La época Stresemann


«Había comenzado la única época de paz que ha vivido mi generación en Alemania: un periodo de seis años comprendidos entre 1924 y 1929, en el que Stresemann dominó la política alemana desde la cartera de Exteriores: “La época de Stresemann” (…) De repente la política dejó de ser una razón por la cual tirarse los trastos a la cabeza. Aproximadamente a partir de 1926 no hubo absolutamente nada digno de ser discutido (…) Sin embargo, en aquel momento sucedió algo extraño: (…) resultó que toda una generación de alemanes no supo qué hacer con un regalo consistente en gozar de una vida privada en libertad. Alrededor de veinte generaciones de niños y jóvenes alemanes habían estado acostumbrados a que el ámbito de lo público les suministrara gratis, por así decirlo, todo el contenido de sus vidas, la esencia de sus emociones más profundas, del amor y del odio, del júbilo y de la tristeza, pero también de todos los hechos sensacionales y cualquier estado de excitación, aunque vinieran acompañados de pobreza, hambre, muerte, confusión y peligro».

La época Stresemann constituyó el segundo momento, en esta ocasión más prolongado, de la estabilidad que vivieron los alemanes tras los sucesos de 1914. Sin embargo, bajo esta superficie aparentemente en calma se mantenía un sustrato peligroso, cuyas características no dejaban de resultar sorprendentemente parecidas a las de la Gran Guerra, el putsch de Kapp, o la intentona muniquesa de Hitler.

En su opinión, toda una generación de alemanes acostumbrados a las emociones de la última década, no fue capaz de adaptarse y aceptar la normalidad impuesta por Stresemann.

El fin de la crisis.

«Entonces ocurrió algo extraño. Un día empezó a propagarse el increíble cuento de que pronto volvería a haber dinero “de valor constante” y al poco tiempo el rumor se hizo realidad (…) Unas semanas antes Stresemann se había convertido en canciller. La política se volvió mucho más tranquila de repente. Nadie hablaba ya de la caída del Reich. Las “agrupaciones” se retiraron a regañadientes a una especie de hibernación (…) Los redentores se esfumaron de las ciudades (…) Los directores de banco de veintiún años tuvieron que volver a buscar plazas como auxiliares y los alumnos de último curso tuvieron que volver a conformarse con su paga de veinte francos (…) El aire estaba impregnado de un ambiente de resaca, pero también de cierto alivio».

Tras la locura de 1923, Alemania volvió a la calma. Todas y cada una de las extravagancias, dificultades e incoherencias que habían marcado el llamado “año inhumano” fueron desapareciendo: la inflación, el problema diplomático con Francia, la vuelta de las agrupaciones políticas, la aparición de los líderes apocalípticos, las crisis políticas y territoriales, la inversión de los roles, la pasión por la juventud…

La crisis y sus múltiples manifestaciones se esfumaron; incluso ya no se oían rumores. La tranquilidad llegó a Alemania de la mano de Stresemann. Sin embargo, 1923 dejó plantada en la conciencia de los alemanes una peligrosa semilla de rencor: la certeza de que la República fue la responsable de todas las desgracias.

La fiebre por el deporte.

«Uno de estos presagios, malinterpretado en extremo e incluso fomentado y elogiado públicamente, fue la obsesión por el deporte que se adueñó de la juventud alemana en aquella época (…) Asistía a cualquier acontecimiento deportivo, conocía a todos los corredores y la mejor marca de cada uno, por no hablar de la lista de récords alemanes y mundiales, que habría sido capaz de recitar en sueños. La información deportiva desempeñaba el papel que diez años atrás habían representado los partes de guerra (…) No se les ocurrió que aquello era simplemente una forma de practicar y mantener vivo el encanto del juego de la guerra y la antigua representación del gran combate emocionante entre naciones, y que en modo alguno se “liberaban” “instintos bélicos”. No fueron conscientes de la conexión entre ambos hechos ni tampoco de la recaída».

Mientras todos estos acontecimientos se sucedían en la vida política alemana, la que Haffner llama “generación de los nazis” iba creciendo. Aquellos que de niños participaron en el juego de la guerra, y que de adolescentes sufrieron en sus propias carnes –para bien o para mal- la locura del “año inhumano”, se enfrentaron de pronto con un nuevo reto: el deporte.

Las competiciones deportivas se convirtieron en el sustitutivo de aquel entusiasmo que había embargado a los jóvenes en 1914 y 1923. En definitiva, dejando vivo el germen del belicismo, la República desaprovechó, una vez más, la oportunidad de formar una generación verdaderamente republicana.

El regreso a la inseguridad.

«Al día siguiente los periódicos traían este titular: “Stresemann +”. Nosotros al leerlos notamos un gélido sobresalto. ¿Quién iba a dominar a las bestias a partir de ahora? (…) Insultos en las columnas de los anuncios; uniformes diarreicos en las calles y rostros molestos ante ellos por primera vez; los silbidos y el traqueteo de una música marcial estridente y ordinaria. En la Administración, desconcierto; en el Reichstag, alboroto; los periódicos llenos de información sobre una crisis de Gobierno lenta e inacabable».

