El modelo yugoslavo V

Las disidencias con respecto a la línea oficial de Moscú habían comenzado antes, entre 1928 y 1931, cuando muchos de los comunistas yugoslavos exiliados en la URSS habían sido perseguidos por apoyar las posturas de la oposición de izquierda. Stalin, además, fomentó la división de los comunistas yugoslavos en los años treinta al apoyar las aspiraciones croatas de emancipación nacional. Al finalizar la guerra, y a diferencia de lo que sucedió en los demás estados de la Europa central y oriental, Tito  y sus seguidores se sentían protagonistas de la liberación, e incluso criticaron a las fuerzas soviéticas por ciertos abusos cometidos contra la población yugoslava al penetrar en el país, como consecuencia de un acuerdo firmado en septiembre de 1944, al final de la segunda guerra mundial.

José Carlos Lechado y Carlos Taibo, Los conflictos yugoslavos, p. 24.

El modelo yugoslavo II

La división del país y la ocupación extranjera provocaron el inicio de la resistencia armada en julio de 1941. En Serbia se organizó una guerrilla a las órdenes de un coronel del antiguo ejército yugoslavo, Draza Mihailovic, al tiempo que los comunistas, guiados por Josip Broz «Tito», creaban núcleos de resistencia en Serbia y Montenegro. Aunque al principio ambas fuerzas colaboraron en la causa común contra los invasores y colaboracionistas, con el tiempo los chetniks (nacionalistas monárquicos) de Mihailovic se enfrentaron a los partisanos de Tito e incluso llegaron a aliarse con el enemigo frente al creciente poder comunista. Ello, junto con las represalias perpetradas por los chetniks contra la población croata y musulmana en respuesta a las masacres protagonizadas por los ustaches, debilitó el prestigio de Mihailovic como líder de la resistencia yugoslava contra la ocupación y el fascismo.

José Carlos Lechado y Carlos Taibo, Los conflictos yugoslavos, p. 16-17.

Tito

La encrucijada serbia: entre la «Gran Serbia» y la «tercera y mínima Yugoslavia»

Ante la evolución de los acontecimientos, las autoridades de la República de Serbia, con S. Milosevic al frente, y animadas y rearmadas ideológicamente por el «Memorándum» de la Academia de las Ciencias y de las Artes -documento elaborado en Belgrado en septiembre de 1986, aunque su autoría nunca fue reconocida oficialmente, y, por lo tanto, difundido de manera subrepticia-, tomaron, el 28 de marzo de 1989, la decisión de reformar la Constitución de Serbia, lo que de hecho suponía una reforma unilateral, y por tanto ilegal, de la propia Constitución Federal de 1974, para reducir a la mínima expresión el estatuto de autonomía de las provincias de Kosovo y Voividina: desde ese momento, ambas provincias, en aspectos tan sustanciales como la composición de sus gobiernos o su representación en las máximas instituciones Federales, pasaban a estar dirigidas por Serbia. El gran objetivo perseguido con dicha medida no era devolver a Serbia su antiguo prestigio y prestancia dentro de Yugoslavia; todo ello perdido, según los inspiradores del «Memorándum», en el seno de régimen comunista de Tito, sobre todo desde la instauración de la Constitución 1974, germen del mal gobierno, de la insolidaridad de las repúblicas, y de la descomposición del Estado común. Este ataque serbio a la legalidad vigente fue rechazado radicalmente en Kosovo (poblada en un 82% por albaneses), provincia que venía solicitando desde la época de Tito un mayor autogobierno. La protesta degeneró en enfrentamientos violentos, que sólo la represión policial y el despliegue del ejército federal, pudieron zanjar.

Ricardo Martín de la Guardia y Guillermo Pérez Sánchez, Europa balcánica. Yugoslavia, desde la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días, p. 120-121.

Algunas claves del proceso de desintegración nacional

Pero la clave de la ruptura del sistema titoísta, más allá de los viejos odios ancestrales que marcaron secularmente las relaciones entre las diversas comunidades nacionales que formaban Yugoslavia, debe buscarse según J. Rupnik, en el vínculo estrecho existente entre la crisis del sistema comunista y la del estado multinacional. Los dos procesos de descomposición, de desmoronamiento, más tarde, se han fortalecido mutuamente» ante la inoperancia y división mostrada por las más altas magistraturas del Estado, ya se tratara del Politburo de la Liga de los Comunistas de Yugoslavia, del gobierno Federal o de la propia Presidencia colectiva.

