Origen y estructura organizativa de la Segunda Internacional


La Segunda Internacional se fundó en París en 1889 con ocasión de los actos conmemorativos del primer centenario de la toma de la Bastilla. Se configuró como una organización que incluía exclusivamente a partidos obreros socialistas y no a diferentes organizaciones obreras, como ocurrió en la Primera Internacional.

Además, se presentaba más homogénea ideológicamente, ya que pronto quedó establecido su carácter socialista de inspiración marxista.

También, a diferencia de la primera, no tuvo una tendencia tan centralizada, no había ningún Comité Central, y cada organización mantenía su autonomía. No se actuaba por órdenes, sino por consejos, que tan sólo obligaban moralmente. Lo que se pretendía era la coordinación del movimiento socialista internacional tanto a nivel teórico como pragmático.

La incidencia de la Segunda Internacional fue también muy superior a la de la primera, ya que agrupaba a millones de trabajadores y sus debates tenían una amplia resonancia en la política y la opinión pública. En su foro se discutían los grandes problemas de la política internacional y se daban las directrices a seguir por el socialismo mundial.

Fue la Segunda Internacional la que instauró algunos de los grandes símbolos del movimiento obrero, como el himno de La Internacional o la fiesta reivindicativa del “Primero de Mayo”.

La escisión de la AIT


El enfrentamiento Marx-Bakunin.

Pronto se puso de manifiesto que la Internacional estaba muy lejos de ser homogénea ideológicamente. Las delegaciones de los países más industrializados, como Gran Bretaña o Alemania, apoyaban las ideas de Marx, mientras que las de los países agrícolas (Francia, Italia, España) estaban bajo la influencia anarquista.

El enfrentamiento entre Marx y Bakunin fue el debate más fuerte y el de mayor trascendencia política.

Bakunin condenaba la participación en las elecciones y en las luchas políticas para conseguir reformas sociales. Propugnaba la abolición del Estado y no su conquista, al tiempo que se mostraba hostil ante cualquier tipo de autoridad, combatiendo, en consecuencia, al Consejo General de la AIT. Defendía el poder directo de las secciones nacionales y negaba la necesidad de un comité permanente, al que acusaba de ser dictatorial.

El estallido, en 1870, de la guerra franco-prusiana hizo entrar en crisis a la Primera Internacional:

  • En primer lugar, fracasó la propuesta internacionalista que propugnaba que los obreros de los dos bandos no debían combatir entre ellos al tratarse de una guerra burguesa.
  • En segundo lugar, el fracaso del levantamiento obrero de la Comuna de París fue un golpe muy duro para la AIT.

La Internacional fue declarada fuera de la ley, acusada de ser la instigadora de la Comuna y sus miembros fueron duramente perseguidos.

La escisión del internacionalismo.

Pero fue el agravamiento de las diferencias internas lo que dio el golpe definitivo a la AIT. En el Congreso de La Haya (1872), fueron expulsados los bakunistas de muchas secciones (belga, española, suiza e italiana), que formaron una nueva organización: Internacional Antiautoritaria. Esta tuvo una vida muy efímera, ya que celebró su último congreso en 1881.

Por otro lado, Marx, ante la persecución que sufrían en Europa la Internacional y sus miembros, decidió trasladar el Consejo General a Nueva York, hecho que provocó su lenta extinción. Además, estaba convencido de que la lucha revolucionaria del proletariado debía fundamentarse sobre un nuevo tipo de organización: los partidos obreros.

Con la ruptura de la Internacional se había consolidado la primera gran escisión del movimiento obrero entre anarquistas y marxistas.

El origen de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT)


La experiencia acumulada durante la primera mitad del siglo XIX, así como sus objetivos comunes, hizo ver a las organizaciones obreras de diferentes países la necesidad de fortalecer la solidaridad obrera a nivel internacional.

La celebración en Londres de una Exposición Universal (1864) sirvió para establecer lazos entre los dirigentes obreros del Continente. De esta manera, en un mitin político celebrado aquel año en Londres se acordó crear una Asociación Internacional de Trabajadores y se encargó a un Consejo General, encabezado por Karl Marx, la misión de poner en marcha la nueva organización.

La AIT estaba integrada por elementos de diversas tendencias (socialistas, anarquistas y sindicalistas) y se organizaba en federaciones por países miembros. Fue también Marx el que redactó los estatutos y el manifiesto inaugural, en el que dejó claros los dos principios básicos de la organización:

  • La emancipación de la clase obrera tenía que ser obra de los mismos trabajadores.
  • La conquista del poder político era el primer objetivo de la clase obrera para poderse liberar de su opresión económica.

Se han dado cifras muy diversas sobre cuál fue el número de afiliados que llegó a tener la Internacional. En realidad, la mayoría de los autores coinciden en señalar que su fuerza fue más moral que real y que el número de miembros fue reducido.

