Trabajo realizado por alumnos de 1º de Bachillerato del IES Juan Martín el Empecinado. Esta tarea se enmarca dentro de la “Experiencia cómic” desarrollada en coordinación con otros centros educativos durante el curso 2016-2017.
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Georg Simmel y la cultura objetiva
A la hora de explicar su teoría sobre la cultura objetiva, Georg Simmel parte de una verdad evidente: los seres humanos construimos la realidad social. Sin embargo, el sociólogo alemán afirma que ese mundo cultural generado por el ser humano llega a tener vida propia al margen de la voluntad de las personas. Es más, acaba dominando a los actores que contribuyeron a su génesis.
Esa acción coercitiva de la cultura objetiva sobre los seres humanos es identificada por Simmel en algunos elementos cotidianos: el lenguaje, las tradiciones, los dogmas religiosos, los sistemas legales, los productos científicos, los avances tecnológicos…
La expansión de la cultura objetiva y la “tragedia de la cultura”.
Según la teoría de Georg Simmel, la cultura objetiva se expande en mayor medida cuando aumenta el nivel de modernización de la sociedad. En estas circunstancias, crece el número de elementos que la componen, al tiempo que se van engarzando hasta formar un todo más complejo e independiente.
El autor critica ese desarrollo de la cultura objetiva porque entiende que amenza a la individual. Simmel es partidario de que esta última domine el mundo, pero es plenamente consciente de que ese objetivo es inalcanzable en el estado de modernización en el que nos encontramos. En concreto, utiliza una expresión para denominar a esa situación: “tragedia de la cultura”.
Mediante un análisis de las formas de interacción que tienen lugar en la ciudad moderna, Simmel concluye que esta es el escenario ideal para el crecimiento de la cultura objetiva. Por tanto, la conclusión de su obra La metrópoli y la vida mental, es que las ciudades se caracterizan por una marcada decadencia de la cultura individual.
El predominio del dinero en la ciudad moderna.
El papel fundamental del dinero en las metrópolis ha producido, según Georg Simmel, un impacto de gran calado en las relaciones interpersonales. En primer lugar, contribuye a formar unos ciudadanos más calculadores en todos los aspectos de la vida. Además, las relaciones humanas pierden su frescura primigenia para adoptar actitudes distantes, frías y marcadas por la desconfianza. Por último, la influencia del dinero en la ciudad moderna conduce a la génesis de un intelectualismo superficial.
No obstante, en medio de esta crítica al dinero, el sociólogo alemán reconoce que este trae consigo beneficios. Desde su punto de vista, en tanto que una economía basada en el dinero permite una serie infinita de intercambios, puede ser denominado el medio más puro de comercio.
Ahora bien, el intercambio es una de las bases más importantes para el nacimiento y desarrollo de la cultura objetiva. De tal modo que se puede afirmar que el dinero como forma de intercambio contribuye a la alienación de las personas.
La filosofía del dinero.
Al hablar de dinero, Georg Simmel distingue cuatro niveles: como unidad de valor, como dinero en sí mismo, como fenómeno relacionado a otros componentes de la vida y, finalmente, como elemento que nos permite entender la sociedad en su conjunto.
A partir de ahí desarrolla su filosofía del dinero que, en muchos puntos, corre paralela a las doctrinas de Karl Marx. En concreto, los dos autores pusieron especial empeño en denunciar los problemas que genera el capitalismo y la economía monetaria.
Sin embargo, existen grandes diferencias entre ambos autores. De esta manera, mientras Simmel sostiene que los problemas denunciados son consecuencia de una crisis general más amplia –“tragedia de la cultura»-, Marx defiende que están únicamente basados en el capitalismo. Por tanto, este último considera que podrían ser superados con el advenimiento del comunismo, mientras que Simmel los considera inherentes a la vida humana y, por tanto, sin solución posible.
El valor del dinero.
Dentro de su filosofía del dinero, Georg Simmel establece una relación entre este y el valor. En concreto, afirma que los seres humanos, al fabricar objetos y separarnos de ellos, les aportamos un valor. A partir de ahí, la dificultad para obtener un determinado bien será lo que determine su cuantía.