A partir de finales de los ochenta, las autoridades de la República de Serbia forzaban la legalidad constitucional con una reforma de su Ley fundamental que afectaba a la propia Constitución Federal de 1974, al variar el estatus de las provincias autónomas de Kosovo y Voivodina. Para los serbios se trataba, en un momento de profunda crisis en el seno de la Federación, de potenciar la unidad de su propia comunidad nacional, teniendo en cuenta, por una parte, los «derechos históricos» aplicables sobre territorios considerados como serbios: Kosovo, Voivodina, Macedonia o la región de Sandzak; por otra, el «derecho de autodeterminación» o el «derecho de los pueblos a disponer de ellos mismos», libremente ejercido por las comunidades serbias establecidas en el interior de otras repúblicas yugoslavas, especialmente en Croacia y Bosnia-Herzegovina; derecho este último que, aplicando la tesis serbia, entraba en contradicción con el «derecho histórico» que en justa correspondencia debía aplicarse en los demás territorios no serbios. Ante esta iniciativa, entendida en Eslovenia y Croacia como el primer paso hacia la «Gran Serbia», estas dos repúblicas comenzaron a pergeñar un proyecto de confederación sobre las bases de un sistema político «flexible y descentralizado» que debía empezar con la transformación de la Liga de los Comunistas de Yugoslavia; el hecho de que en el XIV Congreso el bloque serbio (Serbia, Montenegro, Kosovo y Voivodina) no aceptase esta reforma produjo la ruptura de la unidad en el seno de la organización comunista y en el propio Estado yugoslavo. Cuando en mayo de 1990 se quiso volver a reunir el XIV Congreso extraordinario de la Liga Comunista, aplazado sine die el 23 de enero, los comunistas eslovenos, croatas y macedonios lo impidieron: en ese momento, de Yugoslavia había dejado de existir, y con ella, en la práctica, las demás instituciones de la Federación.

Ricardo Martín de la Guardia y Guillermo Pérez Sánchez, Europa balcánica. Yugoslavia, desde la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días, p. 116-117.

Las instituciones del Estado Federal después de Tito II

Precisamente, la incapacidad de resolver los problemas económicos estructurales alimentó la cuestión nacionalista. Esta vez el foco de tensión fue Kosovo. Los enfrentamientos, más o menos disimulados durante la época titoísta, entre la población musulmana de cultura albanesa y el intento serbio de imponer una política d e uniformidad en en pro de sus intereses, se había resulto con lo incidentes de 1968, acallados por Tito, y habían enconado a partir de entonces el recelo de la población kosovar albanesa hacia la minoría serbia habitante de la Provincia. Pero en marzo de 1981, la tensión acumulada estalló. Todo comenzó el día 11 con una manifestación de estudiantes universitarios en Pristina; una vez reprimida, generó acciones de protesta y, a partir del día 26, se convirtió en una auténtica revuelta popular de obreros y estudiantes, cuya meta última, era el reconocimiento de Kosovo como República, reivindicación a la que se unía toda una serie de peticiones en pro de una mejora de las condiciones de vida de la población. El movimiento, con un acentuado cariz antiserbio, afectó también a los grupos albaneses residentes en otros territorios, sobre todo en Montenegro. La preocupación del gobierno yugoslavo se reflejó en la actitud del presidente de la Federación, el montenegrino Djuranovic, quien condenó sin paliativos los tumultos y afirmó que eran producto de una agitación inducida desde Albania con el propósito de segregar Kosovo de Yugoslavia y anexionarlo.

Pero era evidente que el estallido de la revuelta obedecía a causas más profundas que el irredentismo albanés. En 1981 Kosovo contaba con la tasa de natalidad más elevada de Europa, su población había aumentado casi un 150% entre 1948 y 1981, y superado en esta última fecha la cifra de un millón doscientos mil habitantes. El escaso impacto de los proyectos industrializadores en la mejora económica de la región, los bajos niveles culturales a pesar de la continuada lucha contra el analfabetismo y la promoción universitaria, y la presencia -amenazadora para muchos- de su vecina Albania, facilitaron una expansión, primero entre la élite de la provincia, pero pronto entre el resto de la población, de un cierto sentimiento de unidad nacional albanesa, enmarcada por la tesis del origen común ilirio y el rechazo de los serbios como pueblo invasor. De hecho, algunos autores afirman que, sobre todo desde los años setenta, la influencia ejercida por los albaneses de Kosovo en la Liga de los Comunistas y en el aparato policial y administrativo de la Provincia o del Estado, presionaba en contra de la población de origen serbio del territorio kosovar, que tendría más dificultades para encontrar trabajo o vivienda, estaría marginada de la vida cultural, e incluso, apartada de los centros de decisión de la provincia. Esta marginación progresiva originó una emigración constante hacia la República Serbia (en torno al 17% del total de los habitantes serbios) durante la década de los setenta. Así fueron enturbiándose cada vez más las relaciones interétnicas, en un ambiente en el que la crisis económica en nada ayudaba a un entendimiento.

