Los siete pecados capitales del Imperio Alemán en la Primera Guerra Mundial


A lo largo de siete artículos he tratado de resumir Los siete pecados del Imperio Alemán en la Primera Guerra Mundial. Esta obra de Sebastian Haffner relata, en siete capítulos, los principales errores de los germanos en ese conflicto. Se pueden consultar el resto de “pecados” en los siguientes enlaces:

Primer pecado: El alejamiento de Bismarck
Segundo pecado: el Plan Schlieffen
Tercer pecado: Bélgica y Polonia o la huída de la realidad
Cuarto pecado: la guerra submarina sin cuartel
Quinto pecado: el juego de la revolución mundial y la bolchevización de Rusia
Sexto pecado: Brest-Litovsk o la última oportunidad desaprovechada
Séptimo pecado: la verdadera puñalada

Economía, sociedad y cultura en la Unión Soviética


La Nueva Política Económica (NEP)

Durante los primeros años de régimen soviético se hizo patente la incapacidad de los líderes bolcheviques para llevar a cabo su programa en Rusia: el país no estaba, ni mucho menos, preparado para semejante cambio. El escaso desarrollo del capitalismo en aquel territorio hacía prácticamente imposible implantar en ellos un sistema económico de tipo socialista.

(Vladimir Illich Ulianov Lenin, Obras completas) “Sabemos muy bien que el proletariado ruso está peor organizado y menos preparado intelectualmente para esta tarea que las clases trabajadoras de otros países… Rusia es un país agrícola, uno de los más atrasados de Europa. El socialismo no puede imponerse de forma inmediata en Rusia; pero el carácter campesino del país puede conducir, como se demostró en los acontecimientos de 1905, al desarrollo de una revolución democrático-capitalista en Rusia y convertirla en el prólogo de una revolución socialista de ámbito mundial…”

Además, a esta incapacidad para llevar a cabo su propio programa, a los líderes bolcheviques les surgió un problema más: el descontento de la población ante las medidas impopulares que ellos tomaban. De esta manera, los levantamientos se hicieron cada vez más frecuentes, y con ello también el desarrollo y endurecimiento de los mecanismos de represión. Entre los levantamientos que se produjeron en los años de consolidación bolchevique en el poder, destaca, por su carácter simbólico, el de la marinería del Kronstadt (1921):

(Arenga de un marinero del Kronstadt) “Camaradas, mirad a vuestro alrededor y veréis que estamos metidos en un fangal espantoso. U grupo de burócratas comunistas que, bajo la máscara de su comunismo, han anidado en lo más alto de nuestra república, son los que nos han empujado a este barrizal”.

(Gool, Tujachevski) “Estuve en la guerra cinco años, pero no puedo recordar una carnicería como aquella. No era una batalla, era un infierno. El tronar de la artillería pesada duró toda la noche, y alcanzó tal magnitud que todas las ventanas de Oranienbaum saltaron en pedazos. Los marinos luchaban como bestias salvajes. No puedo comprender de dónde sacaron tanta fiereza. Hubo que tomar al asalto los edificios en que se atrincheraron…”

Ante ésta situación, los dirigentes soviéticos no tuvieron más remedio que dejar para más adelante sus planes y elaborar nuevos programas económicos: una serie de medidas de urgencia que se mantuvieron vigentes casi diez años. En un principio, durante el enfrentamiento civil, se desarrolló el “Comunismo de Guerra”, que trataba de adaptar la economía del país a la penosa situación en la que éste se encontraba y sostener el conflicto contra los “blancos”. Sin embargo, la política económica que marcó esa época fue, sin lugar a dudas, la NEP; una alianza de los bolcheviques con el capitalismo para poder llegar con garantías a una economía de tipo socialista:

(Vladimir Illich Ulianov Lenin, Discursos: la NEP) “Esperábamos fundar industrias estatales y organizar la distribución de una producción nacionalizada sobre bases comunistas en un país intrínsecamente pequeño-burgués. Los hechos han demostrado que estábamos equivocados. Se requiere una sucesión de periodos transitorios, como el capitalismo de Estado y el socialismo, para preparar el terreno, a lo largo de muchos años de trabajos previos, para el advenimiento del comunismo (…) No importan ya las dificultades, ni los obstáculos por vencer, ni cuantas complicaciones trae consigo; lograremos encauzar esta Rusia de la N. E. P. para convertirla en la Rusia socialista (…) el capitalismo es un mal en relación con el socialismo. El capitalismo es un bien en relación con el período medieval, en relación con la pequeña producción, en relación con la burocracia ligada a la fragmentación de los pequeños empresarios… Debemos utilizar al capitalismo… como cadena de transmisión entre la pequeña producción y el socialismo…”

Ésta se regía en base a tres principios:

– Poner fin al aislamiento internacional.

– Recuperar económicamente al campesinado.

– Reactivar la economía de la Unión Soviética partiendo de la agricultura.

Los planes quinquenales

A partir de 1929 la política económica soviética volvió a experimentar un profundo cambio: el periodo de la NEP había llegado a su fin, la URSS estaba preparada para el socialismo. Se trataba de alcanzar tres objetivos:

– La rápida industrialización del país; tenía como fin responder a los posibles ataques de las potencias imperialistas.

– La intensa reforma de la agricultura; plasmada en la colectivización de la tierra, la adecuación de la producción a las necesidades del Estado, y la exportación de cereales con el fin de obtener divisas.

– La total y exclusiva planificación de la economía por parte del Estado, que era el encargado de asignar los recursos dedicados a las distintas tareas productivas.

Sin embargo, para llevar a cabo este magno proyecto y vencer la más que previsible oposición, los dirigentes soviéticos tuvieron que utilizar tres instrumentos: la coerción, la propaganda y la represión. De esta manera, en vísperas de la II Guerra Mundial, podemos señalar los siguientes logros y fracasos de los planes quinquenales:

– Transformación económica de la Unión Soviética.

– Transformación social del país.

– Desarrollo de un nuevo marco de gestión: el Estado. El Gosplan, institución creada para tal fin, era el encargado de controlar los medios de producción y distribución, y los niveles de renta.

– Utilización de instrumentos que favorecían el desarrollo de los planes: propaganda, figura del trabajador ejemplar, mano de obra sana e instruida, disciplina en el trabajo (supresión de las huelgas y los sindicatos)…

– Alto coste social y humano del proceso.

A modo de balance habría que señalar que se trató de una transformación radical de la estructura económica de la Unión Soviética llevada a cabo mediante un intenso proceso industrializador –centrado en la industria pesada-, especialmente significativo en un determinado número de núcleos industriales. Se apreció, pues, un elevado crecimiento de la renta nacional, lo que contrastó con un contexto internacional adverso.

El campesinado

En el caso concreto de la agricultura, los planes quinquenales se centraron en la colectivización de la tierra, bien fuera mediante la instauración de koljos –comunas campesinas- o soljos –comunas estatales-. Los objetivos de esta política eran fundamentalmente dos: la erradicación de los kulaks, y el aumento de la producción de grano mediante un amplio programa de mecanización de la actividad agrícola. Sin embargo, la cuestión de los kulaks, la incompatibilidad entre éstos y el bolchevismo, se rastrea ya desde los primeros años de régimen soviético:

(Vladimir Illich Ulianov Lenin, Obras completas) “Los kulaks son enemigos irreconciliables del Gobierno soviético. O los kulaks exterminan a una masa considerable de trabajadores, o éstos, sin compasión, aplastan la insurrección de esa rapaz minoría kulak del pueblo frente al gobierno de los obreros; no puede haber término medio”.

No obstante, Stalin encontró una férrea oposición a su programa entre las clases campesinas. Esta fue duramente reprimida. Muchos fueron deportados, otros ejecutados, y la gran mayoría murió de hambre, pero a pesar de todo el plan del Estado salió adelante. El balance de este proceso de colectivización agraria es bien sencillo:

– A la larga se produjo un gran crecimiento de la producción, lo que permitió al Estado exportar el grano sobrante y conseguir así divisas.

