El mundo de postguerra


Iniciamos el repaso de la primera postguerra europea. Este bloque de artículos se inserta dentro de un grupo más amplio que, emulando a Stefan Zweig, he titulado El mundo de ayer. Les dejo con la cita introductoria que he sacado de este autor:

(Stefan Zweig, El mundo de ayer)“Nací en 1881, en un imperio grande y poderoso –la monarquía de los Habsburgo-, pero no se molesten en buscarlo en el mapa: ha sido borrado sin dejar rastro”.

El seismo territorial de postguerra
El surgimiento de nuevos Estados
El seismo político de postguerra

Bibliografía:

[1] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[2] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[3] El mundo de ayer. Memorias de un europeo; Stefan Zweig – Barcelona – El Acantilado – 2002.

En torno al imperialismo

Artículo publicado por Historia en Presente el 24 de diciembre de 2008.


Con el inicio de las fiestas navideñas –mis mejores deseos para todos- me voy a permitir el lujo de establecer una analogía entre las jugueterías y la Historia Política. Mis disculpas a todos, porque esto no deja de ser más que una extravagancia literaria. No obstante, puedo asegurar que no es consecuencia del excesivo consumo de cava.

El imperialismo sería en la gran juguetería de la Historia uno de los productos estrella. Deseado y comprado en numerosas ocasiones por los “niños” de los más diversos orígenes: historiadores, políticos, periodistas, demagogos, solidarios, antisistema… El término “imperialismo”, ya sea en su sentido positivo o con tintes peyorativos, es de uso frecuente entre todos ellos (entre todos nosotros, porque yo también me incluyo).

Sin embargo ¿sabemos realmente lo que significa? ¿Somos niños caprichosos que utilizan sus juguetes únicamente el días después de Navidad o de Reyes? ¿Somos de esos que se divierten con el regalo un día y luego lo mandan al baúl de lo que “ya no nos gusta”? Cada uno de nosotros ha de plantearse qué entiende por imperialismo, que concepción tiene de este fenómeno. Porque, si lo tenemos claro, seremos como esos niños que, después de leer el manual de instrucciones, son capaces de disfrutar de su nuevo juguete durante años.

Todos aquellos que hayan sido capaces de aguantar mi infantilidad de los dos primeros párrafos descubrirán a partir de ahora a qué me he venido refiriendo. Los que se hayan quedado en el camino están justificados: en estas fechas hay cosas más importantes que hacer que leer semejantes tonterías. Sea como fuere, mi escritura se torna seria de aquí en adelante.

Sin embargo, no hemos de olvidar el punto de partida: el uso de la palabra “imperialismo” sin apenas conocer su significado.

Este será el primero de los artículos que dedique a la cuestión. Mi objetivo: debatir sobre este fenómeno tan importante en el desarrollo de nuestra Historia. Un compañero de viaje que, desde el siglo XIX, nos ha llevado a los europeos, entre otras cosas, a conquistar el mundo y a dos guerras fratricidas, y que actualmente sigue tejiendo, con sutileza, sus hilos en nuestro mundo globalizado…

El contenido de lo que sigue no es más que la consecuencia de numerosas lecturas, pero de una en particular: Los orígenes del totalitarismo de Hannah Arendt.

Corrientes de análisis sobre el fenómeno imperialista

En futuros artículos intentaré profundizar más en esta cuestión. De momento, permítanme citar, tan sólo, los cuatro aspectos en los que se agrupan las corrientes de análisis sobre el imperialismo:

  • El primero sitúa el énfasis en los aspectos económicos del imperialismo y comprende tanto la posición liberal como la marxista.
  • El segundo conecta el imperialismo con un complejo ideológico que vincula lo que supone que son actitudes básicas del ser humano, es decir, el afán de dominio y la lucha por la supervivencia sustentados por teorías sobre biología, superioridad racial, valores éticos y normas estéticas.
  • El tercero se asienta en consideraciones militares y estratégicas ligadas al conjunto de teorías y prácticas comprendidas bajo la noción de “geopolítica”.
  • El cuarto es puramente ideológico y cultural, y posee connotaciones de tipo mesiánico fundadas en creencias como el providencialismo político, la superioridad de una determinada civilización, la conversión religiosa…[7]

Algunas aproximaciones al concepto de “imperialismo”

El término “imperialismo” se presta a usos ambiguos y equívocos, en tanto que «se emplea a veces como calificativo de actitudes y actuaciones reales que muestran el espíritu de dominio que una determinada comunidad política ejerce sobre otra a la que a menudo ni siquiera reconoce como tal» [7].

Así, Edgard Said en Cultura e imperialismo lo definía como “la práctica, la teoría y las actitudes de un centro metropolitano dominante que rige un territorio distante”. Por su parte, Michael Doyle en Empires afirmaba que “el imperialismo es, sencillamente, el proceso o política de establecer o mantener un imperio”.

«El hecho de trascender la frontera nacionales originarias y el de imponerse a poblaciones que no aceptan voluntariamente tal soberanía son típicos de cualquier política imperialista. Una consecuencia de todo ello es la necesidad del uso de la fuerza por parte de la potencia imperialista, lo que da lugar a comprensibles resistencias y condenas morales. Sin embargo, el dominio no sólo se asegura con medios militares, políticos económicos y sociales, sino también con procedimientos ideológicos y culturales» [7]. A este y otros aspectos dedicaremos los próximos artículos.

Bibliografía.

[1] Historia Universal Contemporánea; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[2] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[3] Postguerra. Una historia de Europa desde 1945; Tony Jutd– Madrid – Taurus – 2006.

[4] Historia del mundo actual; VVAA – Valladolid – Universidad – 2000.

[5] Los orígenes del totalitarismo; Hannah Arendt – Madrid – Alianza -2006.

[6] Historia de las relaciones internacionales; Charler Zorgbibe – Madrid – Alianza Universidad – 1994.

[7] Teoría breve de las relaciones internacionales, Paloma García Picazo – Madrid – Tecnos – 2004.

Sobre el fin de la Historia

Artículo publicado por Historia en Presente el 10 de diciembre de 2008.


En el año 1988, Francis Fukuyama publicaba en la revista The Nacional Interest un artículo titulado The End of History? En él afirmaba que la Historia había llegado a su fin.

No es mi propósito debatir acerca de los planteamientos de este autor, y tampoco tengo intención de hacer un repaso exhaustivo de los mismos. Mi objetivo es más modesto: enunciar las principales claves expuestas por Fukuyama para que, a través de ellas, cada uno extraiga sus propias conclusiones.

Tampoco me voy a detener en explicar el contexto histórico que acompaña, de modo inevitable, a la publicación de este artículo. Tan sólo recordar que a finales de esa década comenzó a desmoronarse el sistema socialista-soviético, principal alternativa al modelo liberal-capitalita.

He distinguido cinco claves en el artículo de Francis Fukuyama:

1. La consagración del sistema liberal –identificado con la democracia y el mercado-, fruto más de su victoria sobre el modelo socialista que de la convergencia de los sistemas políticos y económicos, es la responsable del final de la Historia.

2. El final evolutivo de las formas de gobierno se debe tanto a la perfección alcanzada por el modelo de democracia liberal como a la ausencia de alternativas viables.

3. Como consecuencia del triunfo del sistema democrático-liberal, los hombres, despreocupados en lo que respecta al sistema político, se dedicarán de manera casi exclusiva a las actividades económicas.

4. En este contexto, el nacionalismo y el fundamentalismo se erigen como los únicos peligros ideológicos para sistema.

5. En este planteamiento el Tercer Mundo queda al margen de la Historia, condenado a una situación de subdesarrollo y reducido a escenario de conflictos internacionales.

Bibliografía:

[1] The End of History?, Francis Fukuyama – The Nacional Interest – 1988.

[2] Teoría breve de las relaciones internacionales, Paloma García Picazo – Madrid – Tecnos – 2004.

Desarrollo del conflicto


1914: la guerra de movimientos.

