VIGÉSIMOCUARTO ESTÁNDAR DEL TEMARIO QUE, DE ACUERDO CON LO ESTIPULADO POR LA CONSEJERÍA DE EDUCACIÓN DE CASTILLA Y LEÓN, PODRÁ SER OBJETO DE EXAMEN EN LA EBAU, ANTIGUA SELECTIVIDAD.
La década de 1640 fue un periodo de crisis general para la Monarquía Hispánica. A la participación en la guerra de los Treinta Años y el conflicto con las Provincias Unidas, se sumaron las rebeliones en Cataluña, Portugal, Andalucía y Nápoles. Por la relevancia de las dos primeras, centraremos el desarrollo de la pregunta en ellas, pero sin perder de vista el contexto global de crisis.
En Cataluña, los sucesivos intentos de la Corona por lograr la aprobación de las Cortes del proyecto de la Unión de Armas fracasaron. El problema fiscal fue transformándose en una cuestión política que se agravó aún más por la guerra con Francia (1635-1659), ya que Cataluña se convirtió en frente de batalla. Como consecuencia, Olivares exigió al reino pagar la manutención de las tropas que luchaban en la frontera contra los franceses.
En junio de 1640 se produjo una sangrienta revuelta, el llamado Corpus de Sangre, en la que fue asesinado el virrey Santa Coloma. Tras estos hechos, los sublevados buscaban el apoyo de Francia, que envió tropas al territorio catalán. Finalmente, la prolongación del conflicto y los perjuicios de la presencia francesa favorecieron la rendición de Barcelona en 1652 y la aceptación de la soberanía de Felipe IV.
En paralelo, en 1640 se produjo otra rebelión en Portugal en contra del proyecto de Unión de Armas. En ese reino se añadían también las dificultades de Felipe IV para proteger el Imperio luso de ultramar (Brasil) de los ataques holandeses. La nobleza y la alta burguesía promovieron la rebelión dirigida por el duque de Braganza, quien se proclamó rey de Portugal en ese año. Los intentos de Felipe IV por recuperar Portugal fracasaron, de tal modo que su independencia terminó por consolidarse en los siguientes años.
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De entre las causas que llevaron a la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) y a la posterior firma de la paz de Westfalia (1648) por parte de los estados contendientes, cabe destacar tres: la lucha por la hegemonía europea entre Francia y los Habsburgo, y más en concreto la rama de esa familia que gobernaba la Monarquía Hispánica; el enfrentamiento entre católicos y protestantes, que si bien afectaba a toda la Europa central y occidental, era más acusado dentro de las fronteras imperiales; e, íntimamente relacionado con este último punto, la pugna entre el emperador y los príncipes alemanes, es decir, entre el Imperio y los pequeños estados que lo conformaban.
La paz de Westfalia tuvo importantes consecuencias de tipo territorial y político para Europa, siendo los Habsburgo los principales afectados por esos cambios. El hundimiento del dominio de los Austrias, llevó a que Francia se convirtiera en la potencia hegemónica del continente. De esta manera, además de perder definitivamente los Países Bajos y Portugal, la Monarquía Hispánica pasó a ocupar un papel secundario en la política europea. A esto hemos de añadir la fragmentación del territorio alemán, que perjudicó a la otra rama de los Habsburgo.
Ahora bien, las consecuencias a las que se han hecho referencia, no terminaron de hacerse efectivas de manera definitiva hasta la paz de los Pirineos (1659), que puso fin al conflicto entre España y Francia con la victoria de esta última. Ese acuerdo marcó, de manera irreversible, el destino de Europa y de los reinos peninsulares, así como los años finales del reinado de Felipe IV. También es necesario señalar que, si bien su cese se produjo en 1643 como consecuencia de las crisis abiertas en Cataluña, Portugal, Andalucía y Nápoles, es en este contexto de decadencia donde se ha de situar el final del valimiento del conde-duque de Olivares.
Al margen de las consecuencias que tuvo para la Monarquía Hispánica, la Guerra de los Treinta Años puso fin a la idea imperial o de monarquía universal, inaugurando el largo periodo de hegemonía de los estados. A su vez, sirvió para establecer la libertad e igualdad religiosa en Europa y dar forma definitiva a la fórmula política de la monarquía absoluta.