– El desarrollo de este sistema tuvo un alto coste social, plasmado en protestas campesinas, hambrunas y actuaciones represivas.

También se aprecia un alto coste económico durante los primeros años, fruto de la crisis que estos hechos desataron.

Inteligencia y alfabetización

En lo que al nuevo sistema sociocultural se refiere, hemos de destacar en primer término el dominio –casi monopolio- del realismo socialista en el campo artístico. Este movimiento cultural se caracterizó por:

– Propagar la ideología del régimen.

– Dar culto a través de sus creaciones a la personalidad de Stalin.

– Elaborar un cine de carácter documental y testimonial.

A todo aquel intelectual que no comulgase con las ideas del partido no le quedaba más remedio que el exilio, el olvido o la muerte.

La gran campaña para eliminar el analfabetismo fue, en éstos primeros años de experiencia bolchevique, otro de los pilares de la política cultural soviética. El avance en materia educativa fue más que notable:

– Se ofreció una escolarización gratuita durante los primeros cursos.

– El país experimentó también un importante crecimiento en el ámbito de la secundaria y en el universitario. Como nos muestra Stefan Zweig, el afán por saber, por la instrucción del proletariado, inundó Rusia desde los primeros momentos:

(Stefan Zweig, El mundo de ayer) “Los maestros conducían a niños mofletudos a través de las salas, los comisarios de arte explicaban la obra de Rembrandt y de Tiziano a campesinos que los escuchaban un tanto cohibidos: cada vez que se les indicaba un detalle, levantaban tímidamente la mirada bajo sus gruesos párpados. Tanto en éste como en todos los demás casos, ese esfuerzo puro y honrado de sacar al “pueblo” del analfabetismo de la noche a la mañana y llevarlo directamente a la comprensión de Beethoven y de Vermeer encerraba un cierto toque de ridículo (…) En las escuelas, a los alumnos se les hacía pintar cosas absurdas y extravagantes y en los bancos de niñas de doce años se veían obras de Hegel y de Sorel; cocheros que aún no sabían leer del todo tenían libros en las manos, simplemente porque eran eso: libros, y libros quería decir “instrucción”, es decir, el honor y el deber del nuevo proletariado”.

– Todo esto se complementó con las organizaciones juveniles del Estado, que se ocupaban de organizar el ocio de los más jóvenes al tiempo que les adoctrinaban en la ideología del régimen.

Urbanismo, demografía y estructura social

En esos años el país fue víctima de un rápido y mal organizado proceso de urbanización, que llevó a muchas personas a vivir durante años hacinadas en alojamientos pequeños y mal acondicionados.

En lo relativo al comportamiento demográfico de los soviéticos, hay que señalar su debilidad durante éstos primeros años de socialismo. Los sucesos nefastos – hambrunas, guerras y represión- y la política antinatalista del Estado –regulación del aborto, aprobación del divorcio e incorporación de la mujer al mundo laboral- contribuyeron de manera importante a la debilidad del sistema demográfico de la Unión Soviética. Sin embargo, a partir de 1930, con la relativa normalización de la situación político-militar y el viraje pronatalista del Estado, la tendencia se invirtió.

En los años anteriores a la II Guerra Mundial, la composición social de la Unión Soviética varió notablemente en relación con la época de Nicolás II. En cierta medida esto tuvo su origen en los intensos cambios económicos y políticos que experimentó la nación; es decir, el proceso de industrialización, que exigía un número mayor de obreros, y el desarrollo de una nueva burocracia. Se aprecian, pues, dos cambios fundamentales:

– El descenso de la población dedicada a labores campesinas a favor del grupo de los obreros industriales.

– La aparición de una élite dirigente –inteligentsia- que, ocupando los puestos del funcionariado y dedicándose a las profesiones liberales, sustituyó a la antigua burguesía.

Bibliografía:

[1] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[2] Obras completas; Vladimir Ilich Lenin – Madrid – Akal – 1975.

[3] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[4] El mundo de ayer. Memorias de un europeo; Stefan Zweig – Barcelona – El Acantilado – 2002.

El sistema político soviético


Bases del sistema soviético

Una vez alcanzado el poder, los bolcheviques debían lanzarse a construir un verdadero Estado socialista. Para ello era necesario llevar a cabo una revolución que tocase tres aspectos: el político, el económico y el cultural. Se trataba, pues, de construir un sistema de partido único, basado en el monopolio de un grupo político y la represión de aquellas ideas que no comulgasen con la ideología oficial; un nuevo sistema económico de marcado protagonismo estatal, es decir, nacionalización de la propiedad y planificación económica gubernamental; y una cultura socialista, caracterizada por la aparición del “nuevo hombre” soviético, regido por unos valores éticos y una mentalidad distinta.

De esta construcción del Estado socialista, y de la visión que en occidente se tenía de él, nos habla brevemente Stefan Zweig en sus memorias:

(Stefan Zweig, El mundo de ayer) “Con el experimento bolchevique, Rusia se había convertido para todos los intelectuales en el país más fascinante de la posguerra, admirado con tanto entusiasmo como fanáticamente combatido, y en ambos casos sin suficiente conocimiento de causa. Nadie sabía a ciencia cierta qué pasaba en aquel país. Pero sí sabíamos que allí se gestaba algo completamente nuevo, algo que, de buen grado o por la fuerza, podía resultar determinante para la futura forma de nuestro mundo”.

Con el fin de construir un sistema político de carácter socialista, los bolcheviques tomaron las siguientes medidas:

– Ruptura con el liberalismo; se disolvió, no sin oposición por parte de la población y de sus representantes, la Asamblea Constituyente. Las causas de ésta decisión habría que buscarlas en dos hechos: en primer lugar el lógico interés de los bolcheviques por eliminar todo posible atisbo de liberalismo; y, en segundo término, la situación de minoría en la que el partido de Lenin se hallaba en dicha Cámara.

(Aleksei Maksimovich Peshkov Gorki, Novaya Zhizn) “Ayer, las calles de Petrogrado y Moscú resonaron de vivas a la Asamblea Constituyente. Por dar rienda suelta a tales sentimientos, los pacíficos manifestantes fueron recibidos a tiros por el Gobierno del pueblo. La Asamblea Constituyente ha muerto el 19 de enero, y su muerte presagia nuevos sufrimientos para el martirizado país y para sus masas populares (…) Lo mejor de Rusia ha vivido durante casi cien años con la esperanza puesta en una Asamblea Constituyente que fuera órgano político capaz de instituir una democracia rusa integral, con la posibilidad de expresar libremente su voluntad en ella. En la lucha por ese ideal, miles de intelectuales, decenas de miles de obreros y campesinos, han perecido en las cárceles, en el exilio o en trabajos forzados, en la horca o bajo las balas de los soldados”.

– Supresión del pluralismo asociativo; las Checas y ejército fueron los encargados de perseguir estos delitos, que en numerosas ocasiones se castigaban con la pena de muerte. Precisamente a Félix Edmúndovich Dzerzhinski, una de las figuras más inquietantes de los primeros años de la experiencia soviética, se le encargo la supervisión de éste aparato represivo. Éste despiadado personaje es descrito por Naglovski de la siguiente manera:

(A. Naglovski, Los líderes rojos) “Alto, desaliñado, con sus enormes botas y su camisa sucia, Dzerzhinski era poco estimado en las altas esferas bolcheviques. Pero la gente se sentía ligada a él por el temor, temor que también llegaron a sentir los Comisarios del Pueblo”.

