De Kosovo a Kosova (1912-2008)

Artículo publicado por Historia en Presente el 24 de abril de 2008.


Presento a continuación un artículo que pretende analizar la reciente independencia de Kosovo con respecto a Serbia. El original es, a mi juicio, demasiado largo para publicarlo de una vez, por esa razón lo he dividido en varios fragmentos. Este primero se centra casi exclusivamente en los aspectos histórico-políticos de la región a lo largo del siglo XX; mi intención es que el siguiente se refiera a la evolución económica kosovar en ese mismo periodo de tiempo. El título elegido pretende reflejar el cambio introducido por la independencia de esta región balcánica: de Kosovo, propio del idioma serbio, a Kosova, como lo denominan los albaneses. La bibliografía que encontrarán al final del texto es igualmente válida para los próximos fragmentos del artículo.

Introducción: Kosovo en el puzzle yugoslavo

Si la antigua Yugoslavia fuera un complicado puzzle, Kosovo sería, recién inaugurado el siglo XXI, una pieza que no acaba de encajar. Casi tres lustros después de los Acuerdo de Dayton (21 de noviembre de 1995), la herida de los Balcanes continúa sangrando por esta región de mayoría albanesa.

A pesar de los esfuerzos -no siempre desinteresados- de gobiernos, organismos internaciones y personalidades de la vida pública, el mapa definitivo para la zona aún no acaba de perfilarse. La declaración unilateral de independencia –si bien con el respaldo de numerosas naciones occidentales- por parte de las autoridades albano-kosovares ha sido, en 2008, el último capítulo de este episodio en la Historia europea.

¿Qué es Kosovo?

Hoy día, como el resto de las antiguas Repúblicas de la Yugoslavia de Joseph Broz (Tito), no es más que el resultado de la desintegración de un Estado artificial. Es el final de un sueño forjado por los eslavos del sur que, arrastrado por el oleaje de los años ochenta y noventa –la desaparición del mundo bipolar-, terminó convirtiéndose en una pesadilla.

Al igual que los otros dos experimentos surgidos al finalizar la Primera Guerra Mundial -la URSS y Checoslovaquia- Yugoslavia desapareció al derrumbarse el Telón de Acero.

No pertenecía del todo al bloque soviético, pero la crisis del socialismo real también se llevó consigo a la federación balcánica. La transición del comunismo al capitalismo estuvo marcada en este estado multinacional, al contrario que el de los demás países de la Europa centro-oriental, por una sucesión de enfrentamientos bélicos. En ese contexto hemos de enmarcar Kosovo: en el fracaso del ideal yugoslavista.

No obstante, Kosovo es mucho más que otra consecuencia de la desmembración de Yugoslavia. Es una región que nunca estuvo a gusto con su estatus dentro de la federación; no es que pretendiera abandonarla, pero deseaba actuar en ella de manera autónoma, como una república más en lugar de como provincia de Serbia, a la que pertenecía desde la guerra entre la Liga Balcánica y el Imperio Otomano (1912). Las raíces históricas de su dependencia con respecto a los serbios se remontan a la batalla de Kosovo-Polje (28 de junio de 1389). La victoria de los turcos marcó el final del reino serbio, que desapareció del mapa europeo durante muchos siglos.

La Serbia contemporánea –desde los años de lucha con turcos y austro-húngaros, hasta la época de Slobodan Milosevic- ha entendido que la región de Kosovo, como último vestigio del antiguo reino medieval, es la cuna de la nueva nación balcánica. Por esa razón, la renuncia a ese territorio es considerada en Belgrado como algo parecido a una herejía. Sin embargo, Kosovo es una región de mayoría albanesa; ciudadanos que no tienen nada que ver –y no quieren tener nada que ver- con Serbia. La cuestión es, por tanto, compleja.

¿Qué ha sido Kosovo dentro de Yugoslavia?

Al término de la Primera Guerra Mundial surgió el Reino de los serbios, croatas y eslovenos. Se trataba de un estado multiétnico –serbios, croatas, eslovenos, montenegrinos, bosnios, albaneses, húngaros, búlgaros, italianos y griegos- cuya constitución (Vidovdan, 1921) fue denunciada por organizaciones contrarias a la política de Belgrado como “un medio ideado por los serbios para terminar con sus tradiciones seculares y lograr su completa asimilación (como sucedía con los albaneses de Kosovo y los macedonios, considerados serbios a todos los efectos). Por ello, pretendieron una revisión de la misma, al menos sobre postulados federalistas” [3].

