Tercer pecado: Bélgica y Polonia o la huída de la realidad


«A lo largo de cuatro años –más exactamente hasta el 29 de septiembre de 1918-, el gobierno alemán, secundado por el aplauso de la opinión pública, rechazó siempre en un tono casi indignado, como si de una exigencia inmoral se tratara, pactar una paz general sobre las bases de un status quo, sin vencedores ni vencidos”.El tercer capítulo de la obra de Haffner nos describe una Alemania heroica, sacrificada y fuerte, enfrentada a una misión que supera sus fuerzas. La alabanza a la capacidad de resistencia del pueblo y del ejército alemán es una constante a lo largo de estos párrafos. No obstante, el autor lamenta la ceguera existente dentro del II Reich: el no percatarse de que la victoria era imposible. Tras el fracaso del Plan Schlieffen, y con los británicos como enemigos, la guerra estaba perdida. A los germanos solo les quedaba llegar una paz entre iguales que les permitiera salir de ese conflicto sin demasiados daños que lamentar. Los dirigentes del Imperio Alemán tuvieron a lo largo de esos cuatro años varias ocasiones para firmar esa paz “sin vencedores ni vencidos” que tanto le convenía a su nación; sin embargo, rechazaron, una tras otra, las posibilidades que se les presentaban. Para la ceguera del II Reich solo valía la victoria, y esta era imposible. Ese es el tercer “pecado” denunciado por Sebastián Haffner en su libro: la huída de la realidad. Ahora bien, ese juego infantil de no querer afrontar a los hechos –soñar con una victoria imposible- fue acompañado de otras manifestaciones poco coherentes. Toca, pues, hablar de Polonia y Bélgica. De pronto estos dos territorios, que no le habían importado nunca a ningún alemán –habían interesado solo como lugar de paso para otras grandes conquistas-, se convirtieron, de la noche a la mañana, en partes fundamentales del proyecto imperial. A tal punto llegó esa obsesión que en más de una ocasión la paz “sin vencedores ni vencidos” se frustró por la incapacidad de los alemanes para renunciar a sus conquistas en esos territorios.

Por tanto, Polonia y Bélgica son nombres propios que representan parte de esa huída de la realidad. Los dirigentes del Reich se agarraron con todas sus fuerzas a la idea de una Alemania victoriosa; sueño demente en el que, poco a poco, fueron ocupando su lugar los territorios de esas dos naciones. Mientras esto sucedía, a la nación se le acababa el tiempo: cada vez resultaba más difícil mantener la línea del frente. No obstante, durante cuatro años, la posibilidad de evitar la catástrofe fue rechazada por unos líderes borrachos de un triunfalismo inexistente.

Bibliografía:

[1] Los siete pecados capitales del Imperio Alemán en la Primera Guerra Mundial; Sebastian Haffner – Barcelona – Destino – 2006.

[2] Historia Universal Contemporánea II; Javier Paredes (Coord.) – Barcelona – Ariel – 2004.

[3] La Primera Guerra Mundial; Hew Strachan – Barcelona – Crítica – 2004.

Turquía si, pero más tarde

 Artículo publicado por El Planisferio el 25 de mayo de 2008.


El 1 de mayo de 2004 se producía la mayor ampliación en la historia de la Unión Europea. Este organismo supranacional acogía en su seno a diez estados más: Letonia, Estonia, Lituania, Polonia, República Checa, Eslovaquia, Hungría, Eslovenia, Malta y Chipre. Casi tres años después, con la integración de Rumania y Bulgaria, surgía la Europa de los veintisiete. Además, las negociaciones para adhesión de Croacia y Macedonia comenzaron a dar sus primeros frutos a mediados de 2007.

Este cúmulo de acontecimientos, así como la tajante oposición del presidente francés, han hecho resurgir el debate acerca de la conveniencia o inconveniencia de la entrada de Turquía en la Unión. En principio la respuesta es afirmativa, pero parece que Europa no acaba de hacerla efectiva. Esto levanta suspicacias entre los políticos y la población turca, que temen una marcha atrás en el proceso de integración.

Es evidente que el acceso de Turquía a la Unión Europea genera divisiones entre los países miembros.

Estas no son injustificadas, ya que los motivos para apoyar o rechazar la adhesión turca son abundantes. No obstante, todos –los a favor y los en contra- entienden que factores como el tamaño, la localización geográfica, el nivel de desarrollo económico y el carácter de sociedad predominantemente islámica, dificultan la entrada de este país en las instituciones europeas. El problema podría plantearse cuando la actitud esquizofrénica de la Unión acabe desencantando a los propios turcos. Esto nos dejaría una Turquía de espaldas a Europa y, seguramente, a las puertas del fundamentalismo islámico.

La Unión Europea debería respaldar mucho más incondicionalmente la decisión que ya ha tomado: aceptar a Turquía como candidata al ingreso. Muchos europeístas de Turquía, de diversas tendencias del espectro político, se sienten decepcionadas por la poco entusiasta acogida que Europa les ha dispensado. Los turcos son miembros de todas las organizaciones europeas salvo la UE, y pertenece a la OTAN desde su fundación. Además, es miembro del Consejo de Europa desde los primeros años de la posguerra. No hay duda de que existen obstáculos importantes que superar antes de que el ingreso de Turquía pueda hacerse realidad; seguramente pase más de un lustro antes de que los representantes de ese estado se siente con los demás como miembro de pleno derecho.

Sin embargo, si la Unión le diera la espalda a Turquía en ese momento, el resultado podría ser una disminución del ritmo de crecimiento del país, así como una mayor polarización política y una sociedad resentida que tendería a mirar hacia el este antes que hacia el oeste.

Quienes hablan actualmente de poner obstáculos a la entrada de Turquía deberían reflexionar. Si su postura triunfa, tendremos a las puertas de Europa un estado lleno de problemas, dividido y, posiblemente, antagonista. Una Turquía democrática, liberal y próspera como estado miembro de la Unión es una perspectiva mucho más atractiva que una Turquía en quiebra y en actitud introspectiva. Turquía necesita unos años para completar su transformación, y Europa un tiempo para construir una estructura donde quepan los turcos. Sin embargo, eso no nos ha de llevar a decir no a la integración de ese país. La respuesta ha de ser afirmativa, pero sin hacerla realidad hasta que no llegue el momento oportuno para ambos negociadores.

Bibliografía:

[1] El turco. Diez siglos a las puertas de Europa; Francisco Veiga – Barcelona – Debate – 2007.

[2] Europa en la era global; Anthony Giddens – Barcelona – Paidós. Estado y sociedad – 2007.

[3] Turquía, entre Occidente y el Islam: una historia contemporánea; Glòria Rubiol – Barcelona – Viena -2004.

[4] Turquía: el largo camino hacia Europa; Delia Contreras – Madrid – Instituto de Estudios Europeos – 2004.