Historia de un alemán (1914-1933)


He publicado una larga serie de artículos en los que repaso los aspectos, a mi juicio, más interesantes de la Historia de Alemania entre 1914 y 1933. Para ello he apoyado en Historia de un alemán (1914-1933), obra del historiador y periodista Sebastian Haffner. He agrupado los textos en los siguientes capítulos:

Historia de un alemán
La Gran Guerra
La Revolución de 1918
La República de Weimar entre 1919 y 1923
El año inhumano (1923)
La época de Stresemann
El fin del sistema de Weimar
La revolución legal
Los mecanismos de represión
El consenso y la propaganda
La Transformación Sociocultural
La situación de los no-nazis

La crisis social y económica


El orden vigente hasta 1914, basado en una economía capitalista, una estructura jurídico-constitucional de tipo liberal, una hegemonía social de la burguesía, y un marcado eurocentrismo, se quebró tras el fin de la Gran Guerra. En los años posteriores al conflicto éste sistema sufrió un constante proceso de erosión, surgiendo así importantes alternativas de tipo económico, político, social y mental:

– En el ámbito político fueron apareciendo ideologías antisistema tales como el comunismo, el autoritarismo y el fascismo.

– En materia económica, aparte de los desajustes surgidos tras el final de la guerra, también se desarrollaron alternativas al capitalismo, tales como el socialismo y la autarquía.

– En lo social la burguesía perdió el protagonismo exclusivo, pasando a compartir éste con la nueva clase emergente: el proletariado.

– Durante éstos años Europa perdió la supremacía sobre el mundo: el poder financiero de Londres y la potencia industrial alemana fueron sustituidos por el nuevo gigante americano, que pasó a convertirse en la primera potencia mundial.

El declive de Europa.

Con el final de la Gran Guerra, las grandes potencias mundiales tenían que enfrentarse a los trastornos y problemas provocados por más de cuatro años de enfrentamientos. Al coste demográfico, entre 50 y 60 millones de afectados, hay que añadir que justamente dentro de ese grupo se encontraban los grupos más productivos de la fuerza de trabajo; es decir, los varones jóvenes que marcharon al frente. Sin embargo, no sólo los militares se vieron afectados por la guerra, también murieron civiles, de entre los cuales muchos fallecieron a causa de la epidemia de gripe de 1918-19. En fin, las naciones beligerantes sufrieron las consecuencias de un importante descenso demográfico, dentro del cual habría que tener en cuenta también a los no nacidos durante ese periodo.

Además, la guerra trajo consigo otros problemas, como son la disminución de las reservas de capital, el desgaste del material y de la maquinaria, la insuficiente renovación de los equipos y el freno a la inversión. Todo esto contribuyó a lastrar el despegue del sistema productivo y económico de las potencias beligerantes, las cuales, además, tenían que hacer frente a las deudas contraídas durante los años de enfrentamiento. Estuvieron, pues, los primeros años veinte marcados por un continuo proceso inflacionista y por la contracción del producto.

En lo que se refiere al aspecto social, estos años estuvieron marcados por una enorme inestabilidad, que sin lugar a dudas favoreció el aumento de la incertidumbre. Distinguimos dos etapas dentro de ésta crisis social:

– Crisis del final de la guerra; caracterizada por la ruptura del consenso prebélico –“catástrofe de la euforia”- y por la generalización de los desórdenes, bien en forma de huelgas, motines militares o revoluciones bolcheviques.

– Fin de la guerra; las tensiones contenidas durante el periodo bélico explotaron al término de éste. De ésta forma, en algunos países se fueron produciendo revoluciones, y en otros, a causa de su capacidad de acomodación, reformas se produjo una profunda reestructuración de la correlación de fuerzas.

El coste de la guerra.

Como último factor de ésta gran crisis de posguerra, hay que señalar los efectos negativos de las decisiones de algunos gobiernos. Las desacertadas medidas de los dirigentes mundiales, o la ausencia de las mismas, se plasmaron en los siguientes campos:

– Político; errores sustentados en dos pilares, las directrices de los acuerdos de paz y el aislamiento de los EE.UU., que impidió el desarrollo de un programa general de ayuda a los países afectados.

– Económico; desde un principio los estadistas trataron de dejar a un lado la economía de guerra para volver al sistema vigente en 1914. Sin embargo, eso resultó más difícil de lo esperado: tras el auge inicial, provocado por la demanda reprimida durante el tiempo de guerra, surgió una grave recesión -a partir de 1920- caracterizada por el descenso de precios, de la producción y de la demanda. De ésta manera, se produjo un rápido aumento del desempleo. En ésta situación, los gobiernos tomaron dos posturas distintas para solventar la crisis: política de deflación o “apretarse el cinturón” para volver a gozar de la prosperidad de los años anteriores a la Gran Guerra; o mantener el déficit presupuestario por razones políticas y sociales; no castigar más a los ciudadanos.

El problema fue la falta de concordancia entre ambos sistemas, por eso no funcionó. Los primeros redujeron las exportaciones y establecieron préstamos a alto interés; mientras que los otros eligieron exportar y pedir préstamos. La deflación dio buenos resultados, al tiempo que el déficit presupuestario constituyó una trampa mortal para los gobiernos que lo abrazaron. Nada pudieron hacer ante el proteccionismo y la política de créditos caros de las otras potencias.

Esto agravó los problemas de los países centroeuropeos, que se sumieron de pronto en el caos de la inmediata posguerra. La mayor manifestación de esto fue la hiperinflación de Austria y Alemania. Éstos, además de ser países beligerantes derrotados, ser sometidos a amputaciones territoriales y al pago de fuertes indemnizaciones, fueron también víctimas de la locura económica de aquellos años.

