La cultura de los reinos cristianos en los siglos XI y XII


Clase pensada para alumnos de 2º de ESO dentro de una experiencia de flipped learning. En este vídeo se resumen los principales aspectos culturales de los siglos XI y XII en los reinos cristianos peninsulares: las lenguas romances, las escuelas de traductores, el Camino de Santiago… Esta información se complementa con un primer vídeo dedicado a los reinos de León y Castilla, otro sobre la formación de la Corona de Aragon y una última clase centrada en la España musulmana de la época (almorávides, almohades y reino de Granada).

Sociedad y cultura en al-Ándalus

Clase pensada para alumnos de 2º de ESO dentro de una experiencia de flipped learning. En este vídeo se aborda la explicación de la sociedad, la cultura y el arte andalusí entre los siglos VIII y XI. Esta información se complementa con un vídeo dedicado a la evolución política y otro donde se explica la economía de la España musulmana.

Castilla y Aragón durante los siglos XIII y XIV: arte y cultura

Clase pensada para alumnos de 2º de ESO dentro de una experiencia de flipped learning. En este vídeo, en concreto, se explican los principales rasgos del arte y la cultura de Castilla y Aragón en los siglos finales de la Edad Media. Esta información se complementa con el desarrollo político, económico y social de esos reinos, que es objeto de análisis en otros dos vídeos.

Democratización y modernización en España

De todo lo anterior no cabe concluir que el estudio del cambio de régimen en España pueda prescindir del análisis de las transformaciones económicas, sociales y culturales acaecidas en los años sesenta y setenta, sino más bien que estas permitieron e incluso facilitaron –pero no determinaron- una salida democrática a la dictadura, en la cual desempeñaron un papel igualmente decisivo otros factores, de naturaleza esencialmente política, que también merecerán nuestra atención.

Charles Powell, España en democracia, 1975-2000, p. 21.

Puerilismo IV

Desde luego no comprendemos el deporte moderno entre las mencionadas aficiones y juegos de sociedad. Es cierto que el ejercicio físico, la caz, los certámenes son, por excelencia, funciones de juventud en las sociedades humanas; pero aquí se trata de una juventud saludable y salvadora. Sin certámenes no hay cultura. El hecho de que nuestro tiempo haya encontrado en el deporte y sus certámenes una nueva forma internacional de satisfacer las antiguas grandes necesidades agonales, es quizá uno de los elementos que más puedan contribuir a conservar la cultura. El deporte moderno es en gran parte un regalo hecho por Inglaterra al mundo; regalo que el mundo ha llegado a manejar bastante mejor que otro regalo, también de Inglaterra, que es la forma de gobierno parlamentaria y la administración de la justicia realizada por tribunales de jurados. El nuevo culto a la fuerza corporal, la destreza y el valor, para las mujeres y los hombres, tiene en sí mismo indudablemente considerable importancia como factor positivo de cultura. El deporte crea fuerza vital, afán de vivir, orden y armonía, todas cosas sumamente valiosas para la cultura.

Y, sin embargo, también en la vida de los deportes se ha insinuado el puerilismo actual de varias maneras. Surge el puerilismo cuando el certamen toma formas que reprimen por completo el interés en los espiritual, como sucede en algunas universidades americanas. Insinúase cautelosamente en la organización excesiva de la vida deportiva misma y en la importancia exagerada que va tomando la rúbrica de deportes en los periódicos y revistas y que muchos consideran como su alimento espiritual. Se muestra de forma elocuentísima allí donde la buena fe del certamen tropieza con las pasiones nacionales u otras.

Johan Huizinga, Entre las sombras del mañana, p. 157

Perspectivas

Un partidario de la radio y de la película como medios de enseñanza ha escrito un libro: The decline of the writen word (El ocaso de la palabra escrita), en donde, con alegre convicción, vaticina un porvenir próximo en el cual los niños se alimentarán con reproducciones cinematográficas y con palabras habladas. ¡Enrome paso hacia la barbarie! ¡Eficacísimo medio para paralizar en la juventud el pensamiento y mantenerla en un estado de puerilidad y además, probablemente, sumergirla en profundo aburrimiento!

