Kosova después de la guerra: el protectorado internacional I

En el magma de tensiones y confrontación que acabamos de retratar se hizo valer un fenómeno de inquietante relieve: la expulsión, o en su caso la huida, de muchos integrantes de las minorías étnicas presentes en Kosova, y singularmente serbios, gitanos -comúnmente acusados de colaboración con los serbios y de saqueo de viviendas de ciudadanos albaneses- y musulmanes eslavófonos. En noviembre de 1999 ACNUR y la OSCE no dudaban en señalar, en un informe, que se había desarrollado «un clima de violencia e impunidad, así como de general discriminación, acoso e intimidación dirigidos contra los no albaneses. La combinación de problemas de seguridad, restricciones de movimiento, falta de acceso a los servicios públicos (especialmente educación, cuidados médico-sanitarios y pensiones) es el factor determinante de la huida de los serbios, ante todo, y de otros grupos no albaneses.

Carlos Taibo, Guerra en Kosovo. Un estudio sobre la ingeniería del odio, p. 148-149.

El conflicto bélico de 1998-1999 V

Las operaciones provocaron el éxodo -fundamentalmente hacia Albania, pero también hacia Macedonia, cuyas autoridades se mostraron muy reticentes, y Montenegro- de una cifra de albanokosovares que comúnmente se estima en 863.000 personas, a las que habría que agregar otras 590.000 que se tornaron en desplazado dentro del propio Kosova. Si hay que dar crédito a estas cifras, cerca del 90% de la población albanesa del país se vio obligado a abandonar sus hogares. Pueblos enteros fueron incendiados en virtud de acciones que provocaron varios millares de muertos -en el capítulo siguiente se recoge alguna estimación al respecto, siempre difícil tanto más cuanto que las cifras pueden computar fallecidos de resultas de operaciones de las distintas fuerzas serbias, del ELK y de la propia OTAN-, con un trasfondo de cruda represión contra la guerrilla albanokosovar y del despliegue paralelo de un vasto programa de defensa ante una eventual operación terrestre de la OTAN. Muchas y muy distintas eran, en fin, las versiones relativas a cuál fue la actitud de los serbios de Kosova con ocasión de los bombardeos. Si no faltaron los ejemplos de franca ayuda a vecinos albaneses en situación difícil, también los hubo de serbokosovares que habrían sido la punta de lanza de la represión.

Carlos Taibo, Guerra en Kosovo. Un estudio sobre la ingeniería del odio, p. 118.

El conflicto bélico de 1998-1999 IV

A la postre lo que prosperó fue una propuesta que realizada por el «grupo de los ocho» a principios de mayo y defendida ante Milosevic por Chernomirdin y por el enviado de la UE, Martti Ahtisaari, implicaba la retirada de Kosova de los contingentes militares yugoslavos, el regreso de los refugiados y el despliegue en el país de una fuerza internacional encabezada por la ONU y con presencia sustancial -restringida, bien es cierto, al territorio kosovar- de contingentes militares de los Estados miembros de la OTAN. La propuesta fue aceptada los días 1 y 3 de junio por el gobierno y por el parlamento serbio, y sirvió de base al acuerdo suscrito en Kumanovo (Macedonia) unos días después. Permitió el final de los bombardeos de la OTAN y la aprobación de una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, la 1244 que sentaba las bases de un protectorado internacional en Kosova.

Carlos Taibo, Guerra en Kosovo. Un estudio sobre la ingeniería del odio, p. 121-122.

El conflicto bélico de 1998-1999 III

Las razones, con toda evidencia, eran otras. La primera estribaba en restaurar su imagen, muy deteriorada tras tantas amenazas no llevadas a la práctica y en un marco general en el que, por añadidura, la OTAN precisaba de encontrar una justificación ante capas importantes de la opinión pública que seguían sin entender, con razones sobradas, por qué la Alianza Atlántica no había sido disuelta en 1990. Recuérdese que incluso Henry Kissinger, poco amigo de este tipo de intervenciones, acabó por respaldar los bombardeos de la OTAN al entender que si éstos no alcanzaban sus metas el descrédito de la Alianza Atlántica sería tal que pondría en peligro la propia arquitectura de seguridad articulada por las potencias occidentales.

Carlos Taibo, Guerra en Kosovo. Un estudio sobre la ingeniería del odio, p. 126.

El conflicto bélico de 1998-1999 II

Aunque la pronta llegada del invierno se antojaba un poderoso estímulo para que el acuerdo de octubre ganase terreno, lo cierto es que los combates no menguaron. Si al respecto de las tesis oficiales serbia apuntaba que el ELK había vuelto a los lugares de los que había sido desplazado en los meses anteriores, del lado de la resistencia albanokosovar se subrayaba que Serbia, plenamente consciente de la debilidad de la respuesta internacional, no había abandonado en modo alguno las operaciones de acoso. Lo cierto es que, mientras se iniciaba el despliegue de los observadores de la OSCE, el conflicto arreció en los primeros meses de 1999. El momento simbólico más relevante lo aportó, a mediados de enero, la controvertida masacre acaecida en la localidad de Raçak, que según la OSCE había tenido por objeto a indefensos civiles albaneses y según la versión oficial serbia era producto de un choque con guerrilleros del ELK. Aireada por un diplomático norteamericano de lamentable trayectoria, William Walker, la matanza que nos ocupa sirvió de eficaz argumento para que la OTAN asumiese una ambiciosa escalada en su lenguaje.

