¿Qué fue el Imperio Británico?


[IMPERIO] BRITÁNICO

Puede parecer en cierto modo paradójico que el mayor imperio de la época se constituyera en torno a una isla de territorio tan limitado. Sin embargo, su formación obedece a una política perfectamente calculada y llevada a la práctica de manera sistemática.

La colonización británica no se inició en esos momentos sino que, por el contrario, sus orígenes se remontan al siglo XVI, en dura competencia muchas veces con españoles y portugueses. Su primer imperio colonial se centró en el espacio americano, perdiéndolo en su mayor parte como consecuencia de la independencia de los EE.UU. en el último tercio del siglo XVIII.

Sin embargo, Inglaterra no iba a aceptar indiferente este descalabro. Casi inmediatamente comenzó a trazar nuevos puntos de referencia, que se convirtieron en el embrión de lo que sería su segundo y gran imperio colonial. A lo largo del siglo XIX, Gran bretaña actúa con una doble ventaja:

  • Abrió la marcha en el camino de la expansión colonial y al ser durante mucho tiempo la única potencia que se movía en ese terreno, pudo elegir sus zonas de interés.
  • El Imperio británico fue ante todo un imperio económico, es decir, no un imperio movido por fines económicos, sino fundado en el poderío económico.

Por todo ello, cuando en los años setenta se puso en marcha el proceso de la expansión europea, Inglaterra llevaba ya mucho camino recorrido. Había podido reservarse la mayor y mejor parte de los territorios, poseyendo un imperio enormemente dilatado y aún con posibilidades de crecimiento.

Al inicio del último tercio del siglo XIX, los ingleses dominaban:

  • La parte oriental del Canadá.
  • Algunas islas antillanas.
  • Zonas de África Occidental (entre ellas Gambia y parte de Sudáfrica).
  • Importantes territorios en La India.
  • Una enorme región en Australia.
  • Numerosas islas y enclaves de carácter estratégico.

A lo largo de los años siguientes, el Imperio británico continuó su desarrollo, hasta dominar la cuarta parte de las tierras del planeta. Al mismo tiempo fue diseñando la tipología colonial en función de las características de los territorios ocupados y de sus propias necesidades.

Importantes contingentes de población se desplazaron para instalarse, fundamentalmente, en lugares donde los habitantes indígenas eran poco numerosos o fácilmente dominables. Allí se establecieron colonias de poblamiento, de diseño absolutamente británico, en el que la población autóctona quedó suprimida o relegada por completo.

En otras regiones, donde no resultaba tan fácil o práctico llevar a cabo esta política, se pusieron en marcha auténticas colonias de explotación, basadas en sus posibilidades económicas.

En Asia, su gran centro de acción fue, sin lugar a dudas, la India.

La presencia inglesa en aquellos territorios puede estructurarse en tres etapas perfectamente diferenciadas:

  • Una primera, hasta 1773, protagonizada por la Compañía de las Indias Orientales y de explotación colonial privada.
  • Una segunda, hasta 1858, época de un gobierno conjunto de la Compañía y la Corona.
  • Una tercera, hasta 1947, con gobierno exclusivo de la Corona.

El cambio de situación fue motivado por una sublevación protagonizada por los cipayos, lo que hizo ver al gobierno inglés la necesidad de un control más estricto. Apareció entonces la figura del virrey, asistido por un consejo mixto de funcionarios británicos y magnates indígenas. Sin embargo, el nacionalismo hindú fue una cuestión latente que llevó, desde las reformas administrativas (1920) a la independencia (1947).

Hacia mediados del siglo XIX, la presencia inglesa en la India era ya suficientemente importante: desde Delhi hasta Cachemira y desde Bengala hasta la baja Birmania. A partir de la reestructuración habida entonces, se completaron las conquistas, buscando, en gran medida, cerrar el paso a la expansión de otros países. Así, Beluchistán y Birmania sirvieron de barrera a las ambiciones rusas o francesas, respectivamente.

En las dos últimas décadas del siglo XIX, Inglaterra se anexionó importantes y bien distribuidos territorios en el continente africano.

En él existía un importante enclave estratégico y político, con larga trayectoria histórica a sus espaldas: Egipto. Como es sabido, era este un territorio sometido a la soberanía del Imperio Otomano, lo que había dado lugar en más de una ocasión a tensiones de carácter internacional.