La barbarie no sólo puede coexistir con una elevada perfección técnica, sino que puede ir unida también a la general difusión de la enseñanza pública. Inferir el grado de cultura por el retroceso del analfabetismo es ingenuidad de un periodo ya superado. Cierta cantidad de conocimientos escolares no garantiza en ningún modo la posesión de cultura. Observando el estado espiritual general de nuestro tiempo, ¿podría calificar alguien de pesimista exagerado al que se expresara en término plañideros como los siguientes?

Por doquiera pululan el error y la mal inteligencia. Más que nunca parecen los hombres esclavos de vocablos y de lemas, que les inducen a matarse unos a otros.

Johan Huizinga, Entre las sombras del mañana, p. 195

Presentimientos de decadencia II

Los años mismos de la Gran Guerra no trajeron aún la peripecia. La atención de todos quedaba cautivada por las preocupaciones inmediatas: arrostrémos la guerra con todas nuestras fuerzas, y después, cuando haya pasado, lo reconstruiremos todo en un nivel muy superior; más aún: llegaremos a crear una bienandanza perdurable. Incluso los primeros años de la posguerra transcurrieron para muchos en la expectación optimista de un internacionalismo bienhechor. Luego, el incipiente pseudoflorecimiento de la industria y del comercio que quedó truncado en 1929, impidió durante algunos años el que surgiera en general pesimismo acerca de la cultura.

Pero ahora la conciencia de que vivimos en una tremenda crisis cultural, que arrastra al mundo hacia una catástrofe final, se ha difundido en amplias esferas. «La Decadencia de Occidente», de Spengler, dio la voz de alerta a un sinnúmero de gentes de todo el mundo. No es que todos los lectores del famoso libro se hayan convertido a las opiniones allí expuestas. Pero a los que estaban instalados firmemente en una impremeditada fe progresista les ha familiarizado con la idea de un posible descenso de la cultura actual.

Johan Huizinga, Entre las sombras del mañana, p. 18.

La originalidad del historiador

El historiador será aquel que, dentro de su sistema de pensamiento (pues, por amplias que sean su cultura y, como suele decirse, su abertura de espíritu, todo hombre, por lo mismo que adopta una forma, acepta unas limitaciones), sepa plantear el problema histórico del modo más rico, más fecundo, y acierte a ver qué preguntas interesa hacerle a ese pasado. El valor de la historia, y por tal entiendo tanto su interés humano como su validez, se halla, en consecuencia, estrechamente subordinado al genio del historiador -pues, según decía Pascal, «cuanto más talento se tiene, más se encuentra que son numerosos los hombres originales», y más los tesoros por recuperar en el pasado del hombre.

Henri-Irénée Marrou, El conocimiento histórico, p. 54.

La crisis cultural


La Guerra acabó por minar la confianza que el hombre contemporáneo había depositado en la razón. De esta forma, durante el periodo posbélico un enorme pesimismo invadió la cultura europea: se había perdido la fe ciega en el progreso ilimitado y en el hombre occidental. Además, a esta crisis intelectual se sumó una profunda transformación moral, tras la cual los valores de preguerra quedaron completamente trastocados. Como bien señala Walter Gropius, un mundo había llegado a su fin:

“Esto es algo más que una guerra perdida. Un mundo ha llegado a su fin. Debemos buscar una solución radical a nuestros problemas”.

Al mismo tiempo, con el regreso de los soldados a casa, se fue forjando el mito de la generación perdida. Esos jóvenes que en el verano de 1914 se habían lanzado a las calles en favor de la guerra, esos mismos que se habían alistado llevados por un hondo sentimiento romántico, volvían ahora del frente tras cuatro años de duros enfrentamientos. Todos habían perdido buena parte de su juventud en la trinchera, pero a algunos la guerra les habían quitado algo más. A los heridos, a los lisiado, a los ciegos… les había sido arrebatado su futuro, su vida. Es justamente uno de esos “desfiles de lisiados” el que narra E. M. Remarque en El regreso.

Creación literaria.

