La Paz Armada


La subida al trono del káiser alemán Guillermo II en 1888 cambió el panorama diplomático internacional. En 1890 dimitió Bismarck y, a partir de ese momento Francia empezó a salir de su aislamiento.

Este periodo hasta 1914 se conoce con el nombre de “Paz Armada”. Las grandes potencias evitaron chocar entre sí, pero se fueron armando progresivamente para disuadir al enemigo.

Los políticos pregonaban que las guerras se evitarían con el diálogo. Sin embargo, la imparable carrera de armamentos y las rivalidades económicas y políticas condujeron a una guerra como nunca antes habían existido.

La evolución de las alianzas internacionales.

Guillermo II no renovó el Tratado ruso-alemán de 1887. Optó por apoyar a Austria pensando que un entendimiento entre Francia y Rusia no era posible. Fue su primer error, ya que en 1892 ambas potencias firmaron un tratado de amistad.

Además, Roma precisaba llevarse bien con Francia para conseguir la ocupación de Trípoli y el respaldo financiero francés, por lo que en 1900 firmaron el Tratado franco-italiano. En él reconocían sus aspiraciones en Marruecos y Libia, que fueron confirmadas dos años después con el Tratado de neutralidad.

En 1901, un nuevo rey británico de carácter francófilo, Eduardo VII, impulsó una nueva política internacional. En 1904 se firmó un acuerdo anglo-francés que resolvía sus conflictos coloniales. Francia y el Reino Unido, por tanto, quedaban en la misma órbita.

En definitiva, el sistema elaborado por Bismarck se había derrumbado por la falta de visión diplomática del nuevo káiser, Guillermo II.

El mundo griego clásico

Heródoto nació a comienzos del siglo V a. C. y llevó a cabo su gran investigación acerca de los conflictos que enfrentaron a griegos y persas al menos hasta los primeros años de la década de 420 a. C. Su ciudad natal no fue Atenas, sino Halicarnaso, en el suroeste de Asia Menor, donde coexistían la cultura griega y la no griega bajo el dominio vacilante del imperio persa. Era de noble cuna, y en su familia ya había precedentes literarios. Se le atribuyen diversos actos políticos contra un tirano de su patria que provocaron su exilio en el extranjero. Al final se estableció en Turios, en el sur de Italia, una ciudad cuya fundación a finales de la década de 440 fue planificada por los atenienses en el antiguo emplazamiento de la lujosa Síbaris. En el mundo griego, los historiadores solían acabar en el destierro, apartados del ejercicio cotidiano de la política y del poder que resultaba mucho más interesante que escribir un libro.

Heródoto se propuso contar y celebrar los grandes acontecimientos de las guerras médicas. La empresa lo llevó a realizar largas digresiones, tanto literarias como personales. Realizó grandes viajes para llevar a cabo su «investigación» y descubrir la verdad en la medida de lo posible. Visitó Libia, Egipto, el norte y el sur de Grecia e incluso Babilonia. No conocía ninguna lengua extranjera y, por supuesto, carecía de convenientes manuales de referencia provistos de fechas que situaran en tablas comparativas los acontecimientos ocurridos en los distintos países. En el curso de sus viajes observó un gran número de diversos objetos y monumentos con inscripciones, pero no siempre describió correctamente todos sus detalles y tampoco se puso a investigar los documentos conservados en los distintos lugares. Sin embargo, dispuso de varias fuentes escritas, incluida una que tomó por una «lista» del ejército de la gran invasión de Jerjes de 480 a. C. La mayoría de sus testimonios fueron orales, esto es, lo que las gentes de los distintos lugares le contaban cuando él les preguntaba. Con todo ello compuso un relato, aunque él no fuera un simple narrador como los demás. De vez en cuando utiliza fuentes escritas, sobre todo la obra (actualmente perdida) de su gran predecesor, Hecateo de Mileto, más inclinado por los detalles «geográficos» que por la «historia» política. Al parecer, se sirvió también de los poemas de Aristeas, el griego que había viajado por Asia central en ca. 600 a. C. Heródoto se mostró explícitamente crítico con muchas de las leyendas que él mismo recogió de sus fuentes orales, pero que no pudo confirmar.

Heródoto ofrece contundentes interpretaciones personales de sus complejas fuentes, relacionando unas con otras. Los grandes temas de la libertad, la justicia y el lujo son sumamente importantes en su «investigación»: compartía el punto de vista griego de que las batallas de 480-479 entre helenos y persas habían sido una lucha por la libertad y por una vida bajo el imperio impersonal y justo de la ley, y es sobre todo su historia la que las ha inmortalizado bajo ese prisma. El discurso final de su «investigación» se recrea en las diferencias existentes entre los persas, duros y pobres, que inauguraron una nueva época de conquistas, y el lujo «muelle» de los pueblos que habitaban en las «muelles» llanuras y se convirtieron en súbditos de otros. A ojo de Heródoto, ciertas cuestiones de la vida humana eran evidentes: que «el orgullo precede a una caída» y que el exceso de buena suerte conduce a una debacle, que una conducta realmente ofensiva recibe a menudo su merecido castigo, que las cosas humanas son muy inestables, que las costumbres de las diversas sociedades son muy distintas unas de otras y que una parte del comportamiento que tanto apreciamos, pero no su totalidad, tiene que ver, por tanto, con la sociedad en la que nos ha tocado vivir. Estos puntos de vista siguen teniendo plena validez en nuestro mundo actual.

Robin Lane Fox, El mundo clásico. La epopeya de Grecia y Roma, p. 186-187.