De todas maneras, es cierto que la organización intervino en la movilización obrera y en la preparación de huelgas y manifestaciones en muchos puntos del Continente.

El primer congreso de la AIT se celebró en Ginebra en 1866, siendo sus acuerdos más importantes los siguientes:

  • Jornada de 8 horas.
  • Supresión del trabajo infantil.
  • Mejora de las condiciones de trabajo de las mujeres.
  • Lucha contra los ejércitos permanentes.
  • Oposición a los impuestos indirectos.

Origen y características del movimiento obrero


La implantación del movimiento obrero transcurrió de forma paralela al desarrollo industrial. De ahí que diera sus primeros pasos en Gran Bretaña a finales del siglo XVIII, desde donde se extendió primero a Francia y, posteriormente, a la Europa Central.

De entre sus rasgos cabe destacar los siguientes:

  • Disponía de una capacidad organizativa muy superior a la de otros grupos sociales más numerosos, como era el caso del campesinado.
  • Tenía una situación estratégica, puesto que los trabajadores habitaban en las ciudades, que eran las capitales políticas y desempeñaban un papel fundamental en la producción industrial de los países.
  • Su composición no era exclusivamente obrera. Según el país y las circunstancias, sus reivindicaciones coincidieron con las de las clases medias más radicalizadas –universitarios, periodistas, artesanos…- y, en contadas ocasiones, con los campesinos.
  • En su interior se desarrollaron diferentes corrientes que rivalizaron por el reclutamiento y la movilización de los trabajadores. La mayoría de ellas se forjaron en la primera mitad del siglo XIX, un periodo en que las condiciones de vida proletaria fueron especialmente duras.
  • Algunas ideologías y grupos obreros no se conformaron con pedir una sociedad más justa, sino que aspiraron a crear una sociedad totalmente nueva. Este sería el caso, por ejemplo, del marxismo y el anarquismo.

Las ideologías de la desigualdad social


En el sistema económico capitalista y liberal el objetivo era la búsqueda del beneficio. Este fin implicaba reducir los costes de producción y, por tanto, los salarios de los trabajadores, cuyos ingresos descendieron hasta los límites de la subsistencia.

El propio Adam Smith había afirmado que la búsqueda del lucro individual era el motor de la economía.

Esta máxima era manifiesta en el capitalismo industrial, en el que el más fuerte prevalecía sobre el más débil. Como consecuencia, las desigualdades sociales se incrementaron: la riqueza se concentró en las clases altas y medias, mientras las condiciones de vida de las clases bajas empeoraron notablemente.

En la nueva sociedad de clases, la antigua división entre privilegiados y miembros del tercer estado se sustituyó por otra de propietarios (empresarios, comerciantes y hacendados) y asalariados (obreros y jornaleros).

La nueva desigualdad recibió el respaldo de las ideologías imperantes en la época, como era el caso del darwinismo social, que legitimó los contrastes entre ricos y pobres aplicando a los seres humanos la teoría de la selección natural formulada por Charles Darwin en 1859. De esta manera, los individuos, como las especies, eran naturalmente desiguales.

Por tanto, las diferencias sociales y económicas tenían su fundamento en la biología.

Las condiciones de vida y trabajo de la clase obrera II


En los inicios de las sociedad industriales, la regulación laboral estatal era inexistente. Los empresarios imponían a los trabajadores unas condiciones que, en términos generales, presentaban las siguientes características:

  • Los salarios eran bajos; a veces se pagaba el trabajo diario (jornal) o el artículo producido (a tanto alzado o despejado). Estas condiciones obligaban al trabajador a aceptar jornadas laborales de quince horas para obtener un sueldo que le permitiera sobrevivir y mantener a su familia.
  • La empresa y el Estado no prestaban ningún tipo de asistencia médica y social, cuyo peso recaía exclusivamente en manos de instituciones de beneficencia. Por tanto, la enfermedad o el fallecimiento del cabeza de familia podía sumir al resto de los miembros en la mendicidad o, en el caso de las mujeres, la prostitución. Los obreros no tenían la posibilidad de jubilarse y seguían trabajando hasta que les era físicamente imposible. Entonces pasaban a depender de sus hijos o de la caridad ajena.
  • Los riesgos laborales eran considerables; los cortes y golpes provocados por las máquinas eran frecuentes y el peligro aumentaba por la fatiga acumulada. Además, los obreros estaban expuestos a la inhalación de productos químicos en fábricas sin ventilación.
  • La industrialización igualó a la masa de trabajadores haciéndoles descender en la escala social. Al no poder competir con los precios de los productos industriales, muchos artesanos sufrieron la ruina. Además, las cadenas de producción requerían un personal poco cualificado, que generalmente se convertía en un deshumanizado apéndice de la máquina.

