, con respeto a la de su antecesor –Luis XVIII-, una regresión.

De esta forma, pronto se produjo el choque entre la asamblea y el primer ministro, el reaccionario Polignac. En esta situación, el monarca, en un acto propio del absolutismo, suspendió la libertad de prensa, disolvió la cámara, y reformó la ley electoral.

A estos hechos siguieron las protestas de los periodistas, estudiantes, obreros, y algunos diputados, que protagonizaron tres jornadas de barricadas en julio de 1830. Esta revuelta fue tomando, poco a poco, un carácter revolucionario y republicano, que lleno de intranquilidad a los monárquicos.

Así, con el fin de salvar la institución monárquica, en agosto, mediante una hábil maniobra de Thiers, Luis Felipe de Orleans fue proclamado rey. Su entronización del de Orleans supuso la aceptación de los postulados del liberalismo y de la soberanía nacional.

En consecuencia, se reformó la Carta Otorgada para darle un sentido liberal, se suprimió la censura de la prensa, y se amplió la base electoral.

Durante dos años Francia mantuvo una orientación revolucionaria, de apoyo a otros procesos similares en otros países, y de medidas radicales en el interior. Sin embargo, a partir de 1832, el reinado de Luis Felipe tomó un rumbo más conservador, distanciándose así el régimen de la revolución.

Los siete pecados capitales del Imperio Alemán en la Primera Guerra Mundial


A lo largo de siete artículos he tratado de resumir Los siete pecados del Imperio Alemán en la Primera Guerra Mundial. Esta obra de Sebastian Haffner relata, en siete capítulos, los principales errores de los germanos en ese conflicto. Se pueden consultar el resto de “pecados” en los siguientes enlaces:

Primer pecado: El alejamiento de Bismarck
Segundo pecado: el Plan Schlieffen
Tercer pecado: Bélgica y Polonia o la huída de la realidad
Cuarto pecado: la guerra submarina sin cuartel
Quinto pecado: el juego de la revolución mundial y la bolchevización de Rusia
Sexto pecado: Brest-Litovsk o la última oportunidad desaprovechada
Séptimo pecado: la verdadera puñalada

La ruptura de la homogeneidad política: nacionalismo serbio y elecciones republicanas VII

…tal y como lo recuerda Garde, «hay que admirar la pervivencia de las viejas fronteras culturales. Los comunistas ganaban las elecciones en Serbia, al igual que había sucedido en los demás países balcánicos de tradición oriental: Rumania, Bulgaria, poco después Albania, siempre con la misma oposición entre la ciudad y el campo. Por el contrario, eran barridos en Croacia y en Eslovenia, en una repetición de lo que ocurría en los países centroeuropeos de tradición occidental: Hungría, Checoslovaquia, Polonia».

José Carlos Lechado y Carlos Taibo, Los conflictos yugoslavos, p. 67-68.

Lech Walesa

Lo que piensan los historiadores sobre el cine II

No se puede entender la Edad Contemporánea sin estudiar la producción cinematográfica de cada momento. Es imposible comprender la Alemania de Hitler sin acercarnos a Leni Riefenstahl o a la trayectoria de la URSS sin conocer el cine de Eisenstein. Pero tampoco la América de Roosevelt sin Frank Capra, o si se apura el argumento, la de Bush, sin el cine de Michael Moore. El cine -apunta el propio Sorlin en otro de sus trabajos- coadyuvó a la caída del Imperio soviético. Las películas norteamericanas y europeas fueron distribuidas en los países del Este que rodaban pocas cintas y donde el séptimo arte era muy popular. En los años setenta y ochenta, el cine, especialmente en Polonia, fue un instrumento de reflexión y crítica que contribuyó a minar la hegemonía cultural del partido y del sistema.

José-Vidal Pelaz López, El pasado como espectáculo: reflexiones sobre las relación entre la Historia y el cine, p. 3.