No obstante, esos obstáculos para hacernos con él tienen un límite superior y otro inferior. Así, las cosas más próximas, aquellas que son fáciles de obtener, no son muy valiosas, al igual que las inaccesibles, ya que no aspiramos realmente a poseerlas. Los objetos más valiosos son, por tanto, los situados en un punto intermedio entre los dos enunciados. Su valor dependerá de factores como su escasez, las dificultades y el tiempo para lograrlo, las otras cosas a las que hemos de renunciar para obtenerlo…
Precisamente en el ámbito del valor, Georg Simmel estudió el papel del dinero. Por un lado, afirma que este sirve tanto para generar la distancia que nos separa de ellos como para poseerlos. De esta manera, el valor de las cosas se convierte en dinero, y gracias a él el comercio se desarrolla de un modo más natural y fluido.
El dinero como un fin en sí mismo.
El sociólogo alemán advierte de los peligros que conlleva entender el dinero como un fin en sí mismo. Al respecto, enumera las siguientes consecuencias:
- Cinismo: todo tiene su precio; cualquier cosa se puede comprar o vender en el mercado.
- Apatía; pérdida de la noción de valor de los objetos.
- Fomento de relaciones cada vez más impersonales.
- La economía pecuniaria lleva a un aumento de la atomización y esclavización; es decir, a una pérdida de libertad individual.
- La reducción de todos los valores humanos a términos pecuniarios
- La influencia sobre el estilo de vida de las personas.
La escisión de la AIT
El enfrentamiento Marx-Bakunin.
Pronto se puso de manifiesto que la Internacional estaba muy lejos de ser homogénea ideológicamente. Las delegaciones de los países más industrializados, como Gran Bretaña o Alemania, apoyaban las ideas de Marx, mientras que las de los países agrícolas (Francia, Italia, España) estaban bajo la influencia anarquista.
El enfrentamiento entre Marx y Bakunin fue el debate más fuerte y el de mayor trascendencia política.
Bakunin condenaba la participación en las elecciones y en las luchas políticas para conseguir reformas sociales. Propugnaba la abolición del Estado y no su conquista, al tiempo que se mostraba hostil ante cualquier tipo de autoridad, combatiendo, en consecuencia, al Consejo General de la AIT. Defendía el poder directo de las secciones nacionales y negaba la necesidad de un comité permanente, al que acusaba de ser dictatorial.
El estallido, en 1870, de la guerra franco-prusiana hizo entrar en crisis a la Primera Internacional:
- En primer lugar, fracasó la propuesta internacionalista que propugnaba que los obreros de los dos bandos no debían combatir entre ellos al tratarse de una guerra burguesa.
- En segundo lugar, el fracaso del levantamiento obrero de la Comuna de París fue un golpe muy duro para la AIT.
La Internacional fue declarada fuera de la ley, acusada de ser la instigadora de la Comuna y sus miembros fueron duramente perseguidos.
La escisión del internacionalismo.
Pero fue el agravamiento de las diferencias internas lo que dio el golpe definitivo a la AIT. En el Congreso de La Haya (1872), fueron expulsados los bakunistas de muchas secciones (belga, española, suiza e italiana), que formaron una nueva organización: Internacional Antiautoritaria. Esta tuvo una vida muy efímera, ya que celebró su último congreso en 1881.
Por otro lado, Marx, ante la persecución que sufrían en Europa la Internacional y sus miembros, decidió trasladar el Consejo General a Nueva York, hecho que provocó su lenta extinción. Además, estaba convencido de que la lucha revolucionaria del proletariado debía fundamentarse sobre un nuevo tipo de organización: los partidos obreros.
Con la ruptura de la Internacional se había consolidado la primera gran escisión del movimiento obrero entre anarquistas y marxistas.
El origen de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT)
La experiencia acumulada durante la primera mitad del siglo XIX, así como sus objetivos comunes, hizo ver a las organizaciones obreras de diferentes países la necesidad de fortalecer la solidaridad obrera a nivel internacional.
La celebración en Londres de una Exposición Universal (1864) sirvió para establecer lazos entre los dirigentes obreros del Continente. De esta manera, en un mitin político celebrado aquel año en Londres se acordó crear una Asociación Internacional de Trabajadores y se encargó a un Consejo General, encabezado por Karl Marx, la misión de poner en marcha la nueva organización.
La AIT estaba integrada por elementos de diversas tendencias (socialistas, anarquistas y sindicalistas) y se organizaba en federaciones por países miembros. Fue también Marx el que redactó los estatutos y el manifiesto inaugural, en el que dejó claros los dos principios básicos de la organización:
- La emancipación de la clase obrera tenía que ser obra de los mismos trabajadores.
- La conquista del poder político era el primer objetivo de la clase obrera para poderse liberar de su opresión económica.
