#15M. Los movimientos sociales del siglo XXI

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Quizás sea demasiado pronto para sacar conclusiones sobre los acontecimientos que han protagonizado en los últimos meses jóvenes de las dos orillas del Mediterráneo. Es apresurado pretender entenderlos en toda su amplitud, pero se hace necesaria una primera comprensión que permita enmarcar un modus operandi que, lejos de ser algo aislado y temporal, está llamado a protagonizar las protestas sociales de las próximas décadas.

En esta breve reflexión trato de aportar mi punto de vista sobre estos acontecimientos. Se trata, en definitiva, de la opinión de una persona que no pertenece a ninguno de los grupos que han llevado adelante estas protestas. Sin embargo, si mi opinión posee algún valor, ese es el de la reflexión, el seguimiento exhaustivo de estos grupos y de sus actuaciones, así como la labor de comparación con otros fenómenos similares, ya sean contemporáneos o pretéritos.

Dos peligros: la utopía y el desprecio

Mi punto de partida es la desconfianza ante los partidarios de una u otra postura; la huida, al fin y al cabo, de las simplificaciones y del afán de poner etiquetas.

No estamos ante un movimiento que vaya a solucionar todos nuestros problemas llevándonos al paraíso terrenal. Las utopías, por desgracia, siempre nos han conducido a callejones sin salida, a lugares más inhóspitos que aquellos de los que salíamos. Tampoco es cierto que los profesionales de la política sean todos unos sinvergüenzas, ni que el sistema, ya sea político o económico, esté totalmente corrompido y deba ser cambiado –derribado- de arriba a abajo.

Lógicamente, no todos los que protestan piensan así, pero entre algunos de ellos se aprecia una tendencia hacia esa peligrosa utopía, hacia ese querer cambiarlo todo sin contar de donde venimos.

A los historiadores, como es lógico, eso nos produce escalofríos que, según pasan las horas, se transforman en auténtico pánico.

Ahora bien, la simplificación puede tomar otro camino: el desprecio. Las protestas de Sol pueden solucionarse en las mentes más cerradas con la simple descalificación. Es un grave error acusar al movimiento del 15M de turba izquierdista tendente al botellón; de vagos que, por no buscar trabajo, son capaces de irrumpir en nuestras vidas únicamente para molestar; de personajes, al fin y al cabo, despreciables e indignos de nuestra atención.

En la plataforma del 15M hay personas muy válidas. La mayoría de ellos son universitarios, incluso algunos con estudios de posgrado y masters en las más diversas materias. En Sol no hay gente borracha, no hay violencia, no hay ideologías políticas predominantes, lo único que existe es deseo de cambio.  Incluso no son todos desempleados, pues buena parte de los protagonistas de este movimiento son personas que se turnan para compatibilizar sus horarios de trabajo con su presencia en la protesta.

Tampoco son vagos, y buena muestra de ello es el curriculum vitae de algunos de los promotores o el hecho de que hayan logrado ser autónomos en cuestiones como la electricidad. Por no hablar de los servicios de alimentación, guardería, coordinación con las fuerzas de orden público, limpieza, distribución de artículos de primera necesidad, información o alojamiento.

La verdadera importancia del 15M

En la jornada de reflexión –sábado 21 de mayo- las cuestiones en torno a la protesta de Sol se centraban en dos puntos: la abstención electoral y la continuidad del movimiento. De esta manera, el triunfo o fracaso de estos grupos se medirá a partir del domingo en torno a esas dos coordenadas.

Si pensamos así, nos equivocamos. Esas no son las verdaderas claves de lo que está pasando. Creo que la repercusión del 15M en las urnas será mínima, y no vaticino una larga vida a estos grupos. Pero, a pesar de todo, su importancia es demasiado grande como para que pase desapercibida.

No estamos asistiendo a una protesta de unos grupos determinados contra una situación determinada en un lugar determinado, sino al nacimiento de una nueva manera de encauzar el descontento.

Han nacido unos nuevos canales de protesta y una nueva manera de actuar por parte de la ciudadanía. En definitiva, estamos ante el alumbramiento de unos movimientos sociales, los del siglo XXI, cuyo protagonismo amenaza con dejar sin validez a los antiguos modelos asociativos.

Los movimientos sociales del siglo XXI

En la década de los setenta comenzaron a tomar fuerza los llamados Nuevos Movimientos Sociales, con un especial protagonismo de campos como el ecologismo, el feminismo y el pacifismo. Estos, sin perder validez en algunos de sus postulados, iniciaron el siglo XXI en un campo distinto al de su origen. Ya no pertenecían al mundo de la protesta sino que, integrados en las instituciones, habían pasado a formar parte de la estructura contra la que, en sus incios, protestaban.

En definitiva, los Nuevos Movimientos Sociales habían dejado de ser canales de expresión de la ciudadanía para convertirse en instrumentos de los centros de poder. Este anquilosamiento, fruto a su vez de su triunfo, se manifestaba en cuestiones tan evidentes como la aparición de ministerios de Medio Ambiente, la imposición de la ideología de género o el desarrollo de la legislación tendente a la igualdad entre mujeres y hombres.

No cabe duda de que algunas de estas conquistas han resultado positivas. Sin embargo, nos han conducido al inevitable distanciamiento entre estos grupos y la sociedad civil. La respuesta a esta orfandad parace estar en una nueva generación de movimientos sociales, los del siglo XXI.