– Frente occidental: se fueron desarrollando los planes elaborados por los Estados Mayores franceses y alemanes; es decir, el Plan Schlieffen y el Plan XVII. Además, como último acontecimiento relevante de esta guerra de movimientos en la frontera franco-germana, cabe destacar la batalla del Marne.

– Frente oriental: la victoria germana en Tannenberg marcó lo que iba a ser la tónica general de la guerra en el este, el avance alemán y la desorganización rusa.

1915-1916: la guerra de posiciones.

– Frente occidental: se paso, desde el mar del Norte hasta Suiza, a una guerra de trincheras, desarrollándose algunas batallas relevantes como las de Verdún o el Somme. Otros dos hechos importantes fueron la entrada de Italia en la guerra en favor de los aliados, la utilización por primera vez de los gases tóxicos por parte de los alemanes (abril), y la batalla naval de Jutlandia.

– Frente oriental: los alemanes prosiguieron su avance sobre Polonia y Lituania, mientras que los franceses desembarcaron en Grecia. Además, Bulgaria ingresó en la Triple Alianza.

1918-1919: el desenlace de la guerra

1917 fue un año clave para la Gran Guerra y su posterior desenlace por tres hechos: la Revolución rusa, la entrada de los EE.UU. en la guerra , y la reanudación de la guerra submarina.

1918 fue el año del desenlace de la Gran Guerra: el tres de marzo, mediante el Tratado de Brest-Litovsk, la Unión Soviética abandonó el conflicto. El once de noviembre, tras el fracaso de la ofensiva alemana y el desembarco de los ejércitos americanos en Europa, la paz también llegó al frente occidental. Así pues, la derrota de Alemania se gestó desde dos frentes: el de batalla y la retaguardia. En lo relativo al primero, el fracaso se debió, como ya indicamos anteriormente, a la ineficacia de la ofensiva alemana y a la enorme superioridad de sus enemigos tras el desembarco norteamericano en el continente. De esa impotencia germana nos habla E. M. Remarque en Sin novedad en el frente:

“No se habla mucho de ello. Retrocedemos; después de esta gran ofensiva, no podremos volver a atacar; no tenemos gente ni municiones. Pero la campaña continúa… La muerte continúa… Por cada avión alemán, hay como mínimo cinco ingleses o americanos. Por cada soldado alemán hambriento y extenuado en la trinchera, hay cinco hombres vigorosos y fuertes al otro lado. Por cada pan de munición hay cincuenta latas de carne en conserva enfrente. No nos han vencido, ya que, como soldados, somos mejores y más expertos que ellos; simplemente nos han aplastado, machacado con su enorme superioridad numérica…”

De la desesperada situación que E. M. Remarque nos describe en el anterior fragmento eran muy conscientes los mandos militares alemanes. De esta manera, con el fin de buscar una paz honrosa y no demasiado dura en sus condiciones para con Alemania, algunos de ellos propusieron a Guillermo II que pusiera fin a las hostilidades:

“…el mariscal Hindenburg y el general Ludendorff han decidido proponer a S. M. el emperador que intente acabar la lucha, para ahorrar al pueblo alemán y a sus aliados mayores sacrificios (…) cada día que pasa el enemigo se acerca más a sus objetivos y se muestra menos dispuesto a firmar una paz honorable con nosotros. Por lo tanto no hay que perder ni un momento”.

Sin embargo, en el otro frente, la retaguardia, se gestó otro de los factores fundamentales de la derrota alemana, la revolución de noviembre:

(Stefan Haffner, Historia de un alemán) “Entretanto estaba pendiente el final de la guerra. Tanto yo como cualquiera teníamos claro que la revolución equivalía al término de la guerra, y era evidente que se trataba de un desenlace sin victoria final (…) cuando me presenté en la comisaría de mi distrito a la hora habitual ya no había ningún parte de guerra (…) Pude ver lo que todos leían malhumorados y silenciosos. Lo que estaba expuesto era un periódico de edición temprana con el siguiente titular: Firmado el alto al fuego. Debajo figuraban las condiciones, una larga lista”.

Finalmente, la huída de los dirigentes alemanes, tras su fracaso en ambos frentes, supuso el final de la Gran Guerra:

(Stefan Zweig, El mundo de ayer) “…cuando el emperador alemán anunció de repente que a partir de entonces quería gobernar democráticamente, nosotros ya sabíamos lo que iba a pasar (…) y el día en que el emperador Guillermo, que había jurado luchar hasta el último aliento de hombres y caballos, huyó a través de la frontera y Ludendorff, que había sacrificado millones de hombres a su paz por la victoria, escapó a Suecia con sus gafas azules, aquel día fue un gran consuelo para nosotros, porque creímos –y el mundo entero también- que con aquella se había acabado la guerra para siempre…”

Bibliografía:

[1] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[2] Los siete pecados capitales del Imperio Alemán en la Primera Guerra Mundial; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2006.

[3] La Primera Guerra Mundial; Hew Strachan – Barcelona – Crítica – 2004.

[4] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[5] El mundo de ayer. Memorias de un europeo; Stefan Zweig – Barcelona – El Acantilado – 2002.

[6] Historia de un alemán; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2006.

[7] Sin novedad en el frente; Erich Maria Remarque – Barcelona – Edhasa – 2007.

Causas de la Guerra


Causa inmediata.

La crisis diplomática del verano de 1914, provocada por el asesinato del Archiduque Francisco Fernando en Sarajevo a manos de un nacionalista serbio el 28 de junio de ese mismo año, fue la causa inmediata del comienzo de la Gran Guerra. Así narra Stefan Zweig las repercusiones del atentado en Viena:

(Stefan Zweig, El mundo de ayer) “Unas semanas más y el nombre y la figura de Francisco Fernando habrían desaparecido para siempre de la Historia. Pero luego, aproximadamente al cabo de una semana, de repente empezó a aparecer en los periódicos una serie de escaramuzas, en un crescendo demasiado simultáneo para ser del todo casual. Se acusaba al gobierno serbio de anuencia con el atentado y se insinuaba con medias palabras que Austria no podía dejar impune el asesinato de su príncipe heredero, al parecer tan querido. Era imposible sustraerse a la impresión de que se estaba preparando algún tipo de acción a través de los periódicos, pero nadie pensaba en la guerra”.

A estos hechos, tras un breve periodo de calma –señalado ya por el intelectual austríaco-, siguió un enrarecimiento del ambiente y un ultimátum presentado por los austrohúngaros al gobierno de Belgrado. La negativa de los serbios a someterse a unas condiciones que creían inaceptables dejó las manos libres a Austria para bombardear la capital serbia el 28 de julio. Fue entonces cuando se vieron claramente las consecuencias del complejo sistema de alianzas que entrelazaba a los distintos países europeos: a la guerra en la que estaban inmersas Austria y Serbia se sumaron en los días posteriores Rusia, Alemania, Francia e Inglaterra. Ese ajetreo diplomático es el que en El mundo de ayer nos continúa describiendo Stefan Zweig:

“Pero las malas noticias se iban acumulando y cada vez eran más amenazadoras. Primero el ultimátum de Austria a Serbia, después la respuesta evasiva, los telegramas entre monarcas y, al final, las movilizaciones ya apenas disimuladas”.

Como ya hemos indicado más arriba, el mecanismo de las alianzas entró en funcionamiento después de que Austria declarase la guerra a Serbia: Rusia se movilizó para ayudar a los serbios; mientras que el 1 de agosto Alemania declaró la guerra a los rusos con el fin de respaldar a Austria-Hungría. Francia, que estaba comprometida con Rusia, extendió la guerra al frente occidental el 3 de agosto. Al día siguiente, los ejércitos alemanes invadieron Bélgica, acto que llevó a los británicos a declarar la guerra a Alemania.

