Desarrollo urbanístico guipuzcoano

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En un primer momento las villas fueron surgiendo en el territorio guipuzcoano como agrupaciones de población motivadas por fines defensivos.

Es decir, se huía del endeble poblamiento disperso con el objeto de ponerse bajo la protección del recinto urbano. Estos, para facilitar su defensa y abastecimiento, solían buscar su emplazamiento en la falda de pequeños montes y a las orillas de los ríos. Aunque también fue común que se situaran en valles estrechos.

De entre estos cabe destacar el de Deva, con núcleos como Mondragón, Deva, Vergara, Eibar y Plasencia; el de Urola, donde destacaron Azcoitia, Azpeitia y Zumaya; y el de Uria, con Segura, Villafranca, Tolosa y Hernani. Así se fue dotando a esos primeros poblamientos de una Carta-Puebla, que los convirtió, de facto, en villas.

Beatriz Arizaga distingue cinco etapas en el desarrollo de esos núcleos guipuzcoanos.

Con el fin de facilitar nuestro estudio en torno a esta cuestión, vamos a servirnos de su clasificación en este trabajo. En primer lugar sitúa la formación de San Sebastián, a la que siguió la de el resto de villas del mar: Guetaria, Bermeo, Lequeitio (segundo periodo). La tercera etapa vendría representada por las villas interiores situadas en dos vía comerciales: la que iba de Vitoria a San Sebastián pasando por Segura, Villafranca y Tolosa; y la que desde Vitoria -atravesando Mondragón, Vergara, Deva y Zumaya- llevaba a Guetaria. En cuarto lugar nos presenta aquellos núcleos surgidos en la frontera con Vizcaya. Posteriormente –quinta etapa- sólo se fundaron villas de forma esporádica.

Por tanto, salvo en el último caso, la aparición de esos núcleos obedeció a una necesidad concreta, bien de carácter comercial o de tipo defensivo. Y, en los cinco casos, existió una clara coincidencia cronológica entre las villas de cada grupo.

En lo referente a la situación de las villas guipuzcoanas –atendiendo a lo expuesto anteriormente- podemos distinguir tres tipos de núcleos urbanos: fronterizos, costeros y del interior.

Y, generalizando tal vez en exceso, tres funciones relacionadas con la situación: defensa, comercio y tránsito. Estas necesidades, como es lógico, generaron una red urbana adecuada a las características de Guipúzcoa. Se formó una estructura no condicionada por un estrato previo de carácter tardorromano, de tipo lineal y con villas relativamente cercanas entre sí. Además, en el caso de la costa hay que incidir en el condicionamiento que el mar imponía a esas fundaciones, tanto en las relaciones entre ellas como en el plano de las mismas.

Características generales de Guipúzcoa

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En el siglo XIII Guipúzcoa se integró en la Corona de Castilla.

Esta provincia vasca estaba formada por dos mil doscientos kilómetros cuadrados de tierra de realengo rodeados en tres de los cuatro puntos cardinales por otros reinos y señoríos; al norte quedaba el mar. Francia, Navarra, Oñate y Vizcaya convertían a los territorios guipuzcoanos en tierra de frontera. Estos habían iniciado su proceso urbanizador a mediados del siglo anterior.

Así comenzó un enorme esfuerzo colonizador comparable al de otras importantes regiones europeas como el Elba alemán o Zähringen (actual Suiza).

Sin duda la incorporación a Castilla ayudó al desarrollo de este proceso. Los monarcas castellanos buscaban mediante estas fundaciones, no sólo hacer valer su poder frente a los nobles y otros reyes –principalmente el navarro-, sino también favorecer el desarrollo de la actividad artesanal y mercantil de sus territorios. La industria lanera y textil necesitaba puertos en el cantábrico que se convirtieran en punto de partida para sus exportaciones. Eso permitió el desarrollo urbano de la costa guipuzcoana.

Desde ahí, de manera rogresiva, se fueron desarrollando nuevos núcleos en el interior como puntos intermedios entre la Meseta castellana y el mar. No nos detendremos más en este aspecto, ya que ha sido tratado anteriormente al hablar de Vizcaya. Tan sólo insistir en la importancia que para las villas costeras vascas, que hemos de incluir dentro de las llamadas “villas del mar”, tuvo el auge de la industria lanera castellana y su comercio con las islas británicas.

Podemos describir la economía de Guipúzcoa en los siglos XIII y XIV como una estructura escasa en lo que a recursos naturales se refiere e intensa en el ámbito comercial.

