La instauración de la dinastía Trastámara


Precedentes y desarrollo de la guerra civil

Tras la muerte de Alfonso XI fue coronado, a temprana edad, su hijo, Pedro I, que en un principio fue tutelado por el noble Juan Alfonso de Alburquerque. El nuevo reinado apareció lleno de interrogantes, sobre todo en lo relativo a la débil salud del monarca, y de disputas por la Corona. De esta manera, entre los rivales de Pedro I hemos de situar a los siguientes personajes: el infante de Aragón D. Fernando, nieto de Fernando IV, y, por tanto, primo del rey; los hijos bastardos de Alfonso XI con Leonor de Guzmán, especialmente Enrique, que gozaba de abundantes posesiones y contaba con la simpatía de buena parte de la nobleza tras su enlace con Juana Manuela; y Juan Núñez de Lara, señor de Vizcaya y nieto de Fernando de la Cerda.

En el año 1350, el monarca cayo gravemente enfermo, y se llegó a temer por su vida, lo que propició que el de Alburquerque buscara un posible sucesor. Este se decantó por el infante Fernando, lo que llevó a ambos a enfrentarse militarmente con Núñez de Lara. No obstante, a causa de la recuperación del rey y la muerte de Juan Núñez de Lara, la tranquilidad volvió al reino. Los tres años que mediaron entre 1350 y 1353, estuvieron marcados por la enorme influencia en los asuntos de gobierno del de Alburquerque, cuyos objetivos fueron: fortalecer al monarca y debilitar a sus rivales. Sin embargo, el privado del rey fracasó en su tarea gubernativa, siendo finalmente desterrado a Portugal. La desaparición de Juan Alfonso de Alburquerque coincidió con el comienzo de los levantamientos y conflictos (1353,1355, 1356) contra Pedro I, al que se acusaba de supuesta crueldad y de llevar una irregular vida matrimonial. Pero aparte de estas cuestiones internas, que propiciaban que cada día ganase cuerpo la candidatura de Enrique Trastámara, Pedro I también tuvo problemas en el exterior; nos referimos a la guerra con Aragón, que estalló en 1356.

De esta forma, poco a poco, se fueron perfilando los bandos de lo que fue la guerra civil (1366-1369): Inglaterra, algunos nobles y muchas ciudades apoyaron a Pedro; mientras que el grueso de la nobleza, Francia, Aragón y el Papado estuvieron con Enrique. En lo que se refiere al desarrollo del conflicto, simplemente señalar la internacionalización del mismo, ya que intervinieron ingleses y franceses, y que, a pesar de la victoria de Pedro I en Nájera (1367), la guerra fue decantándose poco a poco a favor del bando enriqueño. Así, el monarca, sitiado en Montiel, fue muerto a manos de su hermanastro, que le sucedió en el trono.

La interpretación tradicional de estos sucesos, un levantamiento nobiliar causado por el excesivo autoritarismo monárquico, no parece sostenerse hoy día. Lo mismo hay que decir acerca de la teoría que defiende que se debió a la mala fama de Pedro I, ya que esta es fruto de la propaganda del reinado posterior, y, por tanto, más tardía .Más bien habría que afirmar que la guerra formó parte del juego de intrigas nobiliares y de bandos.

Instalación dinástica y cambios en el régimen monárquico

Consideramos que, hoy día, no es correcto hablar de la “revolución Trastámara”, ya que, como tal, no existió. No obstante, si que es importante señalar que el cambio dinástico supuso un punto de inflexión dentro del proceso de centralización monárquico comenzado durante el siglo anterior. Es decir, que, dentro de un contexto continuista, se asiste a un cambio importante en el que la instauración de la nueva dinastía no deja de ser, en gran medida, algo superficial. La gran transformación se da, no en ámbito dinástico, que por otro lado no dejaba de ser una práctica relativamente habitual en el continente europeo, sino en el cambio de relación entre la monarquía y los poderes del reino. Como indicadores de esto, cabe destacar: un despegue de la renta centralizada, un proceso señorializador basado en la nueva nobleza, nuevas formas de poder señorial –señorío jurisdiccional-… Fenómenos nuevos cuyo origen ha de rastrearse en los reinados anteriores, donde estos fenómenos ya existían: en el periodo Trastámara simplemente se generalizaron.

En lo que a política exterior se refiere, es importante destacar que, el compromiso con Francia abierto durante el conflicto civil, se mantuvo. Además, se dio un acercamiento a los otros reinos hispánicos, bien por medio de alianzas o por vía matrimonial. Con esto último se buscaba la posible unión de los territorios peninsulares bajo un mismo monarca, lo que ha llevado a muchos a situar aquí el nacimiento de la idea de un reino español. Tan solo el ascenso de la casa de Avis en Portugal, tras la batalla de Aljubarrota (1385) pudo frenar las pretensiones castellanas a la vacante corona lusa y enturbiar, al mismo tiempo, las tranquilas y amistosas relaciones vecinales de las que, gracias a la política de acercamiento, disfrutaron los reinos peninsulares en esa etapa.

Cambios en la élite política

En lo que se refiere a la sociedad del periodo Trastámara, es fundamental destacar el surgimiento de una nueva nobleza tras el conflicto. Con el reinado del primer miembro de esta dinastía, fue apareciendo un grupo dirigente formado por los miembros de la familia real y los mayores aliados de Don Enrique durante la guerra. Este círculo de poderosos se descompuso tras la muerte del rey, que estuvo marcada por las sucesivas sublevaciones, que, sin embargo, fueron fácilmente controladas. De esta manera, los monarcas castellanos fueron perdiendo apoyos, favoreciendo así la aparición de una nobleza nuevamente conspiradora; la convulsión, y cierta anarquía, volvía a reinar en Castilla.

Con el gobierno de Enrique III los miembros de la familia real fueron perdiendo posiciones dentro de la Corte. Los grandes beneficiados de este declive fueron, sin lugar a duda, los nobles que servían al rey: surgió así la tan conocida “nobleza de servicio”. Así, dentro de la alta nobleza castellana se produjo un enorme terremoto, dentro del que tan solo los Enríquez lograron mantener su lugar de privilegio. En esta etapa fueron ascendiendo las familias llamadas a dominar el siglo XV -Ayala, Mendoza, Velasco, Estúñiga…-, y descendiendo las que controlaron los siglos anteriores -Meneses, Haro, Lara…-.

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