De esta manera, las grandes potencias, que llevaban décadas sin protagonizar grandes enfrentamientos entre sí, se prepararon para una guerra a la que, según aseguraban unos y otros, habían sido empujados…

(Canciller Bethmann Hollweg, discurso ante el Reichstag en 1914) “Durante cuarenta y cuatro años, desde la época en que luchamos por ganar el Imperio alemán y acceder a nuestra posición en el mundo, hemos vivido en paz y protegido la paz de Europa. En la búsqueda de la paz hemos sido firmes y poderosos, lo que ha despertado la envidia de otros. Con paciencia nos hemos enfrentado al hecho de que, bajo el pretexto de que Alemania deseaba la guerra, se haya despertado la enemistad contra nosotros tanto en el Este como en el Oeste, y se hayan forjado nuestras cadenas. El viento entonces esparcido ha terminado ahora por desencadenar el torbellino (…) ha llegado el momento en que debemos hacerlo, contra nuestro deseo, y a pesar de nuestros sinceros esfuerzos. Rusia ha prendido fuego al edificio. Estamos en guerra con Rusia y Francia, una guerra a la que se nos ha forzado”.

…y así también lo creían los ciudadanos de las distintas naciones contendientes:

(Stefan Zweig, El mundo de ayer) “…un gran respeto hacia los “superiores”, los ministros, los diplomáticos y hacia su juicio y honradez, animaba todavía al hombre de la calle. Si había guerra, por la fuerza tenía que ser contra la voluntad de sus gobernantes; ellos no podían tener la culpa, nadie del país la tenía. Por lo tanto, los criminales, los instigadores de la guerra tenían que ser de otro país; era legítima defensa alzarse en armas…”

Los dirigentes de los países beligerantes comenzaron a lanzarse mutuamente acusaciones: cada uno culpó al contrario del estallido del conflicto. Desde los gobiernos se afirmó que la entrada en la guerra era simplemente una medida defensiva, que habían sido sus enemigos los que les habían forzado a luchar, que ellos no deseaban el conflicto. Cada cual utilizó los medios propagandísticos de los que disponía para defender su postura y atacar a sus rivales. Y esa constante propaganda acabó por calar en esa crédula población descrita por Stefan Zweig, que respaldó unánimemente las decisiones de sus dirigentes.

Causas profundas.

No obstante, el mundo occidental vivía ya un estado de guerra virtual antes de los sucesos de 1914. Es más, teniendo en cuenta la situación internacional de principios del siglo XX, que se desencadenase un conflicto de grandes dimensiones era algo bastante probable. Por lo tanto, podemos afirmar que el atentado de Sarajevo fue tan solo el desencadenante, la excusa, de una guerra cuyas causas fueron mucho más profundas y complejas. Veamos como describe ese ambiente prebélico Stefan Zweig:

(Stefan Zweig, El mundo de ayer) “De repente todos los Estados se sintieron fuertes, olvidando que los demás se sentían de igual manera; todos querían más y todos querían algo de los demás. Y lo peor fue que nos engañó precisamente la sensación que más valorábamos todos: nuestro optimismo común, porque todo el mundo creía que en el último momento el otro se asustaría y se echaría a atrás; y, así, los diplomáticos empezaron el juego del bluf recíproco. Hasta cuatro y cinco veces en Agadir, en la guerra de los Balcanes, en Albania, todo quedó en un juego; pero en cada nueva ocasión las alianzas se volvían cada vez más estrechas y adquirían un carácter marcadamente belicista. En Alemania se introdujo un impuesto de guerra en pleno período de paz y en Francia se prolongó el servicio militar; a la larga, el exceso de energía tenía que descargar…”

Causa jurídica.

Según lo firmado en Versalles al término de la Gran Guerra, la política hegemónica y expansionista alemana había sido la causante del conflicto, que formaba parte de los planes alemanes para alcanzar dichos objetivos. Por lo tanto, era sobre Alemania donde había de recaer el peso de la guerra, y, en consecuencia, la mayor parte del pago de las reparaciones a los vencedores.

Dejando de lado si fue o no fue esa política del II Reich la causante del enfrentamiento, vamos a tratar de analizarla para conocer mejor en que consistía y en que se basan aquellos que afirman que ahí se ha de buscar una de las causas del conflicto. Por medio de esta política, diseñada por Fisher, el gobierno alemán buscaba alcanzar los siguientes objetivos mediante la guerra:

– Los objetivos internos: fomentar un sentimiento nacional que ahogase el creciente peso social del socialismo; estimular una situación económica estancada, en gran medida, causada por el aislamiento al que las potencias de la Entente Cordial –Inglaterra, Francia y Rusia- tenían sometida a Alemania; destruir el cerco territorial en el que se encontraba Alemania: situada entre las fuerzas de la Entente Cordial.

– Los objetivos externos: creación de una potencia hegemónica pangermánica en Centroeuropa; someter a Bélgica a la condición de Estado vasallo; lograr la sumisión de Francia, que pasaría a ser un Estado dependiente de Alemania; creación de una serie de estados tapones entre Alemania y Rusia; creación de un imperio alemán en África, cuya base inicial habría de ser el Congo belga; movilización económica en favor del desarrollo alemán de los distintos territorios ocupados.

Causa territorial.

Otra de las causas de la Gran Guerra hay que buscarla en la existencia de numerosos contenciosos territoriales mal solucionados o sin solucionar a la altura de 1914. A continuación señalaremos los tres más importantes:

– Cuestión de Alsacia y Lorena; tanto Francia como Alemania reclamaban la soberanía sobre estos territorios, en poder de la segunda tras la guerra de 1870. De esta forma, mientras los alemanes buscaban germanizar a la población autóctona, los franceses trataban de mantener vivo el sentimiento nacional galo entre esa gente. Esta doble presión influyó notablemente sobre los oriundos de esas regiones, cuya situación describe Stefan Zweig de la siguiente manera:

(Stefan Zweig, El mundo de ayer) Pero esa situación ambigua era difícil sobre todo para los alsacianos y más aún para aquellos que, como René Schickele, tenían el corazón en Francia y escribían en alemán. En realidad, era porque la guerra había estallado a causa de su país, y su guadaña les partía el corazón. Hubo intentos de atraerlos a la derecha y a la izquierda, de obligarlos a manifestarse a favor de Alemania o de Francia, pero ellos abominaban una disyuntiva que les resultaba imposible.

– Cuestión polaca; tres potencias se repartían el territorio de Polonia, y las tres con posiciones divergentes en torno al problema polaco: los alemanes buscaban germanizar la Polonia prusiana; los austríacos trataban con benevolencia a la población de Galitzia, lo que propició en nacimiento del nacionalismo polaco que tanto perjudicaba a la posición de los zares; los rusos intentaban expandirse por el territorio polaco, chocando así con los alemanes en su afán de conquista y con el nacionalismo fomentado por los austríacos.

– Cuestión balcánica; en esta zona se enfrentaron por el control del territorio dos naciones: Austria y Serbia, contando esta última con el apoyo ruso. La monarquía de los Habsburgo, buscando una salida al mar, se anexionó Bosnia en 1908. Sin embargo, esto chocaba con las aspiraciones del naciente nacionalismo panserbio. Surgió, de esta manera, la enemistad que, a la postre, acabó desencadenando el conflicto.

Causa económica.

La economía jugó sin duda un papel fundamental en el inicio y desarrollo del conflicto. Fue, entre otras, la rivalidad económica entre las grandes potencias lo que las llevó a enfrentarse; pero además, fue también su propio potencial económico el que les permitió mantener el frente durante un periodo de tiempo tan largo.

En lo que al estallido de la guerra se refiere, la economía jugó, como ya hemos indicado, un papel fundamental en base a la rivalidad entre las potencias. No obstante, con el fin de no extendernos en exceso con el estudio de varias naciones nos limitaremos a analizar el caso más representativo e importante: el de Alemania y Gran Bretaña. El crecimiento experimentado por los germanos a lo largo de las décadas anteriores a la Gran Guerra, y el peligro que esto constituía para los intereses comerciales británicos fue una de las razones que llevaron al enfrentamiento entre ambas potencias.

Manifestaciones del crecimiento económico alemán posterior a 1890:

– Grandes avances en la fundición del acero y la construcción de innovaciones en maquinaria industrial y agrícola.