En 1867 el entonces bajá de El Cairo protagonizó un golpe de Estado, rompiendo sus vínculos de dependencia con Estambul. Su idea era convertir Egipto en un país moderno, dotado de infraestructura, desarrollado económicamente y con alto nivel cultural. Para ello necesitaba aproximarse a los países occidentales, especialmente por la ayuda económica que necesitaba Egipto. Francia fue la llamada a ejercer ese papel, dando esta colaboración algunos resultados positivos, como la construcción del Canal de Suez (1869).

En 1870 Francia sufría una importante derrota frente a Prusia, al tiempo que Egipto se veía impotente para hacer frente a sus deudas: había llegado la hora de Inglaterra. La mayor parte de las acciones del canal pasaron a su poder, abriéndole con ello la ruta hacia la India.
Suez se convirtió a partir de ese momento en punto vital del Imperio británico, implantando un fuerte dominio económico sobre el país.

A su vez, el fracaso del intento nacionalista de 1881 le dio pie para establecer también la tutela política, poniendo en marcha un protectorado sobre Egipto. Mientras los británicos afianzaban su control sobre Egipto, numerosos territorios de África pasaron a formar parte del Imperio: Sudán, Uganda, Kenia, Somalia, Rhodesia, Sudáfrica, Nigeria, Sierra Leona…

Poco a poco los británicos fueron cumpliendo su sueño de conectar sus territorios sudafricanos con Egipto, lo que les llevó a importantes roces con Francia.

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El proceso de unificación de Italia


Italia antes de la unificación

Antes de la invasión napoleónica, el territorio italiano se hallaba dividido en varios Estados. En 1815, tras el Congreso de Viena, volvió a quedar fragmentado en ocho países:

  • En el norte, el reino de Piamonte-Cerdeña o reino sardo y el reino de Lombardía-Véneto, este último bajo dominio austríaco.
  • En el centro los ducados de Parma, Lucca, Módena y Toscana, más los Estados Pontificios, divididos a su vez en Marcas, Legaciones y ciudad de Roma.
  • En el sur, el reino de las Dos Sicilias o reino de Nápoles.

La influencia austríaca se extendía por el norte de Italia y alcanzaba también a los Estados del Centro.

Hacia mediados del siglo XIX, la burguesía italiana, influida por la creciente oleada nacionalista, se vio obligada a actuar en la clandestinidad (en sociedades secretas como los carbonari).

Paralelamente surgió una corriente cultural de tendencia moderada y ligada a los sectores intelectuales de la burguesía, era el llamado Risorgimento. Este movimiento estaba integrado por historiadores (Cantú, Balbo), escritores (D’Azeglio, Leopardi) y músicos (Verdi, Rossini), que reflejaban en sus obras:

  • Un especial interés por el pasado histórico italiano.
  • Un deseo de independizarse del dominio de Austria.

A raíz de las revoluciones de 1848 se habían forjado las principales posturas nacionalistas en Italia. Unos, como Mazzini y su organización “Joven Italia”, defendían la creación de un república democrática, unitaria y centralista. Otros eran partidarios de un nacionalismo católico que impulsara, bajo la presidencia del Papa, una Confederación de Estados Italianos. Finalmente, estaban los pensadores como D’Azeglio y Balbo, que defendían la idea de que la unidad debía realizarse en torno a la casa de Saboya, reinante en Piamonte.

Desde II Risorgimento, periódico de Cavour, se promovía la unidad bajo un Estado liberal y parlamentario, que tras las 1848 contaba con una Constitución (Estatuto Albertino). Así, desde 1848 a 1859 el Reino de Piamonte se transformó en el plano económico y militar para prepararse en relación al proceso unificador.

La creación del Reino de Italia (1859-1861)

La unificación de Italia se llevó a cabo durante el reinado de Víctor Manuel II de Saboya, quien, en 1852, nombró como primer ministro a Cavour. Una empresa semejante exigía el apoyo internacional, lo que explica la participación del Piamonte en la Guerra de Crimea. Se pretendía una alianza con la Francia de Napoleón III frente a Austria con el fin de ocupar Lombardía y Véneto, lo que se consiguió en el Tratado de Plombières (1858).