Se han dado cifras muy diversas sobre cuál fue el número de afiliados que llegó a tener la Internacional. En realidad, la mayoría de los autores coinciden en señalar que su fuerza fue más moral que real y que el número de miembros fue reducido.
De todas maneras, es cierto que la organización intervino en la movilización obrera y en la preparación de huelgas y manifestaciones en muchos puntos del Continente.
El primer congreso de la AIT se celebró en Ginebra en 1866, siendo sus acuerdos más importantes los siguientes:
- Jornada de 8 horas.
- Supresión del trabajo infantil.
- Mejora de las condiciones de trabajo de las mujeres.
- Lucha contra los ejércitos permanentes.
- Oposición a los impuestos indirectos.
El trabajo femenino e infantil durante la industrialización
En el Antiguo Régimen la actividad de las mujeres se desarrollaba en el ámbito del hogar y la familia. La única dedicación laboral fuera de ese entorno era el servicio doméstico o, si vivían en el campo, la colaboración en las labores agrícolas.
Con el inicio de la revolución industrial, los empresarios empezaron a demandar mano de obra femenina, de tal modo que algunas mujeres también accedieron al trabajo remunerado en las fábricas. Sin embargo, las condiciones laborales y el salario eran peores que los de los varones. Estos, por su parte, consideraban que la mano de obra femenina les planteaba una competencia ilegítima debido a su precio más bajo.
En el contexto de la industrialización tuvo lugar un debate social y político acerca del trabajo femenino. En concreto, se discutieron aspectos como los siguientes:
- Si las mujeres debían acceder al trabajo fuera del hogar.
- Qué trabajos remunerados eran actos para ellas.
- Qué consecuencias tendría la actividad laboral para las mujeres, sus familias y la sociedad en su conjunto.
Pensadores como Karl Marx se mostraron partidarios de excluir a las mujeres de las fábricas para evitar la degradación de la sociedad y de la familia.
Por su parte, los niños también padecieron la explotación laboral durante las primeras fases de la revolución industrial. Junto con las mujeres, trabajaban en las fábricas en jornadas de 14 y 15 horas diarias.
Además, en muchas ocasiones se les obligaba a realizar las tareas más duras y peligrosas, como introducirse dentro de las máquinas para limpiarlas o repararlas.
Las claves del marxismo
El pensamiento de Marx y Engels comprende tres aspectos fundamentales que hay que poner en relación para evitar empobrecerlos notablemente:
El análisis del pasado: el materialismo histórico.
Para Marx, el motor que hace evolucionar la historia es la lucha de clases. Toda la historia ha sido una lucha permanente entre las clases opresoras y las oprimidas. De este modo, la historia de la Humanidad ha sido la sucesión de diferentes modos de producción, que se caracterizan por la naturaleza de las relaciones de producción existentes.
A lo largo de la historia se han sucedido tres grandes modos de producción: esclavismo, feudalismo y capitalismo.
El paso de un sistema a otro tiene lugar cuando las contradicciones y los antagonismos de clase en el seno de un modo de producción acaban destruyéndolo. Entonces se configura una nueva clase dominante que controla los medios de producción y el aparato del Estado.
El capitalismo no es para Marx el punto de llegada de la evolución humana, sino una fase más que es preciso superar para llegar a un nuevo modo de producción, el socialismo. En él no existirán desigualdades sociales ni económicas.
La crítica del presente: el análisis económico del capitalismo.
La necesidad de analizar el presente, es decir, el modo de producción capitalista, movió a Marx a realizar una crítica de la economía política. Esta labora la llevó a cabo fundamentalmente en su obra magna: El capital.
Según Marx, el elemento clave de la explotación capitalista es la plusvalía, que consiste en la apropiación por parte del capitalista de una parte de las ganancias que producen los obreros.
Así, durante la jornada laboral, el obrero trabaja primero para producir las mercancías que equivalen a su salario. Pero después continúa trabajando, y este trabajo no pagado, constituye la plusvalía, única fuente de beneficio de los capitalistas.
El proyecto de futuro: la sociedad comunista.
Para poner fin a la explotación del hombre por el hombre, Marx proclamó la necesidad de que el proletariado, mediante la revolución, conquistase el poder político y económico. Una vez tomado el poder, debía crearse un nuevo Estado obrero al servicio de los trabajadores. Esto, a su vez, daría lugar a un nuevo modo de producción, el socialismo, en el que no existiría propiedad privada.
La primera misión de la revolución sería la socialización de la propiedad privada, que pasaría al Estado.