El americanismo


El hundimiento europeo y el espectacular desarrollo alcanzado por los EE.UU. durante esos años, fueron las principales causas de la aparición de la leyenda de América:

(Georg Grosz, Un sí menor y un NO mayor) “…las noticias americanas que imprimían los periódicos alemanes causaban sensación. Cuando sucedía algo increíble ¿dónde sucedía? Siempre en Norteamérica, país de posibilidades ilimitadas. ¿Dónde si no podían existir aquellas riquezas fabulosas, dónde podía uno, fuese cual fuese su procedencia, empezar limpiando zapatos, repartiendo periódicos o fregando platos, para acabar indefectiblemente siendo multimillonario, tanto si se lo proponía uno como si no? (…) De Norteamérica nos llegaban las historias más descabelladas. Decían que había allí ciruelas del tamaño de la palma de la mano, cultivadas de modo que, al dirigirles una palabra determinada, se abrían y escupían automáticamente el hueso”.

En el anterior fragmento Georg Grosz nos describe cómo se veía desde el Viejo Continente al gigante americano, cómo y por qué se le admiraba. EE.UU. era, para los europeos, sinónimo de industrialización y nuevas posibilidades. Sin embargo, si bien es verdad que buena parte de la leyenda era real, no es menos cierto que la mitificación de la vida americana alcanzó en ocasiones cotas de irrealidad muy altas. Aún así, no cabe duda de que Norteamérica era el nuevo centro del mundo, el lugar donde surgieron las tendencias culturales, económicas y políticas preponderantes durante los años veinte:

(Georg Grosz, Un sí menor y un NO mayor) “De Norteamérica nos llegaba el americanismo, término muy citado y discutido, que hablaba de un progreso técnico y civilizador avanzado que, bajo la guía de los Estados Unidos, alcanzaba al mundo entero. Nuevas formas de racionalización, lo que solía llamarse eficacia, una publicidad comercial según el modelo americano (advertising and selling), el servicio al cliente (service), el famoso sep smiling, el proceso moderno de trabajo en el que se descompone la tarea en determinadas partes aisladas, calculadas con precisión, los sistemas de Taylor, Ford y demás, todo eso procedía de Norteamérica”.

Éste admirado modelo de producción americano se basaba en tres pilares fundamentales:

– El crecimiento la oferta fruto del desarrollo de la producción en masa. Esto permitía, en base al aumento de la productividad, incrementar las ganancias.

– Para colocar esa oferta era necesaria una demanda que la absorbiese. Por tanto, se hizo imprescindible que la población tuviera mayor capacidad adquisitiva con el fin de aumentar también su consumo.

– Se hizo necesario el desarrollo de sistemas internacionales de relaciones comerciales, en base a la libre circulación de mercancías, y financieras; es decir, la existencia de un sistema monetario estable.

Producción en masa.

Se procedió a racionalizar la producción mediante los siguientes mecanismos:

– Proceso de mecanización; el trabajo humano y de la máquina de vapor fue sustituido por el de los motores eléctricos. Además, en el campo de las fuentes de energía, el carbón perdió la primacía a favor de la electricidad y el petróleo.

– Estandarización de los productos; se redujo la oferta a un tipo de materias tipo, es decir, se unificaron los modelos productivos con el fin de facilitar y acelerar los procesos de fabricación. Éste fenómeno nos lo describe ampliamente el periodista español Julio Camba en un capítulo de La ciudad automática.

– Organización más racional del trabajo; se aplicaron los principios de Taylor: cronometrar los tiempos de cada operación con el fin de establecer un ritmo estándar; eliminación de los tiempos muertos y de los movimientos inútiles; cálculo de cada movimiento; mano de obra no especializada, ya que los movimientos a realizar, en general muy sencillos, no la requerían. De éstos obreros inexpertos nos habla Louise Ferdinand Céline en Viaje al fondo de la noche cuando narra cómo, a pesar de sus limitaciones, fue contratado en la fábrica de automóviles Ford en Detroit.

– Organización en cadena del trabajo siguiendo el método fordista, es decir, descomponiendo éste en procesos. Tanto la narración de Louise Ferdinand Céline en Viaje al fondo de la noche como el film de Charles Chaplin Tiempos modernos, son buenos ejemplos de esto.

– Concentración empresarial, bien por medio de trust, holding o konzert, que acabó por generar grandes empresas. Este proceso se vio favorecido, además, por los avances tecnológicos, productivos, y por la necesidad de controlar a la competencia.

Consumo y sociedad de masas.