Por tanto la política social, el no querer que la población continuara sufriendo, acabó por hundir más a estos países y a sus propios ciudadanos. El ambicioso proyecto social alemán cayó víctima de un déficit presupuestario excesivo, cuyas consecuencias fueron: el aumento progresivo del precio de la vida y la inflación e hiperinflación. En el año 1923 -“el año inhumano”- Alemania sufrió de una manera brutal las consecuencias de esa crisis. Su retraso en el pago de las reparaciones, la firmeza en no pagar a Francia, y la resistencia pasiva de los obreros del Ruhr, abrieron las puertas del infierno para la nación germana:

(Stefan Zweig, El mundo de ayer) “Viví días en que pagué cincuenta mil marcos por el periódico de la mañana, y cien mil por el de la tarde. El que tenía que cambiar dinero extranjero, distribuía la conversión por horas, pues a las cuatro recibía multiplicada la suma que se pagaba a las tres, y a las cinco, varias veces más que sesenta minutos antes. Recuerdo que entonces remití un manuscrito a mi editor, fruto de un año de trabajo, y casi creí asegurarme pidiendo el pago por adelantado del porcentaje correspondiente a diez mil ejemplares. Pero cuando recibí el cheque, éste cubría apenas el importe que una semana antes había gastado en el franqueo del paquete de cuartillas. Los billetes de tranvía costaban millones de marcos; el papel moneda, del banco del Reich, se transportaba en camiones a los demás bancos, y quince días después se encontraban billetes de cien mil marcos flotando en un desagüe (…) por doquier se hacía evidente que a todo el mundo le resultaba insoportable aquella sobreexcitación, aquel enervante tormento diario en el potro de la inflación, como también era evidente que toda la nación, cansada de la guerra, en realidad anhelaba orden y sosiego, un poco de seguridad y de vida burguesa, y que en secreto odiaba a la República, no porque reprimiera esta libertad desordenada, sino, al contrario, porque aflojaba demasiado las riendas. Quien vivió aquellos meses y años apocalípticos, hastiado y enfurecido, notaba que a la fuerza tenía que producirse una reacción, una reacción terrible (…) los oficiales degradados se organizaban en sociedades secretas; los pequeños burgueses que se sentían estafados en sus ahorros se asociaron en silencio y se pusieron a disposición de cualquier consigna que prometiera orden. Nada fue tan funesto para la República Alemana como su tentativa idealista de conceder libertad al pueblo e incluso a sus propios enemigos (…) Nada envenenó tanto al pueblo alemán, nada encendió tanto su odio y lo maduró tanto para el advenimiento de Hitler como la inflación”.

El ascenso de los EE.UU.

La situación de los EE.UU. contrastaba enormemente con la postración que se vivía en Europa. Esto fue debido entre otros factores a que la guerra no se desarrolló en suelo estadounidense. Sin embargo, los americanos aprovecharon tres ventajas más que les ofrecía el conflicto para crecer económicamente: sustituyeron a las importaciones europeas en los mercados, abastecieron a Europa durante la guerra y a las colonias desatendidas por sus metrópolis.

EE.UU. era, tras un proceso de crecimiento espectacular, la mayor potencia económica del mundo, la mayor potencia comercial -primera exportadora y segunda importadora-, y el mayor acreedor. Además, los americanos también aprovecharon ésta situación para, con su excedente comercial, liquidar los títulos estadounidenses en poder de extranjeros. No cabía duda, todo esto confirmaba que había despertado un gigante al otro lado del Atlántico.

Bibliografía:

[1] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[2] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[3] El periodo de entreguerras en Europa; Martin Kitchen – Madrid – Alianza Editorial – 1992.

[4] Sociedad y cultura en la República de Weimar: el fracaso de una ilusión; José Ramón Díez Espinosa – Valladolid – Universidad – 1996.

[5] El mundo de ayer. Memorias de un europeo; Stefan Zweig – Barcelona – El Acantilado – 2002.

Sebastian Haffner, ¿Hitler u Ohm Kruger?

Hitler_KrugerArtículo publicado por Juan Re Crivello en Retratodelinfierno el 12 de octubre de 2005.

El historiador Sebastián Haffner en un libro suyo de reciente aparición -pero escrito como ensayo en 1940- realiza un breve repaso de las teorías que explican el ascenso de Hitler al gobierno de Alemania.

En primer lugar, nos dirá: “casi todos los biógrafos de Hitler han cometido el error de intentar establecer un vinculo entre Hitler y la historia del pensamiento de su época”. Para ellos Hitler seria el producto, la expresión de una sociedad que ante la angustia vital de la decadencia aceptaría una salida que colmaba sus ilusiones.

En segundo lugar, otros autores plantean que la personalidad de Hitler fue mísera e insignificante. El dictador “no sería más que una pieza de ajedrez de los militares alemanes y de las camarillas capitalistas, que aprovechan su demagogia para enmascarar sus propios planes de guerra y sus transacciones comerciales”. O la clásica interpretación en línea con esta de que las crisis capitalistas traen la guerra como solución cíclica a la sobreproducción mercantil.

El autor plantea un tercer aspecto de la historiografía clásica a saber: “Hitler ha alcanzado su actual posición, por así decirlo, automáticamente y sin merecerlo. Las causas que se mencionan son, entre otras, la decepción de las clases medias alemanas empobrecidas por la inflación de 1923, la desesperación de los patriotas alemanes por el tratado de Versalles y el miedo al bolchevismo”.

Llegados a este punto, nos plantea que seria interesante considerar que la historia alemana pueda estar asociada a su vida privada. Es decir, que el ascenso personal, pueda constituir un aspecto sobresaliente que permitió que “un muerto de hambre se convirtió en multimillonario, un simple soplón de la policía militar paso a ser el jefe supremo del Reich alemán, un residente de un asilo de mendigos vienes devino en el déspota de ochenta millones de personas, un desclasado que era despreciado por todos llegó a ser el ídolo de una gran nación”.

A continuación Haffner con gran acierto se introduce en la peculiar personalidad del dictador para hurgar en los íntimos deseos que le empujaran al ascenso social, no sin antes puntualizar que este “proceso único e irrepetible, que no es comparable con las casualidades inofensivas y frecuentes por las que algunas personas de la clase obrera o de la pequeña burguesía han adquirido dignidad y categoría”, pues en todos ellos este aspecto estará unido al mérito y triunfo con el adecuado reconocimiento legal.

Haffner demostrará con contundencia el verdadero valor personal de Hitler al describir la peripecia vital de un individuo desplazado desde una posición cómoda dentro de la burguesía de provincias hacia la clase obrera, luego hasta la plebe y finalmente a la sórdida posición de soplón en los escalones más bajos del ejército.

