Comenta las ideas fundamentales de la Ilustración y define el concepto de despotismo ilustrado


TRIGÉSIMO SEGUNDO ESTÁNDAR DEL TEMARIO QUE, DE ACUERDO CON LO ESTIPULADO POR LA CONSEJERÍA DE EDUCACIÓN DE CASTILLA Y LEÓN, PODRÁ SER OBJETO DE EXAMEN EN LA EBAU, ANTIGUA SELECTIVIDAD.

 La Ilustración fue una nueva corriente de pensamiento caracterizada por la utilización de la razón para la comprensión de la realidad. Careció de una teoría sistemática y sus ideas procedían de diversos autores: Locke, Montesquieu, Voltaire y Rousseau entre otros. De entre sus características, cabe destacar las siguientes: confianza en la razón, autonomía del poder político, fe en el progreso, tolerancia religiosa, interés por las actividades productivas y valoración de la educación para el logro de la felicidad.

Por su parte, la corriente política que conocemos como despotismo ilustrado trató conciliar el absolutismo monárquico con el espíritu reformador de la Ilustración. Esta teoría del poder, que se impuso en buena parte de Europa durante el siglo XVIII, se fundamentaba en tres principios. En primer lugar, supuso una reafirmación del poder absoluto de la Monarquía; es decir, no se pusieron en cuestión las bases del absolutismo de la centuria anterior. En segundo término, se planteó el ideal del “rey filósofo”, un monarca que, asistido por las minorías ilustradas, estaba en condiciones de impulsar reformas racionales necesarias para el conjunto de la sociedad con el fin de progresar y otorgar la felicidad al pueblo. El tercer elemento a destacar se refiere, precisamente, al pueblo. Este era considerado como objeto, nunca como sujeto de su propia historia, según la conocida expresión: «Todo para el pueblo pero sin el pueblo».

La relación entre ideología y alienación en Marx


En el artículo anterior se desarrolló la crítica marxista a la filosofía política de Hegel. Un estudio que se basaba en el concepto de ideología y, más en concreto, en sus contraposiciones: la realidad y la praxis. En los siguientes párrafos vamos a tratar de explicar la importancia de este concepto en Los manuscritos económicos y filosóficos (1844).

La ideología como tal no aparece citada en esos textos, sin embargo su presencia implícita es más que evidente.

Karl Marx no solo parte del contraste realidad-abstracción que había utilizado para criticar la postura hegeliana, sino que también recurre al paradigma de la inversión. El último elemento que lleva a sostener la presencia de esa noción en Los manuscritos económicos y filosóficos, es el uso habitual de términos situados en la esfera ideológica: derecho, política, ética, arte y religión.

La alienación económica como punto de partida

Según Marx, los economistas británicos del siglo XVIII acertaban al afirmar que la fuente de riqueza de toda propiedad era el trabajo y no la mera posesión. Sin embargo, encontraba contradicciones en buena parte de sus planteamientos.

En concreto, consideraba un error que la propiedad, a través del salario, tuviera poder sobre el trabajador, como defendían aquellos teóricos de la economía.

El marxismo denomina alienación a ese fenómeno por el cual el ser humano pierde el poder sobre su trabajo. Lo contrapone con la objetivación a la que identifica con la realidad en contraposición con la abstracción de la pérdida del objeto. En definitiva, descubrimos nuevamente analogías al concepto de ideología detrás de estos postulados.

Pero las referencias a la ideología no terminan ahí. Llegados a ese punto, Marx recurre nuevamente al paradigma de la inversión, utilizando la religión como metáfora: así como el creyente pone su vida en Dios, y pasa a así a pertenecerle, el trabajador alienado pone su vida en el objeto.

Las formas de alienación y la cuestión del salario

En Los manuscritos económicos y filosóficos Marx distingue cuatro momentos dentro del concepto de alienación:

  • El primero, que además sirve como base para explicar la noción de alienación en general, guarda relación con el producto del propio trabajo.
  • El segundo es la alienación en el acto de producción; es decir, el trabajo es exterior al ser humano, no voluntario.
  • La tercera forma enunciada por Marx afectaría a la humanidad misma del trabajador, a lo que Feuerbach denominaba Gattungswesen.
  • En último lugar se situaría la alienación intersubjetiva; esto es, del ser humano con respecto a los demás.
Una vez desarrolladas las formas de alienación, Karl Marx se plantea quién se beneficia de esos procesos. Desde su punto de vista la respuesta es sencilla: la propiedad privada.