El segundo aspecto a tener en cuenta era el consumo; es decir, que la demanda absorbiese la oferta empresarial. Con éste fin se desarrollaron los siguientes mecanismos:

– Imparable progreso de la publicidad, que pasó a utilizar medios como la prensa, la radio, los carteles y los luminosos. Se realizaron importantes inversiones en éste campo, que, como se fue comprobando más adelante, acabaron siendo muy rentables. Los principales productos anunciados fueron: los alimentos, los chocolates, los chicles, las bebidas, los tabacos, los productos de belleza e higiene, los perfumes, la ropa y los complementos, el menaje y el hogar, el sonido, los automóviles, las camionetas, y los complementos para vehículos.

– Creció la capacidad adquisitiva de la población gracias al desarrollo del crédito y la caída en desuso de la costumbre del ahorro. Se trataba de poner de moda el consumo-disfrute, en el que jugó un papel fundamental la facilidad dada al consumidor de poder comprar a plazos. De ésta manera, las sociedades de crédito y el crédito mismo se extendieron por el mundo, generalizándose el endeudamiento. Todo éste complejo sistema permitió que la demanda creciera enormemente, ya que la mayoría de la población tenía acceso a casi todos los productos.

– Los cambios en las condiciones de vida, en el trabajo y en el grado de urbanización –mayor durante éstos años-, permitió que se desarrollara con fuerza la civilización de masas.

– El desarrollo de los medios de comunicación fue otro de los factores que posibilitó el aumento de la demanda y la aparición de la cultura de masas. La prensa, la radio, el cine, la industria del ocio… todos se adecuaron a los nuevos tiempos, pasando a formar parte de todo éste engranaje publicitario. Al igual que la sociedad, los medios sufrieron un importante cambio: surgió la prensa de masas, portadora de grandes titulares y rebosante de sensacionalismo; la radio, medio de comunicación estrella de la época, se generalizó entre la población, llegando a convertirse en un medio accesible para todos; y el cine por su parte se convirtió en un importante elemento de ocio.

– Todo esto permitió la difusión del americanismo como forma de cultura: música, moda, entretenimientos…

Marco internacional.

Hemos señalado anteriormente, a modo de tercer elemento necesario para el desarrollo del americanismo, la importancia de que existiese un marco institucional que aportase la seguridad necesaria para las transacciones internacionales. De ésta manera, y tras el caos de la posguerra, se trató de restablecer el patrón oro y reducir la inflación en las distintas naciones con el fin de poder poner en marcha estos mecanismos. Se buscaba, en definitiva, volver a la normalidad económica de la preguerra que tan difícil estaba resultando alcanzar. Los dirigentes de los distintos estados pusieron las bases de éste proceso en la Conferencia Internacional de Génova (1922), donde se acordó como fin para todos los países:

– Alcanzar la estabilidad monetaria.

– Restablecer la convertibilidad de las monedas en oro.

En lo que respecta al primer elemento, hay que señalar que afectaba principalmente, aunque no exclusivamente, a la Europa centro-oriental. De ésta forma, entre 1921 y 1924, se sanearon las finanzas de Polonia, los países bálticos, Checoslovaquia, Hungría y Alemania. Además, con el fin de solucionar los problemas de las indemnizaciones de guerra, se negoció con los alemanes el Plan Dawes, que debía regir desde ese momento el pago de las reparaciones.

En lo referente al segundo aspecto, cabe subrayar que se confirmó la supremacía americana como centro financiero mundial en detrimento de Londres. Los EE.UU. pasaban a ser el principal inversor del mundo, destacando sus inversiones en Europa, América del Sur, Canadá y la India. Con estas medidas se logró alcanzar, por fin, una estabilidad sobre la que se pudo edificar el entramado económico de los años veinte.

Deficiencias del sistema

El sistema económico surgido en la Conferencia Internacional de Génova se mantuvo vigente durante la década de los años veinte. Sin embargo, a causa de diversos factores, no acabó de funcionar a la perfección. Los principales elementos que impidieron el desarrollo de éste modelo económico, y por tanto su pervivencia, fueron:

– El constante estado de depresión económica que se vivió de los años veinte, cuya principal manifestación fue el elevado precio de los productos.

– La escasa adaptación de la estructura económica europea al modelo americano. Europa, poco desarrollada en los sectores industriales en auge, continuó rigiéndose por el modelo británico, es decir, el de preguerra.