“Sus superiores -del ejercito- consideran que no le pueden ascender -tras cuatro años en el servicio-, su carácter no permite siquiera que le confíen el mando de la unidad de tropas más pequeña”.

Existen ensayos que a pesar de estar escritos en el momento en que desarrollan los hechos, no dejan de participar del anhelo premonitorio de su autor. En este autor asistimos a un esfuerzo mental de acceder a la mascara que descansa detrás del dictador que lleva a Alemania a su destrucción. Además de aportarnos elementos de reflexión, nos sitúa en una encrucijada: ¿cuándo el hilo de la historia nos dice que aquello a lo que asistimos y que la mayoría cree normal no es sino el precipicio que se abre ante nosotros?.

*Ohm Kruger, nombre que sus compañeros -los residentes del asilo de mendigos de Viena- le adjudican a Hitler.

El consenso y la propaganda


«¿Qué les ha pasado a los alemanes? El 5 de marzo de 1933 la mayoría de ellos votó en contra de Hitler ¿Qué ha sido de esa mayoría? ¿Acaso ha muerto? ¿Se la ha tragado la tierra? ¿O es que se ha vuelto nazi tardíamente? ¿Cómo es posible que no se produjera ni la más mínima reacción por su parte?»

El objetivo de convertir a Alemania en una fuerte y homogénea comunidad nacional pasaba por lograr el consenso de los alemanes en torno al ideal nacionalsocialista. Con este fin se desarrollaron una serie de mecanismos creadores de consenso. Estos, junto a los de represión antes descrita, acabaron por moldear la sociedad alemana al gusto de los dirigentes nazis. Pues bien, en este proceso -de ahí el título del capítulo- jugó un papel fundamental la propaganda. Esta, siguiendo las directrices marcadas por Goebbels, penetró a fondo en la mentalidad de los ciudadanos del III Reich.

Sebastian Haffner alude en numerosas ocasiones a la propaganda nazi en la segunda parte de su libro. Hace lo posible por describir el ambiente en el que vivía, esa presión que lo envolvía todo, y su efecto sobre las personas. Además, en determinados momentos también podemos vislumbrar cómo se fue creando la comunidad nacional: los que se sentían dentro la defendían y los que estaban fuera perdían toda esperanza de victoria o redención.

La omnipresencia de la propaganda.

«Uniformes pardos en las calles, desfiles, gritos de “Heil” (…) se celebraban desfiles a diario, se conmemoraban masivas horas solemnes, había continuas expresiones públicas de agradecimiento por la liberación nacional, música militar de la mañana a la noche, homenajes a los héroes, bendición de las banderas… La gente comenzó a participar, primero sólo por miedo. Sin embargo, tras haber tomado parte una primera vez, ya no quisieron hacerlo por miedo, así que terminaron incorporando el convencimiento político necesario. Éste es el mecanismo emocional básico del triunfo de la revolución nacionalsocialista».

El régimen nacionalsocialista se sirvió, para cumplir sus objetivos, de una propaganda omnipresente. Esta, con el fin de llegar al mayor número de individuos, puso en práctica abundantes innovaciones en el campo de la comunicación. La utilización de todos los resortes que encontrasen a su disposición y la intromisión en todos los ámbitos de la vida de las personas, tanto el público como el privado, fueron dos de las características fundamentales de la maquinaria propagandística de Goebbels.

En Historia de un alemán se destaca también, en lo referente a la propaganda, la omnipresencia de la misma y los múltiples canales por los que ésta viajaba. Los desfiles, los carteles, la radio, la prensa, el cine, el ámbito profesional, la familia… el partido lograba entrar en la vida del individuo y empaparla de sus ideales, logros y proyectos. Esto, como vemos en la obra de Haffner, podía provocar entusiasmo, miedo o rechazo; pero, independientemente de cual de las tres suscitase –también podía suceder que una persona la percibiese de dos o tres maneras a la vez-, lo que está claro es que a nadie dejaba indiferente. El nacionalsocialismo estaba, para bien o para mal, en boca de todos.

La creación de un amplio consenso.

«Ni siquiera los que por entonces se convirtieron en nazis sabían realmente en lo que se estaban convirtiendo; tal vez pensasen que estaban a favor del nacionalismo, del socialismo, en contra de los judíos y a favor de 1914-1918, y la mayoría se alegraban en secreto por la perspectiva de vivir nuevas aventuras ante el gran público y presenciar un nuevo 1923, pero todos, por supuesto, manteniendo las formas “humanitarias” propias de un “pueblo cultivado”. Probablemente la mayoría le miraría a uno con sorpresa ante la pregunta de si estaban a favor de las salas oficiales de tortura permanente o de los pogromos ordenados por el Estado».

La creación de consensos fue una de las grandes obras maestras de los nacionalsocialistas: lograr, de manera eficaz, la adhesión a su causa de distintos grupos por medio de las posibles coincidencias ideológicas o de intereses fue fundamental para la creación de la comunidad nacional y, por tanto, para el triunfo de Hitler. Así, durante el III Reich se llegaron a identificar con el nacionalsocialismo una serie de ideales que compartían la mayoría de los alemanes. Por tanto, el que no era nazi no defendía esas ideas y, en consecuencia, resultaba peligroso para la comunidad nacional.

Esos consensos vienen muy bien reflejados y analizados en la obra de Sebastian Haffner. El intelectual alemán trata de conducirnos en varias ocasiones por la mente de aquellos alemanes que, compartiendo parte del programa del nacionalsocialismo, decidieron abrazar, en virtud de esos puntos, la ideología hitleriana. Eran, según nos muestra Haffner, personas que no respaldaban de forma directa los crímenes nazis, pero que con su apoyo al ideario común sostenían también aquello con lo que no comulgaban. Era como un mal menor e ineludible para alcanzar esos grandes ideales.

La exaltación del nacionalismo.