Actividades como la agricultura, la ganadería, la pesca y la explotación del bosque fueron predominantes entre la población guipuzcoana. Sin embargo, hay que resaltar también la minería. De ella, como en el caso de Vizcaya, destacamos el hierro, cuyo peso económico no se redujo tan sólo a la extracción. Existió cierto desarrollo de la industria ferrona. Con todo, la verdadera riqueza de estos territorios fue su posición estratégica, tanto en cuestiones mercantiles como políticas. Sin duda, el interés de Castilla por el desarrollo –económico y urbano- de Guipúzcoa se debió fundamentalmente a este aspecto.

La evolución del poblamiento en Vizcaya

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En los comienzos del proceso urbanizador de Vizcaya, los principales núcleos de población se concentraron entre las rías del Nervión y de Guernica. También destacó notablemente en ese aspecto el Duranguesado.

Fue este un fenómeno de progresivo traslado de gentes desde los montes a los valles. Estos grupos humanos se vieron atraídos por la seguridad y prosperidad económica que ofrecían esos emplazamientos. Su asentamiento en estos territorios marcó también el inicio de la transformación familiar: de la familia extensa a la nuclear.

Entre el año 1200 y el 1300 el cambio económico, social y de poblamiento se consolidó.

Factores como la incorporación a la Corona de Castilla, la creación física del señorío de Vizcaya, y el desarrollo económico, mercantil y demográfico, facilitaron notablemente este proceso. Este fenómeno iniciado en un pequeño espacio de Vizcaya al amparo de los monasterios y de sus propiedades era una realidad a comienzos del siglo XIV.

Estos mismos edificios religiosos se habían convertido en las parroquias de las distintas villas; y los límites entre las propiedades de las distintas comunidades religiosas en fronteras de influencia de los grupos urbanos colindantes. La propiedad conventual vizcaína sirvió como base para la formación de las grandes agrupaciones de población; grupos humanos que, en un principio, se acogieron a la autoridad del monasterio. Sin embargo, poco a poco, el protagonismo pasó de los religiosos al monarca, y del trabajo de la tierra del señorío eclesiástico a las nuevas rutas comerciales.

Nos adentramos por fin en la cuestión comercial, clave tanto para el desarrollo económico como urbanístico de Vizcaya.

Si ya en los siglos anteriores la existencia de la ruta jacobea había facilitado el desarrollo mercantil y urbano, fruto de unas mejores y más constantes comunicaciones, a partir del siglo XIII esa tendencia se intensificó. El eje Este-Oeste fue sustituído por el Norte-Sur, que comunicaba la Meseta con el mar.

Esto fue notablemente beneficioso para el territorio vizcaíno –también para el guipuzcoano-, que se convirtió en lugar de paso en las rutas comerciales entre Castilla y el Cantábrico. La industria lanera y textil castellana encontró los mercados británicos abiertos a absorver buena parte de su producción. Sin duda, este comercio fue favorecido por la buena relación existente entre el reino peninsular –especialmente en tiempos de Alfonso VIII- e Inglaterra.

De esta manera, los puertos del mar Cantábrico –a nosotros nos interesan solo los vascos- se convirtieron en puntos fundamentales de esa relación comercial.

Esas villas crecieron y se desarrollaron, pero también lo hicieron aquellas que ocupaban un lugar estratégico en las rutas terrestres que conducían de la Meseta al mar. Por tanto, el poderío de la economía castellana -reino que consolidaba poco a poco su hegemonía peninsular- y el antecedente pesquero de las gentes de esos puertos vascos, permitieron a las villas del mar lanzarse al comercio con Inglaterra.

Sin embargo, no sólo Castilla colocaba sus productos en los mercados británicos. La industria ferrona vizcaína experimentó un importante auge gracias a estas nuevas rutas marítimas y terrestres. Podríamos decir de una manera poco precisa que ayudaron a promocionar el hierro de Vizcaya.

Este cambio de los flujos mercantiles tuvo, como es lógico, importantes consecuencias para el desarrollo de las villas vizcaínas. Algunos de esos núcleos de población mantuvieron su importancia a pesar de la modificación de las rutas comerciales. Es decir, vieron confirmada la preeminencia que sobre sus respectivas comarcas le otorgó en su día el Camino de Santiago. No obstante, tampoco faltaron los agrupamientos humanos antiguos a los que esta transformación perjudicó notablemente.