– Limitaciones de la demanda a causa del alto número de desempleados, el elevado índice de pobreza, la ruina de los agricultores, y la escasa capacidad adquisitiva de buena parte de la población.

– Otros obstáculos que impidieron éste desarrollo fueron: el proteccionismo y altos aranceles existentes, la interrupción de los trasvases migratorios ante la nueva política de EE.UU. hacia los inmigrantes, y el mal funcionamiento del sistema de pagos.

A largo plazo, la consecuencia de estos desequilibrios del sistema será la llegada de la Gran Depresión.

Bibliografía:

[1] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[2] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[3] El periodo de entreguerras en Europa; Martin Kitchen – Madrid – Alianza Editorial – 1992.

[4] Sociedad y cultura en la República de Weimar: el fracaso de una ilusión; José Ramón Díez Espinosa – Valladolid – Universidad – 1996.

[5] La ciudad automática; Julio Camba – Madrid – Espasa-Calpe – 1950.

[6] Viaje al fondo de la noche; Louise Ferdinand Céline – 1932.

[7] Un sí menor y un No mayor; Georg Grosz – Madrid – Anaya – 1991.

El surgimiento de nuevos Estados


El final del conflicto bélico, y la inmediata firma de los distintos tratados de paz entre las potencias vencedoras y vencidas, configuró un nuevo mapa de Europa. A partir de los grandes imperios plurinacionales de finales del XIX –en su mayoría derrotados en la Gran Guerra- surgieron una serie de nuevas y, por lo general, pequeñas naciones. También se reestructuraron las fronteras entre los países que existían antes del estallido del conflicto. Toda esta transformación del mapa Europeo se efectuó por medio del llamado Sistema de Versalles, que anuló la paz de Brest Litovsk. Sin embargo, como en lo referente al aspecto territorial Versalles ratificó las pérdidas rusas contenidas en el tratado germano-soviético, podemos distinguir dos grandes elementos en la transformación territorial de Europa: la paz de Brest-Litovsk y el sistema de Versalles.

La paz de Brest-Litovsk; sancionó la aparición de cinco nuevos Estados a partir de la desmembración del antiguo Imperio ruso: Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania y Polonia. Además, los soviéticos se comprometieron en virtud de este tratado a ceder Besarabia a Rumania.

El sistema de Versalles; el complejo entramado político y territorial que funcionó en Europa desde finales de la Gran Guerra hasta el advenimiento de Adolf Hitler, estuvo marcado por las discrepancias surgidas entre las potencias vencedoras durante su proceso de formación. De esta manera, mientras David Lloyd George buscó defender los intereses británicos, y Woodrow Wilson hacer realidad sus catorce puntos, Georges Clemenceau basó toda su actuación en alcanzar la seguridad de Francia, para lo que vio necesario hundir a Alemania. Además, otras potencias de menor rango, como Italia o Japón, vieron con creciente descontento como los esfuerzos de la guerra resultaban poco productivos tras la firma del tratado: esperaban sacar más partido de la victoria del que realmente les permitió la paz. No obstante, los vencedores lograron superar sus discrepancias y alcanzar los siguientes acuerdos:

– Alemania; además de cargar sobre hombros alemanes la responsabilidad de la guerra, Versalles sometió a Alemania a una dura amputación territorial. La nación germana perdió numerosos territorios europeos, poblados además por una mayoría étnica alemana, y todas sus colonias. A todo esto habría que añadir las pérdidas económicas y demográficas de éstas pérdidas, y las humillantes cláusulas del diktat: desmilitarización, reparaciones económicas, reconocimiento de la propia culpabilidad del conflicto…

– Austria-Hungría; éste imperio, como paradigma de plurinacionalidad y plurietnicidad, estaba condenado tras su derrota a un complejo proceso de disolución territorial. A partir de la antigua Austria-Hungría surgieron tres naciones: Austria, Hungría y Checoslovaquia. Pero, además, el antiguo imperio tuvo que ceder buena parte de sus territorios a los países vecinos.

– Bulgaria; en la paz de Neully los búlgaros fueron tratados con especial dureza por las potencias vencedoras. A las pérdidas territoriales se unieron fuertes sanciones económicas que, para una nación como Bulgaria, constituyeron un muro en su proceso de desarrollo.