Esta, por medio del salario, es la que adquiere poder sobre las personas a través de la extrañación del objeto del trabajo.


*Artículos sobre el origen del pensamiento marxista:

[1] El concepto de ideología en Marx y su crítica a Hegel.

[3] La ideologia alemana I.

[4] Marx y la ideología alemana II.

El concepto de ideología en Marx y su crítica a Hegel


A lo largo de los siguientes párrafos vamos a tratar de explicar el término ideología que elaboró el filosofo alemán en sus primeros escritos. Un concepto que, en esos años, no presentó como opuesto a la ciencia, sino a la propia realidad.

En nuestro desarrollo abordaremos la cuestión partiendo de la crítica a la religión de Feuerbach, de la que Marx se sirvió para atacar la idea de Estado de Hegel; después nos centraremos en el paradigma de la inversión expuesto en La crítica a la filosofía del derecho (1843); y terminaremos con el ataque marxista a la izquierda hegeliana y su concepto de Gattungswesen.

Ahora bien, entre tanto contenido no hay que perder de vista el objetivo último que se propone Marx: determinar qué es real y contraponerlo al concepto de ideología. Es en ese contexto donde se inicia la identificación entre realidad y praxis y, por tanto, la oposición entre esta última e ideología.

La crítica a la religión de Feuerbach

Para desarrollar su concepto de ideología, Marx se basa en los postulados de Ludwig Feuerbach sobre la religión. Por esa razón, antes de continuar con el desarrollo del contenido principal del texto, conviene detenerse en este punto.

El objetivo último de la crítica de la izquierda hegeliana a la religión es la reducción del mundo abstracto a su base real o empírica. Es decir, lo mismo que posteriormente tratará de hacer el joven Marx con la filosofía política. Feuerbach señala que la religión no es más que una realización fantástica del ser humano. Una abstracción que se genera ante la incapacidad para alcanzar la realidad, para entenderla.

Se aprecia, por tanto, la íntima relación entre los planteamientos marxistas sobre la ideología y esa crítica de la izquierda hegeliana a la religión.

De hecho, Marx consideraba que no era necesario continuar con la cuestión teológica, pues esta había sido completada por Feuerbach. Esto le permitió, utilizando la misma metodología, iniciar la crítica a la política en Hegel.

El Estado hegeliano como abstracción

Marx parte de la crítica a la religión de Feuerbach para abordar la filosofía política. Tal como indicábamos al principio del texto, contrapone el concepto de ideología al de realidad. Es decir, genera una oposición entre la especulación abstracta, que relaciona fundamentalmente con la idea de Estado de Hegel, y la lucha política real, que poco a poco va relacionando con el proletariado.

Dicho de otro modo, la única crítica válida debe incluir la praxis o lucha real. Y, como para Marx, a diferencia de Hegel, el Estado no es la encarnación institucional del Volkgeist, este debe ser tenido por una mera abstracción.

La crítica marxista a la filosofía política se centra en el llamado paradigma de la inversión; es decir, la concepción de la ideología como una inversión de la realidad. De ahí que en Los Manuscritos Marx se esfuerce, no por definir ese término, sino por contrastarlo, por encontrar su opuesto. Este, como se ha señalado más arriba, no sería otro que la realidad, que se identifica con la praxis.

La fractura en la izquierda hegeliana

Después de completar su crítica a la filosofía política, el joven Marx dirige sus argumentos contra la izquierda hegeliana. En Los Manuscritos económicos y filosóficos (1844) habla de la necesidad de liberarse de la antropología de Feuerbach, y más en concreto del concepto de Gattungswesen o “ser de la especie”.

Desde la perspectiva marxista, ese término utilizado por la izquierda hegeliana no es más que una abstracción. Es decir, considera que el Gattungswesen no es real, sino ideología. De esta manera, aplicando el método por el que Feuerbach había criticado la religión y por el que él mismo se había dirigido contra el Estado hegeliano, arremete con dureza contra esa idea.