«…la alegría ávida e infantil que supone el hecho de ver el propio país representado en el mapa por una mancha de color cada vez más y más grande, la sensación de triunfo por las victorias conseguidas, el placer ante la humillación y el sometimiento ajenos, el gozoso paladeo del temor que uno inspira, el autobombo nacional al estilo de “maestros cantores”, la manipulación onanista en torno al pensamiento “alemán”, al sentimiento “alemán”, a la lealtad “alemana”, al hombre “alemán”…»

Sin duda, de entre los ideales que hicieron posibles la formación de consensos y, por tanto, la configuración de la comunidad nacional, el nacionalismo fue el que jugó un papel más destacado. La identificación del partido nazi con la nación y, en consecuencia, la exclusión de la misma de todo aquel contrario al nacionalsocialismo, tuvo un peso vital en el triunfo de Hitler.

Sebastian Haffner refleja de un modo muy particular esa exaltación nacional: nos remite a su propia figura; es decir, un alemán que tiene que renunciar a su patria por el hecho de no comulgar con un régimen totalitario. Así, con ese negarse a despreciar lo extranjero, lo extraño, va engrosando las filas de los que resultan peligrosos para la comunidad nacional. No comparte el afán germanizador de los nacionalistas, esa exaltación infantil de lo alemán. Por esa razón, no tiene más remedio que “jugar” contra su propio país: desear su ruina.

Bibliografía:

[1] Historia de un alemán; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2005.

[2] El pacto con el diablo; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2007.

[3] Los siete pecados capitales del Imperio Alemán en la Primera Guerra Mundial; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2006.

[4] Anotaciones sobre Hitler; Sebastian Haffner – Galaxia Gutenberg – Barcelona – 2002.

[5] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[6] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[7] La Primera Guerra Mundial; Hew Strachan – Barcelona – Crítica – 2004.

[8] El periodo de entreguerras en Europa; Martin Kitchen – Madrid – Alianza Editorial – 1992.

[9] Sociedad y cultura en la República de Weimar: el fracaso de una ilusión; José Ramón Díez Espinosa – Valladolid – Universidad – 1996.

[10] El desempleo de masas en la Gran Depresión. Palabras, imágenes y sonidos; José Ramón Díez Espinosa – Valladolid – Universidad – 2006.

La época Stresemann


«Había comenzado la única época de paz que ha vivido mi generación en Alemania: un periodo de seis años comprendidos entre 1924 y 1929, en el que Stresemann dominó la política alemana desde la cartera de Exteriores: “La época de Stresemann” (…) De repente la política dejó de ser una razón por la cual tirarse los trastos a la cabeza. Aproximadamente a partir de 1926 no hubo absolutamente nada digno de ser discutido (…) Sin embargo, en aquel momento sucedió algo extraño: (…) resultó que toda una generación de alemanes no supo qué hacer con un regalo consistente en gozar de una vida privada en libertad. Alrededor de veinte generaciones de niños y jóvenes alemanes habían estado acostumbrados a que el ámbito de lo público les suministrara gratis, por así decirlo, todo el contenido de sus vidas, la esencia de sus emociones más profundas, del amor y del odio, del júbilo y de la tristeza, pero también de todos los hechos sensacionales y cualquier estado de excitación, aunque vinieran acompañados de pobreza, hambre, muerte, confusión y peligro».

La época Stresemann constituyó el segundo momento, en esta ocasión más prolongado, de la estabilidad que vivieron los alemanes tras los sucesos de 1914. Sin embargo, bajo esta superficie aparentemente en calma se mantenía un sustrato peligroso, cuyas características no dejaban de resultar sorprendentemente parecidas a las de la Gran Guerra, el putsch de Kapp, o la intentona muniquesa de Hitler.

En su opinión, toda una generación de alemanes acostumbrados a las emociones de la última década, no fue capaz de adaptarse y aceptar la normalidad impuesta por Stresemann.

El fin de la crisis.

«Entonces ocurrió algo extraño. Un día empezó a propagarse el increíble cuento de que pronto volvería a haber dinero “de valor constante” y al poco tiempo el rumor se hizo realidad (…) Unas semanas antes Stresemann se había convertido en canciller. La política se volvió mucho más tranquila de repente. Nadie hablaba ya de la caída del Reich. Las “agrupaciones” se retiraron a regañadientes a una especie de hibernación (…) Los redentores se esfumaron de las ciudades (…) Los directores de banco de veintiún años tuvieron que volver a buscar plazas como auxiliares y los alumnos de último curso tuvieron que volver a conformarse con su paga de veinte francos (…) El aire estaba impregnado de un ambiente de resaca, pero también de cierto alivio».

Tras la locura de 1923, Alemania volvió a la calma. Todas y cada una de las extravagancias, dificultades e incoherencias que habían marcado el llamado “año inhumano” fueron desapareciendo: la inflación, el problema diplomático con Francia, la vuelta de las agrupaciones políticas, la aparición de los líderes apocalípticos, las crisis políticas y territoriales, la inversión de los roles, la pasión por la juventud…

La crisis y sus múltiples manifestaciones se esfumaron; incluso ya no se oían rumores. La tranquilidad llegó a Alemania de la mano de Stresemann. Sin embargo, 1923 dejó plantada en la conciencia de los alemanes una peligrosa semilla de rencor: la certeza de que la República fue la responsable de todas las desgracias.

La fiebre por el deporte.

«Uno de estos presagios, malinterpretado en extremo e incluso fomentado y elogiado públicamente, fue la obsesión por el deporte que se adueñó de la juventud alemana en aquella época (…) Asistía a cualquier acontecimiento deportivo, conocía a todos los corredores y la mejor marca de cada uno, por no hablar de la lista de récords alemanes y mundiales, que habría sido capaz de recitar en sueños. La información deportiva desempeñaba el papel que diez años atrás habían representado los partes de guerra (…) No se les ocurrió que aquello era simplemente una forma de practicar y mantener vivo el encanto del juego de la guerra y la antigua representación del gran combate emocionante entre naciones, y que en modo alguno se “liberaban” “instintos bélicos”. No fueron conscientes de la conexión entre ambos hechos ni tampoco de la recaída».

