La Guerra de Independencia

Esta entrada forma parte de un conjunto de artículos sobre la España de Fernando VII. Para leer los restantes textos dedicados a esta cuestión, haz clic aquí.


España en la política napoleónica

Ante la necesidad de neutralizar la preponderancia marítima británica, Napoleón se decidió a aplicar una política de bloqueo continental a toda embarcación y producto de las islas. En este contexto la posición geoestratética de las naciones ibéricas adquiría una importancia vital. Esto nos ayuda a comprender mejor el interés francés por controlar España y Portugal.

Sin embargo, los planes de Napoleón con respecto a estos dos países fueron evolucionando según se desarrollaba su enfrentamiento con los británicos. Distinguimos tres fases dentro dentro de este proceso: intervencionista –control de los puertos marítimos-, desmembracionista –reparto de la Península según lo pactado en Fontainebleau (1807)- y sustitutiva –derrocar a los Borbones para sustituirlos por la dinastía Bonaparte.

El Motín de Aranjuez (19 de marzo de 1808) fue la primera reacción de los patriotas españoles ante las maniobras francesas.

Sin embargo, este suceso no está exento de una amplia dósis de maquiavelismo por parte de Fernando VII –conspira contra su padre- y de mitificación por parte de la historiografía nacionalista.

Se habla de un amplio apoyo por parte del pueblo –un levantamiento popular-, cuando realmente se trató de una revuelta promovida por un importante número de nobles descontentos con la política de Godoy. El caso es que la deteriorada figura del valido arrastró al propio monarca, que no tuvo más remedio que abdicar.

De Bayona al 2 de mayo

A los sucesos de Aranjuez siguieron los de Bayona (1 de mayo de 1808). Napoleón decidió imponer su criterio y convocó a Fernando VII y Carlos IV con el fin de poner solución a la crisis monárquica española. Cumplió, en definitiva, su programa sustitucionista: Fernando abdicó en su padre, y este lo hizo en la persona de Napoleón. El emperador se convirtió así en arbitro y dueño de la Corona, que irá a parar a manos de un rey manejable y afín, su hermano José. Con la desaparición de los Borbones del mapa político español comenzaron a derrumbarse las instituciones propias del Antiguo Régimen.

La Junta de Gobierno -constituída por Fernando VII antes de viajar a Bayona-, el Consejo de Castilla, las Audiencias y las Capitanías Generales, se pusieron al servicio de la nueva autoridad venida del otro lado de los Pirineos.

Sin embargo, la ausencia del rey, piedra angular del sistema, generó tal vacío de poder que pronto las instituciones comenzaron a hacer dejación de sus funciones. Ese vacío tuvo también su eco en las colonias americanas. Allí, al igual que en la Península, fueron surgiendo nuevas autoridades que, con el tiempo, se convirtieron en la base de la independencia.

Cuando el último Borbón salió de Madrid el pueblo se levantó contra las autoridades francesas; era 2 de mayo.

Las tropas de Murat entraron en la capital con el fin de acabar con una reacción nacionalista que pronto se propagó por todo el país. En poco tiempo surgió el movimiento juntista, consecuencia del vacío de poder y de los movimientos de mayo. Se trataba de un fenómeno dominado por las élites ilustradas que trataba de articular la espontánea aparición de las Juntas Provinciales.

Destacó en el ordenamiento de todo ese maremagnum inicial el liderazgo de Cuesta, Palafox y la Junta de Sevilla. Se desechó la posibilidad de establecer una Regencia, quedando una Junta Central, formada por representantes provinciales, como depositaria de los poderes de la nación. Bajo la autoridad de esta se encontraban las trece Juntas Supremas y las citadas Juntas Provinciales. El objetivo de esta nueva estructura estatal era la defensa de la nación frente al invasor francés, pero también desarrollar en España el ideario liberal. En cierto modo se trataba de un gobierno revolucionario.

Aspectos militares

La invasión francesa dio comienzo en el verano de 1808. Desde el principio quedó patente la desigualdad –en cuanto armamento, organización y estrategia- de las fuerzas que se enfrentaban. No hemos de olvidar que los ejércitos napoleónicos se paseaban trinfantes por Europa, mientras que España estaba sumida en esos años en una profunda crisis.