– Importante desarrollo industrial y comercial. En muchos casos esto se basaba en la técnica del dumping y en la invasión de mercados:

(E. Williams, Made in Germany) “…los juguetes, las muñecas, los libros de estampas que leen nuestros niños y hasta el papel en que se escribe la prensa más patriótica, todo viene de Alemania. Desde el piano del salón hasta la olla de la cocina son made in Germany”.

– Importante peso demográfico alemán; lo que suponía contar con una abundante mano de obra.

Manifestaciones de la competencia anglo-germánica por el control del comercio mundial:

– Proteccionismo imperante durante los primeros años del siglo XX, y más especialmente a partir de 1910.

– Alemania se encontraba aislada a causa del proteccionismo ejercido por los grandes imperios, lo que se agravaba por la ausencia de un imperio colonial alemán con el que poder comerciar. De esta forma, a los germanos, para salir de ese aislamiento que paralizaba su economía, no les quedaba más salida que la guerra.

Causa Psicológica.

La década anterior a la Gran Guerra estuvo marcada por una serie de crisis internacionales que, si bien no desembocaron en un gran conflicto, favorecieron la consolidación de dos bloques enfrentados.

Podemos distinguir las siguientes crisis en política internacional entre 1905 y 1913:

– 1905-1906. Primera crisis marroquí.

– 1908-1909. Los Habsburgo anexionan Bosnia a su imperio.

– 1911. Segunda crisis marroquí.

– 1913. Segunda Guerra de los Balcanes.

Así, paulatinamente, se fue forjando una opinión pública que no sólo veía el enfrentamiento como algo inevitable, sino que lo deseaba como si de un bien se tratase: unos jefes de Estado que favorecieron el rearme y planificaron conscientemente las distintas políticas de alianzas en caso de que estallase el conflicto; unas autoridades militares que estudiaban con ahínco los planes de movilización a poner en práctica, las innovaciones armamentísticas y la forma de abastecer a las tropas del frente; unas masas populares plenamente empapadas de la propaganda nacionalista que les llegaba desde los medios… todo parece indicar que se vivía en un ambiente prebélico.

Además, a muchas de las naciones involucradas a posteriori en el conflicto les favorecía, en principio –luego resultó ser nefasta para todos-, el estallido de una guerra. De esta manera, nos encontramos con el caso de Alemania, aislada política y económicamente, cuya única salida era la ruptura violenta de su complicada situación internacional; el de Rusia, que tras su derrota con Japón necesitaba relanzar el sentimiento patriótico para acallar las voces revolucionarias; y el del Imperio Austro-húngaro, sumido en una importante crisis territorial que amenazaba con la descomposición de ese vasto domino plurinacional.

Por lo tanto, como factor de cohesión social, a casi todas las potencias les beneficiaba el surgimiento de un conflicto. Sin embargo, en lo relativo al momento –verano de 1914- y la duración del mismo, no todos resultaban igual de favorecidos. Así, el momento era idóneo para dos naciones como Alemania y Austria-Hungría siempre que el conflicto no se prolongase en exceso; mientras que para Rusia, Inglaterra y Francia la Gran Guerra estalló demasiado pronto, estando estos en pleno proceso de rearme.

Bibliografía:

[1] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[2] Los siete pecados capitales del Imperio Alemán en la Primera Guerra Mundial; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2006.

[3] La Primera Guerra Mundial; Hew Strachan – Barcelona – Crítica – 2004.

[4] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[5] Made in Germany; Ernest Edwim Williams – Harvester – 1973.

Aceleración del ritmo histórico


El estallido de la guerra no trajo consigo únicamente el enfrentamiento entre las grandes potencias mundiales en el conflicto más sangriento que hasta entonces había visto la Humanidad, sino que también favoreció la aceleración del ritmo histórico. Los nuevos fenómenos surgidos durante el periodo bélico acabaron por derribar las estructuras políticas, económicas, sociales y culturales del mundo contemporáneo; siendo así imposible una vuelta al orden vigente en el periodo anterior a la Gran Guerra.

Oleadas revolucionarias y crisis.

Tras los primeros meses de euforia y exaltación nacional, aquella guerra que en teoría iba a ser rápida y victoriosa parecía alargarse. De esta manera, la duración del conflicto, el poco previsible término del mismo a corto plazo, las dificultades en el frente y en la retaguardia, y los errores políticos y militares de determinados mandos, condujeron a crear un enorme descontento entre la población de las potencias combatientes. Como indica S. Haffner en el siguiente fragmento, la revolución fue preparándose poco a poco:

(Sebastian Haffner, Historia de un alemán) “Y entonces, a partir de octubre, empezó a avecinarse la revolución. Ésta fue preparándose poco a poco, como la guerra, con palabras y conceptos nuevos que de repente zumbaban en el aire y, lo mismo que la guerra, al final la revolución llegó casi por sorpresa”.

El fin del consenso social y político logrado en el verano de 1914, abrió una etapa de crisis y revoluciones dentro de los países contendientes. De la adaptación del gobierno a las estructuras vigentes y a las reivindicaciones de sus ciudadanos dependía que se tratase de lo primero –crisis- o de lo segundo –revolución-. Sin embargo, para facilitar la comprensión de estos fenómenos, seguiremos un criterio cronológico en su descripción:

-Revoluciones socialista y conflictos profesionales (mil novecientos diecisite y mil novecientos dieciocho) manifestados en: movimientos huelguistas en Rusia, Suecia, Alemania, Austria, Italia y Gran Bretaña; motines militares en Rusia, Francia, Alemania, Italia, Gran Bretaña, Austria, Bulgaria, Turquía y Portugal; y revoluciones bolcheviques en Rusia y Finlandia.

– Estallido socialdemócrata (otoño de mil novecientos dieciocho) en Alemania, Hungría, Suecia, Dinamarca, Holanda, Suiza y Noruega.

– Revoluciones comunistas en Centroeuropa -Alemania, Hungría y Austria-, y agitaciones marginales en Italia, Francia y Gran Bretaña (1919).

Factores desestabilizadores.

En contra de lo que se pensó en un principio, la oleada revolucionaria del final de la Gran Guerra no se limitó al espacio ruso; es más, Rusia ni siquiera fue el origen. Por tanto, con el fin de extraer un modelo aplicable a los distintos países beligerantes, hemos de buscar los factores comunes de la crisis:

– Factor psicológico; las repercusiones de una guerra larga y los efectos negativos de la propaganda, tornaron la euforia de los primeros días del conflicto en desilusión. Tanto entre las trincheras como en la retaguardia crecía la indignación y, de forma global, la sensación de vivir una guerra inútil. Los frentes se estabilizaron, favoreciendo la falta de actividad de los propios soldados, entre los que aumentaba día tras día la desmoralización, la indisciplina y las deserciones.

– Factor político; por su parte, los movimientos pacifistas fueron tomando fuerza. De esta forma podemos distinguir tres tendencias: a título individual, cuyos principales representantes fueron B. Russel, R. Rolland, S. Zweig, Guilboux…; de inspiración católica, de la mano del Papa Benedicto XV; y de inspiración socialista, mediante la convocatoria de tres congresos: primero uno para los partidos socialistas de los países neutrales, celebrado en Copenhague (1915); después otro para los partidos socialistas de cada uno de los bloques por separado, en Londres y Viena respectivamente; y por último se convocó uno de carácter general en Estocolmo, que nunca llegó a realizarse.

-Factor económico; la escasez de alimentos, plasmada en las largas colas para recoger los cupones de racionamiento, las listas de productos racionados, y las “recetas milagrosas” recogidas en los periódicos, propició que naciera un nuevo frente de guerra: la retaguardia. Faltaban alimentos, el vestuario era escaso y la población se hacinaba en incómodos y pequeños alojamientos. Además, los ciudadanos comprobaban también como iban perdiendo poder adquisitivo; es decir, como subían más los precios que los salarios. El jefe de la policía berlinesa nos aporta una visión global de las consecuencias de la guerra en la retaguardia:

“…nadie aquí puede aguantar por mucho tiempo con las raciones entregadas, y menos cuando las raciones de pan, de materias grasas, de patatas y de carne se han ido viendo reducidas varias veces ya (…) Durante el verano se ha ido pasando con lo que se ha tenido y podido, pero para el invierno hay centenares de miles de personas que se encuentran ante un problema insoluble: cómo –con unos modestos recursos- vestirse y calzarse; para ello hay que hacer cola noches enteras ante las tiendas de calzados (…) Hay una carestía tal de pequeños y medianos apartamentos, que no hay la menor perspectiva de poder preparar un fuego y un techo a los soldados que volverán a Berlín al acabarse la guerra”.

