1. Introducción
El establecimiento del Estado Moderno en los reinos hispánicos por obra de los Reyes Católicos inició el tránsito hacia la Edad Moderna. Con el Estado Moderno se instauró una cierta capacidad unificadora de los reinos hispánicos basada en la lealtad al soberano. Así se produjo la unión de entidades con distinta personalidad, unión que se fortaleció con la llegada de la dinastía de los Austrias.
Durante el siglo XVI y hasta mediados del XVII, los reinos que constituían la Corona española, dirigidos por Castilla, desempeñaron un papel de primera potencia mundial. Esto se debía, en buena medida, a la fuerza que representaba la posesión de los territorios americanos, recientemente descubiertos y conquistados.
En paralelo a este ámbito de carácter político, se desarrollaron otros dos fenómenos destacados. Por un lado, la expansión económica de Europa occidental, bajo el signo de los primeros indicios de capitalismo. Por otro, un extraordinario desarrollo cultura, primero con el Renacimiento y más tarde con el Barroco.
2. Los Austrias del siglo XVII. Gobierno de validos y conflictos internos. El ocaso del Imperio español en Europa.
– Páginas 86 a 89: Historia de España, Santillana, 2º de Bachillerato.
3. Evolución económica y social. La cultura del Siglo de Oro.
El siglo XVII comenzó con una situación heredada de crisis económica y de creciente pérdida de hegemonía por parte de la Monarquía Hispánica, que se encontraba muy endeudada tras las guerras llevadas a cabo durante el reinado de Felipe II (1556-1598). La mayor parte de los ingresos del Estado se gastaron en el pago de la deuda. Además, los intentos de incrementar la presión fiscal, sostenida sobre todo por Castilla, agudizaron los efectos de la crisis.
La crisis demográfica.
Desde 1580 se venía observando una desaceleración, y en algunos casos un descenso, del crecimiento demográfico. El comportamointo de la demografía no puede atribuirse a una única causa, sino a la conjunción de diversos factores de carácter tanto estructural como coyuntural.
Entre los primeros, hay que señalar la relación entre el modelo demográfico antiguo, con altas tasas de natalidad y mortalidad, y la evolución de la agricultura, principal medio de sustento de la población. Entre los factores coyunturales destaca la emigración a las Indias, así como las continuas guerras emprendidas en el XVII. A estos dos elementos hemos de añadir la sucesión de cataclismos demográficos a lo largo del siglo y la expulsión de los moriscos en 1609.
La crisis económica.
El descenspo de la produccióna agrícola puso fin a la etapa expansiva del siglo anterior. Estuvo motivada por la caída de la demanda y de la renta agraria, la despoblación, las sucesivas plagas y malas cosechas, la excesiva concentración de la propiedad y el estancamiento o fuertes fluctuaciones de los precios agrarios.
En respuesta a la crisis se produjeron cambios significativos en los cultivos, como el avance de la vid a costa de los cereales en Andalucía y Castilla, y el incremento general de los cultivos comerciales, como el olivo y las moreras.
Las actividades ganaderas, artesanales y comerciales se vieron también envueltas en el ciclo recesivo. La industria textil sufrió importantes pérdidas, producidas por el descenso de la demanada, la descapitalización provocada por la presión fiscal y la rigidez de los gremios, incapaces de adaptarse a las innovaciones.
La creciente ruralización de la economía fue especialmente perceptible en Castilla, mientras que en Cataluña y Valencia se produjo una reorganización de las estructuras artesanales que permitió remontar la crisis con relativa rapidez. Las medidas proteccionistas y de apoyo a la industria de mediados de siglo ayudaron a esa recuperación, más evidente en la periferia mediterránea.
Las dificultades económicas afectaron igualmente al comercio interior, ya muy lastrado por las malas condiciones de los transportes y las barreras aduaneras. Más espectaculares fueron las dificultades del comercio exterior, fundamentalmente americano, que sufrió los efectos de los bloqueos marítimos, la emergencia de las economías criollas, el aumento de los costos de los fletes y la competencia de holandeses, franceses e ingleses.
Las consecuencias de la crisis
Las consecuencias de la crisis se dejaron sentir a nivel económico y social:
– Se produjo un desplazamiento del dinamismo económico desde el centro hacia la periferia.
– La riqueza se concentró en manos de la alta nobleza, sobre todo en Castilla, Andalucía y zonas de Aragón, en detrimento de otros sectores sociales.
– Se redujo el realengo en favor de los dominios señoriales y se incrementó la presión sobre el campesinado.
– Se consolidaron poderosas y cerradas oligarquías locales, que hicieron vitalicios y hereditarios los cargos municipales.
– A nivel popular, la desprotección se combatió con el bandidaje y la mendicidad, fenómenos endémicos durante todo el siglo.
En este contexto deben analizarse también las sucesivas crisis financieras y las bancarrotas estatales de 1607, 1627, 1647 y las más graves de 1652, 1662 y 1666. Estas significaron la pérdida generalizada de credibilidad de la monarquía entre los banqueros españoles y europeos.
El final del Renacimiento y la época de la Contrarreforma y del Barroco.
La decadencia política y económica no supuso la decadencia cultural. El siglo XVII fue una de las etapas más brillantes de la cultura española, que recibe el nombre de “Siglo de Oro. Dos grandes figuras de la literatura fueron Francisco de Quevedo, pensador crítico que pretendió empujar al lector hacia la reflexión, y Luis de Góngora, que buscaba en sus poemas la huída de la realidad. Sin embargo, el autor más destacado de la época fue, sin lugar a dudas, Miguel de Cervantes, autor de El Quijote.
El teatro adquirió unas formas características muy en consonancia con la estética del Barroco: libertad y amplitud de temas, mezcla de lo trágico y lo cómico, de los popular y lo culto… Entre un sinfín de excelentes dramaturgos destacaron: Lope de Vega (El caballero de Olmedo) Tirso de Molina (EL burlador de Sevilla) y Pedro Calderón de la Barca (La vida es sueño).
En arquitectura predominó el gusto por los adornos recargados, de tal modo que las fachadas parecen desaparecer tras la abundancia ornamental. Ribera y Churriguera reflejan en sus obras los rasgos más representativos de ese estilo. La escultura y la pintura reflejaron la religiosidad de la sociedad española mediante una gran variedad de temas: Cristo agonizante, la Inmaculada, santos y santas. Entre los autores de la época destacaron el Greco, Velázquez, Murillo y Zurbarán, entre otros.
4. Conclusiones.
La segunda mitad del siglo XVII es, en España, uno de los momentos más tristes de su historia. La ruina económica, reducidas casi a cero las remesas de metal precioso, y sin una industria capaz de atraerlo, estaba ya consumada. La población se había reducido a 7 millones de habitantes, mermada al máximo por la terrible peste de 1648-1652. La administración era lenta, vena e ineficaz; faltaban grandes políticos y grandes ideas.
Hasta en el campo del arte, del pensamiento, de la literatura, la postración es espectacular: mueren los epígonos del “Siglo de Oro”, Gracián, Calderón, Murillo… sin que otros hombres tomen el relevo. Esto indica que la crisis no era sólo material, sino que alcanzaba los campos del espíritu.
El símbolo de esta situación de decadencia es, sin duda, el final de la dinastía de los Austrias españoles al morir sin descendencia Carlos II.