La crítica a Feuerbach, además de marcar el inicio de la pérdida de predicamento del concepto “ser de la especie”, consolidó la ruptura definitiva dentro de la izquierda hegeliana.

*Artículos sobre el origen del pensamiento marxista:

[2] La relación entre ideología y alienación en Marx.

[3] Marx y la ideología alemana I.

[4] Marx y la ideología alemana II.

El mundo griego clásico

Heródoto nació a comienzos del siglo V a. C. y llevó a cabo su gran investigación acerca de los conflictos que enfrentaron a griegos y persas al menos hasta los primeros años de la década de 420 a. C. Su ciudad natal no fue Atenas, sino Halicarnaso, en el suroeste de Asia Menor, donde coexistían la cultura griega y la no griega bajo el dominio vacilante del imperio persa. Era de noble cuna, y en su familia ya había precedentes literarios. Se le atribuyen diversos actos políticos contra un tirano de su patria que provocaron su exilio en el extranjero. Al final se estableció en Turios, en el sur de Italia, una ciudad cuya fundación a finales de la década de 440 fue planificada por los atenienses en el antiguo emplazamiento de la lujosa Síbaris. En el mundo griego, los historiadores solían acabar en el destierro, apartados del ejercicio cotidiano de la política y del poder que resultaba mucho más interesante que escribir un libro.

Heródoto se propuso contar y celebrar los grandes acontecimientos de las guerras médicas. La empresa lo llevó a realizar largas digresiones, tanto literarias como personales. Realizó grandes viajes para llevar a cabo su «investigación» y descubrir la verdad en la medida de lo posible. Visitó Libia, Egipto, el norte y el sur de Grecia e incluso Babilonia. No conocía ninguna lengua extranjera y, por supuesto, carecía de convenientes manuales de referencia provistos de fechas que situaran en tablas comparativas los acontecimientos ocurridos en los distintos países. En el curso de sus viajes observó un gran número de diversos objetos y monumentos con inscripciones, pero no siempre describió correctamente todos sus detalles y tampoco se puso a investigar los documentos conservados en los distintos lugares. Sin embargo, dispuso de varias fuentes escritas, incluida una que tomó por una «lista» del ejército de la gran invasión de Jerjes de 480 a. C. La mayoría de sus testimonios fueron orales, esto es, lo que las gentes de los distintos lugares le contaban cuando él les preguntaba. Con todo ello compuso un relato, aunque él no fuera un simple narrador como los demás. De vez en cuando utiliza fuentes escritas, sobre todo la obra (actualmente perdida) de su gran predecesor, Hecateo de Mileto, más inclinado por los detalles «geográficos» que por la «historia» política. Al parecer, se sirvió también de los poemas de Aristeas, el griego que había viajado por Asia central en ca. 600 a. C. Heródoto se mostró explícitamente crítico con muchas de las leyendas que él mismo recogió de sus fuentes orales, pero que no pudo confirmar.

Heródoto ofrece contundentes interpretaciones personales de sus complejas fuentes, relacionando unas con otras. Los grandes temas de la libertad, la justicia y el lujo son sumamente importantes en su «investigación»: compartía el punto de vista griego de que las batallas de 480-479 entre helenos y persas habían sido una lucha por la libertad y por una vida bajo el imperio impersonal y justo de la ley, y es sobre todo su historia la que las ha inmortalizado bajo ese prisma. El discurso final de su «investigación» se recrea en las diferencias existentes entre los persas, duros y pobres, que inauguraron una nueva época de conquistas, y el lujo «muelle» de los pueblos que habitaban en las «muelles» llanuras y se convirtieron en súbditos de otros. A ojo de Heródoto, ciertas cuestiones de la vida humana eran evidentes: que «el orgullo precede a una caída» y que el exceso de buena suerte conduce a una debacle, que una conducta realmente ofensiva recibe a menudo su merecido castigo, que las cosas humanas son muy inestables, que las costumbres de las diversas sociedades son muy distintas unas de otras y que una parte del comportamiento que tanto apreciamos, pero no su totalidad, tiene que ver, por tanto, con la sociedad en la que nos ha tocado vivir. Estos puntos de vista siguen teniendo plena validez en nuestro mundo actual.

Robin Lane Fox, El mundo clásico. La epopeya de Grecia y Roma, p. 186-187.

