Durante el curso 2015-2016 elaboré este Prezi para explicar en 2º de ESO las principales transformaciones que se produjeron a comienzos de la Edad Moderna. Posteriormente he realizado algunos ajustes que me han servido para ponerlo de fondo en algunos de los vídeos sobre esa materia. Para consultar la presentación haz click aquí.
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Los Reyes Católicos: las reformas internas
Clase pensada para alumnos de 2º de ESO dentro de una experiencia de flipped learning. En este vídeo se aborda la política interior desarrollada por los Reyes Católicos a lo largo de las dos últimas décadas del XV y la primera del XVI. Ese contenido se complementa con cuatro entradas más: la Unión Dinástica, la política exterior de los Reyes Católicos, la economía del siglo XV y las características de la cultura y la religión en ese reinado.
La centralización del poder en la Corona de Castilla
En este apartado de Historia en Comentarios se recopilan una serie de artículos que escribí sobre el proceso de centralización del poder en manos de la monarquía castellana. Se trata de un breve repaso a la historia política y de las instituciones que va de mediados del siglo XIII a finales del XV.
El proyecto centralizador de Alfonso X
La centralización del poder monárquico en los reinados de Sancho IV y Fernando IV
El proyecto político de Alfonso XI
La instauración de la dinastía Trastámara
Los reinados de Juan II y Enrique IV
Las instituciones políticas castellanas del siglo XV
El régimen político castellano y el mito del autoritarismo
Las fuerzas motrices de la centralización monárquica castellana
El reinado de Isabel la Católica
Las fuerzas motrices de la centralización monárquica castellana
Si bien es verdad que en esos siglos la monarquía puso las bases para futura centralización, no es menos cierto que para el triunfo de este proceso era también necesario el consentido y apoyo de las distintas fuerzas del reino. Por esa razón, hasta que estas, a mediados del XIV, no dejaron de mirar el proceso con recelo, los intentos de la monarquía fracasaron a pesar de estar los cimientos del nuevo Estado puestos. Los monarcas tuvieron que esperar a que, la nobleza, que entre el XIII y el XIV estuvo sumida en una enorme crisis, viese como necesario un cambio en el modelo de Estado; especialmente en la forma de obtener rentas.
La compleja crisis económica de la nobleza estuvo, principalmente, ligada al desarrollo de los sistemas de villa y tierra, y el ascenso a la propiedad de los caballeros villanos, que les imposibilitaron aumentar el número de tierras y vasallos. Además, las tierras señoriales, a causa de sus estructuras no resultaban tan rentables como las nuevas villas de realengo. Sin embargo, entre otras manifestaciones de esta crisis hay que destacar el problema demográfico de los linajes y el surgimiento de una baja nobleza en auge.
De esta manera, con los Trastámara fue surgiendo una nueva nobleza, mezcla entre ambas. Esta fue la aristocracia que se unió al gran proyecto monárquico, gracias al que lograron mantener su hegemonía social, obtener beneficios por su apoyo y reestructurar sus obsoletas formas de organización. Demostración de todo esto es su control sobre el Consejo Real, órgano desde el que, de hecho, se gobernaba. Además, lograron favorecerse de la nueva fiscalidad, bien por donaciones reales o por la recaudación de los mismos; de los cargos territoriales y cortesanos, que rápidamente coparon; de la institución del mayorazgo; y de la señorialización de los rentables realengos.
El ascenso de los nobles se vio contrarrestado, no obstante, por otras fuerzas gracias a las que, el de proceso de construcción de Estado Moderno y su resultado final, no estuvo monopolizado y dirigido totalmente por este pequeño grupo. Hablamos del mundo concejil, los caballeros villanos, los mercaderes, y los cuadros vecinales; todos estos, de alguna manera, se hicieron un lugar de privilegio en el nuevo Estado en construcción. Así pues, como sacrificados en este proceso nos encontramos tan solo a la baja nobleza rural del norte castellano y a los pequeños y medianos concejos villanos, que, por lo general, fueron señoralizados.
