Como consecuencia de la revolución industrial y de los cambios políticos acaecidos en los inicios de la sociedad contemporánea, se inició un proceso de transformación que puso fin a los estamentos. Aparecieron en su lugar las clases, grupos sociales organizados en función de la riqueza y el mérito. De entre ellos cabe destacar la burguesía y la clase trabajadora o proletariado, que sería el protagonista del movimientos obrero. En los siguientes minutos se resumen los postulados más importantes de la ideología anarquista, haciendo referencia también a algunos de sus principales pensadores. En otros vídeos abordamos cuestiones como la sociedad de clases, la ciudad industrial, el origen del movimiento obrero, el ludismo, el origen del sindicalismo, el cartismo, el socialismo utópico, marxismo e internacionales obreras.
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El origen de la sociedad en Rousseau
Para Rousseau, el origen de la sociedad, con sus instituciones, formas de organización y leyes, está en la defensa de la propiedad individual.
Sin embargo, a diferencia de otros pensadores liberales, como Locke o Voltaire, no lo considera como algo propio de la naturaleza humana, sino como una ruptura del estado de naturaleza inicial.
El filósofo francés afirma que la propiedad privada se encuentra en la base de los males de su tiempo.
Por esa razón dedica buena parte de sus esfuerzos a explicar el origen de este fenómeno y sus consecuencias.
Primera etapa de la socialización
Rousseau distingue dos periodos dentro del proceso de socialización.
El primero de ellos supone el abandono del estado de naturaleza inicial, una etapa en la que el hombre, en una situación muy cercana a la de los animales, se preocupaba únicamente por la supervivencia.
El ser humano fue alejado de esa situación como consecuencia de factores naturales -tales como cambios climáticos u otros desastres que endurecieron las condiciones de vida- y demográficos. La necesidad de adaptarse a esa situación cambiante, de superar las limitaciones impuestas por la naturaleza, llevó a una multiplicación y especialización de las tareas.
El citado aumento de los trabajos conduce, en este primer momento de la socialización, a estrechar las relaciones entre los hombres en base a la dependencia.
A su vez, en ese mismo contexto, aparecen uniones más complejas que la propia familia: los poblados.
En definitiva, la aparición de grupos humanos con tareas especializadas en su seno no es mala de por sí; es artificial, pero no va contra la naturaleza humana.
Sin embargo, esa unión a la que conduce la necesidad va abriendo, poco a poco, las puertas de la desigualdad. Y ésta se hará patente en la segunda etapa de la socialización.
Segunda etapa de la socialización
La aparición de la agricultura marca el inicio del segundo periodo de la socialización.
El ser humano abandona el estado de barbarie, basado en la caza y en una ganadería muy primaria, para dar lugar a la civilización.
Con la civilización no sólo se intensifica la división del trabajo surgida en la etapa anterior, sino que aparece la propiedad.
La desigualdad social, por tanto, toma forma, y con ella aparece también la rivalidad entre los hombres por acaparar bienes y recursos.
En ese contexto de inseguridad latente, la apropiación va unida a la violencia, siendo los fuertes los que someten a los débiles.
Y una vez asentado su poder, imponen las leyes y la organización política, que obliga a toda la sociedad a cooperar para mantener el orden establecido.
Se pasa, pues, de una desigualdad basada en la fuerza a otra fundamentada en la riqueza, el poder y una educación orientada a mantener el sistema.
La crítica de la sociedad
Rousseau nos presenta una crítica de la sociedad de su tiempo. Se opone al progreso material, la propiedad, la riqueza, el desarrollo de la ciencia, la educación… es decir, todo aquello que contribuye a mantener la desigualdad social.
De esta manera, tanto en el Discurso sobre las artes y las ciencias como en el Discurso sobre el origen de la desigualdad, pone en cuestión la fuerza –base del régimen señorial- y la riqueza –fundamento del orden burgués- como formas justas de organizar la sociedad.
En definitiva, no sólo critica a la sociedad y a la economía, sino también a la cultura, a la que acusa de encubrimiento ideológico.