La desaparición de Stresemann marcó el inicio de una nueva etapa de convulsiones para Alemania. Tal vez Haffner exagera un poco al atribuir a la muerte de este político casi todo el peso de la “vuelta a la inseguridad”; sin embargo, no cabe duda de que este hecho tuvo su peso a la hora de iniciarse la crisis. Fue este un largo proceso de deterioro del sistema parlamentario alemán que culminó en 1933 con el ascenso de Hitler a la cancillería.

Pero, especialmente, fue un periodo de grandes cambios en la vida diaria de los alemanes. La crisis económica, el desempleo, la reaparición de las agrupaciones políticas, y la falta de reacción por parte de los sucesivos gobiernos fueron algunos de los rasgos que marcaron esos tres años de convulsiones.

Bibliografía:

[1] Historia de un alemán; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2005.

[2] El pacto con el diablo; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2007.

[3] Los siete pecados capitales del Imperio Alemán en la Primera Guerra Mundial; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2006.

[4] Anotaciones sobre Hitler; Sebastian Haffner – Galaxia Gutenberg – Barcelona – 2002.

[5] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[6] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[7] La Primera Guerra Mundial; Hew Strachan – Barcelona – Crítica – 2004.

[8] El periodo de entreguerras en Europa; Martin Kitchen – Madrid – Alianza Editorial – 1992.

[9] Sociedad y cultura en la República de Weimar: el fracaso de una ilusión; José Ramón Díez Espinosa – Valladolid – Universidad – 1996.

[10] El desempleo de masas en la Gran Depresión. Palabras, imágenes y sonidos; José Ramón Díez Espinosa – Valladolid – Universidad – 2006.

La revolución de 1918


«Y entonces, a partir de octubre, empezó a avecinarse la revolución. Ésta fue preparándose poco a poco, como la guerra, con palabras y conceptos nuevos que de repente zumbaban en el aire y, lo mismo que la guerra, al final la revolución llegó casi por sorpresa».

Nos sumergimos en la Revolución Alemana de 1918, cuestión sobre la que reflexiona Haffner en otra de sus monografías. En lo referente a los hechos de noviembre y a los sucesos acaecidos con posterioridad, el autor pone énfasis en los siguientes aspectos:

– Defiende que el nuevo orden político alemán nació, por diversas razones, herido de muerte.

– Afirma que la mala organización, la desconfianza y el miedo de los revolucionarios truncaron el proceso arrancado el 9 de noviembre.

– Asegura que, dentro de algunos grupos contrarrevolucionarios, generalmente defensores del autoritarismo, estaba el germen del nacionalsocialismo.

– Hace especial hincapié en la paradoja de que justamente estos grupos antisistema defendieran la revolución del ataque de otros grupos contrarios a la misma.

– Finalmente, explica, de forma detallada, cómo se vivió en Berlín el final de la guerra.

Estas serán pues las cuestiones que aborden los tres próximos artículos de Historia de un alemán.

El «fracaso» revolucionario.

“El estallido bélico (…) estuvo asociado para la mayoría a unos días inolvidables de máxima exaltación (…) mientras que la Revolución de 1918 (…) en realidad dejó recuerdos sombríos a casi todos los alemanes. Este contraste tuvo un efecto funesto sobre toda la historia alemana que estaba aún por llegar. Tan sólo la circunstancia de que la guerra hubiese estallado cuando hacía un tiempo de verano magnífico y la revolución surgiera bajo la niebla húmeda y fría de noviembre fue un duro hándicap para esta última”.

La conclusión a la que se llega tras leer los capítulos de Historia de un alemán referentes a la revolución de 1918 es que esta fracasó. Por diversas razones la República alemana nació herida de muerte, se convirtió en un cadáver. Con altibajos, fue a la deriva a lo largo de quince años, tras los que el nacionalsocialismo se encargó de decir “basta”.

La revolución que engendró la República estuvo marcada por dos aspectos de mal recuerdo para la población alemana: la derrota en la Gran Guerra y el gris noviembre de 1918. Estos factores y la falta de un amplio consenso que avalase la construcción del edificio republicano, pesaron sin duda durante todo el periodo del parlamentarismo alemán.

El caos y la contrarrevolución.

“Aquel domingo fue también la primera vez que oí un tiroteo (…) Estábamos en uno de los cuartos interiores, abrimos las ventanas y escuchamos lejana pero claramente el fuego entrecortado de unas ametralladoras (…) A partir de entonces comenzó un espectáculo en que los auténticos revolucionarios dieron unos cuantos golpes chapuceros y mal organizados, y los saboteadores decidieron poner la contrarrevolución encima de la mesa en forma de los llamados Freicorps”.