Mientras todos estos acontecimientos se sucedían en la vida política alemana, la que Haffner llama “generación de los nazis” iba creciendo. Aquellos que de niños participaron en el juego de la guerra, y que de adolescentes sufrieron en sus propias carnes –para bien o para mal- la locura del “año inhumano”, se enfrentaron de pronto con un nuevo reto: el deporte.

Las competiciones deportivas se convirtieron en el sustitutivo de aquel entusiasmo que había embargado a los jóvenes en 1914 y 1923. En definitiva, dejando vivo el germen del belicismo, la República desaprovechó, una vez más, la oportunidad de formar una generación verdaderamente republicana.

El regreso a la inseguridad.

«Al día siguiente los periódicos traían este titular: “Stresemann +”. Nosotros al leerlos notamos un gélido sobresalto. ¿Quién iba a dominar a las bestias a partir de ahora? (…) Insultos en las columnas de los anuncios; uniformes diarreicos en las calles y rostros molestos ante ellos por primera vez; los silbidos y el traqueteo de una música marcial estridente y ordinaria. En la Administración, desconcierto; en el Reichstag, alboroto; los periódicos llenos de información sobre una crisis de Gobierno lenta e inacabable».

La desaparición de Stresemann marcó el inicio de una nueva etapa de convulsiones para Alemania. Tal vez Haffner exagera un poco al atribuir a la muerte de este político casi todo el peso de la “vuelta a la inseguridad”; sin embargo, no cabe duda de que este hecho tuvo su peso a la hora de iniciarse la crisis. Fue este un largo proceso de deterioro del sistema parlamentario alemán que culminó en 1933 con el ascenso de Hitler a la cancillería.

Pero, especialmente, fue un periodo de grandes cambios en la vida diaria de los alemanes. La crisis económica, el desempleo, la reaparición de las agrupaciones políticas, y la falta de reacción por parte de los sucesivos gobiernos fueron algunos de los rasgos que marcaron esos tres años de convulsiones.

Bibliografía:

[1] Historia de un alemán; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2005.

[2] El pacto con el diablo; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2007.

[3] Los siete pecados capitales del Imperio Alemán en la Primera Guerra Mundial; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2006.

[4] Anotaciones sobre Hitler; Sebastian Haffner – Galaxia Gutenberg – Barcelona – 2002.

[5] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[6] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[7] La Primera Guerra Mundial; Hew Strachan – Barcelona – Crítica – 2004.

[8] El periodo de entreguerras en Europa; Martin Kitchen – Madrid – Alianza Editorial – 1992.

[9] Sociedad y cultura en la República de Weimar: el fracaso de una ilusión; José Ramón Díez Espinosa – Valladolid – Universidad – 1996.

[10] El desempleo de masas en la Gran Depresión. Palabras, imágenes y sonidos; José Ramón Díez Espinosa – Valladolid – Universidad – 2006.

El año inhumano (1923)


«Ninguna nación del mundo ha experimentado nada equivalente al acontecimiento alemán de “1923”. Todas han vivido una Guerra Mundial, la mayoría también revoluciones, crisis sociales, huelgas, reclasificaciones de bienes y devaluaciones de la moneda. Sin embargo, ninguna ha experimentado el desbordamiento fantástico y grotesco de todo eso a la vez (…) esa danza de la muerte carnavalesca y gigante, esa saturnal eterna, sangrienta y grotesca, en la que no sólo se devaluó la moneda, sino todos los demás valores. El año 1923 preparó a Alemania no para el nazismo en particular, sino para cualquier aventura fantástica».

De esta forma comienza a relatar Sebastián Haffner los sucesos del año 1923. Durante esos meses, una república a la deriva y su población recién salida de los sufrimientos de la guerra, iban a experimentar una sucesión de acontecimientos sin precedentes en la Historia. En este artículo analizaremos la guerra del Ruhr; después iremos repasando los demás.

La tirantez de las relaciones diplomáticas franco-germánicas en lo que al pago de las compensaciones de guerra se refirió, estuvo a punto de generar un nuevo conflicto armado entre ambas potencias. La llamada guerra del Ruhr -la resistencia alemana a plegarse a las exigencias francesas- tuvo para ambos contendientes, especialmente en el caso de los primeros, unas consecuencias desastrosas. Los costes de mantener el pulso con los franceses obligó al Estado alemán a imprimir gran cantidad de papel moneda, lo que acabó generando la mayor inflación de la Historia del país y, en consecuencia, una gran crisis:

«En el mismo Ruhr se produjo una especie de huelga pagada. No sólo los obreros recibieron dinero, sino también los empresarios, sólo que les pagaron demasiado bien, tal y como supimos poco después. Al cabo de unos meses la Guerra del Ruhr, que tan prometedoramente había comenzado con el juramento del Rütli, se impregnó de un inconfundible olor a corrupción. Pronto dejó de alterar el ánimo de todos. Nadie se preocupaba por la región del Ruhr, pues en casa ocurrían cosas mucho más inverosímiles».

La inflación.

«Entonces el marco enloqueció. Y poco después de la Guerra del Ruhr la cotización del dólar se disparó hasta alcanzar los veinte mil marcos, luego se mantuvo durante un tiempo, ascendió a cuarenta mil, vaciló unos momentos y después empezó a repetir la cantinela de los diez mil y los cien mil a trompicones, con pequeñas oscilaciones periódicas (…) miramos a nuestro alrededor y nos dimos cuenta de que aquel acontecimiento había destruido nuestra vida diaria. Todos los que tenían una cuenta de ahorro, una hipoteca o cualquier otro tipo de inversión vieron como éstas desaparecían de la noche a la mañana».

La cotización del marco, que desde el final de la Gran Guerra se había mantenido en un constante y leve proceso de devaluación, se hundió en 1923. La causa principal: los hechos acaecidos en el Ruhr. En pocas semanas la moneda alemana perdió buena parte de su valor. Se inició así un frenético proceso que se mantuvo en los meses siguientes.

De especial interés es la descripción que en Historia de un alemán se hace de los aspectos cotidianos de la vida de los ciudadanos. Cabe destacar entre estos el episodio en el que Sebastian Haffner relata cómo se distribuía el sueldo familiar para evitar que la devaluación monetaria afectase a su valor.

