¿Cuál fue el impacto del colonialismo en Asia?


[IMPERIALISMO] EN ASIA

La expansión por Asia y Extremo Oriente presentó, relativamente, pocas dificultades. Además, se trató de un escenario donde las rutas del Índico cobraron gran importancia.

Mientras Francia extendía su dominio por el Sureste asiático, Gran Bretaña ocupaba Birmania y creaba un protectorado en Afganistán, con el que intentaba controlar y detener las apetencias rusas.

Con la presencia occidental en Asia fueron, sin embargo, dos imperios milenarios los que se vieron afectados en forma más espectacular e importante: China y Japón. En ambos casos, la evolución de su propia historia se vio cortada radical y dramáticamente, iniciándose un nuevo periodo que en cada uno de los casos siguió un camino muy distinto.

En China, la situación llevó a extremos especialmente tensos, ocasionando una resistencia nacional que estalló por primera vez en las llamadas Guerras del Opio.

El definitivo advenimiento de la República en 1912 se debió a los desordenes sociales y a la intervención extranjera durante el siglo XIX, hechos que erosionaron por completo a la estática e inamovible civilización.

Como a China, el encuentro de Japón con el mundo occidental en el siglo XIX fue traumático y forzado. Sin embargo, su principal efecto no fue la descomposición, sino su crecimiento y desarrollo social, político y económico.

Una transformación previsible, al imponerse Occidente sobre una sociedad equilibrada y estable.

Sobre este desarrollo económico se edificó, a su vez, un patriotismo imperialista ávido de emular los avances europeos.

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Historia de Japón: la revolución Meiji


Desde el siglo XVI, Japón había estado gobernado por el más poderoso de los linajes aristocráticos, los Tokugawa, que habían sustituido a la familia imperial en casi todas sus funciones.

Japón vivía una larga época feudal, en la que los Tokugawa habían ido delegando poder en sus vasallos, los daimios. El país vivía de espaldas a las influencias occidentales y a cualquier innovación económica y social.

La restauración de Mutsu Hito

Hacia 1850 la situación comenzó a cambiar, ya que algunos de los señores feudales empezaron a pensar en una posible restauración de los emperadores en sus antiguos poderes. Además, el peligro de la penetración occidental se hacía evidente con el avance ruso sobre Siberia y la guerra del opio entre ingleses y chinos.

Como consecuencia, poco a poco, los japoneses se vieron obligados a tomar la humillante medida de abrir sus puertos al comercio de las grandes potencias.

Ante las dificultades del gobierno Tokugawa, y la crisis en la que estaba sumido el país por la penetración del comercio exterior, algunos señores feudales decidieron restaurar, definitivamente, el poder imperial.

Así, tras derrotar al ejército de los Tokugawa, proclamaron la restauración en la persona de Mutsu Hito (1868). Con este emperador se inició una etapa de desarrollo crucial para la historia nipona, basada en el restablecimiento de la autoridad imperial y la occidentalización del país.

De esta forma, se puso fin a la época feudal de la nación nipona, y se procedió a su desarrollo industrial.

La nueva estructura organizativa

Los mayores esfuerzos del nuevo gobierno se centraron en remplazar los feudos por los departamentos (Ken). Los daimos, al ceder su feudo, renunciaban a una autoridad y a sus deudas, de las que se hizo cargo el gobierno.

Su puesto fue ocupado por los prefectos de la administración representantes del poder central. Asimismo desaparecieron los privilegios personales y las restricciones profesionales; fue, en definitiva, un proceso de desmontaje de monopolios estamentales. Además, un nuevo sistema fiscal suprimió las discriminaciones de la antigua recaudación estatal nipona.

Gracias a instructores franceses y alemanes se organizó un nuevo y unificado ejército nacional. De esta manera, desde 1873, se estableció el servicio militar obligatorio y se procedió al rearme de Japón.