Otro aspecto a destacar acerca de la experiencia revolucionaria alemana de 1918 es que esta no alcanzó su plenitud. El caos de las primeras semanas y la ineficacia de los propios revolucionarios para defender y desarrollar su proyecto, favoreció el surgimiento de un movimiento contrarrevolucionario. Pero curiosamente fueron las fuerzas de la reacción las que permitieron la supervivencia de la revolución, eso sí, con un disfraz más moderado.

En ésta tarea de defensa de la revolución jugaron un papel fundamental las Freicorps. Sebastian Haffner no duda en definirlas como el antecedente de las brigadas de asalto nacionalsocialistas. Además, plantea una pregunta acerca de este grupo: ¿por qué no tomaron el poder en ese momento? No nos da respuesta, aunque tal vez cabe plantearse que no tenían en aquellos momentos un proyecto alternativo a la República. Esta se veía como un sistema pasajero –un mal menor- mientras se buscaba una solución mejor a la cuestión alemana.

El final del gran juego de la guerra.

«Entretanto estaba pendiente el final de la guerra. Tanto yo como cualquiera teníamos claro que la revolución equivalía al término de la guerra, y era evidente que se trataba de un desenlace sin victoria final (…) cuando me presenté en la comisaría de mi distrito a la hora habitual ya no había ningún parte de guerra (…) Pude ver lo que todos leían malhumorados y silenciosos. Lo que estaba expuesto era un periódico de edición temprana con el siguiente titular: “Firmado el alto al fuego”. Debajo figuraban las condiciones, una larga lista».

La derrota de los Imperios Centrales en la Gran Guerra puso fin a la diversión de una generación de niños alemanes: “el juego de la guerra”. En apenas unos días estos jóvenes, y con ellos toda la sociedad germana, volvieron de lleno a la realidad cotidiana. Sin embargo, ésta no era la misma que habían vivido antes de 1914: el conflicto había cambiado el mundo, sus estructuras y la mentalidad de sus gentes. Y esto, en el caso de los vencidos, era aún más evidente. Al peso moral de la derrota se unían las duras condiciones de Versalles.

Bibliografía:

[1] Historia de un alemán; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2005.

[2] El pacto con el diablo; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2007.

[3] Los siete pecados capitales del Imperio Alemán en la Primera Guerra Mundial; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2006.

[4] Anotaciones sobre Hitler; Sebastian Haffner – Galaxia Gutenberg – Barcelona – 2002.

[5] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[6] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[7] La Primera Guerra Mundial; Hew Strachan – Barcelona – Crítica – 2004.

[8] El periodo de entreguerras en Europa; Martin Kitchen – Madrid – Alianza Editorial – 1992.

[9] Sociedad y cultura en la República de Weimar: el fracaso de una ilusión; José Ramón Díez Espinosa – Valladolid – Universidad – 1996.

[10] El desempleo de masas en la Gran Depresión. Palabras, imágenes y sonidos; José Ramón Díez Espinosa – Valladolid – Universidad – 2006.

El estallido de la Gran Guerra


“Claro que durante los días previos habían sucedido cosas inquietantes. El periódico traía algo inexistente hasta entonces: titulares. Mi padre lo leía durante más tiempo que de costumbre; al hacerlo mostraba un semblante preocupado e insultaba a los austríacos cuando terminaba de leer. En una ocasión el titular decía: ¡Guerra!”.

En la primera parte de su libro Sebastian Haffner nos muestra como vivió él –un niño alemán- el comienzo, desarrollo y final de la Gran Guerra. Sin embargo, además de los pequeños detalles cotidianos que el autor nos va mostrando a lo largo de la narración, podemos disfrutar también de su propia interpretación de los hechos; elaborada, por supuesto, en su fase adulta. De esta manera, nos expone su opinión poseedora de un doble valor: son los comentarios de un intelectual y, al mismo tiempo, los de un hombre que vivió aquellos acontecimientos.

Haffner resalta en lo referente a la Primera Guerra Mundial el sacrificio del pueblo alemán, al que no le rindió el hambre, sino la certeza de su derrota; la pasión de su generación por la guerra, que, en su opinión, la convirtió en caldo de cultivo para el nacionalsocialismo; y el papel desempeñado por la propaganda a lo largo del conflicto.