El trabajo de mujeres y niños

Los patronos empleaban a mujeres y niños como trabajadores en puestos donde no era necesaria la fuerza física. La mano de obra infantil y femenina era menos conflictiva y más barata, de ahí que se contratara a niños desde edades muy tempranas como los cinco o los seis años. Trabajaban en torno a dieciséis horas diarias y era frecuente que, a cambio, únicamente recibieran comida y alojamiento. Además, las amenazas y castigos físicos a los menores eran sucesos cotidianos.

Por su tamaño, los niños eran empleados frecuentemente como deshollinadores de chimeneas, como ayudantes de los mineros (por su facilidad para introducirse en los resquicios de las minas) y como trabajadores en el sector textil. También era frecuente que se dedicaran a tareas de limpieza y engrase de la maquinaria.

Estaban muy expuestos a la siniestralidad laboral -sobre todo a muertes por asfixia- así como a enfermedades causadas por la exposición al hollín.

La ciudad industrial del siglo XIX


Con la revolución industrial cambiaron las formas de vida, el paisaje y la composición social de las ciudades. Con el fin de ilustrar esa transformación, vamos a analizar cuatro aspectos de la estructura urbana decimonónica:

  • Las fábricas se construyeron cerca de los ríos, donde había espacios amplios y se podía aprovechar la fuerza motriz del agua. A su alrededor se produjo un crecimiento urbanístico acelerado, que dio lugar a los denominados barrios obreros.
  • La ampliación de las ciudades se realizó sin ningún tipo de planificación en las zonas donde residían los trabajadores de las fábricas. Esto generó no pocos problemas urbanísticos, así como de salubridad.
  • Los barrios obreros se construyeron, como ya se ha señalado, junto a las fábricas, en las afueras de las ciudades. Las viviendas eran pequeñas y no tenían luz, ventilación ni equipamiento sanitario. Además, era frecuente que varias familias compartieran una misma vivienda.
  • Las condiciones insalubres en las viviendas y las fábricas facilitaron la propagación de enfermedades. A esto hemos de añadir la proliferación de la delincuencia y la prostitución en ese entorno.

La aparición de la sociedad de clases


Los cambios originados por la revolución industrial se sumaron a las transformaciones políticas ocasionadas por las revoluciones atlánticas durante las últimas décadas del siglo XVIII. Todas ellas provocaron la disolución de la sociedad del Antiguo Régimen, basada en la división estamental, y el nacimiento de la sociedad de clases.

En la sociedad de clases las personas se diferenciaban por el lugar que ocupaban en el proceso productivo y no por su nacimiento o el origen de su familia.

En esta nueva sociedad la nobleza fue perdiendo influencia, aunque siguió manteniendo cierto poder político y social. Estableció una alianza estratégica con la emergente burguesía (prestigio social a cambio de dinero) y mantuvo el predominio en determinados ámbitos del aparato del Estado, como la diplomacia, la Administración y el Ejército. Sus valores, gustos y aficiones siguieron gozando de gran prestigio e influencia.

Los campesinos también se vieron afectados por la desaparición del Antiguo Régimen, puesto que dejaron de estar bajo la protección de los señores y propietarios de las tierras para convertirse en jornaleros. Además, las condiciones de vida en el mundo rural eran duras y se produjeron hambrunas a causa de las malas cosechas de las últimas décadas del siglo XVIII.

En definitiva, los trastornos originados por la introducción de mejoras técnicas, así como los cambios en el régimen de propiedad, dejaron sin posibilidad de sustento a un número considerable de campesinos, que se vieron obligados a emigrar a las ciudades.

Ahora bien, los grupos sociales más característicos de esta nueva sociedad de clases fueron los burgueses y los obreros.

La burguesía

Al implicarse en el proceso de industrialización y, en consecuencia, acumular capitales y multiplicar sus inversiones, se convirtieron en la clase más relevante. Este enriquecimiento les sirvió como punto de apoyo para ascender a la cúspide del poder político y de las principales instituciones sociales y culturales.

Políticamente evolucionaron desde posiciones revolucionarias a ideas más conservadoras próximas a la nobleza. Su prestigio y costumbres se fundamentaban en la familia, el patrimonio y los negocios. Sus principales valores eran la educación, el mérito, el trabajo y el ahorro.

La clase obrera

Este grupo social, conocido también como proletariado, se desarrolló en Gran Bretaña y en el resto de Europa de forma paralela a la industrialización. Estaba formado por los trabajadores de las ciudades que solamente poseían el salario que les proporcionaba el empresario a cambio del trabajo realizado. Sus condiciones de vida fueron pésimas durante todo el siglo XIX.

