La intoxicación nacionalista no fue un invento suyo, pero supo cultivarla y explotarla cómo nadie. Su peor legado es que los rescoldos de esa pasión política todavía humean en la vida pública serbia y el encumbrado prisionero, desde su imponente cárcel en La Haya, ha sabido mantenerlos con su orgullosa autodefensa, utilizando con pericia y desvergüenza como palestra propagandística las amplias garantías jurídicas de que disfrutaba. Perdió guerras con los que eligió como enemigos pero ganó muchas batallas políticas internas encandilando a sus conciudadanos. Como El Cid aún puede ganar alguna después de muerto. Su mito puedes seguir manteniendo a sus paisanos lejos del premio europeo.
Manuel Coma, Adiós, Milosevich, no vuelvas, p. 2.