Del comienzo de la Gran Guerra Haffner nos deja dos testimonios interesantes en su obra: un final inesperado para las vacaciones de verano, y la movilización del ejército alemán. Ambos aspectos los encontramos también en El mundo de ayer. Memorias de un europeo de Stefan Zweig. Fueron, sin duda, experiencias vividas por un buen número de alemanes y austriacos en esos días. Así lo relata Sebastian Haffner:

“Cuando me despertaron al día siguiente, el equipaje se iba haciendo a marchas forzadas. Al principio no entendí absolutamente nada de lo ocurrido; la palabra “movilización” no me decía nada, a pesar de que habían intentado explicármela unos días antes. Pero había poco tiempo para cualquier explicación, pues ya a mediodía debíamos liar los bártulos…

El viaje en tren no duró siete horas, como siempre, sino doce. Hubo paradas continuas, nos cruzamos con trenes llenos de soldados (…) No tuvimos un compartimento para nosotros solos, como solía ser habitual cuando viajábamos, sino que íbamos en los pasillos de pie o sentados sobre nuestras maletas, apretujados entre mucha gente que cotorreaba y hablaba sin parar (…) La casa no estaba en modo alguno preparada para nuestro regreso, los muebles estaban cubiertos con sábanas, las camas sin hacer”.

El mapa de la guerra.

“Un niño de siete años como yo (…) supo enseguida no sólo el qué, cómo y dónde de la guerra, sino incluso el porqué: supe que la culpa de todo la tenían el ansia revanchista de Francia, el afán de protagonismo de Inglaterra y la brutalidad de Rusia (…) Pedí que me enseñaran el mapa de Europa, con solo un vistazo supe que “nosotros” probablemente acabaríamos con Francia e Inglaterra, pero experimenté un sordo sobresalto al ver el tamaño de Rusia, si bien acepté el consuelo de que los rusos compensaban su aterrador número con una estupidez y depravación increíbles…”

Como todos los alemanes, el protagonista de esta obra se ve afectado por la propaganda de guerra. Descubrimos así, por medio de sus palabras, los prejuicios más habituales de los ciudadanos del II Reich: el revanchismo francés, el afán de protagonismo inglés, y la estupidez de los rusos.

Este testimonio constituye un claro ejemplo de cómo la propaganda influía en el pensamiento de las personas. Y nos permite conocer en qué dirección se movía esa labor propagandística: la defensa de la superioridad del pueblo alemán y su inocencia ante el estallido de un conflicto impuesto desde fuera.

Además, también se muestra en ésta obra la complicada situación geoestratégica en la que se encontró la nación alemana a lo largo del conflicto: entre dos frentes. No obstante, por encima de todo hay que destacar la invasión, por parte de la Guerra, de la vida cotidiana de los individuos y las familias. Los alemanes -bien por medio de una prensa cada vez más desarrollada, o por las carencias propias del contexto bélico en que se encontraban- vivieron el conflicto con una cercanía no experimentada hasta entonces en ninguna guerra anterior.

La euforia de la catástrofe.

“No tenía ni idea de que fuera posible mantenerse al margen de aquella locura festiva generalizada. Ni de lejos se me pasó por la cabeza la idea de que pudiera haber algo malo o peligroso en una cosa que causaba una felicidad tan obvia y regalaba aquellos estados de alegre embriaguez tan poco frecuentes”.

El estallido de la Gran Guerra estuvo acompañado de numerosas manifestaciones populares en favor del conflicto y de la causa de la nación. Este fenómeno –“la euforia de la catástrofe”- se dio en todos los países beligerantes con similares características: exaltación del nacionalismo romántico, odio inconsistente hacia las naciones enemigas, y apoyo generalizado de la población, las clases dirigentes y los intelectuales.

En su obra, Sebastian Haffner nos describe su experiencia de aquellos días de euforia y nacionalismo generalizado. Pero además, como hombre que ve los hechos con la perspectiva de los años, analiza los sucesos de ese verano de 1914. En su opinión, cabría destacar tres aspectos de aquella “euforia de la catástrofe”:

– El triunfo de la propaganda nacionalista y de las teorías que justificaban la guerra.

– Insiste en que las manifestaciones masivas de nacionalismo fueron una demostración más de la dificultad de los alemanes para alcanzar la felicidad individual.

– Describe, en último lugar, el sacrificio y las privaciones materiales que tuvieron que soportar los alemanes para lograr la ansiada “victoria total”. Y que, a la postre, acabaron por marcar el fin de la euforia y la derrota germana.

El juego de la guerra

“Para un niño que viviese en Berlín una guerra era, evidentemente, algo en extremo irreal: tan irreal como un juego. No había ataques aéreos ni bombas. Había heridos, pero solo a distancia (…) Lo importante era la fascinación que ejercía el juego de la guerra: un juego en el que, según las reglas secretas, el número de prisioneros, los territorios invadidos, las fortalezas conquistadas y los barcos hundidos desempeñaban aproximadamente el mismo papel que los goles en el fútbol (…) Mis amigos y yo jugamos a lo largo de toda la guerra, durante cuatro años, impune y libremente, y fue este juego (…) lo que dejó marcas peligrosas en todos nosotros”.

La Guerra, como hemos indicado anteriormente, invadió todos los ámbitos de la vida de los ciudadanos pertenecientes a las distintas potencias beligerantes. De esta forma, en lo que a la vida de un niño se refiere, es lógico pensar que el conflicto irrumpiese en sus juegos y diversiones. Eso es justamente lo que nos viene a mostrar Historia de un alemán. En unas pocas páginas el autor nos describe el “juego de la guerra”, inofensivo en apariencia, pero con nefastas consecuencias: esa excitante diversión, acabó, en opinión de Haffner, formando la “generación de los nazis”.