Las condiciones de vida y trabajo de la clase obrera I


La Revolución Industrial y la introducción del maquinismo provocaron una profunda transformación de la estructura productiva y las condiciones de trabajo.

El obrero asalariado fue desplazando, poco a poco, a los artesanos y trabajadores a domicilio, mientras que el maquinismo hizo aumentar enormemente la división del trabajo. El obrero ya sólo participaba en una pequeña fase del proceso productivo y no necesitaba ni una fuerza física singular ni una gran especialización. Se convirtió en una fuerza de trabajo necesaria para mover máquinas o manipular productos y se compraba en el mercado a bajo precio.

Así, durante casi todo el siglo XIX, el aumento del coste de la vida fue superior al aumento de los salarios, hecho que condujo al empobrecimiento de la clase obrera. La necesidad de conseguir una gran acumulación de capital por parte de los empresario tuvo como consecuencia el mantenimiento de unos salarios muy bajos y de unas pésimas condiciones de trabajo. Las jornadas laborales eran largas y agotadoras y, en muchos casos, superaban las quince horas diarias.

Además, el trabajo se realizaba en lugares insalubres, ya que muchas fábricas eran oscuras y malsanas y, en el caso de la industria textil, muy húmedas.

Los salarios eran tan bajos que sólo permitían estrictamente la subsistencia. Así, era un hecho corriente que niños y mujeres trabajasen, tanto en las fábricas como en las minas. Sus sueldos eran necesarios para completar la economía familiar, pero eran inferiores a los de los hombres. En Inglaterra el sueldo de los niños equivalía a un 10% del masculino, y el de las mujeres entre un 30% y un 40%.

La disciplina laboral era muy rígida, de tal modo que los obreros podían ser despedidos en el momento en que el empresario quisiera. Los castigos y las penalizaciones eran también frecuentes. No existía ningún tipo de legislación laboral que regulara el trabajo o garantizase alguna protección en caso de enfermedad o accidente.

Las primeras leyes reguladoras del trabajo se hicieron en Gran Bretaña en 1833, año en que se promulgó la Factory Act. Por su parte, Prusia estableció las primeras leyes laborales en 1839, Francia en 1841 y los EE.UU. en 1848.

Las claves del marxismo


El pensamiento de Marx y Engels comprende tres aspectos fundamentales que hay que poner en relación para evitar empobrecerlos notablemente:

El análisis del pasado: el materialismo histórico.

Para Marx, el motor que hace evolucionar la historia es la lucha de clases. Toda la historia ha sido una lucha permanente entre las clases opresoras y las oprimidas. De este modo, la historia de la Humanidad ha sido la sucesión de diferentes modos de producción, que se caracterizan por la naturaleza de las relaciones de producción existentes.

A lo largo de la historia se han sucedido tres grandes modos de producción: esclavismo, feudalismo y capitalismo.

El paso de un sistema a otro tiene lugar cuando las contradicciones y los antagonismos de clase en el seno de un modo de producción acaban destruyéndolo. Entonces se configura una nueva clase dominante que controla los medios de producción y el aparato del Estado.

El capitalismo no es para Marx el punto de llegada de la evolución humana, sino una fase más que es preciso superar para llegar a un nuevo modo de producción, el socialismo. En él no existirán desigualdades sociales ni económicas.

La crítica del presente: el análisis económico del capitalismo.

La necesidad de analizar el presente, es decir, el modo de producción capitalista, movió a Marx a realizar una crítica de la economía política. Esta labora la llevó a cabo fundamentalmente en su obra magna: El capital.

Según Marx, el elemento clave de la explotación capitalista es la plusvalía, que consiste en la apropiación por parte del capitalista de una parte de las ganancias que producen los obreros.

Así, durante la jornada laboral, el obrero trabaja primero para producir las mercancías que equivalen a su salario. Pero después continúa trabajando, y este trabajo no pagado, constituye la plusvalía, única fuente de beneficio de los capitalistas.

El proyecto de futuro: la sociedad comunista.

Para poner fin a la explotación del hombre por el hombre, Marx proclamó la necesidad de que el proletariado, mediante la revolución, conquistase el poder político y económico. Una vez tomado el poder, debía crearse un nuevo Estado obrero al servicio de los trabajadores. Esto, a su vez, daría lugar a un nuevo modo de producción, el socialismo, en el que no existiría propiedad privada.

La primera misión de la revolución sería la socialización de la propiedad privada, que pasaría al Estado.

Ahora bien, el socialismo era para Marx tan sólo una etapa intermedia, ya que la desaparición de las diferencias sociales supondría la disolución de las clases sociales. Por tanto, sin clases, el Estado, como expresión de la dominación de una clase sobre otra, sería innecesario. Poco a poco este se iría autodisolviendo para dar paso a la sociedad comunista, es decir, igualitaria, sin clases y sin Estado.