Las instituciones del Estado Federal después de Tito II

Precisamente, la incapacidad de resolver los problemas económicos estructurales alimentó la cuestión nacionalista. Esta vez el foco de tensión fue Kosovo. Los enfrentamientos, más o menos disimulados durante la época titoísta, entre la población musulmana de cultura albanesa y el intento serbio de imponer una política d e uniformidad en en pro de sus intereses, se había resulto con lo incidentes de 1968, acallados por Tito, y habían enconado a partir de entonces el recelo de la población kosovar albanesa hacia la minoría serbia habitante de la Provincia. Pero en marzo de 1981, la tensión acumulada estalló. Todo comenzó el día 11 con una manifestación de estudiantes universitarios en Pristina; una vez reprimida, generó acciones de protesta y, a partir del día 26, se convirtió en una auténtica revuelta popular de obreros y estudiantes, cuya meta última, era el reconocimiento de Kosovo como República, reivindicación a la que se unía toda una serie de peticiones en pro de una mejora de las condiciones de vida de la población. El movimiento, con un acentuado cariz antiserbio, afectó también a los grupos albaneses residentes en otros territorios, sobre todo en Montenegro. La preocupación del gobierno yugoslavo se reflejó en la actitud del presidente de la Federación, el montenegrino Djuranovic, quien condenó sin paliativos los tumultos y afirmó que eran producto de una agitación inducida desde Albania con el propósito de segregar Kosovo de Yugoslavia y anexionarlo.

Pero era evidente que el estallido de la revuelta obedecía a causas más profundas que el irredentismo albanés. En 1981 Kosovo contaba con la tasa de natalidad más elevada de Europa, su población había aumentado casi un 150% entre 1948 y 1981, y superado en esta última fecha la cifra de un millón doscientos mil habitantes. El escaso impacto de los proyectos industrializadores en la mejora económica de la región, los bajos niveles culturales a pesar de la continuada lucha contra el analfabetismo y la promoción universitaria, y la presencia -amenazadora para muchos- de su vecina Albania, facilitaron una expansión, primero entre la élite de la provincia, pero pronto entre el resto de la población, de un cierto sentimiento de unidad nacional albanesa, enmarcada por la tesis del origen común ilirio y el rechazo de los serbios como pueblo invasor. De hecho, algunos autores afirman que, sobre todo desde los años setenta, la influencia ejercida por los albaneses de Kosovo en la Liga de los Comunistas y en el aparato policial y administrativo de la Provincia o del Estado, presionaba en contra de la población de origen serbio del territorio kosovar, que tendría más dificultades para encontrar trabajo o vivienda, estaría marginada de la vida cultural, e incluso, apartada de los centros de decisión de la provincia. Esta marginación progresiva originó una emigración constante hacia la República Serbia (en torno al 17% del total de los habitantes serbios) durante la década de los setenta. Así fueron enturbiándose cada vez más las relaciones interétnicas, en un ambiente en el que la crisis económica en nada ayudaba a un entendimiento.

En cualquier caso, las protestas de 1981 fueron acalladas por las armas. Las autoridades federales no dudaron en utilizar la policía y el ejército para reprimir los focos de sublevación, pero el espíritu reivindicativo y el malestar entre amplios sectores de la población no se disiparon. Por si fuera poco, la cuestión kosovar contribuyó a avivar algunos años después, la llama nacionalista de otros territorios de la Federación.

Ricardo Martín de la Guardia y Guillermo Pérez Sánchez, Europa balcánica. Yugoslavia, desde la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días, p. 96-97.

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