Sin embargo, no cabe duda de que, sin el apoyo de la cúpula del partido, Félix Edmúndovich Dzerzhinski no hubiera podido instaurar el terror en el nuevo Estado socialista:

(Vladimir Illich Ulianov Lenin, alocución a la Checa en 1918)“Cuando estudio las actividades de la Checa, y al mismo tiempo oigo las innumerables críticas de que es objeto, no puedo decir sino que todas éstas son palabras vacías de pequeños burgueses… la Checa está haciendo efectiva la dictadura del proletariado, y en ese sentido su valor es inestimable”.

– Sanción constitucional de la democracia socialista; se elaboraron tres textos básicos: 1918, 1922, 1936. Éstos establecían la sucesión de cuatro sistemas sucesivos de elección de los representantes: elecciones locales, provinciales, estatales y al comisariado. Se reforzó, de esta forma, el grupo bolchevique como partido de cuadros.

– Se consolidó el monopolio del partido y la omnipresencia del mismo en la vida de los rusos. Esto suponía, por tanto, eliminar de manera radical la libertad política, hecho que fue duramente criticado por Rosa Luxemburg:

(Rosa Luxemburg, La revolución rusa) “El remedio a que han recurrido Lenin y Trotski, eliminar radicalmente la democracia en sí misma, es peor que la enfermedad que está destinado a curar (…) La libertad sólo para los simpatizantes del Gobierno, para los miembros de un partido único –por numerosos que lleguen a ser- no es libertad en absoluto”.

– Construcción de un aparato represivo y de terror; en los primeros años fue la Checa la encargada de llevar a cabo las tareas de represión, pasando posteriormente a la jurisdicción del Comisariado de Asuntos Internos. Mención especial merecen las purgas acaecidas entre 1934 y 1941 que, bien por cuestiones políticas, militares o populares, acabaron por cobrarse más de diez millones de muertos.

La constitución real

La construcción política ratificada en los tres textos constitucionales resultó no ser más que teoría; en la práctica funcionaba la “constitución real”, según la cual al partido, como vanguardia del proletariado, acumulaba en sí mismo todos los poderes. Por tanto, se sometía todo a la “legalidad socialista”, subordinándose los soviets a los comisarios puestos por el partido; en definitiva, no existía separación de poderes. Como bien pudo comprobar Stefan Zweig en su visita a la Unión soviética, una cosa era lo que se mostraba, lo oficial, y otra muy distinta la verdad:

(Stefan Zweig, El mundo de ayer) “No crea todo lo que le dicen –me escribía el desconocido-. No olvide que, a pesar de todas las cosas que le enseñan, dejan de enseñarle otras muchas. No olvide que las personas que hablan con usted, por lo general no le cuentan lo que les gustaría contarle sino sólo aquello que se les permite decir. Nos vigilan a todos, incluido usted. Su teléfono está interceptado y controlados todos sus pasos”.

Podemos señalar, de ese omnipresente partido, las siguientes características:

– Se trataba de un partido de cuadros.

– Estaba sujeto a purgas.

– Existía dentro de él una unidad monolítica; en cierta medida facilitada por las purgas internas.

– Funcionaba con un férreo centralismo democrático; es decir, el control del mismo estaba en manos de unos pocos miembros pertenecientes Comité Central.

– Se fomentaba el liderazgo colectivo:

(Stefan Zweig, El mundo de ayer) “Estaban convencidos de que participaban en una gran causa que afectaba a toda la humanidad, profundamente convencidos de que las privaciones y restricciones que padecían las tenían que sufrir por mor de una misión superior. El viejo sentimiento de inferioridad respecto a Europa se había convertido en un orgullo embriagador de llevar ventaja, de haberse adelantado a todo el mundo. Ex oriente lux: de ellos venía la salvación; así lo creían sincera y honradamente. Ellos habían vista la verdad y a ellos les correspondía llevar a cabo aquello que los otros apenas si soñaban. Cuando enseñaban algo, por insignificante que fuera, les brillaban los ojos: Lo hemos hecho nosotros. Y ese nosotros representaba a todo el pueblo”.

– Se primaba la pureza ideológica por encima de todo.

El ascenso de Stalin

La forma como estaba concebido el partido y su manera de funcionar, explica el ascenso de Stalin al poder. Si desde el partido se controlaba el Estado -en el fondo ambos se identificaban-, entonces aquel que lograse adueñarse del partido conseguiría hacer lo propio con el Estado. De esto fue plenamente consciente Lenin en sus últimos meses de vida:

(Vladimir Illich Ulianov Lenin, Testamento del 25 de diciembre de 1922) “El camarada Stalin, al ser nombrado secretario general, ha concentrado en sus manos un enorme poder, y no estoy seguro de que sepa usarlo siempre con la necesaria cautela. En cuanto al camarada Trotski, (…) se distingue por su excepcional capacidad como por su excesiva confianza en sí mismo y su inclinación a recrearse en los aspectos estrictamente administrativos de los asuntos. Las cualidades personales de estos dos líderes, los más capacitados dentro del Comité Central, puede desembocar, del modo más inocente, en una escisión”.

Ese fue el camino seguido por Stalin que, aprovechando con gran maestría los errores de sus rivales, supo ocupar los puestos de decisión del partido y ganarse la adhesión de muchos dentro del mecanismo burocrático. De esta manera, distinguimos tres pugnas en el proceso de acumulación de poder y eliminación de los posibles rivales llevado a cabo por Stalin:

– Cuestión económica; que le enfrentó a Grigori Zinoviev y Lev Kamenev.

– Cuestión de la expansión del comunismo; que le enfrentó a Lev Davídovich Bronstein Trotski.

– Cuestión del ritmo de la industria y su naturaleza; en la que volvió a enfrentase con Grigori Zinoviev y Lev Kamenev.

Tras alcanzar la victoria en estos tres pulsos con sus máximos rivales, se procedió a la exclusión de éstos del Politburó. Quedaba, así, todo el poder en manos de Stalin, que se había asegurado de eliminar a todos lo líderes carismáticos de la Revolución; es decir, los que le podían hacer sombra.

Bibliografía:

[1] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[2] Obras completas; Vladimir Ilich Lenin – Madrid – Akal – 1975.

[3] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[4] El mundo de ayer. Memorias de un europeo; Stefan Zweig – Barcelona – El Acantilado – 2002.

Desarrollo de la Revolución II


La intentona de julio

Tras la llegada de Lenin a San Petersburgo en abril de 1917, comenzó la lucha sin cuartel entre los bolcheviques y el gobierno provisional. Los unos trataron de debilitar lo más rápidamente al poder establecido tras los hechos de febrero, y los otros buscaron defenderse mediante un mayor control policial. Además, al tiempo que Lenin y sus camaradas utilizaron atrayentes slogans para ganarse el favor del pueblo, Alexandr Kerenski y los miembros de su gobierno hicieron uso de los discursos con el fin de desprestigiar a los bolcheviques:

(Alexandr Fiódorovich Kerenski, 1917) “Vosotros, bolcheviques, que proponéis expedientes tan primitivos -¡detened, matad, destruid!-, ¿qué sois, socialistas o policías del antiguo régimen? Nos recomendáis que sigamos la senda de la revolución francesa de 1792: recomendáis el camino para la futura desorganización del país… Si, con la ayuda de la reacción conseguís destruir nuestro poder, lo que acabaréis teniendo será un auténtico dictador”.

