Reflexión sobre las herramientas para generar test


Después de dos días escribiendo sobre la utilización de los test en el proceso de evaluación –En defensa de las pruebas tipo test y Evaluando con test: apuntar es acertar-, pretendo ahora analizar el uso de aplicaciones que autocorrigen las pruebas.

No pretendo explicar de forma pormenorizada el uso de Socrative, Grade Scanner, Drive o Moodle. Entre otras cosas porque solo trabajo con una de esas aplicaciones, no con todas. Mi objetivo es otro: reflexionar sobre lo que aporta a la labor docente, así como sus peligros.

Ganando en tiempo y objetividad

Después de publicar mi primera entrada, varias personas comentaron que era una buena opción porque se ganaba tiempo en la corrección. Además, destacaban el carácter objetivo de los test en comparación con otro tipo de preguntas más abiertas a interpretación.

Considero que una buena rúbrica ayuda a alcanzar cierta objetividad en la corrección de cualquier prueba. Pero parece evidente que, aún así, los test mantienen su posición privilegiada en ese aspecto.

En lo que al tiempo se refiere, también debo darles la razón. Aunque es verdad que se tarda mucho más en preparar un cuestionario que en escribir el título de un tema para desarrollar, no es menos cierto que, una vez tienes una base de datos con preguntas de test, ese proceso es bastante sencillo.

A todo esto hemos de añadir el tiempo que nos permiten ahorrar aquellas aplicaciones que corrigen automáticamente los test. Conocer la nota de un alumno escaneando la hoja con el iPad, tal como permite Grade Scanner, es todo un lujo.

¿Ahorrar tiempo para trabajar menos?

No soy enemigo de las aplicaciones auto-correctoras, sino todo lo contrario. Ahora bien, la búsqueda de una fórmula de corrección más rápida puede llevarnos a tener docentes “comodones” e incapaces de detectar las necesidades reales del alumnado.

Una buena fórmula para evitar esos peligros es dedicar al análisis de los resultados el tiempo que nos ahorramos en la corrección. Con esa dedicación, además de evitar convertirnos en profesores aburguesados, adquirimos un conocimiento de las carencias, puntos fuertes y problemas de nuestros estudiantes que difícilmente podríamos tener sin contar con esas herramientas.

Con la información que aporta ese análisis tendremos más posibilidades de saber cómo ayudarles a mejorar.

En resumen, no cabe duda que la tecnología es un gran aliado en nuestra tarea docente. Sin embargo, en la medida que vaya asumiendo cargas que hasta la fecha recaían únicamente en nosotros, hemos de ir abriendo nuevos campos a nuestra actividad. Lo contrario supondría no avanzar en la calidad de la educación: mera sustitución del profesor por la máquina.

Llegaríamos a una situación en la que, salvo la pérdida del elemento humano, no habría cambios reales en el proceso de evaluación. Y eso es una verdadera pena, una gran oportunidad desaprovechada.

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