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Gaspar de Guzmán y Pimentel, conde-duque de Olivares, asumió el papel de valido del joven rey Felipe IV. En sus años de gobierno demostró tener una amplia visión política, que se plasmó, fundamentalmente, en una serie de proyectos de reforma para mejorar la situación de la Monarquía Hispánica. Con el fin de analizar esta cuestión de forma ordenada y coherente, se afrontará en primer término la exposición de la política exterior del conde-duque, pasando posteriormente a señalar las claves de la interior.
El acontecimiento que marcó la política exterior de Olivares fue la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), que exigió un gran esfuerzo militar y económico que difícilmente podía afrontarse sin reformar las estructuras del Estado. Después del relativamente pacífico reinado de Felipe III, la reanudación de la política exterior ofensiva en Europa exigía la aportación de importantes sumas de dinero a una Hacienda Real en crisis crónica. Para paliar esta situación, Olivares planteó una reforma financiera y militar.
Hasta entonces el principal esfuerzo financiero y humano para la defensa de monarquía lo había efectuado Castilla, pero esta se hallaba exhausta y empobrecida. Ya no podía soportar el peso de las enormes necesidades económicas y militares de la Corona. Por ese motivo, Olivares planteó la Unión de Armas (1625): un ejército permanente de 140.000 hombres sostenido por todos los reinos en función de su población y riqueza.
Estas reformas se inscribían en un plan más amplio, el Gran Memorial (1624), que pretendía unificar políticamente la Monarquía Hispánica. Esto suponía suprimir las diferencias forales y repartir por igual cargas y beneficios entre todos los territorios de la Corona. En definitiva, se buscaba crear una estructura centralizada del Estado que facilitara las tareas de gobierno. Ahora bien, tanto por las dificultades económicas como por la oposición de los distintos reinos, su aplicación no fue posible. A pesar de las reformas planteadas por el conde-duque, a lo largo del periodo se sucedieron hasta cuatro bancarrotas, siendo los gastos militares la principal causa de ellas.
DEFINICIONES UTILIZADAS EN EL NOVENO TEMA DE 2º DE ESO. EN ESTA UNIDAD DIDÁCTICA SE ABORDA LA EXPLICACIÓN DEL IMPERIO ESPAÑOL BAJO LOS AUSTRIAS, ESTABLECIENDO UNA CLARA DIFERENCIA ENTRE LA SITUACIÓN DEL SIGLO XVI Y LA DEL XVII.
Barroco: estilo artístico surgido en Italia a finales del siglo XVI que, durante la centuria siguiente, extendió su influencia por toda Europa. Se caracterizó por la expresividad, la preferencia por los elementos curvos y la abundante decoración. Supuso una ruptura con el equilibrio y la armonía del Renacimiento.
Bill of Rights (Declaración de Derechos): documento que, como consecuencia de la Revolución Gloriosa de 1688 en Inglaterra, recortaba los poderes del rey, garantizaba las elecciones libres y otorgaba amplios poderes al Parlamento.
Bodegón: tema pictórico en el que únicamente se muestran seres inanimados: vegetales, frutas, objetos o animales muertos.
Claroscuro: efecto pictórico que, gracias a los fuertes contrastes de luces y sombras, permitía a los artistas orientar la atención del espectador hacia un punto concreto de la obra.
Churrigueresco: estilo de los retablos o de las fachadas propio de los arquitectos de la familia Churriguera. Se caracterizaba por la abundancia de elementos decorativos.
Guerra de los Treinta Años: conflicto bélico que se desarrolló en Europa entre 1618 y 1648. Tuvo su origen en el enfrentamiento entre católicos y protestantes dentro del Imperio alemán, pero acabó convirtiéndose en una lucha entre las potencias por la hegemonía en el continente.
Monarquía Absoluta: forma de gobierno por la cual el rey ostentaba todos los poderes, convirtiéndose, por tanto, en soberano absoluto.
Paz de Westfalia: acuerdo de paz que puso fin a la Guerra de los Treinta Años en 1648.
Productividad: rendimiento que se obtiene según los recursos empleados.