En cualquier caso, las protestas de 1981 fueron acalladas por las armas. Las autoridades federales no dudaron en utilizar la policía y el ejército para reprimir los focos de sublevación, pero el espíritu reivindicativo y el malestar entre amplios sectores de la población no se disiparon. Por si fuera poco, la cuestión kosovar contribuyó a avivar algunos años después, la llama nacionalista de otros territorios de la Federación.

Ricardo Martín de la Guardia y Guillermo Pérez Sánchez, Europa balcánica. Yugoslavia, desde la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días, p. 96-97.

Las instituciones del Estado Federal después de Tito

«Toda la historia del régimen titoísta es la de una transferencia de poder, discontinua pero bastante regular, del centro a la periferia», escribió Paul Garde.

Ricardo Martín de la Guardia y Guillermo Pérez Sánchez, Europa balcánica. Yugoslavia, desde la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días, p. 95.

Evolución y principales problemas del Reino de los serbios, croatas y eslovenos (1918-1941)

Los croatas, e incluso los eslovenos, siempre vieron en la Constitución de Vidovdan el medio ideado por los serbios para terminar con sus tradiciones seculares y lograr su completa asimilación (como sucedía con los albaneses de Kosovo y los macedonios, considerados serbios a todos los efectos). Por ellos, pretendieron la revisión de la misma, al menos sobre postulados federalistas. En este sentido, los croatas, y de forma parecida el proyecto del «Club Yugoslavo» auspiciado por el Partido popular esloveno, reivindicaban la división del Estado yugoslavo en seis regiones: Serbia con Kosovo y Macedonia, Croacia con Eslavonia y Dalmacia, Eslovenia, Montenegro, Bosnia-Herzegovina y Voivodina; una organización, recordémoslo, que con algunas variantes hizo suya Tito.

Ricardo Martín de la Guardia y Guillermo Pérez Sánchez, Europa balcánica. Yugoslavia, desde la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días, p. 31.

La comunidad islámica en la guerra de Bosnia

«El islam y Occidente» es el tema del momento y con razón. Aparte de los sucesos globales acaecidos fuera de Europa, ha habido numerosos conflictos, choques e incidentes. La guerra en la antigua Yugoslavia «redescubrió» la cultura musulmana como objeto de escarnio y odio. La línea entre los musulmanes y el resto de la población no afloró nunca durante la Yugoslavia de Tito. La mayoría de las personas de origen musulman no tenían una especial conciencia de ello y, desde luego, no lo consideraban un rasgo divisivo en su vida cotidiana. Sólo llegó a serlo cuando estallaron los conflictos y la escalada de los antagonismos infundió fuerza renovadora en los viejos estereotipos.

En los últimos años, hemos sido testigos de atentados terroristas a cargo de radicales islámicos en Madrid y Londres, del asesinato de Theo van Gogh en Holanda, y de marchas y manifestaciones en numerosos países de todo el mundo en protesta por la publicación en un periódico danés de unas caricaturas satíricas con el profeta Mahoma como protagonista.

Las caricaturas aparecieron en el «Jyllands-Posten», un diario con una tirada de unos 150.000 ejemplares. El director tomó la decisión de publicarlas tras una conversación con Frank Hvam, cómico de profesión. Hvam le comentó que él no se atrevía nunca a burlarse del Corán. Kara Bluitgen, un autor de libros infantiles, añadió que, en el libro que acababa de escribir sobre el profeta Mahoma, los artistas cuya colaboración había pedido para que dibujaran las ilustraciones sólo habían accedido a hacerlo de manera anónima. Cuando se publicaron las caricaturas, la reacción se limitó a unas cuantas cartas indignadas de protesta. El asunto alcanzó mucha mayor difusión cuando se informó de que dos de los dibujantes habían recibido amenazas de muerte, con lo que el debate se hizo mucho más extenso. Las caricaturas fueron entonces publicadas de nuevo y se reprodujeron en periódicos de varios países, con lo que la disputa se volvió verdaderamente mundial. Los dibujos desataron violentos enfrentamientos en varios países y más de treinta personas perdieron la vida a consecuencia de ellos.

