Podríamos decir que política es el arte de aplicar en cada época de la historia las medidas que las circunstancias exigen. Siendo la habilidad para descubrirlas la que marca las diferencias entre los dirigentes corrientes y los grandes hombres.
Considero que es la misma historia la que reclama la aparición de estos personajes. Como si en esos momentos el desarrollo de los acontecimientos, para no estancarse, requiriera de un valioso estadista.
No cabe duda que el periodo posterior a la II Guerra Mundial constituyó una auténtica plantación de hábiles políticos: personas que trataron de manejar con el mayor cuidado y acierto una situación muy delicada. Robert Schuman, jefe del gobierno francés a principios de los cincuenta, fue uno de esos protagonistas.
Su labor como pionero de la unidad europea le valió la admiración de muchos correligionarios en su época y el título de “padre de Europa” en la actualidad.
Este franco-germano tenía muy claro el papel de nuestro continente en el mundo cuando afirmaba que la Europa unida prefiguraría la solidaridad universal del futuro. Sostenía que el Viejo Continente, recién salido del horror de seis años de guerra, sabría mostrar al resto del planeta la senda que conduce a la paz. De ahí su incansable defensa de la negociación como la solución a los problemas internacionales. Ahora que la Unión Europea extiende sus brazos más allá de lo que fue el Telón de Acero se entiende perfectamente su postura.
Robert Schuman, profundamente católico, supo descubrir las raíces cristianas de Europa; esas que tanto viene reclamando en las últimas décadas K. Wojtyla. Esto se debía a su percepción del cristianismo como una doctrina ampliable a todos los ámbitos de la vida humana.
Este gran estadista ha demostrado al mundo que ser cristiano y dedicarse a la política no es incompatible. Por esa razón recientemente se ha abierto su proceso de beatificación, que situará al primer presidente del parlamento europeo como ejemplo para todos los políticos.
“Necesitamos más dirigentes como él” apuntaba Jacques Paragon, secretario general del Institut Saint-Benoît.
Con la coherencia de su vida, Robert Schuman pone la réplica a las funestas palabras de R. Reagan. El americano solía comentar que la política era la segunda profesión más baja, guardando una estrecha similitud con la primera. Seguramente el ex presidente de los Estados Unidos nunca pensó en poner en práctica los valores cristianos a la hora de desempeñar su labor como político.