Con este panorama una de las pocas soluciones que se les presentaba a los habitantes de las ciudades era buscar, en la frontera y en las zonas rurales, los bienes a los que no tenían acceso. Así relata E. M. Remarque una de esas expediciones al ámbito rural en busca de alimentos:

(E. M. Remarque, Después) “Los merodeadores se reúnen en la estación ya al atardecer y por la noche, para internarse de madrugada por las aldeas. Nosotros salimos en el primer tren para que nadie se nos adelante… Nos cruzamos con enjambres enteros de merodeadores, rondando en torno a los corrales como avispas hambrientas alrededor de un panal de miel. Viéndolos comprendemos que los aldeanos se exasperen y nos insulten. La necesidad no conoce límites. Seguimos andando, a pesar de todo; de unas partes nos echan, en otras sacamos algo, coincidimos con otros competidores que nos insultan, como nosotros los insultamos a ellos y así vamos haciendo la jornada. Por la tarde nos reunimos todos en la taberna, donde nos hemos dado cita. El botín no es grande. Un par de libras de patatas, un poco de harina, unos cuantos huevos, manzanas, algunas verduras y carne. A Willy es al único a quien le hace sudar la carga. Es el último que llega, y viene con media cabeza de cerdo bajo el brazo. Por los bolsillos le asoman otros cuantos paquetes. Lo que no trae es abrigo. Lo cambió por las vituallas, fiando en que tiene otro en casa y en que algún día vendrá la primavera…”

Por último vamos a proceder a analizar los efectos de la guerra en los países beligerantes y en los neutrales. En las naciones combatientes la producción se orientó a las necesidades de la guerra -economía de guerra-, acentuándose el comercio interno ante las dificultades que presentaba el exterior. Además se apreció un claro descenso de la inversión. En los países neutrales se produjo una reactivación del comercio exterior ante la demanda de los países beligerantes. Ésta exigía un importante aumento de la productivo, que condujo a un rápido proceso de enriquecimiento. Sin embargo, las naciones no beligerantes tuvieron que enfrentarse a dos graves problemas: la sustitución de los bienes que habitualmente importaban por otros de fabricación nacional, y el desabastecimiento de los propios mercados por la mayor rentabilidad de la exportación.

La euforia de la catástrofe.

Dos factores, la duración y dureza del conflicto -en el frente y en la retaguardia-, hicieron posible que de la “euforia de la catástrofe” se pasase a la “catástrofe de la euforia”. Poco a poco se fue generalizando el malestar hacia el conflicto; surgieron así importantes movimientos contrarios al mismo que exigían a los gobernantes la paz. En éste contexto se propagaron, además, las ideas revolucionarias, por lo que podemos afirmar que durante los últimos meses de guerra se vivió un ambiente prerrevolucionario. Pues bien, en el caso alemán, ante la más que previsible derrota militar, todo esto se acentuó notablemente. Sebastian Haffner, como testigo de estos sucesos, nos va narrando en sus memorias como vivió él ese cambio de ánimos en la retaguardia:

(Sebastian Haffner, Historia de un alemán) “Por aquel entonces tampoco me pasó inadvertido el hecho de que, con el trascurso del tiempo, muchos, muchísimos, casi todos se habían formado una opinión respecto de la guerra distinta a la mía, si bien mi postura había sido inicialmente la más generalizada (…) oía a las mujeres quejarse y pronunciar palabras malsonantes dando muestras de una gran disconformidad”.

También E. Glaeser en Los que teníamos doce años nos describe los efectos de la guerra en la retaguardia:

“La guerra comenzaba a saltar por encima del frente y a hincar su garra en los pueblos. El hambre hizo flaquear aquella hermosa unión de los primeros días y hasta los hermanillos se robaban unos a otros sus raciones (…) pronto las mujeres que esperaban delante de las tiendas, formando largas colas oscuras, hablaban ya más del hambre de sus niños que de la guerra o de los peligros de sus maridos en el frente”.

Sin embargo, la escasez no sólo afectó a la retaguardia; la penosa situación en la que se encotraban las tropas del frente, embarcadas en una inútil guerra de trincheras desde cuatro años atrás, acabo por minar también la moral de los soldados. Veamos como describe E. M. Remarque el frente alemán durante los últimos meses de guerra:

(E. M. Remarque, Sin novedad en el frente) “…nabos cortados en seis trozos y cocidos tan sólo en agua; pequeñas zanahorias llenas, todavía, de tierra. Las patatas picadas son ya un manjar exquisito y la suprema delicia es una sopa de arroz, muy clara, en la que, se supone, deben nadar unos pequeños pedazos de tendón de buey. Sin embargo, están cortados a trocitos tan menudos que no es posible encontrarlos. Naturalmente nos lo comemos todo. Si alguien, por casualidad, se siente tan opulento que no termina de rebañar el plato, hay diez más que esperan hacerlo con mucho gusto. Tan sólo los restos que la cuchara no puede coger caen, junto con el agua del fregadero, en los barriles de basura. También alguna vez pueden mezclarse pieles de zanahoria, unos pedazos de pan enmohecidos y otras porquerías”.

En definitiva, la población y los soldados de las distintas naciones combatientes estaban hartos de la guerra que con tanto júbilo habían acogido en un principio. Anhelaban la paz, la vuelta a la normalidad, el fin de la escasez… El conflicto dejó grabado un sentimiento de rechazo ante la guerra en la conciencia de sus contemporáneos; todos coincidían en que la paz era necesaria, en que aquella catástrofe no debía repetirse:

(E. Toller, Una juventud en Alemania) “El pueblo sólo piensa en la paz. Se ha pasado demasiado tiempo pensando en la guerra y creyendo en la victoria… El pueblo no quiere pasar un nuevo invierno en guerra, no quiere volver a pasar hambre y frío en habitaciones sin calefacción, no quiere más sangre, está harto de morirse de hambre y desangrarse. El pueblo quiere la paz”.

(E. Glaeser, Paz) “La paz ¿Qué era la paz? Era estar allí, estar en casa. Estar en la era, detrás del mostrador, en la mesa, a la hora de comer; en la iglesia a la hora de Misa (…) estar en casa y poder decir: vámonos a la cama, y apagar la luz y dar las buenas noches, poseerse, repelerse, amarse, odiarse, pero estar allí juntos: eso era la paz (…) anhelaban volver a aquella paz y a aquel orden que en agosto del 14 habían perdido en un falso arrebato de entusiasmo. Ansiaban retornar al hogar y volver a sentarse en las viejas sillas”.

Bibliografía:

[1] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[2] Los siete pecados capitales del Imperio Alemán en la Primera Guerra Mundial; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2006.

[3] La Primera Guerra Mundial; Hew Strachan – Barcelona – Crítica – 2004.

[4] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[5] El mundo de ayer. Memorias de un europeo; Stefan Zweig – Barcelona – El Acantilado – 2002.

[6] Historia de un alemán; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2006.

[7] Paz; Ernst Glaeser – Madrid – Cenit – 1930.

[8] Los que teníamos doce años; Ernst Glaeser – Madrid – Cenit – 1929.

[9] Sin novedad en el frente; Erich Maria Remarque – Barcelona – Edhasa – 2007.

[10] Una juventud en Alemania; Ernst Toller – Buenos Aires – Imán – 1937.