El efecto fundamental del renovado conflicto fue una creciente presión internacional que en este caso se concentró en la organización de una conferencia que al cabo se celebró en dos tandas -6 a 24 de febrero y 15 a 18 de marzo de 1999- en Rambouillet, en Francia. Los miembros occidentales del llamado «grupo de contacto» (Alemania, EE.UU., Francia, Italia y el Reino Unido; Rusia no estaba por la labor) intentaron imponer un acuerdo que, muy semejante al de octubre de 1998, remplazaba, sin embargo, los dos mil observadores de la OSCE por un contingente militar de casi 3.000 soldados bajo la dirección de la OTAN…

Carlos Taibo, Guerra en Kosovo. Un estudio sobre la ingeniería del odio, p. 110-111.

Abolición de autonomía y resistencia civil IV

En el terreno económico- social se desarrollaron un sistema educativo y un sistema sanitario al margen del Estado. Los doctores y los profesores eran pagados -con salarios bien es verdad que muy bajos, y no siempre librados a tiempo- por la «República de Kosova», buena parte de cuyos fondos procedían de la emigración albano-kosovar. Los datos relativos al sistema educativo eran espectaculares:  en 1995 asistían a clases 312.000 alumnos de primaria, 57.000 de secundaria y más de 12.000 de enseñanza superior. El sistema, que contaba también con dos escuelas de educación especial, se servía las más de las veces de locales privados.

Carlos Taibo, Guerra en Kosovo. Un estudio sobre la ingeniería del odio, p. 97.

Abolición de la autonomía y resistencia civil II

Pero si los efectos de la guerra fueron genéricamente negativos, los de la paz firmada en Dayton no fueron mejores. La estrategia de la resistencia albanesa experimentó un franco retroceso, toda vez que el acuerdo suscrito en los EE.UU. implicaba una aceptación de las fronteras internas del viejo Estado federal yugoslavo, acarreaba reconocimiento paralelo -por las potencias occidentales- de la federación que configuraban Serbia y Montenegro, otorgaba una inesperada legitimidad al gobierno serbio y, por si fuera poco, aceleraba la expulsión de refugiados albanokosovares por parte del gobierno alemán. Muchos albanokosovares se preguntaban por qué se reconocía una República Serbia en Bosnia y en cambio no se hacía otro tanto como una «República de Kosova» en Serbia; acaso las grandes potencias premiaban el uso de la fuerza y castigaban a quienes optaban por la resistencia pacífica. La única contrapartida, de sentido ambivalente en el caso de Kosova, era el compromiso internacional de no levantar las sanciones económicas que pesaban sobre Serbia y Montenegro en tanto en Kosova persistiesen problemas de violación de derechos humanos. En junio de 1996, en fin, los Estado Unidos abrieron en Prishtinë una oficina que tenía un simbólico rango semidiplomático.

Carlos Taibo, Guerra en Kosovo. Un estudio sobre la ingeniería del odio, p. 92.

Abolición de la autonomía y resistencia civil I

Para que nada faltase, la política oficial serbia alentó un ambicioso programa de colonización. Una ley del verano de 1991, que apenas tuvo eco, otorgaba cinco hectáreas de tierra a los serbios y montenegrinos que quisiesen instalarse en Kosova. Las guerras en Croacia y Bosnia-Hercegovina proporcionaron poco después, sin embargo, un número de refugiados serbios dispuestos a trasladarse a Kosova. Al respecto se manejaron las cifras de 6.000 serbobosnios, en 1994, y de 20.000 serbios procedentes de la Krajina, en 1995.

Carlos Taibo, Guerra en Kosovo. Un estudio sobre la ingeniería del odio, p. 90.

De los ilirios a la Segunda Guerra Mundial V

La derrota otomana frente a Rusia condujo, en 1878, a la firma del tratado de San Stefano, cuyas consecuencias fueron tres: el freno impuesto al imperio austrohúngaro, la consolidación de un proyecto yugoslavista y la creciente influencia de Rusia en los Balcanes. Bulgaria y Serbia salieron claramente beneficiadas. A la segunda, que alcanzó por vez primera una independencia efectiva con respecto al imperio otomano, le fue asignada la mayor parte del territorio de Kosovo, si bien es verdad que fragmentos pequeños correspondieron a Montenegro y al propio imperio otomano. Como respuesta a estos hechos, en junio de 1878 se reunieron en Prizren trescientos delegados albaneses -en su mayoría terratenientes musulmanes que, más bien conservadores, se mostraban partidarios de las estructuras del poder otomano se mantuviesen en pie- que dieron en configurar la llamada «Liga de Prizren». Los acontecimientos exteriores pronto se volvieron en contra de los intereses de Rusia. Las potencias de la Europa occidental y central consideraban que la mayor prioridad debía estribar en reducir las dimensiones territoriales, visiblemente engrosadas en San Stefano, de Bulgaria. A las medidas encaminadas a que la parte meridional de ésta fuese reintegrada al imperio otomano, siguieron otras en virtud de las cuales el mismo procedimiento se aplicó a los territorios en que vivían los albaneses, con lo cual las cosas serbias hubieron de retirarse de Kosova.

Carlos Taibo, Guerra en Kosovo. Un estudio sobre la ingeniería del odio, p. 31.

De los ilirios a la Segunda Guerra Mundial IV

La debilidad, con todo, que seguía caracterizando a las estructuras del poder otomano facilitó, en 1877-1878, una invasión de Kosova por parte de los serbios y montenegrinos, que protagonizaron una confrontación aguda con los albaneses. Varios millares de éstos fueron expulsados de la región de Nis. Es verdad que poco después las unidades otomanas se ensañaron en las represalias contra los serbios que residían en el sur de Kosova. La tregua a la postre alcanzada obligó a los ejércitos serbios a retirarse.

Carlos Taibo, Guerra en Kosovo. Un estudio sobre la ingeniería del odio, p. 30-31.