Éste enfrentamiento entre el gobierno provisional y los bolcheviques sólo podía terminar de una forma: con una intentona revolucionaria por parte de éstos últimos. Todos eran conscientes de que Lenin había vuelto a Rusia para hacer la revolución, de que el partido bolchevique no buscaba otra cosa que derrocar al gobierno provisional. De esta manera, el día en que esto sucediera tenía que acabar llegando. Y así fue, en julio de 1917 los bolcheviques fracasaron en su intento de tomar el poder, y, por consiguiente, sus principales líderes tuvieron que exiliarse. Sin embargo, como bien indicaba Stalin en los días posteriores, la lucha no había hecho más que empezar:

(Iósiv Vissariónovich Dzhugashvili Stalin, 23 de julio de 1917) “Los levantamientos del 16 y 17 de julio han servido para agudizar la crisis. Fue Karl Marx quien afirmó que cada paso delante de la revolución es seguido por otro paso de la contrarrevolución. Considerando los levantamientos como un paso adelante, los bolcheviques aceptamos el honor de que los socialistas renegados nos los atribuyan… Ha terminado la etapa pacífica de la revolución y ha empezado una nueva, un periodo de conflictos enconados y enfrentamientos; la vida continuará siendo agitada, se sucederán las crisis, los soldados y los obreros no se callarán…”

De Kornilov a Octubre

El levantamiento reaccionario de Lavr Georgevich Kornilov dio una nueva oportunidad a los revolucionarios. Éste, en lugar de lograr sus objetivos, favoreció el triunfo del bolchevismo, ya que el gobierno, acosado por las fuerzas de la reacción, tuvo que apoyarse en los activistas del partido de Lenin. De esta manera, una vez alejado el fantasma de Lavr Kornilov, el gobierno provisional quedó prácticamente a merced de los bolcheviques, que habían sido armados para repeler el levantamiento militar. Gracias a los reaccionarios, los revolucionarios, que en su mayoría habían regresado del exilio, estaban en situación de intentar un nuevo asalto al poder, hecho que Lenin percibió desde el primer instante:

(Vladimir Illich Ulianov Lenin, 12 de septiembre de 1917) “La insurrección de Kornilov era totalmente imprevisible en el momento y en la forma en que se ha producido; se puede decir que ha constituido un giro increíble en el curso de los acontecimientos. Como todo giro radical en los acontecimientos, exige una revisión y modificación de la táctica”.

En primer lugar, cabe plantearse por qué razón los bolcheviques, que iban a ratificar su control sobre los soviets el día 25 de octubre, decidieron llevar a cabo un golpe militar justamente el día anterior. La respuesta más lógica apunta a la cuestión de la legitimidad, del centro desde el que emana el poder. Si este emanaba de los soviets, entonces los bolcheviques, con o sin mayoría, tendrían que someterse a ellos. De ésta forma, mediante un Golpe de Estado, Lenin exigía todo el poder, no para los soviets, sino para los bolcheviques:

(Vladimir Illich Ulianov Lenin, 12 de octubre de 1917) “Esperar al Congreso de los Soviets es una idiotez porque eso significaría perder semanas en un asunto en el que, ya no las semanas, sino los días, son decisivos”.

A la hora de preparar éste Golpe de Estado, Lenin tuvo muy en cuenta que debían cumplirse dos requisitos: que no fuera frenado dentro del bolchevismo, es decir, por las fuerzas internas más moderadas –Grigori Evseegrad Apfelbaum Zinoviev y Lev Borisovich Kamenev-; y que no se viera desbordado por las masas populares que apoyaban el derrocamiento del gobierno provisional. Una vez cumplidas estas condiciones, se fijó la fecha del Golpe para la noche del 24 al 25 de octubre, momento en el que los simpatizantes bolcheviques ocuparon una serie de puestos fundamentales para el control de san Petersburgo y del país. Lenin lo expresa claramente en el siguiente fragmento, era el momento idóneo para llevar a cabo la revolución:

(Vladimir Illich Ulianov Lenin, Obras completas) “El éxito de la insurrección está garantizado ahora para los bolcheviques por las siguientes razones: 1ª, que podemos lanzar un ataque repentino desde tres puntos, Petrogrado, Moscú y la Flota del Báltico; 2ª, que tenemos consignas que aseguran un amplio respaldo; 3ª, que disponemos de mayoría en todo el país; 4ª, que la desorganización de mencheviques y social-revolucionarios es total; 5ª, que estamos en condiciones técnicas de conquistar el poder en Moscú; 6ª, que tenemos miles de obreros y soldados armados en Petrogrado, que pueden adueñarse enseguida del Palacio de Invierno, del Estado Mayor General, de las centrales telefónicas y de las grandes imprentas. Nada podrá hacernos evacuar nuestras posiciones y, mientras tanto, se irá desarrollando dentro del ejército una campaña de agitación tal que las tropas se negaran a luchar contra nuestro gobierno de paz, tierra para los campesinos…”

Así se produjo el triunfo de la Revolución de octubre: con la toma de control por parte de los revolucionarios de los puntos de decisión. Esto vendría a corroborar la teoría de que los hechos de octubre fueron más una serie de actuaciones bien organizadas que un movimiento de masas, tal como afirmaba el mito comunista. No obstante, fuese una cosa o la otra, lo cierto es que los bolcheviques se hicieron con el poder, la revolución había triunfado:

(Vladimir Illich Ulianov Lenin,16 de marzo de 1917) “Queridos camaradas, soldados, marineros y trabajadores: me siento feliz al saludaros en nombre de la victoriosa revolución rusa; de saludar en vosotros a la vanguardia del ejército proletario internacional… Ya no está lejos la hora en que, al llamamiento de nuestro camarada Karl Liebknecht, el pueblo volverá sus armas contra los capitalistas que le explotan… La revolución rusa, hechas por vosotros, ha abierto una nueva era ¡Viva la revolución socialista mundial!”

Paz y tierra

Tras la Revolución, Lenin cumplió una de sus promesas, poner todo el poder en manos de los soviets. Sin embargo, éste hecho escondía una realidad bien distinta, ya que, después de que las fuerzas más moderadas abandonasen los soviets, éstos estaban completamente controlados por los bolcheviques. Es decir, que Lenin, al entregar todo el poder a éstos organismos lo que estaba haciendo era dárselo a su propio partido. Además, con la creación de la figura del Comisario, el poder bolchevique sobre el Estado, la identificación de ambas entidades –Partido y Estado-, se acentuó notablemente. Otras dos medidas tomadas por los bolcheviques tras el triunfo revolucionario fueron:

– El acuerdo con Alemania; la Paz de Brest Litovsk ponía fin a la larga lucha que, de manera interesada, Lenin había mantenido con la Gran Guerra. A lo largo de esos tres años sus consignas habían sido claras, aquella era una guerra imperialista y capitalista, por tanto, el proletariado no debía secundarla. Los obreros debían unirse y volverse contra la clase dominante, hacerse con el control, convertir la guerra mundial en guerra civil. Más o menos, en todos los discursos de los años anteriores, venía a repetir lo que en éste fragmento nos narra Nikolai Bujarin:

(Nikolai Ivanovich Bujarin, Memorias) “Ilich paseaba a grandes zancadas, arriba y abajo, como un tigre enfurecido e indomable. Profundamente sagaz, aquel profeta revolucionario no había desesperado ni un solo momento, jamás se había cruzado de brazos, presa del desaliento. Su primera consigna, en respuesta a la declaración de guerra iba dirigida a los soldados de todos los ejércitos: “¡Volved los fusiles contra vuestros oficiales!” Esta consigna nunca fue publicada; su forma más corriente llegó a ser ésta: “Convertid la guerra imperialista en guerra civil”.

– Nacionalizar la propiedad:

(Vladimir Illich Ulianov Lenin, discurso ante el Comité Central) “Creemos unánimemente que nuestro primer paso en el camino hacia el socialismo ha de ser la adopción de medidas como la nacionalización de la banca y de los trust de inversión”.

La ayuda del II Reich

La Revolución de octubre, y, en consecuencia, la paz de Brest-Litovsk, no hubiera sido posible sin la ayuda que los dirigentes alemanes prestaron a Lenin. Éstos, con el fin de desestabilizar Rusia, facilitaron en todo lo posible el desplazamiento de los principales bolcheviques desde su exilio suizo hasta los territorios rusos. En sus memorias el general Erich Ludendorff explica el porqué de la actuación alemana:

(Erich Ludendorff, Memorias de Guerra) “Nuestro Gobierno asumió una tremenda responsabilidad al enviar a Lenin a Rusia; pero, desde el punto de vista militar, su repatriación estaba justificada, pues era necesario hacer lo imposible por precipitar la caída de Rusia”.