En lo referente a la cuestión literaria, hemos de destacar en primer lugar el importante cambio de rumbo que se produjo en la orientación de éstas obras. La crisis de los fundamentos ideológicos se tradujo en el ámbito cultural en un apogeo del pesimismo, cuyas principales manifestaciones fueron:

– O. Spengler en La decadencia de Occidente describía la estructura cíclica de las civilizaciones con el objetivo de señalar que la occidental se acercaba a su fin.

– H. Hesse en Demian criticó duramente los ideales de la guerra y planteaba la construcción de una nueva civilización con valores distintos.

– Marcel Proust elaboraba un entramado de obras en las que planteaba recuperar el tiempo perdido por el arte en los largos años de conflicto.

– L. Pirandello en sus obras teatrales planteaba el problema de la incertidumbre; afirmaba que el hombre no era ni quien creía ser ni el que los demás creían.

– T. S. Eliot en Tierra baldía abordaba la cuestión de la esterilidad del mundo presente: “Abril es el mes más cruel, criando / lilas de la tierra muerta, mezclando / memoria y deseo, removiendo / turbias raíces con lluvia de primavera. / El invierno nos mantenía calientes, cubriendo / tierra con nieve olvidadiza, nutriendo / un poco de vida con tubérculos secos. / El verano nos sorprendió, llegando por encima de Starnbergersee / con un chaparrón; nos detuvimos en la columnata, / y seguimos a la luz del sol, hasta el Hofgarten, / y tomamos café y hablamos un buen rato. / “Bin gar keine Russin, stamm´ aus Litauen, echt deutsch. / Y cuando éramos niños, estando con el archiduque, / mi primo, me sacó en un trineo, / y tuve miedo. El dijo, Marie, / Marie, agárrate fuerte. Y allá que bajamos. / En las montañas, una se siente libre. / Yo leo, buena parte de la noche, y en invierno me voy al sur

– James Joyce en Ulysses trataba la sordidez del mundo presente. A éste irlandés, cuya obra estaba destinada a revolucionar la literatura y el pensamiento de su tiempo, nos lo describe Stefan Zweig en El mundo de ayer:

“…en un rincón del café Odeon se sentaba, a menudo solo, un joven que llevaba una barbita de color castaño y unas gafas ostentosamente gruesas ante unos penetrantes ojos oscuros; me dijeron que era un escritor inglés de gran talento (…) El resentimiento contra Dublín, contra Inglaterra y contra ciertas personas había adoptado en él la forma de una energía dinámica que sólo se liberaba en la obra literaria. Pero él parecía amar esa dureza suya; nunca lo vi reír ni de buen humor. Daba siempre la impresión de una fuerza oscura concentrada en ella misma y, cuando lo veía por la calle, con los delgados labios estrechamente apretados y caminando siempre con pasos apresurados, como si se dirigiera a algún lugar determinado, me daba cuenta de la actitud defensiva y del aislamiento interior de su carácter mucho más que en nuestras conversaciones. Por eso después no me sorprendió en absoluto que fuera precisamente él quien escribiese la obra más solitaria, la menos ligada a todo y que se abatió sobre nuestra época como un meteoro”.

– F. Kafka describe la impotencia del ser humano en obras como El proceso y El castillo.

– T. Mann en La montaña mágica analiza una Europa enferma.

– A. Malraux en La tentación de Occidente critica los hábitos occidentales contraponiéndolos a los orientales.

– P. La Rochelle; Fuego fatuo.

Sin embargo, el balance de todo éste fenómeno, la obra que resumió toda su complejidad, fue El Anticristo de J. Roth. En él encontramos la esencia y la síntesis del pesimismo literario imperante en aquel periodo.

Fundamentos científicos e ideológicos.

En el ámbito científico y humanístico se apreciaron también los efectos de la crisis, plasmados fundamentalmente en el triunfo de la irracionalidad y de la filosofía vitalista. A continuación analizaremos éstos fenómenos de una forma más sistemática:

El pensamiento de éste periodo estuvo profundamente marcado por el auge de la irracionalidad, la intuición y la experiencia, poniéndose fin así al imperio de la razón. Esto afectó profundamente al campo de la especulación científica, donde:

– Se produjo una degradación del análisis.