Ahora bien, el socialismo era para Marx tan sólo una etapa intermedia, ya que la desaparición de las diferencias sociales supondría la disolución de las clases sociales. Por tanto, sin clases, el Estado, como expresión de la dominación de una clase sobre otra, sería innecesario. Poco a poco este se iría autodisolviendo para dar paso a la sociedad comunista, es decir, igualitaria, sin clases y sin Estado.
La ideología marxista
Como consecuencia de la revolución industrial y de los cambios políticos acaecidos en los inicios de la sociedad contemporánea, se inició un proceso de transformación que puso fin a los estamentos. Aparecieron en su lugar las clases, grupos sociales organizados en función de la riqueza y el mérito. De entre ellos cabe destacar la burguesía y la clase trabajadora o proletariado, que sería el protagonista del movimientos obrero. Dedicaremos los siguientes minutos a resumir los postulados ideológicos de Karl Marx, centrándonos especialmente en su visión de la historia y la sociedad. En otros vídeos abordamos cuestiones como la sociedad de clases, la ciudad industrial, el origen del movimiento obrero, el ludismo, el origen del sindicalismo, el cartismo, el socialismo utópico, anarquismo e internacionales obreras.
El nacimiento del movimiento obrero
Todo lo referente al factor trabajo en época tardofeudal –precios y salarios principalmente- estaba establecido. Por tanto, resultaba sumamente difícil llegar a controlarlo. Sin embargo, esa rigidez del sistema económico del Antiguo Régimen chocaba de frente con el liberalismo económico, según el cual todos los factores de producción –trabajo, propiedad y capital- debían estar liberalizados.
Desde finales del siglo XVIII, los liberales tendieron a transformar las relaciones laborales para adecuarlas a su ideología. Se procedió a reubicar al Estado en su nuevo papel: defensor de la libertad de mercado. Por otro lado, como el mercado se regía por criterios armónicos, todo lo que fijase era justo, porque también era libre.
Llevando esta última idea al campo de las relaciones laborales, no cabe duda de que resulta sumamente injusta. Así, con el objetivo de luchar contra estas injusticias, nacieron las asociaciones obreras.
Estas, aunque de hecho siguieron existiendo, fueron prohibidas en un primer momento. Los parlamentos liberales consideraban que las asociaciones obreras la libertad del empresario, y que, por tanto, atacaban directamente al mercado de igual modo que en su momento habían hecho los gremios.
Más adelante, a finales del siglo XIX, llegaron a ser legalizadas, y consiguieron que los Estados comenzasen a intervenir en contra esas injusticias.
La protesta obrera toma forma política: el Cartismo
Hasta 1830 la tendencia preponderante del obrerismo inglés reducía sus proyectos a mejoras exclusivamente laborales. Sin embargo, hacia esa fecha la miseria de las clases obreras inclinó a los líderes hacia posturas más precisas de reforma política.
En 1831, durante la campaña sobre la reforma electoral, Lovett reclamó el sufragio universal, argumentando que la clase obrera producía la mayoría de la riqueza del país y sólo gozaba de una ínfima parte.
En 1838 fue redactado un documento histórico, la “Carta”, en el que se pedía, entre otras cosas, el sufragio universal y la supresión del certificado de propiedad para ser miembro del parlamento. Dentro de este movimiento cartista podemos distinguir dos tendencias:
- Los moderados (Lovett y Owen) ponían el acento en las cuestiones económicas, postulando la organización de cooperativas de producción y la supresión de los intermediarios.
- Los violentos (O´Connor y O´Brien) eran la tendencia más popular, y se inclinaban por los mítines y huelgas de carácter violento.
Finalmente, el Congreso cartista celebrado en 1839 optó por la segunda postura. Esto trajo consigo el comienzo de las actuaciones represivas por parte del gobierno inglés. Esto fue seguido del enfrentamiento entre violentos y moderados, que acabó por desbaratar toda opción de triunfo.
La I Internacional
Dos procesos contribuyeron de manera decisiva a la aparición de una organización internacional del movimiento: la conciencia obrera de que, en todas las naciones, los problemas de la clase trabajadora eran similares; y la experiencia de que la acción esporádica de las masas debía ser sustituida por una actividad organizada.
Por fin, tras numerosos contactos entre británicos y franceses, se convocó la primera reunión en Londres (28 de septiembre de 1864), a la que asistieron representantes de las trade unions inglesas, franceses de diversas tendencias, y numerosos políticos y líderes obreros de otras nacionalidades.