El nacimiento de un gigante industrial

La industrialización de un país tradicionalmente en agrario se convirtió en el principal objetivo de los hombre del Meiji. Con este objetivo, el gobierno dirigió sus esfuerzos en cuatros direcciones:

  • Industrias estratégicas: se establecieron en Tokio y Osaka.
  • Transportes y comunicaciones: Primacía de los marítimos debido a que el abrupto relieve de la isla encarecía enormemente la construcción del ferrocarril. También hay que destacar el importante desarrollo del telégrafo.
  • Industria pesada: centrada en la minería y la construcción.
  • Textil: destacaron la lana, la seda, y, posteriormente, el algodón.
Además, el despegue industrial de Japón se basó en un importante crecimiento demográfico, en la tendencia a la innovación de sus empresarios, y a una rápida acumulación de capital.

Las reformas políticas

Durante las dos primeras décadas del Meiji, el sistema político nipón no funcionó de una manera fija: no poseía una estructura definida. Sin embargo, poco a poco se fueron formando los partidos políticos. Entre ellos cabe destacar el Partido de la Libertad, dirigido por Itagaki y con una importante participación de los samuráis, y el Partido Constitucional de la Reforma y el Progreso, liderado por Okuma y con el respaldo de los intelectuales, estudiantes y hombres de negocios.

En el año 1889 se promulgó la Constitución, que fue redactada por uno de los hombres fuertes del Japón Meiji: Itô. En virtud de esta ley fundamental, se estableció la existencia de un parlamento con dos cámaras, el sufragio censitario muy restringido y los derechos de los ciudadanos (expresión, reunión y religión).

Sin embargo, el emperador retenía enormes poderes: controlaba el ejército, proponía enmiendas para la Constitución, supervisaba la labor de los ministros, podía suspender las facultades del parlamento…

Por tanto, a pesar de la revolución que supuso el Meiji, Japón continuó siendo gobernado por una oligarquía: un grupo dominante que recurrió a la alternancia entre dos partidos.

El Japón contemporáneo hasta 1945

Artículo publicado por Historia en Presente el 10 de julio de 2008.


La semana pasada publicaba un artículo sobre la Historia de China entre 1800 y 1949. En esta ocasión, teniendo en cuenta la intensa relación entre el gigante asiático y sus vecinos nipones, me he decidido a escribir algo acerca de Japón en esas mismas fechas. Como se comprueba a lo largo de las siguientes líneas, las referencias a China son constantes.

Japón a comienzos del siglo XIX

Japón era a principios del periodo contemporáneo un país agrícola. Sin embargo, aunque era heredero cultural de China, no estaba tan lastrado por la tradición como esta. La estructura japonesa, que presentaba rasgos propios de la jerarquización feudal, estaba abierta a un rápido desarrollo; tan sólo era necesario ponerlo en marcha. Hemos dicho que Japón debía buena parte de su identidad a la aportación del gigante continental.

No obstante, a diferencia de los chinos, los japoneses no despreciaban las virtudes militares, sino todo lo contrario. Además, aunque existía un rechazo al extranjero, veían con buenos ojos la práctica del comercio, que era controlado por el grupo de los daimíos.

La evolución japonesa es análoga a la de China. A lo largo de este periodo Japón hace concesiones a los países industrializados: cede una base a los holandeses en Nagasaki, permite la entrada de los norteamericanos en 1853, y otorga privilegios a Rusia tras ser derrotada militarmente. No obstante, en lugar de cerrarse más sobre sí mismo, tal como tendió a hacer el gobierno chino, Japón se sume en una profunda crisis. El final de esta marcó el comienzo del desarrollo de los nipones hasta llegar a convertirse en una gran potencia industrial, diplomática y militar.

La formación del imperio japonés: ruptura del aislacionismo

Tras la crisis originada por las derrotas y concesiones comerciales de la década de 1850, Japón emprendió el camino del desarrollo; un avance que le iba a equiparar en pocas décadas a las potencias occidentales. De esta forma, en la guerra que le enfrentó a China por el control de Corea y Manchuria (1894-1895), los japoneses obtuvieron un rápida y sorprendente victoria.