– Turquía; el caso turco (Paz de Sevres) fue muy similar al de las tres potencias anteriores. Sin embargo, en lo que respecta a sus pérdidas territoriales, hay que señalar que, tras la victoria lograda en la guerra contra Grecia (1920-1922), Turquía recuperó buena parte de sus antiguos territorios (Paz de Lausana, 1923).

Bibliografía:

[1] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[2] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

Causas de la Guerra


Causa inmediata.

La crisis diplomática del verano de 1914, provocada por el asesinato del Archiduque Francisco Fernando en Sarajevo a manos de un nacionalista serbio el 28 de junio de ese mismo año, fue la causa inmediata del comienzo de la Gran Guerra. Así narra Stefan Zweig las repercusiones del atentado en Viena:

(Stefan Zweig, El mundo de ayer) “Unas semanas más y el nombre y la figura de Francisco Fernando habrían desaparecido para siempre de la Historia. Pero luego, aproximadamente al cabo de una semana, de repente empezó a aparecer en los periódicos una serie de escaramuzas, en un crescendo demasiado simultáneo para ser del todo casual. Se acusaba al gobierno serbio de anuencia con el atentado y se insinuaba con medias palabras que Austria no podía dejar impune el asesinato de su príncipe heredero, al parecer tan querido. Era imposible sustraerse a la impresión de que se estaba preparando algún tipo de acción a través de los periódicos, pero nadie pensaba en la guerra”.

A estos hechos, tras un breve periodo de calma –señalado ya por el intelectual austríaco-, siguió un enrarecimiento del ambiente y un ultimátum presentado por los austrohúngaros al gobierno de Belgrado. La negativa de los serbios a someterse a unas condiciones que creían inaceptables dejó las manos libres a Austria para bombardear la capital serbia el 28 de julio. Fue entonces cuando se vieron claramente las consecuencias del complejo sistema de alianzas que entrelazaba a los distintos países europeos: a la guerra en la que estaban inmersas Austria y Serbia se sumaron en los días posteriores Rusia, Alemania, Francia e Inglaterra. Ese ajetreo diplomático es el que en El mundo de ayer nos continúa describiendo Stefan Zweig:

“Pero las malas noticias se iban acumulando y cada vez eran más amenazadoras. Primero el ultimátum de Austria a Serbia, después la respuesta evasiva, los telegramas entre monarcas y, al final, las movilizaciones ya apenas disimuladas”.

Como ya hemos indicado más arriba, el mecanismo de las alianzas entró en funcionamiento después de que Austria declarase la guerra a Serbia: Rusia se movilizó para ayudar a los serbios; mientras que el 1 de agosto Alemania declaró la guerra a los rusos con el fin de respaldar a Austria-Hungría. Francia, que estaba comprometida con Rusia, extendió la guerra al frente occidental el 3 de agosto. Al día siguiente, los ejércitos alemanes invadieron Bélgica, acto que llevó a los británicos a declarar la guerra a Alemania.

De esta manera, las grandes potencias, que llevaban décadas sin protagonizar grandes enfrentamientos entre sí, se prepararon para una guerra a la que, según aseguraban unos y otros, habían sido empujados…

(Canciller Bethmann Hollweg, discurso ante el Reichstag en 1914) “Durante cuarenta y cuatro años, desde la época en que luchamos por ganar el Imperio alemán y acceder a nuestra posición en el mundo, hemos vivido en paz y protegido la paz de Europa. En la búsqueda de la paz hemos sido firmes y poderosos, lo que ha despertado la envidia de otros. Con paciencia nos hemos enfrentado al hecho de que, bajo el pretexto de que Alemania deseaba la guerra, se haya despertado la enemistad contra nosotros tanto en el Este como en el Oeste, y se hayan forjado nuestras cadenas. El viento entonces esparcido ha terminado ahora por desencadenar el torbellino (…) ha llegado el momento en que debemos hacerlo, contra nuestro deseo, y a pesar de nuestros sinceros esfuerzos. Rusia ha prendido fuego al edificio. Estamos en guerra con Rusia y Francia, una guerra a la que se nos ha forzado”.