Por último, hemos de citar el nombre de algunas de las villas surgidas al calor de las rutas comerciales que llevaban de la Meseta al mar.

Hablamos básicamente de lugares como Valmaseda, Orduña, Bermeo, Plencia, Durango, Ochandiano, Bilbao, Ermua y Lanestosa. Todos ellos estaban situados en puntos estratégicos que unían las villas del mar –bien fuesen cántabras o vascas- con poblaciones del interior como Vitoria, Burgos o Logroño.

De esta manera, Valmaseda aparecería vinculada a la circulación mercantil entre Burgos y Castro-Urdiales; Lanestosa sería un paso montañoso importante entre la ciudad del Cid y Laredo; y las demás se situarían apoyando las rutas de la Rioja y Álava con el mar. Tan sólo Ermua se mantuvo al margen de toda esta estructura viaria; su importancia y supervivencia se debió exclusivamente a la actividad ferrona.

Características generales de Vizcaya

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El fin de este epígrafe es describir la situación de Vizcaya durante el periodo de desarrollo urbanístico bajo medieval. No obstante, como en numerosos aspectos existió cierta similitud con el caso guipuzcoano, trataremos de abordar las cuestiones de ambas provincias en este apartado. De esta forma -señalando siempre antes qué características son aplicables a ambos territorios-, evitaremos repetirnos en exceso al llegar a los párrafos dedicados a Guipúzcoa.

Hemos de señalar tres aspectos comunes dos provincias vascas:
  • En primer término trataremos la evolución de la estructura social durante ese periodo. El paso de la familia extensa a la nuclear estuvo, en estos territorios, muy unido a la cuestión del desarrollo urbano. Por tanto, hemos de identificar medio rural con el primer modelo familiar y con la población rústica, y las villas con el segundo tipo de familia.
  • En segundo lugar nos centraremos en la transformación de los espacios comunales. El aumento de la población y del numero y tamaño de sus asentamientos hizo necesario el empleo del terreno comunal para usos particulares. Este fue un fenómeno generalizado y, discutido, en todo el territorio vasco.
  • El tercer aspecto, referido a la cuestión mercantil, será desarrollado el siguiente epígrafe; de momento, nos conformaremos tan sólo con nombrarlo.

En lo que se refiere a la actividad económica –ahora hablamos únicamente de Vizcaya-, y dejando de lado una vez más la cuestión mercantil, se distinguen dos claros pilares: la agricultura y la explotación del hierro. Ambos favorecieron el enriquecimiento de la provincia, bien por medio de los excedentes alimenticios exportables a otros mercados, o por el desarrollo de la industria ferrona.

Además, la situación geográfica de Vizcaya –nudo de comunicaciones: primero en el Camino de Santiago, y después entre el mar y la Meseta- facilitó sin lugar a dudas ese desarrollo.

Factores que favorecieron el desarrollo urbano

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A lo largo de este epígrafe trataremos algunos de los fenómenos que facilitaron el desarrollo urbano de Europa durante la Edad Media. No obstante, sin perder de vista que nos encontramos ante aspectos que afectaron a buena parte del territorio europeo –no sólo a las villas vascas-, intentaremos explicar como influyeron en el caso concreto de Vizcaya y Guipúzcoa. Esto se basa en el convencimiento de que, a pesar de ser objeto del mismo fenómeno, este se manifiestó y tuvo consecuencias diferentes en cada lugar donde se dio. Es, en definitiva, un guiño a las circunstancias y peculiariedades de los distintos territorios; en este caso al vasco.

El primero de los factores al que nos referiremos tiene que ver con la oposición rústica al proceso de fundación de villas.

A la hora de estudiar la sociedad vasca anterior al siglo XI se aprecia su eminente carácter rural. También resulta fácil concluir que nos encontramos ante grupos humanos claramente estratificados –existía una clara diferenciación entre pobladores dominantes y dominados- y agrupados en linajes formados por familias extensas. Esa estructura se vio amenazada por el fenómeno urbanizador. Y este, como es lógico, se ganó la animadversión de esa tradición rústica.

En los casos de Vizcaya y Guipuzcoa se aprecia claramente esa oposición ante el establecimiento de redes de villas, pero no fue esta una reacción exclusiva de los vascos. Toda Europa, con mayor o menos virulencia –el caso que nos ocupa ha de situarse entre los de mayor hostilidad-, experimentó ese rechazo hacia la fundación de núcleos urbanos.