Los problemas del mundo han dejado de estar «en el exterior», alejados de nosotros, y ahora tienden a introducirse en el centro de nuestras vidas. Nos vemos confrontados personalmente a los problemas globales, por mucho que queramos desmarcarnos de ellos. Que una joven musulmana opte por llevar un pañuelo en la cabeza por la calle, en la escuela o en la universidad en Londres ya no es la decisión inocente que podía ser antaño. Hoy está cargada de significados reales y potenciales.

Anthony Giddens, Europa en la era global, p. 71.

Los balcanes en el siglo XX (1918-1999)

Artículo publicado por Historia en Presente el 21 de junio de 2008.


En los tres meses de vida que tiene este blog he dedicado muchos artículos a la problemática balcánica. Dos hechos han sido los responsables de esa atención especial: la independencia de Kosovo, que recientemente ha aprobado su Constitución, y las elecciones serbias del pasado mes de mayo, con sus consecuencias para la futura adhesión de ese país a la UE. Con el fin de aportar una visión global acerca de las cuestiones tratadas, me ha parecido oportuno publicar el presente artículo en mi blog. Lo escribí en febrero de 2008 para la Tribuna del Club Lorem-Ipsum.

El final de la Gran Guerra acabó con el sueño de la Monarquía Dual austrohúngara. Su derrota en el conflicto puso fin al estado de los Habsburgo, surgiendo a partir de este un nuevo mapa de la Europa centro-oriental. Serbia, gran rival de los austriacos en los territorios balcánicos, fue una de las grandes beneficiadas en su proceso de descomposición.

Bajo el nombre de Yugoslavia surgió un gran estado que agrupaba en su seno a croatas, eslovenos, albaneses, macedonios, montenegrinos, italianos, bosnios y serbios. Se trataba de una estructura política artificial, una cesión de las potencias de la Triple Alianza a las pretensiones expansionistas de los serbios.

Los postulados nacionales de tipo wilsoniano no se tuvieron en cuenta a la hora de establecer este nuevo estado; y, por si fuera poco, en lugar de procederse al reparto del poder entre los grupos que lo integraban, todo quedó bajo la batuta de Serbia. A lo largo de este artículo trataremos de explicar el desarrollo histórico de Yugoslavia: un Estado que surgió de manera artificial al término de una guerra y que, en medio de una década conflictiva, desapareció sin dejar rastro.

La situación yugoslava durante el periodo de entreguerras (1918-1939) nos puede ayudar a entender mejor el papel jugado por serbios y croatas en la Guerra Nacionalsocialista (1939-1945). Estos últimos, como segunda etnia más importante dentro del estado, mostraron su malestar -cuando no insubordinación- ante el fuerte centralismo serbio.

De esta manera, al comienzo de las operaciones militares llevadas a cabo por alemanes e italianos en los Balcanes, no dudaron en unirse a las potencias del Eje en calidad de fuerzas colaboracionistas. Surgió así, bajo el amparo del Reich hitleriano, el estado ustacha. Este se mantuvo, en constante enfrentamiento con los chetniks y los partisanos serbios, hasta el repliegue de las tropas alemanas.

El final de la II Guerra Mundial dejó paso a la denominada Europa de Yalta, en donde se daba carta de naturaleza a la división del Continente.

Los soviéticos, mediante la táctica frentepopulista, amparada por la presencia en media Europa del Ejército Rojo, establecieron gobiernos afines en Hungría, Rumania, Bulgaria, Polonia, Checoslovaquia, Alemania Oriental y Albania. Yugoslavia no se quedó al margen del fenómeno bipolar que afectó al mundo entre 1945 y 1991. Sin embargo, siguió un desarrollo un tanto peculiar.

El poder alcanzado por los partisanos de Jose Broz (Tito) durante el conflicto, hizo innecesaria la presencia de la URSS para liberar los territorios yugoslavos. A esto hay que añadir las buenas relaciones que, por aquel entonces, tenían Stalin y Tito. De esta manera, Yugoslavia siempre vivió un poco al margen de las directrices soviéticas.