Revolución Inglesa: proceso político que tuvo lugar en la Inglaterra del siglo XVII. Tuvo como principal consecuencia el reconocimiento de la supremacía del Parlamento sobre el rey, así como con el reconocimiento de unos derechos fundamentales para todos ciudadanos.
Tenebrismo: estilo propio del Barroco caracterizado por los contrastes entre luces y sombras, que producen efectos de claroscuro.
Clase pensada para alumnos de 2º de ESO dentro de una experiencia de flipped learning. En este vídeo nos adentramos en el siglo XVII, y más en concreto en los reinados de Felipe III, Felipe IV y Carlos II. La explicación cuenta con un repaso de las principales líneas políticas de esos tres periodos, así como los problemas interiores y exteriores de cada uno de ellos. Ese contenido se complementa con otras tres entradas: una dedicada al Imperio de Carlos V, otra al reinado de Felipe II y, por último, un vídeo sobre la conquista y administración de la América española.
El establecimiento del Estado Moderno en los reinos hispánicos por obra de los Reyes Católicos inició el tránsito hacia la Edad Moderna. Con el Estado Moderno se instauró una cierta capacidad unificadora de los reinos hispánicos basada en la lealtad al soberano. Así se produjo la unión de entidades con distinta personalidad, unión que se fortaleció con la llegada de la dinastía de los Austrias.
Durante el siglo XVI y hasta mediados del XVII, los reinos que constituían la Corona española, dirigidos por Castilla, desempeñaron un papel de primera potencia mundial. Esto se debía, en buena medida, a la fuerza que representaba la posesión de los territorios americanos, recientemente descubiertos y conquistados.
En paralelo a este ámbito de carácter político, se desarrollaron otros dos fenómenos destacados. Por un lado, la expansión económica de Europa occidental, bajo el signo de los primeros indicios de capitalismo. Por otro, un extraordinario desarrollo cultura, primero con el Renacimiento y más tarde con el Barroco.
2. Los Austrias del siglo XVII. Gobierno de validos y conflictos internos. El ocaso del Imperio español en Europa.
– Páginas 86 a 89: Historia de España, Santillana, 2º de Bachillerato.
3. Evolución económica y social. La cultura del Siglo de Oro.
El siglo XVII comenzó con una situación heredada de crisis económica y de creciente pérdida de hegemonía por parte de la Monarquía Hispánica, que se encontraba muy endeudada tras las guerras llevadas a cabo durante el reinado de Felipe II (1556-1598). La mayor parte de los ingresos del Estado se gastaron en el pago de la deuda. Además, los intentos de incrementar la presión fiscal, sostenida sobre todo por Castilla, agudizaron los efectos de la crisis.
La crisis demográfica.
Desde 1580 se venía observando una desaceleración, y en algunos casos un descenso, del crecimiento demográfico. El comportamointo de la demografía no puede atribuirse a una única causa, sino a la conjunción de diversos factores de carácter tanto estructural como coyuntural.
Entre los primeros, hay que señalar la relación entre el modelo demográfico antiguo, con altas tasas de natalidad y mortalidad, y la evolución de la agricultura, principal medio de sustento de la población. Entre los factores coyunturales destaca la emigración a las Indias, así como las continuas guerras emprendidas en el XVII. A estos dos elementos hemos de añadir la sucesión de cataclismos demográficos a lo largo del siglo y la expulsión de los moriscos en 1609.
La crisis económica.
El descenspo de la produccióna agrícola puso fin a la etapa expansiva del siglo anterior. Estuvo motivada por la caída de la demanda y de la renta agraria, la despoblación, las sucesivas plagas y malas cosechas, la excesiva concentración de la propiedad y el estancamiento o fuertes fluctuaciones de los precios agrarios.
En respuesta a la crisis se produjeron cambios significativos en los cultivos, como el avance de la vid a costa de los cereales en Andalucía y Castilla, y el incremento general de los cultivos comerciales, como el olivo y las moreras.
Las actividades ganaderas, artesanales y comerciales se vieron también envueltas en el ciclo recesivo. La industria textil sufrió importantes pérdidas, producidas por el descenso de la demanada, la descapitalización provocada por la presión fiscal y la rigidez de los gremios, incapaces de adaptarse a las innovaciones.