Sin embargo, tras la ocupación de Lombardía, el Emperador francés retiró su apoyo, confirmándose únicamente la obtención de ese territorio (Acuerdos de Villafranca).

Posteriormente, las agitaciones nacionalistas en Parma, Módena y Romaña concluyeron con su incorporación al Piamonte. Cavour logró que Napoleón III reconociese estas anexiones y al día siguiente se formó un Parlamento para el Reino de la Alta Italia (1860).

El estallido de las sublevaciones campesinas en Sicilia fue aprovechado por Garibaldi, que dirigía desde Génova una expedición, para hacerse con la isla y, más tarde, con Nápoles. El Reino de las Dos Sicilias se integró en el Piamonte tras una entrevista entre Garibaldi y Víctor Manuel II.

Poco después, las Marcas y Umbría tomaban la misma decisión mediante un plebiscito.
o Finalmente, un nuevo Parlamento proclamó a Víctor Manuel II rey de Italia en 1861, siendo reconocido el reino por las principales potencias.

La incorporación del Véneto (1866)

La anexión del Véneto se produjo como resultado de la guerra entre Prusia y Austria de 1866. El reino de Italia se alió con los prusianos y, aunque los italianos fueron derrotados, al ganar la guerra Prusia, Austria tuvo que ceder este territorio (Paz de Viena).

La anexión de Roma (1870) y la “cuestión romana”

El Papa contaba con el apoyo de Napoleón III desde la revolución de 1848. La guerra que los prusianos iniciaron contra Francia en 1870 marcó el momento propicio para este último eslabón en la cadena de la unidad. Una vez derrotados los franceses en Sedán, los italianos no tuvieron ninguna oposición.

Mediante un plebiscito los Estados Pontificios se integraban en Italia, proclamándose Roma como capital del Estado. Sin embargo, el Papa Pío IX no reconoció esta anexión, iniciándose un conflicto entre el nuevo Estado italiano y el Vaticano, que no se resolverá hasta comienzos del siglo XX.

El nacimiento del Reino de Italia


El proyecto de unificación italiana arrancó en la década de 1840 con los movimientos de una burguesía que trataba de eliminar las barreras aduaneras y establecer la unidad del sistema monetario. Así, desde el primer momento se aferraron, como fuente de las libertades económicas, al liberalismo.

La presencia austríaca en la península italiana dificultaba la consecución del objetivo unificador; hecho que convirtió a los Habsburgo en personajes odiados por los italianos del XIX.

Fue justamente en la década de 1840 cuando surgió el movimiento del Risorgimiento, que tuvo una enorme influencia a lo largo de todo el proceso de unificación. Dentro de este marco situamos al Partido de la Joven Italia, formado por los seguidores de Mazzini.

Otros movimientos políticos de relevancia fueron: el neogüelfismo, que abogaba por una unidad italiana dirigida por la figura católica del Papa; y la vía de Balbo, que reclamaba la independencia y unidad italiana bajo la batuta de los Saboya.

La revolución de 1848 en la península arrancó en las Dos Sicilias y se extendió rápidamente por toda Italia. En ese año se promulgaron Constituciones y se produjeron revueltas contra el poder de Austria en los territorios venecianos y milaneses.

Además, el propio Piamonte emprendió, con escasa fortuna, una guerra contra los austríacos. Pero el hecho más significativo de aquel año sucedió en Roma.

La República de Roma (1848-1850)

Pío IX gozó en sus primeros años de Pontificado de popularidad. Su carácter liberal, que le llevó a decretar la libertad de prensa y la amnistía, le reportó el apoyo de Garibaldi y Mazzini. Sin embargo, todos este prestigio lo perdió al declarar su neutralidad en la guerra entre Piamonte y Austria.

Como consecuencia del “escaso patriotismo”, en noviembre de 1848 fue asesinato Pellegrino Rossi, jefe del gobierno romano. Arrancaba así una revuelta que provocó la huída del Papa a Nápoles.

Los sublevados formaron un gobierno provisional de carácter triunviral -Mazzini, Armellini y Saffi- y proclamaron la República.

El sueño de la República de Roma se vio frustrado por el desembarco de tropas hispano-francesas en el Lacio. Estas sometieron a los rebeldes e hicieron volver a Papa.