La catástrofe de la euforia

«Por aquel entonces tampoco me pasó inadvertido el hecho de que, con el trascurso del tiempo, muchos, muchísimos, casi todos se habían formado una opinión respecto de la guerra distinta a la mía, si bien mi postura había sido inicialmente la más generalizada (…) oía a las mujeres quejarse y pronunciar palabras malsonantes dando muestras de una gran disconformidad».

Dos factores, la duración y dureza del conflicto tanto en el frente como en la retaguardia, hicieron posible que de la “euforia de la catástrofe” se pasase a la “catástrofe de la euforia”. Poco a poco se fue generalizando el malestar hacia el conflicto. Surgieron así importantes movimientos contrarios al mismo que exigían a los gobernantes la paz. En éste contexto iban propagándose, además, las ideas revolucionarias, por lo que podemos afirmar que durante los últimos meses de guerra se vivió un ambiente prerrevolucionario. Pues bien, en el caso alemán, ante la más que previsible derrota militar, todo esto se acentuó notablemente.

Sebastian Haffner nos narra en sus memorias cómo vivió él ese cambio de ánimos en la retaguardia. No obstante, lo realmente interesante de este testimonio es comprobar como ese niño no fue consciente de los hechos hasta los últimos momentos. La aparición de la “catástrofe de la euforia” y la difusión de las ideas revolucionarias le cogieron por sorpresa, como surgidas de la noche a la mañana. También la derrota alemana llegó casi sin avisar. De esta manera, terminó para los niños alemanes el “juego de la guerra” que, en el caso concreto de Haffner, nos deja un interesante testimonio acerca de los partes bélicos de la época.

Bibliografía:

[1] Historia de un alemán; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2005.

[2] El pacto con el diablo; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2007.

[3] Los siete pecados capitales del Imperio Alemán en la Primera Guerra Mundial; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2006.

[4] Anotaciones sobre Hitler; Sebastian Haffner – Galaxia Gutenberg – Barcelona – 2002.

[5] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[6] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[7] La Primera Guerra Mundial; Hew Strachan – Barcelona – Crítica – 2004.

[8] El periodo de entreguerras en Europa; Martin Kitchen – Madrid – Alianza Editorial – 1992.

[9] Sociedad y cultura en la República de Weimar: el fracaso de una ilusión; José Ramón Díez Espinosa – Valladolid – Universidad – 1996.

[10] El desempleo de masas en la Gran Depresión. Palabras, imágenes y sonidos; José Ramón Díez Espinosa – Valladolid – Universidad – 2006.

Historia de un alemán


Esta obra es, en palabras de su autor, “una especie de duelo”: la lucha entre un individuo que trata de salvaguardar su personalidad, y un Estado que busca arrebatársela. Sin embargo, Historia de un alemán es mucho más que eso: es una radiografía de la vida en Alemania entre 1914 y 1933; una respuesta al porqué del triunfo nacionalsocialista; una explicación al funcionamiento del sistema coercitivo y propagandístico nazi… Es, en definitiva, un viaje a la Alemania de aquellos años; como una película proyectada desde la mente del autor.

No hemos de olvidar que esto no es novela; son unas memorias que, aún centrándose en su autor, nos ayudan a descubrir ese convulso mundo germano. Por tanto, la riqueza que nos aporta este libro es enorme: tras cada suceso puramente personal se esconde un trasfondo histórico, bien sea de tipo social, político, económico o cultural.

A todo esto hay que añadir un último aspecto: la interpretación posterior del autor. Como intelectual, Sebastian Haffner nos proporciona su lectura acerca de los hechos que, en muchas ocasiones, presenta un gran valor y una sorprendente actualidad. Es, pues, una obra sencilla –por las explicaciones y por el estilo del autor- que, en buena parte por su carácter cronológico, nos permite hacernos una idea de lo que sucedió en Alemania desde el final de la Gran Guerra hasta los comienzos del gobierno hitleriano.

Me ha parecido distinguir grandes bloques en la obra de Sebastian Haffner. Así que, para la elaboración de estos artículos, he creído conveniente tener en cuenta esa división. Los apartados a los que me refiero son: la época anterior al ascenso nacionalsocialista, donde a mi juicio trata de exponer sus ideas acerca de como creció la semilla nazi en Alemania, y los primeros meses de gobierno de Hitler, donde explica la consolidación de los nacionalsocialistas en el poder. De esta manera, siguiendo ese esquema, he ido abordando los aspectos del libro que me han resultado más interesantes. Además, junto a ellos he añadido fragmentos de la obra que facilitan la comprensión de mis afirmaciones.