El segundo de los aspectos que nos ocupa es el que tiene que ver con el Camino de Santiago.

A día de hoy es incuestionable la importancia que tuvieron para Europa, y más en concreto para los reinos hispánicos del norte, las peregrinaciones a Compostela. Estas vinieron acompañadas de una renovación de la vida cultural, artística, económica y -lo más interesante para nuestro estudio- urbana.

La ruta jacobea favoreció el desarrollo de los numerosos núcleos de población situados en torno a la misma. Estos se convirtieron en lugares de paso muy transitados –ciudades puente- y con amplias posibilidades de desarrollo económico, fundamental para atraer pobladores. Es más, en la mayoría de los casos nos encontramos con villas planificadas -tanto desde el punto de vista legal como material- por los poderes públicos interesados en el florecimiento del camino de los peregrinos.

En lo que atañe al territorio vasco el Camino de Santiago tuvo importantes repercusiones. El fenómeno jacobeo influyó en el desarrollo urbano de Vizcaya y Guipúzcoa de manera similar a como lo hizo en otros lugares de la Península Ibérica. Ahí también existieron ejemplos de villas fundadas a lo largo de la ruta, a la cual debieron su primer florecimiento.

El impulso económico que supuso el camino de los peregrinos fue fundamental para el crecimiento de muchas de las villas vascas; quedando, por contra, al margen del desarrollo urbano y mercantil aquellos núcleos alejados de la ruta jacobea.

Es necesario señalar dos aspectos más de la influencia del Camino de Santiago en las tierras vascas. En primer lugar hay que destacar el carácter lineal, jalonado por hospitales y santuarios, de la urbanización originada por la ruta jacobea. Estas villas se desarrollaron en un primer momento siguiendo el camino de los peregrinos; es decir, una calle principal, secundada por construcciones a ambos lados, que a su vez formaba parte de la ruta compostelana. Además, no resulta raro comprobar que el origen de ese emplazamiento estuvo marcado por la existencia de algún edificio de tipo religioso o asistencial en torno al cual se estructuraba la villa.

En segundo término haremos mención, de manera breve, al sentimiento de rechazo étnico que provocaba la presencia de algunos peregrinos y emigrantes extranjeros. Parece que, gracias a la apertura que supuso el Camino de Santiago, se fortaleció la conciencia de pertenencia a un determinado grupo. No obstante, resultaba raro encontrar en el territorio vasco poblaciones de francos, tan comunes en zonas circundantes como Navarra y La Rioja. Fueron casos excepcionales que generaron tensiones entre los distintos grupos, pero también desarrollo económico.

El tercer elemento a comentar es el que atañe a la propia situación geopolítica de ambas provincias vascas, y tiene como protagonista a la monarquía.

Vizcaya y Guipúzcoa constituyeron a lo largo de la Baja Edad Media la frontera entre Castilla y Navarra. Fueron por tanto territorios de disputa entre ambos reinos, que trataron de asegurar su control mediante el establecimiento de villas fortificadas. Esto explica que se fomentase la agrupación de la población en ciudades y se evitase, a su vez, la dispersión en el poblamiento.

Estamos, pues, ante fundaciones con un fin defensivo, pero también comercial, ya que desde ellas resultaba sencillo controlar los cominos de esas comarcas. De esta manera, a las villas se les concedía el control sobre una zona, incluyendo las rutas mercantiles existentes en ella.

A la propia disputa entre navarros y castellanos por el control del territorio vasco, hay que añadir la lucha que cada monarca mantenía con los diversos poderes autónomos existentes dentro de sus reinos. Los reyes no sólo impulsaron el desarrollo urbano para afianzar sus fronteras, también pretendían con esto arrebatar algo de poder a la nobleza. De esta forma, el hecho de otorgar fuero a una determinada villa tenía en los territorios vascos varios significados: asegurar la frontera, favorecer el desarrollo burgués, debilitar a los nobles, desarraigar ciertas formas de vida rústica…

Por último, en este repaso de los principales factores en el surgimiento y desarrollo de las villas vascas, habría que tratar la cuestión del estrato urbano procedente de época romana.

A pesar de ser abundantes los restos de ciudades romanas en territorios circundantes como Navarra, Álava o La Rioja, en los casos de Vizcaya y Guipúzcoa existe una notable carencia de estas manifestaciones arquitectónicas. En los territorios donde existieron y se conservaron asentamientos romanos fue común su repoblación –se despoblaron fruto de la inseguridad producida por la invasiones germánicas y por las posteriores aceifas musulmanas-; es decir, las nuevas villas medievales se edificaron sobre los núcleos de la Antigüedad.