También M. Hoffmann nos describe aquellos acontecimientos:

(M. Hoffmann, La guerra de las ocasiones perdidas) “Uno de nuestros hombres, que mantenía contactos con los revolucionarios rusos exiliados en Suiza, sugirió la idea de utilizar a varios de éstos para acelerar el proceso de socavación e intoxicación de la moral del ejército ruso. La expuso a Erzberger y al delegado del Ministerio de Asuntos Exteriores. Y de aquí salió el proyecto de transportar a Lenin a Petrogrado a través de Alemania del modo que más adelante se llevó a efecto”.

No es de extrañar, pues, que los enemigos de los bolcheviques acusasen a éstos de haber conspirado con los alemanes para derrotar a Rusia. Sin embargo, como se puede observar en el siguiente discurso, la visión de Lenin era bien distinta:

(Vladimir Illich Ulianov Lenin, 26 de noviembre de 1920) “Podría parecer que el resultado fue parecido a un contubernio entre la primera república socialista y el imperio alemán en contra de otro imperialismo. Pero no hubo alianza ni bloque de ningún género; no traspasamos los límites aceptados, minando o deshonrando al poder socialista, sino que sacamos provecho de la hostilidad entre los dos imperialismos, de tal forma que, a largo plazo, ambos salieron perdiendo. Alemania no sacó de la paz de Brest más que algunos miles de toneladas de trigo, pero introdujo la desintegración bolchevique dentro del país. Pero nosotros ganamos algún tiempo para ir poniendo a punto la creación del Ejército Rojo…”

La ruptura del consenso

Una vez alcanzado el poder los bolcheviques toparon con la oposición de aquellos grupos que les habían apoyado en el derrocamiento del gobierno provisional. La alianza circunstancial, la convergencia, de Lenin con los movimientos contrarios a la política de Alexandr Kerenski, se rompió bien pronto: cuando se vio claramente que los fines del bolchevismo no eran los mismos que los de los demás grupos revolucionarios. De esta forma, uno tras otro, vieron como sus exigencias no encontraban respuesta en el nuevo gobierno surgido tras la revolución:

– El campesinado; en los planes de Lenin sólo cabía un objetivo final claro: la nacionalización de esas tierras, y es evidente que el movimiento campesino no comulgaba con las ideas nacionalizadoras.

– Los soviets; el partido bolchevique ejerció un férreo control sobre ellos. Estos consejos de obreros se convirtieron en meros instrumentos del régimen subordinados a él. Tal como profetizaba el socialista francés Charles Rappaport, el triunfo bolchevique supuso el fin de la revolución:

(Charles Rappaport, 1914) “Todos reconocemos los logros y méritos de Lenin. Es un hombre con voluntad de hierro y un incomparable organizador de grupos. Pero se ve a sí mismo como el único socialista de verdad. Cualquiera que se oponga a él sufrirá su condenación eterna (…) No estoy adscrito a ninguna de las facciones enfrentadas, pero la experiencia de muchos años me lleva a la convicción de que la victoria de Lenin sería la mayor amenaza para la revolución rusa: Lenin la sujetaría tan apretadamente entre sus brazos que acabaría ahogándolas”.

– Las nacionalidades; salvo tímidas concesiones –en su mayoría impuestas por la paz de Brest Litovsk-, la nueva República Socialista tendió a ocupar el puesto del antiguo imperio de los zares, y, en consecuencia, a cumplir su misión. Sin embargo, en un principio la idea de Lenin distaba mucho de coincidir con el imperialismo zarista. Parece que las circunstancias le obligaron, como en tantos otros aspectos, a variar sus planes. Éste fragmento de las memorias de Litvak es un buen ejemplo de cual fue su primera intención:

(Litvak, Memorias de la Primera Guerra Mundial) “Quedamos asombrados de que Lenin propugnase amputar de Rusia los territorios periféricos: Ucrania, las provincias bálticas y demás. Cuando apunté que tenía que estar bromeando, que debía de haber querido decir autonomía y federación, pero seguramente no amputación del Báltico y el mar negro, dos arterias de la economía rusa, replicó que hablaba completamente en serio”.

De esta forma, todas aquellas consignas entonadas en los días revolucionarios -“paz, pan y tierra” o “todo el poder para los soviets-, quedaron, si no en el olvido, si transformadas en su mayor parte al gusto de los bolcheviques. Las promesas de los revolucionarios de octubre se cumplieron en gran medida, pero según el modo de entender de los bolcheviques, que dejaron a un lado a aquellos compañeros de revolución con los que sólo habían coincidido, circunstancialmente, en un periodo de tiempo muy corto. Esto vendría a confirmar la teoría, antes citada, de la escuela independiente.

Bibliografía:

[1] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[2] Obras completas; Vladimir Ilich Lenin – Madrid – Akal – 1975.

[3] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[4] El mundo de ayer. Memorias de un europeo; Stefan Zweig – Barcelona – El Acantilado – 2002.

Desarrollo de la Revolución I


El régimen zarista

El modelo político de los zares rusos se definía por un marcado carácter autoritario y un desarrollado aparato represivo. Esta sólida estructura comenzó a tambalearse a causa de los profundos cambios experimentados por la Humanidad a finales del siglo XIX y principios del XX. De esta manera, dos catástrofes, la derrota en la guerra contra Japón (1905) y la Gran Guerra (1914-1918), provocaron el advenimiento de la Revolución y, por tanto, el fin de los Romanov.

La marcha de la guerra y la situación crítica que se vivía en la propia retaguardia, hicieron que la caída del zar fuera algo inminente a principios de 1917. De esta manera, no es de extrañar que la correspondencia entre el zar y la zarina girase en torno a los desórdenes que a diario se producían en San Petersburgo:

(Correspondencia de la zarina con el zar, 10 de marzo de 1917) “Los huelguistas y alborotadores se manifiestan ahora más retadores que nunca en la ciudad. Los provocadores de los disturbios son los golfillos, chicos y chicas que se pasan el día dando vueltas y gritando que no tienen pan; lo hacen precisamente para incitar al alboroto. Si hiciese frío, probablemente se estarían en sus casas. Pero la agitación va disminuyendo y desaparecerá…”

Sin embargo, el optimismo de la zarina distaba mucho de adecuarse a la auténtica realidad de Rusia:

(Correspondencia de Mikhail Rodzianko con Nicolás II, 11 de marzo de 1917) “La situación es grave. La capital se halla en un estado de anarquía. La gobernación está paralizada: los servicios de transporte no funcionan; el suministro de alimentos y de combustible está totalmente desorganizado. El descontento es general y va en aumento”.

Así, en febrero de 1917 –calendario occidental-, estallaba la revolución:

(Correspondencia de Mikhail Rodzianko con Nicolás II, 12 de marzo de 1917) “Por orden de Su Majestad se han aplazado hasta marzo las sesiones de la Duma Imperial. Las últimas defensas del orden han sido desbordadas; el gobierno es impotente para frenar las revueltas. No se puede confiar en las tropas de la guarnición: los batallones de reserva de los regimientos de la Guardia se han amotinado y están ejecutando a sus oficiales; unidos al populacho y a los revoltosos, se dirigen hacia el Ministerio del Interior y al Palacio de la Duma. La guerra civil ha estallado y va extendiéndose”.

La revolución de febrero

La Revolución de febrero se caracterizó por su popularidad –la secundó, de manera entusiasta, buena parte de la población rusa-, su espontaneidad –surgió fruto del malestar del pueblo ruso: sin preparación previa-, y por la ausencia de violencia –los postulados revolucionarios no encontraron, en un principio, una fuerte oposición por parte de las fuerzas reaccionarias-. Precisamente sobre la popularidad, la totalidad, de la Revolución de febrero nos habla Nikolay Sergeyevich Trubetskoy:

“Esta revolución es única. Ha habido revoluciones burguesas y revoluciones proletarias, pero dudo que haya habido jamás una revolución tan auténticamente nacional, en el más amplio sentido del término, como la que hoy conoce Rusia. Todos la han hecho. Todos han tomado parte en ella: los trabajadores, los soldados, los burgueses, hasta la nobleza: todas las fuerzas sociales del país”.