Crisis moral y social.

«Entre tanto sufrimiento, desesperación y pobreza extrema fue desarrollándose un culto a la juventud apasionado y febril, una avidez y un espíritu carnavalesco generalizado. De repente fueron los jóvenes y no los viejos quienes tenían dinero».

Como nos describe Sebastian Haffner, en el ámbito social la crisis de 1923 tuvo fundamentalmente dos consecuencias: llevó a la miseria a buena parte de la población y realzó el valor de la juventud. Ser joven en la Alemania del “año inhumano”, fue en numerosas ocasiones una ventaja. Gracias a su mayor habilidad y desparpajo en el campo de la especulación, estos lograron hacerse con importantes sumas de dinero en muy poco tiempo y sin apenas esfuerzo.

De esta forma, un mundo enloquecido en el cual los pilares básicos que lo sustentaban se habían hundido en apenas unas semanas, tenía que sufrir irremediablemente una crisis en sus valores morales. Y de hecho eso fue lo que sucedió: Alemania vivió sumergida en un ambiente carnavalesco durante buena parte de ese periodo.

Los rumores de la crisis.

«Jamás habían circulado tantos rumores: Renania había abandonado, el káiser había vuelto, los franceses nos habían invadido. Las “agrupaciones” políticas tanto de izquierdas como de derechas que habían estado vegetando durante años reanudaron de pronto su actividad febril. Realizaban prácticas de tiro en los bosques situados alrededor de Berlín; se filtraban rumores de un “ejército del Reich en la sombra” y se oía hablar mucho de “ese día” (…) De hecho, durante unos días existió una República Renana. Por espacio de algunas semanas Sajonia tuvo un régimen comunista, ante el cual el Gobierno del Reich reaccionó enviando el ejército. Y un buen día el periódico publicó la noticia de que las tropas de Küstrin habían emprendido una marcha sobre Berlín».

En una situación tan penosa no era de extrañar que por el país circulasen todo tipo de rumores que, a falta de confirmación oficial, nadie sabía a ciencia cierta si eran o no reales. Sin embargo, independientemente de la veracidad de la información que a la población le llegaba, lo cierto es que en Alemania estaban sucediendo cosas muy graves. Haffner, además de relatarnos todos estos rumores e indicarnos cuales de ellos eran reales, hace especial hincapié en un rasgo característico de este periodo de crisis: el fortalecimiento y radicalización de las agrupaciones políticas.

La crisis facilitó el surgimiento de numerosos agitadores de masas. Personajes que, con ideas absurdas en muchos casos, lograban atraerse a buena parte de la población. Especial mención merece, por el papel que en la Historia acabó jugando, Adolf Hitler. De él destaca Haffner dos aspectos que le diferencian de los demás: el putsch del 9 de noviembre de 1923, y su perseverancia. Es decir, mientras los demás se desvanecieron con la vuelta a la normalidad, Hitler supo mantenerse al acecho hasta que llegó su oportunidad. Veamos lo que nos cuenta el autor de Historia de un alemán:

«Poco a poco el ambiente se había vuelto apocalíptico. Cientos de redentores recorrían Berlín, gente con pelo largo y camisas de crin que declaraba haber sido enviada por Dios para salvar el mundo y malvivía gracias a esa misión. El que tuvo más éxito fue un tal Häusser, que operaba pegando anuncios en las columnas y convocando concentraciones masivas y tenía muchos adeptos. Según los diarios su equivalente en Múnich era un tal Hitler, quien, no obstante, se distinguía del primero por sus discursos, los cuales apelaban a la maldad con emoción, cosa que les hacía alcanzar un grado de intensidad insuperable (…) Mientras Hitler pretendía instituir un Reich milenario a través del genocidio de todos los judíos, en Turingia había un tal Lamberty que aspiraba a lo mismo mediante bailes populares, canciones y cabriolas en general (…) Durante dos días de noviembre el Häusser muniqués, es decir, Hitler, copó los titulares gracias a su insólito intento de organizar una revolución desde el sótano de una cervecería».

Bibliografía:

[1] Historia de un alemán; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2005.

[2] El pacto con el diablo; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2007.

[3] Los siete pecados capitales del Imperio Alemán en la Primera Guerra Mundial; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2006.

[4] Anotaciones sobre Hitler; Sebastian Haffner – Galaxia Gutenberg – Barcelona – 2002.

[5] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[6] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[7] La Primera Guerra Mundial; Hew Strachan – Barcelona – Crítica – 2004.

[8] El periodo de entreguerras en Europa; Martin Kitchen – Madrid – Alianza Editorial – 1992.

[9] Sociedad y cultura en la República de Weimar: el fracaso de una ilusión; José Ramón Díez Espinosa – Valladolid – Universidad – 1996.

[10] El desempleo de masas en la Gran Depresión. Palabras, imágenes y sonidos; José Ramón Díez Espinosa – Valladolid – Universidad – 2006.

La República entre 1919 y 1923


«Curiosamente, la República se mantuvo. “Curiosamente” es la palabra correcta y justa en vista de que, a más tardar, a partir de la primavera de 1919, la defensa de la República estuvo exclusivamente en manos de sus enemigos, pues, por aquel entonces, todas las organizaciones revolucionarias militantes habían sido abatidas, sus dirigentes estaban muertos, sus miembros diezmados, y sólo los Freicorps llevaban armas; los Freicorps que, en realidad, eran ya unos buenos nazis, sólo que sin el nombre. ¿Por qué no derrocaron a sus débiles dirigentes e instauraron ya entonces un Tercer Reich? Apenas les habría resultado difícil”.

La socialdemocracia -elemento predominante de la revolución de noviembre- llevó a cabo, una vez logrados sus objetivos, una amplia tarea anticomunista con el fin de evitar que en Alemania se repitieran los sucesos del octubre ruso. De esta forma, además de tratar de llevar la iniciativa revolucionaria mediante el control de los consejos de obreros, intentaron ganarse el apoyo de los poderes del antiguo régimen imperial: el ejército y la burguesía. Finalmente la República respaldada por los socialdemócratas se mantuvo, pero a costa de importantes concesiones a las fuerzas de la reacción. Desde ese momento, y especialmente a partir de 1923, estas controlaron los resortes del nuevo régimen.