De esta manera, las redes urbanas de buena parte de Europa fueron herencia directa de las romanas. No sucedió así en el caso que nos ocupa. Nos encontramos ante poblaciones fundadas sin la presencia de un precedente; siendo, por tanto, novedosas también las redes de villas establecidas. Ante la ausencia de ciudades grandes y antecedentes de época romana, las villas fundadas en los siglos XII y XIII constituyeron el estrato fundamental en la conformación económica y física del mundo vasco.

Aspectos introductorios

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En el año 1170 el rey Sancho el Sabio otorgaba a San Sebastián un fuero. Surgía así la primera villa de la actual provincia de Guipúzcoa. Veintinueve años después –1199- era Valmaseda la que recibía ese privilegio, convirtiéndose en la decana de Vizcaya. Ambos casos son itos históricos de un amplio proceso urbanizador que, a finales del siglo XIV, permitió a ambas provincias contar con cuarenta y seis villas en su territorio.

Sin embargo, este no fue un fenómeno exclusivamente vasco. A Vizcaya y Gipúzcoa llegó la influencia del proceso de urbanización más amplio, uno europeo iniciado en el siglo XI y generalizado en los tres siglos siguientes. Este fue, sin duda, el factor fundamental –no el único- de ese desarrollo.

Por tanto, resulta necesario enmarcar la urbanización bajomedieval de Vizcaya y Gipúzcoa dentro de un amplio fenómeno que afectó a buena parte de Europa, dentro de la cual se incluye la Península Ibérica. No obstante, el caso vasco presenta una serie de peculiaridades que trataremos de exponer en los siguientes artículos. Sólo atendiendo a esos dos aspectos, el origen europeo y la peculiaridad vasca, se puede llegar a entender cómo y por qué se llevaron a cabo los procesos urbanizadores vizcaíno y guipuzcoano.

Un particular contra el Estado

zFiles.aspxArtículo sobre Historia de un alemán publicado por Antonio Duplá.

“Así plantea su relato el autor del libro que quiero reseñar: «La historia que va a ser relatada a continuación versa sobre una especie de duelo. Se trata del duelo entre dos contrincantes muy desiguales: un Estado tremendamente poderoso, fuerte y despiadado, y un individuo particular pequeño, anónimo y desconocido. (…) El Estado es el Reich y el particular soy yo» (p. 11s.).

Se trata de un texto singular. Escrito en 1939, no obstante no ve la luz hasta el año 2000, tras ser encontrado entre los papeles de su autor tras su muerte en 1999. Haffner nació en Berlín en 1908, estudió Derecho y, en 1939, a la vista de las condiciones de la vida en Alemania bajo el régimen nazi, emigró a Inglaterra, donde trabajó como periodista hasta 1954. Tras su regreso a Alemania se dedicó a la literatura y al periodismo.

El contenido del libro ofrece ya suficiente interés como crónica de unos tiempos especialmente convulsos y decisivos para la historia de Europa. Hay que pensar que, como contexto del recorrido autobiográfico del autor, vemos desfilar por sus páginas la I Guerra Mundial, la fallida Revolución de 1918 en Alemania, la República de Weimar, su crisis, la irrupción de Adolf Hitler y el ascenso del nazismo hasta hacerse con el poder. Una época sobre la que conviene volver una y otra vez para intentar comprender lo sucedido. La literatura, académica, ensayística y también autobiográfica, sobre la Alemania de Hitler es inabarcable, sobre sus orígenes y su desarrollo y, en particular, sobre los aspectos más extremos del régimen nazi, como la política contra los judíos y su expresión última, los campos de concentración. La pregunta se plantea una y otra vez: ¿Cómo es posible que la barbarie, el Mal en una de sus expresiones históricas más acabadas, pudiera surgir en una de las naciones más desarrolladas y cultas de Europa, esto es, del mundo? La respuesta no es fácil, como es evidente, y afecta al núcleo mismo del concepto de modernidad y de cultura. Nos golpea en el cerebro y en el estómago y descubre la superficialidad y la trampa del discurso autosatisfecho de la civilización occidental. Nos remite a la dualidad intrínseca no ya del discurso ilustrado, sino de la propia tradición política e ideológica de Occidente hasta Roma y Grecia, donde la espléndida democracia de Pericles necesitaba una política exterior imperialista y el trabajo de los esclavos.