…y así también lo creían los ciudadanos de las distintas naciones contendientes:

(Stefan Zweig, El mundo de ayer) “…un gran respeto hacia los “superiores”, los ministros, los diplomáticos y hacia su juicio y honradez, animaba todavía al hombre de la calle. Si había guerra, por la fuerza tenía que ser contra la voluntad de sus gobernantes; ellos no podían tener la culpa, nadie del país la tenía. Por lo tanto, los criminales, los instigadores de la guerra tenían que ser de otro país; era legítima defensa alzarse en armas…”

Los dirigentes de los países beligerantes comenzaron a lanzarse mutuamente acusaciones: cada uno culpó al contrario del estallido del conflicto. Desde los gobiernos se afirmó que la entrada en la guerra era simplemente una medida defensiva, que habían sido sus enemigos los que les habían forzado a luchar, que ellos no deseaban el conflicto. Cada cual utilizó los medios propagandísticos de los que disponía para defender su postura y atacar a sus rivales. Y esa constante propaganda acabó por calar en esa crédula población descrita por Stefan Zweig, que respaldó unánimemente las decisiones de sus dirigentes.

Causas profundas.

No obstante, el mundo occidental vivía ya un estado de guerra virtual antes de los sucesos de 1914. Es más, teniendo en cuenta la situación internacional de principios del siglo XX, que se desencadenase un conflicto de grandes dimensiones era algo bastante probable. Por lo tanto, podemos afirmar que el atentado de Sarajevo fue tan solo el desencadenante, la excusa, de una guerra cuyas causas fueron mucho más profundas y complejas. Veamos como describe ese ambiente prebélico Stefan Zweig:

(Stefan Zweig, El mundo de ayer) “De repente todos los Estados se sintieron fuertes, olvidando que los demás se sentían de igual manera; todos querían más y todos querían algo de los demás. Y lo peor fue que nos engañó precisamente la sensación que más valorábamos todos: nuestro optimismo común, porque todo el mundo creía que en el último momento el otro se asustaría y se echaría a atrás; y, así, los diplomáticos empezaron el juego del bluf recíproco. Hasta cuatro y cinco veces en Agadir, en la guerra de los Balcanes, en Albania, todo quedó en un juego; pero en cada nueva ocasión las alianzas se volvían cada vez más estrechas y adquirían un carácter marcadamente belicista. En Alemania se introdujo un impuesto de guerra en pleno período de paz y en Francia se prolongó el servicio militar; a la larga, el exceso de energía tenía que descargar…”

Causa jurídica.

Según lo firmado en Versalles al término de la Gran Guerra, la política hegemónica y expansionista alemana había sido la causante del conflicto, que formaba parte de los planes alemanes para alcanzar dichos objetivos. Por lo tanto, era sobre Alemania donde había de recaer el peso de la guerra, y, en consecuencia, la mayor parte del pago de las reparaciones a los vencedores.

Dejando de lado si fue o no fue esa política del II Reich la causante del enfrentamiento, vamos a tratar de analizarla para conocer mejor en que consistía y en que se basan aquellos que afirman que ahí se ha de buscar una de las causas del conflicto. Por medio de esta política, diseñada por Fisher, el gobierno alemán buscaba alcanzar los siguientes objetivos mediante la guerra:

– Los objetivos internos: fomentar un sentimiento nacional que ahogase el creciente peso social del socialismo; estimular una situación económica estancada, en gran medida, causada por el aislamiento al que las potencias de la Entente Cordial –Inglaterra, Francia y Rusia- tenían sometida a Alemania; destruir el cerco territorial en el que se encontraba Alemania: situada entre las fuerzas de la Entente Cordial.

– Los objetivos externos: creación de una potencia hegemónica pangermánica en Centroeuropa; someter a Bélgica a la condición de Estado vasallo; lograr la sumisión de Francia, que pasaría a ser un Estado dependiente de Alemania; creación de una serie de estados tapones entre Alemania y Rusia; creación de un imperio alemán en África, cuya base inicial habría de ser el Congo belga; movilización económica en favor del desarrollo alemán de los distintos territorios ocupados.

Causa territorial.