– El principio de causalidad fue sustituido por la casualidad.

– Predominó el escepticismo especulativo.

– El principio de la incertidumbre de W. Heisenberg sumió en una profunda crisis a la teoría de Max Plank.

– La física tradicional entró en crisis con la aparición de la teoría de la relatividad de A. Einstein.

– Exaltación de disciplinas como la biología, la medicina y la genética; es decir, todo aquello que, por su relación con la naturaleza, era considerado superior a la razón.

En el campo económico, tras una larga guerra en la que se había consolidado el papel predominante del Estado en la vida económica de los países, se vio claramente que no era posible un retorno al liberalismo clásico. De ésta manera, fueron surgiendo nuevas teorías que tenían como fin último reorganizar la vida económica de posguerra en base a unos nuevos principios; o, más bien, acomodar los ya existentes a la nueva situación. Entre éstos teóricos destacó Keynes, acérrimo defensor del intervencionismo estatal, que en su opinión debía basarse en dos principios:

– La regulación de la economía a través de la gestión de la demanda.

– La solución de las crisis cíclicas a las que estaba condenado el liberalismo clásico.

En el ámbito de las ciencias humanas se produjo una exaltación de las fuerzas irracionales y una profunda crítica de la razón. Esto tuvo una enorme importancia para el Derecho, ya que el parlamento pasó a ser considerado como el aspecto racional de la organización política, y la autoridad y la fuerza la irracional. Por tanto, según este modelo de pensamiento, tomar el gobierno de una manera antidemocrática no sólo estaba perfectamente legitimado, sino que éste se consideraba un poder superior al emanado del parlamento.

También se desarrolló enormemente la música atonal –con ausencia de relaciones armónicas (tonalidad)-, donde destacaron figuras como Berg, Schönberg y Webern.

A modo de conclusión, podemos añadir que no sólo se trató de un declive de los propios valores, bases e ideas del mundo contemporáneo, sino que también influyó la pujanza de las alternativas culturales y científicas.

Alternativas a la crisis.

La crisis mental y cultural posterior a la Gran Guerra llevó a muchos artistas a buscar nuevas salidas: formas de afrontar y superar los problemas surgidos de ella. El fracaso de la razón, plasmado en la catástrofe bélica de 1914, llevó a muchos a renegar de ella, formándose así movimientos culturales que exaltaban la irracionalidad, el vitalismo y el absurdo. Sin embargo, otros prefirieron la huída, física o imaginaria, de la Europa de su tiempo. De ésta manera, podemos distinguir cuatro reacciones ante la crisis, dos del primer tipo y dos del segundo:

– El movimiento dadaísta, fundado en Zurich durante la Gran Guerra, trataba de denunciar el mal funcionamiento de la cultura, la moral, la sociedad… a través del arte. Para ello, argumentando que sólo la nada tenía significado, se basaron en lo absurdo, en lo carente de sentido. Entre sus miembros destacaron: H. Arp, Georg Grosz, T. Tzara…

– El surrealismo, derivación tardía del dadaísmo (1920-1923), estuvo también enormemente influido por las teorías de Sigmund Freud. De ésta manera, podemos considerar que éste movimiento artístico se formó a partir de dos herencias: el valor de lo absurdo y el afán de protesta dadaísta, y el automatismo psíquico -subconsciente e irracionalidad- de Jung y Sigmund Freud. Sobre éste último nos habla Stefan Zweig en sus memorias:

(Stefan Zweig, El mundo de ayer) “Había conocido a Sigmund Freud –ese espíritu grande y fuerte que como ningún otro de nuestra época había profundizado, ampliándolo, en el conocimiento del alma humana-, en una época en que todavía era amado y combatido como hombre huraño, obstinado y meticuloso (…) se había aventurado en las zonas terrenales y subterráneas del instinto, hasta entonces nunca pisadas y siempre evitadas con temor, es decir, precisamente la esfera que la época había solemnemente declarado tabú. Sin darse cuenta de ello, el mundo del optimismo liberal se percató de que aquel espíritu no comprometido con su psicoanálisis le socavaba implacablemente las tesis de la paulatina represión de los instintos por parte de la razón y el progreso, y de que ponía en peligro su método de ignorar las cosas molestas con la técnica despiadada de sacarlas a la luz”.

