Raimond Carr y J. P. Fusi afirman que no había “tan sólo una crisis de gobierno, sino de algo mucho más profundo: una verdadera crisis de Régimen”, que había comenzado con las discusiones sobre las asociaciones durante 1967-69. España era un Estado católico, donde la Iglesia condenaba el Régimen; un Estado que prohibía las huelgas, y donde éstas se producían por miles; un Estado antiliberal, que buscaba alguna forma de legitimidad democrática; un Estado cuya ideología, según dijera Fernández-Miranda en 1971, era un “socialismo nacional integrador” y que había, sin embargo, transformado España en una sociedad capitalista. Las contradicciones eran evidentes. “En España -diría con razón el ultraderechista Blas Piñar en octubre de 1972- estamos padeciendo una crisis de identidad de nuestro propio Estado”.
Salvador Sánchez-Terán, La Transición. Síntesis y claves, p.18.