Poco a poco las relaciones entre Moscú y Belgrado se fueron enfriando hasta el punto de llegar al nivel de enemistad en 1948. La no aceptación de varios puntos de la doctrina estalinista supuso la expulsión de Yugoslavia del Kominform. El gobierno de Tito recuperó entonces sus relaciones con Occidente, y pasó a formar parte del grupo de estados no alineados. A lo largo de las décadas siguientes las relaciones entre Yugoslavia y la URSS estuvieron marcadas por la desconfianza y por los reproches mutuos.

Los yugoslavos apoyaron en la medida de lo posible cualquier tipo de autonomía con respecto a Moscú por parte de los gobiernos orientales (Hungría, Polonia, Checoslovaquia…), mientras que los soviéticos siempre mantuvieron su amenaza militar sobre los territorios balcánicos. Tan sólo la muerte de Tito y la llegada al poder de Mijaíl Gorbachov destensaron un tanto las relaciones de dos estados que, por aquel entonces, se encontraban ya en un periodo terminal.

El final del comunismo en Yugoslavia coincidió cronológicamente con el del resto de países del bloque soviético. Sin embargo, el cambio de régimen disto mucho de ser pacífico.

Entre los condicionantes históricos de la guerra de Yugoslavia hay que destacar, en primer lugar, los problemas generados en el proceso de sustitución del estado comunista. Los restantes países de la Europa central y oriental también se enfrentaron a este reto, pero otros factores, como el nacionalismo de los distintos territorios balcánicos o la actitud de algunas potencias occidentales, imposibilitaron ese proceso.

Dentro de la cuestión nacional, hay que destacar los siguientes aspectos: el problema religioso, el viraje ideológico de los comunistas hacia el nacionalismo, la identificación de divisiones étnicas como fronteras políticas, y el papel desestabilizador de las oligarquías y del nacionalismo populista.

Las presiones serbias sobre la autonomía de Kosovo y Vojvodina marcaron el inicio de la descomposición de Yugoslavia como edificio estatal unificado. Los nacionalistas de Slobodan Milosevic alcanzaron el objetivo de hacerse con la mayoría de los votos dentro del entramado federal, pero despertaron con esto el sentimiento nacional entre los demás miembros.

De esta manera, y a pesar de que el Ejército Popular yugoslavo actuó a lo largo de esos años como prolongación del gobierno serbio, Eslovenia y Croacia abandonaron Yugoslavia entre 1991 y 1992. No obstante, Milosevic no renunció a su idea de la Gran Serbia; es más, la ausencia de Croacia y Eslovenia le permitía actuar con más libertad en favor de sus propios intereses. Le llegó entonces el turno a Bosnia, territorio que serbios y croatas no dudaron en repartirse.

Sólo la actuación internacional pudo poner fin a un conflicto que en 1995 llevaba ya tres años sembrando de cadáveres los Balcanes. La ineficaz intervención europea, y el colapso de la ONU ante el veto de Rusia, obligaron a los norteamericanos a intervenir de manera unilateral. Los acuerdo de Dayton y la presencia militar internacional pusieron fin a la guerra de Bosnia, que se establecía como estado independiente. Perdida también Macedonia, las apetencias del nacionalismo serbio se dirigieron de nueva hacia Kosovo, donde los movimientos en favor de la autonomía de la región iban tomando fuerza.

Finalmente, los serbios se decidieron a iniciar una guerra que tenía como fin último expulsar a la etnia albanesa del territorio kosovar. Una vez más, la reacción de la comunidad internacional, hacia lo que de hecho era una limpieza étnica, fue lenta e ineficaz. Tan sólo la actuación de los EE.UU. evitó la catástrofe. En 1999, Belgrado era sometido a un duro bombardeo; poco después caía el régimen de Milosevic.

Bibliografía:

[1] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[2] Postguerra. Una historia de Europa desde 1945; Tony Judt – Madrid – Taurus -2006.

[3] La Europa balcánica. Yugoslavia, desde la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días; Ricardo M. Martín de la Guardia y Guillermo A. Pérez Sánchez – Madrid – Síntesis – 1997.

[4] La trampa balcánica; Francisco Veiga – Barcelona – Grijalbo – 2002.

[5] Los conflictos yugoslavos. Una introducción; Carlos Taibo y José Carlos Lechado – Madrid – Fundamentos – 1993.

[6] Guerra en Kosovo; Carlos Taibo – Madrid – Catarata – 2002.

[7] Los conflictos de los Balcanes a finales del siglo XX; Enrique Fojón -GEES – 18 de septiembre de 2002.

[8] Adiós, Milosevich, no vuelvas; Manuel Coma – GEES – 15 de marzo de 2006.