Otra de las causas de la Gran Guerra hay que buscarla en la existencia de numerosos contenciosos territoriales mal solucionados o sin solucionar a la altura de 1914. A continuación señalaremos los tres más importantes:

– Cuestión de Alsacia y Lorena; tanto Francia como Alemania reclamaban la soberanía sobre estos territorios, en poder de la segunda tras la guerra de 1870. De esta forma, mientras los alemanes buscaban germanizar a la población autóctona, los franceses trataban de mantener vivo el sentimiento nacional galo entre esa gente. Esta doble presión influyó notablemente sobre los oriundos de esas regiones, cuya situación describe Stefan Zweig de la siguiente manera:

(Stefan Zweig, El mundo de ayer) Pero esa situación ambigua era difícil sobre todo para los alsacianos y más aún para aquellos que, como René Schickele, tenían el corazón en Francia y escribían en alemán. En realidad, era porque la guerra había estallado a causa de su país, y su guadaña les partía el corazón. Hubo intentos de atraerlos a la derecha y a la izquierda, de obligarlos a manifestarse a favor de Alemania o de Francia, pero ellos abominaban una disyuntiva que les resultaba imposible.

– Cuestión polaca; tres potencias se repartían el territorio de Polonia, y las tres con posiciones divergentes en torno al problema polaco: los alemanes buscaban germanizar la Polonia prusiana; los austríacos trataban con benevolencia a la población de Galitzia, lo que propició en nacimiento del nacionalismo polaco que tanto perjudicaba a la posición de los zares; los rusos intentaban expandirse por el territorio polaco, chocando así con los alemanes en su afán de conquista y con el nacionalismo fomentado por los austríacos.

– Cuestión balcánica; en esta zona se enfrentaron por el control del territorio dos naciones: Austria y Serbia, contando esta última con el apoyo ruso. La monarquía de los Habsburgo, buscando una salida al mar, se anexionó Bosnia en 1908. Sin embargo, esto chocaba con las aspiraciones del naciente nacionalismo panserbio. Surgió, de esta manera, la enemistad que, a la postre, acabó desencadenando el conflicto.

Causa económica.

La economía jugó sin duda un papel fundamental en el inicio y desarrollo del conflicto. Fue, entre otras, la rivalidad económica entre las grandes potencias lo que las llevó a enfrentarse; pero además, fue también su propio potencial económico el que les permitió mantener el frente durante un periodo de tiempo tan largo.

En lo que al estallido de la guerra se refiere, la economía jugó, como ya hemos indicado, un papel fundamental en base a la rivalidad entre las potencias. No obstante, con el fin de no extendernos en exceso con el estudio de varias naciones nos limitaremos a analizar el caso más representativo e importante: el de Alemania y Gran Bretaña. El crecimiento experimentado por los germanos a lo largo de las décadas anteriores a la Gran Guerra, y el peligro que esto constituía para los intereses comerciales británicos fue una de las razones que llevaron al enfrentamiento entre ambas potencias.

Manifestaciones del crecimiento económico alemán posterior a 1890:

– Grandes avances en la fundición del acero y la construcción de innovaciones en maquinaria industrial y agrícola.

– Importante desarrollo industrial y comercial. En muchos casos esto se basaba en la técnica del dumping y en la invasión de mercados:

(E. Williams, Made in Germany) “…los juguetes, las muñecas, los libros de estampas que leen nuestros niños y hasta el papel en que se escribe la prensa más patriótica, todo viene de Alemania. Desde el piano del salón hasta la olla de la cocina son made in Germany”.

– Importante peso demográfico alemán; lo que suponía contar con una abundante mano de obra.

Manifestaciones de la competencia anglo-germánica por el control del comercio mundial:

– Proteccionismo imperante durante los primeros años del siglo XX, y más especialmente a partir de 1910.

– Alemania se encontraba aislada a causa del proteccionismo ejercido por los grandes imperios, lo que se agravaba por la ausencia de un imperio colonial alemán con el que poder comerciar. De esta forma, a los germanos, para salir de ese aislamiento que paralizaba su economía, no les quedaba más salida que la guerra.

Causa Psicológica.

La década anterior a la Gran Guerra estuvo marcada por una serie de crisis internacionales que, si bien no desembocaron en un gran conflicto, favorecieron la consolidación de dos bloques enfrentados.

Podemos distinguir las siguientes crisis en política internacional entre 1905 y 1913:

– 1905-1906. Primera crisis marroquí.

– 1908-1909. Los Habsburgo anexionan Bosnia a su imperio.

