El nacimiento del Reino de Italia


El proyecto de unificación italiana arrancó en la década de 1840 con los movimientos de una burguesía que trataba de eliminar las barreras aduaneras y establecer la unidad del sistema monetario. Así, desde el primer momento se aferraron, como fuente de las libertades económicas, al liberalismo.

La presencia austríaca en la península italiana dificultaba la consecución del objetivo unificador; hecho que convirtió a los Habsburgo en personajes odiados por los italianos del XIX.

Fue justamente en la década de 1840 cuando surgió el movimiento del Risorgimiento, que tuvo una enorme influencia a lo largo de todo el proceso de unificación. Dentro de este marco situamos al Partido de la Joven Italia, formado por los seguidores de Mazzini.

Otros movimientos políticos de relevancia fueron: el neogüelfismo, que abogaba por una unidad italiana dirigida por la figura católica del Papa; y la vía de Balbo, que reclamaba la independencia y unidad italiana bajo la batuta de los Saboya.

La revolución de 1848 en la península arrancó en las Dos Sicilias y se extendió rápidamente por toda Italia. En ese año se promulgaron Constituciones y se produjeron revueltas contra el poder de Austria en los territorios venecianos y milaneses.

Además, el propio Piamonte emprendió, con escasa fortuna, una guerra contra los austríacos. Pero el hecho más significativo de aquel año sucedió en Roma.

La República de Roma (1848-1850)

Pío IX gozó en sus primeros años de Pontificado de popularidad. Su carácter liberal, que le llevó a decretar la libertad de prensa y la amnistía, le reportó el apoyo de Garibaldi y Mazzini. Sin embargo, todos este prestigio lo perdió al declarar su neutralidad en la guerra entre Piamonte y Austria.

Como consecuencia del “escaso patriotismo”, en noviembre de 1848 fue asesinato Pellegrino Rossi, jefe del gobierno romano. Arrancaba así una revuelta que provocó la huída del Papa a Nápoles.

Los sublevados formaron un gobierno provisional de carácter triunviral -Mazzini, Armellini y Saffi- y proclamaron la República.

El sueño de la República de Roma se vio frustrado por el desembarco de tropas hispano-francesas en el Lacio. Estas sometieron a los rebeldes e hicieron volver a Papa.

El reino del Piamonte en la arquitectura de la unificación

Después del fracaso de los idearios neogüelfos y mazzinianos, la única vía que quedaba para la unificación italiana era la monarquía del Piamonte. De esta manera, de forma progresiva, el espíritu del Risorgimiento se fue tornando moderado y monárquico.

Tras la derrota de 1848, el rey Carlos Alberto de Saboya abdicó en su hijo Víctor Manuel II. Este cambió de política guiado por Cavour, que llevó a cabo una intensa modernización del Piamonte.

La monarquía de Víctor Manuel II pasó a poseer un marcado carácter moderno y nacionalista. Esto atrajo hacia sí a todos los antiaustríacos y nacionalistas italianos.

Las relaciones amistosas entre Napoleón III y Cavour

Uno de los principales aciertos de Cavour fue convertir la cuestión italiana en un problema europeo. Para esto no dudó en apoyarse en Napoleón III. En principio este, aunque mostró su simpatía a la causa italiana, no se comprometió a intervenir. Sin embargo, en la conferencia de Plombières (1858) ambos estados llegaron al siguiente acuerdo:

  • Creación de una confederación de cuatro reinos: los Estados Pontificios, Dos Sicilias, Alta Italia (Piamonte, Lombardía y el Véneto) y Italia Central (Toscana, Parma y Módena).
  • La confederación quedaría bajo la presidencia del Papa.
  • A cambio del apoyo francés, el Piamonte cedería a Francia Saboya y Niza.

Ante el proyecto de reorganización de las fuerzas armadas piamontesas, los austriacos enviaron un ultimátum exigiendo su desarme. Su rechazo llevó al estallido de la guerra en 1859.

La guerra con Austria

La guerra se abrió con una Victoria franco-piamontesa en la batalla de Montebello, que dejo Milán a merced de los aliados. Sin embargo, el contraataque austríaco no se hizo esperar, siendo derrotados los piamonteses en Palestro. A esto siguió la batalla de Magenta, de dudoso resultado, y el repliegue austríaco, quedando Lombardía en manos piamontesas.

Mientras, como consecuencia de las victorias militares del Piamonte, Italia se inunda de un hondo sentimiento nacional, que se deja sentir en Toscana, Módena, Parma, Roma… Napoleón III, consciente de que estos hechos podían provocar que la situación se le fuera de las manos y derivase en la unidad de toda la península, decidió poner fin a la guerra con la paz de Zurich.

Se acordó que Viena entregase a Francia Lombardía. Esta, a su vez, sería cedida por Napoleón a Víctor Manuel II. Por último, Piamonte entregó a Niza y Saboya a Francia.

No obstante, Parma, Módena, Romaña y Toscana nombraron rey a Víctor Manuel II, que logró finalmente que Napoleón aceptase la nueva situación. De esta manera, el Piamonte logró unificar todo el territorio italiano a excepción del Véneto austríaco, los Estados del Papa y el reino de Dos Sicilias.

Garibaldi y la unificación del sur

Al término de la guerra con Austria, los radicales de Garibaldi reclamaron un único gobierno para toda la península. Fieles a estos principios, en 1860, prepararon un desembarco en Sicilia, donde la situación era ingobernable, y, por tanto, favorable para los invasores.

Garibaldi, logró controlar la isla entre mayo y julio de 1860, estableciendo un gobierno provisional. Después de consolidar su dominio en Sicilia y asegurarse la neutralidad fracesa y británica, Garibaldi se desembarcó en el reino de Nápoles, que conquistó en septiembre de 1860.

Ante esta situación, Victor Manuel II anexionó a su reino las Marcas y Umbría, y ratificó, en su encuentro de Teano con Garibaldi, su dominio sobre las Dos Sicilias.

Por su parte, Cavour convocó elecciones generales para una Cámara de reciente creación y proclamó el nacimiento del reino de Italia.

No obstante, quedaban aún delicadas cuestiones por solucionar en torno a la unificación italiana, y, sin duda, una de ellas era la romana. Sólo la alianza con Prusia y la caída de Napoleón III, gran valedor de los Estados Pontificios, permitió a Italia conquistar la Ciudad Eterna.