El grupo era excesivamente heterogéneo, pero, a pesar de eso, se logró formar un comité que elaborara los estatutos. Sin duda, el papel de Marx en la redacción de este documento fue fundamental, pudiendo resumirse su aportación en tres puntos:
- Defensa de que la Internacional no debía abolir las asociaciones nacionales, sino potenciar su actividad a escala mundial.
- Creencia en que la emancipación de la clase obrera sería única y exclusivamente labor de los trabajadores.
- Afirmación de que sin lucha por el poder político no habría emancipación.
El debilitamiento y disolución de la Primera Internacional se debió más a las disensiones internas que a la persecución externa. Los choques entre socialistas marxistas y anarquistas fueron creciendo en violencia, hasta que en el Congreso celebrado en La Haya (1872) estos últimos fueron expulsados de la A.I.T.
La II Internacional
En los últimos años del siglo XIX, ante el importante desarrollo del movimiento obrero, muchos sectores del mismo comenzaron a pensar en reinstaurar una organización supranacional que relacionase a los nacientes partidos obreros y sindicales de carácter nacional.
De esta manera, en el verano de 1889 los principales líderes y representantes del movimiento obrero reinstauraban, con una reunión en París, la Internacional. En estas reuniones se acordó la estructura de la nueva organización –de carácter flexible- y, con el fin de mantener la cohesión, la convocatoria de sucesivos congresos. Además, otras de las cuestiones que ocuparon estos congresos fueron:
- El debate en torno a las versiones ortodoxas y revisionistas del pensamiento de Marx.
- La toma de posición ante los problemas de la época: colonialismo y conflictos bélicos a escala mundial.
- La posibilidad de participar en gobiernos de coalición con partidos de la izquierda burguesa.
La disolución de la Segunda Internacional vino marcada por dos hechos: la Gran Guerra y la Revolución Soviética. El primer suceso supuso la victoria del nacionalismo sobre la solidaridad obrera, mientras que del segundo surgió la Tercera Internacional o Internacional Comunista.
Friedrich Engels y el socialismo utópico
Hemos de buscar el origen de la expresión “socialismo utópico” en los escritos de Engels, quien utilizó esa denominación al referirse a una serie de propuestas socialistas surgidas en la primera mitad del siglo XIX. En Socialismo utópico y científico (1880) este autor afirma que proceden de la Ilustración.
Por tanto, recurriendo a la clasificación elaborada por Karl Mannheim, estaríamos ante utopías de tipo racionalista.
Al respecto, es interesante señalar que las utopías no siempre son reconocidas como tales por quienes las proponen, sino que suelen ser designadas así por sus adversarios. Llevando eso al campo de la lucha por el poder, los grupos que están en ascenso propugnarían utopías, mientras que los gobernantes defenderían postulados ideológicos.
En el caso concreto que nos ocupa, el fracaso de la Ilustración durante la Revolución Francesa condujo a la sustitución de la razón por la utopía. A su vez, en ese proceso de cambio, el genio individual terminó por sustituir a los grupos en ascenso. Es precisamente en ese punto donde se detiene, en primer lugar, la atención de Engels.
El segundo punto en su estudio de este tipo de socialismos es lo que denomina la “ilusión utópica”.
Es decir, la creencia de que la verdad deberá ser reconocida por el mero hecho de ser verdad, con independencia del poder y de las fuerzas históricas. De esta manera, para el defensor de la utopía cualquier momento es bueno para la revolución. No será necesario prepararla, ni siquiera estudiar las condiciones propicias para alcanzar el éxito. Bastará con esperar, pues la verdad terminará imponiéndose.
Para Engels la utopía en la teoría socialista es propia de un periodo de falta de madurez, cuya principal manifestación era la incapacidad de las clases para sustentar el programa revolucionario. De ahí el protagonismo del genio individual, así como de la confianza ciega en el triunfo de sus postulados. En definitiva, la utopía sería un fenómeno propio del estado de inmadurez.
En Socialismo utópico y científico, Engels da tres ejemplos: Saint-Simon, Fourier y Owen.
Señala que todos surgieron durante el periodo de la Restauración. Pretende confirmar así la relación que establecía al principio entre el fracaso de la Ilustración francesa y la utopía. Ahora bien, existen notables diferencias entre ellos; especialmente entre Saint-Simon y Fourier.
