Cuando, tras la derrota de 1940, el antisemitismo francés alcanzó su oportunidad suprema bajo el gobierno de Vichy, tuvo un carácter definitivamente anticuado y, para sus fines principales, más bien inútil, algo que los escritores alemanes nazis jamás dejaron de subrayar. No poseyó influencia en la formación del nazismo y siguió siendo más significativo en sí mismo que como factor histórico activo en la catástrofe final.
La razón principal de estas limitaciones generales fue la de que los partidos antisemitas, aunque violentos en la escena nacional, carecían de aspiraciones supranacionales. Pertenecían, al fin y al cabo, al más antiguo y más completamente desarrollado de los estado-nación de Europa. Ninguno de los antisemitas trató siquiera de organizar seriamente un “partido por encima de los partidos” o de apoderarse del estado como partido y sin otra finalidad que los intereses del partido. Los pocos intentos de coup d´etat que pueden ser atribuidos a la alianza entre antisemitas y altos jefes del ejército fueron ridículamente inadecuados y abiertamente tramados. En 1898 fueron elegidos miembros del Parlamento, tras varias campañas antisemitas, unos diecinueve antisemitas, pero ésta fue una cota máxima que jamás volvió a ser alcanzada y a partir de la cual el declive fue rápido.
Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo, p. 116-117.
Un comentario en “Los judíos, el estado-nación y el nacimiento del antisemitismo VII”