Sin embargo, los franceses erraron en sus planteamientos. Pensaron que se encontraban ante un guerra dieciochesca en la que bastaba cambiar la dinastía reinante y hacerse con el control de la Corte. No contaron con la irrupción de las ideas nacionalistas. Estas condujeron al pueblo español a una resistencia masiva contra el invasor, obligándole a conquistar el territorio palmo a palmo.

La primera campaña napoleónica en España tuvo el siguiente itinerario:

Avance rápido desde los Pirineos hasta Madrid, donde es proclamado rey José I; fracaso en Cataluña y Aragón por la resistencia de Zaragoza y Gerona; derrota de Dupont ante Castaños y Cuesta en la batalla de Bailén. A todo esto hay que añadir el poderío naval español, cuya base era Cádiz, y la existencia de un gobierno que coordinaba la resistencia desde Sevilla. Ante este panorama los ejércitos franceses se replegaron hasta la frontera, y José I abandonó el país.

Sin embargo, esto era más un movimiento estratégico que una derrota real. Napoleón decidió poner fin al conflicto español, y para ello cambió de estrategia. Él mismo se puso al frente de un contingente de 250.000 hombres con los que planeaba realizar un movimiento envolvente hacia Madrid, y desde allí en dos direcciones: una a Galicia y la otra a Zaragoza. Los invasores cumplieron sus objetivos, siendo José I restituído en su trono.

Desde ese momento, y con Sevilla en manos del enemigo, los patriotas españoles plantearon una guerra de desgaste cuya principal arma fue la guerrilla.

La guerra de desgaste se prolongó desde 1809 hasta el final de 1811. Los franceses fueron ocupando el país –el levante, Andalucía, las costa atlántica…-, pero encontraron en su camino una dificultad muy seria: la guerrilla. Este fenómeno masivo, favorecido en sus acciones por la abrupta orografía española, obligó a los mandos franceses a ocupar, de manera dispersa, a buena parte de sus contingentes. La sociedad española se transformó durante unos años en una sociedad militar.

El final de la guerra comenzó a vislumbrarse en 1812, aunque los invasores no abandonaron el país hasta 1814. Los españoles, con la ayuda británica, fueron reorganizando la resistencia desarticulada con la ofensiva napoleónica de 1809. Esto permitió que se produjeran las victorias de Arapiles, Vitoria y San Marcial; preámbulos de la paz de Valençay y del regreso de Fernando VII.

Consecuencias de la Guerra

La Guerra de Independencia marcó el inició del fin del Antiguo Régimen y el comienzo de la construcción de un nuevo sistema. Las bases del liberalismo y del nacionalismo español del XIX se pusieron entre 1808 y 1814. Sin embargo, el conflicto tuvo muchas otras consecuencias:

  • Derrumbe de la Hacienda.
  • Desindustrialización; desaparición de los núcleos de carácter protoindustrial construidos durante el periodo ilustrado.
  • Desurbanización y destrucción de las infraestructuras.
  • Crisis demográfica; efectos directos -medio millón de muertos- e indirectos.
  • Pérdida de prestigio internacional y de las colonias; potencia de tercer o cuarto orden.

Bibliografía:

[1] Historia Contemporánea de España II; Javier Paredes (Coord.) – Madrid – Ariel – 2005.

[2] Historia Contemporánea de España II; José Luis Comellas – Madrid – Rialp – 1986.

[3] Historia de España; José Luis Martín, Carlos Martínez Shaw, Javier Tusell – Madrid – Taurus – 1998.

[4] Las Cortes de Cádiz; Federico Suárez Verdeguer – Madrid – Rialp – 1982.

Una crónica de las elecciones serbias

Artículo publicado por Historia en Presente el 19 de mayo de 2008.