Bibliografía:

[1] Historia de un alemán; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2005.

[2] El pacto con el diablo; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2007.

[3] Los siete pecados capitales del Imperio Alemán en la Primera Guerra Mundial; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2006.

[4] Anotaciones sobre Hitler; Sebastian Haffner – Galaxia Gutenberg – Barcelona – 2002.

[5] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[6] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[7] La Primera Guerra Mundial; Hew Strachan – Barcelona – Crítica – 2004.

[8] El periodo de entreguerras en Europa; Martin Kitchen – Madrid – Alianza Editorial – 1992.

[9] Sociedad y cultura en la República de Weimar: el fracaso de una ilusión; José Ramón Díez Espinosa – Valladolid – Universidad – 1996.

[10] El desempleo de masas en la Gran Depresión. Palabras, imágenes y sonidos; José Ramón Díez Espinosa – Valladolid – Universidad – 2006.

Mátyás Rákosi

Este texto forma parte de un conjunto de breves biografías que he elaborado sobre la Revolución Húngara de 1956. Para ver la lista completa, pincha aquí.


Matyas_Rakosi

(1892-1972) Personaje vinculado al internacionalismo socialista de obediencia soviética desde los años de la Gran Guerra, colaboró en la primera experiencia socialista húngara: la efímera República de los Consejos dirigida por Béla Kun entre el 21 de marzo y el 1 de agosto de 1919. En los primeros años veinte trabajó en el Komintern y a partir de 1924 regresó a a Hungría para organizar en la clandestinidad el Partido Comunista, pero un año más tarde fue encarcelado. Una vez en libertad, en 1940, viajó a la Unión Soviética para ponerse al frente de los comunistas húngaros. Al regresar a Hungría en 1944 como persona de confianza de Stalin fue hasta 1956 el máximo dirigente del Partido Comunista húngaro; entre 1952 y 1953 desempeñó el encargo de Primer Ministro. Abandonó Hungría durante la insurrección del otoño de 1956 y murió en Moscú en 1971.

De Kosovo a Kosova (1912-2008)

Artículo publicado por Historia en Presente el 24 de abril de 2008.


Presento a continuación un artículo que pretende analizar la reciente independencia de Kosovo con respecto a Serbia. El original es, a mi juicio, demasiado largo para publicarlo de una vez, por esa razón lo he dividido en varios fragmentos. Este primero se centra casi exclusivamente en los aspectos histórico-políticos de la región a lo largo del siglo XX; mi intención es que el siguiente se refiera a la evolución económica kosovar en ese mismo periodo de tiempo. El título elegido pretende reflejar el cambio introducido por la independencia de esta región balcánica: de Kosovo, propio del idioma serbio, a Kosova, como lo denominan los albaneses. La bibliografía que encontrarán al final del texto es igualmente válida para los próximos fragmentos del artículo.

Introducción: Kosovo en el puzzle yugoslavo

Si la antigua Yugoslavia fuera un complicado puzzle, Kosovo sería, recién inaugurado el siglo XXI, una pieza que no acaba de encajar. Casi tres lustros después de los Acuerdo de Dayton (21 de noviembre de 1995), la herida de los Balcanes continúa sangrando por esta región de mayoría albanesa.

A pesar de los esfuerzos -no siempre desinteresados- de gobiernos, organismos internaciones y personalidades de la vida pública, el mapa definitivo para la zona aún no acaba de perfilarse. La declaración unilateral de independencia –si bien con el respaldo de numerosas naciones occidentales- por parte de las autoridades albano-kosovares ha sido, en 2008, el último capítulo de este episodio en la Historia europea.

¿Qué es Kosovo?

Hoy día, como el resto de las antiguas Repúblicas de la Yugoslavia de Joseph Broz (Tito), no es más que el resultado de la desintegración de un Estado artificial. Es el final de un sueño forjado por los eslavos del sur que, arrastrado por el oleaje de los años ochenta y noventa –la desaparición del mundo bipolar-, terminó convirtiéndose en una pesadilla.

Al igual que los otros dos experimentos surgidos al finalizar la Primera Guerra Mundial -la URSS y Checoslovaquia- Yugoslavia desapareció al derrumbarse el Telón de Acero.

No pertenecía del todo al bloque soviético, pero la crisis del socialismo real también se llevó consigo a la federación balcánica. La transición del comunismo al capitalismo estuvo marcada en este estado multinacional, al contrario que el de los demás países de la Europa centro-oriental, por una sucesión de enfrentamientos bélicos. En ese contexto hemos de enmarcar Kosovo: en el fracaso del ideal yugoslavista.

No obstante, Kosovo es mucho más que otra consecuencia de la desmembración de Yugoslavia. Es una región que nunca estuvo a gusto con su estatus dentro de la federación; no es que pretendiera abandonarla, pero deseaba actuar en ella de manera autónoma, como una república más en lugar de como provincia de Serbia, a la que pertenecía desde la guerra entre la Liga Balcánica y el Imperio Otomano (1912). Las raíces históricas de su dependencia con respecto a los serbios se remontan a la batalla de Kosovo-Polje (28 de junio de 1389). La victoria de los turcos marcó el final del reino serbio, que desapareció del mapa europeo durante muchos siglos.