Entre los miembros de este movimiento, en su inmensa mayoría profundamente comprometidos con diversos grupos políticos, hay que destacar a los poetas G. Stein, A. Breton, P. Eluard y L. Aragon; a los pintores Y. Tanguy, R. Magritte, Joan Miró, P. Delvaux y Salvador Dalí; y al cineasta Luis Buñuel. Así nos describe El mundo de ayer la actividad de éstos nuevos fenómenos artísticos y culturales:

(Stefan Zweig, El mundo de ayer) “La nueva pintura dio por liquidada toda la obra de Rembrandt, Holbein y Velázquez e inició los experimentos cubistas y surrealistas más extravagantes. En todo se proscribió el elemento inteligible: la melodía en la música, el parecido en el retrato, la comprensibilidad en la lengua (…) se tiraba a la basura toda la literatura que no fuera activista, es decir, que no contuviera teoría política. La música buscaba con tesón nuevas tonalidades y dividía los compases; la arquitectura volvía las casas del revés como un calcetín, de dentro a afuera; en el baile el vals desapareció en favor de figuras cubanas y negroides; la moda no cesaba de inventar nuevos absurdos y acentuaba el desnudo con insistencia (…) Pero en medio de este caótico carnaval, ningún espectáculo me pareció tan tragicómico como el de muchos intelectuales de la generación anterior que, presas del pánico a quedar atrasados y ser considerados “inactuales”, con desesperada rapidez se maquillaron con fogosidad artificial e intentaron, también ellos, seguir con paso renqueante y torpe los extravíos más notorios”.

– La expatriación física fue otra de las salidas que se le presentó a la intelectualidad de la época: abandonar la patria para huir de la desilusión que había supuesto la guerra. Dentro de éste grupo encontramos a personajes como H. Hemingway, James Joyce, D. Herbert Lawrence y Lawrence de Arabia.

– Se produjo también una huída de Europa por medio de la imaginación, cuyos objetivos fueron civilizaciones lejanas o perdidas: H. Hesse se refugió en la India con su obra Siddartha; D. Herbert Lawrence, retornó al pasado azteca con La serpiente emplumada; Lawrence de Arabia se adentró con Los siete pilares de la sabiduría en el mundo árabe; H. Hemingway prefirió orientar su imaginación hacia el continente africano; Malinowski, fiel a su disciplina, retorno a épocas pasadas sirviéndose de teoría antropológicas; J. R. R. Tolkien se refugió en la Tierra Media, cuya defensa convirtió en una alegoría de la lucha entre la naturaleza y la industrialización que la destruye; Marcel Proust, como ya indicamos más arriba, continuó con su búsqueda del tiempo perdido; Otros prefirieron el regreso a la religión antigua. Éste fue el caso de J. Maritain y su neotomismo.

Bibliografía:

[1] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[2] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[3] El periodo de entreguerras en Europa; Martin Kitchen – Madrid – Alianza Editorial – 1992.

[4] Sociedad y cultura en la República de Weimar: el fracaso de una ilusión; José Ramón Díez Espinosa – Valladolid – Universidad – 1996.

[5] El mundo de ayer. Memorias de un europeo; Stefan Zweig – Barcelona – El Acantilado – 2002.

[6] El regreso; Erich Maria Remarque – 1931.

Aceleración del ritmo histórico


El estallido de la guerra no trajo consigo únicamente el enfrentamiento entre las grandes potencias mundiales en el conflicto más sangriento que hasta entonces había visto la Humanidad, sino que también favoreció la aceleración del ritmo histórico. Los nuevos fenómenos surgidos durante el periodo bélico acabaron por derribar las estructuras políticas, económicas, sociales y culturales del mundo contemporáneo; siendo así imposible una vuelta al orden vigente en el periodo anterior a la Gran Guerra.