Características del conflicto


A comienzos de 1914 las grandes potencias, tanto europeas –Francia, Inglaterra, Austria-Hungría, Alemania y Rusia- como extraeuropeas –Japón y EE.UU.-, llevaban varias décadas sin protagonizar enfrentamientos. Sin embargo, ese mismo verano comenzó la que, hasta los años del III Reich, fue la guerra más sangrienta de la Historia. El conflicto se prolongó hasta 1918.

Cierto es que los enfrentamientos no habían estado ausentes durante los años anteriores, pero ninguno de ellos tuvo la magnitud y repercusión del de 1914. La Gran Guerra se diferenció de las demás en que fue un conflicto de carácter mundial y total, que, además, hizo posible la aceleración del ritmo histórico. Estas características no las encontramos en las guerras anteriores a 1914:

– En ninguna, salvo en la de Crimea –Inglaterra, Francia y Rusia- se vieron involucradas buena parte de las potencias.

– Generalmente, a excepción de la Guerra Civil norteamericana, fueron guerras rápidas.

– Salvo raras excepciones –guerra ruso-japonesa (1905)- ninguna potencia había visto rebasadas sus fronteras por el enemigo.

– Mayoritariamente eran guerras coloniales, roces entre imperios, que no repercutían en la población de la metrópoli: se trataba de un frente lejano.

Guerra Mundial.

Se puede hablar de “guerra mundial” por las siguientes razones:

– Por el número y relevancia de los participantes; es decir, todas las potencias europeas y extraeuropeas con sus respectivas colonias.

– Por el objetivo de la misma, que no era otro que mantener o alcanzar, depende de la nación, la hegemonía mundial.

– Por las técnicas empleadas; especialmente la guerra naval y las innovaciones militares.

A la mundialización del conflicto contribuyó la duración del mismo, que permitió a potencias no beligerantes en un principio –EE.UU. y Japón- entrar en la guerra en los años finales de la misma. De esta manera, aunque se preveía un enfrentamiento corto, el fracaso de los planes de los respectivos Estados Mayores –Plan Schlieffen y plan XVII- propició la prolongación de este: se pasó, con la estabilización del frente, de los movimientos estratégicos a la guerra de trincheras.

En lo que a los bandos se refiere, las potencias se agrupaban en un principio en:

– Triple Alianza (Alemania, Austria-Hungría e Italia); coalición que poseía un total de 116 millones de habitantes, una posición compacta en el centro continental y el importante peso industrial de Alemania.

– Triple Entente (Inglaterra, Rusia, Francia, Serbia y Bélgica); con 136 millones de habitantes, el potencial demográfico ruso, la capacidad militar francesa y el peso económico británico. Como contrapartida hay que señalar su escasa cohesión en cuanto a los objetivos y la posición geográfica.

No obstante, la presión de los combatientes, el sentimiento beligerante de los neutrales y una opinión pública interior favorable a la intervención, propiciaron que en esta guerra acabaran interviniendo casi cuarenta países. De esta manera, pasaron a engrosar las filas de la Entente Italia -tras abandonar la Triple Alianza-, Grecia, Japón, Portugal, EE.UU. y algunos otros estados americanos; mientras que Turquía y Bulgaria se unieron a la Triple Alianza.

Guerra Total.

La Gran Guerra fue un evento de carácter global. No solo afectó al frente, sino al conjunto de la población de los países combatientes; incluso también a los no beligerantes. Este conflicto, que inauguró el modelo de guerra moderna, afectó al frente de batalla y a la retaguardia; a los soldados y a las mujeres, niños y ancianos que permanecieron en sus casa; a las trincheras y a las ciudades; a los cañones y a las plumas y pinceles… La guerra iniciada en 1914 empapó todos los ámbitos de la vida europea y, en cierto modo, mundial. La Gran Guerra inauguró un nuevo modelo de conflicto que, como señaló Winston Churchill, sorprendió a sus propios contemporáneos:

“En 1938, los pueblos ya estaban habituados a la idea de que la guerra amenazara la estructura de la civilización, mientras que en 1914 todos los interesados todavía lo consideraban un breve encuentro que sólo afectaba a los militares, y no a la población civil”.

Se trataba, pues, de una guerra total fundamentalmente por tres razones:

– Toda la población fue movilizada.

– El suministro de armamento y víveres exigían que la economía estuviese al servicio de la guerra y de las nuevas técnicas empleadas en esta.

– Los problemas de organización del conflicto reforzaron el papel gestor del Estado.

Movilización de la población.

La Gran Guerra movilizó físicamente a todos los ciudadanos de las potencias beligerantes, bien porque los llevó al frente de batalla, o bien porque, en la retaguardia, trabajaron para mantener dicho frente. El conflicto también afectó anímicamente a la población de las naciones combatientes. Durante los primeros meses de guerra los distintos territorios se vieron invadidos por una ola de nacionalismo romántico que lo embargó todo; y esto se dejó notar tanto en la euforia de las manifestaciones populares como en el alto número de alistamientos. Se trató, pues, de lo que muchos han denominado después como una “euforia de la catástrofe”: los grandes estados caminaban con júbilo hacia una guerra destructiva que, a sus ojos, se mostraba como algo necesario y heroico.

Así manifestaban en sus memorias de esa época esta “euforia de la catástrofe” Stefan Zweig y Sebastian Haffner:

(Stefan Zweig, El mundo de ayer) En honor a la verdad debo confesar que en aquella primera salida a la calle de las masas había algo grandioso, arrebatador, incluso cautivador, a lo que era difícil sustraerse. Y, a pesar del odio y la aversión a la guerra, no quisiera verme privado del recuerdo de aquellos primeros días durante el resto de mi vida; miles, cientos de miles de hombres sentían como nunca lo que más les hubiera valido sentir en tiempos de paz: que formaban un todo.

(Sebastian Haffner, Historia de un alemán) “No tenía ni idea de que fuera posible mantenerse al margen de aquella locura festiva generalizada. Ni de lejos se me pasó por la cabeza la idea de que pudiera haber algo malo o peligroso en una cosa que causaba una felicidad tan obvia y regalaba aquellos estados de alegre embriaguez tan poco frecuentes”.

Labor de los intelectuales.

Al júbilo de las masas se unió la tarea en favor de la guerra de algunos intelectuales, que vieron en este conflicto algo purificador y beneficioso para la civilización, al tiempo que proclamaron que era necesario defender la cultura nacional de la extranjera por medio de la lucha. En sus obras trataron de representar la renovación espiritual que suponía esa guerra, llamada a romper con la monotonía del mundo burgués y a resaltar el sentimiento nacional que superaba las divisiones y enfrentamientos sociales. Surgieron así numerosos intelectuales que, encarnando las figuras de guías y abanderados, encaminaron a las distintas naciones hacia esa purificación cultural. Veamos como representa Stefan Zweig ese papel de la intelectualidad:

(Stefan Zweig, El mundo de ayer) “Llovían en abundancia los poemas que rimaban krieg (guerra) con sieg (victoria) y not (penuria) con tod (muerte). Los escritores juraron solemnemente que jamás volverían a tener relación cultural con ningún francés ni inglés (…) De repente, los filósofos no conocían otra sabiduría que la de explicar la guerra como un benéfico baño de aguas ferruginosas que guardaba del decaimiento a las fuerzas de los pueblos (…) El poemita, musicado y adaptado para coro, se representó en los teatros; entre los setenta millones de alemanes pronto no había ni uno que no supiera el Canto de odio a Inglaterra de cabo a rabo, como también pronto lo supo el mundo entero (aunque, claro está, con menos entusiasmo). De la noche a la mañana, Ernst Lissauer conoció la fama más ardiente que ningún otro poeta consiguiera en aquella guerra…”

De esta manera, como a continuación nos volverá a relatar Stefan Zweig, los ciudadanos europeos, y especialmente los jóvenes, se lanzaron a vivir aquella gran aventura que se les presentaba, de una forma engañosa, como algo romántico: una experiencia única.