El putsch de Kapp.

«Un sábado por la mañana, mientras la Brigada Ehrhardt desfilaba bajo la Puerta de Brandenburgo, el Gobierno se fugó (…) Kapp, el líder del golpe, proclamó la República Nacional bajo la bandera negra, blanca y roja, los obreros iniciaron la huelga, el ejército se mantuvo “leal al Gobierno”, la nueva Administración no logró ponerse en marcha y, cinco días más tarde, Kapp volvió a dimitir. El Gobierno regresó y exigió a los obreros que reanudaran su labor, pero entonces éstos demandaron su salario (…) la reacción del Gobierno fue volver a dirigir sus leales tropas contra los obreros…»

El putsch de Kapp constituyó el golpe más importante que, desde las filas de la reacción, recibió la República. Haciendo uso de la Brigada Ehrhardt, Kapp marchó sobre Berlín, llegando a esta ciudad poco después de que el gobierno huyese. Sin embargo, las numerosas dificultades con la que el viejo militar se encontró y, especialmente, la movilización obrera, propiciaron el fracaso de la breve experiencia militar.

En su obra, Sebastian Haffner nos narra cómo percibió él los acontecimientos que rodearon al putsch –en general con incertidumbre y desconfianza-, y cómo estos dejaron sus secuelas en la joven República. De estas consecuencias señala dos:

– El surgimiento de una relativa enemistad entre la República y la clase obrera, reprimida tras el fracaso de Kapp.

– La aparición –o reaparición en el primer caso- del nacionalismo radical alemán y de la simbología antisemita.

Las agrupaciones juveniles.

«Fue entonces cuando se adscribieron a agrupaciones “de verdad”, como la Asociación Nacional de Jóvenes Alemanes o la Agrupación Bismarck (las Juventudes Hitlerianas no existían aún), y pronto exhibieron en el colegio puños americanos, porras e incluso “rompecabezas”, se vanagloriaban de haber participado en peligrosas salidas nocturnas (…) siempre lo mismo: un par de rayas que de forma sorprendente y satisfactoria componían un ornamento simétrico parecido a un cuadrado. Enseguida estuve tentado de imitarlo. “¿Qué es eso?”, le pregunté por lo bajo. “Símbolos antisemitas”, me susurró él en estilo telegráfico (…) Éste fue mi primer encuentro con la cruz gamada».

A raíz del putsch de Kapp fueron surgiendo asociaciones juveniles de carácter nacionalista. Poco a poco aglutinaron a su alrededor un buen número de jóvenes, que eran adoctrinados en la ideología de la respectiva agrupación. Como se aprecia en este fragmento extraído de Historia de un alemán, la violencia y la simbología -especialmente antisemita- eran dos características fundamentales de estas asociaciones. En relación con esto hay que añadir la importancia que sus miembros daban a la forma física, y el carácter militarista de estos grupos.

La época Rathenau.

«Un día, los periódicos de mediodía trajeron simple y llanamente el siguiente titular: “Asesinado el ministro de Asuntos Exteriores Rathenau”. Tuvimos la sensación de que el suelo se esfumaba bajo nuestros pies y ésta se intensificó al leer de qué forma tan extremadamente sencilla, carente de esfuerzo y casi obvia se había producido el hecho (…) Era obvio que el futuro no les pertenecía a los Rathenau, que se esforzaban por convertirse en personalidades excepcionales, sino a los Techov y Fischer, que simplemente aprendían a conducir y a disparar».

El primer atisbo de estabilidad del que pudieron gozar los alemanes tras la Gran Guerra fue la época de Rathenau. Sin embargo, como muy bien indica Sebastian Haffner en su libro, aquellos no eran años para gente como este ministro de Exteriores. Era la época de los que, por la fuerza, imponían sus criterios al conjunto de la población. Así, la figura que mantenía en pie a la República, se esfumó: asesinado por ser judío y dar estabilidad al régimen político alemán; esto -sobra decirlo- no favorecía nada a los grupos antisistema.

Además, como conclusión a este capítulo, el autor nos revela una idea que poco a poco comenzó a estar presente en las conciencias de los alemanes: “nada de lo que hace la izquierda funciona”. Se barruntaba, pues, la pérdida de credibilidad de la socialdemocracia que, al fin y al cabo, era el baluarte del sistema de Weimar.

Bibliografía:

[1] Historia de un alemán; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2005.

[2] El pacto con el diablo; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2007.

[3] Los siete pecados capitales del Imperio Alemán en la Primera Guerra Mundial; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2006.

[4] Anotaciones sobre Hitler; Sebastian Haffner – Galaxia Gutenberg – Barcelona – 2002.

[5] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[6] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[7] La Primera Guerra Mundial; Hew Strachan – Barcelona – Crítica – 2004.

[8] El periodo de entreguerras en Europa; Martin Kitchen – Madrid – Alianza Editorial – 1992.

[9] Sociedad y cultura en la República de Weimar: el fracaso de una ilusión; José Ramón Díez Espinosa – Valladolid – Universidad – 1996.

[10] El desempleo de masas en la Gran Depresión. Palabras, imágenes y sonidos; José Ramón Díez Espinosa – Valladolid – Universidad – 2006.

1923-1939: la vendetta alemana

 Artículo publicado por la web Club Lorem Ipsum el 30 de marzo de 2007.


Sebastian Haffner escribió en su juventud que nada había envenenado tanto el alma de los alemanes como los sucesos del año 1923. El berlinés afirmaba que ninguna nación del mundo había experimentado un acontecimiento equivalente: “todas han vivido una Guerra Mundial, la mayoría también revoluciones, crisis sociales, huelgas, reclasificaciones de bienes y devaluaciones de la moneda. Sin embargo, ninguna ha experimentado el desbordamiento fantástico y grotesco de todo eso a la vez (…) esa danza de la muerte carnavalesca y gigante, esa saturnal eterna, sangrienta y grotesca, en la que no sólo se devaluó la moneda, sino todos los demás valores”.