De esta forma, tras el triunfo de los revolucionarios, se implantó en el país una dirección política plural y heterogénea –Gobierno Provisional- que tenía como misión fundamental transformar Rusia en un régimen constitucional y democrático:

(Alexandr Fiódorovich Kerenski, mitin en Odesa ante las fuerzas armadas) “Estoy viendo el enorme entusiasmo que se ha despertado en todo el país. Milagros como esta revolución rusa que ha hecho libre a un pueblo de esclavos sólo se producen una vez cada siglo… Ya hemos sufrido bastante. Los corazones de todos los rusos laten ahora al unísono. Pongamos todas nuestras energías en la lucha por la paz para todo el universo. Creemos en la felicidad y en la gloriosa libertad de todos los pueblos… Nuestra consigna será “libertad, igualdad, fraternidad”.

A lo largo de los ocho meses de experiencia democrático-liberal rusa, se sucedieron tres gobiernos provisionales, presididos por Georgy Yevgenievich Lvov –dos veces- y Alexandr Kerenski respectivamente. Esta inestabilidad dentro del ejecutivo ruso se debió principalmente a dos razones: la heterogeneidad de los miembros del gobierno, lo que repercutía sin duda en su eficacia, y la convulsa situación internacional, que tenía importante consecuencias en la situación interna de Rusia.

Las medidas democratizadoras previstas por los gobiernos surgidos tras la Revolución de febrero fueron las siguientes:

– Reunir una Asamblea Constituyente elegida por sufragio universal.

– Convocar elecciones a los consejos municipales.

– Elaborar una declaración de Derechos.

– Reconocer el derecho de Polonia y Finlandia a la autodeterminación.

– Liberar a numerosos presos políticos y repatriar a los exiliados mediante una amplia amnistía.

Además de promover estas medidas, el nuevo gobierno se había propuesto también alcanzar tres objetivos:

– Que la sociedad rusa alcanzase cierto grado de cohesión.

– Exaltación de la nación como medio para unir a los distintos grupos que integraban el país. En definitiva, promover un estado de euforia similar al de 1914.

– Lograr la victoria en la guerra; es decir, continuar con el apoyo prestado por Nicolás II a los aliados occidentales frente a los Imperios Centrales.

El fracaso del proyecto liberal

El proyecto democratizador fracasó; todos esas primeras intenciones no alcanzaron su fin. La incapacidad del gobierno provisional para hacer frente a la crisis económica, a la guerra, al problema agrario, y a la cuestión obrera, acabó por exasperar a una agotada ciudadanía rusa, que poco a poco les fue retirando su confianza. Exigían pan, paz y tierra, y el gobierno, empeñado en su provisionalidad, en atarse de pies y manos, no aportaba soluciones. El nuevo ejecutivo, con el fin de respetar la legalidad, los tiempos marcados por la doctrina política democrático-liberal, se comprometió a no tomar medidas importantes hasta que la Constituyente, que todavía no se había reunido, finalizase su tarea. De esta forma, los problemas se iban acumulando, tomando cada vez un mayor grado de gravedad, lo que provocaba el descontento del pueblo ruso hacia sus gobernantes.

En definitiva, el gran error de los demócratas rusos fue pretender funcionar con normalidad, con legalidad, en un periodo de grandes convulsiones, crisis y anormalidad. No poner remedio a estas equivalía al hundimiento del nuevo sistema, ya que, el cambio político promovido por el pueblo se llevó a cabo con el fin de buscar soluciones.

El gobierno provisional, pues, pagó caro este empeño por continuar actuando de manera provisional. Además, la decisión de continuar la guerra, sin duda bastante impopular, lastró la labor del ejecutivo. El precio que tuvieron que pagar los gobernantes por su empeño de ser fieles a sus aliados acabó siendo, a la postre, demasiado alto: la desaparición de la construcción democrática. De esta manera, no es de extrañar que, como principal arma contra los hombres de febrero, Lenin utilizase el argumento de la guerra; aquellas mismas ideas que defendía desde 1914:

(Vladimir Illich Ulianov Lenin, manifiesto de 1914 publicado en Sotsial-Demokrat) “Cuanto mayores sean las destrucciones causadas por la guerra, más claramente se darán cuenta las clases trabajadoras de que los oportunistas han traicionado la causa obrera y de que es necesario volver las armas contra los gobiernos y la burguesía de los respectivos países… Convertir esta guerra imperialista en guerra civil es la única consigna acertada para el proletariado”.

De esta forma, las masas populares fueron radicalizándose progresivamente al tiempo que se movilizaban contra el gobierno provisional. Los lemas bajo los que se desarrollaban las protestas, muy similares a los que propugnaban los dirigentes bolcheviques, contribuyeron a que entre estos movimientos de soldados, campesinos y obreros, y el partido de Lenin se fueran tendiendo puentes:

(Vladimir Illich Ulianov Lenin, Obras completas) “Los desórdenes aumentan en el campo y el gobierno está empleando los medios más despiadados contra los campesinos. Crece la simpatía por nuestra causa en el seno del ejército…”

(Fragmento del editorial de Izvestiya el 7 de noviembre de 1917) “Sólo faltan tres semanas para la Asamblea Constituyente, sólo unos pocos días para el Congreso de los Soviets, y, aún así, los bolcheviques han decidido llevar a efecto otro golpe de Estado. Utilizan el descontento general y la gran ignorancia que reina entre las masas de obreros y soldados. Se han arrogado la osadía de prometer al pueblo pan, paz y tierra…”

La experiencia bolchevique

El partido bolchevique, surgido tras la escisión de la socialdemocracia rusa –bolcheviques y mencheviques-, fue el protagonista y motor de la Revolución de octubre. Así relataban Lenin y Bujarin el cisma desatado en el seno del socialismo:

(Vladimir Illich Ulianov Lenin, Obras completas) “Se me dice que he sembrado la confusión en las filas de la clase obrera. Pues bien, sí, la he sembrado deliberada y calculadamente en la parte del proletariado de San Petersburgo, que se ha dejado arrastrar por los seccionistas mencheviques, y obraré siempre del mismo modo mientras dure la escisión”.

(Nikolai Ivanovich Bujarin, Memorias) “Recuerdo las interminables discusiones que se suscitaron en nuestro pequeño círculo cuando Lenin planteó sin ambages la cuestión no sólo de dividir el partido, sino hasta de renunciar al mismo nombre de «socialdemócrata». Cuando Gregori (Zinoviev) empezó a hablar de la tradición y también de números, Lenin comentó con ira, realmente enfurecido, sin tomar en consideración que había mujeres presentes: “¡Oh, sí, mucha gente y mucha basura entre ella! (sólo que utilizó palabras bastante más fuertes). Y con rabiosa energía empezó a exponer sus ideas sobre los partidos comunistas y una nueva Internacional revolucionaria…”

Se trataba este de un partido de cuadros –no de masas-, celoso de su propia pureza ideológica, y contrario a cualquier tipo de lazo con otro grupo político. Desde un primer momento, Lenin rechazó totalmente cualquier relación con la Revolución de febrero y con el régimen surgido de ella (Tesis de Abril). Además, los bolcheviques trataron de aprovechar el poder de los soviets, donde el número de miembros del partido crecía congreso tras congreso hasta llegar a alcanzar la mayoría, para fortalecerlos. Es decir, que aparecieran como una alternativa firme y real al gobierno provisional.

Bibliografía:

[1] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[2] Obras completas; Vladimir Ilich Lenin – Madrid – Akal – 1975.