La Serbia contemporánea –desde los años de lucha con turcos y austro-húngaros, hasta la época de Slobodan Milosevic- ha entendido que la región de Kosovo, como último vestigio del antiguo reino medieval, es la cuna de la nueva nación balcánica. Por esa razón, la renuncia a ese territorio es considerada en Belgrado como algo parecido a una herejía. Sin embargo, Kosovo es una región de mayoría albanesa; ciudadanos que no tienen nada que ver –y no quieren tener nada que ver- con Serbia. La cuestión es, por tanto, compleja.

¿Qué ha sido Kosovo dentro de Yugoslavia?

Al término de la Primera Guerra Mundial surgió el Reino de los serbios, croatas y eslovenos. Se trataba de un estado multiétnico –serbios, croatas, eslovenos, montenegrinos, bosnios, albaneses, húngaros, búlgaros, italianos y griegos- cuya constitución (Vidovdan, 1921) fue denunciada por organizaciones contrarias a la política de Belgrado como “un medio ideado por los serbios para terminar con sus tradiciones seculares y lograr su completa asimilación (como sucedía con los albaneses de Kosovo y los macedonios, considerados serbios a todos los efectos). Por ello, pretendieron una revisión de la misma, al menos sobre postulados federalistas” [3].

En concreto, el Partido popular esloveno propuso, sin éxito, la formación de un Estado yugoslavo muy parecido al que años después presidió Tito: “Serbia con Kosovo y Macedonia, Croacia con Eslavonia y Dalmacia, Eslovenia, Montenegro, Bosnia-Herzegovina y Voivodina” [3]. Por tanto, en la época de entreguerras, nos encontramos con un Kosovo sometido al gobierno serbio, tanto en los planteamientos centralistas de la Constitución de Vidovdan y del gobierno del rey Alejandro I, como en los postulados revisionistas de croatas y eslovenos.

Pocos meses antes de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) el Reino de los serbios, croatas y eslovenos comenzó a desmembrarse “fruto de las crisis internas y de la tensión internacional” [4].

Esa situación fue aprovechada por las potencias del Eje en 1941, año en que decidieron a ocupar el territorio yugoslavo y establecer ahí estados colaboracionistas. Italia, que previamente había satelizado Albania, se anexionó la región de Kosovo por considerarla, precisamente, territorio albanés. Esto ha sido olvidado de manera sistemática por historiadores y expertos en relaciones internacionales. Sin embargo, es de una importancia vital, no tanto por sus repercusiones –la situación se prolongó sólo unos meses – como por su valor simbólico: la única vez en todo el siglo XX en que Kosovo ha abandonado el yugo del gobierno serbio.

Tras la derrota de las potencias del Eje en 1945, los vencedores procedieron a reorganizar el mapa europeo. Los Balcanes quedaron bajo la órbita de la URSS. Sin embargo, la Yugoslavia liberada por los partisanos de Tito pudo desarrollarse con cierta autonomía. “Al contrario que otros estados de la Europa central y oriental, no eran un territorio ocupado por el Ejército Rojo” [2].

La primera constitución de la Federación declaraba que esta estaba compuesta por cinco repúblicas (Serbia, Croacia, Eslovenia, Bosnia-Herzegovina y Macedonia) y, como muestra de reconocimiento a las peculiaridades de las poblaciones albanesa y húngara, dos provincias autónomas vinculadas a Serbia: Kosovo y Voivodina. A estas les correspondían, respectivamente, diez y dieciocho representantes en la Cámara de las Nacionalidades, de ciento setenta y ocho miembros.

La muerte de Stalin fue aprovechada por las autoridades yugoslavas para redactar una nueva Constitución (1953). Esta mantuvo los principios del anterior documento, pero marcaba ciertas distancias con los principios centralistas de tipo estalinista. Los albano-kosovares vieron en esto un avance hacia el objetivo definitivo: ser reconocidos como república independiente dentro de la Federación yugoslava.

Sin embargo, en contra de las esperanzas albergadas por Kosovo, la Constitución de 1963 no varió en nada la estructura de Yugoslavia.

En ella se mantenían las cinco repúblicas, con diez diputados cada una en el Consejo de las Nacionalidades, y las dos provincias autónomas, con cinco representantes. La protesta ante el inmovilismo de las autoridades federales se hizo esperar hasta 1968. Kosovo participó a su manera en ese mar de sentimiento inconformista que sacudió al mundo a finales de los sesenta. Pedían ser reconocidos como república independiente dentro de la Federación. La concesión de un mayor grado de autonomía sirvió para acallar temporalmente las protestas en la provincia.

