Mientras que los políticos y los autores serios se ocupaban entonces de la cuestión judía menos que en cualquier otro momento desde la emancipación, y mientras que el antisemitismo desaparecía casi enteramente de la escena política visible, los judíos se convirtieron en símbolos de la sociedad como tal y en objeto de odio para todos aquellos a quienes la sociedad no aceptaba. El antisemitismo, tras haber perdido su base en las condiciones especiales que habían influido en su desarrollo durante el siglo XIX, podía ser libremente elaborado por charlatanes y fanáticos en esa fantástica mezcla de verdades a medias y salvajes supersticiones que emergió en Europa después de 1914, la ideología de todos los elementos frustrados y resentidos.
Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo, p. 125-126.