En concreto, el Partido popular esloveno propuso, sin éxito, la formación de un Estado yugoslavo muy parecido al que años después presidió Tito: “Serbia con Kosovo y Macedonia, Croacia con Eslavonia y Dalmacia, Eslovenia, Montenegro, Bosnia-Herzegovina y Voivodina” [3]. Por tanto, en la época de entreguerras, nos encontramos con un Kosovo sometido al gobierno serbio, tanto en los planteamientos centralistas de la Constitución de Vidovdan y del gobierno del rey Alejandro I, como en los postulados revisionistas de croatas y eslovenos.

Pocos meses antes de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) el Reino de los serbios, croatas y eslovenos comenzó a desmembrarse “fruto de las crisis internas y de la tensión internacional” [4].

Esa situación fue aprovechada por las potencias del Eje en 1941, año en que decidieron a ocupar el territorio yugoslavo y establecer ahí estados colaboracionistas. Italia, que previamente había satelizado Albania, se anexionó la región de Kosovo por considerarla, precisamente, territorio albanés. Esto ha sido olvidado de manera sistemática por historiadores y expertos en relaciones internacionales. Sin embargo, es de una importancia vital, no tanto por sus repercusiones –la situación se prolongó sólo unos meses – como por su valor simbólico: la única vez en todo el siglo XX en que Kosovo ha abandonado el yugo del gobierno serbio.

Tras la derrota de las potencias del Eje en 1945, los vencedores procedieron a reorganizar el mapa europeo. Los Balcanes quedaron bajo la órbita de la URSS. Sin embargo, la Yugoslavia liberada por los partisanos de Tito pudo desarrollarse con cierta autonomía. “Al contrario que otros estados de la Europa central y oriental, no eran un territorio ocupado por el Ejército Rojo” [2].

La primera constitución de la Federación declaraba que esta estaba compuesta por cinco repúblicas (Serbia, Croacia, Eslovenia, Bosnia-Herzegovina y Macedonia) y, como muestra de reconocimiento a las peculiaridades de las poblaciones albanesa y húngara, dos provincias autónomas vinculadas a Serbia: Kosovo y Voivodina. A estas les correspondían, respectivamente, diez y dieciocho representantes en la Cámara de las Nacionalidades, de ciento setenta y ocho miembros.

La muerte de Stalin fue aprovechada por las autoridades yugoslavas para redactar una nueva Constitución (1953). Esta mantuvo los principios del anterior documento, pero marcaba ciertas distancias con los principios centralistas de tipo estalinista. Los albano-kosovares vieron en esto un avance hacia el objetivo definitivo: ser reconocidos como república independiente dentro de la Federación yugoslava.

Sin embargo, en contra de las esperanzas albergadas por Kosovo, la Constitución de 1963 no varió en nada la estructura de Yugoslavia.

En ella se mantenían las cinco repúblicas, con diez diputados cada una en el Consejo de las Nacionalidades, y las dos provincias autónomas, con cinco representantes. La protesta ante el inmovilismo de las autoridades federales se hizo esperar hasta 1968. Kosovo participó a su manera en ese mar de sentimiento inconformista que sacudió al mundo a finales de los sesenta. Pedían ser reconocidos como república independiente dentro de la Federación. La concesión de un mayor grado de autonomía sirvió para acallar temporalmente las protestas en la provincia.

El último episodio en lo que a la cuestión constitucional se refiere es el de 1974. Este documento establecía, de cara al gobierno yugoslavo, un Consejo Federal, con treinta delegados por república y veinte de cada provincia autónoma, y un “consejo de repúblicas y provincias compuesto por doce delegados de las repúblicas y ocho de las provincias” [3].

¿Qué es Kosovo después de Yugoslavia?