La revelación del agente en el discurso y la acción II

El error básico de todo materialismo en la política -y dicho materialismo no es marxista y ni siquiera de origen moderno, sino tan antiguo como nuestra historia de la teoría política- es pasar por alto el hecho inevitable de que los hombres se revelan como individuos, como distintas y únicas personas, incluso cuando se concentran por entero en alcanzar un objeto material y mundano. Prescindir de esa revelación, si es que pudiera hacerse, significaría transformar a los hombres en algo que no son; por otra parte, negar que esta revelación es real y tiene consecuencias propias es sencillamente ilusorio.

La esfera de los asuntos humanos, estrictamente hablando, está formada por la trama de relaciones humanas que existe dondequiera que los hombres viven juntos. La revelación de «quien» mediante el discurso, y el establecimiento de un nuevo comienzo mediante la acción, cae siempre dentro de la ya existente trama donde pueden sentirse sus inmediatas consecuencias. Juntos inician un nuevo proceso que al final emerge como la única historia de la vida del recién llegado, que sólo afecta a las historias vitales de quienes entran en contacto con él. Debido a esta ya existente trama de relaciones humanas, con sus innumerables y conflictivas voluntades e intenciones, la acción siempre realiza su propósito; pero también se debe a este medio, en el que sólo la acción es real, el hecho de que «produce» historias con o sin intención de manera tan natural como la fabricación produce cosas tangibles. Entonces esas historias pueden registrarse en documentos y monumentos, pueden ser visibles en objetos de uso u obras de arte, pueden contarse y volverse a contar y trabajarse en toda clase de material. Por sí mismas, en su viva realidad, son de naturaleza diferente a estas reificaciones. No hablan más sobre sus individuos, el «héroe» en el centro de cada historia, que cualquier producto salido de las manos humanas lo hace sobre el maestro que lo produjo y, sin embargo, no son productos, propiamente hablando. Aunque todo el mundo comienza su vida insertándola en el mundo humano mediante la acción y el discurso, nadie es autor o productor de la historia de su propia vida. Dicho con otras palabras, las historias, resultados de la acción y el discurso, revelan un agente, pero este agente no es autor o productor. Alguien la comenzó y es su protagonista en el doble sentido de la palabras, o sea, su actor y paciente, pero nadie es su autor.

Que toda vida individual entre el nacimiento y la muerte pueda contarse como una narración con comienzo y fin es la condición prepolítica y prehistórica de la historia, la gran narración sin comienzo ni fin. Pero la razón de que toda vida humana cuente su narración y que en último término la historia se convierta en el libro de las narraciones de la humanidad, con muchos actores y oradores y sin autores tangibles, radica en que ambas son el resultado de la acción. Porque el gran desconocido de la historia, que ha desconcertado a la filosofía de la historia en la Época Moderna, no sólo surge cuando uno considera la historia como un todo y descubre que su protagonistas, la humanidad, es una abstracción que nunca puede llegar a ser un agente activo; el mismo desconocido ha desconcertado a la filosofía política desde su comienzo en la antigüedad y ha contribuido al general desprecio que los filósofos desde Platón han tenido por la esfera de los asuntos humanos. La perplejidad radica en que en cualquier serie de acontecimientos que juntos forman una historia con un único significado, como máximo podemos aislar al agente que puso todo el proceso en movimiento; y aunque este agente sigue siendo con frecuencia el protagonista, el «héroe» de la historia, nunca nos es posible señalarlo de manera inequívoca como autor del resultado final de dicha historia.