El primero opta por la vía racional, mientras que el segundo se guía más por ideales románticos. De esta manera, Saint-Simon defiende que el esfuerzo ha de consistir en convencer a los demás: esto ha de ser así porque la imaginación, y no la violencia, es la que llevará a la ruptura con el pasado.
Un repaso de las ideas de Fourier nos llevará a descubrir a un autor más apasionado, menos moderado en sus planteamientos.
Por ese motivo, aunque la aportación de Engels posee un indudable valor, fracasa al no lograr distinguir con precisión los matices de cada autor y las notables diferencias que los separaban.
El problema del conocimiento en Jürgen Habermas
El planteamiento de Jürgen Habermas se sitúa a medio camino entre la postura de Weber acerca de la legitimación y la de Geertz sobre la ideología como identificación.
Desde su punto de vista, la brecha entre pretensión y creencia sólo puede comprenderse cabalmente al término de un proceso de crítica. A su vez, en la línea de lo que desarrollará después Geertz, sugiere que en el fondo la ideología se refiere a la comunicación y a la mediación simbólica de la acción.
El marco conceptual de Habermas es metacrítico; es decir, somete la crítica del conocimiento a una autorreflexión. Esa idea de filosofía entendida como una crítica tiene su origen en Horkheimer y la Escuela de Frankfurt, si bien Habermas la hace derivar de la tradición kantiana. Precisamente uno de sus retos es encajar en ella el marxismo, al que no considera una ciencia especulativa, sino crítica.
Relación entre Habermas y Marx: sus grandezas
Habermas contrapone el materialismo a las operaciones intelectuales del idealismo hegeliano y, a partir de ahí, reemplaza el yo trascendental como asiento de la síntesis del objeto por la productividad de un sujeto que trabaja y que se materializa en esa labor.
Sin embargo, su interpretación es posmarxista, pues reconoce las realizaciones positivas –sus grandezas-, al tiempo critica sus limitaciones (debilidades). No desarrolla, por tanto, una repetición de Marx sin más, sino que se trata de una repetición crítica.
Para Habermas la grandeza de Marx está en dar con la solución del problema de la síntesis: no es una autoconciencia, sino una actividad; la praxis es lo que da la síntesis. La caracterización de la especie humana concreta como portadora de la síntesis tiene varias ventajas:
- Al mismo tiempo tenemos una categoría antropológica y otra epistemológica. Al afirmar que el trabajo produce la síntesis del objeto, no solo nos detenemos en la actividad económica humana, sino que también comprendemos la naturaleza de nuestro conocimiento: el modo en que aprehendemos en el mundo.
- Nos aporta una mejor interpretación del concepto Lebenswelt (mundo de la vida) de Husserl. Entender el trabajo como síntesis evita caer en el error de considerar esa noción como ahistórica. Es más, Habermas resalta que Marx nos enseña que debemos hablar de la humanidad en términos históricos. Y esa historización de los trascendente es posible porque el marxismo vincula la historia con las fuerzas de producción.
- Asigna a la dimensión económica el papel que el idealismo de Hegel reservaba a la lógica.
Relación entre Hegel y Marx: sus limitaciones
La objeción principal de Habermas es que Marx redujo el concepto de actividad a la producción, reduciendo así el alcance de su descubrimiento en la cuestión de la síntesis. Esto es así porque identifico el trabajo con la mera acción instrumental.
Además, insiste en establecer una distinción entre relaciones y fuerzas de producción, que en Marx se identifican.
Por las primeras entiende el marco institucional del trabajo, el hecho de que este exista dentro de un sistema de libre empresa o dentro del sector público. Este no se limitará únicamente al marco jurídico, sino que es lo que Habermas llama estructura de la acción simbólica y tradición cultural. En definitiva, el término “institucional” ha de entenderse en un sentido más amplio que el meramente jurídico o legal.
Solo dentro de un marco conceptual que distingue entre relaciones y fuerzas de producción donde podemos hablar de ideología, pues está se da en el primer ámbito, no en el segundo. Es precisamente en ese punto donde Habermas entiende que el trabajo humano es más que la mera acción instrumental, pues no podemos trabajar sin aportar nuestras relaciones e interpretación simbólica del mundo. Cuando trabajamos lo hacemos dentro de un sistema de convenciones.
En esa misma línea, Habermas afirma que, en la medida en la que reducimos la praxis a la producción material, a acción instrumental, el modelo es el de las ciencias naturales.
Esa es la conversión que critica en Marx, pues considera que realmente está ante una ciencia social crítica. Es decir, que tiene que ver con el sistema simbólico de la interacción.