(Stefan Zweig, El mundo de ayer) Por Navidad volveremos todos a casa (…) Una veloz excursión al romanticismo, una aventura alocada y varonil: he aquí cómo se imaginaba la guerra el hombre sencillo de 1914, y los jóvenes incluso temían que les faltara este maravilloso en su vida; por eso corrieron fogosos a agruparse bajo las banderas, por eso gritaban y cantaban en los trenes que los llevaban al matadero…

La Guerra invadió todos los ámbitos de la vida de los ciudadanos pertenecientes a las distintas potencias beligerantes. De esta forma, en lo que a la vida de un niño se refiere, es lógico pensar que el conflicto irrumpiese en sus juegos y diversiones. Eso es justamente lo que nos viene a mostrar Sebastian Haffner en Historia de un alemán. En unas pocas páginas el autor nos describe el “juego de la guerra”; inofensivo en apariencia, pero con nefastas consecuencias: esa excitante diversión, acabó, en opinión del autor, formando la “generación de los nazis”.

“Para un niño que viviese en Berlín una guerra era, evidentemente, algo en extremo irreal: tan irreal como un juego. No había ataques aéreos ni bombas. Había heridos, pero solo a distancia (…) Lo importante era la fascinación que ejercía el juego de la guerra: un juego en el que, según las reglas secretas, el número de prisioneros, los territorios invadidos, las fortalezas conquistadas y los barcos hundidos desempeñaban aproximadamente el mismo papel que los goles en el fútbol (…) Mis amigos y yo jugamos a lo largo de toda la guerra, durante cuatro años, impune y libremente, y fue este juego (…) lo que dejó marcas peligrosas en todos nosotros”.

Material y técnica de guerra empleados.

El conflicto, y fundamentalmente la duración del mismo, favorecio el desarrollo de las innovaciones en el campo de la guerra. Sin embargo, es necesario distinguir, para entender esos avances, entre los dos tipos de guerras que se estaban desarrollando:

– Guerra tecnológica: se desarrollaron nuevas formas y técnicas de combate, entre las que destacaron la utilización del camuflaje y de los gases, y la invención de los submarinos y los tanques.

– Guerra psicológica: la propaganda adquirió durante este conflicto un papel del que hasta ese momento nunca había disfrutado. Los métodos propagandísticos, como medios de unión entre el frente y la retaguardia, pasaron a invadir todos los ámbitos de la vida cotidiana de los ciudadanos de las potencias beligerantes y neutrales. Se trató, pues, de lograr atacar al enemigo y contrarrestar al mismo tiempo los efectos de su propaganda; pero también de dar moral al ejército y al pueblo, evitando, a ser posible, la aparición de movimientos contrarios a la guerra. Volvamos otra vez sobre la obra de Stefan Zweig para hallar algún ejemplo de esa propaganda:

(Stefan Zweig, El mundo de ayer) “…las historias sobre ojos vaciados y manos cortadas, que en todas las guerras comienzan a circular puntualmente al tercer o cuarto día, llenaban los periódicos. Ah, los ignorantes que difundían tales mentiras no sabían que la técnica de culpar a los soldados enemigos de todas las crueldades imaginables forma parte del material bélico tanto como la munición y los aviones…”

También podemos encontrar algunos de esos elementos propagandísticos en la infantil visión de las relaciones internacionales que nos presenta Sebastian Haffner:

(Sebastian Haffner, Historia de un alemán) “Un niño de siete años como yo (…) supo enseguida no sólo el qué, cómo y dónde de la guerra, sino incluso el porqué: supe que la culpa de todo la tenían el ansia revanchista de Francia, el afán de protagonismo de Inglaterra y la brutalidad de Rusia (…) Pedí que me enseñaran el mapa de Europa, con solo un vistazo supe que “nosotros” probablemente acabaríamos con Francia e Inglaterra, pero experimenté un sordo sobresalto al ver el tamaño de Rusia, si bien acepté el consuelo de que los rusos compensaban su aterrador número con una estupidez y depravación increíbles…”

Como todos los alemanes, el protagonista de esta obra se vio afectado por la propaganda de guerra. Descubrimos por medio de sus palabras los prejuicios más habituales de los ciudadanos del II Reich: el revanchismo francés, el afán de protagonismo inglés, y la estupidez de los rusos. Es, pues, un claro ejemplo de cómo la propaganda influyó en el pensamiento de las personas, y un testimonio de gran valor, ya que así conocemos en que dirección iba esa labor propagandística: defender la superioridad del pueblo alemán y su inocencia ante el estallido de un conflicto impuesto desde fuera.

Además, también se muestra en ésta obra la complicada situación geoestratégica en la que se encontró la nación alemana a lo largo del conflicto: entre dos frentes. Sin embargo, por encima de todo hay que destacar la ya citada invasión, por parte de la Guerra, de la vida cotidiana de los individuos y las familias. Los alemanes, bien por medio de una prensa cada vez más desarrollada, o por las carencias propias del contexto bélico en que se encontraban, vivieron el conflicto con una cercanía no experimentada hasta entonces en ninguna guerra anterior.

Las canciones de la guerra.

En la guerra psicológica y publicitaria que venimos describiendo jugó un papel importante la música, bien fuera pacifista o belicista. A continuación veremos algunos ejemplos anglosajones, que fueron sin duda los que más repercusión tuvieron:

It’s a Long Way to Tipperary

Up to mighty London came
An Irish lad one day,
All the streets were paved with gold,
So everyone was gay!
Singing songs of Piccadilly,
Strand, and Leicester Square,
‘Til Paddy got excited and
He shouted to them there:

It’s a long way to Tipperary,
It’s a long way to go.
It’s a long way to Tipperary
To the sweetest girl I know!
Goodbye Piccadilly,
Farewell Leicester Square!
It’s a long long way to Tipperary,
But my heart’s right there.

Paddy wrote a letter
To his Irish Molly O’,
Saying, “Should you not receive it,
Write and let me know!
If I make mistakes in “spelling”,
Molly dear”, said he,
“Remember it’s the pen, that’s bad,
Don’t lay the blame on me”.

It’s a long way to Tipperary,
It’s a long way to go.
It’s a long way to Tipperary
To the sweetest girl I know!
Goodbye Piccadilly,
Farewell Leicester Square,
It’s a long long way to Tipperary,
But my heart’s right there.

Molly wrote a neat reply
To Irish Paddy O’,
Saying, “Mike Maloney wants
To marry me, and so
Leave the Strand and Piccadilly,
Or you’ll be to blame,
For love has fairly drove me silly,
Hoping you’re the same!”

It’s a long way to Tipperary,
It’s a long way to go.
It’s a long way to Tipperary
To the sweetest girl I know!
Goodbye Piccadilly,
Farewell Leicester Square,
It’s a long long way to Tipperary,
But my heart’s right there.

Extra wartime verse

That’s the wrong way to tickle Mary,
That’s the wrong way to kiss!
Don’t you know that over here, lad,
They like it best like this!
Hooray pour le Francais!
Farewell, Angleterre!
We didn’t know the way to tickle Mary,
But we learned how, over there!

“I Didn’t Raise My Boy to be a Soldier”

Ten million soldiers to the war have gone
Who may never return again;
Ten million mothers’ hearts must break
For the ones who died in vain–
Head bowed down in sorrow, in her lonely years,
I heard a mother murmur thro’ her tears:

Chorus
“I didn’t raise my boy to be a soldier,
I brought him up to be my pride and joy.
Who dares to place a musket on his shoulder,
To shoot some other mother’s darling boy?”
Let nations arbitrate their future trouble,
It’s time to lay the sword and gun away.
There’d be no war today
If mothers all would say,
“I didn’t raise my boy to be a soldier.”

What victory can cheer a mother’s heart,
When she looks at her blighted home?
What victory can bring her back
All she cares to call her own?
Let each mother’s answer in the years to be,
“Remember that my boy belongs to me.”
Chorus

Over There

Johnnie, get your gun,
Get your gun, get your gun,
Take it on the run,
On the run, on the run.
Hear them calling, you and me,
Every son of liberty.
Hurry right away,
No delay, no delay,
Make your daddy glad
To have had such a lad.
Tell your sweetheart not pine,
To be proud her boy’s in line.