Por este motivo Platón creía que los asuntos humanos (ta tôn anthropon pragmata), el resultado de la acción (praxis), no han de tratarse con gran seriedad; las acciones de los hombres parecen como los gestos de las marionetas guiadas por una mano invisible tras la escena, de manera que el hombre parece ser una especie de juguete de un dios. Merece la pena señalar que Platón, que no tenía indicio alguno del concepto moderno de la historia, haya sido el primero en inventar la metáfora de un actor tras la escena que, a espaldas de los hombres que actúan, tira de los hilos y es responsable de la historia. El dios platónico no es más que un símbolo por el hecho de que las historias reales, a diferencia de las que inventamos, carecen de autor; como tal, es el verdadero precursor de la Providencia, la «mano invisible», la Naturaleza, el «espíritu del mundo», el interés de clase, y demás, con los que los filósofos cristianos y modernos intentaron resolver el intrincado problema de que si bien la historia debe su existencia a los hombres, no es «hecha» por ellos (Nada indica con mayor claridad la naturaleza política de la historia -su carácter de ser una narración de hechos y acción en vez de tendencias, fuerzas o ideas- que la introducción de un actor invisible tras la escena a quien encontramos en todas las filosofías de la historia, las cuales sólo por esta razón pueden reconocerse como filosofías disfrazadas. Por el mismo motivo, el simple hecho de que Adam Smith necesitara una «mano invisible» para guiar las transacciones en el mercado de cambio muestra claramente que en dicho cambio está implicado algo más que la pura actividad económica, y que el «hombre económico», cuando hace su aparición en el mercado, es un ser actuante y no sólo un productor, negociante o traficante).

El autor invisible tras la escena es un invento que surge de una perplejidad mental, pero que no corresponde a una experiencia real. Mediante esto, la historia resultante d  la acción se interpreta erróneamente como una historia ficticia, donde el autor tira de los hilos y dirige la obra. Dicha historia ficticia revela su hacedor, de la misma manera que toda obra de arte indica con claridad que la hizo alguien; esto no pertenece a la propia historia, sino sólo al modo de cobrar existencia. La diferencia entre una historia real y otra ficticia estriba precisamente en que ésta fue «hecha», al contrario de la primera, que no la hizo nadie. La historia real en la que estamos metidos mientras vivimos carece de autor visible o invisible porque no está hecha. El único «alguien» que revela es su héroe, y este es el solo medio por el que la originalmente intangible manifestación de un único y distinto «quien» puede hacerse tangible ex post facto mediante la acción y el discurso. Sólo podemos saber quién es o era alguien conociendo la historia de la que es su héroe, su biografía, en otras palabras; todo lo demás que sabemos de él, incluyendo el trabajo que pudo haber realizado y dejado tras de sí, sólo nos dice cómo es o era. Así, aunque sabemos mucho menos de Sócrates, que no escribió una sola línea, que de Platón o Aristóteles, conocemos mucho mejor y más íntimamente quién era, debido a que nos es familiar su historia, que Aristóteles por ejemplo, sobre cuyas opiniones estamos mucho mejor informados.

Hannah Arendt, La condición humana, p. 207-210.

El lugar de las actividades humanas

La bondad, por lo tanto, como consistente forma de vida, no es sólo imposible dentro de los confines de la esfera pública, sino que incluso es destructiva. Quizá nadie ha comprendido tan agudamente como Maquiavelo esta ruinosa cualidad de ser bueno, quien, en un famoso párrafo, se atrevió a enseñar a los hombres «como no ser buenos». Resulta innecesario añadir que no dijo ni quiso decir que a los hombres se les debe enseñar a ser malos; el acto criminal, si bien por otras razones, también ha se huir de ser visto y oído por los demás. El criterio de Maquiavelo para la acción política era la gloria, el mismo que en la antigüedad clásica, y la maldad no puede brillar más gloriosa que la bondad. Por lo tanto, todos los métodos que lleven a «ganar más poder que gloria» son malos. La maldad que surge de lo oculto es impúdica y destruye directamente el mundo común; la bondad que surge de lo oculto y asume un papel público ya no es buena, sino corrupta en sus propios términos y llevará la corrupción a cualquier sitio que vaya. Así, para Maquiavelo, la razón por la que la Iglesia tuviera una corruptora influencia en la política italiana se debía a su participación en los asuntos seculares como tales y no a la corrupción individual de obispos y prelados.

Hannah Arendt, La condición humana, p. 82.

La esfera pública y la privada: el auge de lo social I

Las leyes de la estadística sólo son válidas cuando se trata de grandes número o de largos periodos, y los actos o acontecimientos sólo pueden aparecer estadísticamente como desviaciones o fluctuaciones. La justificación de la estadística radica en que proezas y acontecimientos son raros en la vida cotidiana y en la historia. No obstante, el pleno significado de las relaciones diarias no se revela en la vida cotidiana, sino en hechos no corrientes, de la misma manera que el significado de un período histórico sólo muestra en los escasos acontecimientos que lo iluminan. La aplicación de la ley de grandes números y largos períodos a la política o a la historia cuando todo lo que no es comportamiento cotidiano o tendencias automáticas se ha excluido como falto de importancia.