– 1911. Segunda crisis marroquí.

– 1913. Segunda Guerra de los Balcanes.

Así, paulatinamente, se fue forjando una opinión pública que no sólo veía el enfrentamiento como algo inevitable, sino que lo deseaba como si de un bien se tratase: unos jefes de Estado que favorecieron el rearme y planificaron conscientemente las distintas políticas de alianzas en caso de que estallase el conflicto; unas autoridades militares que estudiaban con ahínco los planes de movilización a poner en práctica, las innovaciones armamentísticas y la forma de abastecer a las tropas del frente; unas masas populares plenamente empapadas de la propaganda nacionalista que les llegaba desde los medios… todo parece indicar que se vivía en un ambiente prebélico.

Además, a muchas de las naciones involucradas a posteriori en el conflicto les favorecía, en principio –luego resultó ser nefasta para todos-, el estallido de una guerra. De esta manera, nos encontramos con el caso de Alemania, aislada política y económicamente, cuya única salida era la ruptura violenta de su complicada situación internacional; el de Rusia, que tras su derrota con Japón necesitaba relanzar el sentimiento patriótico para acallar las voces revolucionarias; y el del Imperio Austro-húngaro, sumido en una importante crisis territorial que amenazaba con la descomposición de ese vasto domino plurinacional.

Por lo tanto, como factor de cohesión social, a casi todas las potencias les beneficiaba el surgimiento de un conflicto. Sin embargo, en lo relativo al momento –verano de 1914- y la duración del mismo, no todos resultaban igual de favorecidos. Así, el momento era idóneo para dos naciones como Alemania y Austria-Hungría siempre que el conflicto no se prolongase en exceso; mientras que para Rusia, Inglaterra y Francia la Gran Guerra estalló demasiado pronto, estando estos en pleno proceso de rearme.

Bibliografía:

[1] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[2] Los siete pecados capitales del Imperio Alemán en la Primera Guerra Mundial; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2006.

[3] La Primera Guerra Mundial; Hew Strachan – Barcelona – Crítica – 2004.

[4] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[5] Made in Germany; Ernest Edwim Williams – Harvester – 1973.

Una Europa pacificada salvo en la cuestión polaca


“La Europa de 1925 era ya una Europa pacificada. En lugar de los dictados de las paces de Brest-Litovsk y Versalles se habían establecido auténticos acuerdo de paz parcial en el este y el oeste: Rapallo y Locarno; Rapallo significaba, en pocas palabras, que Alemania renunciaba a sus planes de división y sometimiento de Rusia y que ésta le perdonaba dichos planes; Locarno significaba que Francia renunciaba a la frontera del Rin, y Alemania a Alsacia y Lorena (…) Pero examinados de cerca, en estos acuerdos de paz había una laguna: Polonia no estaba incluida. La Alemania de Weimar desestimó siempre un Locarno oriental (…) La paz con Polonia era para Alemania una paz forzosa que sólo mantendría mientras tuviera que hacerlo”.

Como bien se puede leer en el fragmento anterior, tras los sucesivos acuerdos de paz la Europa de postguerra sólo tenía un frente abierto: Polonia. Todo había quedado cerrado en oriente y occidente. Alemania no podía reclamar nada, y de hecho no lo hizo hasta la llegada de Adolf Hitler al poder. Sin embargo, la cuestión polaca no estaba incluida dentro de toda esa ristra de tratados. Ahí se centro la ambición alemana, en el único frente abierto a su apetito.

Los alemanes no dudaban que, en la tarea de sojuzgar Polonia, iban a tener a los rusos como un poderoso aliado. Rusia tenía también muchas cuentas pendientes con los polacos. Por esa razón, la colaboración entre ambas potencias en caso de iniciarse las hostilidades contra Polonia se daba por segura. De hecho, así sucedió en septiembre de 1939 cuando los ejércitos del III Reich cruzaron el río Bug.

Bibliografía:

[1] El pacto con el diablo; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2007.

[2] Anotaciones sobre Hitler; Sebastian Haffner – Galaxia Gutenberg – Barcelona – 2002.

[3] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[4] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[5] Sociedad y cultura en la República de Weimar: el fracaso de una ilusión; José Ramón Díez Espinosa – Valladolid – Universidad – 1996.