Chorus

Over there, over there,
Send the word, send the word over there–
That the Yanks are coming,

The Yanks are coming,

The drums rum-tumming
Ev’rywhere.
So prepare, say a pray’r,
Send the word, send the word to beware.
We’ll be over, we’re coming over,
And we won’t come back till it’s over
Over there.

Johnnie, get your gun,
Get your gun, get your gun,
Johnnie show the Hun
Who’s a son of a gun.
Hoist the flag and let her fly,
Yankee Doodle do or die.
Pack your little kit,
Show your grit, do your bit.
Yankee Doodle fill the ranks,
From the towns and the tanks.
Make your mother proud of you,
And the old Red, White and Blue.

(repeat chorus twice)

Nuevas formas de gestión.

Durante el periodo bélico los Estado, a causa de las exigencias de la guerra, pasaron a invadir numerosos ámbitos de gestión que hasta el momento, en consonancia con la doctrina liberal, le estaban vetados. La supeditación de todos los demás fines a la victoria en el conflicto contribuyó a un claro reforzamiento del poder ejecutivo y a la aparición de las llamadas “dictaduras de guerra”. Así reflejaba esta omnipresencia del Estado H. Hesse en Si la guerra dura dos años más, un escrito publicado en 1917

(H. Hesse, Si la guerra dura dos años más) “Usted bien sabe que hay guerra ¡Guerra en el mundo entero! Pues esto es lo que sostenemos. Para ello promulgamos leyes, y para ello hacemos todos los sacrificios ¡Por la guerra! Sin estos tremendos esfuerzos y sin un rendimiento aumentado de todos, los ejércitos no podrían permanecer en el frente ni una semana más ¡Morirían de hambre! ¡Sería espantoso! Así pues ¡la guerra es lo único que tenemos! El placer y las ganancias personales, la ambición social, la avidez, el amor, el trabajo intelectual… todo eso ya no existe. Únicamente a la guerra debemos que aún haya en el mundo cosas como el orden, las leyes, pensamientos, espíritu…”

La guerra, pues, lo llenaba todo: todo estaba condicionado por la consecución de la victoria final. De esta manera, el sistema se veía constantemente adulterado a causa del objetivo último, de aquella locura en la que medio mundo se embarcó durante cuatro largos años; una locura que, como más tarde se demostró, iba a tener consecuencias irremediables: la imposible vuelta al mundo anterior a 1914.

De esta manera, el Estado fue asumiendo, poco a poco y en contra de las leyes del liberalismo, el papel del mercado. A esto se unieron las políticas proteccionistas de las distintas potencias y la aparición de un amplio código normativo que trataba de reglamentar todo. La financiación del conflicto se llevo a cabo a través de dos procedimientos:

– La inmensa mayoría por medio de créditos, lo que propició que la deuda pública se multiplicara en algunos países por cinco a lo largo de ese periodo.

– Un mínima parte a través de la fiscalidad.

Además, también se procedió a la emisión masiva de moneda, lo que desembocó en un importante problema inflacionista que acompañó a los combatientes durante la parte final del conflicto y los primeros años de posguerra. Por lo tanto, en las potencias beligerantes se asistió a un doble proceso: la adopción por parte de los estados del papel protagónico y la degradación del sistema económico.

Bibliografía:

[1] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[2] Los siete pecados capitales del Imperio Alemán en la Primera Guerra Mundial; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2006.

[3] La Primera Guerra Mundial; Hew Strachan – Barcelona – Crítica – 2004.

[4] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[5] El mundo de ayer. Memorias de un europeo; Stefan Zweig – Barcelona – El Acantilado – 2002.

[6] Historia de un alemán; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2006.

[7] Si la guerra dura dos años más; Hemann Hesse.

Introducción a la Gran Guerra


Con el comienzo de la Gran Guerra, Occidente se adentró en un túnel de cuatro años que acabó por transformar de manera radical las estructuras económicas, políticas, sociales y culturales existentes hasta entonces. Este traumático conflicto y los duros años de posguerra que lo siguieron marcaron el final de un mundo y el nacimiento de otro: se produjo un cambio de época. La magnitud de la Guerra, el número de potencias implicadas, la categoría de las mismas, la utilización de nuevos ingenios armamentísticos, las privaciones a las que fueron sometidos los habitantes de las naciones contendientes, los nuevos movimientos sociales y políticos surgidos a raíz del conflicto, las barbaridades de la guerra, los errores de la paz, la cristalización de las enemistades… todo esto contribuyó a que la vuelta a atrás, el regreso a la vida anterior a 1914, fuera imposible. El mundo occidental se vio condenado a emprender una nueva andadura, a dejar a un lado las antiguas estructuras. El estallido y desarrollo de la Gran Guerra condujo irremediablemente a Occidente hacia una nueva existencia. La importancia de este conflicto, independientemente de su desarrollo puramente bélico, fue enorme. Configuró el mundo posterior a 1914.

Sería un error atribuir toda la responsabilidad de este gran cambio a las declaraciones de guerra del verano de 1914 y al posterior desarrollo bélico. Ambos, el gran cambio y el conflicto, venían forjándose desde los años atrás. Podemos afirmar que las décadas anteriores a la Gran Guerra – la ruptura del viejo sistema de equilibrio bismarquiano-, marcadas por la cristalización de los respectivos bloques, la creciente hostilidad entre las potencias, y el arraigo del nacionalismo entre las masas populares y sus dirigentes, fueron el preámbulo de un enfrentamiento que terminó por acelerar y descontrolar un proceso de transformación ya existente.

Esta guerra que lanzó al hombre occidental a un nuevo mundo en apenas cuatro años fue fruto de las transformaciones experimentadas por las principales potencias en el transito del siglo XIX al XX. La pugna ideológica –el ansia nacionalista por obtener prestigio- y territorial entre los imperios coloniales, el establecimiento de alianzas diplomáticas con fines defensivos y ofensivos, y la carrera armamentística, no fueron más que la antesala de una guerra que acabó por minar la confianza en el futuro tan representativa del último cuarto del XIX. De la confianza y el respeto a lo establecido, surgió tras el conflicto la desconfianza, las alternativas políticas, culturales y económicas al que Stefan Zweig califica como El mundo de Ayer.

Bibliografía:

[1] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[2] Los siete pecados capitales del Imperio Alemán en la Primera Guerra Mundial; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2006.

[3] La Primera Guerra Mundial; Hew Strachan – Barcelona – Crítica – 2004.

[4] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[5] El mundo de ayer. Memorias de un europeo; Stefan Zweig – Barcelona – El Acantilado – 2002.

La Gran Guerra


Los siguientes artículos están dedicados a la Primera Guerra Mundial. Este bloque se inserta dentro de un grupo más amplio que, emulando a Stefan Zweig, he titulado El mundo de ayer. Les dejo con la cita introductoria que he sacado del citado autor:

(Stefan Zweig, El mundo de ayer) “A oscuras vi pasar un tren de carga tras otro en dirección contraria: vagones abiertos o cubiertos con lonas, bajo las cuales me pareció ver vagamente la amenazadora silueta de unos cañones. Me dio un vuelco el corazón. Debía de ser la ofensiva del ejército alemán (…) No cabía duda, se había puesto en movimiento lo que nos parecía monstruoso: la invasión alemana de Bélgica en contra de todos los estatutos de derecho internacional. Con un escalofrío de horror volví al tren y proseguí mi viaje de regreso a Austria. No había la menor duda: iba derecho a la guerra”.

Introducción a la Gran Guerra
Características del conflicto
Aceleración del ritmo histórico

Causas de la Guerra
Desarrollo del conflicto

Bibliografía:

[1] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[2] Los siete pecados capitales del Imperio Alemán en la Primera Guerra Mundial; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2006.

[3] La Primera Guerra Mundial; Hew Strachan – Barcelona – Crítica – 2004.

[4] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[5] El mundo de ayer. Memorias de un europeo; Stefan Zweig – Barcelona – El Acantilado – 2002.