El reino del Piamonte en la arquitectura de la unificación

Después del fracaso de los idearios neogüelfos y mazzinianos, la única vía que quedaba para la unificación italiana era la monarquía del Piamonte. De esta manera, de forma progresiva, el espíritu del Risorgimiento se fue tornando moderado y monárquico.

Tras la derrota de 1848, el rey Carlos Alberto de Saboya abdicó en su hijo Víctor Manuel II. Este cambió de política guiado por Cavour, que llevó a cabo una intensa modernización del Piamonte.

La monarquía de Víctor Manuel II pasó a poseer un marcado carácter moderno y nacionalista. Esto atrajo hacia sí a todos los antiaustríacos y nacionalistas italianos.

Las relaciones amistosas entre Napoleón III y Cavour

Uno de los principales aciertos de Cavour fue convertir la cuestión italiana en un problema europeo. Para esto no dudó en apoyarse en Napoleón III. En principio este, aunque mostró su simpatía a la causa italiana, no se comprometió a intervenir. Sin embargo, en la conferencia de Plombières (1858) ambos estados llegaron al siguiente acuerdo:

  • Creación de una confederación de cuatro reinos: los Estados Pontificios, Dos Sicilias, Alta Italia (Piamonte, Lombardía y el Véneto) y Italia Central (Toscana, Parma y Módena).
  • La confederación quedaría bajo la presidencia del Papa.
  • A cambio del apoyo francés, el Piamonte cedería a Francia Saboya y Niza.

Ante el proyecto de reorganización de las fuerzas armadas piamontesas, los austriacos enviaron un ultimátum exigiendo su desarme. Su rechazo llevó al estallido de la guerra en 1859.

La guerra con Austria

La guerra se abrió con una Victoria franco-piamontesa en la batalla de Montebello, que dejo Milán a merced de los aliados. Sin embargo, el contraataque austríaco no se hizo esperar, siendo derrotados los piamonteses en Palestro. A esto siguió la batalla de Magenta, de dudoso resultado, y el repliegue austríaco, quedando Lombardía en manos piamontesas.

Mientras, como consecuencia de las victorias militares del Piamonte, Italia se inunda de un hondo sentimiento nacional, que se deja sentir en Toscana, Módena, Parma, Roma… Napoleón III, consciente de que estos hechos podían provocar que la situación se le fuera de las manos y derivase en la unidad de toda la península, decidió poner fin a la guerra con la paz de Zurich.

Se acordó que Viena entregase a Francia Lombardía. Esta, a su vez, sería cedida por Napoleón a Víctor Manuel II. Por último, Piamonte entregó a Niza y Saboya a Francia.

No obstante, Parma, Módena, Romaña y Toscana nombraron rey a Víctor Manuel II, que logró finalmente que Napoleón aceptase la nueva situación. De esta manera, el Piamonte logró unificar todo el territorio italiano a excepción del Véneto austríaco, los Estados del Papa y el reino de Dos Sicilias.

Garibaldi y la unificación del sur

Al término de la guerra con Austria, los radicales de Garibaldi reclamaron un único gobierno para toda la península. Fieles a estos principios, en 1860, prepararon un desembarco en Sicilia, donde la situación era ingobernable, y, por tanto, favorable para los invasores.

Garibaldi, logró controlar la isla entre mayo y julio de 1860, estableciendo un gobierno provisional. Después de consolidar su dominio en Sicilia y asegurarse la neutralidad fracesa y británica, Garibaldi se desembarcó en el reino de Nápoles, que conquistó en septiembre de 1860.

Ante esta situación, Victor Manuel II anexionó a su reino las Marcas y Umbría, y ratificó, en su encuentro de Teano con Garibaldi, su dominio sobre las Dos Sicilias.

Por su parte, Cavour convocó elecciones generales para una Cámara de reciente creación y proclamó el nacimiento del reino de Italia.

No obstante, quedaban aún delicadas cuestiones por solucionar en torno a la unificación italiana, y, sin duda, una de ellas era la romana. Sólo la alianza con Prusia y la caída de Napoleón III, gran valedor de los Estados Pontificios, permitió a Italia conquistar la Ciudad Eterna.