Oleadas revolucionarias y crisis.

Tras los primeros meses de euforia y exaltación nacional, aquella guerra que en teoría iba a ser rápida y victoriosa parecía alargarse. De esta manera, la duración del conflicto, el poco previsible término del mismo a corto plazo, las dificultades en el frente y en la retaguardia, y los errores políticos y militares de determinados mandos, condujeron a crear un enorme descontento entre la población de las potencias combatientes. Como indica S. Haffner en el siguiente fragmento, la revolución fue preparándose poco a poco:

(Sebastian Haffner, Historia de un alemán) “Y entonces, a partir de octubre, empezó a avecinarse la revolución. Ésta fue preparándose poco a poco, como la guerra, con palabras y conceptos nuevos que de repente zumbaban en el aire y, lo mismo que la guerra, al final la revolución llegó casi por sorpresa”.

El fin del consenso social y político logrado en el verano de 1914, abrió una etapa de crisis y revoluciones dentro de los países contendientes. De la adaptación del gobierno a las estructuras vigentes y a las reivindicaciones de sus ciudadanos dependía que se tratase de lo primero –crisis- o de lo segundo –revolución-. Sin embargo, para facilitar la comprensión de estos fenómenos, seguiremos un criterio cronológico en su descripción:

-Revoluciones socialista y conflictos profesionales (mil novecientos diecisite y mil novecientos dieciocho) manifestados en: movimientos huelguistas en Rusia, Suecia, Alemania, Austria, Italia y Gran Bretaña; motines militares en Rusia, Francia, Alemania, Italia, Gran Bretaña, Austria, Bulgaria, Turquía y Portugal; y revoluciones bolcheviques en Rusia y Finlandia.

– Estallido socialdemócrata (otoño de mil novecientos dieciocho) en Alemania, Hungría, Suecia, Dinamarca, Holanda, Suiza y Noruega.

– Revoluciones comunistas en Centroeuropa -Alemania, Hungría y Austria-, y agitaciones marginales en Italia, Francia y Gran Bretaña (1919).

Factores desestabilizadores.

En contra de lo que se pensó en un principio, la oleada revolucionaria del final de la Gran Guerra no se limitó al espacio ruso; es más, Rusia ni siquiera fue el origen. Por tanto, con el fin de extraer un modelo aplicable a los distintos países beligerantes, hemos de buscar los factores comunes de la crisis:

– Factor psicológico; las repercusiones de una guerra larga y los efectos negativos de la propaganda, tornaron la euforia de los primeros días del conflicto en desilusión. Tanto entre las trincheras como en la retaguardia crecía la indignación y, de forma global, la sensación de vivir una guerra inútil. Los frentes se estabilizaron, favoreciendo la falta de actividad de los propios soldados, entre los que aumentaba día tras día la desmoralización, la indisciplina y las deserciones.

– Factor político; por su parte, los movimientos pacifistas fueron tomando fuerza. De esta forma podemos distinguir tres tendencias: a título individual, cuyos principales representantes fueron B. Russel, R. Rolland, S. Zweig, Guilboux…; de inspiración católica, de la mano del Papa Benedicto XV; y de inspiración socialista, mediante la convocatoria de tres congresos: primero uno para los partidos socialistas de los países neutrales, celebrado en Copenhague (1915); después otro para los partidos socialistas de cada uno de los bloques por separado, en Londres y Viena respectivamente; y por último se convocó uno de carácter general en Estocolmo, que nunca llegó a realizarse.