El régimen político castellano y el mito del autoritarismo
En el debate en torno al poder de la monarquía castellana podemos distinguir dos planteamientos que, de por sí, consideramos muy tradicionales y faltos de vigencia. Por un lado nos encontramos con la llamada postura “binaria”, según la cual la Edad Media española se caracterizó por su Corte feudovasallática y su pluralidad de poderes, mientras que la Edad Moderna lo destacó por su férreo absolutismo monárquico. Y por el otro estaría la postura “ternaria”, que considera los siglos XIV y XV como transición entre el equilibrio de poderes los típicamente altomedieval y el absolutismo monárquico del mundo Moderno.
Entre otras polémicas que rodean a la cuestión del régimen político se encuentran las siguientes:
- ¿Hubo o no hubo Estado antes de la revolución liberal burguesa? Debate planteado entre los modernistas que, con el tiempo, se ha contagiado a los medievalistas que estudian el bajomedievo.
- El debate de si hay que hablar de una conexión Estado-sociedad –es decir, ensamblar la construcción de este Estado centralizado dentro de unas necesidades de los poderes sociales- o de una monarquía centralizada que surge, al imponerse sobre los demás fuerzas sociales, como resultado de la acumulación de poderes.
La cuestión del autoritarismo castellano, tradicionalmente contrapuesto al pactismo aragonés, ha dejado tras de sí una larga estela de luchas entre los apologistas de este modelo y los que lo critican. Entre los indicadores de ese autoritarismo castellano cabe destacar que el rey no dependía del reino –no realizaba concesiones ni llegaba a acuerdos- a la hora de: reformar las instituciones, exigir impuestos, llevar a cabo la labor legislativa del reino… A esto hay que añadir la debilidad de las Cortes del reino, que poseían un escaso peso legislativo y fiscal, y la ausencia de representantes de las ciudades en los órganos de gobierno del reino.
No obstante todo lo anterior es muy matizable. En primer lugar, hay que tener en cuenta que, incluso en etapas de debilidad monárquica, el proceso de centralización –que no ha de confundirse con el autoritarismo- avanza. Por otro lado, es curioso ver como en el caso castellano se denominan etapas de anarquía e inestabilidad –bandos nobiliares, minorías, cierto poder de las Cortes, representantes urbanos en el Consejo Real- a aquellas que, en el modelo aragonés, son claras muestras de pactismo. Además, incluso en las etapas de mayor fortaleza real, las Cortes juegan, de forma intermitente, un papel importante. Por todo esto, hoy día, son cada vez más lo autores que prefieren no llamar autoritarista al sistema castellano; lo que conlleva, también, superar la comparación con el caso aragonés.
Entre los motores del poder regio castellano, que a lo largo de esta etapa se fue, a pesar de los argumentos anteriormente expuestos, fortaleciendo son:
- La conquista de amplias extensiones, lo que favoreció el desarrollo del mundo urbano y concejil como contrapeso del nobiliar.
- La relativa autonomía financiera, cuyas bases se pusieron en la fiscalidad del XIII, que sin duda se vio favorecida por el desarrollo concejil y por el eficaz sistema de alcabalas.
- El acuerdo entre la monarquía y los principales poderes del reino para remodelar las estructuras del poder.
Las instituciones políticas castellanas del siglo XV
Como hemos indicado en artículos anteriores, no existió ruptura en la evolución de la centralización a pesar de las tensiones internas del reino. Esto se debió, principalmente, a que este proceso se apoyaba también en otras tres columnas: Consejo Real, Audiencia y Cortes.
El Consejo Real, principal órgano de gobierno, gozaba de amplias competencias, entre las que podemos citar: los asuntos de gracia y merced, la concesión de franquicias, la designación de tenencias regias, la actividad normativa, la elaboración de leyes, las pragmáticas, las provisiones reales… Además, una serie de instrumentos del poder regio eran ejercidos de hecho por el Consejo Real: protección de derechos y de jurisdicciones, control de los oficiales regios, provisión de cargos municipales realengos, decisiones de carácter militar, aceptación hacendística…
En lo que respecta a la composición del Consejo, cabe destacar que, dependiendo de las fechas, variaban sus integrantes, aunque solían ser casi siempre juristas y nobles. Era, de hecho un órgano controlado por estos últimos; y, por lo tanto, dentro de él se llevaban a cabo las luchas entre los distintos partidos nobiliarios.