El proceso de descomposición de la Federación yugoslava se inició en la década de los ochenta; si bien es verdad que sus repercusiones no se dejaron notar hasta los años noventa. En Kosovo las protestas reaparecieron, de forma violenta, en 1981. La reivindicación de la independencia como república apareció acompañada en este caso de dos fenómenos cada vez más extendidos: la crisis económica y el odio a la minoría étnica serbia, que era marginada de manera sistemática por las autoridades autonómicas (durante la década de los setenta abandonaron Kosovo el 17% de sus ciudadanos serbios). La resistencia albano-kosovar fue reprimida por la policía y el ejército federal, pero su ejemplo sirvió para avivar el sentimiento nacionalista dentro de todo el territorio yugoslavo.

El auge nacionalista en Serbia tuvo un nombre: Slobodan Milosevic. Este personaje se erigió en el salvador de un pueblo que, a pesar de ser mayoría, se sentía maltratado dentro de las estructuras federales.

La grandeza de los serbios parecía perderse en medio de la crisis económica de la república y la ineficacia del aparato yugoslavo para evitar el descalabro. Por esa razón, el nuevo gobierno republicano, aupado por los aires de cambio que recorrían la Europa centro-oriental, se decidió a redactar una nueva Constitución en 1989. Este texto sancionaba el fin de la autonomía de Kosovo y Voivodina, lo que provocó la protesta de ambas minorías étnicas. Sin embargo, el proyecto de Milosevic siguió adelante.

Poco a poco Yugoslavia se fue rompiendo en medio de guerras y secesiones pactadas. No obstante, Kosovo no conseguía quitarse de encima el yugo serbio. El 19 de octubre de 1991, como consecuencia del centralismo practicado por Belgrado, la provincia proclamó su independencia. Esta sólo contó con el reconocimiento expreso de Albania, lo que sirvió para que Milosevic proclamara, una vez más, que detrás de la cuestión kosovar estaba el irredentismo albanés. Unos meses después, Ibrahim Rugova era elegido Presidente en el exilio de la República nonata.

Los años que siguieron a estos hechos estuvieron marcados por la actividad terrorista de ambas facciones: la albanesa y la serbia. Una vez resueltos los conflictos con Eslovenia, Croacia, Bosnia y Macedonia, Serbia volvió los ojos a Kosovo. Corría el año 1999, y había llegado el momento de llevar a cabo la tan ansiada limpieza étnica que iba a “solucionar” la cuestión de Kosovo. Para el gobierno de Milosevic la única solución era echar a los albaneses de la región. La intervención de los EE.UU. a través de la OTAN impidió que el ejército serbio completara su tarea.

La ocupación del territorio kosovar por parte de las fuerzas internacionales pospuso sine die la solución para el problema de la región. No obstante, desde las Naciones Unidas se empezó a trabajar por medio de una comisión presidida por Martti Ahtisaari. La actual independencia de Kosovo se ha basado en las conclusiones publicadas por este organismo en primavera de 2007. El problema es que, ante la amenaza del veto ruso, estas no han sido aprobadas por el Consejo de Seguridad de la ONU. Por esa razón, muchos entendidos no dudan en tildar este proceso emancipador de ilegal.

Además, en el seno de la Unión Europea, organismo al que se ha encargado la tutela del nuevo estado de Kosovo, no existe consenso en torno a la cuestión. En apariencia, el camino hacia la solución de esta problemática parece despejarse; sin embargo, no debemos engañarnos, queda mucho por andar. No sólo ha de confirmarse la independencia kosovar –reconocimiento por parte de la comunidad internacional, con Serbia a la cabeza-, sino también la viabilidad del proyecto en un territorio lastrado por abundantes desequilibrios económicos, culturales y sociales.

Bibliografía:

[1] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[2] Postguerra. Una historia de Europa desde 1945; Tony Judt – Madrid – Taurus -2006.

[3] La Europa balcánica. Yugoslavia, desde la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días; Ricardo M. Martín de la Guardia y Guillermo A. Pérez Sánchez – Madrid – Síntesis – 1997.

[4] La trampa balcánica; Francisco Veiga – Barcelona – Grijalbo – 2002.

[5] Los conflictos yugoslavos. Una introducción; Carlos Taibo y José Carlos Lechado – Madrid – Fundamentos – 1993.

[6] Kosovo. Una independencia sin dinero; Ramón Lobo – El País – 31 de mayo de 2007.

[7] Kosovo independiente; Florentino Portero – GEES -12 de junio de 2007.

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