-Factor económico; la escasez de alimentos, plasmada en las largas colas para recoger los cupones de racionamiento, las listas de productos racionados, y las “recetas milagrosas” recogidas en los periódicos, propició que naciera un nuevo frente de guerra: la retaguardia. Faltaban alimentos, el vestuario era escaso y la población se hacinaba en incómodos y pequeños alojamientos. Además, los ciudadanos comprobaban también como iban perdiendo poder adquisitivo; es decir, como subían más los precios que los salarios. El jefe de la policía berlinesa nos aporta una visión global de las consecuencias de la guerra en la retaguardia:

“…nadie aquí puede aguantar por mucho tiempo con las raciones entregadas, y menos cuando las raciones de pan, de materias grasas, de patatas y de carne se han ido viendo reducidas varias veces ya (…) Durante el verano se ha ido pasando con lo que se ha tenido y podido, pero para el invierno hay centenares de miles de personas que se encuentran ante un problema insoluble: cómo –con unos modestos recursos- vestirse y calzarse; para ello hay que hacer cola noches enteras ante las tiendas de calzados (…) Hay una carestía tal de pequeños y medianos apartamentos, que no hay la menor perspectiva de poder preparar un fuego y un techo a los soldados que volverán a Berlín al acabarse la guerra”.

Con este panorama una de las pocas soluciones que se les presentaba a los habitantes de las ciudades era buscar, en la frontera y en las zonas rurales, los bienes a los que no tenían acceso. Así relata E. M. Remarque una de esas expediciones al ámbito rural en busca de alimentos:

(E. M. Remarque, Después) “Los merodeadores se reúnen en la estación ya al atardecer y por la noche, para internarse de madrugada por las aldeas. Nosotros salimos en el primer tren para que nadie se nos adelante… Nos cruzamos con enjambres enteros de merodeadores, rondando en torno a los corrales como avispas hambrientas alrededor de un panal de miel. Viéndolos comprendemos que los aldeanos se exasperen y nos insulten. La necesidad no conoce límites. Seguimos andando, a pesar de todo; de unas partes nos echan, en otras sacamos algo, coincidimos con otros competidores que nos insultan, como nosotros los insultamos a ellos y así vamos haciendo la jornada. Por la tarde nos reunimos todos en la taberna, donde nos hemos dado cita. El botín no es grande. Un par de libras de patatas, un poco de harina, unos cuantos huevos, manzanas, algunas verduras y carne. A Willy es al único a quien le hace sudar la carga. Es el último que llega, y viene con media cabeza de cerdo bajo el brazo. Por los bolsillos le asoman otros cuantos paquetes. Lo que no trae es abrigo. Lo cambió por las vituallas, fiando en que tiene otro en casa y en que algún día vendrá la primavera…”

Por último vamos a proceder a analizar los efectos de la guerra en los países beligerantes y en los neutrales. En las naciones combatientes la producción se orientó a las necesidades de la guerra -economía de guerra-, acentuándose el comercio interno ante las dificultades que presentaba el exterior. Además se apreció un claro descenso de la inversión. En los países neutrales se produjo una reactivación del comercio exterior ante la demanda de los países beligerantes. Ésta exigía un importante aumento de la productivo, que condujo a un rápido proceso de enriquecimiento. Sin embargo, las naciones no beligerantes tuvieron que enfrentarse a dos graves problemas: la sustitución de los bienes que habitualmente importaban por otros de fabricación nacional, y el desabastecimiento de los propios mercados por la mayor rentabilidad de la exportación.

La euforia de la catástrofe.

Dos factores, la duración y dureza del conflicto -en el frente y en la retaguardia-, hicieron posible que de la “euforia de la catástrofe” se pasase a la “catástrofe de la euforia”. Poco a poco se fue generalizando el malestar hacia el conflicto; surgieron así importantes movimientos contrarios al mismo que exigían a los gobernantes la paz. En éste contexto se propagaron, además, las ideas revolucionarias, por lo que podemos afirmar que durante los últimos meses de guerra se vivió un ambiente prerrevolucionario. Pues bien, en el caso alemán, ante la más que previsible derrota militar, todo esto se acentuó notablemente. Sebastian Haffner, como testigo de estos sucesos, nos va narrando en sus memorias como vivió él ese cambio de ánimos en la retaguardia:

(Sebastian Haffner, Historia de un alemán) “Por aquel entonces tampoco me pasó inadvertido el hecho de que, con el trascurso del tiempo, muchos, muchísimos, casi todos se habían formado una opinión respecto de la guerra distinta a la mía, si bien mi postura había sido inicialmente la más generalizada (…) oía a las mujeres quejarse y pronunciar palabras malsonantes dando muestras de una gran disconformidad”.