La Audiencia, institución ya existente en etapas anteriores, varió, sin embargo, en lo referente al número de oidores y a la preparación de los mismos –más profesionales, y repartidos en salas especializadas-. Se mantuvo su papel de primacía en lo que respecta a la justicia, y su sede continuó, generalmente, variando en función de la residencia del rey; aunque bien es verdad que ciudades como Valladolid y Segovia solían acoger a esta institución durante periodos prolongados.
Las Cortes se caracterizaron a lo largo del siglo XV por su progresiva pérdida de importancia; incluso algunos investigadores llegan a hablar de su desaparición temporal. Al utilizar el rey otros cauces para legislar, las Cortes perdieron su razón de ser. No obstante mantuvieron su peso –presión- en lo relativo a los servicios al monarca y en la supervisión fiscal. Además, continuaron redactándose los cuadernos de peticiones, en lo que se recogían las quejas y sugerencias de las ciudades.
La composición de las Cortes era básicamente de carácter urbano y realengo, ya que, por ejemplo, la nobleza prefería centrarse en otros poderes, como es el caso del Consejo Real. También podemos decir de este organismo que no era del todo representativo, ya que solo acudían procuradores de diecisiete ciudades.
Por otro lado, el sistema hacendístico del siglo XV continuó basándose en las instituciones creadas con anterioridad; tan solo hay que destacar de esta etapa el surgimiento de las alcabalas como impuesto ordinario. Al analizar este sistema comprobamos que presenta: unas bases impositivas de carácter moderno, un equilibrio entre la fiscalidad directa e indirecta, y un peso de la fiscalidad de Cortes –los servicios-, que dan un margen de negociación a las ciudades en lo que a los impuestos se refiere. Este desarrollo permitió a la monarquía ser más autónoma con respecto a los distintos poderes del reino; de esta manera, obtuvo un mayor control sobre la recaudación, y, por tanto, una gran capacidad económica que le permitió, en ocasiones, comprar apoyos políticos.
Por último, abordaremos brevemente la cuestión de las reformas militares, cuyo origen hay que buscarlos en los primeros Trastámara. Las inversiones económicas realizadas en este campo por los monarcas fueron cuantiosas, hasta el punto de que muchos autores lo consideran como el principal gasto de la Corona. A lo largo del siglo XV, este aumento notablemente a causa de las numerosas guerras que marcaron el periodo y a la subida del coste de los soldados. Además, hay que destacar las escasas diferencias existentes entre las mesnadas de nobles y las de realengo; tan solo destacaremos dos: en las primeras los soldados dependían directamente del noble, y en las segundas había menos jinetes. Caballería, infantería y artillería –en pleno nacimiento- eran las distintas armas de los ejércitos de tierra. Mientras, en el mar, la débil flota castellana comenzaba a experimentar un vigoroso desarrollo que concluiría con el dominio mundial de los océanos en el siglo siguiente. Este fortalecimiento de la marina castellana fue posible gracias a dos hechos: la potencia de la industria naval del reino, de carácter ampliamente variado y enormemente competitivo -galeras, naos, fustas, carracas, pinazas, cocas…-; y la prosperidad interior, que facilitó la inversión en este campo.
Los reinados de Juan II y Enrique IV
Podemos considerar los reinados de Juan II y Enrique IV como una vuelta a la anarquía y a la inestabilidad de periodos anteriores. Fue esta un etapa de minorías, pugnas nobiliares, debilidad monárquica… Tradicionalmente se ha interpretado ese periodo como una lucha entre dos grandes fuerzas: el partido monárquico y el nobiliar; y, dependiendo de los autores, se han ido resaltando las características positivas –estabilidad para el bando real y respeto de las particularidades para el nobiliar- o negativas –autoritarismo de los reyes y anarquía de los nobles- de cada uno. El reinado de Isabel la Católica se suele interpretar como el triunfó definitivamente la monarquía, aunque la nobleza salió fortalecida a pesar de la derrota.