Hannah Arendt, La condición humana, p. 53.

Prólogo: conocimiento científico y vida humana

Desde hace algún tiempo, los esfuerzos de numerosos científico se están encaminando a producir vida también “artificial”, a cortar el último lazo que sitúa al hombre entre los hijos de la naturaleza. El mismo deseo de escapar de la prisión de la Tierra se manifiesta en el intento de crear vida en el tubo de ensayo, de mezclar “plasma de germen congelado perteneciente a personas de demostrada habilidad con el microscopio a fin de producir seres humanos superiores”, y de “alterar (su) tamaño, aspecto y función”; y sospecho que dicho deseo de escapar de la condición humana subraya también la esperanza de prolongar la vida humana más allá del límite de los cien años.

Este hombre futuro –que los científicos fabricarán antes de un siglo, según afirman- parece estar poseído por una rebelión contra la existencia humana tal como nos se ha dado, gratuito don que no procede de ninguna parte (materialmente hablando), que desea cambiar, por decirlo así, por algo hecho por él mismo. No hay razón para dudar de nuestra capacidad para lograr tal cambio, de la misma manera que tampoco existe para poner en duda nuestra actual capacidad de destruir toda la vida orgánica de la Tierra. La única cuestión que se plantea es si queremos o no emplear nuestros conocimientos científicos; se trata de un problema político de primer orden y, por tanto, no cabe dejarlo a la decisión de los científicos o los políticos profesional.

Hannah Arendt, La condición humana, p. 22.

¿Cómo construyen un mundo histórico los films tradicionales? II

Las películas que muestran la historia como un proceso. El mundo de la pantalla une elementos que, por motivos analíticos o estructurales, la historia escrita separa. Economía, política, raza, clase y cuestiones sexuales aparecen de forma simultánea en las vidas y en los hechos de individuos, grupos y naciones. Esta característica del cine pone de relieve una convención -que podríamos denominar «ficción»- de la historia escrita: la estrategia de fragmentar el pasado en capítulos, temas y categorías…

Robert A. Rosenstone, El pasado en imágenes. El desafío del cine a nuestra idea de la historia, p. 52.

Sobre el fin de la Historia

Artículo publicado por Historia en Presente el 10 de diciembre de 2008.


En el año 1988, Francis Fukuyama publicaba en la revista The Nacional Interest un artículo titulado The End of History? En él afirmaba que la Historia había llegado a su fin.

No es mi propósito debatir acerca de los planteamientos de este autor, y tampoco tengo intención de hacer un repaso exhaustivo de los mismos. Mi objetivo es más modesto: enunciar las principales claves expuestas por Fukuyama para que, a través de ellas, cada uno extraiga sus propias conclusiones.

Tampoco me voy a detener en explicar el contexto histórico que acompaña, de modo inevitable, a la publicación de este artículo. Tan sólo recordar que a finales de esa década comenzó a desmoronarse el sistema socialista-soviético, principal alternativa al modelo liberal-capitalita.

He distinguido cinco claves en el artículo de Francis Fukuyama:

1. La consagración del sistema liberal –identificado con la democracia y el mercado-, fruto más de su victoria sobre el modelo socialista que de la convergencia de los sistemas políticos y económicos, es la responsable del final de la Historia.

2. El final evolutivo de las formas de gobierno se debe tanto a la perfección alcanzada por el modelo de democracia liberal como a la ausencia de alternativas viables.

3. Como consecuencia del triunfo del sistema democrático-liberal, los hombres, despreocupados en lo que respecta al sistema político, se dedicarán de manera casi exclusiva a las actividades económicas.

4. En este contexto, el nacionalismo y el fundamentalismo se erigen como los únicos peligros ideológicos para sistema.

5. En este planteamiento el Tercer Mundo queda al margen de la Historia, condenado a una situación de subdesarrollo y reducido a escenario de conflictos internacionales.

Bibliografía:

[1] The End of History?, Francis Fukuyama – The Nacional Interest – 1988.

[2] Teoría breve de las relaciones internacionales, Paloma García Picazo – Madrid – Tecnos – 2004.