El llamado “año inhumano” ha quedado reflejado también en obras de otros literatos, periodistas e historiadores como si se tratase de un acontecimiento demente a la par que clave en la experiencia vital del género humano. No obstante, sólo en los escritos de este alemán he encontrado una conclusión tan certera y lanzada con tanta decisión:

“El año 1923 preparó a Alemania no para el nazismo en particular, sino para cualquier aventura fantástica”.

Para entender qué sucedió en Alemania en el año 1923 hay que remontarse a los días de la Gran Guerra (1914-1918). Durante casi un lustro el II Reich luchó hasta la extenuación en un conflicto que difícilmente podía ganar. La decepción de la derrota, la penosa situación en la que se encontraba el país tras la contienda y las duras sanciones impuestas por los vencedores lastraron el desarrollo del sistema republicano nacido en noviembre de 1918.

Sin embargo, la situación germana fue mejorando en los siguientes años: la nación, aunque todavía envenenada interiormente por el amargo fruto de la derrota, parecía tender a estabilizarse. Todo hubiera seguido su rumbo ascendente si Francia, celosa defensora de sus intereses, no hubiera decidido intervenir nuevamente en los asuntos alemanes.

La IV República, necesitada de fondos para salir de una crisis de posguerra que también afectó a los vencedores, exigía al Estado germano el pago de las indemnizaciones atrasadas. La negativa alemana a saldar esa ingente deuda tuvo como respuesta la invasión de la región industrial del Ruhr por parte de los franceses. Fue entonces cuando los obreros germanos de esa comarca se declararon en huelga. Se produjeron disturbios y enfrentamientos entre el ejército ocupante y los huelguistas que se saldaron con varios muertos.

La maquinaria industrial alemana se paró y la economía se fue al traste. Al mismo tiempo la moneda se desplomaba en un proceso inflacionista sin precedente en la Historia.

Los ahorros de los ciudadanos perdían todo su valor, y los precios aumentaban con el paso de las horas. En Alemania se vivieron días de auténtica locura, pero no faltaron los que, con cierta dosis de audacia y pocos escrúpulos, aprovecharon la situación para enriquecerse. El final de la crisis no tardó en llegar, pero en la mente de los alemanes quedó grabado el recuerdo de ese “año inhumano”.

Fueron muchas las causas que favorecieron el ascenso de Hitler a la responsabilidad de canciller. Una de ellas fue, sin lugar a dudas, el recuerdo de los sucesos de 1923.

Pasaron diez años entre la locura del carnaval teutón y la constitución del primer gobierno del Führer; sin embargo, en la memoria de los alemanes seguían muy vivas la demencia, privaciones y humillaciones del “año inhumano”. Los nacionalsocialistas, como en muchos otros aspectos, supieron aprovechar de ese recuerdo lo que mejor se adaptaba a sus necesidades.

A aquellos que se beneficiaron con los acontecimientos del pasado –jóvenes que habían disfrutado con el juego del carnaval- les prometieron más dosis de esa extraña droga. Mientras, a los que temían la repetición de esos hechos, les aseguraron que en el III Reich reinaría la estabilidad. Y estos dos objetivos, aunque parezca curioso, no entraban en contradicción: la esquizofrénica maquinaria nacionalsocialista estaba perfectamente capacitada para mostrar al pueblo teutón el espejismo que este desease.

Cada alemán guardó su propio recuerdo del año 1923. Lo escondieron en las profundidades de su alma, y de ahí se evadió con fuerza cuando llegó su momento.

Un país entero estaba dispuesto a enseñar las heridas o los trofeos –depende el caso- de tan extraños días. Cada persona le pidió al nuevo régimen que hiciera realidad sus sueños; deseos de lo más variopintos. Sin embargo, casi todos parecían tener algo en común: necesitaban vengarse de las humillaciones sufridas.

Cierto es que los franceses habían encendido la mecha de semejante polvorín, pero fueron otros los que se beneficiaron de la situación de Alemania. Durante aquellos meses miles de inmigrantes del este y centro de Europa vivieron en las ciudades alemanas como auténticos marqueses. Aprovecharon la fortaleza de las divisas de sus respectivos países para hacer realidad sus fantasías de poder, riqueza y diversión. Los germanos sumidos en el caos y la pobreza fueron testigos de cómo los extranjeros se beneficiaban de su propia miseria.

El literato húngaro Sándor Márai nos relata en Memorias de un burgués sus vivencias en el Berlín de ese año. Se trata de un texto fundamentalmente descriptivo, pero en algunos párrafos encontramos valiosas reflexiones de este intelectual: “Estábamos unidos por unos lazos poco éticos, apartados de los alemanes y, en cierto modo, aliados en su contra, y no me habría sorprendido si un día nos hubiesen echado de la ciudad a patadas. Pero los alemanes, asombrados, se limitaban a callar (…), todos puestos en fila, mudos y severos, servían de telón de fondo para los desfiles tambaleantes de aquellas hordas”.

Años después fueron los nazis los que ofrecieron a los teutones la posibilidad de vengarse de polacos, checoslovacos, húngaros y rusos. Hitler defendía en sus postulados la inferioridad de estos pueblos y la necesidad de convertirlos en siervos del III Reich.

Sin embargo, tras el maltrato y el desprecio de los ejércitos alemanes a las gentes del Este se escondía algo más que los postulados ideológicos del nacionalsocialismo. Se trataba de una venganza por las humillaciones sufridas durante el año 1923; vendetta que no tenía sentido en el caso de los enemigos occidentales, por eso allí las crueldades fueron menores. Alemania purgó el recuerdo del “año inhumano” con las atrocidades de su guerra oriental.

Bibliografía:

[1] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[2] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[3] El periodo de entreguerras en Europa; Martin Kitchen – Madrid – Alianza Editorial – 1992.

[4] Sociedad y cultura en la República de Weimar: el fracaso de una ilusión; José Ramón Díez Espinosa – Valladolid – Universidad – 1996.

[5] El mundo de ayer. Memorias de un europeo; Stefan Zweig – Barcelona – El Acantilado – 2002.

[6] Memorias de un burgués; Sándor Márai – Barcelona – Salamandra – 2006.

[7] Historia de un alemán; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2006.