[3] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[4] El mundo de ayer. Memorias de un europeo; Stefan Zweig – Barcelona – El Acantilado – 2002.

Un largo combate por Palestina IV

La contradicción exterior de la URSS es sólo aparente. Si bien, por un lado, Stalin había comenzado a partir de finales de los años 20 una importante depuración del establishment judío soviético (partido, administración, ejército) que continuará hasta la «conspiración de las batas blancas» de 1952; y por otro lado, había reanimado un antisemitismo latente en la sociedad rusa, alimentaba por el contrario intenciones geopolíticas en Oriente Medio, que le llevarán a apoyar al Estado hebreo, pequeño núcleo «socialista» en medio de los «feudos» árabes y única cabeza de puente en la región factible para la URSS en esa época.

Alain Duret, Oriente Medio. Crisis y desafíos, p. 42.

El conflicto bélico de 1998-1999 II

Aunque la pronta llegada del invierno se antojaba un poderoso estímulo para que el acuerdo de octubre ganase terreno, lo cierto es que los combates no menguaron. Si al respecto de las tesis oficiales serbia apuntaba que el ELK había vuelto a los lugares de los que había sido desplazado en los meses anteriores, del lado de la resistencia albanokosovar se subrayaba que Serbia, plenamente consciente de la debilidad de la respuesta internacional, no había abandonado en modo alguno las operaciones de acoso. Lo cierto es que, mientras se iniciaba el despliegue de los observadores de la OSCE, el conflicto arreció en los primeros meses de 1999. El momento simbólico más relevante lo aportó, a mediados de enero, la controvertida masacre acaecida en la localidad de Raçak, que según la OSCE había tenido por objeto a indefensos civiles albaneses y según la versión oficial serbia era producto de un choque con guerrilleros del ELK. Aireada por un diplomático norteamericano de lamentable trayectoria, William Walker, la matanza que nos ocupa sirvió de eficaz argumento para que la OTAN asumiese una ambiciosa escalada en su lenguaje.

El efecto fundamental del renovado conflicto fue una creciente presión internacional que en este caso se concentró en la organización de una conferencia que al cabo se celebró en dos tandas -6 a 24 de febrero y 15 a 18 de marzo de 1999- en Rambouillet, en Francia. Los miembros occidentales del llamado «grupo de contacto» (Alemania, EE.UU., Francia, Italia y el Reino Unido; Rusia no estaba por la labor) intentaron imponer un acuerdo que, muy semejante al de octubre de 1998, remplazaba, sin embargo, los dos mil observadores de la OSCE por un contingente militar de casi 3.000 soldados bajo la dirección de la OTAN…

Carlos Taibo, Guerra en Kosovo. Un estudio sobre la ingeniería del odio, p. 110-111.

De los ilirios a la Segunda Guerra Mundial V

La derrota otomana frente a Rusia condujo, en 1878, a la firma del tratado de San Stefano, cuyas consecuencias fueron tres: el freno impuesto al imperio austrohúngaro, la consolidación de un proyecto yugoslavista y la creciente influencia de Rusia en los Balcanes. Bulgaria y Serbia salieron claramente beneficiadas. A la segunda, que alcanzó por vez primera una independencia efectiva con respecto al imperio otomano, le fue asignada la mayor parte del territorio de Kosovo, si bien es verdad que fragmentos pequeños correspondieron a Montenegro y al propio imperio otomano. Como respuesta a estos hechos, en junio de 1878 se reunieron en Prizren trescientos delegados albaneses -en su mayoría terratenientes musulmanes que, más bien conservadores, se mostraban partidarios de las estructuras del poder otomano se mantuviesen en pie- que dieron en configurar la llamada «Liga de Prizren». Los acontecimientos exteriores pronto se volvieron en contra de los intereses de Rusia. Las potencias de la Europa occidental y central consideraban que la mayor prioridad debía estribar en reducir las dimensiones territoriales, visiblemente engrosadas en San Stefano, de Bulgaria. A las medidas encaminadas a que la parte meridional de ésta fuese reintegrada al imperio otomano, siguieron otras en virtud de las cuales el mismo procedimiento se aplicó a los territorios en que vivían los albaneses, con lo cual las cosas serbias hubieron de retirarse de Kosova.

Carlos Taibo, Guerra en Kosovo. Un estudio sobre la ingeniería del odio, p. 31.

Los judíos y la sociedad II

Inglaterra no conocía ni las masas judías ni la pobreza judía, puesto que había admitido a los judíos siglos después de su expulsión en la Edad Media; los judíos portugueses que se instalaron en Inglaterra en el siglo XVIII eran ricos y cultos. Sólo al final del siglo XIX, cuando los pogromos en Rusia  dieron paso a las modernas emigraciones, penetró en Londres la pobreza judía y, junto con esta, la diferencia entre las masas judías y sus hermanos acomodados. En la época de Disraeli, la cuestión judía, en su forma continental, resultaba completamente desconocida, porque en Inglaterra sólo vivían judíos gratos al estado. En otras palabras, los «judíos de excepción» no eran conscientes de ser excepciones como sus hermanos continentales. Cuando Disraeli despreciaba la «perniciosa doctrina de los tiempos modernos, la igualdad natural de los hombres», seguía conscientemente los pasos de Burke, que había «preferido los derechos de un inglés a los derechos del hombre», pero ignoraba la situación presente entonces en la que los derechos de todos habían sido reemplazados por los derechos de unos pocos.

Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo, p. 146-147.

El seismo político de postguerra


Al seísmo territorial, señalado en el artículo anterior, hay que añadir otro de tipo político: el fin de la guerra supuso el triunfo universal del sistema democrático-liberal. Después de que Rusia abandonase a sus aliados al firmar la paz por separado con Alemania, las potencias de la Triple Alianza trataron de presentar el conflicto como una lucha entre la democracia –representada por ellas mismas- y el autoritarismo –personificado en los imperios centrales-. De esta forma, la victoria de los occidentales sobre los imperios centrales trajo consigo la consolidación del sistema democrático en todo el continente

Podemos señalar las siguientes manifestaciones del cambio político producido en Europa tras el término de la Gran Guerra:

– La desaparición de los imperios autocráticos: Rusia, Austria-Hungría, Alemania y Turquía.

– La proclamación de repúblicas democráticas en Alemania, Polonia, Austria, Checoslovaquia, Turquía, Letonia, Lituania, Finlandia y Estonia.

– La creación de nuevos estados en base a los postulados de autodeterminación wilsonianos. De hecho, el presidente de los EE.UU. se convirtió en el héroe de aquella inmediata postguerra, en la que sus catorce puntos estaban llamados a formar un mundo nuevo basado en la paz, la democracia y la concordia. No obstante, su derrota electoral acabó por convencer a los utópicos seguidores de Wilson de que los EE.UU. preferían el aislamiento al compromiso: Europa, al igual que Wilson, se quedo sin el apoyo americano en la fundamental tarea de construir el mundo de posguerra. Stefan Zweig nos narra en sus memorias cómo percibían los europeos la figura de Woodrow Wilson:

“Creíamos en el grandioso programa de Wilson, que suscribíamos por entero (…) Quien vivió aquella época recuerda que las calles de todas las ciudades retronaban de júbilo al recibir a Wilson como salvador del mundo, y que soldados enemigos se abrazaban y besaban; nunca en Europa había existido tanta fe como en aquellos primeros días de paz…”

– Elaboración de textos constitucionales basados en los principios del liberalismo:

(Programa del gobierno provisional alemán, mil novecientos dieciocho) “…todas las elecciones para corporaciones públicas se efectuarán de ahora en adelante con arreglo al derecho de sufragio universal; serán secretas y se regirán por el sistema proporcional participando en ellas todos los varones y mujeres de edad no inferior a veinte años. Este derecho de sufragio es también válido para la Asamblea Constituyente, sobre la cual se publicarán ulteriores disposiciones más detalladas”.