Sin desmentir del todo estas teorías, es necesario matizarlas enormemente. En primer lugar, hemos de tener en cuenta que, a pesar de la crisis, los aparatos centralizadores continuaron fortaleciéndose; tal vez solo habría que hablar de una ralentización. En segundo término, es fundamental resaltar la diferencia entre autoritarismo –más relacionado con la fortaleza del monarca que con lo organismos del Estado- y centralización. Además, como tercer elemento dentro esa lucha que hasta el momento se había presentado como un hecho bipolar, habría que resaltar el papel jugado por los concejos. Por último, también habría que hacer especial hincapié en la idea de que no existía un partido único y plenamente aristocrático, sino que sus miembros variaban, generalmente eran unos pocos, y no siempre actuaban en la misma dirección. Principalmente estos nobles trataban de aumentar su poder –rentas, señoríos, títulos…-, pero no ponían en duda la figura del monarca salvo en caso de conflicto sucesorio.
Tensiones entre facciones y banderías políticas
Podemos dividir los reinados citados anteriormente en las siguientes etapas:
1406-1419: coincide con la minoría de Juan II, en la que juega un importante papel Fernando de Antequera, cuyo partido, como veremos en las siguientes etapas creo grandes tensiones en la Corte.
1419-1445: la mayoría de edad de Juan II estuvo marcada por el enfrentamiento entre los hijos de Fernando de Antequera –infantes de Aragón-y sus adversarios políticos, encabezados por don Álvaro de Luna, noble que disfrutaba del favor real.
Los Antequera dominaron el comienzo de la mayoría de edad, pero pronto se formó una dura oposición encabezada por don Álvaro de Luna. Este lanzó una intensa campaña propagandística con el fin de desprestigiar a sus rivales –los consideró como ajenos (extranjeros) a Castilla- y ganar así adeptos entre la nobleza. Lo cierto es que, a pesar de que parte de su argumentación no se ajustaba del todo a la realidad, los nobles, que recelaban del poder de los infantes de Aragón, se unieron a don Álvaro de Luna. De esta manera, en 1430, mediante las treguas de Majano, el rey de Aragón perdió peso en Castilla. Razón por la cual los infantes tuvieron que replegarse y abandonar Castilla.
Hacia 1439, los infantes de Aragón lograron recuperar su lugar en la Corte castellana. Así, desde ese año hasta 1441, se desarrolló una intensa lucha entre dos bandos: el de don Álvaro de Luna, con el apoyo real, y el de los infantes, más numeroso entre la nobleza. La victoria de los hijos Fernando de Antequera obligó al líder del otro bando a exiliarse, consolidándose así el predominio de los infantes hasta 1444. En ese año resurgió el partido de don Álvaro de Luna, que con el apoyo de Juan II y un buen número de nobles logró derrotar a los infantes en la batalla de Olmedo (1445).
1445-1454: etapa marcada por la “tiranía” y el declive de don Álvaro de Luna. Debido a lo primero la nobleza se alió en su contra, logrando que fuera ejecutado en 1453; un año antes de la muerte de Juan II.
1454-1464: esta década corresponde a la primera mitad del reinado de Enrique IV, la que generalmente se ha venido considerando como pacífica. Y esto porque, solo a partir del año 1460, comenzaron a formarse ligas contra el rey a causa de su excesivo favor hacia Pacheco; tornándose ese odio de la nobleza hacia Beltrán de la Cueva, nuevo privado del rey, en 1462. No obstante, a pesar de todo esto, durante ese periodo se mantuvo cierta tranquilidad.
1464-1474: al contrario que en los diez años anteriores, está fue una época convulsa, en la que las ligas nobiliarias comenzaron de verdad a promover la actividad bélica. De esta forma, entre 1465 y 1468 se desarrolló un conflicto armado entre Alfonso, hermanastro del rey, y Enrique IV. La guerra, que seguramente había sido impulsada por muchos nobles para derrocar a Beltrán de la Cueva, finalizó con la inesperada muerte del pretendiente al trono, tras lo que se llegó al acuerdo de los Toros de Guisando, que ponía fin a la guerra y nombraba a Isabel, hermana del difunto, heredera de Enrique IV.