La creciente ruralización de la economía fue especialmente perceptible en Castilla, mientras que en Cataluña y Valencia se produjo una reorganización de las estructuras artesanales que permitió remontar la crisis con relativa rapidez. Las medidas proteccionistas y de apoyo a la industria de mediados de siglo ayudaron a esa recuperación, más evidente en la periferia mediterránea.
Las dificultades económicas afectaron igualmente al comercio interior, ya muy lastrado por las malas condiciones de los transportes y las barreras aduaneras. Más espectaculares fueron las dificultades del comercio exterior, fundamentalmente americano, que sufrió los efectos de los bloqueos marítimos, la emergencia de las economías criollas, el aumento de los costos de los fletes y la competencia de holandeses, franceses e ingleses.
Las consecuencias de la crisis
Las consecuencias de la crisis se dejaron sentir a nivel económico y social:
– Se produjo un desplazamiento del dinamismo económico desde el centro hacia la periferia.
– La riqueza se concentró en manos de la alta nobleza, sobre todo en Castilla, Andalucía y zonas de Aragón, en detrimento de otros sectores sociales.
– Se redujo el realengo en favor de los dominios señoriales y se incrementó la presión sobre el campesinado.
– Se consolidaron poderosas y cerradas oligarquías locales, que hicieron vitalicios y hereditarios los cargos municipales.
– A nivel popular, la desprotección se combatió con el bandidaje y la mendicidad, fenómenos endémicos durante todo el siglo.
En este contexto deben analizarse también las sucesivas crisis financieras y las bancarrotas estatales de 1607, 1627, 1647 y las más graves de 1652, 1662 y 1666. Estas significaron la pérdida generalizada de credibilidad de la monarquía entre los banqueros españoles y europeos.
El final del Renacimiento y la época de la Contrarreforma y del Barroco.
La decadencia política y económica no supuso la decadencia cultural. El siglo XVII fue una de las etapas más brillantes de la cultura española, que recibe el nombre de “Siglo de Oro. Dos grandes figuras de la literatura fueron Francisco de Quevedo, pensador crítico que pretendió empujar al lector hacia la reflexión, y Luis de Góngora, que buscaba en sus poemas la huída de la realidad. Sin embargo, el autor más destacado de la época fue, sin lugar a dudas, Miguel de Cervantes, autor de El Quijote.
El teatro adquirió unas formas características muy en consonancia con la estética del Barroco: libertad y amplitud de temas, mezcla de lo trágico y lo cómico, de los popular y lo culto… Entre un sinfín de excelentes dramaturgos destacaron: Lope de Vega (El caballero de Olmedo) Tirso de Molina (EL burlador de Sevilla) y Pedro Calderón de la Barca (La vida es sueño).
En arquitectura predominó el gusto por los adornos recargados, de tal modo que las fachadas parecen desaparecer tras la abundancia ornamental. Ribera y Churriguera reflejan en sus obras los rasgos más representativos de ese estilo. La escultura y la pintura reflejaron la religiosidad de la sociedad española mediante una gran variedad de temas: Cristo agonizante, la Inmaculada, santos y santas. Entre los autores de la época destacaron el Greco, Velázquez, Murillo y Zurbarán, entre otros.
4. Conclusiones.
La segunda mitad del siglo XVII es, en España, uno de los momentos más tristes de su historia. La ruina económica, reducidas casi a cero las remesas de metal precioso, y sin una industria capaz de atraerlo, estaba ya consumada. La población se había reducido a 7 millones de habitantes, mermada al máximo por la terrible peste de 1648-1652. La administración era lenta, vena e ineficaz; faltaban grandes políticos y grandes ideas.
Hasta en el campo del arte, del pensamiento, de la literatura, la postración es espectacular: mueren los epígonos del “Siglo de Oro”, Gracián, Calderón, Murillo… sin que otros hombres tomen el relevo. Esto indica que la crisis no era sólo material, sino que alcanzaba los campos del espíritu.
El símbolo de esta situación de decadencia es, sin duda, el final de la dinastía de los Austrias españoles al morir sin descendencia Carlos II.