Con el fin de complementar la información aportada en “Serbia después de Milosevic (2000-2008)” -artículo recientemente publicado en este blog-, me dispongo a escribir sobre los últimos sucesos políticos: las elecciones del pasado 11 de mayo. Sin embargo, vistos los resultados, querría también centrarme en la figura de uno de los grandes derrotados, el líder del PDS Vojislav Kostunica.

Serbia ante la segunda transición

El análisis de los resultados electorales serbios a lo largo de la última década nos permite hablar, en cierto modo, de dos transiciones. El primer cambio político se produjo en Serbia el 6 de octubre de 2000, día en que una revolución popular ponía fin al régimen de Solobodan Milosevic. El segundo ha tenido lugar el pasado 11 de mayo, fecha de las elecciones legislativas. Por primera vez los demócratas del PD (Partido Demócrata) han logrado imponerse a los nacionalistas del PRS (Partido Radical Serbio).

El triunfo del actual presidente, Boris Tadic, permite al país mirar hacia delante; y, más en concreto, a Europa. La victoria de su adversario, Tomislav Nikolic, hubiera supuesto lo contrario: rechazar la mano tendida por la Unión Europea en el reciente Acuerdo de Asociación y Estabilización (AAE), y volver, una vez más, a la deriva nacionalista que tanto mal ha traído a Serbia y a sus vecinos.

Los demócratas -Partido Demócrata (PD), Grupo 17 (G17), Partido Democrático de Sandzak (PDS), Liga Socialdemócrata de Voivodina (LSV), Movimiento Serbio de Renovación (MSR)- han alcanzado en los comicios la cifra de 102 escaños sobre un parlamento de 250 diputados [6]. Por su parte, los radicales se sitúan como segunda fuerza política con 77 representantes. En definitiva, una vez más, los de Tadic están obligados a pactar si quieren afianzarse en el gobierno. La alianza con el Partido Demócrata Serbio (PDS) del antiguo primer ministro Vojislav Kostunica parece poco probable. Este, a pesar de sus decepcionantes resultados, mantiene 30 de los 47 escaños obtenidos en las elecciones de 2007.

Sin embargo, hemos de recordar que la principal razón de que los serbios hayan vuelto a acudir a las urnas un año después es, precisamente, la falta de entendimiento entre Tadic y Kostunica.

Así las cosas, lo más probable es que el PD escoja a grupos más moderados y europeístas como compañeros de viaje. Destaca entre estos el Partido Socialista Serbio (SPS), fundado en su día por Slobodan Milosevic. Estos han sabido modernizarse y librarse del fantasma de su antiguo líder, proceso avalado por su reciente incorporación al grupo de partidos socialdemócratas europeos.

Los serbios han elegido el camino de la reforma en lugar de la vuelta al pasado. Los intentos frustrados que personificaron figuras como Vojislav Kostunica o Zoran Djindjic –primer ministro del PD asesinado en 2003- dejan paso a la decidida actuación de los hombres de Tadic. La consigna es solucionar los problemas del presente mirando al futuro, no al pasado. Dejar de lado “los demonios del nacionalismo exclusivista y agresivo, vendedor de frustraciones, atizador de injustificados e injustificables complejos de superioridad emparejados con victimismos que pretenden legitimar toda clase de reivindicaciones así como los métodos para satisfacerlas” [8].

El objetivo principal es caminar hacia la Unión Europea con la ayuda de Europa, sin “vender”, de antemano (aunque puede que ya esté perdida), la soberanía sobre Kosovo.

Serbia deja atrás ocho años –la primera transición- algo frustrantes; un periodo de tiempo en el que no supieron o no quisieron cambiar. Algunos analistas políticos afirman que esa etapa era necesaria, que los serbios no estaban preparados para el cambio en el año 2000. Eso puede ser verdad, pero no es menos cierto que Europa –pendiente actualmente de solucionar el entuerto kosovar- no le tendió la mano entonces con tanta firmeza como lo hace ahora. Se abre una etapa esperanzadora para el país, y los recientes resultados electorales son una buena prueba de que ese gran pueblo está dispuestos a afrontarla con decisión.