En esos ríos de tinta sobre un tema tan fundamental, ¿qué es lo que hace atractivo y recomendable el libro de Haffner? En concreto, el tipo de obra que es, pues no estamos ante un trabajo de historia contemporánea, ni tampoco ante una crónica periodística. Se trata de la mirada de una persona que está viviendo esa realidad cambiante y tan decisiva, desde el crío que oye las noticias de la Gran Guerra, sin entender demasiado, y se entusiasma ante el ambiente y los mensajes belicistas, hasta el adolescente que se divierte y discute con sus amigos en los felices años 20, hasta el adulto, joven todavía, 25 años en 1933, que asiste al triunfo de los nazis y experimenta el clima cada vez más asfixiante de la sociedad alemana a partir de ese momento. Estamos ante un relato escrito con humor, dentro de lo que cabe, por alguien que no pertenece a ningún grupo de población perseguido ni ostenta ninguna cualificación política. Como el mismo autor dice, se trataba de un producto medio de la burguesía alemana culta (p. 105), que contempla con estupor el hundimiento de un mundo y el nacimiento de otro, bastante más estremecedor incluso para él, un ario en los términos oficiales de la época. Aunque conocemos el resultado final del duelo citado (el exilio del autor) y, de hecho, en las primeras páginas ya se anuncia que la situación era bastante desesperanzadora, dada la desigual fuerza de los contrincantes, todo ello no disminuye un ápice el interés del libro.

Siempre que se escribe desde el País Vasco sobre algún tema relacionado con el fascismo, parece que planea la consabida comparación entre aquella época y la nuestra. No pretendo hacer analogías fáciles, pues pienso que se abusa en demasía de la calificación de fascismo y fascistas, tanto por aquellos que pretenden homologar el actual régimen parlamentario al fascismo, como por quienes generalizan y tildan de fascistas a cuantos se oponen de forma radical al fetichismo constitucional reinante. Sin embargo, sí creo que el libro de Haffner ofrece posibilidades de reflexión sobre algunos aspectos que nos pueden remitir a la situación vasca y eso proporciona un valor añadido a su lectura. Por ejemplo, cuando habla de su época infantil y de las noticias de la Gran Guerra, de cómo confiesa que de niño, como muchos otros a su alrededor, fue un entusiasta de la guerra (p. 23 ss.), de cómo fue víctima de la propaganda del odio y de la fascinación que ejercía el juego de la guerra. En última instancia, dice, de cómo el efecto narcótico de la guerra dejó marcas peligrosas en todos ellos. ¿No puede suceder algo similar en determinados sectores de la juventud abertzale, sumergidos en un ambiente cerrado y monocolor, narcotizados también por la droga de la guerra contra España y seducidos por el halo romántico y heroico de nuestros gudaris? Tremenda responsabilidad política y moral la de aquellos adultos cercanos, sobre todo sus dirigentes políticos que, con más experiencia vital, no les abren los ojos y les advierten de los peligros y terribles consecuencias que esa droga acarrea. Resulta impresionante leer las sensaciones del Haffner de once años cuando tuvo que leer las condiciones de la capitulación alemana de 1918 y cómo entonces su «mundo de fantasía se rompe totalmente en pedazos» (p. 34). ¿No puede haber algo de eso, de ese vértigo ante el impacto brutal de la realidad, no por contraria a sus planteamientos menos real, en el empecinamiento de ETA en su continuidad y en la disponibilidad de decenas de jóvenes para matar y morir?

El libro ofrece muchos más temas para analizar y comentar sobre la situación de los años 30, desde la contradicción entre la conciencia de los hechos terribles que estaban sucediendo y la continuidad de la vida cotidiana, en aparente fluidez y rutina para quienes no sufrían directamente las arbitrariedades del régimen, hasta el ambiente enrarecido en el Ministerio de Justicia, lugar de trabajo del protagonista, donde el ascenso de los nazis se acompañaba del magma viscoso del miedo y el retraimiento de quienes no simpatizaran con ellos. Por no hablar de las crecientes dificultades para discutir entre los amigos con posturas políticas enfrentadas, hasta llegar a un punto insuperable, dada la entidad de los problemas y la distancia ética de las posiciones en litigio.

En resumen, una obra interesante por el tema, por la época, por el tono y el estilo y por las reflexiones que puede suscitar”.