El éxito militar se repitió en el conflicto de 1904-1905 con Rusia por idénticos territorios. Cinco años más tarde, en 1910, Japón se anexionó Corea, y en 1914, aprovechando la Gran Guerra, las posesiones alemanas en el Océano Pacífico. Finalmente, los japoneses presentaron a China en 1915 una lista de veintiún peticiones. La aceptación de la misma suponía de hecho el control de la nación nipona sobre el gigante continental.

Las causas del imperialismo japonés que acabamos de describir hemos de buscarlas en la Revolución Meiji, que afectó a casi todos los campos de la vida política, económica, social y cultural de Japón.

A este hecho hemos de añadir la explosión demográfica experimentada por el país, el aumento de la producción de arroz y las consiguientes ganancias vía exportación, el rápido desarrollo industrial de esos años, las indemnizaciones de guerra aportadas por las naciones derrotadas… Además, los japoneses tomaron conciencia de que la escasez de materias primas en su propio territorio les obligaba a importarlas y, por tanto, para equilibrar la balanza de pagos debían exportar productos manufacturados. En definitiva, este desarrollo le permitió a Japón llevar una política de rechazo a la presencia occidental en extremo oriente algo similar a la Doctrina Monroe norteamericana.

El expansionismo japonés

Tras la Gran Guerra (1914-1918), Japón se integró en las corrientes políticas de Occidente. Fue uno de los protagonistas de los tratados de paz, en los que, como potencia victoriosa, sacó compensaciones; eso sí, no tantas como las que esperaba, lo que le llevó a formar bloque con la irredenta Italia. Los japoneses se vieron arrastrados también por la oleada democrática-liberal que sacudió el globo tras el conflicto. Esto obligó al gobierno imperial a introducir ligeros cambios en su propio sistema político. No obstante, esos ideales democráticos fueron barridos por la crisis de los años treinta.

En esos años, el poder militar, que nunca había llegado a someterse a las autoridades civiles, tomó el poder tras un breve periodo de rumores y “ruido de sables”.

Con un gobierno semifascista en el poder, los japoneses invadieron Manchuria en el año 1931, estableciendo en este territorio un estado satélite. Posteriormente, envalentonados con el progresivo repliegue británico en el Pacífico, presentaron nuevas exigencias a la China de Chiang Kai-shek, a la que finalmente declararon la guerra en 1937. Este conflicto se solapó con la II Guerra Mundial, en la que Japón se integró en virtud del pacto Antikomintern firmado con la Alemania nacionalsocialista y la Italia fascista.

El declive de la potencia japonesa en la guerra se inició con el mayor de sus éxitos: el bombardeo de Pearl Harbour.

El enfrentamiento con los EE.UU., caracterizado por numerosos enfrentamientos en las numerosas islas del Pacífico, terminó en derrota tras la batalla de Midway y los ataques atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki en verano de 1945. En los acuerdos de Potsdam y Yalta se sancionaba la pérdida, por parte de Japón, de los territorios ocupados en China, Formosa y Corea. Además, los norteamericanos ocuparon varias islas en el Pacífico a costa del poder japonés, que era obligado a desmilitarizarse y a establecer un régimen democrático de estilo anglosajón.

Bibliografía

[1] Historia Universal Contemporánea I y II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[2] La guerra del mundo: los conflictos del siglo XX y el declive de occidente (1904-1953); Niall Ferguson – Barcelona – Debate – 2007.

[3] La creación de Japón 1853-1964; Ian Buruma – Barcelona – Mondadori– 2003.

[4] Historia del Japón I. El fin del shogunato y el Japón Meiji, 1853-1912; J. Mutel – Barcelona – Vicens Vives– 1972.

[5] Japón en el siglo XX: de imperio militar a potencia económica; Luis Eugenio Togores Sánchez – Madrid – Arco-Libros– 2000.

[6] Historia del nacionalismo; Hans Kohn – México – Fondo de Cultura Económica – 1984.