El viaje de Kostunica al cementerio de las estatuas

La revolución del años 2000 contra el régimen de Slobodan Milosevic se inventó una figura emblemática: Vojislav Kostunica. Este personaje surgía como un monumento al movimiento opositor; el color dorado del mismo lo ponía el beneplácito occidental. Durante los primeros meses fue el hombre del momento; más tarde se convirtió en la bisagra para gobernar; hoy, al igual que tantos otros, descansa en el cementerio de las estatuas.

La Historia está llena de ídolos derrumbados, Kostunica ha sido el último. Tan sólo nos queda dilucidar si la culpa fue suya o de quienes propiciaron su aparición.

Militó en las filas del Partido Demócrata (PD) hasta el 1992, año en que abandonó ese grupo para fundar el PDS. Desde ese momento llevó a cabo una encarnizada, aunque poco eficaz, oposición al régimen de Milosevic. Sin embargo, al igual que la mayor parte de los serbios, se dejó arrastras por las ideas nacionalistas de Slobo. Cuando llegó al poder –“héroe por accidente”- pudo ofrecerle a su pueblo la libertad, pero no consiguió librarlos del veneno que el mismo llevaba dentro.

Serbia no sólo necesitaba –y necesita- un sistema democrático firme y una economía moderna; el rechazo del nacionalismo radical que había marcado la década anterior era condición sine qua non para el desarrollo del país. Eso Kostunica no lo podía lograr; había llegado al límite de su reformismo. Si me permiten la comparación, les diría que jugó un papel similar al de Carlos Arias Navarro al finalizar el franquismo; llevó a cabo la reforma más radical que podía pergeñar, pero esta era insuficiente.

Kostunica fue estatua de bronce durante el tiempo que supo mantener el consenso entre los grupos políticos serbios. Encandiló a los demócratas con sus indudables convicciones democráticas; y tranquilizó a los nacionalistas con su patriotismo y promesas de no entregar a ninguno de los criminales de guerra serbios. Los problemas surgieron cuando ambos bandos salieron del letargo posrevolucionario.

Los demócratas querían ir más rápido con las reformas, y los nacionalistas deseaban volver a un supuesto glorioso pasado. El bronce de la estatua empezó a perder su brillo, y las sucesivas elecciones ponían al descubierto la realidad: el partido de Kostunica era la tercera fuerza política. Había empezado el periodo de la bisagra. El PDS tenía menos votos que demócratas y radicales, pero hacerle la corte era necesario para gobernar. En esta tarea ganaron sus antiguos compañeros del PD.

La cuestión de Kosovo acabó por consumar la ruptura en la alianza entre Vojislav Kostunica y Boris Tadic. El primero se negó a formar parte de un gobierno que mantenía relaciones cordiales con países europeos que reconocían la independencia de esa región. La deriva nacionalista del líder del PDS puso fin a un ejecutivo que apenas llevaba un año al frente de los destinos serbios. Los resultados del 11 de mayo, así como el final de su estatus de bisagra, han condenado a Kostunica a permanecer en el cementerio de las estatuas.

Es poco probable que volvamos a verlo en primera línea, aunque nunca se sabe, también Napoleón tuvo su Imperio de los Cien Días.

Bibliografía

[1] La Europa balcánica. Yugoslavia, desde la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días; Ricardo M. Martín de la Guardia y Guillermo A. Pérez Sánchez – Madrid – Síntesis – 1997.

[2] La trampa balcánica; Francisco Veiga – Barcelona – Grijalbo – 2002.

[3] La situación política de Serbia después de las elecciones generales; Mira Milosevich – GEES – 1 de febrero de 2007.

[4] Serbia: Elecciones para la continuidad; Mira Milosevich – GEES – 23 de enero de 2007.

[5] Gobierno de Serbia: entre aceite y agua; Mira Milosevich – GEES – 22 de mayo de 2007.

[6] Las elecciones legislativas en Serbia; Mira Milosevich – GEES – 13 de mayo de 2008.

[7] Los conflictos de los Balcanes a finales del siglo XX; Enrique Fojón -GEES – 18 de septiembre de 2002.

[8] Adiós, Milosevich, no vuelvas; Manuel Coma – GEES – 15 de marzo de 2006.