El último episodio en lo que a la cuestión constitucional se refiere es el de 1974. Este documento establecía, de cara al gobierno yugoslavo, un Consejo Federal, con treinta delegados por república y veinte de cada provincia autónoma, y un “consejo de repúblicas y provincias compuesto por doce delegados de las repúblicas y ocho de las provincias” [3].

¿Qué es Kosovo después de Yugoslavia?

El proceso de descomposición de la Federación yugoslava se inició en la década de los ochenta; si bien es verdad que sus repercusiones no se dejaron notar hasta los años noventa. En Kosovo las protestas reaparecieron, de forma violenta, en 1981. La reivindicación de la independencia como república apareció acompañada en este caso de dos fenómenos cada vez más extendidos: la crisis económica y el odio a la minoría étnica serbia, que era marginada de manera sistemática por las autoridades autonómicas (durante la década de los setenta abandonaron Kosovo el 17% de sus ciudadanos serbios). La resistencia albano-kosovar fue reprimida por la policía y el ejército federal, pero su ejemplo sirvió para avivar el sentimiento nacionalista dentro de todo el territorio yugoslavo.

El auge nacionalista en Serbia tuvo un nombre: Slobodan Milosevic. Este personaje se erigió en el salvador de un pueblo que, a pesar de ser mayoría, se sentía maltratado dentro de las estructuras federales.

La grandeza de los serbios parecía perderse en medio de la crisis económica de la república y la ineficacia del aparato yugoslavo para evitar el descalabro. Por esa razón, el nuevo gobierno republicano, aupado por los aires de cambio que recorrían la Europa centro-oriental, se decidió a redactar una nueva Constitución en 1989. Este texto sancionaba el fin de la autonomía de Kosovo y Voivodina, lo que provocó la protesta de ambas minorías étnicas. Sin embargo, el proyecto de Milosevic siguió adelante.

Poco a poco Yugoslavia se fue rompiendo en medio de guerras y secesiones pactadas. No obstante, Kosovo no conseguía quitarse de encima el yugo serbio. El 19 de octubre de 1991, como consecuencia del centralismo practicado por Belgrado, la provincia proclamó su independencia. Esta sólo contó con el reconocimiento expreso de Albania, lo que sirvió para que Milosevic proclamara, una vez más, que detrás de la cuestión kosovar estaba el irredentismo albanés. Unos meses después, Ibrahim Rugova era elegido Presidente en el exilio de la República nonata.

Los años que siguieron a estos hechos estuvieron marcados por la actividad terrorista de ambas facciones: la albanesa y la serbia. Una vez resueltos los conflictos con Eslovenia, Croacia, Bosnia y Macedonia, Serbia volvió los ojos a Kosovo. Corría el año 1999, y había llegado el momento de llevar a cabo la tan ansiada limpieza étnica que iba a “solucionar” la cuestión de Kosovo. Para el gobierno de Milosevic la única solución era echar a los albaneses de la región. La intervención de los EE.UU. a través de la OTAN impidió que el ejército serbio completara su tarea.

La ocupación del territorio kosovar por parte de las fuerzas internacionales pospuso sine die la solución para el problema de la región. No obstante, desde las Naciones Unidas se empezó a trabajar por medio de una comisión presidida por Martti Ahtisaari. La actual independencia de Kosovo se ha basado en las conclusiones publicadas por este organismo en primavera de 2007. El problema es que, ante la amenaza del veto ruso, estas no han sido aprobadas por el Consejo de Seguridad de la ONU. Por esa razón, muchos entendidos no dudan en tildar este proceso emancipador de ilegal.

Además, en el seno de la Unión Europea, organismo al que se ha encargado la tutela del nuevo estado de Kosovo, no existe consenso en torno a la cuestión. En apariencia, el camino hacia la solución de esta problemática parece despejarse; sin embargo, no debemos engañarnos, queda mucho por andar. No sólo ha de confirmarse la independencia kosovar –reconocimiento por parte de la comunidad internacional, con Serbia a la cabeza-, sino también la viabilidad del proyecto en un territorio lastrado por abundantes desequilibrios económicos, culturales y sociales.

Bibliografía:

[1] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[2] Postguerra. Una historia de Europa desde 1945; Tony Judt – Madrid – Taurus -2006.

[3] La Europa balcánica. Yugoslavia, desde la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días; Ricardo M. Martín de la Guardia y Guillermo A. Pérez Sánchez – Madrid – Síntesis – 1997.

[4] La trampa balcánica; Francisco Veiga – Barcelona – Grijalbo – 2002.

[5] Los conflictos yugoslavos. Una introducción; Carlos Taibo y José Carlos Lechado – Madrid – Fundamentos – 1993.

[6] Kosovo. Una independencia sin dinero; Ramón Lobo – El País – 31 de mayo de 2007.

[7] Kosovo independiente; Florentino Portero – GEES -12 de junio de 2007.