Estos surgen como los fenómenos asociativos de la juventud actual que, lejos de aceptar el modelo creado por sus padres, busca rebelarse contra él y fundar un nuevo paradigma.

Los movimientos sociales del siglo XXI surgieron en la primavera de 2011 en la revolución egipcia. Desde allí han ido extendiéndose y, ahora, amenazan por extenderse por el continente europeo. No cabe duda de que no son comparables las reclamaciones de los jovenes egipcios con las de los españoles, porque tampoco es comparable el régimen de Mubarak con la democracia de 1978. Sin embargo, los modos de actuación y los protagonistas de ambos movimientos presentan muchos rasgos en común.

En resumen, el contenido de la protesta no es lo que caracteriza a estos nuevos movimientos, sino su modus operandi.

El primer elemento común a las dos principales protestas, la egipcia y la española, es el protagonismo de las redes sociales. Ya sea Facebook –Egipto- o Twitter –España-, lo cierto es que estamos asistiendo al nacimiento de unos nuevos canales de comunicación y expresión capaces de conectar a miles de personas de los más diversos lugares sin necesidad de organizar ningún tipo de reunión.

La novedad, sin embargo, no es esa. La verdadera revolución se produce cuando los contenidos de la red rebosan y son capaces de tomar las calles. Los últimos acontecimientos nos demuestran que las redes sociales son, actualmente, un canal idóneo para convocar protestas.

El segundo rasgo en común es el descontento. En principio, tanto en Egipto como en España los manifestantes pretenden lograr cambios políticos, pues consideran que se encuentran ante un sistema que no funciona bien. Partiendo de la base de que no existe sistema político perfecto, hay que reconocer que el de 1978 se ha ido deteriorando notablemente en las tres últimas décadas.

No obstante, todos sabíamos que era así, y nadie salía a la calle. Cabe preguntarse por qué ahora. La respuesta es económica, no política. Únicamente la falta de trabajo, de dinero, la frustración… han llevado a la calle a personas que, desde hace décadas, sabían de sobra los problemas del sistema político.

La revolución egipcia y los movimientos del 15M español tienen un último rasgo en común: el protagonismo de la juventud.

Los jóvenes siempre han sido inconformistas y menos tendentes al pensamiento conservador que, lógicamente, poseen las personas mayores, con la vida hecha y sin mucha necesidad de cambio. Es más, estos últimos suelen temer ese cambio. No obstante, en el caso actual nos encontramos con dos elementos más que justifican el protagonismo de la juventud en los movimientos sociales del siglo XXI: el uso de las redes sociales y su frustración ante una crisis económica que les afecta, especialmente, a ellos.

Estos jóvenes han nacido con ordenadores en sus casas. De esta manera, desde pequeños se han ido familiarizando con el uso de la informática y, más tarde, con internet. Con el tiempo han ido apareciendo las redes sociales, y, justamente, han sido ellos los primeros en usarlas y los que con más fuerza han participado de este fenómeno.

Por tanto, es lógico que, ante unos movimiento que se mueven en las redes sociales, sean ellos los que lleven la voz cantante.

Pero además, los españoles entre los 25 y los 35 años han sido los más castigados por la crisis. No hemos de olvidar que un 50% de paro juvenil es un escándalo para cualquier país, y un drama para una generación entera. Generación que, además, lejos de obtener compresión, ha sido vilipendiada y etiquetada con las más diversas descalificaciones.

Es cierto que muchos de ellos viven con sus padres y que, por tanto, no pasan necesidad. Sin embargo, la frustración existe y es cada día más pesada, y el deseo de independencia se resiente. Hemos de tener en cuenta que, en muchos casos, hablamos de universitarios, personas de posgrado y masters; es decir, estamos ante buenos curriculums, no ante gente con el graduado escolar y poco más. Lo que no implica que no existan, como en toda generación, personas mal preparadas y con pocas ganas de trabajar.

Conclusión

Las protestas de primavera han conducido, por tanto, al nacimiento de un nuevo modelo asociativo que, lejos de ser algo temporal, ha llegado con vocación de permanencia. El futuro de los movimientos surgidos en torno a él es incierto. Únicamente el paso del tiempo y el desarrollo de cada una de las protestas en cada uno de los países nos darán una respuesta adecuada.

Lo que parece claro es que los Nuevos Movimientos Sociales de los años setenta, predominantes hasta la fecha, irán perdiendo protagonismo. Algunas de sus ideas, no obstante, quedarán recogidas en los programas de sus sustitutos: los movimientos sociales del siglo XXI.

Estos, con una nueva generación como protagonista y con las redes sociales como canal de comunicación, están llamados a canalizar la protesta ciudadana de las próximas décadas.

Ahora bien, todos estos movimientos no están exentos de peligros. La radicalización de los mismos es, sin duda, uno de los más importantes. La moderación debería ser la bandera de las protestas. Sólo a través de ella se puede dar credibilidad a las propias ideas y hacerlas aceptables para toda la sociedad, también para los no tan jóvenes.

Otro peligro es el de la absorción. Es decir, que la protesta caiga en manos de grupos organizados o, incluso, partidos políticos que, con fines distintos a los originales, traten de orientar el descontento hacia sus intereses particulares.