No obstante, Rousseau cree que, una vez abandonado el estado de naturaleza, es imposible volver a él. Por tanto, no se trata de volver al hombre natural anterior a los procesos de socialización, sino que se ha de tomar un camino distinto dentro de la civilización; un camino que elimine la desigualdad.
Una vía nueva
Transcribo a continuación el segundo fragmento de los discursos de Robert Schuman. Es, como se puede comprobar, más largo del anterior, ya que en el fondo viene a desarrollar algunos de esos contenidos iniciales y básicos. El Padre de Europa trata de explicar en los siguientes párrafos como construir esa Comunidad -de valores comunes, a la par que respetuosa con las particularidades regionales- orientada a un bien común de carácter supranacional.
“¿Cómo conseguirlo? En el pasado, los Estados aseguraban su cooperación por medio de contratos bilaterales y multilaterales. Esos acuerdos comportaban concesiones recíprocas, incluso sacrificios dosificados exactamente más o menos libremente consentidos. Cada una de las partes procuraba que prevaleciese, que quedasen salvaguardados sus propios intereses nacionales, regateando lo mejor posible. Esos acuerdos siguen siendo el instrumento principal de toda organización internacional; su observancia es asunto de buena fe y de lealtad; su violación da lugar a perjuicios e intereses o medidas de represalia.
Los tratados que establecerá progresivamente la Europa comunitaria integrada proceden de un método diferente, de un espíritu diferente; crean unas estructuras, unas entidades políticas nuevas. Esos tratados prevén no solo obligaciones, sino que crea instituciones dotadas de una autoridad propia y autónoma. A los organismos políticos o económicos les son reconocidos por los países unificados poderes claramente definidos y limitados. Junto a las soberanías nacionales, que seguirán siendo predominantes, habrá una parte de soberanía comunitaria delegada por los Estados participantes.
Estos organismos nuevos no serán Comités de ministros o de delegados de los Gobiernos asociados. En su seno no se enfrentarán intereses nacionales. Estarán exclusivamente al servicio de la Comunidad supranacional, que tiene objetivos e intereses diferentes de los de cada una de las naciones afiliadas. Los intereses nacionales particulares deben fusionarse en el interés común, lo mismo que los intereses particulares de los ciudadanos se confunden con el interés nacional. Junto a este habrá en adelante, para todos los ciudadanos de la Europa integrada, un interés comunitario, ante el cual habrá que sensibilizar las opiniones públicas. Es un proceso de larga duración, una obra de educación de aquellos que se beneficiarán de una ciudadanía europea comunitaria junto a su primera ciudadanía nacional. La conciencia de esta nueva ciudadanía seguirá tanto la orientación de los espíritus como la aparición de las nuevas instituciones unificadas.
La Europa comunitaria así definida, ¿tendrá posibilidades de éxito en un mundo en el que el repliegue de los pueblos sobre sus intereses nacionales, en sus egoísmos miopes, es un fenómeno constante porque responde a instancias, a sentimientos, profundamente anclados en la naturaleza humana?
Como toda nueva empresa política, esto será, en definitiva, un asunto de voluntad y de clarividencia. Pero en este caso, la voluntad humana se verá admirablemente apoyada en raíces clavadas todas en una misma y única civilización que dio nacimiento a una magnífica floración de culturas nacionales y regionales. El sustrato europeo es particularmente favorable a la emergencia de un conjunto comunitario de un tipo nuevo”.
Bibliografía:
[1] La Unión Europea: guiones para su enseñanza; Antonio Calonge Velázquez (Coord.) – Comares – Granada – 2004.
[2] El proceso de integración comunitario en marcha: de la CECA a los Tratados de Roma; Guillermo A. Pérez Sánchez – Comares – Granada – 2007.
[3] Por Europa; Robert Schuman – Encuentro – Madrid – 2006.
[4] Robert Schuman, padre de Europa (1886-1963); René Lejeune – Palabra – Madrid – 2000.