En defensa de las pruebas tipo test


Durante el curso 2013-2014 decidí introducir en mis asignaturas un apartado de test en los exámenes, y desde entonces han estado presentes en casi todas las asignaturas que he impartido.

Los motivos que me llevaron a tomar esa decisión fueron múltiples y variados. Por un lado, pretendía descubrir hasta qué punto el alumnado era capaz de afinar en el conocimiento de la materia. Y, por el otro, me pareció lógico acostumbrarle a un modelo de examen con el que, probablemente, se tengan que enfrentar en no pocas ocasiones durante su etapa universitaria.

Sobre este último aspecto es interesante señalar que, aunque todos somos capaces de leer y marcar una casilla, no nacemos sabiendo hacer test. Ese tipo de pruebas, como tantas otras, tienen sus trucos, su “arte”. De ahí la importancia de practicar y aprender a enfrentarse a ellas lo mejor posible a partir de la experiencia.

Enriquecer el proceso de evaluación

Ahora bien, aunque defiendo la necesidad de enseñar a los estudiantes a afrontar los test, no soy partidario de que ese sea el único elemento de los exámenes. Entiendo que las pruebas, al igual que la evaluación global de la asignatura, deben abordar diversas capacidades.

Lo contrario sería caer en el error que, al menos en las Ciencias Sociales, hemos cometido durante décadas: la entronización de la memoria.

Desde mi punto de visto, en une examen el alumnado debe demostrar tanto sus conocimientos -preguntas de desarrollo y test- como su aplicación en forma de prácticas. A esto hemos de añadir el correcto manejo de términos específicos de la materia –conceptos- y la expresión escrita. En definitiva, mantengo a la tan denostada memoria, pero en igualdad con respecto a otras capacidades.

Evidentemente, hablo en todo momento de los exámenes escritos, pues considero que en la evaluación de la materia se deben tener en cuenta otros aspectos importantes como la expresión oral, el trabajo de investigación, la competencia digital, el trabajo en equipo…

La amplia familia de los test

Cualquier docente que haya elaborado alguna vez una pregunta de test sabe perfectamente que existen múltiples variantes. Se trata de una cuestión a la que llevo tiempo dándole vueltas y sobre la que, probablemente, escriba en los próximos días.

Sin embargo, ahora mismo me limitaré a plantear una sencilla clasificación:

  1. Según el número de opciones.
  2. Según el número de respuestas correctas.
  3. Según la penalización por error cometido.
  4. Según el tiempo de respuesta con el que cuenten.