– Reformas electorales en los países donde la democracia ya estaba consolidada; introducción del sufragio femenino y desarrollo de nuevas fórmulas de representación más proporcionales.

– Reformas en la estructura económica; jornada de ocho horas, convenios colectivos, arbitrajes obligatorios, y desarrollo de la pequeña propiedad.

– Creación de instituciones internacionales; entre estas destacaba la Sociedad de Naciones que, regida por el voto democrático de los distintos países, estaba encargada del arbitraje de las relaciones entre las potencias.

La crisis del parlamentarismo.

El retroceso del sistema democrático en Europa fue adquiriendo, a medida que pasaba el tiempo, un ritmo más acelerado. De ésta forma, en el periodo comprendido entre 1920 y 1945, todos aquellos sistemas parlamentarios surgidos tras la Gran Guerra fueron desapareciendo. El terreno conquistado por la democracia en 1918 se había perdido a la altura de 1938. Tan sólo se mantenía en ocho países europeos: Gran Bretaña, Suecia, Finlandia, Suiza, Checoslovaquia, Francia, Bélgica y Holanda. A esto hay que añadir que en 1945 ese número se veía reducido a cuatro, ya que las últimas –Checoslovaquia, Francia, Holanda y Bélgica- también habían desaparecido. Expresado de manera esquemática, este era el panorama que presentaba el Viejo Continente:

– Rusia; dictadura del proletariado desde 1917.

– Hungría; sistema comunista durante el breve mandato de Bela Kun (1919), y fascismo con Miklós Horthy (1920-1944).

– Polonia; dictadura de Josef Pildsuski.

– Alemania: Adolf Hitler.

– Austria; fascismo de Engelbert Dollfuss (1932-1934), y triunfo del nacionalsocialismo tras la anexión con Alemania (1938).

– Italia; fascismo forjado por Benito Mussolini entre 1922 y 1925, que se mantuvo durante casi veinte años.

– España; regímenes dictatoriales de Miguel Primo de Rivera (1923-1929) y Francisco Franco (1939-1975).

– Portugal: dictaduras de Antonio Óscar Carmona (1926) y Antonio de Oliveira Salazar (1932).

– Países bálticos: regímenes antidemocráticos en Lituania (1926), Letonia (1934) y Estonia (1934).

-Países balcánicos: regímenes antidemocráticos en Albania (1928), Yugoslavia (1929), Bulgaria (1926), Grecia (1922) y Rumania (1938).

Teoría de las oleadas antidemocráticas.

Con el fin de explicar esta debacle del parlamentarismo, surgió la teoría de las oleadas antidemocráticas. Según esta, la desaparición de los sistemas democráticos fue fruto de dos oleadas protagonizadas por las fuerzas antisistema, que coincidieron con dos situaciones de crisis: la postguerra y la Gran Depresión. No obstante, aunque es verdad que muchos estallidos antidemocráticos surgieron en esos dos momentos, nos encontramos con algunas objeciones:

– Existieron oleadas intermedias que no se pueden enmarcar en ninguno de esos dos contextos. Nos referimos al ascenso de Miguel Primo de Rivera en España (1923), de Antonio de Oliveira Salazar en Portugal (1925) y del príncipe Alejandro I en Yugoslavia (1927).

– Surge la dificultad de en qué momento situar el fin del parlamentarismo en naciones como Alemania y Rumania.

– Se produjeron algunos reflujos democratizadores en países donde ya se había asentado el modelo autoritario: España y Grecia.

– Dentro de cada país las variantes antidemocráticas -es decir, de izquierdas y de derechas- se sucedieron (caso de Hungría).

– Fue un periodo en el que también funcionaron mal las democracias de los países tradicionalmente democráticos.

Pugna de legitimidades.

Continuamos, tras descartar las oleadas de la crisis de posguerra y la Gran Depresión, sin resolver el enigma de por qué el triunfo de la democracia fue tan evidente como su repliegue. No obstante, viendo como ante dificultades similares en algunos estados se mantuvo el parlamentarismo y en otros no, cabe plantearse si el problema no radicó en la escasa legitimidad que alcanzó entre los habitantes de algunos países al sistema democrático. De esta forma, comprobamos como en esos años tres tipos de legitimidad se enfrentaron reclamando para sí ese privilegio: la tradicional, la democrática y la popular o de masas.

Además, mientras estos tres modelos pugnaban por alcanzar la supremacía, se produjeron tres procesos paralelos que acabaron por minar las estructuras del mundo liberal. Tres crisis –moral, socioeconómica e ideológica- que prepararon el terreno para el advenimiento de los sistemas antidemocráticos:

– Crisis moral e intelectual; se aprecia durante este periodo un avance de la cultura del pesimismo y de las fuerzas irracionales, caracterizadas por la pérdida de la fe en la razón y el triunfo de la casualidad sobre la causalidad.

– Crisis social y económica; con el fin de la Gran Guerra se comprobó que el sistema económico vigente en la preguerra era inadecuado para los nuevos tiempos: se hizo imposible un retorno al liberalismo clásico. Así, el fin del capitalismo imperante desde la década de 1880 fue debido a tres fenómenos: las distorsiones propias de la posguerra, la intervención estatal en la economía durante el conflicto, y el alcance universal y la duración inusitada del enfrentamiento.

– Crisis ideológica; los grupos antisistema, que se proclamaban superiores a la decadente democracia, fueron tomando fuerza durante este periodo. Se trataba, en la mayoría de los casos, de grupos antagónicos, enfrentados entre sí; sin embargo, hemos de tener en cuenta que la legitimidad o deslegitimidad del parlamentarismo no sólo dependía de la fuerza de un grupo antisistema, sino de la del conjunto de éstos. Georg Grosz narra así la aparición de estos grupos antidemocráticos:

(Georg Grosz, Un sí menor y un No mayor) “…algunos llevaban la vela negra, otros blanca, otros roja. Había embarcaciones que llevaban gallardetes con tres signos que simbolizaban el rayo, con la hoz y el martillo, o con la cruz gamada sobre un casco de acero… y a cierta distancia, todos esos signos mostraban algo parecido”.

Por su parte, Stefan Zweig nos describe sus primeros encuentros con uno de esos movimientos antisistema, el nacionalsocialismo:

(Stefan Zweig, El mundo de ayer) “No recuerdo cuando oí por primera vez el nombre de Adolf Hitler, ese nombre del que ya desde hace años nos vemos obligados a recordar o pronunciar en relación con cualquier cosa todos los días, casi cada segundo, el nombre del hombre que ha traído más calamidades a nuestro mundo que cualquier otro en todos los tiempos. Sin embargo, debió ser bastante pronto, pues nuestra Salzburgo, situada a dos horas y media de tren, era como una ciudad vecina de Munich, de modo que los asuntos puramente locales de allí nos llegaban bastante rápido. Sólo sé que un día –no sabría precisar la fecha- me visitó un conocido de allá quejándose de que en Munich volvía a reinar la agitación. Había sobre todo un agitador tremebundo llamado Hitler que celebraba reuniones con muchas broncas y peleas e incitaba a la gente del modo más vulgar contra la República y los judíos (…) También me cayó una vez en las manos aquel periodicucho del nuevo movimiento nacionalsocialista, el Miesbacher Anzeiger (del que más tarde nacería el Völkische Beobachter)”

Bibliografía:

[1] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[2] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[3] El mundo de ayer. Memorias de un europeo; Stefan Zweig – Barcelona – El Acantilado – 2002.

[4] Sociedad y cultura en la República de Weimar: el fracaso de una ilusión; José Ramón Díez Espinosa – Valladolid – Universidad – 1996.

[5] Un sí menor y un No mayor; Georg Grosz – Madrid – Anaya – 1991.

[6] La revolución alemana de 1918-1919; Sebastian Haffner – Barcelona – Inédita – 2005.