No obstante, a causa de la boda de Isabel con Fernando de Aragón, Enrique se retractó de lo acordado, siendo su hija Juana nombrada nuevamente heredera en 1470. Sin embargo, aunque en un principio la mayoría de los nobles apoyaron al rey Enrique, tras su muerte (1474) muchos se pasaron al bando isabelino.
El proyecto centralizador de Alfonso X
¿Podemos considerar que lo que se ha dado en llamar Estado Moderno ya existía, de modo prematuro, en la Castilla de 1300? Son numerosos los investigadores que responden a esta cuestión de manera afirmativa, basándose para ello en los requisitos que ha de cumplir un Estado de este tipo:
- Existencia de una serie de instituciones centrales.
- Considerables avances en lo referente a la unificación jurídica del reino.
- Capacidad regia para otorgar leyes e impartir justicia en base a los principios revisados del Derecho Romano.
- Aparición de una fiscalidad de estado estable y ajena al entramado feudo-vasallático.
- Afirmación del pensamiento político de principios de soberanía regia.
Pues bien, algunos historiadores consideran que estos requisitos se daban en Castilla a lo largo del reinado de Alfonso X (1252-1284); y, por esa razón, puede ser considerado un caso pionero y prematuro de Estado Moderno en la Historia europea. No obstante, otros autores retrasan esa realidad al reinado de su nieto Alfonso XI, en el que consideran que, de forma momentánea, el sistema llega a consolidarse. Sea como fuere, en tiempos del rey Sabio encontramos las siguientes manifestaciones:
- Superación de la diversidad legal existente en los diversos territorios del reino mediante la elaboración de un completo corpus jurídico. Dentro de este destacaron tres obras: el Fuero Real, unificación jurídica y afirmación del principio de monopolio legislativo del monarca; el Especulo, renovación del Derecho a partir de la armonización de los códigos existentes; y las Partidas: se trataba de una gran recopilación de leyes basadas en el Derecho Común.
- Fortalecimiento de la potestad jurisdiccional: el rey, a pesar de que se reconocía la jurisdicción de señores y municipios, se convirtió en depositario último de la titularidad. Además, el monarca se reservaba determinadas acciones de justicia -traición, alevosía, quebrantamiento de camino, mujer forzada, muerte…-, así como el derecho de última instancia de apelación. Surgió, pues, un doble aparato de justicia que, no sin roces, convivió a lo largo de ese reinado. Por un lado, encargados de los pleitos foreros, se situaban los justicias forales, y por otro, en lo que se refiere a los pleitos del monarca, los alcaldes del rey.
- Transformaciones en la administración cortesana y territorial: la aparición de jueces, nuevos oficios domésticos de palacio, y cargos relacionados con la Hacienda –tesoreros-en el área cortesana, fue complementada por un mayor desarrollo de la administración territorial. Esta, basada en merindades y adelantados, tuvo como principal objetivo la organización de los territorios recién incorporados al reino. Además, en 1252, surgieron las Cortes de Castilla que, convocadas por el monarca y formadas por procuradores de las principales villas y ciudades, tenían como principal función estudiar las peticiones de servicios del rey.
- Transformaciones fiscales: se asistió a la consolidación de la fiscalidad estatal, y, por tanto, a la superación paulatina –el proceso fue muy lento- de la señorial. De esta forma, fueron surgiendo progresivamente formas de extracción fiscal -servicios, monedas foreras, servicio y montazgo de ganados, décimas, tercias reales, bula de cruzada, portazgos, diezmos de la mar, aduanas, almojarifazgos-, gracias a los que se pudieron afrontar los numerosos gastos del Estado, especialmente los de tipo militar.
A pesar de los grandes esfuerzos realizados, podemos afirmar que el proyecto de Alfonso X, si bien solo parcialmente, fracasó. Esto se manifestó principalmente en las sublevaciones nobiliares y concejiles, grupos que consideraban que este proyecto constituía una agresión de la monarquía a sus libertades y privilegios. Además, el problema sucesorio contribuyó también a debilitar la posición monárquica en un reino ya de por sí poco maduro política y socialmente para las ideas de Alfonso X.