También E. Glaeser en Los que teníamos doce años nos describe los efectos de la guerra en la retaguardia:

“La guerra comenzaba a saltar por encima del frente y a hincar su garra en los pueblos. El hambre hizo flaquear aquella hermosa unión de los primeros días y hasta los hermanillos se robaban unos a otros sus raciones (…) pronto las mujeres que esperaban delante de las tiendas, formando largas colas oscuras, hablaban ya más del hambre de sus niños que de la guerra o de los peligros de sus maridos en el frente”.

Sin embargo, la escasez no sólo afectó a la retaguardia; la penosa situación en la que se encotraban las tropas del frente, embarcadas en una inútil guerra de trincheras desde cuatro años atrás, acabo por minar también la moral de los soldados. Veamos como describe E. M. Remarque el frente alemán durante los últimos meses de guerra:

(E. M. Remarque, Sin novedad en el frente) “…nabos cortados en seis trozos y cocidos tan sólo en agua; pequeñas zanahorias llenas, todavía, de tierra. Las patatas picadas son ya un manjar exquisito y la suprema delicia es una sopa de arroz, muy clara, en la que, se supone, deben nadar unos pequeños pedazos de tendón de buey. Sin embargo, están cortados a trocitos tan menudos que no es posible encontrarlos. Naturalmente nos lo comemos todo. Si alguien, por casualidad, se siente tan opulento que no termina de rebañar el plato, hay diez más que esperan hacerlo con mucho gusto. Tan sólo los restos que la cuchara no puede coger caen, junto con el agua del fregadero, en los barriles de basura. También alguna vez pueden mezclarse pieles de zanahoria, unos pedazos de pan enmohecidos y otras porquerías”.

En definitiva, la población y los soldados de las distintas naciones combatientes estaban hartos de la guerra que con tanto júbilo habían acogido en un principio. Anhelaban la paz, la vuelta a la normalidad, el fin de la escasez… El conflicto dejó grabado un sentimiento de rechazo ante la guerra en la conciencia de sus contemporáneos; todos coincidían en que la paz era necesaria, en que aquella catástrofe no debía repetirse:

(E. Toller, Una juventud en Alemania) “El pueblo sólo piensa en la paz. Se ha pasado demasiado tiempo pensando en la guerra y creyendo en la victoria… El pueblo no quiere pasar un nuevo invierno en guerra, no quiere volver a pasar hambre y frío en habitaciones sin calefacción, no quiere más sangre, está harto de morirse de hambre y desangrarse. El pueblo quiere la paz”.

(E. Glaeser, Paz) “La paz ¿Qué era la paz? Era estar allí, estar en casa. Estar en la era, detrás del mostrador, en la mesa, a la hora de comer; en la iglesia a la hora de Misa (…) estar en casa y poder decir: vámonos a la cama, y apagar la luz y dar las buenas noches, poseerse, repelerse, amarse, odiarse, pero estar allí juntos: eso era la paz (…) anhelaban volver a aquella paz y a aquel orden que en agosto del 14 habían perdido en un falso arrebato de entusiasmo. Ansiaban retornar al hogar y volver a sentarse en las viejas sillas”.

Bibliografía:

[1] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[2] Los siete pecados capitales del Imperio Alemán en la Primera Guerra Mundial; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2006.

[3] La Primera Guerra Mundial; Hew Strachan – Barcelona – Crítica – 2004.

[4] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[5] El mundo de ayer. Memorias de un europeo; Stefan Zweig – Barcelona – El Acantilado – 2002.

[6] Historia de un alemán; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2006.

[7] Paz; Ernst Glaeser – Madrid – Cenit – 1930.

[8] Los que teníamos doce años; Ernst Glaeser – Madrid – Cenit – 1929.

[9] Sin novedad en el frente; Erich Maria Remarque – Barcelona – Edhasa – 2007.

[10] Una juventud en Alemania; Ernst Toller – Buenos Aires – Imán – 1937.